Quizás no debía haberlo hecho. A lo mejor fueron las noches de soledad masturbándome sola, delante de la tele, o puede que no haber tenido un buen hombre —o sea, polla— e incluso mujer, que a estas alturas de mi vida yo ya voy a lo que me apetece y más placer me da, ignorando las etiquetas y otras soplapolleces. Noches de soledad, o s decía, ginebra con lima y lecturas diversas hasta altas horas, encerrada en mi casa (trabajo en casa, sí. Debería buscarme un coworking o algo así pero para una escritora… ufff… qué pereza).
Vivo con mi hijo, Víctor, 23 lozanos años y acabando la universidad. Juega al baloncesto y es listo, muy listo. Está en programas de alto rendimiento. Es mi orgullo. Y… bueno, a él me refería con lo de “no debía”. No le conozco pareja, pero sé que tiene vida sexual, eso lo tengo más que claro. Alguna vez le he comprado condones.
Yo por mi parte tengo 46 muy bien puestos, lo tuve al final de mi carrera de Historia del Arte y su padre se desentendió y luego se mató en un accidente de coche. En este orden. A mis años estoy bastante bien. Soy rubia –teñida de mi castaño claro, seamos honestos–, pero no lo podréis comprobar porque me lo depilo. Tengo una boca bonita, los ojos verdes y grandes, mis tetas son mis dos maravillas que, aunque el tiempo les ha quitado la arrogancia antigravitatoria que tuve hasta el embarazo, siguen siendo bonitas, pesadas, de buen tamaño (no me caben en las manos pero sin exagerar) y aunque algo más caídas –sniff– siguen siendo dos beldades de pezón granate y areola ancha. Me mantengo en forma y me cuido mi piel clarita, mucho ejercicio de piernas que las mantienen tonificadas y el trasero duro, caderas anchas y pies pequeños de tobillos finos.
Era de noche, un fin de septiembre en el que el aire de la tramontana ya te hace cerrar la hoja de la terraza porque a eso de las dos de la mañana te da repelús. Me había quedado dormida en el sofá, debajo de mi manta favorita y tenía en la mano mi consolador favorito. Así de triste. Me dormí después de masturbarme viendo una mierda de serie victoriana, cayendo presa de mis fantasías, despatarrada en el sofá y con el coño hinchado y palpitante. Madre mía qué necesidad. Y eso fue parte del motivo de que ocurriera lo que ocurrió…
Arrastrando la manta me levanto, el consolador y las bragas en la mano derecha y con solo la camiseta de “Dueña de Gatos”, cuya cinturilla no me tocaba el ombligo por la tensión con mis tetas. Todo en mi vida es tensión. Se me endurecen los pezones cuando siento el aire frío que entra por la ventana del baño al que voy, limpio el cacharro, orino y me lavo el parrús desmochado. Me pongo las bragas de nuevo — ¡eh, que estaban limpias!—, y voy al cuarto de mi hijo, por donde entra corriente, ese helado viento nocturno. Así que entro, cierro la ventana y lo miro. Está dormido como un lirón. Es de sueño profundo así que no temo despertarlo. Estaría bien que me viera ahora, en bragas y con un consolador en forma de oruga simpática y gorda en la mano… lo que hay que ver. Sonrío. Voy a taparlo un poco con la arrugada sábana y al hacerlo la veo. La tremenda, gruesa y dura polla de mi hijo. Joder. No lo puedo evitar y la boca se me hace agua, y el coño, también. Se me encharca. Una buena, bonita y palpitante polla. Fijo que está teniendo sueños eróticos, solo hay que ver cómo estira el cuello… Pero no, agito la cabeza, Yoca, déjate de leches, que es tu hijo. Pero ¿tú has visto ese rabo? Me relamo. Esa malvada voz que tengo en el fondo de mi cabeza y de las que ha partido muchas veces algunas de mis peores ideas, (y también de las más divertidas) está trasteando otra vez.
¿Qué es eso? Veo que Víctor tiene algo en una mano, algo que agarra justo delante de su cara. Es un trozo de tela. Despacito, tiro de él. Al extraerlo, lo veo: son unas bragas. ¡Ay, pillín…! Durmiendo con unas bragas de… ¡Joder! ¡Son mías! ¡Son mis bragas! Las debe de haber sacado del cesto de la ropa sucia y… Son mis bragas negras… y además esas están… ejem… Digamos que me masturbé con ellas puestas así que tienen que oler… ¿Se ha estado… masturbando con mis bragas usadas?
Se me cae la manta del brazo y de pronto una mano ya se me ha metido en las bragas. Tengo el coño empapadísimo.
Voy hasta los pies de la cama con las bragas en la mano, dejo mi conciencia en la puerta, mirando al pasillo y me pongo de rodillas en un lado. Su polla está delante de mí, de mi boca, con una perlita transparente… Ufff… no… no debo… En la “d” del “debo”, y a tengo la boca abierta y la polla de mi hijo prácticamente entre mis labios. Es la polla más bonita que he tenido entre mis manos en mucho tiempo. Y no puedo, no quiero evitarlo. El puto demonio, la puta debilidad que me empuja a ello se hace fuerte, y mi mano derecha pasa a la izquierda el vibrador y agarra el falo de mi vástago. Lo muevo despacio, con firmeza, una, dos veces y se acaba de descapullar. Es un bonito y duro rabo que seguro que ya ha perforado a alguna incauta. O incauto. Creo que a mi hijo le van los dos bandos. Bien por él.
Dejo de pensar en el mismo momento en que me la meto entera en la boca. Escucho a Víctor gemir suavemente y me aplico, me aplico como si me fuera la vida en ello, sintiendo que la necesidad que tengo de hombre, de sexo, me incendia. Mi coño arde en flujo goteante, mi mano izquierda clava profundamente el consolador en él y lo pone a plena potencia, encabritándolo y haciendo que la segunda oruga gordota se afane en mi clítoris como una cabra en un buffet de ensalada. Dentro y fuera. Consolador y polla. Dos agujeros. La hostia qué guarra soy y cómo lo necesitaba.
La polla de Víctor es deliciosa, sabe divinamente, me hace gemir conforme se la chupo. Él se agita, en sueños, lo sé. Y colabora. Una mano suya va hasta mi cabeza y me empuja para que se la chupe más profundamente, cosa que hago con deleite. La saco y le como los huevos sin poder evitarlo, golosa, necesitada. Uno, luego el otro, adentro, cúbrelos de saliva, y de nuevo la polla, tras masturbarla varias veces con fuerza, a la boca. La he recorrido con la lengua y me la clavo más profundamente.
Me corro, joder, me corro… aaaah… hostias con el vibrador… lo apago, pero lo dejo ahí dentro, en mi coño palpitante mientras de rodillas acabo la faena. Voy más y más profundo y con una mano me ayudo a que Víctor termine. Su mano me empuja más profundamente y siento que se corre, palpita una, dos, tres veces y de pronto, mi boca se llena de semen. Lanza chorros como si le fuera la vida en ello. El último espasmo mueve las caderas y me la mete hasta la garganta, haciéndome tragar todo lo que ha soltado de un tirón. Joder. Mi hijo se va a deshidratar…
La saco de entre mis labios despacio, muy despacio, para limpiarla bien, absorbiendo hasta la última perla de semen. Ufff… Qué ha gusto me he quedado…
Y esto es solo el principio putilla me dice la voz malvada de mi cabeza, mi yo más pervertido. Y tiene razón.
Antes de irme me meto los dedos, bien hondo en el coño, que está encharcado y salen empapados y con mucho flujo, se los acerco a la nariz, probando, tentando. Abre la boca, se los mete, los chupa y relame lentamente como si no quisiera arrancarles todo el sabor. Gime. Voy a tener que masturbarme otra vez como una condenada antes de dormir…
Creía que esa noche no dormiría. Aun me sabía la boca a semen, y me tuve que cambiar de bragas. El orgasmo habías sido de los intensos, y me palpitaba el coño solo de acordarme. Pero dormí profundamente. Cuando me desperté, Víctor ya se había ido, su habitación estaba recogida y sus sábanas cambiadas.
No os voy a mentir: no me concentré mucho ese día. Cada dos o tres horas no podía evitarlo y me masturbaba. No estaba así de loca con mi coño desde la adolescencia en la que me masturbaba con botes de desodorante roll-on (cerrados, claro).
Al final me forcé a concentrarme, tengo un deadline que cumplir y me tuve que empeñar a fondo, ponerme música tronante en los auriculares e ignorar el canto de sirena de mi ardiente coño para poder centrarme en lo mío. Claro que no ayudó mucho el hecho de que tuviera que escribir escenas eróticas… Pero sobreviví. Sin deshidratarme ni nada.
Víctor llegó tarde ese día. Yo estaba acabando de hacer la cena, había hecho pizza casera y le había preguntado si iba a retrasarse más para dejar la suya en el horno justo cuando entró por la puerta. Me dio un beso en la mejilla, diciéndome que sacara su pizza mientras se daba una ducha rápida que el entrenamiento lo había dejado reventado. Temblé al sentir sus labios, lo confieso. Yo temblé. Mi coño iba a su bola y se puso a babear.
Cenamos en el salón, viendo un programa de cocineros, que nos encanta, y diciendo cómo mejoraríamos la receta.
—Oh, vamos, el otro día en casa de Carlos comí una merluza mucho mejor preparada que esa cosa —dijo, gritándole a la tele.
Yo me reí.
—¿Cocina bien Carlos?
—Ufff… Está en una escuela de cocina y es un hacha. Fue el finde pasado que lo pasé en su piso y joder, qué bien cocina.
—Y, ¿te gusta? —le pregunté, guiñándole un ojo y bebiendo un sorbo de vino blanco.
Víctor casi echa la Coca-Cola por la nariz, pero fue por la sorpresa.
—Bueno… sí. Él me gusta. Y… la cuestión mamá es que… Tere, su novia, también me gusta y yo… o sea, nosotros… que…
Vale, no hablábamos mucho pero éramos sinceros siempre y yo ya le había contado que había probado con hombres y con mujeres, y que me gustaban ambas cosas. Mira tú por dónde el nene también había salido…
—Bisexual, ¿eh? —le dije.
No me miró, pero asintió.
Yo dejé la bandeja en la mesilla, le quité la suya, y lo abracé. Después me retiré un poco, lo miré, le despeiné el flequillo y le dije que todo estaba bien. Que era perfecto. Él sonrió y asintió, como si se hubiera quitado un peso de encima.
—Mira lo que está haciendo ese con las costillas —le dije, cogiéndole una mano, que él me agarró con fuerza—. Si le echa tanto curry la va a destrozar…
—Je, je…
De pronto me desperté. Nos habíamos quedado dormidos en el sofá, yo echada en él y Víctor en la parte de chaise longe. Respiraba con calma, acompasado, pero vi que una de sus manos estaba dentro de su pantalón corto y, sorpresa: volvía a tenerla dura. Y mi sonrisa se acrecentó, mi coño rugió y me volvió a dar hambre…
Esta vez, no me preguntéis por qué, fui mucho menos sutil. Me puse delante de él, le bajé los pantalones y liberé su polla de su mano, sentándome a horcajadas en sus piernas para ser yo quien se ocupara de esa joya de miembro. De nuevo me supo a gloria, su polla, sus huevos, joder, me gustaba todo. Mis manos recorrieron sus fuertes piernas y las entreabrió un poco. Lo escuché murmurar… «Ufff… Tere… Sigue… Y Carlos… también… ahhhh». Me puse cachondísima. Mi coño abierto rezumaba y una de mis manos tuvo que ocuparse de aquello para darle lo que necesitaba. Mis dedos se metieron en mi interior con práctica urgencia y me masturbé, empapada. Saqué la mano, la cambié y pasé a chuparle la polla a mi hijo con una mezcla de mi sabor y el suyo. Su polla palpitaba, se iba a correr. Dios, sí, vacíate otra vez en mi boca, cariño… y lo hizo. Mi boca había estado subiendo y bajando por todo su miembro, recorriendo cada vena hinchada, su glande esplendoroso y bonito, entre blando y terso. Pasaba mi lengua por su frenillo viendo cómo eso le hacía tensarse más, y por último me la metí hasta el fondo para que se vaciara en mi garganta como un campeón, mi niño, su polla, su semen… Cuando sentí sus palpitaciones y el primer chorro estrellarse en mi interior me corrí. Mi coño apretó salvajemente mis dedos en su interior en rápidas sucesiones que me estremecieron enteras.
