asuntos economicos (carmelo negro)

gantz265

Pajillero
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Jul 16, 2016
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Asuntos Económicos
PARTE I
A veces los asuntos económicos pueden destrozar un matrimonio y perder todo por lo que has luchado, y eso es lo que le pasó a Dani. Estaba completamente arruinado después de haber vivido con un nivel de vida muy por encima de sus posibilidades. Sus excesos y su mala cabeza le pasaban factura. Se había dedicado a la construcción, había montado una empresa y había progresado en un corto espacio de tiempo, pero una profunda crisis en el sector y sus malas gestiones al frente de la compañía le hicieron caer en picado. Tenía cuarenta y cinco años, estaba casado con Julia y tenían una hija de diecinueve años llamada Irene. Iban a desahuciarles en menos de una semana por una orden judicial. Ya le habían embargado el coche y las cuentas bancarias. Varios bancos le habían denunciado por impago de préstamos. Numerosos acreedores no dejaban de acosarle, incluso llegaban a proferir amenazas. Ni siquiera iba a poder pagar la matrícula de la universidad para que su hija siguiera con la carrera de Psicología. No tenían nada y debían mucho dinero. Después de una vida ostentosa, se encontraban a las puertas de la miseria. Su hija se pasaba todo el día llorando, sumida en una profunda depresión. Se avergonzaba de salir a la calle. Había sido una niña mimada y pija que lo había perdido todo de buenas a primeras. En el barrio sólo se hablaban de sus problemas económicos. Salía con un chico de buena familia y era la única persona a la que le había contado la verdad, pero poco podía hacer el chico por ayudar a la familia de su novia. Julia también estaba muy preocupada por la deprimente situación económica. Acostumbrada a una vida de pija, gastando dinero a diestro y siniestro, y de pronto iba a verse en la calle sin nada. Sus amigas le daban de lado. El cerco se estrechaba sobre ellos.
Sólo se les ocurrió una solución, aunque ni a Julia ni a Dani les agradaba la idea, pero sólo Enrique podía ayudarles a solventar la mala racha que atravesaban. Enrique era cuñado de Julia, estuvo casado con su hermana Marta, aunque luego se divorciaron y su hermana rehizo su vida con otro hombre. Tenía cincuenta y cinco años, diez más que Julia y Dani, vivía sólo en una mansión a las afueras de la ciudad y era una persona rica e influyente, considerado uno de los mejores abogados del país. A veces aparecía en los distintos medios de comunicación. Era un tipo carismático, de carácter fuerte, y bastante mujeriego, por eso Marta terminó dejándole. En más de una ocasión le pilló poniéndole los cuernos o yéndose de putas. Ciertamente, Julia y Dani nunca se habían llevado muy bien con él, le consideraban un fantasma y un baboso, sin embargo en aquellos momentos tan amargos debían tragarse el orgullo y suplicarle ayuda, se trataba de la única persona que conocían con capacidad económica suficiente como para remediar sus problemas. Fue Dani quien tomó la iniciativa y un miércoles por la mañana, a dos días del desahucio, se presentó en casa de su cuñado. Le atendió con el fuerte despotismo que le caracterizaba, con los mismos aires endiosados, era un hombre soberbio y arrogante que imponía bastante respeto, pero prometió ayudarles, aunque a cambio le haría firmar unos pagarés por si la cosa se torcía.
  • Podéis quedaos en mi casa hasta que las cosas funcionen mejor y podamos arreglar lo de la casa, ¿de acuerdo? -. Dani, abochornado, asintió -. No voy a permitir que os dejen en la calle. Yo me haré cargo de los atrasos de los bancos y de la matrícula de la niña. Y dile a los buitres que te acosan que hablen conmigo, conseguiré que aplacen la deuda hasta que tengas algo de pasta. ¿Entendido? -. Volvió a asentir. Vio que su cuñado sacaba de la cartera trescientos euros -. Toma este dinero, invita a comer a tu mujer, coño, y no te preocupes.
  • No sé cómo pagártelo, Enrique.
  • Ya me lo pagarás, coño – le dijo dándole unas palmaditas en la cara.
Quedaban bajo sus alas desde ese momento. Aunque la ayuda de su cuñado iba a resultarle bastante cara.
El jueves por la tarde se presentó la familia al completo en la mansión de Enrique, incluido Carlos, el joven novio de Irene, que les ayudaba con los equipajes. Enrique les recibió cordialmente a pesar de la mala sintonía que siempre había existido. Se fascinó del aspecto físico de las dos mujeres que iban a vivir bajo su techo. Su cuñada Julia siempre había sido muy hermosa y a pesar de sus cuarenta y cinco años se conservaba espléndidamente. Alta, morena con el pelo largo, de melena bastante ondulada y ojos verdes oscuros. Impresionaban sus tetas gigantescas, con forma de pera, muy abiertas y abombadas en la base, y un culo ancho y redondeado. También se embelesó con su sobrina Irene, a la que hacía bastante tiempo que no veía. Había crecido. Igual de alta que su madre, delgada, con media melena rubia, ojos negros y piel bronceada, con unas tetitas del tamaño de una mano y un culo más estrecho y plano, aunque delicioso, casi perfecto, parecía una modelo recién salida de una revista. No le extrañó que saliera con aquel novio tan atractivo de cuerpo atlético. Ambas iban con ropa informal y no se inmutó al examinarlas con descaro, incluso se permitió el lujo de piropearlas en presencia de los dos memos. Enrique siempre había tenido cierta obsesión por su cuñada Julia. Hubiese pagado cualquier precio por acostarse con ella. Verla en bikini le ponía las carnes de gallina. Ellas también se fijaron en él. Los mismos aires de grandeza. Era más bien bajo, cabeza cuadrada y pelo canoso, tenía una panza abultada y dura y unas piernas robustas. Les mostró las habitaciones que ocuparían. En la planta segunda estarían Enrique en su dormitorio e Irene en otro más pequeño, mientras que Dani y Julia ocuparían el único cuarto que había en la planta baja. Les ofreció un almuerzo en la terraza y se mostró bastante simpático, sobre todo con las dos mujeres. A Irene le pareció un tipo gracioso y a pesar de su aspecto también seductor, además con su tío Enrique podría mantener su ritmo de vida, hasta la convidó con cien euros. Se ocupó de agradar a su cuñada, hasta el mismo Dani llegó a sentirse desplazado. Para él seguía siendo un baboso. Observaba cómo la miraba, cómo le pasaba el brazo por la cintura en plan broma. Y su mujer no se percataba. Esa misma tarde les reunió en su despacho para que firmaran los pagarés, serían una garantía para Enrique, para que en un futuro sus cuñados le devolviesen el dinero.
  • Pero no quiero que os preocupéis, no hay prisas. Yo guardaré estos pagarés hasta que podáis devolverme el dinero.
  • No sé cómo agradecértelo, Enrique – le dijo su cuñada.
  • Dani, vamos tú y yo a celebrar que los problemas se han solucionado. ¿Te importa, cuñada, que vayamos a tomar una copa? – Le dio unas palmadas en el hombro -. El muchacho se lo merece, está agobiado.
  • Vale, vale, yo desocuparé las maletas.
Enrique se llevó a Dani de putas con un grupo de amigos. Fueron a un club de carretera a las afueras de la ciudad. Bebieron bastante alcohol durante horas y se divirtieron bromeando con las chicas que merodeaban por el local. Se tiraron fotos con los móviles. Casi todos los del grupo estaban solteros o separados. Dani se encontraba incómodo en aquel lugar, jamás había visitado un puticlub y jamás había engañado a su esposa. Pero se vio obligado a participar en aquella juerga para complacer a su cuñado. Cuando apuraba una de las copas, Enrique se le acercó.
  • ¿Te diviertes, muchacho?
  • Sí, joder, hacía tiempo que no salía.
Enrique sacó doscientos euros de la cartera y los dejó junto a la copa de Dani. Había dos chicas brasileñas detrás de él.
  • Anda, súbete a esas dos y echa unos buenos polvos, que falta te hacen.
Nervioso, Dani miró a las chicas y ellas le guiñaron un ojo.
  • Déjalo, Enrique, yo…
  • Venga, coño, no pasa nada por divertirse un rato. El sexo es para eso, ¿o no te lo pasas bien follando con tu mujer?
Dani se sonrojó y exhibió una sonrisa estúpida.
  • Sí, ya, pero yo nunca…
  • Tu mujer está como un puto tren, te lo tienes que pasar en grande. Un día de estos me la tienes que dejar que le dé un tiento -. Le dio una palmada en la mejilla -. Venga, coño, folla con esas dos, desahógate un rato. ¡Chsss! Chicas, venid -. Las dos prostitutas se acercaron -. Ese dinero es vuestro. Quiero un completo para este hombre, ¿entendido?
Ambas chicas abrazaron a Dani y se lo llevaron a la zona de las habitaciones. Le echó un polvo a cada una, aunque cuando abandonó el cuarto el remordimiento le acosó monstruosamente. Él amaba con delirio a su esposa y su cuñado Enrique le había empujado a engañarla vilmente con dos prostitutas. Llegó a la barra cabizbajo, con la mirada iluminada por el arrepentimiento. Enrique se acercó en cuanto le vio.
  • ¿Qué? Estaban buenas, ¿eh? -. Asintió intentando sonreír -. ¿No ves? Por divertirse un rato no pasa nada.
  • Si se entera Julia me manda a la mierda…
  • Que no, coño, relájate, si ellas también nos ponen los cuernos y ni nos enteramos.
Regresaron a casa bien entrada la madrugada. Dani irrumpió en su habitación y se desnudó sin encender la luz. Su mujer dormía. La observó unos segundos. Lamentó haberla engañado. El remordimiento le corroía las entrañas. Abatido, se echó a su lado y la abrazó fuerte.
Enrique subió a la segunda planta dando tumbos. Iba bastante borracho. Irene ya estaba acostada y medio adormilada cuando oyó los porrazos. Sin encender la luz, bajó de la cama y abrió un poco la puerta. Vio que su tío entraba en el cuarto de baño y dejaba la puerta abierta. Continuó espiándole. Se tambaleaba por la borrachera. Se quitó la camisa a tirones. Pudo ver su ancha espalda de piel blanca y salpicada de vello. Vio que se desabrochaba el cinturón y se los quitaba. Y enseguida se bajó el slip y se quedó completamente desnudo. Irene contempló el culo de su tío, un culo grande de nalgas corpulentas cubiertas por un vello denso y una raja profunda y oscura. Al inclinarse para quitarse los calcetines, distinguió sus huevos balanceándose levemente entre las dos piernas, unos huevos grandes y peludos. Irene tragó saliva ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Le vio de perfil cuando intentaba alcanzar un batín. Poseía un pene inmenso, considerablemente grueso y largo, con un glande voluminoso. Le colgaba flácido hacia abajo en medio de un vello denso que le llegaba hasta el ombligo. Era el doble de grande que el de Carlos. Se puso el batín, un batín rojo de seda muy corto, unos cuantos centímetros por encima de las rodillas. Y se giró para abandonar el cuarto de baño. Entonces le vio de frente, con el batín desabrochado. Al caminar, la enorme polla se balanceaba hacia los lados y los huevos botaban al son de las zancadas. Temerosa por ser descubierta, cerró la puerta despacio y regresó a la cama. No pudo dormir. La imagen de su tío desnudo la mantuvo despierta toda la noche. Nada que ver con el cuerpo musculoso y depilado de su novio, pero aquel pene, aquel cuerpo velludo y grasiento, aquel cuerpo maduro y varonil le provocó cierta confusión. Nunca lo había hecho, pero se masturbó para sofocar el ardor de su vagina.
A las ocho de la mañana, Irene oyó ruido en la habitación de su tío. Bajó de la cama y abrió un poco la puerta. Vio luz encendida en la habitación. Aguardó casi un cuarto de hora hasta que le vio salir. Apareció con el batín corto de seda, aunque lo llevaba abrochado y sólo se notaba el relieve del slip. Vio parte de su pecho peludo y la parte alta de la abultada barriga, así como sus robustas piernas. Le espió hasta que le vio bajar por las escaleras.
En la cocina, Julia preparaba el café y Dani aguardaba sentado a la mesa. Cuando apareció Enrique ataviado con el batín, ambos se cortaron. En cada zancada el batín tendía a abrirse y se apreciaba el color negro del slip. Julia se sonrojó al verle de aquella manera, con sus robustas piernas a la vista y parte de sus pectorales.
  • Buenos días, Enrique.
Enrique fue directo hacia ella. Vestía un pijama de raso color celeste, compuesto de pantalón suelto y camisa. Descaradamente, le dio una palmadita en la nalga ante la descompuesta mirada de Dani, que observaba desde la mesa como un pasmarote.
  • Buenas días, cuñada -. Ella se volvió y ambos se besaron en las mejillas. Vio que sus enormes tetas se movían tras la tela, aunque llevaba la camisa bien abrochada -. Qué guapísima estás.
  • Gra... Gracias… - respondió cruzando una mirada con su marido -. Siéntate, te preparo un café.
Su cuñado obedeció y tomó asiento junto a Dani. Volvió a darle una palmada en la mejilla.
  • ¡Qué bien te lo pasaste ayer, cabrón!
Dani tragó saliva, temeroso de que con la excusa de que el sexo era pura diversión, le contara a Julia la juerga con las prostitutas. Sólo pudo sonreír como un pasmarote.
  • Os corristeis una buena juerga, ¿no? – preguntó ella sirviéndole el café.
  • No lo pasamos mal. Hoy si quieres salimos tú y yo, cuñada.
Se produjo un incómodo silencio. Dani y ella volvieron a mirarse mientras el cuñado le daba un sorbo a la taza y se encendía un cigarrillo. Dani procuró resolver la embarazosa situación.
  • Es que, es que mañana es el cumpleaños de Julia, y, bueno, esta noche nos gustaría cenar aquí, y…
  • Bueno, pues cenamos aquí, no hay más que hablar.
Después de un rato, Dani y Julia se fueron a su cuarto. Discutieron acerca del comportamiento de Enrique, se tomaba excesivas confianzas, se estaba sobrepasando con creces, pero debían contenerse, si Enrique se enfurecía podía ponerles de patitas en la calle y presentar los pagarés en el banco, lo que supondría la ruina total. Era un hombre demasiado soberbio. Además, Dani temía que contara su encuentro con las prostitutas. Media hora más tarde, Dani y Julia salieron juntos para resolver unos papeleos de la empresa.
Enrique tomaba otro café y hojeaba el periódico cuando levantó la cabeza y vio venir a su sobrina Irene. Llevaba un pijama blanco de raso muy parecido al de su madre, aunque la camisa la llevaba algo más desabrochada y se le apreciaba la ranura de los pechos. A medida que se acercaba, comprobó que se adivinaba el color negro de las bragas por la sombra oscura tras la tela del pantalón, así cómo los pezones erguidos, señalados en la camisa. Ella le vio sentado con las piernas cruzadas y parte de los pectorales a la vista.
  • Buenos días, tío Enrique.
  • Buenos días, guapa.
Pudo verle las tetitas al inclinarse para el beso en la mejilla. Se apoyó en la mesa y las vio colgando hacia abajo por la abertura del escote, unas tetitas muy bien formadas, algo picudas, de largos pezones erguidos y del tamaño de la mano. Vio que actuaba con confianza y naturalidad, sin importarle que la devorara con la mirada. Al verla de espalda notó que llevaba un tanga por la flojedad del pantalón y el vaivén de las nalgas. Estaba para comérsela y parecía demasiado dócil. Se sentó a su lado para desayunar y charlaron durante un rato. Allí, junto a su tío, eróticamente sentado a su lado con el batín abierto y las piernas a la vista, notó la fuerza de la lujuria, pero sonó el móvil que llevaba en el bolsillo. Miró la pantalla y mentalmente lamentó que fuera Carlos, a pesar de que era consciente del riesgo que entrañaba el hecho de tontear con su tío Enrique.
  • Es mi novio, perdona.
Se llevó el móvil a la oreja y envuelta en una conversación con Carlos, abandonó la cocina. Cuando regresó diez minutos más tarde, Enrique ya se había marchado. Se sentó en la cocina preocupada por lo que le estaba pasando. Coqueteando con su tío. Era un disparate. Debía quitárselo de la cabeza.
Por la noche, cuando Dani y Julia llegaron a casa, su cuñado les tenía una sorpresa. Les recibió con el batín de seda roja, abrochado, aunque con parte de su barriga y las piernas al descubierto. Había preparado la mesa del comedor para una cena con todo lujo de detalles en honor a Julia, que al día siguiente celebraba su cumpleaños. Sorprendidos, le agradecieron el gesto. Había de todo. Mariscos de toda clase, frituras de pescado, raciones de carne, postres, vino y champán. Ella, que vestía con unos tejanos y una camiseta ajustada, recibió dos besos en las mejillas y una nueva palmada en el culo en presencia de su marido, pero ninguno de los dos reaccionó ante el abuso de confianza.
  • Sentaos, tu cumpleaños se merece un manjar como este.
  • No hacía falta, Enrique – le dijo ella -. Bastante haces ya por nosotros.
  • Una cuñada tan guapa como tú se merece esto y más.
Dani, aturdido, presenciaba cómo su cuñado pretendía deslumbrar a su mujer, cómo se aprovechaba de la situación de superioridad. Durante la cena sólo conversaron entre ellos, la hizo reír, recordaron momentos del pasado, incluso hablaron de Marta, la hermana de Julia. Dani asistía alelado, desplazado por el temperamento de su cuñado, que apenas le dejaba intervenir cuando trataba de participar en la charla. Bebieron bastante vino y brindaron varias veces con champán. Enrique no dejó de halagarla. Luego sirvió unos chupitos de hierba. Notó a su mujer algo ebria, no paraba de reír, se dejaba manosear por aquel cerdo y no dejaba de tragar los vasitos que le servía. Más tarde se presentó con unas copas de whisky y continuaron bebiendo un rato más. Eran ya las doce cuando Enrique saltó con otra sorpresa.
