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Adriana y su Tía Merche (Lesbico) - Capítulos 001 al 008
Adriana y su Tía Merche (Lesbico) - Capítulo 001
Adriana estaba nerviosa. Sentada en la parada del autobús, no se podía sentir más incómoda ante la presencia de los desconocidos que había allí. Notaba como la miraban, a pesar de que ella ni les prestaba atención. Así había sido su vida desde siempre y nunca entendió por qué tenía que pasar por algo así, aunque, ¿por qué debería?
Ser una chica transexual nunca le fue fácil. A sus diecinueve años, Adriana se sentía perfecta como la mujer que siempre debía ser, pero el trato por el resto del mundo nunca fue el mejor. Su familia siempre la apoyó en la transición y, en general, se sintió arropada por todos ellos, pero las demás personas a su alrededor se vieron incapaces de aceptar su cambio. Algunos llegaron incluso a sacar al intolerante que llevaban dentro. Las pocas amigas que tenía la dejaron de lado, sus compañeros de instituto no cesaron de meterse con ella e, incluso, los profesores le decían cosas bastantes hirientes. Al final, sus padres tuvieron que cambiarla de centro y, aun así, tuvo que soportar más burlas y ataques. Con todo, supo sobrellevarlo lo mejor que pudo, por lo que se habituó a esta clase de situaciones, como la que vivía ahora.
Sin embargo, los nervios no eran tan solo por sentirse demasiado observada, tambien se debían a que se encontraba en un nuevo lugar. Adriana vivía con sus padres en una pequeña ciudad del interior y, al terminar sus estudios del instituto, quería hacer la carrera de Literatura Española con un master de especialización. En esa pequeña ciudad y en los alrededores le era imposible estudiarla, así que tuvo que trasladarse a una lejana ciudad de mayor tamaño donde había una universidad que le permitiría estudiar lo que quería, viéndose obligada a residir allí. Por suerte, contaba con alguien allí que la acogería y, pensar en ella, la alteró bastante.
El viento sopló un poco y meció su largo pelo rubio claro, recogido en una sencilla coleta. Empezaba a hacer frio porque la tarde se echaba encima y el Sol no tardaría en ponerse. Se puso más intranquila. Su madre le dijo que ella estaría enfrente de la parada nada más se bajase del bus, pero llevaba tres cuartos de hora esperando y comenzaba a desesperarse.
Inquieta, miró a un lado y a otro. A la izquierda tenía a un tipo de unos cincuenta años, calvo y con gafas de sol, que la observó con disgusto. A la derecha y de pie, a una señora mayor con demasiados aires de grandeza que suspiró molesta al fijarse en ella. Adriana quería que la tierra se la comiese ya mismo porque no aguantaba más esta situación insoportable.
Por suerte, no tenía que esperar más. Un Mini Cooper de brillante azul cobalto se paró justo delante de ella. Enseguida supo quién era. El cristal de la ventanilla bajó para mostrar a una mujer en la treintena que se giró para mirarla a través de sus gafas de sol circulares.
—¡Sobrinita! —exclamó la recien llegada—. Venga, súbete.
Si bien se sentía algo fastidiada por la tardanza, Adriana no podía estar más aliviada.
Se puso en pie y, arrastrando sus enormes maletas, fue hasta el coche. Tras meter su equipaje en el maletero, se dirigió hacia delante, abrió la puerta del copiloto y entró. Tras cerrar, el vehículo se puso en marcha y se fueron de allí.
—Tienes que perdonarme por llegar tan tarde, pero es que tenía una reunión muy importante y se prolongó más de lo esperado —le explicó la mujer mientras conducía.
—No pasa nada, tita —habló ella más tranquila.
Su tía Mercedes, o tita Merche, como prefería llamarla, era la persona con la que residiría a partir de ahora en esa ciudad. Tenía un piso en el barrio alto y viendo que era la mejor opción para vivir, su padre, hermano suyo, se puso en contacto con ella para comentárselo. Por supuesto, no puso ninguna pega y hasta se mostró encantada de tener a su sobrina viviendo allí.
Vio como conducía con cierta agresividad, adelantando a algún coche y teniendo que frenar de golpe cuando llegó ante un semáforo rojo.
—Disculpa por ir tan rápida —dijo justo tras pegar el fuerte frenazo—. Es que vengo frenética por todo el tiempo que me han hecho perder en la reunión esos idiotas. Teniendo que venir a recogerte y nada más que allí discutiendo de chorradas financieras con unos inútiles.
—No importa —comentó la chica, intentando quitarle hierro al asunto.
—A mí sí me importa, Adri —arguyó ella—. Eres mi sobrina y te vienes a vivir conmigo, así que tengo que cuidar de ti.
Le sorprendía la responsabilidad que su tía parecía irradiar en ese mismo instante, pues siempre había sido una mujer de vida independiente más centrada en su trabajo que en otra cosa. Los había visitado a ella y a sus padres en más de una ocasión y, por supuesto, fue muy atenta con la muchacha en cada momento que se vieron, pero era como si sus existencias fuesen en paralelo y no tuvieran intención alguna de cruzarse. Ahora, en cambio, estaba más que metida en su vida. Le resultaba extraño.
—Muy bien, me alegro, pero procuremos ir más despacio, ¿vale?
Su tía se volvió al escucharla y la miró con sorpresa. Llevaba razón. Estaba bastante tensa, algo evidente por lo rígido que tenía el cuerpo, aunque un vistazo al mismo, evidenciaba otra cosa: lo guapísima que era.
Mercedes era una mujer espectacular. Su cara era de rasgos afilados, su nariz acabada en punta, la piel la tenía clara y los ojos eran marrones oscuros. Su ondulada melena era castaña oscura y le caía por los hombros, aunque no la llevaba demasiado larga. Ahora mismo, vestía con una indumentaria que enfundaba muy bien su voluptuosa y firme figura. Una camisa blanca enmarcaba sus grandes y redondos pechos mientras que el ceñido pantalón de tela negro, bordeado por finas rayas blancas, acentuaba la rotundidad de sus caderas y la carnosidad de sus muslos.
Adriana sintió un electrizante temblor al fijarse en cada rasgo de su tía y prefirió volver la vista al frente.
—Uy, ya está en verde —señaló con sorpresa.
—Pues si —afirmó su tía y, acto seguido, pisó el acelerador.
El coche salió disparado mientras emitía un fuerte chirrido, haciendo que Adriana entrara en pánico. Todo su cuerpo estaba tenso y se aferró al cinturón como si fuera su única esperanza de sobrevivir. Mercedes, en cambio, se mostró agresiva e intrépida, dando un par de volantazos al tomar cada calle. Era obvio que disfrutaba con su conducción temeraria, cosa que a su sobrina no le podría preocupar más.
—Cariño, en esta vida no se puede ser tan prudente —le decía mientras conducía tan alocada—. A veces, hay que tomar riesgos. No demasiados, pero si alguno para sentirte plena.
Quince minutos después de temer por su seguridad más que en ninguna otra ocasión, llegaron al edificio. Era un gran rascacielos de treinta pisos. Mercedes bajó hasta el aparcamiento subterráneo y dejó el coche en la plaza que tenía reservada. Tras salir, Adriana se sentía algo mareada y desorientada. Tardó un poco en volver en sí.
—Venga, coge tus maletas que subimos —le avisó su tía.
Le hizo caso y, tras sacarlas, siguió a la mujer en dirección al ascensor. Cruzaron el aparcamiento completo, su tía delante y ella detrás. No podía creer que se encontrara viviendo en otro sitio y, menos aún, que lo estuviera haciendo con su tita Merche. Mientras la seguía, no pudo evitar que sus ojos se clavasen en el bamboleante culo de la mujer. Era espectacular, tan redondo y turgente…
Sacudió la cabeza alterada. ¿Qué hacía mirándole el culazo a su tía? Llegaron hasta el ascensor y esperaron a que bajase. Se colocó al lado de Mercedes y no supo a donde mirar de lo avergonzada que estaba por lo que acababa de hacer. La mujer se dio cuenta de lo distante que se hallaba y le habló.
—Nerviosilla, ¿eh? —Su voz sonaba divertida y guasona.
Adri se giró incómoda y asintió levemente. La mujer sonrió con ternura ante su pobre respuesta mientras se quitaba las gafas para dejarlas en el bolso que llevaba.
—Tu tranquila —dijo con calidez y le acarició una hebra de su melena rubia—. Esto es una nueva experiencia para ti. Ya verás cómo te gustará.
Tragó saliva, dándose cuenta del mayor problema que tenía en esos momentos. No era vivir lejos de sus padres, no eran los prejuicios de la gente porque ella fuese transexual, no era enfrentar a un nuevo lugar como era la universidad. No, su mayor problema sería convivir con la mujer más bella del mundo y a la que deseaba desde que tenía uso de razón.
Las puertas del ascensor se abrieron y ambas entraron. Mientras subían, Adriana no paraba de darle vueltas en su cabeza al hecho de que en los probables cinco años que durarían sus estudios estaría viviendo junto a su tía, compartiendo piso e intimidad. Su pulso se aceleró solo de imaginarse que se la encontraba en ropa interior o desnuda y algo en su entrepierna comenzó a endurecerse.
—Cariño, ¿estás bien? —la llamó Mercedes.
Se giró hacia ella y notó sus profundos ojos marrones oscuros oteándola con curiosidad. Si bien Adriana era un poco más alta que su tía, en esos instante, le parecía que la mujer era mucho más grande, una titana en comparación con ella, una simple hormiga a la que perfectamente podría pisotear.
—Sí, sí, tranquila —respondió inquieta—. Es solo que estoy cansada del viaje.
De nuevo, Mercedes volvió a enmarcar una bella sonrisa en sus carnosos labios, enrojecidos por el carmín que llevaba pintados y volvió a pasarle la mano por el pelo en un gesto cariñoso. A Adriana le iba a estallar la cabeza.
—Vale, es que te noto muy callada —dijo la mujer con algo de preocupación—. Entiendo que debe ser difícil estar lejos de casa, pero te aseguro que no debes temer por nada. Yo te ayudaré en todo lo que necesites.
Si ella supiera la razón por la que estaba tan silenciosa se quedaría en el sitio, pero en vez de contárselo, Adri tambien le sonrió con un poco de fingimiento y asintió encantada.
Llegaron a la planta veintitrés, donde se encontraba el piso de su tía. Caminaron por un amplio pasillo hasta llegar a la última puerta. La tita Merche sacó sus llaves y la abrió tras emitir un leve tintineo. Entraron y cruzaron un pequeño hall que las llevó hasta un pasillo que tomaba dos direcciones, a la izquierda y a la derecha. Mercedes fue por la izquierda y Adriana la siguió.
—Ven, por aquí está el dormitorio que he preparado para ti —le habló mientras caminaban.
No tardaron en llegar a la estancia en cuestión a la cual le echaron un buen vistazo. En la pared justo a la derecha de la puerta había un armario empotrado. La cama se hallaba delante, pegada a la pared y haciendo esquina con la de enfrente. Debajo de la ventana y al lado de la cama, tenía un gran escritorio y, en la pared contigua, había dos lejas, una al lado de la otra. A la izquierda de la puerta, se encontraba una pequeña estantería con tres lejas.
—¿Qué te parece? —le preguntó su tía mientras se adentraba en la habitación.
—Está muy guay —contestó Adriana bastante sorprendida mientras entraba tirando de las dos maletas.
—¿Verdad? —Su tita se notaba muy entusiasmado— Pasé una semana preparándolo todo antes de que vinieras. Hasta tuve que encargar algunos muebles como el escritorio o la estantería.
Adriana inspeccionó muy impresionada todo el lugar. No podía negar que su tita no había reparado en gastos para prepararle un dormitorio bonito. Era perfecto tanto para dormir como para estudiar.
—Es increíble —musitó la chica.
Su tía le sonrió muy feliz y se acercó hasta ella para darle un fuerte abrazo. Sentir como la envolvía con sus brazos y la atraía contra su prieto cuerpo, sintiendo como esos pechos tan grandes se le pegaban, la hizo volverse loca. Para colmo, le dio un fuerte beso en la mejilla, lo cual provocó que la temperatura en su interior aumentase. Cuando se apartó, la miró de una forma tan arrebatadora que sintió como si fuera a derretirse.
—Es lo mínimo que puedo hacer por ti, mi vida.
Eran las palabras más bonitas que había escuchado nunca y eso le hizo cuestionarse si podría sobrevivir en este piso con ella por mucho tiempo.
—Gracias, tita.
Las dos se sonrieron encantadas y entonces, su tía hizo ademan de irse y de que la siguiera.
—Ven, te voy a enseñar el resto del piso.
La muchacha asintió encantada y fue con ella. Quizás ver el resto del lugar le permitiría calmarse un poco, aunque, al fijarse en el hermoso culo de su tía contoneándose cada vez que caminaba, supo que no sería tan fácil.
—Este es el baño —le dijo mientras lo abarcaba con su brazo derecho.
Se encontraba a la izquierda de su habitación y era grande. Tenía todo lo que podía imaginar de un baño: inodoro, bidé, lavabo y un plato de ducha, además de una lavadora y una secadora para la ropa. Tambien había una estantería de metal y un armarito de madera blanca muy rustico que ofrecían un bonito contraste con los azulejos azules claros que decoraban las paredes.
—Se ve bonito —expresó con agrado Adriana.
—Sí que lo es —cumplimentó su tía.
Siguieron hasta el final del pasillo, donde se hallaba la última habitación de esa parte.
—Y este es mi dormitorio —señaló la mujer.
Era más grande que el suyo. En el centro se hallaba la cama pegada a la pared del fondo. En la pared izquierda, había otro armario empotrado y en el derecho, un gran ventanal. En la pared pegada a la puerta, había una cómoda con varios cajones y, sobre esta, un gran espejo circular. Adriana quedó impresionada por el lujo del mobiliario. Estaba claro que su tía Mercedes era alguien que le gustaba vivir a lo grande.
—Bien, y ahora vamos para atrás, que queda el resto —dijo la mujer mientras se daba la vuelta.
Adriana, algo desorientada, fue tras ella.
Al llegar a la parte derecha del pasillo, la primera habitación que vieron era un pequeño armario en el que había varios cepillos, una fregona metida en su cubo y varios botes de limpieza. En una leja de arriba, se encontraban rollos de papel higiénico, bayetas y servilletas.
—Esto es por si manchas algo, ya sabes dónde está todo lo que necesitas para limpiarlo —le explicó con cierta parquedad Mercedes.
—Aja —fue lo único que dijo la chica.
