Vida al Natural

heranlu

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Hoy en día todavía no salgo de mi asombro con lo que ocurrió cuando yo tenía diecisiete años. Todo lo recuerdo con la suficiente claridad y todavía hoy me asombro de mis costumbres de aquella época, una época que yo siempre he considerado peor que la actual, pero que en realidad era mejor, mucho más sincera y con un comportamiento mucho más humano que el de la actualidad.

Yo tenía como he dicho unos diecisiete años y vivía solo con mi madre después de que mis padres se divorciaran. Fue en cierto modo un hecho traumático para mí, pero lo superé con facilidad gracias a mi madre, que siempre fue un gran apoyo para mí. Su comprensión, su naturalidad y su relación de casi amistad fueron siempre facetas que la hicieron más próxima a mí que mi padre.

Los dos nos llevábamos muy bien, éramos como dos amigos. Cuando teníamos un problema lo hablábamos y tratábamos de encontrar soluciones serias entre ambos haciendo uso del conocimiento mutuo que teníamos. Ella encajó bastante bien el divorcio, aunque en realidad era mi padre quien había insistido en él para poder irse a vivir con otra mujer. Al principio mi madre estuvo algo triste ( y quizás esa tristeza y melancolía nunca la abandonó ), pero pronto se puso mejor y aceptó su nueva situación, que en realidad le daba más libertad. Sin embargo, mi madre no quiso buscar otro hombre y decidió quedarse sola.

Mi madre era profesora de primaria y ganaba suficiente dinero como para que viviéramos bien. Vivíamos en un piso bastante grande en Madrid. Era un bloque de viviendas alto y nosotros vivíamos en la planta doce con unas vistas bastante agradables. Teníamos una terraza agradable en la que mamá tenía muchas macetas. Era un sitio ideal para relajarse, aunque había un poco de ruido de coches, pero era cuestión de acostumbrarse.

Mi madre dedicaba su tiempo libre a leer libros buenos y a la jardinería, aunque también encontraba tiempo para dar paseos por la ciudad y, como no, para ir de compras al Corte Inglés. Yo solía acompañarla cuando salía por ahí, ya que ella siempre insistía en que fuera con ella. En casa también solíamos pasar mucho tiempo juntos, ya fuera viendo la tele, cuidando de las plantas, leyendo o comentando algún libro... A veces también se interesaba por la informática, especialmente por Internet, a la que yo estaba conectado y por la que yo navegaba con frecuencia.

Mamá era una mujer que, a pesar de tener ya cuarenta y cinco años, se conservaba muy bien. Estaba un poco rellena, pero de forma agradable a la vista. Medía un metro sesenta y cinco, era morena con el pelo por los hombros, tenía la piel muy blanca y los ojos marrón claro. Sus pechos eran muy grandes ( requerían la talla 100 ) y su culo era amplio y muy bien formado, sobresaliendo hacia atrás obscenamente cuando estaba de perfil. Sus piernas no eran demasiado largas y eran rectas y rellenas como dos columnas. Por último, sus pies eran pequeños y sus dedos estaban perfectamente formados y a menudo llevaban las uñas pintadas en rojo.

Yo era un chico de diecisiete años que no podía quejarme por mi físico. Medía un metro ochenta y cinco, era moreno y tenía los ojos marrón oscuro. Mi estructura era muy musculosa, aunque en realidad no hacía mucho ejercicio. Se podía decir que estaba cuadrado. Cada vez que mi madre me veía dirigirme a la ducha o salir de ella en calzoncillos ( que casi siempre eran pequeños y ajustados ) se sonreía al ver mi obsceno bulto, que he de decir ( sin ánimo de caer en la vanidad ) era enormemente grande. No en vano mi pene medía veintidós centímetros de largo y cinco de diámetro en erección y mis testículos eran muy grandes y firmes. Aun así yo era todavía virgen y sólo en una ocasión había salido con una chica, aunque sólo llegamos a besarnos dos o tres veces en la boca.