  • ¿No le regalas nada a tu mujer, Dani?
  • No he podido…
Enrique se levantó y anduvo hacia el mueble. Abrió una de las portezuelas y sacó dos cajas envueltas con papel de regalo. Las colocó delante de Julia.
  • Son para ti
Sorprendida, alternó la mirada entre su marido y su cuñado, algo mareada por los efectos del alcohol.
  • ¿Para mí? Muchas gracias, pero…
  • Te mereces todo por ser tan guapa -. Le pasó la palma bajo la barbilla ante la estúpida mirada de su marido -. Ábrelos.
La primera caja contenía unos zapatos de charol, color negro, de tacón aguja. Le encantaron, eran unos zapatos caros y elegantes, y enseguida se puso de pie para agradecérselo a su cuñado con otro par de besos en las mejillas. Volvió a sentarse para abrir el segundo paquete. Su marido aguardaba como un memo sentado en el sillón de enfrente y su cuñado observaba de pie junto a ella. El regalo dejó helado a Dani, su cara quedó demacrada. Al destapar la caja, sacó un tanga negro con la tira trasera muy fina, así como las laterales, y una delantera de muselina totalmente transparente. Ella, sonriente, desplegó la prenda para mirarla.
  • ¡Qué bonito!
  • ¿Te gusta? Sigue, hay más. Sé que siempre te ha gustado la lencería y he pensado que te gustaría algo así…
Lo siguiente que extrajo fue un picardías color negro, de gasa muy fina, translúcido, con tirantes anudados al cuello, escote en forma de V, muy abierto, y con volantes en la base, muy cortito. Dani no se lo podía creer. El corazón le latía acelerado. Le estaba regalando lencería erótica, unas bragas y un picardía. Y su mujer, medio borracha, actuaba a modo de broma, sin percatarse de las intenciones de aquel cabrón. Lo tendió sobre la mesa para verlo.
  • ¿Te gusta? – le preguntó Enrique.
  • Sí, muy sexy, ¿no?
  • ¿Por qué no te pruebas las tres cosas?
Ella se rió y Dani notó un sudor frío en las sienes, sin embargo se mantuvo inmóvil como un necio.
  • Me da vergüenza, Enrique – se disculpó mirando de reojo a su marido.
  • Venga coño, que veamos lo guapa que estás -. Miró a Dani -. Que se lo pruebe, ¿no, Dani? ¿Eh? Venga, anímala, coño.
  • ¿Qué? – Estaba ofuscado, notaba la circulación sanguínea a cien por hora.
  • Pruébatelo – impuso más seriamente.
Julia se levantó con las prendas y los zapatos en las manos.
  • Bueno, vale, ahora vuelvo.
Dani vio cómo su esposa se dirigía al cuarto de baño. Enrique se echó otro whisky y se acomodó en el sofá, reclinado, con el batín medio abierto, se apreciaba con claridad su slip blanco y gran parte de su enorme panza. Se encendió un cigarrillo. Dani tuvo que darle un buen trago a su copa para serenarse. Aquel hijo de puta se estaba aprovechando de su poder. Julia, en el cuarto de baño, no era muy consciente de lo que estaba sucediendo. Estaba muy borracha. La cabeza no paraba de darle vueltas y tuvo que vomitar y lavarse la cara antes de empezar a cambiarse. Ambos la vieron venir hacia el salón ataviada con el picardías. Caminaba sensualmente meneando las caderas gracias a los tacones. Llevaba los brazos en los costados y los ojos entrecerrados. Enrique se quedó boquiabierto. Se le transparentaba todo a través de la gasa. Era un picardías excesivamente corto, la base de volantes sólo quedaba un par de centímetros por debajo de las ingles, lo que permitía dejar sus muslos a la vista. Las enormes tetas, unas tetas blandas, se mecían en cada zancada tras los flojos tirantes anudados a su cuello, se diferenciaban los gruesos pezones y las manchas circulares, y parte de la masa esponjosa sobresalía por los lados. Igualmente se distinguía el ombligo y la mancha oscura de la vagina tras la delantera del tanga. Dani tuvo que cerrar los ojos para contener el pánico que recorría sus entrañas. Parecía una prostituta. Permitía que su mujer se exhibiese ante aquel cerdo y no hacía nada por impedirlo, y todo por miedo a represalias. Se detuvo en mitad del salón para ser observada.
  • Date la vuelta – le ordenó su cuñado.
Acató la orden y exhibió su culito tras la gasa, con la tira del tanga en el fondo de la raja. Era un culo para romperlo a mordiscos, ancho y con nalgas carnosas y abombadas que vibraban al moverse.
  • ¿Os gusta? – preguntó ella con la voz temblorosa, mirando a Enrique por encima del hombro.
  • Me gustas – le soltó él -. Ven, siéntate a mi lado -. Caminó despacio y tomó asiento a pocos centímetros de él y frente a su marido, con las rodillas juntas y las manos en el regazo, como queriendo tapar su parte más íntima -. Estás demasiado guapa, cuñada – le dijo embelesado con sus tetas, sólo cubiertas por los tirantes en la parte central.
Dani asistía indignado al lamentable espectáculo, sin saber cómo enderezar aquella situación. Vio que su mujer se volvía ligeramente hacia su cuñado con una sonrisa en la boca.
  • Me da vergüenza, Enrique, voy a vestirme.
Enrique se desnudó el cinturón y se abrió el batín exhibiendo el tremendo bulto del slip y su abombada barriga blanca y peluda. Pellizcó cariñosamente la barbilla de su cuñada.
  • Me has puesto cachondo, cuñada.
  • Anda, Enrique, no seas tonto – le dijo propinándole un manotazo para apartarle el brazo.
Le alisó el cabello suavemente con la mano derecha.
  • ¿Por qué no me haces una paja? -. Ella emitió una carcajada y Dani irguió la cabeza, descompuesto de los nervios -. No te importa que tu mujer me haga una paja, ¿no, Dani? – Le preguntó sin apartar la vista de su mujer-. Vamos a divertirnos un rato, ¿verdad, cariño?
  • Enrique, por favor – protestó tímidamente Dani -. No te pases, hombre.
  • Ella también tiene derecho – susurró excitado mientras le alisaba el cabello. Dani notó un tono amenazante -. Vamos, guapa, hazme ese favor.
Ella se puso seria y buscó los ojos de su marido.
  • Enrique, esto no está bien…
  • ¿No me puedes hacer un favor? – dijo elevando el tono de voz -. Me has puesto cachondo… Sólo quiero relajarme un poco. ¿Tanto te cuesta? Creo que lo merezco, ¿no? A tu marido no le importa.
  • Sí, pero, Enrique…
  • Mastúrbame – sentenció.
Julia desplegó una ridícula sonrisa. Vio que su marido, abatido, reclinaba la cabeza sobre las manos sin poder hacer nada. Vio que bebía nerviosamente tragándose todo el whisky. Debía entregarse por el bien de su familia. Suspiró y acercó las manos a aquel cuerpo seboso. Le tiró del slip y lo deslizó por las robustas piernas hacia la altura de las rodillas. Descubrió su polla erecta empinada hacia la barriga y sus huevos gordos, ásperos y peludos. Enrique le dio un sorbo a la copa observando la actuación de su cuñada. Tras bajarle el calzoncillo, se mantuvo erguida, con las manos en el aire, fija en sus genitales. Se percató de que Dani sudaba y les miraba fijamente con el horror dibujado en la mirada.
  • Tócame los huevos – le ordenó.
Muy despacio, plantó la mano derecha sobre los huevos y empezó a sobárselos con extrema suavidad. Enrique jadeó al sentir la mano fría de su cuñada. Los sobaba hundiendo las yemas y apretujándolos con la palma, con aquellos dedos delicados de uñas pintadas de rojo. Dani presenciaba la escena desde el otro sillón, presenciaba cómo su mujer le manoseaba los huevos a otro hombre. Se miraban a los ojos, como si ella fuera la puta y él el cliente. No paraba de acariciarle el cabello y pellizcarle la barbilla. También condujo la izquierda hacia los testículos. Le magreaba los huevos con ambas manos, estrujándolos como si fueran una esponja. Él respiraba excitado y su marido acechaba aterrado, sin poder hacer nada por remediar aquel horror. Continuó sobándole con la izquierda y la derecha la deslizó despacio por el tronco de la verga. Llegó al glande y, a modo de caricia, volvió a bajar con los dedos hasta la base. No quería mirar a su marido y continuaba concentrada en la actuación de sus manos. Le agarró la polla con fuerza para sacudírsela con lentitud. Enrique rugió por la excitación y la mano derecha la deslizó por la espalda de su cuñada. Julia dejó la palma izquierda sobre el vello y aceleró la agitación del brazo para masturbarle más deprisa. Le meneaba la polla con soltura apretujándole el glande. Y Dani cómo espectador, viendo cómo los huevos se mecían con las sacudidas. Los pechos se columpiaban tras la gasa por el intrépido movimiento del brazo. El pezón de la teta derecha asomó por el lado del costado y quedó a la vista. Dani tuvo ganas de avisarla, veía cómo Enrique se fijaba babosamente.
  • No dejes de tocarme los huevos – le susurró. Ella sujetó ahora la verga con la izquierda para poder sobarle los testículos con la derecha. De nuevo aligeró la vibración del brazo. De nuevo las tetas comenzaron a moverse. La derecha ya la tenía casi entera por fuera del tirante. A veces cruzaba una mirada con los patéticos ojos de su marido, pero volvía a concentrarse -. Lo haces muy bien, sigue así -. Miró a Dani. Le temblaba la barbilla, como si fuera a echarse a llorar. Condujo la mano desde la espalda de su cuñada hacia su nuca -. ¿Quieres participar, Dani?
Dani cabeceó mostrando su indignación.
  • Sigue, cuñada, lo estás haciendo muy bien.
Enrique cabeceaba ante las veloces sacudidas que sufría su verga. La teta libre se meneaba como un flan. Su cuñada permanecía concentrada, masturbándole y sobándole los huevos con agilidad. Enrique ya respiraba jadeando, como si fuera a correrse. Ella le apretaba la polla al meneársela y le agarraba los huevos con fuerza. Dani tuvo que levantarse y abandonar el salón, dejó a su mujer a expensas de aquel cerdo. Los celos y la rabia le bombardeaban la mente. Ninguno de los dos le miró al salir, su esposa se afanaba en hacerlo bien. Desde fuera miró por encima del hombro. Enrique rugía. La polla comenzó a salpicar leche sobre la barriga y sobre el brazo de su mujer. Continuó meneándosela, aunque más despacio, escurriéndola, y retiró la mano derecha de los huevos. Dani entró en su dormitorio con las manos en la cabeza y los ojos inundados de lágrimas. Aquello era una pesadilla. Su mujer estaba siendo sometida y humillada. La angustia le provocó serios escalofríos en todo el cuerpo.
Cuando la respiración de Enrique pareció más calmada, Julia le soltó la polla, aunque no se atrevió a moverse. Su cuñado se irguió volviéndose hacia ella y le alisó el cabello. Se fijó en la teta que estaba por fuera del tirante. Ella ni siquiera se había percatado.
  • Estás caliente, ¿verdad? -. Julia sólo tragó saliva. Enrique la empujó con suavidad para que se reclinara sobre el sofá. Le separó las piernas y le deslizó la base del picardías hacia las ingles, dejando bien visible la delantera del tanga, la delantera de gasa transparente donde se apreciaba con claridad la zona velluda de la vagina -. Quiero masturbarte…
  • Enrique…
  • Chssss…
Le pasó el brazo derecho por los hombros para que apoyara la cabeza sobre él y la mano izquierda la plantó encima del tanga. Deslizó los dedos con suavidad por la gasa hacia la tira superior y muy lentamente fue metiendo la mano hasta que la palma abarcó todo el chocho. Ella volvió la cabeza hacia él al sentir la mano sobre su vagina y resopló. Notaba el aliento de su cuñado en la cara. Sus labios estaban a escasos centímetros. El muy hijo de puta había conseguido con sus formas ponerla muy cachonda. No podía evitarlo. Notó que le acariciaba con las yemas entre los labios vaginales arrastrando la yema del dedo corazón. Julia mantenía los ojos bien abiertos. Sintió que le agarraba el coño con parte del dedo corazón metido dentro. Comenzó a meneárselo en círculos, muy despacio, procurando profundizar con el dedo. Desde la habitación de enfrente, Dani se asomó y les vio en el sofá. Su mujer permanecía reclinada sobre el brazo de Enrique, con las piernas separadas y la teta derecha por fuera del tirante. Enrique, erguido, se había vuelto hacia ella y la estaba masturbando. Parte de la mano sobresalía por los laterales de las bragas. A través de la gasa vislumbraba el movimiento de los nudillos agitando el coño de su esposa. Ella miraba fijamente a su cuñado sin apenas parpadear. Poco a poco, Enrique avivó el meneo de la mano tensando las bragas y clavando más profundamente el dedo corazón. Oyó cómo su mujer respiraba por la boca a modo de jadeos y cómo fruncía el entrecejo con la boca abierta. Contempló cómo ella removía la cadera ante los bruscos movimientos de la mano en su coño. Vio cómo cerraba las piernas, como queriendo atrapar la mano que hurgaba dentro de su braga. Resollaba envuelta en una aureola de placer. Dani cerró la puerta y se sentó en el borde de la cama hostigado por los celos y sentimientos horribles.
En el salón, Julia volvió a separar las piernas sin parar de resoplar y menear la cadera. Enrique retiró el brazo de sus hombros y bajó la mano para echar a un lado la delantera de las bragas. Comenzó a follarla con el dedo con más severidad, asestándole fuertes punzadas que le produjeron algún gemido. Con la izquierda le sujetaba la delantera de las bragas. Sus tetas se movían como flanes ante las convulsiones de su cuerpo. Disponía de una visión total de aquel coño peludo.
  • Muévete, puta – le susurró su cuñado.
Ella cabeceaba lujuriosamente en el respaldo del sofá procurando apagar sus gemidos. Enrique le atizaba con fuerza hundiendo el dedo hasta el fondo. De pronto ella se contrajo en un gemido final y se mantuvo inmóvil con los ojos cerrados, señal de que se había corrido. Cuando segundos más tarde abrió los ojos, dio un bufido y su cuñado retiró las manos de su vagina. La braga no llegó a taparle el coño entero y parte de él quedó a la vista. Julia procuraba recuperar el aliento cuando Enrique se levantó. Se colocó entre las piernas de ella, de pie, y vio cómo se bajaba el slip hasta quitárselo. Nervioso, comenzó a sacudirse la verga aceleradamente, desplazando su vista por todo el cuerpo de su cuñada, por su coñito a medio tapar, por su teta por fuera del tirante y por su mirada de placer. Ella sólo presenciaba la masturbación reclinada sobre el sofá. Tardó poco en rociarla de leche, una leche muy dispersa que le cayó por todos lados. Algunas gotitas cayeron sobre el vello del coño, otras sobre la delantera del picardías y algún pegote le manchó la teta que tenía por fuera. Tras exprimir el glande, derramando las últimas gotas sobre la rodilla de Julia, se soltó la verga y anduvo desnudo hacia la mesa para servirse otro cubata y encenderse un cigarrillo. Julia le observó unos segundos sin alterar su posición. Observó su culo gordo y su espalda robusta. Le dio unos sorbos y unas caladas y se acercó al sofá para echarse el batín por encima. No llegó a abrochárselo. La verga se le había ablandado y le colgaba hacia abajo.
  • Ha estado bien, cuñada. Haces unas pajas de escándalo.
Julia se irguió tapándose el coño salpicado y ajustándose el tirante para cubrir la teta. Cogió una servilleta y se la pasó por el picardías para secarse el semen. Luego se levantó alisándose la base.
  • Hasta mañana, Enrique.
La observó en silencio hasta que la vio entrar en el dormitorio. Julia encontró a su marido desfallecido en el borde de la cama, con claros rastros en las mejillas de haber estado llorando. Levantó la mirada al verla. Vio sus manchas en el camisón y la humedad del tanga. Ella, aún con síntomas de mareos, se sentó a su lado.
  • Lo siento, Dani, he tenido que hacerlo -. Dani asintió, de nuevo con las lágrimas reluciendo en sus ojos -. Estamos en sus manos, puede arruinarnos la vida.
  • Hijo de puta… Algún día lo va a pagar…
  • Chsss, todo se arreglará, pero sabes que le necesitamos y tenemos que pensar en la niña. Mañana debe pagar la matrícula y sólo él puede dejarnos el dinero. Ha sido horrible, Dani, para mí y para ti.
  • Va a destrozar nuestras vidas… - lamentó.
  • Es el precio que tendremos que pagar, Dani.
Dani se levantó y merodeó por el cuarto con las manos en la cabeza. Su mujer llevaba razón, a pesar del horror, sus vidas dependían de él y todo por asuntos económicos. Además, persistía la amenaza de que el muy cabrón contara su visita al puticlub y terminara de joder su matrimonio. Si Julia se enteraba, entonces sería su perdición.
  • Encontraré trabajo y nos largaremos de este infierno, te juro que no lo permitiré.
  • Voy a darme una ducha.
Dani, hundido, la observó vestida de puta hasta que se metió en el lavabo. Luego volvió a sentarse en la cama y reclinó la cabeza sobre las manos para soportar el dolor.
Final Parte I.
En la segunda parte, Enrique continuará acechando sexualmente a su cuñada ante los ojos de Dani. También la obsesión de Irene por su tío traerá graves consecuencias.
Joul Negro
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ayback machine 09/03/10 (RELATO BORRADO)
 