Luego fueron a la cocina, más pequeña de lo que imaginaba. A la izquierda se hallaba una gran barra con el fregadero para limpiar los platos. Al lado, estaban el microondas, una licuadora, la cafetera y una tostadora. Por último, el frigorífico. Debajo de la barra, se encontraban el lavavajillas y un horno. Alrededor de todo esto, tanto bajo la barra como colgando encima, había varios cajones para meter comida y los platos. A la derecha, había una mesa con un par de sillas una frente a la otra. Encima, había un reloj de pared con forma de gato negro, con el aparato situado en su barriga. Una pequeña ventana dejaba pasar la luz del exterior.
—No es gran cosa la cocina —comentó la mujer—, pero tiene todo lo necesario para comer, ¿no?
La miró tras decir eso, esperando que le diese su opinión. Tampoco había demasiado que decir. Tan solo se trataba de una cocina.
—Es preciosa —terminó diciendo como si con eso esperase contentar a su tía. Pareció dar resultado.
Fueron a la última habitación, el salón. Era una estancia enorme. Tenía un gran sofá en forma de L justo en el centro, tapizado con cuero negro muy bonito. Al lado izquierdo, había un sillón reclinable tambien negro. En la pared de enfrente, se encontraba el televisor de plasma sobre un gran mueble blanco. En la leja de debajo estaban las consolas de su tía, pues era una fanática de los videojuegos, algo evidente pues tanto la estantería de la izquierda como la que había encima del televisor estaban repletas de juegos, tanto modernos como de hace años. Delante del televisor había una pequeña mesa de cristal y a la izquierda otra estantería llena de libros de terror, fantasía y ciencia ficción. Detrás del sofá se encontraba una enorme mesa de cristal rodeada de varias sillas, probablemente el lugar ideal para celebrar cenas con muchos amigos. La pared de la izquierda tenía un bajo y alargado mueble lleno de más libros y sobre el cual tenía muchas fotos de los viajes que la tía Mercedes se había pegado. Tambien había cuadros en las paredes. Adriana estaba simplemente maravillada.
—¿Te gusta? —preguntó su tía.
—Jo, ya lo creo —comentó la chica sin poder reprimir su emoción.
Se acercó a la estantería que se hallaba al lado del televisor y comenzó a mirar los juegos que había allí. Parecía como una niña pequeña que acabara de entrar a una tienda de caramelos.
—Ti…tienes juegos de SuperNintendo, Megadrive, Playstation, Sega Saturn… —comenzó a enumerarlos conforme los cogía—. Es increíble.
—Sabía que esto te iba a encantar —le dijo su tía mientras se cruzaba de brazos—. Eres tan friki como yo.
Siguió mirando muy impactada por cada nuevo videojuego que descubría hasta que su tita Merche le sacudió en el hombro.
—Ven, todavía no has visto lo mejor.
Intrigada, siguió a la mujer. Fueron hasta el fondo y, tras pasar por una cristalera que Mercedes abrió, acabaron en el amplio balcón. Había varias macetas con plantas, un tenderete para colgar la ropa y un par de tumbonas junto a una pequeña mesa redonda. Adriana lo miró todo callada, pero cambió de tercio cuando se aproximó al filo del balcón, cubierto por una enorme baranda de metal bajo un pequeño muro.
—¡Joder! —exclamó impresionada.
La vista era increíble. Ante sus ojos, tenía la ciudad en todo su esplendor. Bajo la luz del atardecer emitida por el Sol que ya se ocultaba, todos los edificios, calles y avenidas se veían preciosas. Esa abarrotada urbe llena de ruidosos coches, aire maloliente y gente cabreada se veía tan serena y bella. No se lo podía creer.
De repente, notó como alguien le acariciaba en el hombro. Era su tía, quien se había situado a su lado derecho. Eso la puso nerviosa, aunque más lo hizo al ver como estaba. Bajo la luz del atardecer ella tambien se veía muy bella. Además, el viento que soplaba meneaba varias hebras de su ondulado pelo, lo cual le daba un aura más hermosa si cabía.
—Es lo bueno de vivir en un piso tan alto —comentó sin más la mujer—. Las vistas son siempre las mejores.
Ensimismada en la perfecta visión de belleza que era su tía, Adriana se volvió hacia la otra estampa de hermosura, intentando calmar su ardiente desasosiego.
—Ya te digo —repuso nerviosa.
Permanecieron un rato más observando la ciudad hasta que Mercedes sacudió un poco a su sobrina para que volviera en sí.
—Venga, porque no vas a tu habitación y sacas tus cosas mientras yo preparo la cena —le dijo.
Adriana asintió con firmeza y puso rumbo a su dormitorio.
Una vez allí, sacó la ropa y los enseres propios de las maletas para colocarlas en el armario empotrado. Mientras lo hacía, no pudo evitar sentirse emocionada por vivir con su tía. El piso era alucinante y solo de pensar que pasaría cinco años viviendo en él, la hacía sentirse muy excitada. Sin embargo, no tardó en darse en cuenta del problema que eso supondría: tener que convivir con su tita.
La atracción que sentía por Mercedes era algo que no podía negar. De hecho, aquella mujer fue la causante de que, recien iniciada la adolescencia, se despertase su deseo sexual por las mujeres. Ella fue la primera en excitarla, la primera con la que fantaseó y la primera con la que se masturbó. Lo peor era que nada de aquello había desaparecido y, a día de hoy, continuaba deseando a su tía. De hecho, en esos momentos, se le pasó por la cabeza la idea de que esa noche se masturbaría recordando su espectacular culazo y sus magníficas tetas.
Suspiró frustrada. Tenía que cambiar de mentalidad. No podía pensar en alguien de su familia de esa manera. El problema era que no podía evitarlo. Solo tenía que mirarla un segundo y ya se quedaba atónita por completo ante semejante hermosura. ¿Cómo podía ser tan guapa e irresistible? No, Adriana tenía que quitarse eso de la cabeza. Debía ser clara sobre lo que hacía. Ya no era una niña.
—Adri, ¡la cena está lista! —le gritó su tía desde la otra punta.
Cenaron en la cocina, sentadas frente a la mesa, una delante de otra. Su tía había preparado una rica ensalada. Le sorprendió lo deliciosa que estaba. No pensaba que Merche fuera a ser tan buena cocinera, aunque teniendo en cuenta que vivía sola, debía valerse por sí misma para todo.
—Dime, ¿te encuentras nerviosa porque mañana es tu primer día de universidad?
La pregunta que le acababa de hacer sonaba un poco impertinente, pero enseguida supo que esa no era su intención. Su tía podía ser muy bromista, no malintencionada.
—En realidad, no empiezo las clases hasta la semana que viene —le aclaró—. Mañana me pasaré para ver como es el campus y donde daré las clases. Tambien buscaré algo de información sobre los diferentes servicios que ofrece la universidad y por si hay actividades extracurriculares que podría hacer.
—Me parece bien. —Mercedes sonaba satisfecha con la explicación— Es bueno estar bien informada de todo.
—Pues si —coincidió la muchacha y no pudo evitar reír justo después, haciendo que su tía tambien lo hiciera.
Ambas mujeres rieron por un momento hasta que se hartaron y respiraron profundamente para calmarse. Tras eso, continuaron comiendo.
—En ese caso, cuando termines de cenar, te das una buena ducha y te acuestas temprano —le dijo—. Mañana te espera un gran día.
—Ya lo creo. —Adriana se puso un poco nerviosa, aunque ya no sabía si era por la nueva etapa que iniciaba en su vida o por tener a su tía delante.
Terminaron de cenar y, mientras Mercedes fregaba los platos, Adriana se duchó.
Dejó que el agua caliente relajara su cuerpo y su mente. Respiró aliviada al sentir el calor penetrando en cada parte de su ser. Luego, secandose frente al espejo, se miró en el reflejo. Su madre siempre insistió en lo guapa que era y, en cierto modo, tenía razón. No solo por su largo pelo rubio claro, tambien estaban sus ojos marrones, más claros que los de su tía, y su piel, tan blanca y tersa. Tambien se fijó en sus pechos, pequeños y redondeados, y hasta se dio la vuelta para mirarse su culito respingón. Sí, no estaba mal, aunque nunca atraería a ninguna mujer por culpa de su polla, la cual le colgaba inerte entre las piernas como un recordatorio de por qué el mundo la rechazaba.
Afligida por ese pensamiento, se terminó de secar y se puso el pijama. Fue a ver a su tía, quien había terminado de fregar los platos y estaba viendo la tele en el salón.
—Tita, me voy a la cama —le dijo—. Buenas noches.
—Lo mismo, sobrina —contestó ella.
Se dio la vuelta en dirección a su cuarto cuando Mercedes la llamó.
—Oye, ven un momento.
Adriana quedó paralizada ante esa llamada, pero no dudó en obrar como le había pedido. Se dirigió hasta ella y la miró un poco temerosa ya que desconocía que querría ahora. Estar tan cerca de ella, además, la ponía mucho más nerviosa.
—No te iras sin darme un besito primero, ¿no? —le soltó la mujer sin miramiento.
La chica quedó paralizada por completo. Si bien sabía a qué clase de “besito” se refería, no dejaba de ser algo incómodo para ella. Notó como su tía la miraba apremiante y no tuvo más remedio que acercarse hasta su vera para hacerlo.
Temblorosa, se sentó al lado de su tita y la abrazó antes de darle un beso en la mejilla. Su cuerpo entero tiritaba de vergüenza al sentir su esbelta y sensual figura en pleno contacto. Para colmo, la cosa llegó ya a niveles inoperables cuando sintió sus carnosos labios contra su mejilla izquierda. Cuando se separaron, creyó que perdería el control de sí misma.
—Buenas noches, sobrina —habló Merche con suave voz—. Me alegro muchísimo de que vivas conmigo ahora aquí.
Estaba a punto de desmoronarse. Desesperada, se despidió de su tía y puso dirección al cuarto ipso facto.
Ya en la cama, Adriana sintió que no podía dormir. Su cabeza estaba llena de tantos recuerdos de ese día, todos ellos copados por su tía. Su hermosa imagen, su cálida cercanía, la suavidad de su tacto, el intenso olor de su fragancia, cada parte de su excelsa anatomía… Ya era suficiente. Adriana no pudo más y se metió la mano por dentro del pantalón del pijama para agarrarse su empalmada polla. Sin dudarlo, comenzó a masturbarse.
—Tita, tita —murmuraba la joven excitada.
Su mano no paraba de subir y bajar. Su respiración se entrecortaba y un placer indescriptible recorría su cuerpo. Su mente estaba abarrotada por imágenes de su tita, tan hermosa y atrayente.
—Tita, tita —entonó cada vez más fuerte.
La paja se intensificó. El calor envolvía todo su ser y el corazón parecía a punto de salírsele por la boca. Siguió con fuerza impetuosa hasta que ya no pudo aguantarlo más.
—¡Tiiitaaa! —gimió descontrolada.
Sintió como su polla estallaba, expulsando chorro tras chorro de semen que impactó contra su pantalón. Su cuerpo entero se agitó y dejó salir todo el aire por su boca. Para cuando todo acabó, Adriana estaba destrozada e inerte.
—Tita —murmuró una última vez.
Si bien había sido muy placentero, no podía sentirse más culpable. Devorada por ese sentimiento, pero más relajada, cerró los ojos y no tardó demasiado en quedar dormida.
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La universidad, al final, no resultó ser peor de lo que imaginaba. De hecho, la impresionó bastante.
El campus era enorme, pero cada facultad estaba bien localizada, así que no se perdió y pudo encontrar la suya con facilidad. Una vez allí, le informaron sobre en qué aularios tendrían lugar las clases y tambien se enteró de que actividades extracurriculares había disponibles y cuantos créditos le darían por participar en ellas.
Luego se pasó por la biblioteca, donde visitó varias de las salas de estudios e inspeccionó todos los libros que tenían. Después preguntó en el mostrador cuanto tiempo podrían prestarle uno y que otros servicios prestaban a los estudiantes. Una vez terminó allí, dedicó el resto de la mañana a pasear por el campus, visitando otras facultades, tomándose un pequeño tentempié en la cantina y disfrutando de la tranquilidad de los jardines que rodeaban el lugar.
Como podía verse, la universidad no suponía un problema tan grave para Adriana. Ni siquiera podía calificarse de preocupación. Lo que de verdad alteraba a la chica era su tía. Tras lo que había hecho la noche anterior, masturbarse pensando en ella, la vergüenza la consumía. No era, desde luego, la primera vez que lo hacía. Qué demonios, se había pasado la adolescencia entera machándosela en honor a semejante mujer, pero ahora que vivían juntas, no era lo mismo. Sentía que no era correcto y por eso, tenía que cortar de raíz esa atracción que tenía hacia ella, aunque parecía una misión imposible.
Volvió al piso a las una de la tarde, pero su tía aún no había regresado. De hecho, no volvería hasta las tres del trabajo, así que estaría sola por dos horas. Decidió pasar el tiempo con su ordenador portátil, navegando por el campus virtual para investigar un poco como era. Ahora que le habían dado las claves de acceso, tenía que ir familiarizándose con él, pues por ahí tendría que realizar muchas actividades, mandar trabajos y obtener los apuntes. Además, era por donde le darían las notas de los exámenes que realizase.
Estuvo un largo rato frente al ordenador hasta que se fijó en la hora que era, las dos y cuarto. Pensó que ya que a su tía no le faltaba mucho tiempo para venir, podía preparar el almuerzo. De esa forma, le demostraría que no estaba de gorra en la casa y que tambien ayudaría en las tareas diarias del hogar.
Fue a la cocina y, tras dar un vistazo al frigorífico, decidió preparar unos enormes filetes. Pensó tambien en pelar y picar unas patatas para luego freírlas, pero entre que le costaba preparar el aceite y que ya no quedaba tiempo, decidió mejor preparar otra ensalada como acompañamiento. Así que se puso manos a la obra y comenzó a prepararlo todo.
Cuando su tía volvió a las tres, le llegó el olor a carne recien hecha. La mujer fue a la cocina con todo ya preparado. En la mesa, dos platos con un par de filetes y, en el centro, una fuente con lechuga y tomate regadas con aceite y vinagre. Quedó impresionada.
—Madre mía, menuda pinta tiene todo esto —habló llena de sorpresa.
Adriana, justo al lado de la mesa, se sentía ansiosa, frotándose las manos y en una pose de reticente timidez.
—Gracias, tita —comentó contenida—. Es que como he venido más temprano que tú, pensé en preparar yo misma el almuerzo.
La mujer se notaba satisfecha por el trabajo realizado por su sobrina. Aspiró un poco del aroma que desprendían los filetes. Se la notaba con ganas de comer.