—Aaaaah… —Víctor gemía, estremeciéndose, clavado en mi boca.
Palpitó varias veces más, soltó varios chorros de su leche, mi leche, joder. Me ahogaba en ella y quería más… Cuando acabó, de nuevo lo limpié con la boca, y como no podía moverlo (mide 1,89 y pesa un montón), me quedé con él. Al poco yo estaba sentada, dormida en el sofá y me desperté al sentir algo.
Me estaba excitando, mucho. Había algo que me estaba haciendo trasponer el velo del sueño trayéndome de nuevo a la realidad. El salón solo estaba iluminado por la pantalla de la tele en la que Netflix preguntaba si queríamos seguir viendo el programa. O sea que habían pasado casi dos horas o tres programas. Como poco. De nuevo la sensación recorriéndome. Ufff… ¿Qué era aquello?
Víctor. Estaba tumbado ligeramente en mi regazo, y una de mis tetas estaba a la vista. La otra estaba siendo succionada por él. No sé si estaba dormido o qué, pero sus labios me estaban chupando el pezón, me lo mordían, me provocaban. Ufff… joder… Qué distinto era esto… Mordía, chupaba y estiraba mi pesado pecho. Su mano se estaba masturbando y la otra empezaba a pellizcarme el pezón derecho, a amasar mi teta libre… y me estaba encendiendo como un incendio australiano. Mi mano viajó hacia su entrepierna. Le acaricié los testículos, que se arrugaron al momento. Gimió, nuestros ojos se encontraron. Mi mano libre, la izquierda, lo apretó más y él entendió. Chupó con fuerza, y se cambió de pecho. Yo seguía masturbándolo…
—Mamá, yo… —dijo un momento al separarse para viajar de un pezón a otro.
—Shhh… disfruta —le dije.
Y le apreté la polla con fuerza. Otra vez dura, hinchada. Lo masturbé mientras él me comía las tetas con placer, ronroneando mientras mi mano subía y bajaba, haciéndole sentir cada ascenso y descenso, bien apretada y jugando con sus testículos suavemente.
Se tensa, yo estoy que me lo voy a comer, no quiero más que correrme como una loca, sentarme en su cara y que lama todo lo que hay ahí en el agujero por el que salió y en el que ahora quiero que entre pero con otra cosa…
—Joder, Víctor… ponte aquí y cómemelo.
Todo o nada. O se levanta o se va. O se tira por una ventana o yo qué sé.
Víctor se levanta, se pone de rodillas delante de mí. Sus manos pasan delicadamente por mis muslos. Veo su emoción, no se plantea nada, solo quiere eso, la fuente del olor con el que vete tú a saber cuánto tiempo lleva masturbándose.
Siento sus besos, los besos de mi hijo, pero ya carentes de toda inocencia. Van hasta mi coño y se acaba estrellando contra él casi con hambre. Me abro bien de piernas y mi coño se abre solo como una flor húmeda, mis labios hinchados, los interiores también, el clítoris, algo grueso, palpitando. Siento su lengua pasar desde casi mi ano hasta el clítoris. Se detiene y lo chupa con ansia, con fuerza. Lo hace bien. Le han enseñado a complacer… Baja y su lengua entra en mi coño y casi me corro del gusto y del vicio. Dios, ensancha la lengua una vez dentro y la saca para que vea cómo la mete en su boca y saborea. Vuelve y empieza a comerme el clítoris con ocasionales chupadas a la vagina, esa por la que él salió un día, y a la que ahora da placer. Me voy a correr.
—Me corro —digo en un suspiro; él redobla la velocidad de esa ardiente y cálida lengua—. Joder, Víctor me co… rroooooooooo —y allá va mi orgasmo, que me recorre entera, me hace perder la razón.
Me cojo los pechos y los estrujo, los pezones, al retorcerlos, me duplican el orgasmo y hace que arquee la espalda. Lo veo retirarse despacio secándose la boca con el dorso de la mano. Está bueno, está muy bueno, es todo fibra. No se le marcan los abdominales a lo exagerado, solo cuando respira. Veo que enristra su polla y en su mirada hay una pregunta. Una pregunta a la que mi cabeza responde asintiendo.
Se acerca.
—Voy a follarte, mamá —dice suavemente, con una sonrisa maligna.
—Joder, sí, Víctor, fóllame, fóllate a tu madre, que lo necesita…
Y sin mucha ceremonia me mete su tremenda polla. Lo hace despacio, casi gentilmente, pero sin pararse, como si lo hubiera estado planificando durante mucho tiempo.
—Ufff… es… es muy distinto… aaah…
—¿Distinto a qué? —le pregunto en un atisbo de lucidez, sintiendo toda esa polla ya encajada dentro de mí.
—Al coño de Tere… o… ufff… —la saca despacio y se escucha un sonido de succión pues mi flujo es muy espeso— o a su culo. O el de Carlos…
—Ya habrá tiempo para los culos… Y el mío, este coño que te follas, es el doble de veterano que el de tu Tere… Así que aprovecha y dale fuerte, joder, Víctor… Tu madre necesita que le rompas el coño con esa polla que te he dado…
—Aaaah —siento cómo se le endurece un poco más y le palpita dentro de mi coño.
Víctor me coge de las caderas, se retira y me embiste. Ese es exactamente el término. Me embiste una y otra vez como un martillo neumático, como un pistón, sin piedad y con fuerza. El salón se llena con el sonido de nuestra carne al estrellarse la una con la otra, el sonido de succión de mi coño empapado y nuestros jadeos, nuestros gemidos.
Víctor me tiene quince gloriosos minutos a buena velocidad, siento que me voy a correr otra vez, sus manos se cogen ahora a mis tetas.
—Más… másss…. —le urjo.
—Toma, toma, mamá, joder, qué puta eres… jodeeeeerrrr… Te estoy follandoooo…
Y duplica la velocidad hasta que un orgasmo tan potente me recorre, me estremece, casi me parte el espinazo. Lo veo arquear la espalda, agarrarme de los muslos para no caerse y de pronto siento su semen en mi coño como lava recorriéndome. Su polla palpita y mi coño también lo hace, llamando el orgasmo del uno al del otro con una desesperación que ninguno sabía que era correspondida.
Cuando él se deja caer al suelo, sentándose, de mi coño aún palpitante gotea un poco de su densa y húmeda lefa.
Hemos follado. Mi hijo y yo. Y no puede haber sido más maravilloso.
Víctor se acerca, se apoya en el sofá y me coge una pierna.
—Llevo mucho queriendo…
—Ssshhh… Habrá más. Prometido. Ya no podemos devolver los gusanos a la lata. Ahora, simplemente, será natural.
Llevo todo el día dando vueltas. Papeleo, entregar una galerada con correcciones a mi editora, charlar y comer con ella programando el lanzamiento del libro… Todas esas cosas. A la tarde me paso por una librería y me llevo un surtido de libros con el pedazo de adelanto que me acaba de cascar mi editora. Vuelvo a casa contenta, con mis libros, un par de los que sé que Víctor quería y paso a hacer la compra para la cena.
Cuando subo hasta el ático, donde vivimos, advierto que está acompañado y trato de ser discreta. Escucho sonidos inconfundibles de dos personas follando tratando de ser silenciosas pero que no les acaba de salir. Sobre todo a ella, que se emociona y gime más que una actriz porno, pero muy creíble todo. Se corre, cuento, desde la cocina donde estoy preparando unas patatas para hacerlas al horno, no menos de dos veces. Oigo ruidos, como si se hubieran caído de la cama o algo así, y les escucho reír. Me río yo también mientras sigo a lo mío. Me sirvo un vino blanco, un poco de lomo de caña y pan para picotear en la barra de la cocina, leyendo algo de lo que he comprado. Comienzo una de las novelas de misterio de Michael Collins y al poco estoy absorta.
Veo cómo una chica sale del baño en toalla y se le escapa un «Ups» al verme y haber contacto visual.
—Hola —saludo.
Ya me ha visto. No puede menos que saludarme. Y lo hace. Es alta, de piel morena y con el pelo mojado sobre los hombros. Tiene una sonrisa ancha y unos dientes muy muy blancos, puedo apreciar. Sus piernas eran fuertes, torneadas e igual de morenas, con los dedos de los pies algo separados y las uñas pintadas de blanco, lo que destacaba mucho con el moreno de la piel. Los ojazos verdes mostraban una mezcla de miedo, vergüenza y ganas de desaparecer.
—Ho… hola… eh… Señora… Esto yo soy… ehm Amanda.
—Hola Amanda. Encantada. Yo soy Yocasta. La madre de Víctor. ¿Quieres una copa de vino? —le ofrezco, alargando un poco el momento.
—Ajá… —me responde.
Se afianza un poco más la toalla y se acerca, haciendo acopio de desparpajo. Se acoda en la barra y coge un trozo de lomo. Bebe un poco del vino que le sirvo.
—Mmm… ¡qué bueno! ¿Verdejo?
—Vaya —me sorprendo—, tienes ojo, o más bien paladar, para esto.
—Jejeje… mi padre es enólogo —me comenta—. Llevo pudiendo distinguir un chardonnay de un cabernet desde los doce años, aunque esté mal que yo lo diga.
—Caray. Qué alegría. ¿Trabajas con tu padre?
—Sí, en la bodega familiar.
—Oh, siempre he querido ir a una bodega, fíjate.
Ella sonríe.
—Puede venir a la nuestra cuando quiera, desde luego —me invita.
—Tal vez la invitación fuera más seria si lo dices vestida, ¿no?
Ambas nos giramos para ver a Víctor que viene hacia nosotras, matador, poniéndose una camiseta sobre su bello pecho y con unos vaqueros ciñéndole la estrecha cintura.
Nos reímos.
Amanda va a cambiarse y vuelve al rato en vaqueros y una camiseta. Veo que debajo no lleva sujetador y se le marcan los pezones, muy apuntados. Se me hace la boca agua. Víctor me mira y lo percibe, le sonrío, con una mirada de «tienes buen gusto…». Pero no puede quedarse a cenar: ha quedado con la familia y mañana madruga para trabajar en la bodega. Le hago la oferta de que venga alguna que otra vez, que no me importa si es novia o no de Víctor, que no soy de esas. Ella sonríe con un gesto que lo dice todo.
Vic y yo cenamos.
—Vaya paliza le has dado, nene —le digo.
Él se azora un poco.
—Más bien ella a mí. Pero bueno…
—Mientras me hayas guardado algo.
—Ufff… para ti siempre hay, mamá —me dice.
Los ojos se le enturbian con sexo y su voz se vuelve más ronca.
—Pues ven —le insto.
Él se levanta, se acerca a mí y me da un beso profundo, con una lengua exigente, masculina, deseosa. Me estremezco. Le respondo con vehemencia. Lleva una de sus manos a mis tetas por las que tiene verdadera pasión. Las tengo más grandes que su amiga, observa la mujer celosona y tontorrona que todas llevamos dentro.
Consigue sacarla de la camiseta, sortea el sujetador y la aferra con ganas sin dejar de morrearme. Su dedo pulgar le exige a mi pezón, rozándolo como si quisiera que encendiera un mechero. Me encanta, y lo sabe.