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Asuntos Económicos

PARTE II

Irene llegó de madrugada. Había estado con su novio, habían hecho el amor, pero la imagen de su tío desnudo no se le borraba de la cabeza. Su grandioso pene, su cuerpo gordo y peludo, sus enormes testículos y su culo abombado. Ella, tan mona, tan pija, que siempre había salido con chicos guapos y atléticos, que era la envidia de sus amigas, se había obsesionado sexualmente con el cuerpo de un hombre maduro que para colmo era su tío. Estaba hastiada de tanto pensar. Se había masturbado varias veces pensando en él para saciar su recién llegada ninfomanía, algo que jamás había hecho. Temía cometer una locura. Vio que había luz encendida en el dormitorio de sus padres y les oyó susurrar. Empujó la puerta para avisarles de que había llegado y darle las buenas noches. Su padre permanecía desfallecido sentado en el borde de la cama y su madre también estaba despierta sentada sobre el respaldo.

¿Estáis bien?
No pasa nada, hija, buenas noches – le dijo su madre.
Su padre ni le contestó. Irrumpió en el salón y vio las botellas y los vasos vacíos repartidos por la mesa. Descubrió el calzoncillo de su tío tirado en el suelo. Lo recogió y con los ojos cerrados se lo llevó a la nariz para olerlo. Sintió un escalofrío en la vagina y tuvo que tocarse. Estaban húmedos y apestaban a orín, pero sus indecentes pensamientos resultaban muy poderosos. Volvió a dejarlos en el mismo sitio y sigilosamente subió a la segundas planta. La puerta del cuarto de su tío permanecía abierta y un resplandor de luz tenue alumbraba parte del pasillo. Anduvo despacio hasta que pudo asomarse. La lámpara de la mesita de noche estaba encendida y había una botella de coñac volcada en el suelo. Su tío Enrique permanecía tumbado bocabajo encima de la cama, completamente desnudo. Se centró en el culo de nalgas blancas y abombadas, salpicadas de vello negro, con una raja profunda tupida de pelillos. Los huevos entre las piernas, unos huevos grandes y peludos, reposaban sobre el colchón. Irene soltó un bufido y se mordió el labio inferior al sentir el ardor en la vagina. No podía verle el pene, lo mantenía estrujado bajo la barriga, pero aquel culo tan macho y aquellos testículos elevaron la calentura de su mente. Con la mano izquierda se levantó la falda y con la derecha se echó la braga a un lado para frotarse el chocho con frenesí, sin dejar de mirar en ningún momento hacia aquel cuerpo seboso. Aguardó más de media hora observándole por si se daba la vuelta, pero al final se encerró en su habitación y apenas pudo dormir.