—Me parece fantástico —dijo encantada—. Voy a dejar el bolso en mi dormitorio y enseguida vuelvo para comer que esto tiene muy buena pinta.
Adriana asintió alegre y vio cómo su tía partía. En el tiempo, terminó de preparar la mesa y se sentó, esperando a que la mujer regresara. No entendía por qué, pero se notaba muy eufórica. Cuando Mercedes volvió y se sentó, comenzaron a comer.
—Um, esto está delicioso —habló su tía tras tomarse el primer trozo de filete.
Adriana sonrió satisfecha por el veredicto. Le gustaba saber que a su tita le gustaba lo que había hecho. No tenía muchas dudas de que le iba a encantar, aunque lo que más deseaba era que apreciase el gesto, que se diera cuenta de que podía hacer cosas por sí misma y aportar a su hogar.
—Me alegro. Puse todo mi esmero para que saliera lo mejor posible.
Mercedes tomó otro trozo y no dudó en mostrar lo delicioso que le parecía.
—Pues ya te digo, está genial —reafirmó el cumplido hacia su sobrina—. Me da la sensación de que a partir de ahora voy a tener una cocinera en casa que me va a hacer todos los platos que quiera.
—¡Oye! ¿A ver si te crees que voy a ser tu esclava? —Adriana se picó ante lo que su acababa de decir.
La mujer no dudo en reír ante la reacción de su sobrina y ella tampoco tardó en acompañarla. No sabía cómo era capaz de terminar en carcajadas con su tía, pero siempre terminaba pasando, aunque esto no le desagradaba. Se miraron y de nuevo, volvió a maldecirse por desearla tanto.
—No, ya en serio —habló con claridad Merche—. Creo que no me viene mal que tú te ocupes tambien de cocinar. Con el trabajo apenas tengo tiempo para hacerme algo en condiciones para comer y ahora que estás aquí, podrías ocuparte algunas comidas.
—Claro, tita —afirmó ella—. Todo lo que necesites.
—Y no está de más que te comente que tambien debes dejar tu cuarto ordenado y limpio, además de lavar tu ropa sucia. —Su tía parecía firme sobre las tareas del hogar.
—Descuida, tambien me ocuparé de todo eso.
Parecía obvio que ambas se habían entendido respecto a las labores en el piso, por lo que no había más que discutir y siguieron comiendo.
Cuando terminaron, Adriana ayudo a su tita Merche a dejar los platos en el fregadero y mientras lo hacían, la mujer volvió a hablar con ella.
—Oye, mañana es sábado, así que había pensado que podríamos ir al centro comercial a comprar algo de ropa para ti.
La propuesta pilló por sorpresa a Adriana. No se esperaba algo así por parte de su tía.
—Erm, pero ya tengo ropa que mi madre me compró expresamente para cuando viniera aquí —puntualizó.
Mercedes no quedó muy conforme por su respuesta. Estaba claro que pretendía llevarse su sobrina de compras, le gustase o no a ella.
—Esas prendas que has traído son muy feas —comentó la mujer con cierto desdén—. Tú tienes que comprarte ropa bonita y vistosa, algo que realce tu hermosura.
Esas palabras la hicieron ruborizarse. No esperaba que su tía la considerase guapa y, desde luego, no ayudaban a calmar sus más bajos instintos.
Merche se le acercó y posó su mano en la mejilla izquierda. Sentir ese suave tacto la puso muy alterada.
—Con lo mona que eres —expresó con dulzura—. Fíjate en los ojazos que tienes. Necesitas un vestuario que ayude a verlos tan deslumbrantes.
—Tu tambien tienes unos ojos muy bonitos —respondió ella, aunque enseguida se arrepintió.
Su tía sonrió de gusto al oírla. No era para menos que estuviera tan hermosa. Llevaba un largo vestido rojo que le llegaba por debajo de la rodilla y que realzaba muy bien su sensual figura. Para colmo, sus pechos se veían favorecidos por la prenda, mostrándose erguidos y con un prominente escote que no los podría hacer más apetecibles. Adriana tuvo que apartar su mirada o moriría extasiada por tanta hermosura.
—Gracias, sobrinita. —Ahora, la que parecía ruborizarse era su tía— Es fantástico saber que aprecias tanto mi belleza.
La chica quedó extrañada ante lo que la mujer acababa de decir. ¿No le importaba que literalmente la hubiera piropeado? Tampoco se tendría por qué extrañar. Ella tambien había recibido muchos halagos de su tita, era lo normal, pero su mente estaba tan confundida por la intensa atracción hacia ella que apenas podía ya distinguir cuales eran sus auténticas intenciones.
—Si, bueno, tú es que eres muy guapa. — No lo estaba arreglando— Sería absurdo negarlo.
Mercedes sonrió de una manera tan radiante que casi parecía que Adriana iba a terminar cegada por completo. De repente, su tía la abrazó sin mediar palabra y le dio un fuerte beso en la mejilla. La muchacha se quedó inerte. Preferible, porque si intentara hacer algo, terminaría liándola.
—Eres tan adorable —le dijo con tierna voz.
Cuando se separaron, Adriana seguía inmóvil, todavía sin saber qué hacer. Todo lo que estaba viviendo con su tía la dejaba por completo para el arrastre y eso que solo llevaban un día juntas. No sé quería imaginar cómo terminaría en un año.
—En ese caso, vamos a descansar un poco y luego, yo me piro al gimnasio —habló Mercedes enérgica—. ¿Te quieres venir conmigo?
Lo que le faltaba, ver a su tía con ropa ligera y apretada que se transparentaría con el sudor, dejando a la vista su cuerpazo. Negó con la cabeza enseguida.
—No, mejor ve tu sola y diviértete —comentó de forma atropellada—. Yo me quedaré aquí y ya me entretendré por mi cuenta.
—Vale, si te apetece puedes jugar con cualquiera de las consolas, pero cuidadito de no rompérmelas, ¿entendido?
Asintió como afirmativa respuesta. Después de eso, su tía se marchó y ella se quedó allí un poco reflexionando sobre lo jodida que estaba hasta que tambien decidió marcharse a su cuarto.
A las cinco, Mercedes se fue al gimnasio. Cuando la vio con esos apretados leggins de fina tela negra marcando aún más su culazo y esa chaqueta verde que apenas podía ocultar la redondez y turgencia de sus senos por más que quisiera, tuvo bien claro que hacía bien en no ir con ella. Tras marcharse y escuchar la puerta del piso cerrarse, lo primero que hizo fue desabrocharse el pantalón, sacarse su enhiesta polla y empezar a pajearse.
Pensó en su tita, en el escote que llevaba con el vestido rojo, en su culo enfundado en esos leggins, en sus ojazos, en esos labios que deseaba besar… Le resultaba imposible vislumbrar a la mujer de otra forma que no fuese con mucho deseo. Era tan guapa y ansiaba tanto besarla y… follársela, para que engañarse.
—Tiiitaaa —gimió de nuevo justo antes de correrse.
Su polla sufrió varias contracciones y sintió como el semen salía disparado en varios chorros. Acabó mustia y con el aire faltándole. Respiró varias veces para recuperarse y, cuando abrió los ojos, vio el desastre.
Tenía las piernas llenas de semen. Se había bajado el pantalón hasta los tobillos precisamente para no llenárselo, pero tambien se puso perdida la camiseta con un par de trallazos. Encima, algo del espeso líquido blanquecino tambien había precipitado por la cama.
—Mierda —murmuró frustrada.
Se limpió las piernas y la polla con un par de pañuelos que tenía preparados. Después, se puso de nuevo los pantalones y revisó el resto del desastre. Las manchas de las sabanas solo saldrían con detergente, así que le daría una pasada y si Mercedes preguntaba, le mentiría diciendo que se le cayó un poco de zumo encima. En cuanto a la camiseta, se la quitaría y la pondría en el cesto de la ropa sucia, pero bien oculta, para que su tía no la encontrase.
Así que no perdió más tiempo y se puso manos a la obra. Cuando terminó de arreglar el estropicio, se fue al salón y decidió jugar con una de las consolas. Seleccionó la Playstation Uno. El juego que puso fue el primer Tomb Raider y, pese a los parcos controles, se le hizo divertido.
De esa forma, la tarde pasó sin más problemas hasta que se hicieron las ocho y su tía regresó. Tras verla un rato jugando, prepararon y se tomaron la cena, vieron la tele y se marcharon a dormir.
Mañana, les esperaba un buen día.
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El sábado fue bastante ajetreado.
Mercedes llevó a Adriana a un centro comercial que había a las afueras de la ciudad. Si bien en el fin de semana no había tanto tráfico, la salida estaba abarrotada de coches, formando una gran hilera que indicaba que había un tremendo atasco. La muchacha no estaba muy contenta, pero su tía no dudó en animarla con un poco de música y sus ingeniosos comentarios, haciendo la espera más llevadera. Al final, no tardaron tanto como creyó en llegar a su destino.
El centro comercial era enorme. Donde vivía, Adriana ya había estado en algunos, pero no se podían comparar en tamaño con este. Tenía tres plantas y ocupaba dos veces el espacio del campus universitario en el que estudiaría. Había tiendas de todo tipo: electrónica, ocio, muebles, perfumería, móviles, joyería, complementos, aunque lo más abundante era ropa. Se encontraban todas las marcas y cadenas imaginables e incluso se topó con algunas que desconocía por completo.
—¿Qué te parece? —le preguntó su tía mientras paseaban por allí.
—Es impresionante —comentó la joven sin dejar de mirar maravillada de un lado a otro.
Encontraron hasta una pequeña librería de corte vintage especializada en novelas de fantasía y ciencia ficción, aunque tambien vendía mangas y comics. Le interesaba entrar, pero Mercedes estaba insistente en que lo primero era la ropa, así que se pusieron en marcha sin más demora.
La idea de comprarse ropa nueva le gustaba, pues su tía tenía razón. Todo lo que su madre le había comprado sería lo practico que quisiera, pero eran indumentarias feas que la hacían lucir poco interesante. Tampoco era algo que le hubiera preocupado demasiado. Siempre fue una persona poco interesada en lo que los demás pensaran de su apariencia, algo normal, después de soportar tantos años de rechazo por su cambio de sexo. Ahora, le afectaba un poco, pero lo olvidaba con el tiempo. Sin embargo, no podía negar que eso era algo que cambiar. Por probar, no perdía nada.
Fueron de tienda en tienda y Merche obligó a su sobrina a probarse todo lo que encontraba. Si bien Adriana estaba abierta a renovar su vestuario, se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en una experiencia peculiar, sobre todo, porque su tía la estaba viendo todo el rato en ropa interior. Nunca se había expuesto tanto en la intimidad a otra persona, ni siquiera ante sus padres, y que su tita entrase cada dos por tres al probador con una nueva pieza de ropa mientras ella se desvestía, la hacía sentir incomoda.
Cada nuevo sitio al que iban, la sometía a ese escrutinio de ropa por probar y verla en paños menores, una situación que se le hacía cada vez más insoportable, a pesar de que su tía no tenía intención de hacérselo pasar mal, pero ciertas inseguridades la carcomían.
—Venga, ¿no me digas que esta falda roja no te queda bien? —le preguntó Mercedes mientras sostenía la prenda con ambas manos.
Adriana no sabía que contestar. No negaba que no fuera bonita, pero simplemente no se veía llevando algo así. Era la clase de indumentaria que nunca concibió ponerse y verse en la situación de si quería llevársela o no resultaba ser un conflicto en el que no deseaba meterse.
—Tita, no sé… —Las dudas la dejaban totalmente confusa.
—Si quieres, pruébatela y así vemos que tal te queda.
Esa propuesta no podría tenerla más agotada, pero accedió derrotada.
Se metió en el probador con la falda y se bajó los pantalones. Tanto vaivén entrando y saliendo de esos sitios la estaba hartando. Al inicio, lo sobrellevó bien, pero ya empezaba a parecerle una pesadilla. Podía soportarlo, aunque la repetición ya la estaba matando por dentro.
Cogió la falda y, tras un breve análisis, vio que se fijaba por un botón en la parte delantera. Se la puso alrededor de las caderas y lo unió por el botón. Después, se miró frente al espejo.
No estaba tan mal. La falda le quedaba por debajo de las rodillas hasta la mitad de la pantorrilla. Revelaba un poco, pero de manera discreta. En cierto modo, ese era el gran problema que tenía con las faldas. Esa manía de enseñar tanto. Ella lo detestaba y no le apetecía llamar la atención más de lo que ya lo hacía por su condición. Quizás no estaba tan mal como imaginaba.
Tras sopesarlo un poco mientras se miraba frente al espejo, se dio la vuelta para ver si resaltaba demasiado su culo. Por suerte, Adriana no tenía la redondez tan acentuada de Mercedes, así que no se le notaba tanto. Contenta por ver cómo le quedaba, decidió que se la llevaría, así que se la quitó para ponerse de nuevo los pantalones.
—Adri, he encontrado unos pantalones anchos que igual te pueden venir…
Su tía entró sin avisar justo cuando estaba con las bragas al aire. Por instinto, la chica se cubrió sus partes con las manos y la mujer se la quedó mirando en silencio. Permanecieron así por un instante que a Adriana pareció hacérsele eterno. Se sentía tan avergonzada, aunque de Mercedes, no veía reacción alguna. Era como si se hubiera quedado convertida en una estatua, totalmente inerte y gélida. Eso parecía, claro.
De repente, la tita avanzó varios pasos al tiempo que corría la cortina del probador para quedar ocultas. Adriana se estremeció ante su acción y no entendía que pasaba. Merche continuó hasta quedar frente a su sobrina. La chica tembló un poco al notar como la miraba de una forma intimidante. Esos ojos marrones tan oscuros y profundos estaban clavados en ella y lo peor es que no tardaron en descender hasta el lugar donde tenía puestas sus manos.
—¿Para qué te tapas? —preguntó— No he visto nada de lo que te tengas que avergonzar.
Sin previo aviso, le cogió las manos y la obligó a apartarlas. Cuando vio lo que tenía en su entrepierna, abrió los ojos impactada. Su polla estaba dura.
—Um, parece que estas más alegre de lo que imaginaba —dijo su tía con un más que insinuante tono de voz.
Mirándola fijamente, la mujer la hizo retroceder hasta que su espalda dio contra el cristal del espejo. Tembló de manera brusca, muy nerviosa, aunque no atemorizada. No entendía que ocurría, pese a que se imaginaba cual podría ser el resultado.
—Tita, ¿qué haces?
La respuesta que le dio la mujer fue agarrar sus manos, elevarlos y, en un rápido movimiento, ponérselas contra el espejo. De nuevo, se estremeció ante el inusual comportamiento de Mercedes y, pese a hallarse intimidada, tambien le gustaba.