Yo sabía que a mi madre le atraía el bulto de mis calzoncillos mucho y un día de verano, en el que estábamos los dos en el salón viendo la tele y yo llevaba puesto sólo un bañador, me quité llo que llevaba puesto y le enseñé mi enorme erección. Mi madre se enfadó un poco conmigo y me dijo que me pusiera la ropa inmediatamente, pero luego admitió que había tenido curiosidad por vérmelo.

Eso había sido el año anterior, cuando yo contaba dieciséis años. Para mi sorpresa, la segunda oportunidad de mostrarle a mi madre mi enorme pene iba a llegar pronto. Mi madre me dejó un fin de semana solo para ir con dos amigas a la playa en avión. Salían el viernes justo después de las clases y volvían el domingo por la noche. Yo supuse que irían a ligar al máximo y que se dejarían follar a la mínima ocasión, pero estaba muy equivocado. Cuando volvió mi madre me dijo que al día siguiente íbamos a hablar de algo muy importante que quería hacer a partir de ese momento. Yo me quedé intrigado y esperé pacientemente hasta la tarde siguiente.

La tarde del día siguiente llegó por fin. Mi madre había vuelto ya del colegio y estaba descansando en el sofá. Había sido un día algo duro para ella y estaba cansada, pero no se había olvidado de lo del día anterior. Me dijo que me sentara con ella un poco en el salón porque quería hablarme de una cosa importante. Yo hice lo que me pedía y me senté con ella en el sofá. Mamá parecía preocupada y pensativa. Yo le pregunté que qué pasaba y ella me dijo:

-Verás, Luis, tengo que decirte una cosa importante. En realidad es algo sin importancia, así que no te alarmes. He estado hablando durante mucho tiempo con algunas amigas mías y al final he decidido hacer lo que ellas hacen cuando están en sus casas: estar desnuda.

-¿Cómo? -pregunté yo extrañado.

-Sí, verás, es simplemente nudismo casero. Ya sé que suena un poco raro a estas alturas, pero siempre lo he querido hacer desde que era pequeña y me gustaría poder hacerlo ahora. Lo que quería saber es si tú tendrías algún problema.

-¿Problema? No, no creo. Puedes hacer lo que quieras en tu casa, ¿no?

-Bueno, ya, pero...

-¿Pero qué? -pregunté.

-Pues que si a ti te importaría estar desnudo en casa también... Es que si uno es nudista y otro no es algo incómodo para ambos... Pero si tú no quieres y te sientes incómodo no lo hacemos y ya está.

-Bueno... yo... a mí no me importa andar desnudo por casa, lo que pasa es que comprenderás que... bueno... que...

-¿Qué te excitarías?

-Sí, eso...

-Bueno, yo creo que al principio los dos nos excitaremos, pero con el tiempo nos acostumbraremos. Yo creo que el cuerpo desnudo y las reacciones naturales no deben ser motivo de vergüenza, ¿no te parece?

-Sí, estoy de acuerdo contigo en eso. Podemos hacer la prueba a ver cómo sale. -propuse.

-Muy bien, pues si quieres nos podemos desnudar ahora.

-Como quieras.

-Lo haremos a la vez, venga.

Mi madre llevaba puesta una bata de estar por casa y yo unos vaqueros y una camiseta. Ella fue la primera en empezar a desvestirse. Se quitó la bata y quedó en bragas y sujetador. Su exigua ropa interior apenas podía esconder sus atributos de mujer. Sus enormes tetas hacían que el sujetador diera la impresión de estar a punto de estallar y sus pequeñas braguitas celestes dejaban ver perfectamente su vello púbico a través de la tela.

Yo me bajé los vaqueros y me saqué la camiseta mientras veía a mi madre desengancharse el sostén. Sus tetas se vieron libres y yo pude apreciar con mayor detalle sus gordos pezones y sus areolas amplias y rojas. El bulto en mis pequeños calzoncillos blancos era tan grande que me sonrojé, aunque mi madre no se dio cuenta de mi súbito ataque de pudor. Mi madre se bajó sus braguitas y su triangular y poblada vulva negra quedó al descubierto justo cuando mi pene se vio también libre. Estaba completamente erecto, aunque mi glande estaba prácticamente cubierto.