Dani tampoco pudo pegar ojo y antes de la seis de la mañana ya estaba vistiéndose.

¿Dónde vas? – le preguntó Julia desde la cama.
Esto es una locura, Julia. Hijo de puta. Voy a buscar trabajo, donde sea, tenemos que salir de aquí.
¿Dónde, Dani? Estamos asfixiados. ¿Cómo nos ha pasado esto? Debemos tanto. Hoy cumple el plazo de la matrícula de la niña. ¿Cómo lo hacemos?
No lo sé, joder, buscaré una solución. Conseguiré el dinero. Hablaré con los bancos y con algunos acreedores para ver si negociamos la deuda. Ese cabrón pagará por lo que nos está haciendo. No te preocupes, mi amor, lo conseguiré.
Dani se inclinó y besó a su mujer. Después se dieron un abrazo y un rato más tarde abandonó la casa. La deuda era desorbitada y aunque consiguiera un buen empleo sabía que no resolverían los asuntos económicos. Su cuñado controlaba sus vidas y debía tragarse el orgullo y pedirle el dinero de la matrícula para que su hija pudiera entrar en la universidad. Debía hacerlo por ella. Debía entregarse por mucho que le doliera. Frente al espejo, se quitó el pijama y se quedó únicamente con unas braguitas blancas. Se cubrió con un albornoz blanco y salió del cuarto en dirección a la segunda planta.

Irene sólo había dormido a ratos. Escuchó a su padre cuando abandonó la casa y sintió a su madre subir por las escaleras. Eran las siete y media de la mañana. Bajó de la cama y se asomó con cuidado. Pensó que venía a verla, pero su madre pasó por delante en dirección al cuarto de su tío. Irene frunció el entrecejo, extrañada. Iba a pillarlo desnudo encima de la cama. Dudó si avisarla, pero se mantuvo inmóvil, oculta tras la puerta.

Julia dudó unos instantes antes de pedir permiso golpeando la puerta con los nudillos.

¿Enrique? Soy Julia.
¡Pasa!
Abochornada, empujó la puerta y cerró tras de sí, aunque los nervios la traicionaron y no llegó a encajarla del todo. Irene vio la pequeña ranura por donde podía espiarles y no dudó en acercarse para husmear. Vio a su madre de espaldas y a su tío Enrique en el fondo apagando un cigarrillo. Estaba de pie frente a una cómoda, desnudo. El largo y ancho pene le colgaba lacio hacia abajo. Su madre no parecía inmutarse por verle en aquella situación y se imaginó que tenía un lío con su tío.

Enrique caminó en presencia de su cuñada hacia la ventana para subir la persiana. Julia se fijó en cómo la enorme polla se mecía hacia los lados en cada zancada y cómo los inmensos huevos botaban. Le vio de espaldas, examinó su tremendo culo y su espalda robusta y peluda. Sabía que debía actuar con naturalidad ante él para apaciguar su talante. Al pasar junto a ella le atizó un cachete en el culo por encima del albornoz.

¿Dónde vas tan temprano, cuñada? – le preguntó tumbándose boca arriba encima de la cama, con la verga echada a un lado -. Estás muy guapa.
Necesitaba quinientos euros para la matrícula de la niña. Hoy cumple el plazo y, bueno, pensábamos ir a casa de mi suegra esta tarde, bueno, mañana intentaría devolvértelos.
Allí tienes la cartera y coge lo que necesites. No quiero verte preocupada.
Julia dio media vuelta y se dirigió a la cómoda. Abrió la cartera y extrajo cinco billetes de cien. Se los metió en el bolsillo y volvió a girarse hacia su cuñado.

Gracias, Enrique, de verdad.
No las mereces. Anoche pasamos un buen rato, ¿verdad? -. Ella sonrió con amargura y asintió -. ¿Quieres echarte un rato aquí conmigo?
Era consciente de que no podía eludir el compromiso. Se desabrochó el albornoz y se lo quitó despacio ante los ojos de su cuñado. Sus enormes tetazas balanceantes quedaron a la vista, así como sus braguitas blancas de satén. Tenía que hacerlo. Cerró los ojos y fue bajándose las bragas con la misma lentitud. Ambas prendas las dejó en el suelo. Enrique se sacudió la verga para enderezarla al ver a su cuñada a su entera disposición. Se fijó en su coño de abundante vello y en las esponjosas tetas. Caminó hacia el borde de la cama y se echó de costado junto a su cuñado, con la teta izquierda apretujada contra su costado grasiento y la derecha rozando su pecho peludo. Se mantuvo erguida apoyada sobre el codo. Él giró la cabeza hacia ella.

Bésame… -. Julia intentó volver la cabeza para rechazarle, pero la sujetó con rudeza por las mejillas y la obligó a mirarle -. Bésame.
Julia se echó sobre él con ambas tetas aplastadas contra su vientre. Comenzaron a besarse apasionadamente enrollando las lenguas. Él le pasó el brazo por los hombros para acariciarle la espalda y ella condujo la mano derecha hacia la abombada barriga para manoseársela con la palma. Poco a poco fue bajando la mano hacia los genitales. No paraban de besarse. La palma pasó por el denso vello, por encima de la verga y se detuvo en los huevos para sobarlos a modo de leves estrujones. Enrique rugió de placer al sentir cómo le tocaba los huevos y ella apartó la cabeza unos centímetros de la boca de su cuñado. Desde el pasillo Irene contemplaba cómo su madre, obligada por las circunstancias, magreaba el cuerpo de su tío. Le tocaba los huevos con empeño y vio que flexionaba la pierna derecha y la subía sobre las de su tío Enrique, con el coño pegado al costado. Tras sobarle los huevos, muy despacio deslizó la palma hacia la enorme verga. La sujetó con delicadeza y muy suavemente comenzó a sacudírsela. Enrique sólo jadeaba con los ojos y la boca muy abiertos, concentrado, con la mirada perdida en el techo mientras su cuñada le zarandeaba la polla. Julia meneaba la cadera con lentitud, cómo queriendo refregar el coño contra el muslo de su cuñado. Cada vez iba acelerando las sacudidas. Desde su posición, Irene les veía de frente, veía los huevos mecerse al son de los movimientos del brazo, veía la mano de su madre aferrada al enorme pene, veía el culo de su madre meneándose contra el muslo de su tío, veía las tetas deslizarse suavemente contra el pecho peludo. No lo pudo resistir. Se metió la mano dentro de la braga para menearse el coño con la escena. Qué suerte tenía su madre de disfrutar de aquel cuerpo tan macho.

Mientras le masturbaba y se masturbaba ella refregando el coño por el muslo, le miraba. El hijo de perra conseguía con sus formas ponerla caliente. Tenía un cuerpo asqueroso, era un cabrón, pero resultaba inevitable embriagarse de aquel placer. Ella misma acercó la cabeza para besarle de nuevo. Quería hacerlo bien.

Chúpamela – susurró Enrique .
Julia se echó sobre su vientre y sin soltar la verga comenzó a lamérsela moviendo lentamente la cabeza. Enrique le acariciaba el culo mientra se la mamaba. Con las tetas apretadas contra la barriga, lamía deslizando los labios desde el glande hasta la base. Cuando notaba el glande en la garganta, volvía a subir hasta la punta y de nuevo se la introducía hasta el fondo. Con los dedos dentro del coño, su hija Irene contemplaba fascinada cómo su madre probaba aquella deliciosa polla. Una de las veces dejó de mamársela para sacudirla cerca de los labios. Irene vio cómo brillaba la saliva en todo el tronco. Sin parar de agitarla, Julia miró hacia su cuñado. Fue una mirada intensa. Enrique la agarró por los pelos y tiró de ella para besarla de nuevo. Ahora ella le sobaba los huevos con fuertes estrujamientos.

¿Quieres que te folle? –. Julia cerró los ojos y asintió -. Date la vuelta.
Acató la orden y se volvió hacia el otro lado, de cara a la pared. Su cuñado se pegó a ella y enseguida notó la verga por sus nalgas. Enrique se agarró la polla para dirigirla hacia los bajos del culo, en busca del chocho fresco que debía taladrar. Ella notó el glande entre sus labios vaginales, bastante húmedos por el flujo vaginal. Notó cómo se la hundía lentamente. Gimió al percibir cómo le abría el coño al resbalar hacia dentro. Se la metió hasta los huevos y enseguida comenzó a follarla con agilidad asestándole duramente. Ambos jadeaban a la vez. Él le achuchaba las tetas mientras la follaba y ella llevó el brazo hacia atrás para apoyar la mano en su culo peludo y ayudarle a empujar. Sentía su aliento en la nuca. A veces le miraba por encima del hombro con el ceño fruncido. Irene seguía masturbándose observando cómo su tío se follaba a su madre. Contemplaba cómo Enrique contraía el culo para ahondar, contemplaba los huevos moviéndose al son de las sacudidas, oía los gemidos, los chasquidos al chocar la cadera contra las nalgas de su madre. Vio cómo su tío sudaba como un cerdo. Magreaba las tetas de su madre con rabia y a veces subía la palma por el cuello y le tapaba la boca. Estuvieron follando en esa posición unos minutos, hasta que Enrique aceleró las contracciones del culo y emitió un último jadeo quedándose inmóvil con la polla metida hasta el fondo. Julia notó cómo le inundaba el coño de leche y respiró trabajosamente por la boca para recuperar el aliento. Unos segundos más tarde, Enrique se retiró de su lado y quedó tumbado boca arriba, fatigado por el enorme polvo que acababa de echarle a su cuñada. Irene pudo ver la polla dura y empinada reposando sobre los bajos del vientre, con el glande reluciente por las manchas de semen.

Julia bajó de la cama y caminó desnuda hacia la cómoda para encenderse un cigarrillo. Hacia años que no fumaba. Le tembló el pulso al encendérselo. Estaba nerviosa por muchas razones. Irene la vio de espaldas. Vio un goterón de semen blanco y espeso colgando de la entrepierna y sus nalgas enrojecidas de los golpes de la cadera. Tras unas caladas, Julia se volvió hacia su cuñado. Ahora Irene pudo ver su vello vaginal salpicado de pequeñas gotitas blancas.

Esto no esta bien, Enrique, yo quiero mucho a mi marido.
No pasa nada, mujer, sólo nos estamos divirtiendo un rato.
Él no se merece esto, Enrique…
¡Que no pasa nada, coño!
Julia apagó el cigarrillo, recogió sus bragas y se echó el albornoz por encima.

Voy abajo, tengo que salir.
Muy bien.
Irene corrió hacia su habitación antes de que la pillara. Su madre pasó por delante de la habitación abrochándose el albornoz. Merodeó por el cuarto sin parar de tocarse el coño, fantaseando con su tío, con unas ganas inmensas de probar aquella deliciosa verga, con ganas de masturbarle, de besarle, de ser follada como había follado a su madre. Comprendió que de la noche a la mañana se había convertido en una ninfómana. Su novio la telefoneó para quedar, pero ella eludió el compromiso con excusas absurdas. Cuando una hora más tarde sintió que su madre salía a hacer la compra, se atavió con un camisón negro de seda muy provocativo. Era corto con amplias aberturas laterales hasta la cintura, muy suelto, escote muy pronunciado con forma de V que dejaba parte de sus pechos a la vista, dobles tirantes anudados al cuello y espalda al descubierto. Se calzó con unos zuecos y bajó a toda prisa a la cocina a esperar que bajara su tío. Cuando le oyó por las escaleras, simuló que se preparaba un café. Enrique la vio de espaldas junto a la cafetera. La tela sedosa y brillante definía a la perfección las curvas de su culito, incluso definía la raja, señal de que no llevaba ni bragas. Se fijó en las amplias aberturas del camisón que dejaban a la luz parte de sus nalgas y la bonita espalda fina y delicada.

Buenos días, sobrina – la saludó, sorprendido de lo atrevida que resultaba.
Irene dio media vuelta. Lamentablemente no iba en slip e iba vestido con chaqueta y corbata. Enrique reparó en su escote y en la parte visible de sus tetas, así como en la forma de los pezones tras la fina tela.

Buenos días, tío. Un beso.
Al inclinarse se fijó en cómo se movían y en cómo tendían a salirse. Se besaron en las mejillas y ella se volvió enseguida hacia la encimera.