—No sé, cariño. —No podría sonar más provocativa— Lo que tu tanto deseas, ¿no?
La situación la daba ya por perdida. Si bien Adriana se veía incapaz de entender si aquello era real o no, poco le importaba. Por fin, la mujer de sus sueños la iba a tomar para sí misma y no podría ser más feliz.
Mercedes cerró sus ojos y comenzó acercarse. Sus labios se apretaron un poco con toda la intención de besarla. Al adivinarlo, Adriana hizo lo mismo. Bajó los parpados y apretó sus labios para, al fin, recibir su primer beso. Respiró abotargada mientras esperaba el gran momento. Y esperó, espero, esperó…
—Adriana…
Siguió esperando.
—Adriana…
El eco lejano de aquella llamada llegó hasta su aletargada cabeza y cuando abrió los ojos, vio que seguía en el mismo sitio, el probador de la tienda de ropa junto con su tía, salvo que no estaban a punto de besarse.
Mercedes portaba en sus manos el pantalón que le había sugerido que se probase y la miraba como si acabara de cruzarse con un perro verde. Adriana se encontraba con las bragas al aire y las manos medio tapándolas. Tambien notó su polla dura, cosa que hizo saltar las alarmas de la chica.
—Cariño, ¿te ocurre algo?
En cuanto escuchó la cuestión, el pánico la inundó. Miró a un lado y a otro, como si buscara algún lugar en el que esconderse, pero en ese probador no había escapatorita. Estaba atrapada con la mujer que hacía unos segundo atrás había sido la protagonista de su erótica ensoñación.
—Si…es solo que… —No solo no trastabillaba con la voz, sino que encima, se le ponía aguda a cada cosa que soltaba.
Su tía se acercó de nuevo a ella. Esta vez, fue la propia Adriana quien retrocedió hasta que dio con la espalda en el cristal. El terror la inundaba. Mercedes llegó hasta quedar frente a ella, cara a cara. Ya no sabía que más hacer. Estaba acorralada por completo.
Cerró sus ojos como si pensara que aquello sería un eficiente método de defensa. Se agitó bastante hasta que notó como una mano se posaba sobre su frente. La muchacha abrió sus parpados y vio cómo su tía le acariciaba la cabeza. Le parecía tan raro, aunque tambien, precioso.
—No pareces tener fiebre —habló la mujer antes de retirarse.
Adriana quedó perpleja. No podía creer que le estuviera tomando la temperatura para comprobar que no se encontrara enferma. Desde luego, no había sido como en su fantasía.
Su tía le dio la espalda un momento antes de volverse y, cuando la vio en las mismas condiciones, se mostró preocupada.
—Adriana, ¿estás bien?
La chica, todavía con la mente perdida, reaccionó al momento y no dudó en responder.
—Sí, tita, estoy fenomenal. —Su voz no podría sonar más forzada.
Merche la miró escéptica. Eso podía deducir por el forzado gesto de su cara y las cejas arqueadas.
—¿Segura? Antes te he llamado y era como si te encontrases delirando.
Delirando. Por supuesto, eso era lo que le sucedía en esos momentos y no podría sentirse más ridícula por ello. Sintiendo que la conversación pudiera tomar derroteros demasiado comprometedores, decidió actuar.
—Mira, la falda roja me ha gustado mucho —habló con rapidez, tratando de cambiar de tema—. Creo que me la voy a llevar.
Enseguida, el rostro de su tía se relajó y sonrió al notar su interés por la prenda.
—Perfecto. ¿Por qué no te pruebas este pantalón ya de paso?
—Claro, tita. Pásamelo y me lo pongo a ver qué tal me queda.
Intercambiaron prendas y cuando la cortina volvió a correrse, dejándola oculta, Adriana respiró aliviada.
Se probó el pantalón que su tía le había traído. Le quedaba bien a pesar de ser un poco anchos y realzarle el culo bastante. Eso último era lo que menos le agradaba. No le gustaba que todo el mundo se le quedara mirando a su retaguardia.
—Te queda de maravilla.
Se volvió al escuchar a su tía, quien apareció de nuevo. Se acercó hasta ella y la inspeccionó para comprobar que le estuviera bien del todo. Se inclinó un poco y tiró de la prenda para bajársela de un lado, cosa que la azoraba un poco. Mercedes la miró por detrás y, sin previo aviso, sintió como le daba una palmadita en el culo.
—Veo que te marca el trasero muy bien —habló divertida, emitiendo una pequeña carcajada después.
Vio como salía del probador y cerraba la cortina. Adriana exhaló todo el aire que llevaba acumulando dentro desde hacía rato. Sin ninguna duda, esta había sido una de las situaciones más surrealistas y vergonzosas que jamás había vivido.
Tras cambiarse, salió del probador y fue junto a su tía para que pagara toda la ropa que se llevaría. Una vez hecho, salieron de la tienda, pero no habían terminado. Todavía quedaban muchas otras por visitar, lo cual significaba probarse más ropa en probadores y más aguantar momentos comprometidos. Al menos, esperaba que no se le fuera el santo al cielo imaginando más escenas porno con Mercedes.
El siguiente sitio al que fueron era una tienda a la que Merche solía ir a comprar. Tenía una ropa para una mujer más adulta, no tan juvenil como ella y más alineada con la estética que su tita gustaba de llevar, así que era su turno para irse al probador. A Adriana le alivió esto bastante. Significaba que ya no tendría que probarse nada más y ser sorprendida con poca ropa. Sin embargo, no contaba con un pequeño inconveniente.
Mientras esperaba afuera, escuchó la voz de su tía llamándola.
—Adri, pasa un momento, porfa.
No muy agradada, la chica le hizo caso y entró, aunque enseguida se arrepintió.
Mercedes se había quitado la camiseta, quedando tan solo con el sujetador negro que llevaba y, por un momento, apartó la mirada.
—¿Qué…que necesitas? —preguntó petrificada.
Terminó mirando. Sabía que no le quedaba más remedio. Cuando sus ojos divisaron ese par de pechos enfundados bajo las copas del sujetador, bien prietas y alzadas, mostrando un suculento escote, le dio la sensación de que la baba se le comenzaría a caer de la boca.
—Quiero que vayas al mostrador y le preguntes a la mujer si tienen camisetas de esta clase, pero en un color más claro —le contestó, indiferente a como su sobrina la miraba—. Es que todas las que he visto son oscuras y yo las prefiero más blanquitas.
—Cla...claro… —A Adriana le costaba hablar cada vez que le miraba el canalillo— Enseguida voy.
Salió de allí disparada como un cohete y se dirigió al mostrador para hablar con la muchacha que había. Por el camino, no dejaba de pensar en la tortura eterna que estaba siendo ese día. Algo que debería ser fantástico y divertido se había convertido en una experiencia tan complicada, todo por culpa de su excesiva mente calenturienta, pese a que sabía que no podía evitarlo.
Al final, no había camisetas de color claro, cosa que a Mercedes no le pudo agradar menos. Decidieron largarse de la tienda sin dudarlo y, viendo que ya era mediodía, comieron en el centro comercial.
Fueron a un restaurante de comida italiana, donde Adriana se pidió un plato de pasta con salsa bechamel mientras que su tía tomó una fuente de raviolis con salsa de tomate. Todo estaba delicioso y se lo pasaron bien. Después, visitaron la librería vintage que llamó tanto la atención de la muchacha y ya dentro, encontró un montón de libros que deseaba leer desde hacía tiempo. Al final, solo pudo llevarse dos, pero Mercedes le aseguró que cuando viniesen otra vez, ella no dudaría en comprarle otro. Satisfechas, decidieron regresar al piso.
El viaje de vuelta lo pasó Adriana en silencio mientras no dejaba de pensar en lo ajetreado de las compras y en las cosas que le habían pasado con su tía. No sé quitaba de la cabeza que estuviera fantaseando con ella en medio del probador. Fue ridículo y encima, pensando en un familiar. Se lamentó por ser tan estúpida. Claro que, al mismo tiempo, a su cabeza acudió el momento en que su tita le dio una fuerte palmada en el culo. Sabía que solo era una cosa inocente entre las dos, pero Adriana quedó muy extrañada.
—Vaya día, ¿eh? –comentó sin más Mercedes.
La sobrina se giró para notar como su tía la estaba mirando de una manera que no podría parecerle más arrebatadora. Se quedó literalmente sin respiración. ¿Por qué tenía que ser tan guapa?
—Sí, ha estado entretenido —contestó mientras una sonrisilla tontorrona se le dibujaba en la boca.
Merche tambien sonrió encantada. Era obvio que lo había pasado muy bien con la chica y ella misma tampoco lo podía negar. Había sido uno de los mejores momentos de su vida, aunque en algunos instantes, hubiera deseado no ser consciente.
—Me lo he pasado muy bien contigo. —Notó como se ponía un poco seria— Es bonito tener a alguien con quien disfrutar de estas cosas.
Alargó su mano y le apartó un mechón de pelo que le había caído por el rostro. Por dentro, Adriana sentía como un torbellino la revolvía sin cesar.
El resto del trayecto hasta el piso lo hicieron en silencio. Mientras miraba por la ventana y, de vez en cuando, a su tía, Adriana no paró de pensar en la situación de la mujer. Ella vivió en la misma ciudad que su hermano, pero se marchó cuando pudo tener oportunidad de conseguir el trabajo que tanto deseaba. Desde entonces, solo la vieron más que en contadas ocasiones donde no revelaba demasiado de su vida, si tenía pareja o alguien significativo. Nada, Mercedes era un enigma que ninguno en su familia logró adivinar. No fue hasta ese momento que dio con la realidad. Estaba sola, no tenía a nadie. Eso la entristeció bastante.
Una vez llegaron al piso, Adriana se llevó toda la ropa comprada a su cuarto y la guardó en el armario. Después, pasó lo que quedaba de tarde viendo cosas en su ordenador y para la noche, ayudó a Mercedes a preparar la cena. Mientras comían, su tía le preguntó por las clases que empezaba la semana que viene.
—Oh, no estoy nerviosa —respondió la chica tranquila.
—¿Segura? Despues de todo lo que pasaste en el insti, me preocupa que te pueda ocurrir lo mismo aquí.
Notó lo inquieta que se hallaba la mujer. Adriana le importaba mucho a su tía y lo único que deseaba era que no le pasara nada malo.
—Sé que mi tiempo en el instituto no fue el mejor, pero creo que aquí las cosas serán diferentes. —Había ciertas dudas en lo que decía, pero intentó ser lo más segura posible— Aun así, no voy a dejar que nada ni nadie me lo estropee. Como tú me dijiste, este es un nuevo comienzo en mi vida y no pienso echarme atrás.
La mujer sonrió con orgullo tras escucharla. Sin mediar palabra, cogió la mano derecha de su sobrina y se la apretó un poco en un más que claro gesto de cariño y confianza.
—Me alegro mucho de que pienses así —comentó Mercedes muy contenta—, pero si en algún momento necesitas apoyo o tienes algún problema, quiero que sepas que siempre me tendrás a tu lado para lo que sea.
La chica se mordió el labio inferior. Era un tic que le salía a veces por estar nerviosa y su tita la estaba poniendo bastante ahora mismo. ¿Por qué tenía que ser tan maravillosa?
—Gracias —respondió con parquedad.
Terminadas de cenar y una vez limpiaron los platos, decidieron ver una película de terror en la tele. Se sentaron juntas en el sofá y, al inicio se hallaban separadas la una de la otra, pero conforme pasó el tiempo, se fueron acercando hasta que sus cuerpos ya se rozaban.
Adriana se puso en alerta cuando notó como su tía inclinaba la cabeza para apoyarla en su hombro y pegaba el cuerpo contra el suyo. La joven respiró hondo al notar esa tibieza tan próxima.
—¿Estas cansada, Adri? —preguntó la mujer.
—Un poco —contestó agonizante.
Sintió como la polla se le ponía dura. Mercedes se pegó un poco más y ella hizo lo mismo para disimular. Se centró en la película, puso toda su atención en ella, intentando que la erección desapareciese. Pasó el tiempo y, si bien no remitió, por lo menos no continuó creciendo. Entonces, una escena de susto sobresaltó a ambas y puso las cosas peor.
Merche abrazó a su sobrina, envolviéndola por el pecho y la espalda con ambos brazos. La chica se percató de esto y lo peor era sentir su brazo restregándose contra ambos pechos. Tiritaba del horror cuando notó su polla reanimarse de nuevo.
—Jo, menudo sobresalto nos han dado —profirió la mujer todavía sorprendida por la escena.
—Si…, saben meter bien el miedo —balbuceó desasosegada.
El resto de la película la pasaron Mercedes abrazada a Adriana como si no la quisiera soltar bajo ningún concepto. La muchacha se quería morir por verse así, aunque, por otro lado, estaba encantada de tener a su tía tan cerca. Sentir su calor y suavidad era algo único, pese a que la obligaba a tener que luchar porque su erección no se notara demasiado.
Cuando por fin terminó, ambas decidieron irse a dormir.
—Buenas noches, mi niña —le dijo la mujer mientras la abrazaba y besaba.
—Lo mismo, tita —habló ella al tiempo que resistía lo mejor que podía a la tentación.
Marchó a su habitación, apagó la luz y se metió en la cama. Emitió un sonoro suspiro mientras miraba el techo. Entonces, sintió que su polla seguía erecta. La cogió con su mano y comenzó a acariciarse con lentitud.
Cerró los ojos y pensó en todas las cosas que le ocurrieron. Mercedes sorprendiéndola en bragas dentro del probador, la ensoñación donde se besaban, la caricia en su frente, la palmadita en el culo, esos pechos atrapados en el ceñido sujetador, la mano apretando la suya, el abrazo mientras veían la peli, su cuerpo tan tibio y agradable…
Se detuvo. No podía continuar tocándose mientras pensaba en su tía. Tenía que acabar con esta obsesión costara lo que costase. Sacó la mano de dentro del pantalón y se recostó de lado, maldiciéndose por ser una maldita pervertida. Mercedes la quería muchísimo y se preocupaba tanto por ella que su única respuesta era mirarla de manera indebida, ponerse nerviosa cada vez que la tenía cerca y luego masturbarse en soledad al tiempo que la recordaba. Eso no podía seguir así…o tal vez si podía…un poco más.
Arrepintiéndose sin demasiada culpa, volvió a coger su polla y reanudó la paja. Cerró sus ojos y volvió a evocar los hechos vividos en ese día. Al final, concluyó que mientras todo ese deseo inapropiado hacia su tita quedara en la oscuridad de la habitación, no había ningún problema. Eso se dijo de forma poco convincente.