—Ve a tu cuarto. Desnúdate para mí —le pido.
—Mamá, te necesito, quiero volver… —le pongo los dedos en los labios.
—Ve, cachorrito. Ve. Habrá de todo para los dos.
Lo hace, se va a la habitación, mirándome, la polla tirando de sus pantalones cruelmente. Vaya pollón se gasta mi niño… y bien rica que está.
Apuro la copa y me desnudo. Voy hasta la habitación. Lo encuentro tumbado, desnudo, meneándosela. Me quedo un rato mirando cómo se masturba. Me pone a mil. Yo, apoyada en la pared hago lo mismo, empiezo a tocarme y gimo, me estrujo los dos pechos y mi mano derecha se ha afincado en la laguna que es mi coño.
—Date la vuelta —le pido— y apoya las rodillas.
—Con… con el culo… ¿en pompa? —me pregunta, algo confuso.
—Ajá. Voy a ordeñar a mi hijo y a su tremenda polla.
De nuevo, cumple mi petición y lo veo ahí clavado, con la polla durísima y los huevos contraídos y su ano rosado a la vista.
Me acerco, me pongo de rodillas a su lado, y no puedo evitarlo, me asomo a su culo para besar sus nalgas, recorrerlas con los dedos y empezar a jugar con su ano. Lo hago con la mano derecha: la izquierda, tras echarme un poco de lubricante, ha pasado por sus huevos, haciendo que se estremezca y ahora está empapando su nutrida, venosa y gruesa polla. La muevo de arriba abajo. Cuando dije que lo iba a ordeñar no era por decir.
Mi lengua se asoma y empiezo a lamerle el ano, empujando solo muy despacito, sin llegar a penetrarle, pero ensalivándole todo el perineo y el esfínter, que pulsa alegremente conforme lo masturbo, con la mano bien aferrada a la polla recorriendo cada vena y frotando su frenillo y el glande con movimientos curvos, como si entizara un taco. Se empieza a mover, a tener espasmos. Mis lamidas en su ano hacen que le den escalofríos y me encanta. Lo masturbo más fuerte.
—Dáselo a mamá, dame tu semen… vamos… te estoy ordeñando para mí, para que me lo des…
—Ooooh…. Oh, dios, sí… sigue, sigue, me voy a correeeer… Mamá… mamá… pero… así no… Pon la cara, quiero correrme en tu cara…
Me ha puesto burrísima que me diga eso, así que me agacho, me apoyo en la cama y echo atrás la cabeza, apoyándome en la cama, sin dejar de masturbarle. Veo su glande delante de mi cara y es glorioso. El preseminal le gotea y es dulce. Abro la boca y saco la lengua y Víctor gime mientras aprieto más su polla para exprimirlo.
—Dale a mami toda tu leche…
Es decir la frase, y veo la palpitación de su perineo, sus huevos al contraerse, y su polla palpitar una furiosa vez y derramarse en mi cara, en mis mejillas, mis labios y mi lengua. La siguiente la apunto directamente en mi boca y dejo que el grueso de la eyaculación vaya ahí, guardando las últimas para el resto de mi cara, que me la acaba de cubrir, caliente y deliciosa.
Se deja caer a un lado respirando agitadamente, sudando. Me mira y ve su obra y sin dejar de mirarlo, con mi cara llena de su lefa, trago ruidosamente. Aprieta el edredón en dos puños y otro chorro se estrella en mis tetas.
—No será la primera vez que te ordeñe —le informo.
Él se ríe.
—Y te contaré un secreto: quiero que nos follemos a tu amiga —le confieso untándome su semen en las tetas, para que vea hasta qué punto soy suya y él mío.
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Víctor crece, cada vez es más hombre, más duro, más adorablemente sexual. Me pone y me enciende, tanto que casi no siento que otros hombres me atraigan tanto. Les falta algo, una conexión, quizás, más profunda e intensa.
Esta mañana escucho al niño salir de la ducha y no puedo evitarlo voy hacia él, lo intercepto en mitad del pasillo, lo miro, desnudo como está, mientras mis manos vuelan hasta su polla y la agarro. Suavemente al principio, y él me mira, ya desde arriba, alto, espigado, fibroso. Su polla crece y una sonrisa malvada aparece en su rostro. Mi mano lo empieza a masturbar pero él me mira fijamente, haciendo que me pierda en sus ojos.
—Usa la boca, mamá…
Y dice ese “mamá” con un tono que no puedo negarle nada. Me arrodillo delante suya, sacándome las tetas porque sé que le gusta verlas, hinchadas, con los pezones duros y algunas venas azuleando hacia el pezón, incluso una, pequeña, marcada dentro de la areola que sé que le encanta recorrer con la lengua.
Empuño bien la polla dura de mi hijo y me la meto en la boca, fresca, con algunas gotas de agua todavía. Le recorro los huevos con los labios y tiro de ellos sacándomelos, golosa, de la boca por su propio peso. Y estiro su piel hasta que descapulla totalmente (tiene un poquito, muy poco, de fimosis, pero no le molesta para nada; sin embargo sé que le enloquece sentir este tramo más estrecho de piel deslizarse por el glande hasta descaupllarlo), y me la meto en la boca. Saboreo su glande y me calzo toda la polla hasta que me choco con su pubis. Él me pone las manos en la cabeza, enreda los dedos en mi pelo.
—Ufff… sí, mamá… joder… cómete la polla de tu hijo… eso… entera…
Empiezo a hacerle una mamada en profundidad, lo llevo hasta el borde del orgasmo, me aferro a sus caderas con las manos mientras mis labios aprietan su polla con fuerza. La polla no tarda en palpitarle y querer inundarme la garganta de semen, su joven semen… pero no. Me aparto despacio.
—Si quieres correrte tendrás que ganártelo…
Me mira con los ojos borrachos de deseo y sexo. Lo llevo hasta su habitación y busco algo en un cajón que había dejado allí. Un pequeño plug. Hago que se ponga de rodillas en la cama y una vez más, como algunas mañanas, lo ordeño. Mi mano experta recorre su polla empapada de mi saliva mientras mi lengua le acaricia el ano, empuja, lo provoca hasta que percibo que está en su punto. Entonces uso el plug, pequeño pero justo lo que necesita ese culo. Se lo meto dentro despacio pero sin pausa y él gime, combinado con mi mano masturbándolo, recorriéndole el frenillo y el glande con el pulgar, acariciándole los huevos, recorriendo su perineo con mi lengua, sus huevos y bajando, ya penetrado, hasta su polla para volver a chupársela. Él toma el control, y me irruma, es decir, se folla mi boca. Empuja, la usa, otro orificio más para su placer. Es entonces cuando uso lo otro que he cogido. Un pequeño círculo de acero que se cierra con un pequeño candado. Se lo coloco en la base de la polla y en los huevos, lo que hace que su erección se duplique en dureza, congestionada, con las venas marcadas exageradamente y haciendo que casi me corra solo de sentirla entre mis labios.
—Dios, cómo me la has puesto, mamá…
—Pues no la soltaré hasta que cumplas —le digo, mirándolo del revés, con su polla zumbando y palpitando ante mi cara.
—Pues ponte a cuatro patas, que cumplir, cumpliré, pero te voy a destrozar el culo.
Mi vientre arde, me estaba tocando, clavándome los dedos todo lo profundo que puedo y haciendo rápidos círculos sobre mi clítoris erecto, pero cuando menciona mi culo me congelo. No tengo mucha experiencia anal y al volver a mirar esa polla palpitante, me inunda una sombra de duda.
—Víctor, yo…
Él se mueve y me coge del pelo, me chupa los dedos llenos de mis flujos, con sabor a mi coño, y me mira, con los ojos ardiendo.
—Me has metido un plug por el culo, me has puesto triplemente cachondo, tengo la polla congestionada por tu culpa… exijo tu culo en pago —se acerca, se coloca a dos centímetros de mi cara, me da un beso breve—. Te lo voy a destrozar. Es mío.
Me coge del cuello y me siento desfallecer, sintiendo cómo ha tomado el mando. Me coloco como me pide, después de pellizcarme los pezones. Escucho el clac del bote de lubricante abrirse. De pronto, sin previo aviso, su polla entra entera en mi coño y por la pura excitación me sobreviene un orgasmo rápido, breve e intenso. Y mientras lo hace, mientras Víctor me folla despacio y alevosamente, mientras se está follando a su madre, noto las gotas frías del lubricante en mi ano. Caen grumosas, suaves. Su dedo, mientras su polla dura e hipervenosa me penetra hasta el fondo sin perder el ritmo, penetra en mi esfínter con decisión. Noto cómo se abre, la sensación de urgencia de mi culo pero de pronto, mientras mi coño es machacado por su polla inclemente, la polla de mi hijo (siempre me deleito en ese pensamiento), otro dedo más entra y noto cómo se me dilata el culo con facilidad.
Siento la excitación de Víctor. El plug de su culo es como ponerle el “turbo”, y su polla sale de mi coño empapada en flujos arrastrándome hacia oleadas de orgasmos y se apontoca en la entrada de mi dilatado ano. Se enristra el aparato hinchado y venoso y entra decididamente sin pedir permiso. Me tira, me escuece, pincha, pero en dos movimientos, después de dejar que mi esfínter tiemble a su alrededor y se adapte, me empieza a sodomizar. “Sodomizada por mi hijo” pienso y el sentimiento es tan potente que me hace un nudo en el vientre. Su mano derecha me tira del pelo, me hace elevar la cabeza mientras me destroza el culo a su ritmo, buscando su placer, usando a su madre como depósito de su semen y su deseo de sexo, carne de mujer y sus más oscuras fantasías… y me corro. Mi culo se corre, más bien y tiembla y tiene espasmos alrededor de su rabo. Mientras tanto, él no pierde el ritmo, aguanta mucho más con el aro de acero pero llega un punto en que me agarra del cuello, hace que me incorpore, su mano se aferra a mi teta como una garra y lo dice entre dientes.
—Toma… mamá… todo el semen… de tu hijo… por el culo… aaaagggh… todo…
Se corre en cada palabra, me llena, me salpica, empuja su semen ardiendo dentro de mis intestinos mientras su excitación estalla y se pega más a mi cuerpo, unidos, su polla clavada en lo más profundo de mi culo a rebosar de esperma filial, chorreando por mi ano y cayendo al suelo. Es el único hombre en mi vida que me ha hecho eso, que me ha sodomizado y no ha podido gustarme más.
Nos vamos a la ducha tras descansar un poco. No puedo evitar tocarle incluso después de haberse corrido. Le suelto la anilla de acero y él suspira. Nos besamos despacio, sin prisa, lujuria y deseo nos rodean… En la ducha lavo a mi hombre. Le paso el agua y lo enjabono. Saco el plug, el gime mientras yo lo acaricio. Un poco de aceite en el ano para que no acuse su uso y la dilatación. Aprovecho y le meto un dedo entero y su polla vuelve a endurecerse.
—Hay que ver lo que te gusta esto —le digo mientras le beso el cuello mojado.
Él se limita a gemir y mi otra mano viaja hasta su polla, acariciándola despacio, está muy sensible y le cuesta empalmarse, pero unas caricias en los pezones, un dedo hábil acariciándole la próstata, dos dedos ahora, bien metidos en su culo, y mi mano de madre, amorosa y lujuriosa acariciando toda esa polla, los huevos, masturbándolo despacio, la polla bien llena de aceite, resbaladiza pero caliente, venosa como a mí me gusta.
—¿Te gusta follarte a mamá?
—Me encanta follarte, mamá… —me dice entre suspiros.
—Quieres más de esto…
—Quiero más de mucho —me dice llevando la mano atrás para atraer mi cabeza y hundir su lengua en mi boca.