Los dos nos quedamos allí inmóviles durante un rato, mirando nuestros genitales. Por fin, mi madre reaccionó y me dijo:

-Ven, mira, en la percha de la entrada voy a dejar unos vaqueros tuyos por si viene alguien y tienes que abrir la puerta. También dejaré una bata mía. El resto del tiempo andaremos desnudos y descalzos. Menos mal que tenemos moqueta. En cuanto a la excitación... bueno lo único que puedo recomendarte es que si se hace muy insoportable y la tienes dura todo el tiempo vayas al baño y... bueno ya sabes...

-Muy bien. -dije yo.

-La verdad es que tenías razón -dijo mi madre cambiando el tono de voz a uno más afable-, tienes un pene enorme... Nunca he visto nada igual... Bueno, la verdad es que tampoco he visto muchos, pero desde luego superas a tu padre con creces...

-Gracias...

-No, es así de verdad... Tanto es así que has hecho que me excite...

-¿De verdad?

-Sí... Espero poder aguantar sin tener que ir al baño -rió mamá. Yo me sonreí.

-¿Es que tú te sueles... ya sabes... masturbar? -le pregunté sin esperar respuesta.

-Pues claro que sí... Las mujeres también tenemos nuestras necesidades.

-¿Lo haces con mucha frecuencia? -me atreví a preguntarle.

-Pues... una vez al día o una vez cada dos días. ¿Y tú? Tú seguro que con más frecuencia, eh... -me dijo sonriendo.

-Sí, una o dos veces al día... A veces incluso más...

-Sí, a tu edad yo lo hacía más que ahora... Me acuerdo de una vez que lo hice diez veces en un mismo día... -rió.

-No fastidies...

-Sí, de joven siempre estaba pensando en lo mismo, y como quería llegar virgen al matrimonio pues no me quedaba otra alternativa...

-Ya...

-Bueno, ¿y cuál es tu récord?

-Cuatro veces en un mismo día... No tengo mucho aguante...

-Cuatro veces en un mismo día es bastante aguante para un hombre...

-Si tú lo dices...

-Claro que sí... ¿Y de chicas qué, lo has hecho ya con alguna?

-No, la verdad es que no. Todavía soy virgen -dije apesadumbrado.

-Bueno, eso no es como para estar incómodo... La cuestió es que tú quieras llegar virgen al matrimonio o no.

-No tengo eso muy claro, pero creo que me da igual llegar virgen.

-Bueno, si es así cualquier día tienes rollo con alguna chica... -me dijo mi madre.

-Esperémoslo...

-Oye, Luis...

-¿Qué, mamá?

-No, nada...

-No, ¿qué querías... ? -insistí.

-Pues que yo... tengo condones y que si quieres podíamos irnos a mi cama y hacerlo...

-¿Qué... ? ¿Estás de coña?

-Bueno, si tú no quieres no, claro.

-No, si quiero... lo que pasa es que eres mi madre y me parece un poco fuerte...

-Bueno, te he dicho que no me gusta avergonzarme de las necesidades de mi cuerpo, son naturales. Y en cuanto a que tú eres mi hijo, bueno me parece una cosa casual. Tú eres un hombre y yo una mujer, ¿por qué no hacerlo si tenemos ganas?

-Pues vamos entonces...

-Vamos...

Mi madre se puso de pie y me cogió de la mano. Los dos nos dirigimos a su dormitorio, donde nos esperaba la cama sobre la que íbamos a cometer lo que la sociedad considera uno de los pecados más infames posibles. Mi madre abrió un cajón de su mesilla de noche y cogió una caja de preservativos. Sacó uno y le quitó el envoltorio transparente. Era un condón normal amarillento y lubricado y mi madre lo dejó encima de la cajita sobre su mesilla de noche. Era evidente que tenía planes para antes de ponérmelo.