Adriana y su Tía Merche (Lesbico) - Capítulos 001 al 008
Adriana y su Tía Merche (Lesbico) - Capítulo 001
Adriana estaba nerviosa. Sentada en la parada del autobús, no se podía sentir más incómoda ante la presencia de los desconocidos que había allí. Notaba como la miraban, a pesar de que ella ni les prestaba atención. Así había sido su vida desde siempre y nunca entendió por qué tenía que pasar por algo así, aunque, ¿por qué debería?
Ser una chica transexual nunca le fue fácil. A sus diecinueve años, Adriana se sentía perfecta como la mujer que siempre debía ser, pero el trato por el resto del mundo nunca fue el mejor. Su familia siempre la apoyó en la transición y, en general, se sintió arropada por todos ellos, pero las demás personas a su alrededor se vieron incapaces de aceptar su cambio. Algunos llegaron incluso a sacar al intolerante que llevaban dentro. Las pocas amigas que tenía la dejaron de lado, sus compañeros de instituto no cesaron de meterse con ella e, incluso, los profesores le decían cosas bastantes hirientes. Al final, sus padres tuvieron que cambiarla de centro y, aun así, tuvo que soportar más burlas y ataques. Con todo, supo sobrellevarlo lo mejor que pudo, por lo que se habituó a esta clase de situaciones, como la que vivía ahora.
Sin embargo, los nervios no eran tan solo por sentirse demasiado observada, tambien se debían a que se encontraba en un nuevo lugar. Adriana vivía con sus padres en una pequeña ciudad del interior y, al terminar sus estudios del instituto, quería hacer la carrera de Literatura Española con un master de especialización. En esa pequeña ciudad y en los alrededores le era imposible estudiarla, así que tuvo que trasladarse a una lejana ciudad de mayor tamaño donde había una universidad que le permitiría estudiar lo que quería, viéndose obligada a residir allí. Por suerte, contaba con alguien allí que la acogería y, pensar en ella, la alteró bastante.
El viento sopló un poco y meció su largo pelo rubio claro, recogido en una sencilla coleta. Empezaba a hacer frio porque la tarde se echaba encima y el Sol no tardaría en ponerse. Se puso más intranquila. Su madre le dijo que ella estaría enfrente de la parada nada más se bajase del bus, pero llevaba tres cuartos de hora esperando y comenzaba a desesperarse.
Inquieta, miró a un lado y a otro. A la izquierda tenía a un tipo de unos cincuenta años, calvo y con gafas de sol, que la observó con disgusto. A la derecha y de pie, a una señora mayor con demasiados aires de grandeza que suspiró molesta al fijarse en ella. Adriana quería que la tierra se la comiese ya mismo porque no aguantaba más esta situación insoportable.
Por suerte, no tenía que esperar más. Un Mini Cooper de brillante azul cobalto se paró justo delante de ella. Enseguida supo quién era. El cristal de la ventanilla bajó para mostrar a una mujer en la treintena que se giró para mirarla a través de sus gafas de sol circulares.
—¡Sobrinita! —exclamó la recien llegada—. Venga, súbete.
Si bien se sentía algo fastidiada por la tardanza, Adriana no podía estar más aliviada.
Se puso en pie y, arrastrando sus enormes maletas, fue hasta el coche. Tras meter su equipaje en el maletero, se dirigió hacia delante, abrió la puerta del copiloto y entró. Tras cerrar, el vehículo se puso en marcha y se fueron de allí.
—Tienes que perdonarme por llegar tan tarde, pero es que tenía una reunión muy importante y se prolongó más de lo esperado —le explicó la mujer mientras conducía.
—No pasa nada, tita —habló ella más tranquila.
Su tía Mercedes, o tita Merche, como prefería llamarla, era la persona con la que residiría a partir de ahora en esa ciudad. Tenía un piso en el barrio alto y viendo que era la mejor opción para vivir, su padre, hermano suyo, se puso en contacto con ella para comentárselo. Por supuesto, no puso ninguna pega y hasta se mostró encantada de tener a su sobrina viviendo allí.
Vio como conducía con cierta agresividad, adelantando a algún coche y teniendo que frenar de golpe cuando llegó ante un semáforo rojo.
—Disculpa por ir tan rápida —dijo justo tras pegar el fuerte frenazo—. Es que vengo frenética por todo el tiempo que me han hecho perder en la reunión esos idiotas. Teniendo que venir a recogerte y nada más que allí discutiendo de chorradas financieras con unos inútiles.
—No importa —comentó la chica, intentando quitarle hierro al asunto.
—A mí sí me importa, Adri —arguyó ella—. Eres mi sobrina y te vienes a vivir conmigo, así que tengo que cuidar de ti.
Le sorprendía la responsabilidad que su tía parecía irradiar en ese mismo instante, pues siempre había sido una mujer de vida independiente más centrada en su trabajo que en otra cosa. Los había visitado a ella y a sus padres en más de una ocasión y, por supuesto, fue muy atenta con la muchacha en cada momento que se vieron, pero era como si sus existencias fuesen en paralelo y no tuvieran intención alguna de cruzarse. Ahora, en cambio, estaba más que metida en su vida. Le resultaba extraño.
—Muy bien, me alegro, pero procuremos ir más despacio, ¿vale?
Su tía se volvió al escucharla y la miró con sorpresa. Llevaba razón. Estaba bastante tensa, algo evidente por lo rígido que tenía el cuerpo, aunque un vistazo al mismo, evidenciaba otra cosa: lo guapísima que era.
Mercedes era una mujer espectacular. Su cara era de rasgos afilados, su nariz acabada en punta, la piel la tenía clara y los ojos eran marrones oscuros. Su ondulada melena era castaña oscura y le caía por los hombros, aunque no la llevaba demasiado larga. Ahora mismo, vestía con una indumentaria que enfundaba muy bien su voluptuosa y firme figura. Una camisa blanca enmarcaba sus grandes y redondos pechos mientras que el ceñido pantalón de tela negro, bordeado por finas rayas blancas, acentuaba la rotundidad de sus caderas y la carnosidad de sus muslos.
Adriana sintió un electrizante temblor al fijarse en cada rasgo de su tía y prefirió volver la vista al frente.
—Uy, ya está en verde —señaló con sorpresa.
—Pues si —afirmó su tía y, acto seguido, pisó el acelerador.
El coche salió disparado mientras emitía un fuerte chirrido, haciendo que Adriana entrara en pánico. Todo su cuerpo estaba tenso y se aferró al cinturón como si fuera su única esperanza de sobrevivir. Mercedes, en cambio, se mostró agresiva e intrépida, dando un par de volantazos al tomar cada calle. Era obvio que disfrutaba con su conducción temeraria, cosa que a su sobrina no le podría preocupar más.
—Cariño, en esta vida no se puede ser tan prudente —le decía mientras conducía tan alocada—. A veces, hay que tomar riesgos. No demasiados, pero si alguno para sentirte plena.
Quince minutos después de temer por su seguridad más que en ninguna otra ocasión, llegaron al edificio. Era un gran rascacielos de treinta pisos. Mercedes bajó hasta el aparcamiento subterráneo y dejó el coche en la plaza que tenía reservada. Tras salir, Adriana se sentía algo mareada y desorientada. Tardó un poco en volver en sí.
—Venga, coge tus maletas que subimos —le avisó su tía.
Le hizo caso y, tras sacarlas, siguió a la mujer en dirección al ascensor. Cruzaron el aparcamiento completo, su tía delante y ella detrás. No podía creer que se encontrara viviendo en otro sitio y, menos aún, que lo estuviera haciendo con su tita Merche. Mientras la seguía, no pudo evitar que sus ojos se clavasen en el bamboleante culo de la mujer. Era espectacular, tan redondo y turgente…
Sacudió la cabeza alterada. ¿Qué hacía mirándole el culazo a su tía? Llegaron hasta el ascensor y esperaron a que bajase. Se colocó al lado de Mercedes y no supo a donde mirar de lo avergonzada que estaba por lo que acababa de hacer. La mujer se dio cuenta de lo distante que se hallaba y le habló.
—Nerviosilla, ¿eh? —Su voz sonaba divertida y guasona.
Adri se giró incómoda y asintió levemente. La mujer sonrió con ternura ante su pobre respuesta mientras se quitaba las gafas para dejarlas en el bolso que llevaba.
—Tu tranquila —dijo con calidez y le acarició una hebra de su melena rubia—. Esto es una nueva experiencia para ti. Ya verás cómo te gustará.
Tragó saliva, dándose cuenta del mayor problema que tenía en esos momentos. No era vivir lejos de sus padres, no eran los prejuicios de la gente porque ella fuese transexual, no era enfrentar a un nuevo lugar como era la universidad. No, su mayor problema sería convivir con la mujer más bella del mundo y a la que deseaba desde que tenía uso de razón.
Las puertas del ascensor se abrieron y ambas entraron. Mientras subían, Adriana no paraba de darle vueltas en su cabeza al hecho de que en los probables cinco años que durarían sus estudios estaría viviendo junto a su tía, compartiendo piso e intimidad. Su pulso se aceleró solo de imaginarse que se la encontraba en ropa interior o desnuda y algo en su entrepierna comenzó a endurecerse.
—Cariño, ¿estás bien? —la llamó Mercedes.
Se giró hacia ella y notó sus profundos ojos marrones oscuros oteándola con curiosidad. Si bien Adriana era un poco más alta que su tía, en esos instante, le parecía que la mujer era mucho más grande, una titana en comparación con ella, una simple hormiga a la que perfectamente podría pisotear.
—Sí, sí, tranquila —respondió inquieta—. Es solo que estoy cansada del viaje.
De nuevo, Mercedes volvió a enmarcar una bella sonrisa en sus carnosos labios, enrojecidos por el carmín que llevaba pintados y volvió a pasarle la mano por el pelo en un gesto cariñoso. A Adriana le iba a estallar la cabeza.
—Vale, es que te noto muy callada —dijo la mujer con algo de preocupación—. Entiendo que debe ser difícil estar lejos de casa, pero te aseguro que no debes temer por nada. Yo te ayudaré en todo lo que necesites.
Si ella supiera la razón por la que estaba tan silenciosa se quedaría en el sitio, pero en vez de contárselo, Adri tambien le sonrió con un poco de fingimiento y asintió encantada.
Llegaron a la planta veintitrés, donde se encontraba el piso de su tía. Caminaron por un amplio pasillo hasta llegar a la última puerta. La tita Merche sacó sus llaves y la abrió tras emitir un leve tintineo. Entraron y cruzaron un pequeño hall que las llevó hasta un pasillo que tomaba dos direcciones, a la izquierda y a la derecha. Mercedes fue por la izquierda y Adriana la siguió.
—Ven, por aquí está el dormitorio que he preparado para ti —le habló mientras caminaban.
No tardaron en llegar a la estancia en cuestión a la cual le echaron un buen vistazo. En la pared justo a la derecha de la puerta había un armario empotrado. La cama se hallaba delante, pegada a la pared y haciendo esquina con la de enfrente. Debajo de la ventana y al lado de la cama, tenía un gran escritorio y, en la pared contigua, había dos lejas, una al lado de la otra. A la izquierda de la puerta, se encontraba una pequeña estantería con tres lejas.
—¿Qué te parece? —le preguntó su tía mientras se adentraba en la habitación.
—Está muy guay —contestó Adriana bastante sorprendida mientras entraba tirando de las dos maletas.
—¿Verdad? —Su tita se notaba muy entusiasmado— Pasé una semana preparándolo todo antes de que vinieras. Hasta tuve que encargar algunos muebles como el escritorio o la estantería.
Adriana inspeccionó muy impresionada todo el lugar. No podía negar que su tita no había reparado en gastos para prepararle un dormitorio bonito. Era perfecto tanto para dormir como para estudiar.
—Es increíble —musitó la chica.
Su tía le sonrió muy feliz y se acercó hasta ella para darle un fuerte abrazo. Sentir como la envolvía con sus brazos y la atraía contra su prieto cuerpo, sintiendo como esos pechos tan grandes se le pegaban, la hizo volverse loca. Para colmo, le dio un fuerte beso en la mejilla, lo cual provocó que la temperatura en su interior aumentase. Cuando se apartó, la miró de una forma tan arrebatadora que sintió como si fuera a derretirse.
—Es lo mínimo que puedo hacer por ti, mi vida.
Eran las palabras más bonitas que había escuchado nunca y eso le hizo cuestionarse si podría sobrevivir en este piso con ella por mucho tiempo.
—Gracias, tita.
Las dos se sonrieron encantadas y entonces, su tía hizo ademan de irse y de que la siguiera.
—Ven, te voy a enseñar el resto del piso.
La muchacha asintió encantada y fue con ella. Quizás ver el resto del lugar le permitiría calmarse un poco, aunque, al fijarse en el hermoso culo de su tía contoneándose cada vez que caminaba, supo que no sería tan fácil.
—Este es el baño —le dijo mientras lo abarcaba con su brazo derecho.
Se encontraba a la izquierda de su habitación y era grande. Tenía todo lo que podía imaginar de un baño: inodoro, bidé, lavabo y un plato de ducha, además de una lavadora y una secadora para la ropa. Tambien había una estantería de metal y un armarito de madera blanca muy rustico que ofrecían un bonito contraste con los azulejos azules claros que decoraban las paredes.
—Se ve bonito —expresó con agrado Adriana.
—Sí que lo es —cumplimentó su tía.
Siguieron hasta el final del pasillo, donde se hallaba la última habitación de esa parte.
—Y este es mi dormitorio —señaló la mujer.
Era más grande que el suyo. En el centro se hallaba la cama pegada a la pared del fondo. En la pared izquierda, había otro armario empotrado y en el derecho, un gran ventanal. En la pared pegada a la puerta, había una cómoda con varios cajones y, sobre esta, un gran espejo circular. Adriana quedó impresionada por el lujo del mobiliario. Estaba claro que su tía Mercedes era alguien que le gustaba vivir a lo grande.
—Bien, y ahora vamos para atrás, que queda el resto —dijo la mujer mientras se daba la vuelta.
Adriana, algo desorientada, fue tras ella.
Al llegar a la parte derecha del pasillo, la primera habitación que vieron era un pequeño armario en el que había varios cepillos, una fregona metida en su cubo y varios botes de limpieza. En una leja de arriba, se encontraban rollos de papel higiénico, bayetas y servilletas.
—Esto es por si manchas algo, ya sabes dónde está todo lo que necesitas para limpiarlo —le explicó con cierta parquedad Mercedes.
—Aja —fue lo único que dijo la chica.