¿Un café?
Sí, pon un café.
Al alzar los brazos para coger la taza, el camisón se subió unos centímetros y entonces pudo apreciar la parte baja de las nalgas. La hija de puta no lleva bragas, pensó excitado. Llevaba el camisón muy flojo y al servir el café las tetas se movían con flacidez, incluso parte de un pezón asomó por el lateral del escote. Estaba para comérsela.

¿Qué vas a estudiar? – le preguntó su tío.
¡Puff! Psicología, por estudiar algo. Me hubiera gustado ser modelo, pero es muy difícil entrar en ese mundo. Lo he intentado en algunas agencias, pero hay que tener enchufe.
Eres muy guapa y estás muy buena como para desperdiciar esa oportunidad. Conozco gente que te puede entrar en ese mundillo.
¿De verdad?
Hablaré con alguno, me deben algunos favores.
No sé cómo agradecértelo, tío Enrique…
En ese momento sonó el móvil de su tío y con aquella llamada se desperdició la oportunidad que ella andaba buscando, porque tuvo que marcharse a toda prisa a una importante reunión. Decepcionada, subió a su habitación y se tumbó en la cama envuelta en sus fantasías. No atendió las llamadas de su novio ni tuvo fuerzas para salir de casa. Su tío Enrique se había apoderado de su mente.

Al mediodía almorzaron los tres juntos en la cocina. Dani aún no había vuelto. Conversaron sobre la ilusión de Irene por ser modelo y sobre la promesa de Enrique de que la ayudaría a meterse en el mundillo gracia a ciertas amistades.

La haremos famosa, cuñada, al final tu hija será la solución a todos vuestros problemas.
Gracias, Enrique, de todas formas no está demás que estudie…
Julia convenció a Irene para que fuera a la Universidad a tramitar la matrícula y tras la comida llamó su novio para que la acompañara. De nuevo Julia y Enrique se quedaron a solas en la casa. Él se echó una copa de coñac mientras ella terminaba de secar la loza. La observaba. Llevaba unas mayas blancas ajustadas y una camiseta negra de tirantes que definía el inmenso volumen de sus pechos.

Límpiame el polvo del despacho…
Vale.
Obediente, se dirigió hacia el despacho y él la siguió con la copa en la mano. Aún llevaba puesto el pantalón fino y la camisa blanca. Diligentemente, Julia se puso a pasar el paño por las estanterías. Enrique rodeó la mesa y se sentó en un cómoda sofá, reclinado y con las piernas abiertas. Mientras fumaba y bebía pequeños sorbos del coñac, se dedicaba a observar a su cuñada, en cómo contoneaba el ancho culo y en cómo se columpiaban sus tetas bajo la camiseta. De reojo, Julia vio que se desabrochaba la camisa y exhibía su pronunciada barriga.

Date la vuelta -. Julia dejó de limpiar y se volvió para mirarle -. Me vuelves loco. Siempre te he deseado. Sácate las tetas.
Enrique, por favor.
Sácate las putas tetas…
Tragó saliva al bajarse el escote y mostrar sus voluminosos y esponjosos pechos.

Muévelas para mí.
Nerviosa, meneó el tórax y sus tetas se balancearon levemente chocando la una contra la otra. Mientras las exponía y las movía, él no paraba de dar sorbos a la copa y dar caladas al cigarro, fascinado con el espectáculo.

Quiero chuparte el culo.
Julia acataba cualquier orden como una sumisa. Dio unos pasos hacia él y se volvió dándole la espalda. Se inclinó hacia delante y se bajó las mayas y las bragas a la vez, hasta las rodillas. Plantó su culo a escasos centímetros de la cara de su cuñado. Enrique se irguió y acercó la boca para estamparle besitos en las nalgas, por todos lados, uno tras otro. Luego empezó a deslizar la lengua muy despacio por la fría y fina piel, primero en una nalga y luego en otra. A veces insertaba la nariz y olía dentro de la raja. Después lo palpó con las manos y con lo acarició despacio. Ella mantenía las piernas juntas. Con los pulgares le abrió la raja e insertó la punta de la lengua lamiendo su ano. Julia se contrajo al notar el cosquilleo de la lengua. Lo meneaba en la boca de su cuñado percibiendo una ola de placer en su vagina. Unos segundos más tardes se lo chupó a base de lengüetazos, deslizando toda la lengua por encima del agujerito. Se lo dejó abrillantado por la saliva, retiró los pulgares y se reclinó de nuevo en el sofá. Durante unos segundos se dedicó a admirarle el culo.

Date la vuelta -. Julia se irguió y se volvió hacia él, esta vez con el coño a la altura de la cara -. Arrodíllate -. Julia se arrodilló entre sus piernas -. Hazme una mamada.
Mientras él se desabrochaba la bragueta y el cinturón, ella aguardaba con impaciencia erguida sobre las piernas de él. Tenía que chupársela y tenía que hacerlo bien. Enrique se abrió el pantalón hacia los lados y en cuanto se bajó la delantera del slip se lanzó a mamársela. Se metió la polla hasta la campanilla y enseguida se puso a chupetearla por todos lados. A veces bajaba hasta los huevos y tras unos lengüetazos volvía subir por el tronco hasta el glande. Enrique se reclinó relajado. Su cuñada sabía chuparla. Le plantó la mano encima de la cabeza para ayudarla a mamar y cerró los ojos para concentrarse.

Dani abrió la puerta principal de la casa y no oyó nada. Había visto el coche de su cuñado aparcado en la puerta y Julia no le había telefoneado. Tenía un fuerte dolor de cabeza y estaba profundamente desalentado. Nadie quería contratar a un parado de cuarenta y tanto años. Seguía dependiendo de aquel hijo de puta que se había aprovechado de su mujer. Se sentía un desgraciado. La buscó por algunas dependencias de la casa hasta que oyó como unos susurros. Provenían del despacho de su cuñado. Sin imaginarse lo que sucedía tras aquella pared, empujó la puerta con decisión en busca de su mujer. Y descubrió la mamada que le estaba haciendo. El mundo se le vino encima. En principio, ninguno de los dos se percató de su presencia. Les vio de perfil. Su cuñado permanecía reclinado en el sofá con las piernas separada. Su mujer, arrodillada, con el culo al aire y las tetas aplastadas contra el pantalón de Enrique, se la sacudía vertiginosamente con el glande encima de la lengua. Parecía tener los ojos vueltos, muy concentrada en la masturbación. Pudo ver diminutos salpicones de saliva saltando hacia todos lados. Enrique volvió la cabeza hacia la puerta con los ojos entrecerrados y vio a Dani petrificado bajo el marco, pero el delirio resultaba tan desbordante que volvió a mirar al frente sin inmutarse. Unos segundos más tarde fue Julia quien apartó la boca del glande sin parar de sacudirla y volvió el tórax hacia su marido. Se miraron a los ojos. La polla le golpeaba una teta con violencia por las frenéticas sacudidas del brazo.

Sigue chupando, joder…
Con la misma docilidad, volvió la cara hacia la verga para continuar lamiéndosela. En ese momento, Dani cerró la puerta. Comenzó a sudar de terror, su mundo se desmoronaba. Su mujer estaba pagando un precio excesivamente caro por su culpa. Y allí estaba él, consintiendo aquellas humillaciones como un imbécil. Oyó a su cuñado jadear secamente a modo de alaridos, señal de que iba a correrse. Se alejó hacia la cocina y se sentó a la mesa con las manos en la cabeza. Los jadeos de Enrique retumbaban en toda la casa. De pronto cesaron. Le vio salir un par de minutos más tarde abrochándose el pantalón y subiéndose la bragueta. Se dirigió hacia su posición ajustándose la camisa.

Lo siento, cuñado, nos hemos estado divirtiendo un rato. Espero que no te importe -. Le dio unas palmadas en la cara -. Tú te tiraste dos putas el otro día, ¿no? – Le dijo a modo de amenaza -. Venga, hombre, alegra esa cara, hostias.
Dani, ofuscado, se levantó precipitadamente hacia el despacho donde se encontraba su esposa. Cuando abrió la puerta se la encontró secándose las tetas con un pañuelo de papel. Ya se había subido las mayas y al verle se subió el escote. Distinguió restos de semen bajo sus labios y algunas salpicaduras en el cabello. El cabrón se había corrido en su cara. No supo qué decir y se recostó contra la pared, ya con algunas lágrimas abrillantando sus ojos.

Lo siento, Julia…
Julia se pasó el dorso de la mano para secarse la barbilla.

No pasa nada, Dani.
Todo es culpa mía.
No pasa nada, Dani, es el precio que tenemos que pagar.
En ese preciso momento, sonó el móvil de Dani. Fue para otra mala noticia. Era su hermana para comunicarle que habían ingresado a su madre con un infarto al corazón.

Tengo que ir, Julia, pero no quiero quedarte sola con ese cerdo.
Te acompaño.
Julia se encargó de telefonear a su cuñado Enrique cuando ya se encontraban fuera de la casa. Le informó de lo sucedido y Enrique le dijo que no se preocupara y que si necesitaban alguna cosa, él estaría para lo que hiciera falta.

Gracias, Enrique.
Inmediatamente después telefoneó a su hija Irene y le contó la noticia.

Está muy mal, hija, tu padre y yo vamos hacia el hospital. Vete a casa y ya te llamaré.
Irene vio una oportunidad de oro en el infarto de su abuela.

Final Parte II.

En la tercera parte, Irene se las ingeniará para seducir a su tío, aunque el riesgo le cueste el amor de su novio. Su ninfomanía es ilimitada. También Dani pagará un alto coste por su cobardía.

Joul Negro

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PARTE III

Su repentina ninfomanía le impidió sentir nada por su abuela, sólo vio una ocasión excepcional de un pasar un rato a solas con su tío Enrique. Ya eran las ocho de la noche. Para asegurarse, telefoneó a casa y su tío atendió la llamada, pero ella colgó precipitadamente. Estaban tomando una copa en la terraza de un bar con unos amigos. Se acercó a Carlos y le contó lo de su abuela.

Tengo que irme, cariño.
Te acompaño – se dispuso Carlos.
No, quédate, ya te llamo yo cuando sepa algo más. Voy a casa a cambiarme y me voy al hospital. Déjame las llaves del coche.
¿Seguro que no quieres que te acompañe?
De verdad, yo te llamo a la hora que sea.
Iba vestida con unos tejanos, tacones y una camiseta ajustada. Demasiado informal. Debía llamar la atención de su tío Enrique, debía provocarle de manera ingenua y la mejor forma era vestirse atrevidamente. De camino a casa, se pasó por unos grandes almacenes para cambiarse de ropa. Eligió un vestido blanco de hilo muy ajustado y corto, bastante provocativo, y un juego de ropa interior excesivamente sensual. Se trataba de unas bragas color lila de gasa, completamente transparente. Al mirarse al espejo comprobó cómo se le transparentaba todo el chocho, al más mínimo detalle. Llevaba unas finas tiras a los lados y al mirarse por detrás vio que igualmente se adivinaba la raja de su culito a la perfección. El sujetador era de encaje, aunque con las mismas transparencias, de hecho podían verse los pezones de sus tetitas. Las medias eran también lilas, con ligas de encaje, hasta medio muslo. Resultaba incitante. Salió del centro ya con el nuevo atuendo y más de uno le silbó al verla vestida de aquella manera tan sugerente.

Eran cerca de las once cuando entró en casa. Su madre la había llamado para decirle que pasarían la noche en el hospital. Estaba emocionada, con el chocho húmedo sólo de las fantasías. Ni siquiera atendió las llamadas de Carlos. Miró en el salón y la cocina, estaban a oscuras, y tampoco le vio en la terraza. Temió que hubiera salido con sus amigos. Subió a la segunda planta y vio luz encendida bajo la puerta de su habitación. Estaba allí. Era temprano como para que ya estuviera acostado. Se acercó muy despacio y apoyó la oreja en la puerta. Oyó gemidos en la televisión, imaginó que estaba viendo una película porno. Una situación ideal para su propósito. Retrocedió todo el pasillo, se puso los tacones y caminó procurando llamar la atención. Efectivamente, a medida que se acercaba a la puerta, se dejó de oír la televisión. Dio unos golpecitos con los nudillos.

¿Tío Enrique?
Pasa, Irene.
Al abrir la puerta le descubrió caminando hacia la cómoda con un cigarro en la boca. Llevaba una camiseta ajustada de tirantes e iba con un slip blanco igual de ajustado y con una mancha en la delantera. Distinguió la silueta del pene y parecía inflado, como si hubiera estado masturbándose. Lo llevaba echado a un lado. El vello denso le sobresalía por la tira de arriba y se fijó en sus robustas piernas peludas. Todo el paquete le botaba en cada zancada. Sintió que el chocho se le anegaba de flujos. Vio la imagen congelada en la televisión donde aparecía una mujer desnuda.