Lo sigo masturbando, le prometo que haremos todo lo que él quiera y él me dice lo mismo, que siempre follaremos, que siempre estaremos para gozar de nuestros cuerpos únicos porque somos la misma sangre. Lo masturbo con fuerza y le digo que me cuente cómo se folló a la chica del otro día. Me lo cuenta. Me dice que ella le chupó la polla, despacio al principio y luego entera. Que le comió los huevos y que él se lo devolvió. Me cuenta que hicieron un 69 y que ella se corrió en su cara, cómo él la puso a cuatro patas y se la folló, con condón, y cómo se acabó corriendo en su cara, que ella limpió con la lengua y las manos.
Mis dedos, profundamente anclados en su ano empiezan a reclamarle un orgasmo más y mi mano le trasladó la exigencia a su preciosa polla y pronto su orgasmo lo sacudió entero y puse mi mano en su punta para recoger todo ese semen. Sin dejar de abrazarlo, se lo enseñé, todo blanco, delicioso, caliente, en mi mano, y luego, dándole la vuelta, sin dejar de mirarle, me lo bebí, lamí mi mano, bajé a limpiarle el sensible glande. Acabó él primero la ducha, saliéndose y yendo hasta el sofá, desnudo. Yo seguía cachonda. No sé cuántos orgasmos había tenido, pero desenrosqué la ducha y con la manguera aplicada en mi clítoris volvía correrme un par de veces antes de salir, borracha de hormonas hasta el salón. Me quedé dormida, recuerdo, en su regazo.
—Vamos a hacer muchas cosas, mamá —recuerdo que dijo mientras yo me dormía, poniendo la calefacción y tapándome con una manta mientras la tele hablaba de sus tonterías.
—Lo que desees —susurré mientras me dormía, oliéndolo.
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Hablábamos mucho, desde luego, y Víctor me comentaba todo lo que le pasaba en la universidad. En una de estas me habló de la fiesta a la que fue con unos amigos, Óscar y Gustavo, y allí vieron que en una habitación estaban haciendo una fiesta de otro tipo, en la que varios chicos practicaban sexo con varias chicas, todos a la vez. O sea, una orgía de toda la vida.
Yo le comenté que era algo que había visto también y que una vez incluso me invitaron a una. Me pidió que se lo contara y aunque era más anecdótico que otra cosa le relaté la historieta de mis años mozos en los que en un botellón acabamos en la casa de campo de un chico, creo que se llamaba Martín o algo así, y follamos en público. Insistió en que le contara los pormenores de lo que hicimos, y como se mostraba insistente, lo hice. Víctor, mientras yo se lo contaba, se sentó a mi lado, me quitó los pantaloncitos del pijama y me empezó a masturbar primero, mientras le relataba cómo el tal Martín —creo— me hizo primero chupársela. De hecho éramos tres parejas y las tres chicas hicimos lo mismo. Nos sonreíamos entre nosotras mientras nos ocupábamos de las pollas de nuestros hombres. Luego pasamos a ponernos a horcajadas sobre ellos y follamos. No hubo mucho más pero me excitó mucho, sobre todo porque nosotras estábamos totalmente desnudas y ellos vestidos y aquello me encendió en ese momento. Conforme le contaba a Víctor cómo me ponía a horcajadas sobre Martín y su polla se me clavaba, él bajó y empezó a darme largas lamidas en el coño, a chuparme el clítoris, separando mucho los labios mayores y recorriendo todo mi coño con la lengua hasta el punto de hacer que me corriera en su boca cuando acabé de relatárselo. Se apartó, limpiándose con el dorso de la mano y me besó, para que tuviera mi propio sabor en la lengua.
Fue ese fin de semana cuando pasó. Víctor había ido a jugar al baloncesto con Óscar y Gus, y yo estaba en casa acabando de escribir una novela corta que tenía pendiente. Estaba como siempre, solo con una camiseta y unos shorts cómodos, descalza, enfrascada escribiendo cuando escuché la puerta.
—Mamá, soy yo. Vengo con Óscar y Gustavo, que a lo mejor salimos más tarde y se van a duchar —dijo la voz de Víctor desde el pasillo.
—¡Vale! ¡Hola Gus, hola Óscar! —dije
Los conocía desde niños ya que eran compañeros de Víctor en cole, luego en el insti y aunque estudiaban carreras distintas, se veían todas las semanas para ir al cine, jugar a basket o salir de farra. Eran inseparables.
No era la primera vez que tenían ese plan así que ni me preocupé, me limité a seguir escribiendo. Mientras escuchaba el trasiego en la ducha y los cuchicheos de los chicos fui a la cocina a servirme otro té. Al volver me tropecé a Gus, alto, moreno, con sonrisa de truhán y mandíbula fuerte, que estaba solo con los pantalones. Estaba muy marcado y trasteaba con el móvil en el pasillo.
Él me sonrió y yo también, entrando de nuevo en mi habitación/despacho. Me miró las tetas, puesto que se me habían endurecido los pezones y pude sentir su deseo como si lo llevara pintado en la cara. ¿Les habría contado algo Víctor?
Aquello quedó respondido cuando a los veinte minutos mientras yo estaba ensimismada escribiendo una escena, sentí a Víctor detrás de mí. Me abrazó, cogiéndome las tetas y me besó el cuello.
—¡Vic! ¡Que están tus amigos!
Ese fue el comienzo de aquel fin de semana.
—Ya lo sé que nos están mirando. Les he invitado yo a mirar… y a participar si quieren.
—¿Qué? —fui a levantarme pero me mareé ante las palabras de Víctor.
—Escucha… Dijiste que harías lo que quisiera. Quiero esto. Quiero compartirte con ellos. Quiero demostrarles que mi madre es única, que es no solo muy sensual sino muy puta, qué es lo que me atrae de ti, qué es lo que eres capaz de despertar. Quiero ofrecerte a ellos —me susurró al oído.
Yo empecé a sentirme como si estuviera borracha, pero no era negación, no era miedo… era excitación. Miré de reojo y ahí estaban los dos, el truhán de Gus y Óscar, con su cara de buen chico, rubiales y de ojos azules y chispeantes, los dos en calzoncillos.
Víctor tiró de mi camiseta y obediente —y zorra— mente me dejé desnudar. Mi camiseta cayó al suelo, así como los shorts, y los chicos pudieron ver mi cuerpo desnudo mientras Víctor se frotaba contra mi trasero. Mis tetas, grandes y pesadas, los pezones duros, la areola ligeramente arrugada de la excitación, mi vientre solo un poco abultado y la raja de mi coño, el nido del deseo oscuro que sentían.
Mi hijo me cogió los pechos con ambas manos, las estrujó, haciéndome gemir como una zorra, y empecé a respirar profundamente. Las erecciones de Gus y Óscar eran más que patentes. Fue este último el primero en acercarse, quitándose los calzoncillos. Tenía una buena polla, dura, arrogante, descapullada y con el glande rosado, las venas marcadas. Algo más fina que la de mi hijo. Por su parte Gus, al quitarse el calzón, dejó ver una erección tremebunda, dura pero cabezona, colgándole hacia abajo, era gruesa, bastante gruesa, venosa y con el glande rosa claro. Óscar, sin timidez alguna, tomó el pecho derecho que Víctor le ofrecía. Mi hijo, ofreciéndome a sus amigos, y yo, su madre, su puta, para complacerlos. Fue él el que me empujó a arrodillarme y atender esas tres pollas que me producían una sensación mareante. Óscar sabía fresco, limpio. Su polla estaba caliente y me palpitó un par de veces dentro de la boca mientras me la introducía casi entera. Gus tenía un rabo con un sabor más especiado, la piel algo más gruesa y su glande me ocupaba casi toda la boca hasta que pude tragarlo un poco más. Los masturbaba mientras atendía una de las pollas, acariciabas sus testículos y gemía con sus pollas dentro de la boca haciendo que se estremecieran. Cuando ya estuvieron bien ensalivadas, me levanté para ir a la cama. Me tumbé en el borde, y allí, Víctor fue por el lado contrario para poder disponer de mi boca a gusto. Me metió la polla en profundidad para después pasar los huevos por ella y hacer que le lamiera el ano. Gus se arrodilló al pie de la cama, me abrió de piernas y empezó a comerme el coño. Ufff… me estaba poniendo mala. Y encima Óscar se puso a horcajadas sobre mí, me juntó los pechos y puso su polla en medio para masturbarse. Ahora sí que era un objeto de placer para los tres. Tres pollas: en mi boca, en mis tetas y enseguida tuve la de Gus en mi coño, penetrándome despacio al principio pero cogiendo fuerza después, reclamando su placer dentro de mi vagina. Tres hombres para mí… Notaba la polla de Gus entrando, reclamando. Los huevos de Óscar me rozaban el pecho mientras su polla des deslizaba entre mis tetas que no paraba de amasar y de tirarme de los pezones. Mientras, mi boca era ocupada por la polla de mi hijo y sus huevos… Hasta que cambiaron. Víctor relevó a Gus y me penetró, follándose a su madre de nuevo, mientras Gus ponía su polla con olor a mi coño entre mis tetas y Óscar me la metía en la boca. Así estuvieron, matándome de gusto, usándome para el suyo, bastante rato, turnándose dos o tres veces. Cuando me quise dar cuenta, estaba tumbada sobre Gus cuya polla estaba alojada dentro de mi culo mientras Óscar me penetraba la el coño a placer. Los dos se sincronizaron y empezaron a follarme doblemente. Víctor a su vez me ofrecía su polla para que se la chupara cosa que hacía casi perdiendo el contacto con la realidad.
Pasó un buen rato, no paraba de correrme. Había tenido varios orgasmos pero los chicos parecían reservarse. De vez en cuando alguno de ellos paraba, se sentaba en mi escritorio y bebía algo mientras los demás me follaban.
Víctor me estaba follando por el culo, yo puesta a cuatro patas y tratando de conservar la cordura cuando llegó la chica de un tiempo antes había compartido habitación con Víctor, la tal Amanda. Entró sonriendo mientras yo era tomada por todos mis agujeros a la vez.
—Ufff… yo quiero de eso —dijo, desnudándose—; ahora entiendo por qué me has invitado, Vic… —informó.
Amanda tenía el cuerpo atlético, los pezones ligeramente claros con respecto a su piel y unos pechos hermosos y lozanos. Víctor le indicó que se pusiera encima de Gus. Así yo podría comerle las tetas mientras me penetraban doblemente y Gus ocupar su boca en el placentero menester de comerle el coño… Estaba tan excitada que empecé a lamerle y chuparle los pezones después de un profundo beso con lengua. Aquello había acabado por convertirse en una orgía de todas, todas.
No tardamos en estar las dos mujeres tumbadas con los orificios atendidos por los tres chicos. Amanda era una folladora activa y rápida que tampoco me desatendió. Mientras nos follábamos compartíamos besos o la polla de quien no estuviera ocupado.
Al parecer el plan de los tres había sido ese, disfrutar de un fin de semana con nosotras dos.
Y entonces, se organizaron. Los tres hicieron lo mismo empezaron a follarnos con más fuerza pero solo se corrieron en el coño de Amanda. Los tres. Yo me sentía frustrada, me quejé, me crucé de brazos, quería también mi dosis de semen… pero entonces Amanda se levantó, se puso a horcajadas sobre mi cara, me dijo, en tono de orden, que abriera la boca, me tiró del pelo para pegarme a su coño y lo dejó fluir hasta mí. El semen de los tres, juntos en mi boca de una sola vez, desde el coño de esa chica. Yo no podía dejar de tragar, de meterle la lengua dentro del coño para sacar hasta la última gota. Víctor me empezó a comer el coño una última vez y no tardé ni tres minutos en correrme en su boca mientras terminaba de lamerle el coño a Amanda, que de paso, se corrió en la mía.