Luego fueron a la cocina, más pequeña de lo que imaginaba. A la izquierda se hallaba una gran barra con el fregadero para limpiar los platos. Al lado, estaban el microondas, una licuadora, la cafetera y una tostadora. Por último, el frigorífico. Debajo de la barra, se encontraban el lavavajillas y un horno. Alrededor de todo esto, tanto bajo la barra como colgando encima, había varios cajones para meter comida y los platos. A la derecha, había una mesa con un par de sillas una frente a la otra. Encima, había un reloj de pared con forma de gato negro, con el aparato situado en su barriga. Una pequeña ventana dejaba pasar la luz del exterior.
—No es gran cosa la cocina —comentó la mujer—, pero tiene todo lo necesario para comer, ¿no?
La miró tras decir eso, esperando que le diese su opinión. Tampoco había demasiado que decir. Tan solo se trataba de una cocina.
—Es preciosa —terminó diciendo como si con eso esperase contentar a su tía. Pareció dar resultado.
Fueron a la última habitación, el salón. Era una estancia enorme. Tenía un gran sofá en forma de L justo en el centro, tapizado con cuero negro muy bonito. Al lado izquierdo, había un sillón reclinable tambien negro. En la pared de enfrente, se encontraba el televisor de plasma sobre un gran mueble blanco. En la leja de debajo estaban las consolas de su tía, pues era una fanática de los videojuegos, algo evidente pues tanto la estantería de la izquierda como la que había encima del televisor estaban repletas de juegos, tanto modernos como de hace años. Delante del televisor había una pequeña mesa de cristal y a la izquierda otra estantería llena de libros de terror, fantasía y ciencia ficción. Detrás del sofá se encontraba una enorme mesa de cristal rodeada de varias sillas, probablemente el lugar ideal para celebrar cenas con muchos amigos. La pared de la izquierda tenía un bajo y alargado mueble lleno de más libros y sobre el cual tenía muchas fotos de los viajes que la tía Mercedes se había pegado. Tambien había cuadros en las paredes. Adriana estaba simplemente maravillada.
—¿Te gusta? —preguntó su tía.
—Jo, ya lo creo —comentó la chica sin poder reprimir su emoción.
Se acercó a la estantería que se hallaba al lado del televisor y comenzó a mirar los juegos que había allí. Parecía como una niña pequeña que acabara de entrar a una tienda de caramelos.
—Ti…tienes juegos de SuperNintendo, Megadrive, Playstation, Sega Saturn… —comenzó a enumerarlos conforme los cogía—. Es increíble.
—Sabía que esto te iba a encantar —le dijo su tía mientras se cruzaba de brazos—. Eres tan friki como yo.
Siguió mirando muy impactada por cada nuevo videojuego que descubría hasta que su tita Merche le sacudió en el hombro.
—Ven, todavía no has visto lo mejor.
Intrigada, siguió a la mujer. Fueron hasta el fondo y, tras pasar por una cristalera que Mercedes abrió, acabaron en el amplio balcón. Había varias macetas con plantas, un tenderete para colgar la ropa y un par de tumbonas junto a una pequeña mesa redonda. Adriana lo miró todo callada, pero cambió de tercio cuando se aproximó al filo del balcón, cubierto por una enorme baranda de metal bajo un pequeño muro.
—¡Joder! —exclamó impresionada.
La vista era increíble. Ante sus ojos, tenía la ciudad en todo su esplendor. Bajo la luz del atardecer emitida por el Sol que ya se ocultaba, todos los edificios, calles y avenidas se veían preciosas. Esa abarrotada urbe llena de ruidosos coches, aire maloliente y gente cabreada se veía tan serena y bella. No se lo podía creer.
De repente, notó como alguien le acariciaba en el hombro. Era su tía, quien se había situado a su lado derecho. Eso la puso nerviosa, aunque más lo hizo al ver como estaba. Bajo la luz del atardecer ella tambien se veía muy bella. Además, el viento que soplaba meneaba varias hebras de su ondulado pelo, lo cual le daba un aura más hermosa si cabía.
—Es lo bueno de vivir en un piso tan alto —comentó sin más la mujer—. Las vistas son siempre las mejores.
Ensimismada en la perfecta visión de belleza que era su tía, Adriana se volvió hacia la otra estampa de hermosura, intentando calmar su ardiente desasosiego.
—Ya te digo —repuso nerviosa.
Permanecieron un rato más observando la ciudad hasta que Mercedes sacudió un poco a su sobrina para que volviera en sí.
—Venga, porque no vas a tu habitación y sacas tus cosas mientras yo preparo la cena —le dijo.
Adriana asintió con firmeza y puso rumbo a su dormitorio.
Una vez allí, sacó la ropa y los enseres propios de las maletas para colocarlas en el armario empotrado. Mientras lo hacía, no pudo evitar sentirse emocionada por vivir con su tía. El piso era alucinante y solo de pensar que pasaría cinco años viviendo en él, la hacía sentirse muy excitada. Sin embargo, no tardó en darse en cuenta del problema que eso supondría: tener que convivir con su tita.
La atracción que sentía por Mercedes era algo que no podía negar. De hecho, aquella mujer fue la causante de que, recien iniciada la adolescencia, se despertase su deseo sexual por las mujeres. Ella fue la primera en excitarla, la primera con la que fantaseó y la primera con la que se masturbó. Lo peor era que nada de aquello había desaparecido y, a día de hoy, continuaba deseando a su tía. De hecho, en esos momentos, se le pasó por la cabeza la idea de que esa noche se masturbaría recordando su espectacular culazo y sus magníficas tetas.
Suspiró frustrada. Tenía que cambiar de mentalidad. No podía pensar en alguien de su familia de esa manera. El problema era que no podía evitarlo. Solo tenía que mirarla un segundo y ya se quedaba atónita por completo ante semejante hermosura. ¿Cómo podía ser tan guapa e irresistible? No, Adriana tenía que quitarse eso de la cabeza. Debía ser clara sobre lo que hacía. Ya no era una niña.
—Adri, ¡la cena está lista! —le gritó su tía desde la otra punta.
Cenaron en la cocina, sentadas frente a la mesa, una delante de otra. Su tía había preparado una rica ensalada. Le sorprendió lo deliciosa que estaba. No pensaba que Merche fuera a ser tan buena cocinera, aunque teniendo en cuenta que vivía sola, debía valerse por sí misma para todo.
—Dime, ¿te encuentras nerviosa porque mañana es tu primer día de universidad?
La pregunta que le acababa de hacer sonaba un poco impertinente, pero enseguida supo que esa no era su intención. Su tía podía ser muy bromista, no malintencionada.
—En realidad, no empiezo las clases hasta la semana que viene —le aclaró—. Mañana me pasaré para ver como es el campus y donde daré las clases. Tambien buscaré algo de información sobre los diferentes servicios que ofrece la universidad y por si hay actividades extracurriculares que podría hacer.
—Me parece bien. —Mercedes sonaba satisfecha con la explicación— Es bueno estar bien informada de todo.
—Pues si —coincidió la muchacha y no pudo evitar reír justo después, haciendo que su tía tambien lo hiciera.
Ambas mujeres rieron por un momento hasta que se hartaron y respiraron profundamente para calmarse. Tras eso, continuaron comiendo.
—En ese caso, cuando termines de cenar, te das una buena ducha y te acuestas temprano —le dijo—. Mañana te espera un gran día.
—Ya lo creo. —Adriana se puso un poco nerviosa, aunque ya no sabía si era por la nueva etapa que iniciaba en su vida o por tener a su tía delante.
Terminaron de cenar y, mientras Mercedes fregaba los platos, Adriana se duchó.
Dejó que el agua caliente relajara su cuerpo y su mente. Respiró aliviada al sentir el calor penetrando en cada parte de su ser. Luego, secandose frente al espejo, se miró en el reflejo. Su madre siempre insistió en lo guapa que era y, en cierto modo, tenía razón. No solo por su largo pelo rubio claro, tambien estaban sus ojos marrones, más claros que los de su tía, y su piel, tan blanca y tersa. Tambien se fijó en sus pechos, pequeños y redondeados, y hasta se dio la vuelta para mirarse su culito respingón. Sí, no estaba mal, aunque nunca atraería a ninguna mujer por culpa de su polla, la cual le colgaba inerte entre las piernas como un recordatorio de por qué el mundo la rechazaba.
Afligida por ese pensamiento, se terminó de secar y se puso el pijama. Fue a ver a su tía, quien había terminado de fregar los platos y estaba viendo la tele en el salón.
—Tita, me voy a la cama —le dijo—. Buenas noches.
—Lo mismo, sobrina —contestó ella.
Se dio la vuelta en dirección a su cuarto cuando Mercedes la llamó.
—Oye, ven un momento.
Adriana quedó paralizada ante esa llamada, pero no dudó en obrar como le había pedido. Se dirigió hasta ella y la miró un poco temerosa ya que desconocía que querría ahora. Estar tan cerca de ella, además, la ponía mucho más nerviosa.
—No te iras sin darme un besito primero, ¿no? —le soltó la mujer sin miramiento.
La chica quedó paralizada por completo. Si bien sabía a qué clase de “besito” se refería, no dejaba de ser algo incómodo para ella. Notó como su tía la miraba apremiante y no tuvo más remedio que acercarse hasta su vera para hacerlo.
Temblorosa, se sentó al lado de su tita y la abrazó antes de darle un beso en la mejilla. Su cuerpo entero tiritaba de vergüenza al sentir su esbelta y sensual figura en pleno contacto. Para colmo, la cosa llegó ya a niveles inoperables cuando sintió sus carnosos labios contra su mejilla izquierda. Cuando se separaron, creyó que perdería el control de sí misma.
—Buenas noches, sobrina —habló Merche con suave voz—. Me alegro muchísimo de que vivas conmigo ahora aquí.
Estaba a punto de desmoronarse. Desesperada, se despidió de su tía y puso dirección al cuarto ipso facto.
Ya en la cama, Adriana sintió que no podía dormir. Su cabeza estaba llena de tantos recuerdos de ese día, todos ellos copados por su tía. Su hermosa imagen, su cálida cercanía, la suavidad de su tacto, el intenso olor de su fragancia, cada parte de su excelsa anatomía… Ya era suficiente. Adriana no pudo más y se metió la mano por dentro del pantalón del pijama para agarrarse su empalmada polla. Sin dudarlo, comenzó a masturbarse.
—Tita, tita —murmuraba la joven excitada.
Su mano no paraba de subir y bajar. Su respiración se entrecortaba y un placer indescriptible recorría su cuerpo. Su mente estaba abarrotada por imágenes de su tita, tan hermosa y atrayente.
—Tita, tita —entonó cada vez más fuerte.
La paja se intensificó. El calor envolvía todo su ser y el corazón parecía a punto de salírsele por la boca. Siguió con fuerza impetuosa hasta que ya no pudo aguantarlo más.
—¡Tiiitaaa! —gimió descontrolada.
Sintió como su polla estallaba, expulsando chorro tras chorro de semen que impactó contra su pantalón. Su cuerpo entero se agitó y dejó salir todo el aire por su boca. Para cuando todo acabó, Adriana estaba destrozada e inerte.
—Tita —murmuró una última vez.
Si bien había sido muy placentero, no podía sentirse más culpable. Devorada por ese sentimiento, pero más relajada, cerró los ojos y no tardó demasiado en quedar dormida.
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La universidad, al final, no resultó ser peor de lo que imaginaba. De hecho, la impresionó bastante.
El campus era enorme, pero cada facultad estaba bien localizada, así que no se perdió y pudo encontrar la suya con facilidad. Una vez allí, le informaron sobre en qué aularios tendrían lugar las clases y tambien se enteró de que actividades extracurriculares había disponibles y cuantos créditos le darían por participar en ellas.
Luego se pasó por la biblioteca, donde visitó varias de las salas de estudios e inspeccionó todos los libros que tenían. Después preguntó en el mostrador cuanto tiempo podrían prestarle uno y que otros servicios prestaban a los estudiantes. Una vez terminó allí, dedicó el resto de la mañana a pasear por el campus, visitando otras facultades, tomándose un pequeño tentempié en la cantina y disfrutando de la tranquilidad de los jardines que rodeaban el lugar.
Como podía verse, la universidad no suponía un problema tan grave para Adriana. Ni siquiera podía calificarse de preocupación. Lo que de verdad alteraba a la chica era su tía. Tras lo que había hecho la noche anterior, masturbarse pensando en ella, la vergüenza la consumía. No era, desde luego, la primera vez que lo hacía. Qué demonios, se había pasado la adolescencia entera machándosela en honor a semejante mujer, pero ahora que vivían juntas, no era lo mismo. Sentía que no era correcto y por eso, tenía que cortar de raíz esa atracción que tenía hacia ella, aunque parecía una misión imposible.
Volvió al piso a las una de la tarde, pero su tía aún no había regresado. De hecho, no volvería hasta las tres del trabajo, así que estaría sola por dos horas. Decidió pasar el tiempo con su ordenador portátil, navegando por el campus virtual para investigar un poco como era. Ahora que le habían dado las claves de acceso, tenía que ir familiarizándose con él, pues por ahí tendría que realizar muchas actividades, mandar trabajos y obtener los apuntes. Además, era por donde le darían las notas de los exámenes que realizase.
Estuvo un largo rato frente al ordenador hasta que se fijó en la hora que era, las dos y cuarto. Pensó que ya que a su tía no le faltaba mucho tiempo para venir, podía preparar el almuerzo. De esa forma, le demostraría que no estaba de gorra en la casa y que tambien ayudaría en las tareas diarias del hogar.
Fue a la cocina y, tras dar un vistazo al frigorífico, decidió preparar unos enormes filetes. Pensó tambien en pelar y picar unas patatas para luego freírlas, pero entre que le costaba preparar el aceite y que ya no quedaba tiempo, decidió mejor preparar otra ensalada como acompañamiento. Así que se puso manos a la obra y comenzó a prepararlo todo.
Cuando su tía volvió a las tres, le llegó el olor a carne recien hecha. La mujer fue a la cocina con todo ya preparado. En la mesa, dos platos con un par de filetes y, en el centro, una fuente con lechuga y tomate regadas con aceite y vinagre. Quedó impresionada.
—Madre mía, menuda pinta tiene todo esto —habló llena de sorpresa.
Adriana, justo al lado de la mesa, se sentía ansiosa, frotándose las manos y en una pose de reticente timidez.
—Gracias, tita —comentó contenida—. Es que como he venido más temprano que tú, pensé en preparar yo misma el almuerzo.
La mujer se notaba satisfecha por el trabajo realizado por su sobrina. Aspiró un poco del aroma que desprendían los filetes. Se la notaba con ganas de comer.