¿Te has enterado de lo de tu abuela? Pasa, mujer…
Enrique la examinó con descaro. Iba muy provocativa con aquel vestidito tan ceñido y aquellas medias tan sensuales. Notó la sombra de las bragas tras la tela. Parecía una muñeca con su media melena rubia y sus ojos negros, una modelo de revista. Estaba para comérsela y no parecía inmutarse de verle medio desnudo. Se sirvió una copa de coñac. Irene pasó dentro y cerró la puerta tras de sí.

Me ha llamado mi madre, está en la UCI. Ellos pasarán la noche allí.
Pobre mujer, ya verás como se recupera.
Al pasar por su lado en dirección a la cama, le asestó un cariñoso cachete en el trasero. Irene sólo sonrió ante el atrevimiento.

Estás muy guapa, sobrina.
Gracias. Y gracias por lo de la matrícula, tío.
Lo que necesites.
Enrique se echó encima de la cama con la cabeza apoyada en el cabecero. Clavó los ojos en aquella monada y llegó a pellizcarse sin pudor bajo los huevos. Parecía una puta a su entera disposición. Los ojos de Irene reparaban en el enorme bulto que sobresalía del slip. Notó que se sonrojaba, que quizás se notaba demasiado el hervor sexual que corría por sus venas. El silencio la incomodó y tragó saliva sin saber qué hacer ni qué decir. Quizás lo mejor era retirarse y dejar las cosas como estaban o confesarle sus necesidades sexuales, pero su tío la sacó de la incomodidad del momento.

¿Quieres una copa? -. Irene encogió los hombros, como queriendo parecer una incrédula -. Venga, tómate una copa conmigo.
Cada vez más nerviosa, se acercó a la cómoda y se llenó una copa de whisky. El primer sorbo fue largo, necesitaba serenar sus impulsos. Sabía que su tío la devoraba con la mirada. Con ganas de comerse aquel culito, Enrique volvió a rascarse los genitales, aún con el pene bastante hinchado. Cuando ella se acercó al borde de la cama, él extendió el brazo para brindar con ella.

Un brindis por lo guapa que estás.
Cómo eres, tío – sonrió estrellando su copa contra la de él.
Ambos bebieron un trago. Él continuaba recostado bocarriba y ella se mantenía de pie junto a la cama. Enrique soltó la copa en la mesilla para encenderse otro cigarrillo.

¿Por qué no te pones cómoda?
La verdad es que aquí hace calor. ¿No tienes aire? – tonteó.
No me gusta mucho el aire acondicionado -. Irene se fijó que unas gotas de sudor abrillantaban sus sienes y su frente -. ¿Por qué no te quitas el vestido? Ponte cómoda, anda.
Sintió cómo le hervía la vagina. Soltó la copa en la mesita y caminó de espaldas a él hacia el perchero. Sabía que la acechaba con la mirada. Llegaba el momento crucial. Sabía que iba a disfrutar de aquel cuerpo grasiento y tan macho, de piel velluda, piernas robustas y un pene impresionante, nada que ver con el cuerpo pijo de su novio, con sus músculos moldeados en el gimnasio, su piel depilada y su pene raquítico. Enrique daba profundas caladas al cigarro al ver cómo iba desabrochándose la corredera del vestido. Al quitárselo dejándolo caer al suelo, tuvo que frotarse el bulto. A través de la muselina diferenció con claridad la rajita del culo, un culo estrecho de nalgas ligeramente abombadas. Las medias y las ligas de encaje le daban el toque erótico. Cogió la copa y se giró hacia él. Entonces vio su coñito tras la gasa, una fina línea de vello bien depilada, con los pelillos apretujados contra la prenda. Seducido, dio una profunda calada fijándose en el sujetador, de encaje, con los pezones algo visibles entre los bordados. La examinó de los pies a la cabeza. Su cabello, sus labios pintados, sus uñas pintadas de un rojo brillante, su vientre plano y liso y su piel bronceada y delicada. Era suya, aquella putita era sólo para él. Ante sus ojos, sintió la necesidad de rascarse de nuevo, incluso parte del glande asomó por encima de la tira superior.

Estás muy hermosa. ¿Por qué no te quitas el sujetador?
No sé, me da cosa…
Vamos, no seas tonta, ¿no hacéis top less en la playa y no os importa?
Irene echó los brazos hacia atrás y se desabrochó el sostén. Lo retiró despacio dejándolo caer al suelo. Exhibió ante su tío sus tetitas algo picudas y duras, de pezones largos y oscuros, pero bastante grandes.

Tienes unas tetitas muy bonitas.
¿Te gustan?
Me encantan. Ven siéntate aquí.
Se acercó contoneando las caderas gracias a los tacones, exhibiendo su coñito por las transparencias de las braguitas. Se sentó en el borde de la cama, a la derecha de su tío, más o menos a la altura de su cintura, y cruzó las piernas depositando la copa en la mesita. Enrique extendió el brazo y le acarició las tetas con las yemas, muy suavemente, pasando los dedos por los pezones.

Son preciosas -. Irene se las miró -. Acércate, dame un beso.
Se echó sobre él, con sus pezones rozando la camiseta de tirantes. Acercó los labios a los de su tío y se fundieron en un delirante y lujurioso beso. Las lenguas se tentaban nerviosas. Él le metió la mano bajo la melena y la sujetó por la nuca para morrearla con más fuerza. Los labios se enroscaban alargando la pasión. Ella separó la boca unos centímetros, le miró a los ojos y volvió a fundirse en otro beso, más rabioso, con las lenguas luchando dentro de sus bocas. Tras el largo beso Irene volvió a erguirse. Plantó su manita derecha encima de su muslo y se lo acarició con suavidad desde la rodilla hasta la ingle. Cómo gozaba con tocar aquella piel áspera y blanca salpicada de vello.

El whisky, me estoy enrollando con mi tío.
Tranquila, mujer, lléname la copa. Tú y yo vamos a pasar un buen rato y nadie tiene que enterarse.
Cogió su copita, se levantó y se dirigió a la cómoda, permitiendo que su tío disfrutara de las vistas traseras que ofrecían sus bragas. Regresó al borde de la cama, esta vez exhibiendo las transparencias delanteras y sus tetitas vibrando con las zancadas. Le entregó la copa y volvió a sentarse en el borde, girada hacia él. Mientras su tío bebía unos sorbos, ella se atrevió a plantar la mano encima de su enorme barriga. Primero la paseó por encima de la camiseta, pero enseguida la metió por debajo deslizándola por el vientre hacia sus pechos. Fue subiendo la prenda hasta las axilas, dejando a la vista su pronunciada panza y sus pectorales velludos. Sudaba como un cabrón, los chorreones le caían por todos lados y notaba la humedad en su palma. La muy puta está caliente como una perra, pensó Enrique dejándose acariciar. Volvió a echarse sobre él en busca de otro beso. Esta vez Enrique notó la punta de los pezones por su piel. Se besaron a mordiscos, hasta que ella apartó la cabeza y volvió a erguirse, esta vez para acariciarle la panza con las dos manos, a modo de masaje. Aquella princesita estaba dispuesta a todo y él estaba dispuesto a romperle el culo follándola. Aprovechó la pausa para darle otro sorbo a la copa. Ella volvió a inclinarse, esta vez para lamerle las tetillas. Arrastraba los labios por el vello hacia el otro pectoral para mordisquearle el saliente. La mano derecha la condujo al muslo para acariciárselo por la cara interna, deslizando la palma con lentitud hacia la ingle, hasta que el canto de su manita rozó el lateral de los testículos. Mientras su sobrina recorría sus pectorales con la lengua, Enrique soltó la copa y pulsó un botón del mando a distancia. Empezó a reproducirse la película porno que estaba viendo antes de que ella llegara. Se trataba de un trío, dos hombres cepillándose a una madura. Al oír el sonido, Irene se irguió y volvió la cabeza hacia la pantalla sin apartar las manos de la barriga.

¿Qué película es?
Una porno. Estás cachonda -. Irene miró a su tío y esta vez se atrevió a plantar la palma encima del paquete. Lo estrujó con las yemas, deseosa de tocarlo -. ¿Quieres masturbarme? -. Asintió con el placer reflejado en la mirada -. Sácame la polla y mastúrbame.
Muy despacio, le bajó el slip descubriendo su gruesa polla y sus grandiosos huevos, ásperos y duros. Fue quitándole el slip a tirones hasta sacarlos por los tobillos. Paseó su palma por encima de los huevos hasta que le agarró la enorme verga. Sus deditos de uñas pintadas la rodearon. Estaba tiesa, pero blandita y caliente. Empezó a agitarla a un ritmo acompasado. Los huevos se movían con los tirones. Sus tetitas vibraban ante los ojos de su tío. Los gemidos de la peli retumbaban en la habitación y a veces Enrique giraba la cabeza para observar alguna escena mientras su sobrina, sentada en el borde, le masturbaba con paciencia. Ella mantenía el mismo ritmo al meneársela. Estaba disfrutando como una loca masturbando a su tío. No pudo contenerse. Se metió la mano dentro de la braga para restregarse el coño con sus deditos. Enrique, a través de la gasa, observaba cómo se hurgaba entre los labios vaginales.

Lo haces muy bien – le dijo a su sobrina -, lo haces como una buena puta.
¿Te gusta?
Sí, tócame los huevos…
Irene subió encima de la cama y se arrodilló ante el cuerpo de su tío. Sujetó la verga con la mano izquierda para sacudirla y con la derecha comenzó a manosearle los huevos apretujándolos como una esponja. Enrique jadeó profundamente. La veía de perfil, con sus tetitas vibrando al son del brazo.

Chúpalos…
Se inclinó aún más para lamerlos con la lengua fuera sin parar de menearle la verga. Ensalivaba aquella piel áspera y dura hundiendo los labios y esparciendo la saliva. Las tetas le colgaban hacia abajo. Enrique extendió el brazo, sujetó las braguitas por la tira lateral y se las bajó a tirones, hasta dejarla completamente con el culo al aire. Miró hacia el espejo donde el culo se reflejaba. Vio su ano, un agujerito enrojecido y tierno, y su coño entre las piernas, brillante y abierto. Bajó los brazos y apretó su cabeza contra los huevos. Los labios se hundieron en la piel.

Chupa, chupa… - jadeó nervioso.
Él se agarró la polla para sacudírsela. Ella sacó la lengua para mover la punta por donde podía. Estaba atrapada con la boca pegada a los huevos de su tío. Enrique ya jadeaba nerviosamente. Retiró la mano de su cabeza y entonces ella se irguió enseguida para arrebatarle la polla. Quería ser ella quien le hiciera eyacular. Consiguió agarrársela para agitarla a toda velocidad con la mano derecha. La izquierda la frotaba en círculos por toda la barriga sudorosa y por sus peludos pectorales. Se fijó en sus huevos ensalivados, con algunas babas goteando en la sábana. Su tío gemía cabeceando con los ojos cerrados. Se afanaba en hacerlo bien. Segundos más tarde la polla comenzó a salpicar leche. Continuó sacudiéndola. Diminutas gotas espesas se esparcieron por los bajos del vientre mezclándose con los chorreones de sudor, por los huevos, el vello y la muñeca de Irene. Cesó de meneársela y le dio unas caricias a los huevos mientras su tío se relajaba. Después con la palma esparció el semen por el vello y el vientre. Se echó sobre él, con sus tetitas aplastadas contra la barriga, impregnadas de sudor y semen. Buscó sus labios y le metió la lengua. Se besaron hasta que ella apartó la cabeza unos centímetros. No paraba de tocarle con ambas manos por todos lados.

Estoy muy caliente, tío Enrique.
Hija puta, eres una zorra
¿Te ha gustado?
Me has hecho una buena paja.
Intentó besarle otra vez, pero él le apartó la cabeza. Aún así, siguió besuqueándole por el cuello, con los pezones de las tetitas rozándole la barriga y las bragas medio bajadas. Enrique se incorporó sentándose en mitad de la cama. Ella, arrodillada tras él, le abrazó pegando los pechos a su espalda maciza y el coñito a su cintura. Siguió besándole por el cuello a la vez que deslizaba las palmas de sus manitas por su inmensa panza.

Quiero echarme un cigarro.
Enrique se incorporó y bajó de la cama en dirección a la cómoda. Ella le observó arrodillada en mitad del colchón. Admiró su espalda blanca y peluda y su culo gordo. Algo avergonzada de su actitud, se subió las bragas y caminó de rodillas hasta el borde de la cama para sentarse con las piernas cruzadas. Se alisó el cabello mientras Enrique se echaba una copa y encendía el cigarrillo. Al volverse vio su pene algo fláccido.