A la mañana siguiente, en cuanto me levanté, lo primero que noté fue una erección contra mi espalda. Estaba cansada de la noche anterior (estuvimos hasta cerca de las 3 de la madrugada) pero de inmediato algo en mí se reactivó. Fueron las palabras de Víctor. «Quiero ofrecerte a ellos». No sabía quién de los tres era y quizás eso era lo que más me excitaba. Cerré los ojos. Me besaron el cuello, accedieron a mis pechos. Me desnudé, sin dejar de cerrar los ojos. Una mano exigente me tiró de los pezones que estaban sensibles y se erizaron enseguida. De pronto la mano bajó, llegó a mi entrepierna y se la ofrecí moviéndome. Unos dedos se adentraron en mi humedad matutina, me acariciaron, me penetraron. De costado, me separaron las nalgas, accedieron al agujero de mi vagina y me penetró. ¿Quién? No lo sé. Nos empezamos a mover, sincronizados. Sus gemidos en mi oreja, sus manos en mis pechos, mis propias manos masturbándome. Me corrí, me chupé los dedos, se los ofrecí y los aceptó. De pronto sentí una descarga. Me penetró profundamente, hasta el fondo, me dolió un poco, y sentí la palpitación de ese pene y el semen derramándose en mi interior. Ufff… follada de buena mañana y… Se levantó y cuando fui a darme la vuelta, una mano me mantuvo en la misma posición, de costado. Otro de los chicos le había tomado el relevo. Mi coño rezumaba semen pero no pareció importarle y me penetró igualmente. Fue un goce propio y egoísta pero el hecho de estar siendo usada me encendía y volví a masturbarme mientras me follaba. Una polla apareció ante mi boca. La olí, y olía a mi coño. ¿La que me acababa de follar? Me cubrí la cara con la camiseta del pijama para no ver y abrí la boca. La polla entró y supe que mi trabajo, mientras me follaban, era limpiarla, así que la chupé despacio, con delicadeza y hasta el fondo para eliminar todo rastro de sabor a coño y a semen. Y de nuevo se corrieron en mi interior. Ya sabía lo que me esperaba: la tercera. Tardó un poco más, nadie decía nada, y la tercera polla, finalmente, compareció y entró en mi coño lleno de semen. Me folló, fue rápido, intenso separándome más las nalgas. Yo me apliqué a limpiar la segunda polla con la boca me pareció deliciosa, densa, sabrosa, untuosa y demasiado rica… El tercero se corrió en mi interior y yo ya no aguantaba más, culminando con un orgasmo vaginal increíble mientras me amasaba los pechos. La polla apareció en mi boca y la limpié, haciendo esfuerzos por no reconocer ninguna. Cuando abrí los ojos no había nadie en la habitación. Me levanté pasados unos minutos y fui al cuarto de baño mientras escuchaba a los chicos y a Amanda en el comedor, desayunando. Olía a café, tostadas, huevos y chistorra, uno de mis desayunos favoritos, cosa que mi hijo sabía. Al entrar les di los buenos días y los cuatro me sonrieron. En la mesa iban vestidos, pantalones y camisetas, no acepto a nadie sin camiseta en mi mesa. Amanda llevaba un vestido holgado blanco que no dejaba nada a la imaginación, totalmente transparente, y sus picudos pechos jóvenes y antigravitatorios desafiaban la mirada.
Me senté y Víctor me sirvió café mientras Óscar, con una tostada de paté en la boca, me acercaba la fuente de huevos revueltos.
Hacía un día bastante bueno y los chicos me ayudaron a poner algo de orden en la casa, a cambiar sábanas de mi cuarto, que olía a cubil zorresco y poner la casa a ventilar pese al día que estaba ligeramente tempestuoso. Cerca del mediodía se aclaró, y ofrecí hacer una comida en la terraza. Vivimos en un ático y tenemos una amplia y hermosa terraza, más alta que la mayoría de edificios circundantes, así que me puse manos a la obra. Amanda me acompañó mientras los chicos bajaban a comprar. Ella propuso para la tarde hacer una sesión de cine y lo que fuera surgiendo.
Cuando estábamos solas en la cocina, mientras yo iba sacando y picando verduras y ella las lavaba para prepararlas para la parrilla me preguntó que qué tal me había levantado.
—Cansada… aunque tampoco me han dado mucho margen —le confesé.
—¿También te han follado los tres de buena mañana?
La miré con los ojos muy abiertos.
—Pues sí. Vaya, vaya… los tres te habrán dejado…
—No, no, qué va —dijo Amanda, quitándole importancia con una mano—: no se corrieron…
—Entonces lo hicieron en mí, los tres… gorrinos…
Nos reímos quedamente entre nosotras, complicidad femenina sin competencias de ningún tipo.
Un buen rato después, tras comer, de rodillas a cada lado de las piernas de Víctor, le chupábamos la polla a mi hijo, compartiéndola, lamiendo, succionando, reclamando el semen de su joven rabo y deseando más. Su polla, dura y lujuriosa, hacía que coincidieran nuestros labios, que nos besáramos al encontrarnos en el glande de Víctor, intercambiar algunos lengüetazos.
Me di cuenta de que el sexo con ese grupo surgía de forma casual, sin imposiciones, natural y limpio. Lo que no eximía de que de vez en cuando hubiera cierta dureza pero que esta también aparecía de forma espontánea, llevando un horizonte de sexo al sexo más duro o más pervertido de forma orgánica.
Al cabo, Víctor estaba tumbado, bien abierto de piernas disfrutando de las atenciones que le dábamos Amanda y yo en su ano, sus huevos y su durísima polla mientras Gus y Óscar se ocupaban de nuestros traseros uno al lado del otro, con nuestras alzadas grupas a su disposición para que alternaran agujeros. Compartí con Amanda la eyaculación de mi hijo en nuestras bocas y nuestras caras pues cuando Víctor estalló, convergimos en él para compartir ese semen delicioso y cálido. Los dos muchachos eyacularon también, Óscar en mi culo y Gus en las nalgas de Amanda, cosa que aproveché para recolectarlo, lamer todo ese semen y mientras Víctor me follaba y sus amigos descansaban, probar de nuevo el coño de la muchacha que se abrió de piernas para mí como una flor carnosa y extremadamente húmeda. Se corrió en mi boca, eyaculando un poco y haciendo que le clavara la lengua bien profundamente. Víctor acabó sobre sus pechos, así que también tuve que lamerlo todo de ahí, de nuevo, excitándola, pero haciendo esta vez que fuera ella quien se ocupara de mis pechos y mi coño para mi disfrute.
Ni que decir tiene que acabamos dormidos en las tumbonas de la terraza hasta que empezó a refrescar y fuimos al salón, duchándonos previamente y viendo un par de películas hasta entrada la noche.
El domingo se fueron pronto. Yo estaba agotada de tanto sexo y Víctor también andaba cansado. Me había encantado tener a esas dos jóvenes pollas también en mi casa y trasegando mis orificios. Amanda se quedó a dormir y tras una rica cena de tallarines de pasta fresca con setas salteadas, volvimos a ver algo en la tele hasta que a mí el olor de Víctor me distrajo y empecé a besar el cuello de mi hijo.
Él se había acostumbrado a esa llamada y su polla, independientemente de lo cansado que estuviera él, reaccionó. Amanda, al otro lado de Víctor, sonrió.
—No tienes suficiente de tu hijo, ¿eh? —me dijo sonriendo, malvada.
—Imposible —le respondí mientras lo empezaba a masturbar—. Mi hijo es mi hombre y si me tiene que preñar, que me preñe… solo quiero que me folle y me haga su puta una y otra vez —las palabras salieron de mi boca como si fueran lo más natural del mundo.
Decidimos ir hasta mi cama.
—Ven, te voy a enseñar algo —le dije a Amanda.
Volví a coger el plug anal negro, lo lubriqué y se lo coloqué a mi hijo bien dentro de su culo, después de ponerle la abrazadera metálica.
Amanda abrió mucho los ojos.
—¡Vaya tranca se le ha puesto! —dijo.
Víctor estaba tumbado en mi cama, con la polla preciosa, dura, tremendamente venosa. Mientras, yo me coloqué detrás de Amanda y le empecé a besar el cuello, a tocarle los pechos y pellizcárselos mientras sentía los míos pegados a su espalda. Sus pezones eran sensibles, más que los míos, pero aun y así se los pellizqué con fuerza, y, cuando abrió la boca, le metí toda la lengua, exigiéndole.
Le separé los bonitos labios del coño y accedí a su humedad sin dejar de sobarla, pellizcarla y hacerla gemir. Mis dedos acariciaron un duro clítoris y una tremenda humedad. Víctor nos miraba meneándosela despacio. Le metí los dedos en profundidad. Un coño joven, prieto, que se acoplaba de inmediato a mí… ¡qué no haría con una polla! La masturbé un rato y cuando sentí que latía en mis manos, la empujé despacio para que fuera hasta Víctor. La hice ponerse de rodillas y meterse la polla de mi hijo. La probaba y luego se la daba. Chupar una polla que está congestionada con un aro es otra experiencia. La notas más dura, los relieves de las venas pasan por tus labios, excitándolos. Yo empujaba la cabeza sin mucha piedad sabiendo que la niña tragaba. Se la sacaba, su saliva formaba hilos en torno a la polla de mi hijo, le hacía lamerle las pelotas y yo seguía con la polla para tirar de su cabello y que se uniera a mí en la punta después. La miré, le hice abrir la boca y escupí dentro, y ella gimió. Era sumisita la muy puta.
—Vamos, hay que meterte toda esa tranca en el coño.
—Sssí…
—Sí, ¿qué? —le exigí.
Ella respiró más rápido, profundamente. Bajó la cabeza.
—Sí, mamá —respondió ella, entrando, sumergiéndose en el juego.
La miré cuando levantó el rostro y le di una bofetada.
—Venga, niñata descarada, clávate la tranca de mi hijo —le dije yendo hasta el otro extremo.
Me abrí de piernas y empecé a bajar para pasarle a mi hijo mi propio coño por la cara mientras veía a Amanda agarrar la polla y clavársela bien dentro del primer embiste. Después empezó a subir y bajar amasándose los pechos mientras yo sentía la lengua de mi hijo pasar por mi coño que estaba empapado e hinchado, como siempre pasa cuando te lo comen en esa postura. Su lengua entraba en mi interior, reclamaba todo mi flujo y pasaba aterciopelada, empapada, por mi clítoris arrancándome gemidos.
—¿Puedo correrme, mamá? —me pidió Amanda pellizcándose de los pezones.
—No. No hasta que lo haga él. No seas puta.
—Por… favor… lo… lo necesito…
—No hasta que Víctor se corra.
Empezó a gemir más y más alto, convulsionando en un titánico esfuerzo por contener sus orgasmos que se apelotonaban por estallar volviéndola extremadamente sensible.
Yo me corrí dos veces mirándola y ella tenía lágrimas en los ojos, se mordía los dedos.
Me aparté y tras besar a mi hijo profundamente y lamer su cuerpo hasta la raíz de su polla, lamiendo después, malvadamente, el clítoris de la chica, la agarré por detrás, le metí un dedo por el culo mientras le acariciaba los pechos.
—Vamos, Víctor, derrámate en ella. Préñala. Llénala de semen, que es la zorra de tu hermana y va a morirse si no se corre.
Víctor, como llamado por la providencia gritó, cabeceó y su orgasmo surgió a presión como una fuente pública en una rotonda. Chorros y chorros de semen que se compaginaron con el orgasmo de Amanda que la sacudió hasta hacerla perder el conocimiento totalmente por la cantidad de excitación que había estado sintiendo.
Yo no la dejé ahí, me dediqué a sacarle el semen del coño con mi lengua para, después de tragármelo, besar a mi hijo que estaba apenas consciente disfrutar de todo ese sexo que se espesaba a nuestro alrededor.