Me indicó que me sentara al borde de la cama y así lo hice, con mi pene apuntando hacia arriba con ferocidad. Mi madre se agachó y me sorprendió introduciéndose gran parte de mi miembro en su boca. Mi glande estaba completamente visible ya y la cabeza de mi madre subía y bajaba lentamente por mi duro falo. Con su lengua lamía la resbaladiza superficie de mi rojo glande y sus labios apretaban fuerte mi pene. Así estuvo durante unos dos o tres minutos, tiempo en el que me llevó al borde del orgasmo.

Se levantó y se sentó sobre mis muslos. Luego ajustó su cuerpo de forma que estuviera muy pegado al mío y mi pene quedara justo entre nuestras barrigas. Mi madre empezó a besarme suavemente en los labios, lamiéndolos con su cálida lengua. Luego la introdujo en mi boca y los dos empezamos a comernos mutuamente. Yo sentía su lengua explorar cada rincón de mi boca y jugueteaba con ella. Al mismo tiempo manoseaba torpemente sus grandes tetas y ella agarraba mi durísimo pene.

Mi madre no pudo aguantar más y levantó un poco las caderas poniéndose en cuclillas sobre mis muslos. Agarrando mi pene lo guió por su húmeda raja hasta la entrada de su más íntimo lugar, de su agujero de placer. Se dejó caer lentamente y mi pene fue hundiéndose en ella mientras me agarraba con los brazos alrededor de mi cuello. Su vagina estaba muy húmeda y cálida y mi pene se deslizó dentro con suma facilidad, aunque tal vez fuera un tanto estrecha para albergar un pene de cinco centímetros de diámetro.

Mi madre suspiraba y jadeaba mientras mi órgano viril la penetraba, la invadía. Sólo pudo tener unos quince centímetros dentro ya su cérvix impedía una penetración más profunda. Mi madre empezó a moverse de atrás para delante con mi pene clavado en su túnel de amor. Casi de inmediato se puso tensa y su cuerpo se puso rígido. Se había corrido nada más se penetrada. Eso me gustaba, ya que sabía de oídas que las mujeres suelen tardar más en llegar al orgasmo que los hombres. Entonces me acordé del condón. Miré a mi madre alarmado y le dije:

-Mamá... ¡el condón! ¡No me lo he puesto!

-Da igual, cariño... tú sigue.... ¡sigue... !

Y eso fue lo que hice. Seguí dejando que mi pene se hundiera en su vagina y que mi clímax se acercara más y más. Su estrechez y la fuerza con la que me había absorbido al alcanzar su orgasmo me habían colocado al borde del "abismo". Estaba a punto de explotar y mi madre seguía moviéndose de detrás hacia delante precipitando mi eyaculación. Justo cuando sentía que ya no la podía contener más mi madre se corrió por segunda vez. Unos segundos después, una descarga increíble de semen salía disparada de mi pene y empezaba a llenar las paredes de su vagina. El pegajoso fluido siguió saliendo en potentes espasmos de mi interior llenando el interior de mi madre.

Los dos seguimos unidos y besándonos. Mi madre me acariciaba el pelo y me besaba en la boca mientras nuestros fluidos seguían mezclándose en su vagina. Su vello púbica me hacía cosquillas en la zona superior al mío y yo me tenía que acariciar la zona. Me encantaba estar dentro de mi madre, en su cálido, estrecho y húmedo agujero y sentir que estábamos unidos.

Estuvimos así casi diez minutos hasta que mi madre se quitó de encima mía y se tumbó en la cama satisfecha. Yo estaba preocupado por haberme corrido dentro y ella adivinó lo que pensaba.

-No estés preocupado por haberte corrido dentro, llevo tomándome la píldora desde hace dos meses -me dijo con un tono tranquilizador.

-Pero ¿ por qué te la has estado tomando? -pregunté yo.

-Pues porque pensaba hacer esto contigo, lo que pasa es que no sabía cuándo sería...

-Ah...

-Te quiero mucho... Eres el único hombre al que quiero y espero que no nos separemos a partir de ahora... Al menos hasta que te cases... Vamos, si quieres...

-Claro que quiero, mamá... ¿Lo haremos todos los días... ?

-Todas las veces que tú quieras...
 
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