Lo siento, tío Enrique – le dijo con la cabeza gacha, sin mirarle -. No sé qué me ha pasado, el whisky, no estoy acostumbrada y se me ha ido la cabeza.
Enrique se acercó despacio con la copa y el cigarro en las manos. Se detuvo delante de ella y le dio un sorbo al coñac. Después le colocó la palma de la mano derecha bajo la barbilla y le levantó bruscamente la cabeza para obligarla a mirarle.

Quiero follarte -. Irene tragó saliva -. Quiero oírtelo decir.
Fóllame.
Le revolvió el cabello rubio y la cogió por la axila para que se pusiera de pie. El muy cabrón sudaba como un cerdo.

¿Te han follado alguna vez por el culo? -. Irene lo negó con la cabeza -. Quítate las bragas y date la vuelta. Vas a probarlo, todas las putas lo prueban.
Excitada, con el vigoroso placer corriendo por sus venas, se bajó las bragas y le dio la espalda a su tío. Por iniciativa propia, se inclinó ligeramente hacia la cama apoyando las palmas en el colchón, con las piernas juntas y sus tetitas colgando hacia abajo. La muy putona se abrió su buen culo a esperas de que le empotrara la verga. Enrique diferenció su ano fresco y enrojecido y más abajo la rajita del chocho, húmeda y blanda, con el clítoris a la vista. Soltó el vaso y apagó el cigarro. Se sacudió la verga para enderezarla sin apartar los ojos de ella. Mientras se la empinaba, le sacudió unas palmaditas en el coño. Acercó la punta de la polla al pequeño agujerito y muy despacio comenzó a penetrarla. Irene se abrió más el culo y desprendió un agudo gemido al notar cómo le dilataba el ano. La verga avanzaba con trabajo. El cuerpo de ella se abrillantaba por el sudor. Continuó empujando hasta meterla entera, hasta que los huevos rozaron el chocho. Aguardó unos segundos con la polla dentro. Irene bufaba dolorida con el culo dilatado, conteniendo los gemidos de dolor. Enrique la sujetó por las caderas y empezó a moverse contrayendo sus nalgas. Extraía la polla unos centímetros y volvía a insertarla. Poco a poco fue moviéndose con más ferocidad y poco a poco Irene comenzó a gemir locamente. Con el ano más ensanchado por el tremendo volumen de la verga, la penetraba con más facilidad. Enrique apretaba los dientes cuando ahondaba. El gusto al sentir su polla apretada resultaba embriagador. Su sobrina chillaba como una perra malherida. Sus tetas temblaban en cada clavada. Desde el rostro de Enrique goteaba el sudor hacia las nalgas de su sobrina. También el cabello de Irene se humedecía, así como todo su cuerpo. Ella a veces miraba por encima del hombro para ver cómo la follaba. El dolor apenas la dejaba concentrarse. Se la metía con fuerza y cada vez con más velocidad, abriéndole el ano severamente. Una de las veces la polla resbaló y salió fuera. Enrique aprovechó para recuperar el aliento y ella cerró los ojos resoplando. Se fijó en el ano abierto y enrojecido por las embestidas. Vio que del coño manaba un líquido blanquinoso y viscoso que empapaba el vello vaginal y goteaba en las sábanas. Se estaba corriendo como una zorra. Luego el líquido se hizo más amarillento empapando todo el chocho y cayendo a chorros sobre el borde de la cama. Enrique sonrió sorprendido.

Hija puta, te estás meando…
Lo siento, tío En…
Intentó incorporarse, pero la sujetó por la nuca y la obligó a curvarse de nuevo, esta vez con la cara pegada a las sábanas y el culo más empinado. Se agarró la polla y la dirigió al coño mojado. Se la clavó de un golpe seco. Ella gimió, esta vez sintiendo mayor placer. Aún le goteaba orín del vello vaginal. La comenzó a follar con extrema violencia, embistiéndola con mucha fuerza y velocidad y azotándola en las nalgas. Irene jadeaba y chillaba sin parar, con sus tetas botando locamente. La polla se deslizaba con fluidez. Ambos sudaban a borbotones. Ella suspiraba aferrada a las sábanas y él emitía jadeos secos. Se la clavaba vertiginosamente. Así estuvo cerca de dos minutos, al mismo ritmo trepidante, hasta que se detuvo en seco con la polla clavada hasta el fondo del coño. Irene notó cómo le vertía gran cantidad de leche en el interior mientras resoplaba con la mejilla en la almohada. Pensó en la posibilidad de quedarse embarazada de su propio tío, pero el inmenso placer desplazaba cualquier intento de remordimiento. Fue sacando la polla muy despacio con todo el tronco embadurnado de semen. Nada más sacarla, del chocho brotó leche. Unos segundos más tarde, se la agarró por la base y empezó a mear, despidiendo un grueso chorro sobre el coño y el culo. Irene frunció el entrecejo al sentir la meada, al sentir el caldo caliente sobre sus nalgas y su rabadilla. La empapó de orín por todos lados.

Joder, no he podido aguantarme – lamentó Enrique apartándose.
Irene se incorporó. Varias hileras de orín le resbalaban por las piernas y numerosas gotas le caían del coño. Vio que su tío recogía sus bragas para limpiarse la verga. Las tiró de nuevo al suelo. Al pasar por su lado, le estampó un beso en la mejilla y un pequeño cachete en el culo.

Estoy reventado.
Me has puesto perdida.
Dúchate, anda.
Enrique se tumbó en la cama y cerró los ojos. Ella recogió sus prendas y se adentró en el cuarto de baño que había en la habitación. Ya frente al espejo, cerró los ojos con la mano izquierda en la frente, como si tratase de valorar lo ocurrido. Se había convertido en una puta, en una ninfómana capaz de humillarse con tal de obtener placer. Le dolía el ano. Se tocó con la yema del dedo y notó que sangraba, como si lo tuviera agrietado. La había follado con fuerza. También le escocía el chocho, quizás por la meada. Se duchó y fue a su cuarto. Se puso el erótico camisón negro de satén con aberturas laterales y escote en V, sin bragas, y regresó a la habitación de su tío. Allí estaba aquel pedazo de cuerpo seboso y peludo que la había vuelto loca. Roncaba dormido bocarriba, ya con la verga flácida reposando a un lado. Se sentó en el borde y se hizo una cola. Pensó en su novio. Se conocían desde pequeños y tenían planes de bodas, planes que ella acababa de destruir. Pensó en la gente que conocía, en sus amigas, y sintió vergüenza de sí misma. Se echó al lado de su tío y cerró los ojos. Un rato más tarde se quedó dormida.

Enrique se levantó pasadas las ocho de la mañana. Deambuló desnudo en busca de un cigarro. Se acercó al borde de la cama, en el lado donde su sobrina dormía boca arriba. Tenía puesto el camisón, aunque una teta le sobresalía por el lado dejando a la vista el pezón. Menudo polvo había echado con aquella monada, que para más morbo, era su sobrina, y para colmo, también se follaba a su madre. Estaba buenísima. Jovencita, guapa y con un cuerpo de escándalo. Y encima una golfa impresionante que no le importaba nada. Irene abrió los ojos y vio a su tío de pie junto a ella. Se fijó en su pene, lacio y colgando hacia abajo.

Buenos días, tío Enrique.
Buenos días, sobrina.
Enrique apagó el cigarrillo en el cenicero de la mesita de noche. Inesperadamente, tiró hacia arriba del camisón y la dejó con el chochito a la vista. Le dejó la prenda arrugada a la altura de la cintura.

¡Qué cachondo me pones, cabrona!
Se inclinó ligeramente y le separó las piernas todo lo que pudo. Irene, presa de la lujuria, se dejaba manejar. Le dio unas palmaditas en su chocho abierto. Después le hurgó con las yemas entre los labios vaginales. Irene resopló frunciendo el entrecejo. Poco a poco, le metió los membrudos y bastos dedos, el corazón y el anular, a la vez, hasta la altura de los nudillos. Al sentir cómo se los clavaba, meneó la cadera gimiendo. Con la mano izquierda, Enrique le tapó los ojos y empezó a follarla hundiendo y sacando los dedos. Levantaba y bajaba la cadera y a veces cerraba las piernas atrapando la mano con los dedos dentro del coño, sin parar de gemir y cegada por la mano. Enrique deslizó la mano hasta taparle la boca sin cesar los movimientos del brazo. Sin parpadear, se fijó en que la polla se le había enderezado. Le frotó los labios con el pulgar, deslizó la yema por las encías superiores hasta que bajó por el cuello y se metió bajo el escote, sacando sus tetas y manoseándolas. Irene respiraba trabajosamente al sentir los dedos perforando su vagina. Enrique se fijó que su mano se manchaba de un líquido viscoso y transparente que fluía del interior del chocho.

Te estás corriendo, zorra…
Extrajo los dedos y apartó la mano unos centímetros. Seguían brotando los flujos del coño. Unos segundos más tarde salió despedido un chorro de orín sobre las sábanas. Sin poder contenerse, abordada por un placer incontrolable, Irene levantó la cabeza de la almohada para observar cómo se meaba sobre la cama. Enrique sonrió fascinado por el comportamiento de su sobrina.

Jodida guarra.
Aguardó hasta que dejó de mear y se fijó en su chocho empapado.

Lo siento, tío, no he podi..
Date la vuelta.
Irene obedeció y se dio la vuelta quedando bocabajo en la cama. Le atizó varios cachetes en las nalgas, unas sonoras palmadas que le enrojecieron la piel. Luego le abrió el culo con los pulgares y observó su ano, donde existían diminutas grietas sangrientas. Le había roto el culo. Paseó su dedo índice por encima hasta el vello vaginal, calado por la meada. Después se incorporó retirando las manos del cuerpo de su sobrina.

Chúpamela.
Su sobrina se colocó a cuatro patas y se volvió hacia él, con las palmas de las manos en el borde de la cama. Acercó la boca a la punta de la verga y comenzó a mamársela, sólo asintiendo con la cabeza, sin sacársela de la boca y sin tocarla, como si tuviera un grueso puro entre sus labios. Bajaba la cabeza hasta notar el glande en la garganta y ascendía hacia la punta. Su tío la ayudaba a mamar dejando sus dos manos sobre su cabello y obligándola a metérsela entera. En el espejo de enfrente veía reflejado el culo abierto de su sobrina, donde se distinguía el ano malherido y el coñito, de donde aún goteaban restos de orín. Eran las ocho y media de la mañana.

Una hora antes, Carlos se presentó en el hospital donde permanecía ingresada la abuela de Irene. Estaba muy preocupado por su novia. No le había contestado las llamadas y no sabía nada de ella desde que se despidieron en la terraza. Encontró a sus suegros en la sala de espera de la UCI. Enseguida Julia salió a su encuentro.

¿Cómo está la abuela, Julia?
Sigue igual. No ha mejorado nada.
¿Y Irene? – preguntó preocupado al no ver a su novia.
En casa, no ha venido, ¿no la has llamado?
No me coge el teléfono y estoy preocupado.
Julia sacó unas llaves del bolso y se las entregó.

¿Por qué no vas a casa y me llamas? Yo tampoco he tenido noticias suyas.
Carlos tuvo que coger un taxi porque le había prestado el coche a su novia. No entendía por qué no contactaba con él. La había telefoneado más de veinte veces sin respuesta y le había enviado una docena de mensajes. Vio su coche aparcado frente a la casa. Cuando entró en el hall todo a estaba a oscuras. Cerró la puerta despacio y oyó un ruido procedente de la planta de arriba. Subió las escaleras muy despacio y al asomarse al pasillo vio un haz de luz en la habitación del fondo. La puerta estaba abierta. Se asomó al cuarto de su novia y comprobó que la cama estaba hecha. Encima del colchón había unas medias lilas y unas bragas transparentes del mismo color. Se extrañó. Continuó su recorrido por el pasillo y cuando se disponía a entrar en la habitación oyó la voz de Enrique.