—Me parece fantástico —dijo encantada—. Voy a dejar el bolso en mi dormitorio y enseguida vuelvo para comer que esto tiene muy buena pinta.
Adriana asintió alegre y vio cómo su tía partía. En el tiempo, terminó de preparar la mesa y se sentó, esperando a que la mujer regresara. No entendía por qué, pero se notaba muy eufórica. Cuando Mercedes volvió y se sentó, comenzaron a comer.
—Um, esto está delicioso —habló su tía tras tomarse el primer trozo de filete.
Adriana sonrió satisfecha por el veredicto. Le gustaba saber que a su tita le gustaba lo que había hecho. No tenía muchas dudas de que le iba a encantar, aunque lo que más deseaba era que apreciase el gesto, que se diera cuenta de que podía hacer cosas por sí misma y aportar a su hogar.
—Me alegro. Puse todo mi esmero para que saliera lo mejor posible.
Mercedes tomó otro trozo y no dudó en mostrar lo delicioso que le parecía.
—Pues ya te digo, está genial —reafirmó el cumplido hacia su sobrina—. Me da la sensación de que a partir de ahora voy a tener una cocinera en casa que me va a hacer todos los platos que quiera.
—¡Oye! ¿A ver si te crees que voy a ser tu esclava? —Adriana se picó ante lo que su acababa de decir.
La mujer no dudo en reír ante la reacción de su sobrina y ella tampoco tardó en acompañarla. No sabía cómo era capaz de terminar en carcajadas con su tía, pero siempre terminaba pasando, aunque esto no le desagradaba. Se miraron y de nuevo, volvió a maldecirse por desearla tanto.
—No, ya en serio —habló con claridad Merche—. Creo que no me viene mal que tú te ocupes tambien de cocinar. Con el trabajo apenas tengo tiempo para hacerme algo en condiciones para comer y ahora que estás aquí, podrías ocuparte algunas comidas.
—Claro, tita —afirmó ella—. Todo lo que necesites.
—Y no está de más que te comente que tambien debes dejar tu cuarto ordenado y limpio, además de lavar tu ropa sucia. —Su tía parecía firme sobre las tareas del hogar.
—Descuida, tambien me ocuparé de todo eso.
Parecía obvio que ambas se habían entendido respecto a las labores en el piso, por lo que no había más que discutir y siguieron comiendo.
Cuando terminaron, Adriana ayudo a su tita Merche a dejar los platos en el fregadero y mientras lo hacían, la mujer volvió a hablar con ella.
—Oye, mañana es sábado, así que había pensado que podríamos ir al centro comercial a comprar algo de ropa para ti.
La propuesta pilló por sorpresa a Adriana. No se esperaba algo así por parte de su tía.
—Erm, pero ya tengo ropa que mi madre me compró expresamente para cuando viniera aquí —puntualizó.
Mercedes no quedó muy conforme por su respuesta. Estaba claro que pretendía llevarse su sobrina de compras, le gustase o no a ella.
—Esas prendas que has traído son muy feas —comentó la mujer con cierto desdén—. Tú tienes que comprarte ropa bonita y vistosa, algo que realce tu hermosura.
Esas palabras la hicieron ruborizarse. No esperaba que su tía la considerase guapa y, desde luego, no ayudaban a calmar sus más bajos instintos.
Merche se le acercó y posó su mano en la mejilla izquierda. Sentir ese suave tacto la puso muy alterada.
—Con lo mona que eres —expresó con dulzura—. Fíjate en los ojazos que tienes. Necesitas un vestuario que ayude a verlos tan deslumbrantes.
—Tu tambien tienes unos ojos muy bonitos —respondió ella, aunque enseguida se arrepintió.
Su tía sonrió de gusto al oírla. No era para menos que estuviera tan hermosa. Llevaba un largo vestido rojo que le llegaba por debajo de la rodilla y que realzaba muy bien su sensual figura. Para colmo, sus pechos se veían favorecidos por la prenda, mostrándose erguidos y con un prominente escote que no los podría hacer más apetecibles. Adriana tuvo que apartar su mirada o moriría extasiada por tanta hermosura.
—Gracias, sobrinita. —Ahora, la que parecía ruborizarse era su tía— Es fantástico saber que aprecias tanto mi belleza.
La chica quedó extrañada ante lo que la mujer acababa de decir. ¿No le importaba que literalmente la hubiera piropeado? Tampoco se tendría por qué extrañar. Ella tambien había recibido muchos halagos de su tita, era lo normal, pero su mente estaba tan confundida por la intensa atracción hacia ella que apenas podía ya distinguir cuales eran sus auténticas intenciones.
—Si, bueno, tú es que eres muy guapa. — No lo estaba arreglando— Sería absurdo negarlo.
Mercedes sonrió de una manera tan radiante que casi parecía que Adriana iba a terminar cegada por completo. De repente, su tía la abrazó sin mediar palabra y le dio un fuerte beso en la mejilla. La muchacha se quedó inerte. Preferible, porque si intentara hacer algo, terminaría liándola.
—Eres tan adorable —le dijo con tierna voz.
Cuando se separaron, Adriana seguía inmóvil, todavía sin saber qué hacer. Todo lo que estaba viviendo con su tía la dejaba por completo para el arrastre y eso que solo llevaban un día juntas. No sé quería imaginar cómo terminaría en un año.
—En ese caso, vamos a descansar un poco y luego, yo me piro al gimnasio —habló Mercedes enérgica—. ¿Te quieres venir conmigo?
Lo que le faltaba, ver a su tía con ropa ligera y apretada que se transparentaría con el sudor, dejando a la vista su cuerpazo. Negó con la cabeza enseguida.
—No, mejor ve tu sola y diviértete —comentó de forma atropellada—. Yo me quedaré aquí y ya me entretendré por mi cuenta.
—Vale, si te apetece puedes jugar con cualquiera de las consolas, pero cuidadito de no rompérmelas, ¿entendido?
Asintió como afirmativa respuesta. Después de eso, su tía se marchó y ella se quedó allí un poco reflexionando sobre lo jodida que estaba hasta que tambien decidió marcharse a su cuarto.
A las cinco, Mercedes se fue al gimnasio. Cuando la vio con esos apretados leggins de fina tela negra marcando aún más su culazo y esa chaqueta verde que apenas podía ocultar la redondez y turgencia de sus senos por más que quisiera, tuvo bien claro que hacía bien en no ir con ella. Tras marcharse y escuchar la puerta del piso cerrarse, lo primero que hizo fue desabrocharse el pantalón, sacarse su enhiesta polla y empezar a pajearse.
Pensó en su tita, en el escote que llevaba con el vestido rojo, en su culo enfundado en esos leggins, en sus ojazos, en esos labios que deseaba besar… Le resultaba imposible vislumbrar a la mujer de otra forma que no fuese con mucho deseo. Era tan guapa y ansiaba tanto besarla y… follársela, para que engañarse.
—Tiiitaaa —gimió de nuevo justo antes de correrse.
Su polla sufrió varias contracciones y sintió como el semen salía disparado en varios chorros. Acabó mustia y con el aire faltándole. Respiró varias veces para recuperarse y, cuando abrió los ojos, vio el desastre.
Tenía las piernas llenas de semen. Se había bajado el pantalón hasta los tobillos precisamente para no llenárselo, pero tambien se puso perdida la camiseta con un par de trallazos. Encima, algo del espeso líquido blanquecino tambien había precipitado por la cama.
—Mierda —murmuró frustrada.
Se limpió las piernas y la polla con un par de pañuelos que tenía preparados. Después, se puso de nuevo los pantalones y revisó el resto del desastre. Las manchas de las sabanas solo saldrían con detergente, así que le daría una pasada y si Mercedes preguntaba, le mentiría diciendo que se le cayó un poco de zumo encima. En cuanto a la camiseta, se la quitaría y la pondría en el cesto de la ropa sucia, pero bien oculta, para que su tía no la encontrase.
Así que no perdió más tiempo y se puso manos a la obra. Cuando terminó de arreglar el estropicio, se fue al salón y decidió jugar con una de las consolas. Seleccionó la Playstation Uno. El juego que puso fue el primer Tomb Raider y, pese a los parcos controles, se le hizo divertido.
De esa forma, la tarde pasó sin más problemas hasta que se hicieron las ocho y su tía regresó. Tras verla un rato jugando, prepararon y se tomaron la cena, vieron la tele y se marcharon a dormir.
Mañana, les esperaba un buen día.
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El sábado fue bastante ajetreado.
Mercedes llevó a Adriana a un centro comercial que había a las afueras de la ciudad. Si bien en el fin de semana no había tanto tráfico, la salida estaba abarrotada de coches, formando una gran hilera que indicaba que había un tremendo atasco. La muchacha no estaba muy contenta, pero su tía no dudó en animarla con un poco de música y sus ingeniosos comentarios, haciendo la espera más llevadera. Al final, no tardaron tanto como creyó en llegar a su destino.
El centro comercial era enorme. Donde vivía, Adriana ya había estado en algunos, pero no se podían comparar en tamaño con este. Tenía tres plantas y ocupaba dos veces el espacio del campus universitario en el que estudiaría. Había tiendas de todo tipo: electrónica, ocio, muebles, perfumería, móviles, joyería, complementos, aunque lo más abundante era ropa. Se encontraban todas las marcas y cadenas imaginables e incluso se topó con algunas que desconocía por completo.
—¿Qué te parece? —le preguntó su tía mientras paseaban por allí.
—Es impresionante —comentó la joven sin dejar de mirar maravillada de un lado a otro.
Encontraron hasta una pequeña librería de corte vintage especializada en novelas de fantasía y ciencia ficción, aunque tambien vendía mangas y comics. Le interesaba entrar, pero Mercedes estaba insistente en que lo primero era la ropa, así que se pusieron en marcha sin más demora.
La idea de comprarse ropa nueva le gustaba, pues su tía tenía razón. Todo lo que su madre le había comprado sería lo practico que quisiera, pero eran indumentarias feas que la hacían lucir poco interesante. Tampoco era algo que le hubiera preocupado demasiado. Siempre fue una persona poco interesada en lo que los demás pensaran de su apariencia, algo normal, después de soportar tantos años de rechazo por su cambio de sexo. Ahora, le afectaba un poco, pero lo olvidaba con el tiempo. Sin embargo, no podía negar que eso era algo que cambiar. Por probar, no perdía nada.
Fueron de tienda en tienda y Merche obligó a su sobrina a probarse todo lo que encontraba. Si bien Adriana estaba abierta a renovar su vestuario, se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en una experiencia peculiar, sobre todo, porque su tía la estaba viendo todo el rato en ropa interior. Nunca se había expuesto tanto en la intimidad a otra persona, ni siquiera ante sus padres, y que su tita entrase cada dos por tres al probador con una nueva pieza de ropa mientras ella se desvestía, la hacía sentir incomoda.
Cada nuevo sitio al que iban, la sometía a ese escrutinio de ropa por probar y verla en paños menores, una situación que se le hacía cada vez más insoportable, a pesar de que su tía no tenía intención de hacérselo pasar mal, pero ciertas inseguridades la carcomían.
—Venga, ¿no me digas que esta falda roja no te queda bien? —le preguntó Mercedes mientras sostenía la prenda con ambas manos.
Adriana no sabía que contestar. No negaba que no fuera bonita, pero simplemente no se veía llevando algo así. Era la clase de indumentaria que nunca concibió ponerse y verse en la situación de si quería llevársela o no resultaba ser un conflicto en el que no deseaba meterse.
—Tita, no sé… —Las dudas la dejaban totalmente confusa.
—Si quieres, pruébatela y así vemos que tal te queda.
Esa propuesta no podría tenerla más agotada, pero accedió derrotada.
Se metió en el probador con la falda y se bajó los pantalones. Tanto vaivén entrando y saliendo de esos sitios la estaba hartando. Al inicio, lo sobrellevó bien, pero ya empezaba a parecerle una pesadilla. Podía soportarlo, aunque la repetición ya la estaba matando por dentro.
Cogió la falda y, tras un breve análisis, vio que se fijaba por un botón en la parte delantera. Se la puso alrededor de las caderas y lo unió por el botón. Después, se miró frente al espejo.
No estaba tan mal. La falda le quedaba por debajo de las rodillas hasta la mitad de la pantorrilla. Revelaba un poco, pero de manera discreta. En cierto modo, ese era el gran problema que tenía con las faldas. Esa manía de enseñar tanto. Ella lo detestaba y no le apetecía llamar la atención más de lo que ya lo hacía por su condición. Quizás no estaba tan mal como imaginaba.
Tras sopesarlo un poco mientras se miraba frente al espejo, se dio la vuelta para ver si resaltaba demasiado su culo. Por suerte, Adriana no tenía la redondez tan acentuada de Mercedes, así que no se le notaba tanto. Contenta por ver cómo le quedaba, decidió que se la llevaría, así que se la quitó para ponerse de nuevo los pantalones.
—Adri, he encontrado unos pantalones anchos que igual te pueden venir…
Su tía entró sin avisar justo cuando estaba con las bragas al aire. Por instinto, la chica se cubrió sus partes con las manos y la mujer se la quedó mirando en silencio. Permanecieron así por un instante que a Adriana pareció hacérsele eterno. Se sentía tan avergonzada, aunque de Mercedes, no veía reacción alguna. Era como si se hubiera quedado convertida en una estatua, totalmente inerte y gélida. Eso parecía, claro.
De repente, la tita avanzó varios pasos al tiempo que corría la cortina del probador para quedar ocultas. Adriana se estremeció ante su acción y no entendía que pasaba. Merche continuó hasta quedar frente a su sobrina. La chica tembló un poco al notar como la miraba de una forma intimidante. Esos ojos marrones tan oscuros y profundos estaban clavados en ella y lo peor es que no tardaron en descender hasta el lugar donde tenía puestas sus manos.
—¿Para qué te tapas? —preguntó— No he visto nada de lo que te tengas que avergonzar.
Sin previo aviso, le cogió las manos y la obligó a apartarlas. Cuando vio lo que tenía en su entrepierna, abrió los ojos impactada. Su polla estaba dura.
—Um, parece que estas más alegre de lo que imaginaba —dijo su tía con un más que insinuante tono de voz.
Mirándola fijamente, la mujer la hizo retroceder hasta que su espalda dio contra el cristal del espejo. Tembló de manera brusca, muy nerviosa, aunque no atemorizada. No entendía que ocurría, pese a que se imaginaba cual podría ser el resultado.
—Tita, ¿qué haces?
La respuesta que le dio la mujer fue agarrar sus manos, elevarlos y, en un rápido movimiento, ponérselas contra el espejo. De nuevo, se estremeció ante el inusual comportamiento de Mercedes y, pese a hallarse intimidada, tambien le gustaba.