Vivo con mi hijo, Víctor, 23 lozanos años y acabando la universidad. Juega al baloncesto y es listo, muy listo. Está en programas de alto rendimiento. Es mi orgullo. Y… bueno, a él me refería con lo de “no debía”. No le conozco pareja, pero sé que tiene vida sexual, eso lo tengo más que claro. Alguna vez le he comprado condones.
Yo por mi parte tengo 46 muy bien puestos, lo tuve al final de mi carrera de Historia del Arte y su padre se desentendió y luego se mató en un accidente de coche. En este orden. A mis años estoy bastante bien. Soy rubia –teñida de mi castaño claro, seamos honestos–, pero no lo podréis comprobar porque me lo depilo. Tengo una boca bonita, los ojos verdes y grandes, mis tetas son mis dos maravillas que, aunque el tiempo les ha quitado la arrogancia antigravitatoria que tuve hasta el embarazo, siguen siendo bonitas, pesadas, de buen tamaño (no me caben en las manos pero sin exagerar) y aunque algo más caídas –sniff– siguen siendo dos beldades de pezón granate y areola ancha. Me mantengo en forma y me cuido mi piel clarita, mucho ejercicio de piernas que las mantienen tonificadas y el trasero duro, caderas anchas y pies pequeños de tobillos finos.
Era de noche, un fin de septiembre en el que el aire de la tramontana ya te hace cerrar la hoja de la terraza porque a eso de las dos de la mañana te da repelús. Me había quedado dormida en el sofá, debajo de mi manta favorita y tenía en la mano mi consolador favorito. Así de triste. Me dormí después de masturbarme viendo una mierda de serie victoriana, cayendo presa de mis fantasías, despatarrada en el sofá y con el coño hinchado y palpitante. Madre mía qué necesidad. Y eso fue parte del motivo de que ocurriera lo que ocurrió…
Arrastrando la manta me levanto, el consolador y las bragas en la mano derecha y con solo la camiseta de “Dueña de Gatos”, cuya cinturilla no me tocaba el ombligo por la tensión con mis tetas. Todo en mi vida es tensión. Se me endurecen los pezones cuando siento el aire frío que entra por la ventana del baño al que voy, limpio el cacharro, orino y me lavo el parrús desmochado. Me pongo las bragas de nuevo — ¡eh, que estaban limpias!—, y voy al cuarto de mi hijo, por donde entra corriente, ese helado viento nocturno. Así que entro, cierro la ventana y lo miro. Está dormido como un lirón. Es de sueño profundo así que no temo despertarlo. Estaría bien que me viera ahora, en bragas y con un consolador en forma de oruga simpática y gorda en la mano… lo que hay que ver. Sonrío. Voy a taparlo un poco con la arrugada sábana y al hacerlo la veo. La tremenda, gruesa y dura polla de mi hijo. Joder. No lo puedo evitar y la boca se me hace agua, y el coño, también. Se me encharca. Una buena, bonita y palpitante polla. Fijo que está teniendo sueños eróticos, solo hay que ver cómo estira el cuello… Pero no, agito la cabeza, Yoca, déjate de leches, que es tu hijo. Pero ¿tú has visto ese rabo? Me relamo. Esa malvada voz que tengo en el fondo de mi cabeza y de las que ha partido muchas veces algunas de mis peores ideas, (y también de las más divertidas) está trasteando otra vez.
¿Qué es eso? Veo que Víctor tiene algo en una mano, algo que agarra justo delante de su cara. Es un trozo de tela. Despacito, tiro de él. Al extraerlo, lo veo: son unas bragas. ¡Ay, pillín…! Durmiendo con unas bragas de… ¡Joder! ¡Son mías! ¡Son mis bragas! Las debe de haber sacado del cesto de la ropa sucia y… Son mis bragas negras… y además esas están… ejem… Digamos que me masturbé con ellas puestas así que tienen que oler… ¿Se ha estado… masturbando con mis bragas usadas?
Se me cae la manta del brazo y de pronto una mano ya se me ha metido en las bragas. Tengo el coño empapadísimo.
Voy hasta los pies de la cama con las bragas en la mano, dejo mi conciencia en la puerta, mirando al pasillo y me pongo de rodillas en un lado. Su polla está delante de mí, de mi boca, con una perlita transparente… Ufff… no… no debo… En la “d” del “debo”, y a tengo la boca abierta y la polla de mi hijo prácticamente entre mis labios. Es la polla más bonita que he tenido entre mis manos en mucho tiempo. Y no puedo, no quiero evitarlo. El puto demonio, la puta debilidad que me empuja a ello se hace fuerte, y mi mano derecha pasa a la izquierda el vibrador y agarra el falo de mi vástago. Lo muevo despacio, con firmeza, una, dos veces y se acaba de descapullar. Es un bonito y duro rabo que seguro que ya ha perforado a alguna incauta. O incauto. Creo que a mi hijo le van los dos bandos. Bien por él.
Dejo de pensar en el mismo momento en que me la meto entera en la boca. Escucho a Víctor gemir suavemente y me aplico, me aplico como si me fuera la vida en ello, sintiendo que la necesidad que tengo de hombre, de sexo, me incendia. Mi coño arde en flujo goteante, mi mano izquierda clava profundamente el consolador en él y lo pone a plena potencia, encabritándolo y haciendo que la segunda oruga gordota se afane en mi clítoris como una cabra en un buffet de ensalada. Dentro y fuera. Consolador y polla. Dos agujeros. La hostia qué guarra soy y cómo lo necesitaba.
La polla de Víctor es deliciosa, sabe divinamente, me hace gemir conforme se la chupo. Él se agita, en sueños, lo sé. Y colabora. Una mano suya va hasta mi cabeza y me empuja para que se la chupe más profundamente, cosa que hago con deleite. La saco y le como los huevos sin poder evitarlo, golosa, necesitada. Uno, luego el otro, adentro, cúbrelos de saliva, y de nuevo la polla, tras masturbarla varias veces con fuerza, a la boca. La he recorrido con la lengua y me la clavo más profundamente.
Me corro, joder, me corro… aaaah… hostias con el vibrador… lo apago, pero lo dejo ahí dentro, en mi coño palpitante mientras de rodillas acabo la faena. Voy más y más profundo y con una mano me ayudo a que Víctor termine. Su mano me empuja más profundamente y siento que se corre, palpita una, dos, tres veces y de pronto, mi boca se llena de semen. Lanza chorros como si le fuera la vida en ello. El último espasmo mueve las caderas y me la mete hasta la garganta, haciéndome tragar todo lo que ha soltado de un tirón. Joder. Mi hijo se va a deshidratar…
La saco de entre mis labios despacio, muy despacio, para limpiarla bien, absorbiendo hasta la última perla de semen. Ufff… Qué ha gusto me he quedado…
Y esto es solo el principio putilla me dice la voz malvada de mi cabeza, mi yo más pervertido. Y tiene razón.
Antes de irme me meto los dedos, bien hondo en el coño, que está encharcado y salen empapados y con mucho flujo, se los acerco a la nariz, probando, tentando. Abre la boca, se los mete, los chupa y relame lentamente como si no quisiera arrancarles todo el sabor. Gime. Voy a tener que masturbarme otra vez como una condenada antes de dormir…
Creía que esa noche no dormiría. Aun me sabía la boca a semen, y me tuve que cambiar de bragas. El orgasmo habías sido de los intensos, y me palpitaba el coño solo de acordarme. Pero dormí profundamente. Cuando me desperté, Víctor ya se había ido, su habitación estaba recogida y sus sábanas cambiadas.
No os voy a mentir: no me concentré mucho ese día. Cada dos o tres horas no podía evitarlo y me masturbaba. No estaba así de loca con mi coño desde la adolescencia en la que me masturbaba con botes de desodorante roll-on (cerrados, claro).
Al final me forcé a concentrarme, tengo un deadline que cumplir y me tuve que empeñar a fondo, ponerme música tronante en los auriculares e ignorar el canto de sirena de mi ardiente coño para poder centrarme en lo mío. Claro que no ayudó mucho el hecho de que tuviera que escribir escenas eróticas… Pero sobreviví. Sin deshidratarme ni nada.
Víctor llegó tarde ese día. Yo estaba acabando de hacer la cena, había hecho pizza casera y le había preguntado si iba a retrasarse más para dejar la suya en el horno justo cuando entró por la puerta. Me dio un beso en la mejilla, diciéndome que sacara su pizza mientras se daba una ducha rápida que el entrenamiento lo había dejado reventado. Temblé al sentir sus labios, lo confieso. Yo temblé. Mi coño iba a su bola y se puso a babear.
Cenamos en el salón, viendo un programa de cocineros, que nos encanta, y diciendo cómo mejoraríamos la receta.
—Oh, vamos, el otro día en casa de Carlos comí una merluza mucho mejor preparada que esa cosa —dijo, gritándole a la tele.
Yo me reí.
—¿Cocina bien Carlos?
—Ufff… Está en una escuela de cocina y es un hacha. Fue el finde pasado que lo pasé en su piso y joder, qué bien cocina.
—Y, ¿te gusta? —le pregunté, guiñándole un ojo y bebiendo un sorbo de vino blanco.
Víctor casi echa la Coca-Cola por la nariz, pero fue por la sorpresa.
—Bueno… sí. Él me gusta. Y… la cuestión mamá es que… Tere, su novia, también me gusta y yo… o sea, nosotros… que…
Vale, no hablábamos mucho pero éramos sinceros siempre y yo ya le había contado que había probado con hombres y con mujeres, y que me gustaban ambas cosas. Mira tú por dónde el nene también había salido…
—Bisexual, ¿eh? —le dije.
No me miró, pero asintió.
Yo dejé la bandeja en la mesilla, le quité la suya, y lo abracé. Después me retiré un poco, lo miré, le despeiné el flequillo y le dije que todo estaba bien. Que era perfecto. Él sonrió y asintió, como si se hubiera quitado un peso de encima.
—Mira lo que está haciendo ese con las costillas —le dije, cogiéndole una mano, que él me agarró con fuerza—. Si le echa tanto curry la va a destrozar…
—Je, je…
De pronto me desperté. Nos habíamos quedado dormidos en el sofá, yo echada en él y Víctor en la parte de chaise longe. Respiraba con calma, acompasado, pero vi que una de sus manos estaba dentro de su pantalón corto y, sorpresa: volvía a tenerla dura. Y mi sonrisa se acrecentó, mi coño rugió y me volvió a dar hambre…
Esta vez, no me preguntéis por qué, fui mucho menos sutil. Me puse delante de él, le bajé los pantalones y liberé su polla de su mano, sentándome a horcajadas en sus piernas para ser yo quien se ocupara de esa joya de miembro. De nuevo me supo a gloria, su polla, sus huevos, joder, me gustaba todo. Mis manos recorrieron sus fuertes piernas y las entreabrió un poco. Lo escuché murmurar… «Ufff… Tere… Sigue… Y Carlos… también… ahhhh». Me puse cachondísima. Mi coño abierto rezumaba y una de mis manos tuvo que ocuparse de aquello para darle lo que necesitaba. Mis dedos se metieron en mi interior con práctica urgencia y me masturbé, empapada. Saqué la mano, la cambié y pasé a chuparle la polla a mi hijo con una mezcla de mi sabor y el suyo. Su polla palpitaba, se iba a correr. Dios, sí, vacíate otra vez en mi boca, cariño… y lo hizo. Mi boca había estado subiendo y bajando por todo su miembro, recorriendo cada vena hinchada, su glande esplendoroso y bonito, entre blando y terso. Pasaba mi lengua por su frenillo viendo cómo eso le hacía tensarse más, y por último me la metí hasta el fondo para que se vaciara en mi garganta como un campeón, mi niño, su polla, su semen… Cuando sentí sus palpitaciones y el primer chorro estrellarse en mi interior me corrí. Mi coño apretó salvajemente mis dedos en su interior en rápidas sucesiones que me estremecieron enteras.