No pares de chupar, puta…
Nervioso por el comentario, se asomó con sigilo y la visión fue tremenda para él. Un sudor frío se apoderó de todo su cuerpo y sus ojos parecieron desorbitarse. Les vio de perfil. A Enrique de pie frente a la cama y a su novia a cuatro patas encima del colchón mamándole la polla como una glotona. Bajaba la cabeza hasta la base y subía hasta el borde del glande mientras su tío la ayudaba con las manos sobre el cabello. Sintió asco de aquel cuerpo asqueroso, aunque su verga resultaba impresionante comparada con la suya. Numerosas babas colgaban de la barbilla de Irene y una espumilla de saliva fluía por la comisura de los labios. Tenía el camisón subido hasta la cintura, con el culo al aire, y las tetas colgando por fuera del escote de un camisón muy sexy. En uno de los espejos vio reflejado el culo de su novia, donde se diferenciaba con claridad el ano enrojecido y un coño humedecido. Enrique se curvó ligeramente y con su mano derecha recogió la espalda de Irene muy despacio hasta llegar a la raja del culo. Le taponó el ano con el dedo y lo zarandeó agitando la mano. Irene meneó la cadera para atrapar el placer. Enrique volvió a incorporarse de nuevo. Irene, con toda la verga metida en la boca, casi con los labios rozando los huevos, sufrió una arcada y escupió gran cantidad de babas sobre el glande, pero enseguida siguió chupando. Carlos observó cómo Enrique fruncía el entrecejo y contraía el culo. Unos segundos más tarde, por la comisura de los labios de su novia se derramó unos chorros de un líquido amarillento que gotearon en el suelo. Comprendió que estaba meando en la boca de Irene. Ella apartó la cabeza unos centímetros. El chorro que despedía la verga caía justo dentro. Estaba probando aquel caldo calentito y amargo. Con la boca llena de orín, el líquido se vertía por la comisura de sus labios y su barbilla. Enrique dejó de mear y ella escupió aquella asquerosidad en forma de vómitos. Se incorporó quedando arrodillada. De la barbilla, el orín le goteaba en las tetas. Carlos se retiró en ese momento hacia el fondo del pasillo. Se apoyó contra la pared y se dejó caer al suelo, oculto en la penumbra, ya con los ojos anegados en lágrimas, incapaz de comprender qué estaba sucediendo, deseando despertar de aquella pesadilla. Unos segundos más tarde vio salir a Enrique con un cigarro en la boca, deambulando, disfrutando de las caladas. Llevaba la porra empinada e hinchada, con un hilo de babas colgando de la punta. Parecía sudar como un cerdo. La barriga y los huevos le botaban con cada zancada. Cómo su novia se había liado con alguien como Enrique, y encima siendo su tío. Quizás estaba siendo obligada. Tras unas caladas, regresó a la habitación. Carlos reclinó la cabeza sobre sus rodillas para llorar, pero unos segundos más tarde la levantó repentinamente al oír un profundo gemido de su novia. Luego oyó otro de Enrique y a continuación de nuevo a su novia, esta vez gimiendo con más intensidad. Se tapó los oídos, pero aún así les oía resollar con fuerza. Afectado por temblores en todo su cuerpo, se levantó y caminó hacia la habitación en medio de los continuos gemidos. Al asomarse se petrificó con la escena. Estaban follando como locos. Les vio de perfil. Su novia permanecía tumbada bocabajo con los brazos bajo el cuerpo, tenía el camisón enrollado bajo las axilas, con la cabeza ladeada hacia la puerta, la mejilla pegada a las sábanas y los ojos cerrados, bufando desesperada de tanto placer. Enrique se encontraba encima de ella, metiendo la verga aligeradamente bajo el culo, encajándola salvajemente en el coñito, con la sudorosa barriga rozando las nalgas de Irene y vertiendo su aliento contra la nuca de su sobrina. Podía ver cómo se la metía, cómo la sacaba con destreza y ligereza, contrayendo el culo para ahondar en las clavadas. Mientras la follaba, Irene abrió los ojos y descubrió a su novio asomado a la habitación. En ese momento, Enrique le estaba atizando fuerte y no pudo contener los gemidos a pesar de la triste mirada de Carlos. Su cuerpo convulsionaba cada vez que Enrique le asestaba con la pelvis en las nalgas incrustando la polla hasta el fondo.

Carlos, hundido, retrocedió de nuevo hacia el fondo del pasillo. Escuchó la melodía de gemidos durante unos minutos más que para él fueron eternos. Cesaron tras un jadeo profundo de Enrique. Se disponía a bajar las escaleras para marcharse, con una escena en la cabeza que sería imborrable, cuando escuchó unos pasos. Miró por encima del hombro y vio a su novia acercarse. Venía con el camisón. Se fijó en las aberturas laterales y en el escote. Llevaba una teta por fuera que se balanceaba con los pasos. Se detuvo a un metro de él. Sudaba a borbotones. Se recogió el pelo en una cola. Al subir los brazos, la otra teta asomó por el lateral del escote.

Mira, Carlos, lo siento…
Carlos no tuvo palabras. Volvió la cabeza y bajó en silencio. Cuando volvió a mirar, su novia regresaba a la habitación con su amante. Enrique salió a su encuentro y la recibió con un besito en los labios. Le atizó un cachete en el culo y entraron juntos cerrando la puerta. Se sintió el mayor desgraciado del mundo. Le tocaba sufrir con los recuerdos, unas escenas que le atormentarían para siempre.

Dani y Julia llegaron a la casa alrededor del mediodía. La madre de Dani aún seguían en la UCI debatiéndose entre la vida y la muerte. Julia preparó algo de comida y se acomodaron en el salón para el almuerzo. Estaban arreglados. Julia vestía con una blusa negra abotonada con corchetes y una falda negra satinada con puntillas en el bajo, a la altura de las rodillas, muy ajustada, definiendo su silueta. Calzaba tacones y llevaba un panty de red, con el cabello recogido en un moño en lo alto, dejando al descubierto su nuca. Todo se les volvía en contra. Probablemente la madre de Dani moriría en las próximas horas, la ruina económica y los abusos por parte de Enrique. No se habían referido al asunto en ningún momento de la noche. Habían empezado a comer cuando oyeron a Enrique bajar por las escaleras. Apareció en el salón ataviado con una camiseta de tirantes y un pantalón de chándal. A Dani le temblaron las carnes nada más verlo. Julia, nerviosa, trató de ser amable.

Buenos tardes, Enrique.
Su cuñado la fulminó con la mirada. Estaba muy atractiva con aquella falda tan sugerente, aquel peinado y aquellas medias de red.

¿Y la vieja? ¿Cómo está? – le preguntó a Dani.
Bueno, sigue en la UCI.
Se sentó en un extremo de la mesa, frente a su cuñado. Por su voz temblorosa, daba la sensación de que estaba algo bebido.

Ponme la comida, Julia.
Julia y su marido intercambiaron una mirada. Obediente, se levantó y se dirigió a la cocina. Dani se fijó en cómo su cuñado la devoraba con la mirada. Regresó con un plato de arroz. Le dio tres o cuatro cucharadas y se reclinó en la silla para encenderse un cigarrillo. En ese momento Julia recogía las migas de una parte de la mesa.

Dame un masaje, cuñada, tengo el cuello muy tenso.
Julia tragó saliva clavando la mirada en los ojos de Dani. Al ver que no reaccionaba, soltó la servilleta y se dirigió hacia la posición de Enrique. Se colocó tras él y con sus delicadas manos de uñas pintadas comenzó a masajearle en los hombros en presencia de su marido. Enrique se relajó sin parar de darle caladas al cigarrillo.

Qué bien lo haces, cuñada -. Dani sufría con la escena. Apartó la mirada de los ojos de su mujer, como un maldito cobarde incapaz de sacarla de las garras de aquel cerdo -. Estás muy guapa.
Por suerte, sonó el teléfono. Julia salió disparada para descolgarlo. Era su hija para informarle de que se pasaría casi todo el día con unas amigas. Tras colgar, salió en dirección a la cocina y se puso a colocar la loza para evadir la presencia de su cuñado. Estaba preocupada por la situación. El jodido cabrón lograba con sus abusos que disfrutara como una loca. En el salón, Dani, abochornado, no se atrevía a dirigirle la palabra. Estaba abusando de su esposa como si nada pasara. Vio que estrujaba el cigarrillo en el plato y se levantaba precipitadamente para dirigirse a la cocina. Le vio pararse al lado de su mujer y pasarle el brazo por la cintura para susurrarle al oído.

Estás muy guapa – le susurró Enrique a modo de jadeo.
Gracias.
Quiero follarte, ahora.
Enrique, por favor…
Vamos a tu habitación.
La sujetó del codo y tiró de ella. En principio, Julia se resistió.

Enrique, no…
Venga, cojones, necesito echarte un polvo…
Como una sumisa, tiró delante de él en dirección al cuarto. Al pasar junto a la puerta del salón, tuvo tiempo de cruzar una mirada con su marido. Dani les observaba abrasado por los celos y el miedo. Vio cómo su mujer entraba primero y tras ella, Enrique, quien se encargó de cerrar de un portazo. Dani dejó caer la cabeza contra la superficie de la mesa, ya con los ojos encharcados por las lágrimas.

En el cuarto, Julia se volvió hacia su cuñado y en ese momento, bruscamente, Enrique le abrió la camisa dejando sus voluminosas tetas a la vista. Le bajó la prenda hasta los codos dejándole los brazos inmovilizados, pegados a los costados. Sus pechos se balancearon hacia los lados. La agarró por la nuca y le acercó la cabeza con rudeza para babosearla en los labios. Las tetas se deformaron contra la camiseta. Tras besuquearla, la obligó a darse la vuelta y la empujó contra un gran espejo, junto al lado del tocador. De nuevo sus pechos se aplastaron contra el cristal. Su respiración lo empañó enseguida al tener los labios pegados, aunque pudo mirarse a sí misma a los ojos antes de que se emborronara la imagen. La estaba tratando con extrema dureza, demasiado exaltado. Le subió la falda hasta la cintura y descubrió el panty de red cubriendo todas sus caderas. Bajo la malla se diferenciaban unas braguitas negras. Le bajó el panty a tirones hasta las rodillas, llegando a rajarlo, y a continuación tiró de las bragas dejándola con el culo al aire. Se bajó el pantalón del chándal y el slip y se pegó a ella con el los labios en su nuca. Julia notó el pollón por sus nalgas. Cerró los ojos. Percibió cómo el glande se dirigía a los bajos de su culo en busca del chocho. Le clavó la mitad. Ella emitió un débil gemido al sentirle dentro. Enrique comenzó a menearse contrayendo el culo para ahondar, despidiendo todo su asqueroso aliento contra la nuca de su cuñada. Sólo lograba meterle media polla por mucho que se esforzaba en follarla.

Pronto Dani comenzó a escuchar la sintonía de gemidos procedentes de la habitación. Su mujer resollaba secamente y Enrique parecía dar alaridos. Atormentado, se levantó y se dirigió al patio huyendo de semejante bestialidad. Deambuló llorando hasta que al girar descubrió la ventana de su habitación medio abierta. Les vio de perfil. Su barbilla tembló y el corazón se le aceleró. Ambos estaban de pie, Julia contra el espejo y Enrique detrás follándola. Mantenía la pelvis pegada al culo y la barriga aplastada contra la espalda de Julia. Vio sus tetas aplastadas contra el cristal y el ceño fruncido de su esposa mientras la penetraba. Se quedó inmovilizado, con los ojos clavados en la escena. La estuvo follando durante bastantes minutos, hasta que Enrique se detuvo en seco con el culo contraído, vertiendo su leche en el coño de su mujer. Al retroceder, un grueso hilo de babas blanquinosa le colgaba de la punta de la verga. Vio que su mujer respiraba fatigosamente. Se mantuvo unos instantes pegada al espejo y después de apartó. Se bajó la camisa y se inclinó para subirse la braga y el panty. Entonces se le abrió la raja del culo y Dani distinguió la leche que manaba del coño, pegotes muy blancos y viscosos que discurrían entre los labios vaginales. Cuando se bajó la falda, se volvió hacia su cuñado, aún con la blusa abierta y las tetas al aire. Enrique le dio un beso en los labios y ella le correspondió. Luego él abandonó la habitación.

Un rato más tarde, Julia salió al patio. Encontró a su marido sentado en un banco, trastornado, con las mejillas encharcadas por las lágrimas. Dani levantó la cabeza hacia su señora.

Lo siento, cariño – lloriqueó.
Eres un cobarde, maricón -. Dani se levantó precipitadamente con los ojos desorbitados -. Márchate, maricón, no quiero volver a verte.
¡Julia!
Enrique apareció tras ella y le echó un brazo por los hombros.

Ya la has oído, maricón, lárgate.
¡Julia!
Antes sus ojos, su mujer besó a Enrique con pasión y juntos se adentraron en la casa, agarrados de la mano, como una pareja de novios. Dani cayó arrodillado. Sus asuntos económicos habían destrozado su matrimonio y toda su vida. fin

Joul Negro

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hela

Virgen
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¿Carmelo Negro? Carmelo Lames
 

jaku48

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excelente relato donde puedo encontrar mas de el autor muy bueno gracias
 
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