—No sé, cariño. —No podría sonar más provocativa— Lo que tu tanto deseas, ¿no?
La situación la daba ya por perdida. Si bien Adriana se veía incapaz de entender si aquello era real o no, poco le importaba. Por fin, la mujer de sus sueños la iba a tomar para sí misma y no podría ser más feliz.
Mercedes cerró sus ojos y comenzó acercarse. Sus labios se apretaron un poco con toda la intención de besarla. Al adivinarlo, Adriana hizo lo mismo. Bajó los parpados y apretó sus labios para, al fin, recibir su primer beso. Respiró abotargada mientras esperaba el gran momento. Y esperó, espero, esperó…
—Adriana…
Siguió esperando.
—Adriana…
El eco lejano de aquella llamada llegó hasta su aletargada cabeza y cuando abrió los ojos, vio que seguía en el mismo sitio, el probador de la tienda de ropa junto con su tía, salvo que no estaban a punto de besarse.
Mercedes portaba en sus manos el pantalón que le había sugerido que se probase y la miraba como si acabara de cruzarse con un perro verde. Adriana se encontraba con las bragas al aire y las manos medio tapándolas. Tambien notó su polla dura, cosa que hizo saltar las alarmas de la chica.
—Cariño, ¿te ocurre algo?
En cuanto escuchó la cuestión, el pánico la inundó. Miró a un lado y a otro, como si buscara algún lugar en el que esconderse, pero en ese probador no había escapatorita. Estaba atrapada con la mujer que hacía unos segundo atrás había sido la protagonista de su erótica ensoñación.
—Si…es solo que… —No solo no trastabillaba con la voz, sino que encima, se le ponía aguda a cada cosa que soltaba.
Su tía se acercó de nuevo a ella. Esta vez, fue la propia Adriana quien retrocedió hasta que dio con la espalda en el cristal. El terror la inundaba. Mercedes llegó hasta quedar frente a ella, cara a cara. Ya no sabía que más hacer. Estaba acorralada por completo.
Cerró sus ojos como si pensara que aquello sería un eficiente método de defensa. Se agitó bastante hasta que notó como una mano se posaba sobre su frente. La muchacha abrió sus parpados y vio cómo su tía le acariciaba la cabeza. Le parecía tan raro, aunque tambien, precioso.
—No pareces tener fiebre —habló la mujer antes de retirarse.
Adriana quedó perpleja. No podía creer que le estuviera tomando la temperatura para comprobar que no se encontrara enferma. Desde luego, no había sido como en su fantasía.
Su tía le dio la espalda un momento antes de volverse y, cuando la vio en las mismas condiciones, se mostró preocupada.
—Adriana, ¿estás bien?
La chica, todavía con la mente perdida, reaccionó al momento y no dudó en responder.
—Sí, tita, estoy fenomenal. —Su voz no podría sonar más forzada.
Merche la miró escéptica. Eso podía deducir por el forzado gesto de su cara y las cejas arqueadas.
—¿Segura? Antes te he llamado y era como si te encontrases delirando.
Delirando. Por supuesto, eso era lo que le sucedía en esos momentos y no podría sentirse más ridícula por ello. Sintiendo que la conversación pudiera tomar derroteros demasiado comprometedores, decidió actuar.
—Mira, la falda roja me ha gustado mucho —habló con rapidez, tratando de cambiar de tema—. Creo que me la voy a llevar.
Enseguida, el rostro de su tía se relajó y sonrió al notar su interés por la prenda.
—Perfecto. ¿Por qué no te pruebas este pantalón ya de paso?
—Claro, tita. Pásamelo y me lo pongo a ver qué tal me queda.
Intercambiaron prendas y cuando la cortina volvió a correrse, dejándola oculta, Adriana respiró aliviada.
Se probó el pantalón que su tía le había traído. Le quedaba bien a pesar de ser un poco anchos y realzarle el culo bastante. Eso último era lo que menos le agradaba. No le gustaba que todo el mundo se le quedara mirando a su retaguardia.
—Te queda de maravilla.
Se volvió al escuchar a su tía, quien apareció de nuevo. Se acercó hasta ella y la inspeccionó para comprobar que le estuviera bien del todo. Se inclinó un poco y tiró de la prenda para bajársela de un lado, cosa que la azoraba un poco. Mercedes la miró por detrás y, sin previo aviso, sintió como le daba una palmadita en el culo.
—Veo que te marca el trasero muy bien —habló divertida, emitiendo una pequeña carcajada después.
Vio como salía del probador y cerraba la cortina. Adriana exhaló todo el aire que llevaba acumulando dentro desde hacía rato. Sin ninguna duda, esta había sido una de las situaciones más surrealistas y vergonzosas que jamás había vivido.
Tras cambiarse, salió del probador y fue junto a su tía para que pagara toda la ropa que se llevaría. Una vez hecho, salieron de la tienda, pero no habían terminado. Todavía quedaban muchas otras por visitar, lo cual significaba probarse más ropa en probadores y más aguantar momentos comprometidos. Al menos, esperaba que no se le fuera el santo al cielo imaginando más escenas porno con Mercedes.
El siguiente sitio al que fueron era una tienda a la que Merche solía ir a comprar. Tenía una ropa para una mujer más adulta, no tan juvenil como ella y más alineada con la estética que su tita gustaba de llevar, así que era su turno para irse al probador. A Adriana le alivió esto bastante. Significaba que ya no tendría que probarse nada más y ser sorprendida con poca ropa. Sin embargo, no contaba con un pequeño inconveniente.
Mientras esperaba afuera, escuchó la voz de su tía llamándola.
—Adri, pasa un momento, porfa.
No muy agradada, la chica le hizo caso y entró, aunque enseguida se arrepintió.
Mercedes se había quitado la camiseta, quedando tan solo con el sujetador negro que llevaba y, por un momento, apartó la mirada.
—¿Qué…que necesitas? —preguntó petrificada.
Terminó mirando. Sabía que no le quedaba más remedio. Cuando sus ojos divisaron ese par de pechos enfundados bajo las copas del sujetador, bien prietas y alzadas, mostrando un suculento escote, le dio la sensación de que la baba se le comenzaría a caer de la boca.
—Quiero que vayas al mostrador y le preguntes a la mujer si tienen camisetas de esta clase, pero en un color más claro —le contestó, indiferente a como su sobrina la miraba—. Es que todas las que he visto son oscuras y yo las prefiero más blanquitas.
—Cla...claro… —A Adriana le costaba hablar cada vez que le miraba el canalillo— Enseguida voy.
Salió de allí disparada como un cohete y se dirigió al mostrador para hablar con la muchacha que había. Por el camino, no dejaba de pensar en la tortura eterna que estaba siendo ese día. Algo que debería ser fantástico y divertido se había convertido en una experiencia tan complicada, todo por culpa de su excesiva mente calenturienta, pese a que sabía que no podía evitarlo.
Al final, no había camisetas de color claro, cosa que a Mercedes no le pudo agradar menos. Decidieron largarse de la tienda sin dudarlo y, viendo que ya era mediodía, comieron en el centro comercial.
Fueron a un restaurante de comida italiana, donde Adriana se pidió un plato de pasta con salsa bechamel mientras que su tía tomó una fuente de raviolis con salsa de tomate. Todo estaba delicioso y se lo pasaron bien. Después, visitaron la librería vintage que llamó tanto la atención de la muchacha y ya dentro, encontró un montón de libros que deseaba leer desde hacía tiempo. Al final, solo pudo llevarse dos, pero Mercedes le aseguró que cuando viniesen otra vez, ella no dudaría en comprarle otro. Satisfechas, decidieron regresar al piso.
El viaje de vuelta lo pasó Adriana en silencio mientras no dejaba de pensar en lo ajetreado de las compras y en las cosas que le habían pasado con su tía. No sé quitaba de la cabeza que estuviera fantaseando con ella en medio del probador. Fue ridículo y encima, pensando en un familiar. Se lamentó por ser tan estúpida. Claro que, al mismo tiempo, a su cabeza acudió el momento en que su tita le dio una fuerte palmada en el culo. Sabía que solo era una cosa inocente entre las dos, pero Adriana quedó muy extrañada.
—Vaya día, ¿eh? –comentó sin más Mercedes.
La sobrina se giró para notar como su tía la estaba mirando de una manera que no podría parecerle más arrebatadora. Se quedó literalmente sin respiración. ¿Por qué tenía que ser tan guapa?
—Sí, ha estado entretenido —contestó mientras una sonrisilla tontorrona se le dibujaba en la boca.
Merche tambien sonrió encantada. Era obvio que lo había pasado muy bien con la chica y ella misma tampoco lo podía negar. Había sido uno de los mejores momentos de su vida, aunque en algunos instantes, hubiera deseado no ser consciente.
—Me lo he pasado muy bien contigo. —Notó como se ponía un poco seria— Es bonito tener a alguien con quien disfrutar de estas cosas.
Alargó su mano y le apartó un mechón de pelo que le había caído por el rostro. Por dentro, Adriana sentía como un torbellino la revolvía sin cesar.
El resto del trayecto hasta el piso lo hicieron en silencio. Mientras miraba por la ventana y, de vez en cuando, a su tía, Adriana no paró de pensar en la situación de la mujer. Ella vivió en la misma ciudad que su hermano, pero se marchó cuando pudo tener oportunidad de conseguir el trabajo que tanto deseaba. Desde entonces, solo la vieron más que en contadas ocasiones donde no revelaba demasiado de su vida, si tenía pareja o alguien significativo. Nada, Mercedes era un enigma que ninguno en su familia logró adivinar. No fue hasta ese momento que dio con la realidad. Estaba sola, no tenía a nadie. Eso la entristeció bastante.
Una vez llegaron al piso, Adriana se llevó toda la ropa comprada a su cuarto y la guardó en el armario. Después, pasó lo que quedaba de tarde viendo cosas en su ordenador y para la noche, ayudó a Mercedes a preparar la cena. Mientras comían, su tía le preguntó por las clases que empezaba la semana que viene.
—Oh, no estoy nerviosa —respondió la chica tranquila.
—¿Segura? Despues de todo lo que pasaste en el insti, me preocupa que te pueda ocurrir lo mismo aquí.
Notó lo inquieta que se hallaba la mujer. Adriana le importaba mucho a su tía y lo único que deseaba era que no le pasara nada malo.
—Sé que mi tiempo en el instituto no fue el mejor, pero creo que aquí las cosas serán diferentes. —Había ciertas dudas en lo que decía, pero intentó ser lo más segura posible— Aun así, no voy a dejar que nada ni nadie me lo estropee. Como tú me dijiste, este es un nuevo comienzo en mi vida y no pienso echarme atrás.
La mujer sonrió con orgullo tras escucharla. Sin mediar palabra, cogió la mano derecha de su sobrina y se la apretó un poco en un más que claro gesto de cariño y confianza.
—Me alegro mucho de que pienses así —comentó Mercedes muy contenta—, pero si en algún momento necesitas apoyo o tienes algún problema, quiero que sepas que siempre me tendrás a tu lado para lo que sea.
La chica se mordió el labio inferior. Era un tic que le salía a veces por estar nerviosa y su tita la estaba poniendo bastante ahora mismo. ¿Por qué tenía que ser tan maravillosa?
—Gracias —respondió con parquedad.
Terminadas de cenar y una vez limpiaron los platos, decidieron ver una película de terror en la tele. Se sentaron juntas en el sofá y, al inicio se hallaban separadas la una de la otra, pero conforme pasó el tiempo, se fueron acercando hasta que sus cuerpos ya se rozaban.
Adriana se puso en alerta cuando notó como su tía inclinaba la cabeza para apoyarla en su hombro y pegaba el cuerpo contra el suyo. La joven respiró hondo al notar esa tibieza tan próxima.
—¿Estas cansada, Adri? —preguntó la mujer.
—Un poco —contestó agonizante.
Sintió como la polla se le ponía dura. Mercedes se pegó un poco más y ella hizo lo mismo para disimular. Se centró en la película, puso toda su atención en ella, intentando que la erección desapareciese. Pasó el tiempo y, si bien no remitió, por lo menos no continuó creciendo. Entonces, una escena de susto sobresaltó a ambas y puso las cosas peor.
Merche abrazó a su sobrina, envolviéndola por el pecho y la espalda con ambos brazos. La chica se percató de esto y lo peor era sentir su brazo restregándose contra ambos pechos. Tiritaba del horror cuando notó su polla reanimarse de nuevo.
—Jo, menudo sobresalto nos han dado —profirió la mujer todavía sorprendida por la escena.
—Si…, saben meter bien el miedo —balbuceó desasosegada.
El resto de la película la pasaron Mercedes abrazada a Adriana como si no la quisiera soltar bajo ningún concepto. La muchacha se quería morir por verse así, aunque, por otro lado, estaba encantada de tener a su tía tan cerca. Sentir su calor y suavidad era algo único, pese a que la obligaba a tener que luchar porque su erección no se notara demasiado.
Cuando por fin terminó, ambas decidieron irse a dormir.
—Buenas noches, mi niña —le dijo la mujer mientras la abrazaba y besaba.
—Lo mismo, tita —habló ella al tiempo que resistía lo mejor que podía a la tentación.
Marchó a su habitación, apagó la luz y se metió en la cama. Emitió un sonoro suspiro mientras miraba el techo. Entonces, sintió que su polla seguía erecta. La cogió con su mano y comenzó a acariciarse con lentitud.
Cerró los ojos y pensó en todas las cosas que le ocurrieron. Mercedes sorprendiéndola en bragas dentro del probador, la ensoñación donde se besaban, la caricia en su frente, la palmadita en el culo, esos pechos atrapados en el ceñido sujetador, la mano apretando la suya, el abrazo mientras veían la peli, su cuerpo tan tibio y agradable…
Se detuvo. No podía continuar tocándose mientras pensaba en su tía. Tenía que acabar con esta obsesión costara lo que costase. Sacó la mano de dentro del pantalón y se recostó de lado, maldiciéndose por ser una maldita pervertida. Mercedes la quería muchísimo y se preocupaba tanto por ella que su única respuesta era mirarla de manera indebida, ponerse nerviosa cada vez que la tenía cerca y luego masturbarse en soledad al tiempo que la recordaba. Eso no podía seguir así…o tal vez si podía…un poco más.
Arrepintiéndose sin demasiada culpa, volvió a coger su polla y reanudó la paja. Cerró sus ojos y volvió a evocar los hechos vividos en ese día. Al final, concluyó que mientras todo ese deseo inapropiado hacia su tita quedara en la oscuridad de la habitación, no había ningún problema. Eso se dijo de forma poco convincente.
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