—Aaaaah… —Víctor gemía, estremeciéndose, clavado en mi boca.
Palpitó varias veces más, soltó varios chorros de su leche, mi leche, joder. Me ahogaba en ella y quería más… Cuando acabó, de nuevo lo limpié con la boca, y como no podía moverlo (mide 1,89 y pesa un montón), me quedé con él. Al poco yo estaba sentada, dormida en el sofá y me desperté al sentir algo.
Me estaba excitando, mucho. Había algo que me estaba haciendo trasponer el velo del sueño trayéndome de nuevo a la realidad. El salón solo estaba iluminado por la pantalla de la tele en la que Netflix preguntaba si queríamos seguir viendo el programa. O sea que habían pasado casi dos horas o tres programas. Como poco. De nuevo la sensación recorriéndome. Ufff… ¿Qué era aquello?
Víctor. Estaba tumbado ligeramente en mi regazo, y una de mis tetas estaba a la vista. La otra estaba siendo succionada por él. No sé si estaba dormido o qué, pero sus labios me estaban chupando el pezón, me lo mordían, me provocaban. Ufff… joder… Qué distinto era esto… Mordía, chupaba y estiraba mi pesado pecho. Su mano se estaba masturbando y la otra empezaba a pellizcarme el pezón derecho, a amasar mi teta libre… y me estaba encendiendo como un incendio australiano. Mi mano viajó hacia su entrepierna. Le acaricié los testículos, que se arrugaron al momento. Gimió, nuestros ojos se encontraron. Mi mano libre, la izquierda, lo apretó más y él entendió. Chupó con fuerza, y se cambió de pecho. Yo seguía masturbándolo…
—Mamá, yo… —dijo un momento al separarse para viajar de un pezón a otro.
—Shhh… disfruta —le dije.
Y le apreté la polla con fuerza. Otra vez dura, hinchada. Lo masturbé mientras él me comía las tetas con placer, ronroneando mientras mi mano subía y bajaba, haciéndole sentir cada ascenso y descenso, bien apretada y jugando con sus testículos suavemente.
Se tensa, yo estoy que me lo voy a comer, no quiero más que correrme como una loca, sentarme en su cara y que lama todo lo que hay ahí en el agujero por el que salió y en el que ahora quiero que entre pero con otra cosa…
—Joder, Víctor… ponte aquí y cómemelo.
Todo o nada. O se levanta o se va. O se tira por una ventana o yo qué sé.
Víctor se levanta, se pone de rodillas delante de mí. Sus manos pasan delicadamente por mis muslos. Veo su emoción, no se plantea nada, solo quiere eso, la fuente del olor con el que vete tú a saber cuánto tiempo lleva masturbándose.
Siento sus besos, los besos de mi hijo, pero ya carentes de toda inocencia. Van hasta mi coño y se acaba estrellando contra él casi con hambre. Me abro bien de piernas y mi coño se abre solo como una flor húmeda, mis labios hinchados, los interiores también, el clítoris, algo grueso, palpitando. Siento su lengua pasar desde casi mi ano hasta el clítoris. Se detiene y lo chupa con ansia, con fuerza. Lo hace bien. Le han enseñado a complacer… Baja y su lengua entra en mi coño y casi me corro del gusto y del vicio. Dios, ensancha la lengua una vez dentro y la saca para que vea cómo la mete en su boca y saborea. Vuelve y empieza a comerme el clítoris con ocasionales chupadas a la vagina, esa por la que él salió un día, y a la que ahora da placer. Me voy a correr.
—Me corro —digo en un suspiro; él redobla la velocidad de esa ardiente y cálida lengua—. Joder, Víctor me co… rroooooooooo —y allá va mi orgasmo, que me recorre entera, me hace perder la razón.
Me cojo los pechos y los estrujo, los pezones, al retorcerlos, me duplican el orgasmo y hace que arquee la espalda. Lo veo retirarse despacio secándose la boca con el dorso de la mano. Está bueno, está muy bueno, es todo fibra. No se le marcan los abdominales a lo exagerado, solo cuando respira. Veo que enristra su polla y en su mirada hay una pregunta. Una pregunta a la que mi cabeza responde asintiendo.
Se acerca.
—Voy a follarte, mamá —dice suavemente, con una sonrisa maligna.
—Joder, sí, Víctor, fóllame, fóllate a tu madre, que lo necesita…
Y sin mucha ceremonia me mete su tremenda polla. Lo hace despacio, casi gentilmente, pero sin pararse, como si lo hubiera estado planificando durante mucho tiempo.
—Ufff… es… es muy distinto… aaah…
—¿Distinto a qué? —le pregunto en un atisbo de lucidez, sintiendo toda esa polla ya encajada dentro de mí.
—Al coño de Tere… o… ufff… —la saca despacio y se escucha un sonido de succión pues mi flujo es muy espeso— o a su culo. O el de Carlos…
—Ya habrá tiempo para los culos… Y el mío, este coño que te follas, es el doble de veterano que el de tu Tere… Así que aprovecha y dale fuerte, joder, Víctor… Tu madre necesita que le rompas el coño con esa polla que te he dado…
—Aaaah —siento cómo se le endurece un poco más y le palpita dentro de mi coño.
Víctor me coge de las caderas, se retira y me embiste. Ese es exactamente el término. Me embiste una y otra vez como un martillo neumático, como un pistón, sin piedad y con fuerza. El salón se llena con el sonido de nuestra carne al estrellarse la una con la otra, el sonido de succión de mi coño empapado y nuestros jadeos, nuestros gemidos.
Víctor me tiene quince gloriosos minutos a buena velocidad, siento que me voy a correr otra vez, sus manos se cogen ahora a mis tetas.
—Más… másss…. —le urjo.
—Toma, toma, mamá, joder, qué puta eres… jodeeeeerrrr… Te estoy follandoooo…
Y duplica la velocidad hasta que un orgasmo tan potente me recorre, me estremece, casi me parte el espinazo. Lo veo arquear la espalda, agarrarme de los muslos para no caerse y de pronto siento su semen en mi coño como lava recorriéndome. Su polla palpita y mi coño también lo hace, llamando el orgasmo del uno al del otro con una desesperación que ninguno sabía que era correspondida.
Cuando él se deja caer al suelo, sentándose, de mi coño aún palpitante gotea un poco de su densa y húmeda lefa.
Hemos follado. Mi hijo y yo. Y no puede haber sido más maravilloso.
Víctor se acerca, se apoya en el sofá y me coge una pierna.
—Llevo mucho queriendo…
—Ssshhh… Habrá más. Prometido. Ya no podemos devolver los gusanos a la lata. Ahora, simplemente, será natural.
*
Llevo todo el día dando vueltas. Papeleo, entregar una galerada con correcciones a mi editora, charlar y comer con ella programando el lanzamiento del libro… Todas esas cosas. A la tarde me paso por una librería y me llevo un surtido de libros con el pedazo de adelanto que me acaba de cascar mi editora. Vuelvo a casa contenta, con mis libros, un par de los que sé que Víctor quería y paso a hacer la compra para la cena.
Cuando subo hasta el ático, donde vivimos, advierto que está acompañado y trato de ser discreta. Escucho sonidos inconfundibles de dos personas follando tratando de ser silenciosas pero que no les acaba de salir. Sobre todo a ella, que se emociona y gime más que una actriz porno, pero muy creíble todo. Se corre, cuento, desde la cocina donde estoy preparando unas patatas para hacerlas al horno, no menos de dos veces. Oigo ruidos, como si se hubieran caído de la cama o algo así, y les escucho reír. Me río yo también mientras sigo a lo mío. Me sirvo un vino blanco, un poco de lomo de caña y pan para picotear en la barra de la cocina, leyendo algo de lo que he comprado. Comienzo una de las novelas de misterio de Michael Collins y al poco estoy absorta.
Veo cómo una chica sale del baño en toalla y se le escapa un «Ups» al verme y haber contacto visual.
—Hola —saludo.
Ya me ha visto. No puede menos que saludarme. Y lo hace. Es alta, de piel morena y con el pelo mojado sobre los hombros. Tiene una sonrisa ancha y unos dientes muy muy blancos, puedo apreciar. Sus piernas eran fuertes, torneadas e igual de morenas, con los dedos de los pies algo separados y las uñas pintadas de blanco, lo que destacaba mucho con el moreno de la piel. Los ojazos verdes mostraban una mezcla de miedo, vergüenza y ganas de desaparecer.
—Ho… hola… eh… Señora… Esto yo soy… ehm Amanda.
—Hola Amanda. Encantada. Yo soy Yocasta. La madre de Víctor. ¿Quieres una copa de vino? —le ofrezco, alargando un poco el momento.
—Ajá… —me responde.
Se afianza un poco más la toalla y se acerca, haciendo acopio de desparpajo. Se acoda en la barra y coge un trozo de lomo. Bebe un poco del vino que le sirvo.
—Mmm… ¡qué bueno! ¿Verdejo?
—Vaya —me sorprendo—, tienes ojo, o más bien paladar, para esto.
—Jejeje… mi padre es enólogo —me comenta—. Llevo pudiendo distinguir un chardonnay de un cabernet desde los doce años, aunque esté mal que yo lo diga.
—Caray. Qué alegría. ¿Trabajas con tu padre?
—Sí, en la bodega familiar.
—Oh, siempre he querido ir a una bodega, fíjate.
Ella sonríe.
—Puede venir a la nuestra cuando quiera, desde luego —me invita.
—Tal vez la invitación fuera más seria si lo dices vestida, ¿no?
Ambas nos giramos para ver a Víctor que viene hacia nosotras, matador, poniéndose una camiseta sobre su bello pecho y con unos vaqueros ciñéndole la estrecha cintura.
Nos reímos.
Amanda va a cambiarse y vuelve al rato en vaqueros y una camiseta. Veo que debajo no lleva sujetador y se le marcan los pezones, muy apuntados. Se me hace la boca agua. Víctor me mira y lo percibe, le sonrío, con una mirada de «tienes buen gusto…». Pero no puede quedarse a cenar: ha quedado con la familia y mañana madruga para trabajar en la bodega. Le hago la oferta de que venga alguna que otra vez, que no me importa si es novia o no de Víctor, que no soy de esas. Ella sonríe con un gesto que lo dice todo.
Vic y yo cenamos.
—Vaya paliza le has dado, nene —le digo.
Él se azora un poco.
—Más bien ella a mí. Pero bueno…
—Mientras me hayas guardado algo.
—Ufff… para ti siempre hay, mamá —me dice.
Los ojos se le enturbian con sexo y su voz se vuelve más ronca.
—Pues ven —le insto.
Él se levanta, se acerca a mí y me da un beso profundo, con una lengua exigente, masculina, deseosa. Me estremezco. Le respondo con vehemencia. Lleva una de sus manos a mis tetas por las que tiene verdadera pasión. Las tengo más grandes que su amiga, observa la mujer celosona y tontorrona que todas llevamos dentro.
Consigue sacarla de la camiseta, sortea el sujetador y la aferra con ganas sin dejar de morrearme. Su dedo pulgar le exige a mi pezón, rozándolo como si quisiera que encendiera un mechero. Me encanta, y lo sabe.
—Ve a tu cuarto. Desnúdate para mí —le pido.
—Mamá, te necesito, quiero volver… —le pongo los dedos en los labios.
—Ve, cachorrito. Ve. Habrá de todo para los dos.
Lo hace, se va a la habitación, mirándome, la polla tirando de sus pantalones cruelmente. Vaya pollón se gasta mi niño… y bien rica que está.
Apuro la copa y me desnudo. Voy hasta la habitación. Lo encuentro tumbado, desnudo, meneándosela. Me quedo un rato mirando cómo se masturba. Me pone a mil. Yo, apoyada en la pared hago lo mismo, empiezo a tocarme y gimo, me estrujo los dos pechos y mi mano derecha se ha afincado en la laguna que es mi coño.
—Date la vuelta —le pido— y apoya las rodillas.
—Con… con el culo… ¿en pompa? —me pregunta, algo confuso.
—Ajá. Voy a ordeñar a mi hijo y a su tremenda polla.
De nuevo, cumple mi petición y lo veo ahí clavado, con la polla durísima y los huevos contraídos y su ano rosado a la vista.
Me acerco, me pongo de rodillas a su lado, y no puedo evitarlo, me asomo a su culo para besar sus nalgas, recorrerlas con los dedos y empezar a jugar con su ano. Lo hago con la mano derecha: la izquierda, tras echarme un poco de lubricante, ha pasado por sus huevos, haciendo que se estremezca y ahora está empapando su nutrida, venosa y gruesa polla. La muevo de arriba abajo. Cuando dije que lo iba a ordeñar no era por decir.
Mi lengua se asoma y empiezo a lamerle el ano, empujando solo muy despacito, sin llegar a penetrarle, pero ensalivándole todo el perineo y el esfínter, que pulsa alegremente conforme lo masturbo, con la mano bien aferrada a la polla recorriendo cada vena y frotando su frenillo y el glande con movimientos curvos, como si entizara un taco. Se empieza a mover, a tener espasmos. Mis lamidas en su ano hacen que le den escalofríos y me encanta. Lo masturbo más fuerte.
—Dáselo a mamá, dame tu semen… vamos… te estoy ordeñando para mí, para que me lo des…
—Ooooh…. Oh, dios, sí… sigue, sigue, me voy a correeeer… Mamá… mamá… pero… así no… Pon la cara, quiero correrme en tu cara…
Me ha puesto burrísima que me diga eso, así que me agacho, me apoyo en la cama y echo atrás la cabeza, apoyándome en la cama, sin dejar de masturbarle. Veo su glande delante de mi cara y es glorioso. El preseminal le gotea y es dulce. Abro la boca y saco la lengua y Víctor gime mientras aprieto más su polla para exprimirlo.
—Dale a mami toda tu leche…
Es decir la frase, y veo la palpitación de su perineo, sus huevos al contraerse, y su polla palpitar una furiosa vez y derramarse en mi cara, en mis mejillas, mis labios y mi lengua. La siguiente la apunto directamente en mi boca y dejo que el grueso de la eyaculación vaya ahí, guardando las últimas para el resto de mi cara, que me la acaba de cubrir, caliente y deliciosa.
Se deja caer a un lado respirando agitadamente, sudando. Me mira y ve su obra y sin dejar de mirarlo, con mi cara llena de su lefa, trago ruidosamente. Aprieta el edredón en dos puños y otro chorro se estrella en mis tetas.
—No será la primera vez que te ordeñe —le informo.
Él se ríe.
—Y te contaré un secreto: quiero que nos follemos a tu amiga —le confieso untándome su semen en las tetas, para que vea hasta qué punto soy suya y él mío.
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Víctor crece, cada vez es más hombre, más duro, más adorablemente sexual. Me pone y me enciende, tanto que casi no siento que otros hombres me atraigan tanto. Les falta algo, una conexión, quizás, más profunda e intensa.
Esta mañana escucho al niño salir de la ducha y no puedo evitarlo voy hacia él, lo intercepto en mitad del pasillo, lo miro, desnudo como está, mientras mis manos vuelan hasta su polla y la agarro. Suavemente al principio, y él me mira, ya desde arriba, alto, espigado, fibroso. Su polla crece y una sonrisa malvada aparece en su rostro. Mi mano lo empieza a masturbar pero él me mira fijamente, haciendo que me pierda en sus ojos.
—Usa la boca, mamá…
Y dice ese “mamá” con un tono que no puedo negarle nada. Me arrodillo delante suya, sacándome las tetas porque sé que le gusta verlas, hinchadas, con los pezones duros y algunas venas azuleando hacia el pezón, incluso una, pequeña, marcada dentro de la areola que sé que le encanta recorrer con la lengua.
Empuño bien la polla dura de mi hijo y me la meto en la boca, fresca, con algunas gotas de agua todavía. Le recorro los huevos con los labios y tiro de ellos sacándomelos, golosa, de la boca por su propio peso. Y estiro su piel hasta que descapulla totalmente (tiene un poquito, muy poco, de fimosis, pero no le molesta para nada; sin embargo sé que le enloquece sentir este tramo más estrecho de piel deslizarse por el glande hasta descaupllarlo), y me la meto en la boca. Saboreo su glande y me calzo toda la polla hasta que me choco con su pubis. Él me pone las manos en la cabeza, enreda los dedos en mi pelo.
—Ufff… sí, mamá… joder… cómete la polla de tu hijo… eso… entera…
Empiezo a hacerle una mamada en profundidad, lo llevo hasta el borde del orgasmo, me aferro a sus caderas con las manos mientras mis labios aprietan su polla con fuerza. La polla no tarda en palpitarle y querer inundarme la garganta de semen, su joven semen… pero no. Me aparto despacio.
—Si quieres correrte tendrás que ganártelo…
Me mira con los ojos borrachos de deseo y sexo. Lo llevo hasta su habitación y busco algo en un cajón que había dejado allí. Un pequeño plug. Hago que se ponga de rodillas en la cama y una vez más, como algunas mañanas, lo ordeño. Mi mano experta recorre su polla empapada de mi saliva mientras mi lengua le acaricia el ano, empuja, lo provoca hasta que percibo que está en su punto. Entonces uso el plug, pequeño pero justo lo que necesita ese culo. Se lo meto dentro despacio pero sin pausa y él gime, combinado con mi mano masturbándolo, recorriéndole el frenillo y el glande con el pulgar, acariciándole los huevos, recorriendo su perineo con mi lengua, sus huevos y bajando, ya penetrado, hasta su polla para volver a chupársela. Él toma el control, y me irruma, es decir, se folla mi boca. Empuja, la usa, otro orificio más para su placer. Es entonces cuando uso lo otro que he cogido. Un pequeño círculo de acero que se cierra con un pequeño candado. Se lo coloco en la base de la polla y en los huevos, lo que hace que su erección se duplique en dureza, congestionada, con las venas marcadas exageradamente y haciendo que casi me corra solo de sentirla entre mis labios.
—Dios, cómo me la has puesto, mamá…
—Pues no la soltaré hasta que cumplas —le digo, mirándolo del revés, con su polla zumbando y palpitando ante mi cara.
—Pues ponte a cuatro patas, que cumplir, cumpliré, pero te voy a destrozar el culo.
Mi vientre arde, me estaba tocando, clavándome los dedos todo lo profundo que puedo y haciendo rápidos círculos sobre mi clítoris erecto, pero cuando menciona mi culo me congelo. No tengo mucha experiencia anal y al volver a mirar esa polla palpitante, me inunda una sombra de duda.
—Víctor, yo…
Él se mueve y me coge del pelo, me chupa los dedos llenos de mis flujos, con sabor a mi coño, y me mira, con los ojos ardiendo.
—Me has metido un plug por el culo, me has puesto triplemente cachondo, tengo la polla congestionada por tu culpa… exijo tu culo en pago —se acerca, se coloca a dos centímetros de mi cara, me da un beso breve—. Te lo voy a destrozar. Es mío.
Me coge del cuello y me siento desfallecer, sintiendo cómo ha tomado el mando. Me coloco como me pide, después de pellizcarme los pezones. Escucho el clac del bote de lubricante abrirse. De pronto, sin previo aviso, su polla entra entera en mi coño y por la pura excitación me sobreviene un orgasmo rápido, breve e intenso. Y mientras lo hace, mientras Víctor me folla despacio y alevosamente, mientras se está follando a su madre, noto las gotas frías del lubricante en mi ano. Caen grumosas, suaves. Su dedo, mientras su polla dura e hipervenosa me penetra hasta el fondo sin perder el ritmo, penetra en mi esfínter con decisión. Noto cómo se abre, la sensación de urgencia de mi culo pero de pronto, mientras mi coño es machacado por su polla inclemente, la polla de mi hijo (siempre me deleito en ese pensamiento), otro dedo más entra y noto cómo se me dilata el culo con facilidad.
Siento la excitación de Víctor. El plug de su culo es como ponerle el “turbo”, y su polla sale de mi coño empapada en flujos arrastrándome hacia oleadas de orgasmos y se apontoca en la entrada de mi dilatado ano. Se enristra el aparato hinchado y venoso y entra decididamente sin pedir permiso. Me tira, me escuece, pincha, pero en dos movimientos, después de dejar que mi esfínter tiemble a su alrededor y se adapte, me empieza a sodomizar. “Sodomizada por mi hijo” pienso y el sentimiento es tan potente que me hace un nudo en el vientre. Su mano derecha me tira del pelo, me hace elevar la cabeza mientras me destroza el culo a su ritmo, buscando su placer, usando a su madre como depósito de su semen y su deseo de sexo, carne de mujer y sus más oscuras fantasías… y me corro. Mi culo se corre, más bien y tiembla y tiene espasmos alrededor de su rabo. Mientras tanto, él no pierde el ritmo, aguanta mucho más con el aro de acero pero llega un punto en que me agarra del cuello, hace que me incorpore, su mano se aferra a mi teta como una garra y lo dice entre dientes.
—Toma… mamá… todo el semen… de tu hijo… por el culo… aaaagggh… todo…
Se corre en cada palabra, me llena, me salpica, empuja su semen ardiendo dentro de mis intestinos mientras su excitación estalla y se pega más a mi cuerpo, unidos, su polla clavada en lo más profundo de mi culo a rebosar de esperma filial, chorreando por mi ano y cayendo al suelo. Es el único hombre en mi vida que me ha hecho eso, que me ha sodomizado y no ha podido gustarme más.
Nos vamos a la ducha tras descansar un poco. No puedo evitar tocarle incluso después de haberse corrido. Le suelto la anilla de acero y él suspira. Nos besamos despacio, sin prisa, lujuria y deseo nos rodean… En la ducha lavo a mi hombre. Le paso el agua y lo enjabono. Saco el plug, el gime mientras yo lo acaricio. Un poco de aceite en el ano para que no acuse su uso y la dilatación. Aprovecho y le meto un dedo entero y su polla vuelve a endurecerse.
—Hay que ver lo que te gusta esto —le digo mientras le beso el cuello mojado.
Él se limita a gemir y mi otra mano viaja hasta su polla, acariciándola despacio, está muy sensible y le cuesta empalmarse, pero unas caricias en los pezones, un dedo hábil acariciándole la próstata, dos dedos ahora, bien metidos en su culo, y mi mano de madre, amorosa y lujuriosa acariciando toda esa polla, los huevos, masturbándolo despacio, la polla bien llena de aceite, resbaladiza pero caliente, venosa como a mí me gusta.
—¿Te gusta follarte a mamá?
—Me encanta follarte, mamá… —me dice entre suspiros.
—Quieres más de esto…
—Quiero más de mucho —me dice llevando la mano atrás para atraer mi cabeza y hundir su lengua en mi boca.
Lo sigo masturbando, le prometo que haremos todo lo que él quiera y él me dice lo mismo, que siempre follaremos, que siempre estaremos para gozar de nuestros cuerpos únicos porque somos la misma sangre. Lo masturbo con fuerza y le digo que me cuente cómo se folló a la chica del otro día. Me lo cuenta. Me dice que ella le chupó la polla, despacio al principio y luego entera. Que le comió los huevos y que él se lo devolvió. Me cuenta que hicieron un 69 y que ella se corrió en su cara, cómo él la puso a cuatro patas y se la folló, con condón, y cómo se acabó corriendo en su cara, que ella limpió con la lengua y las manos.
Mis dedos, profundamente anclados en su ano empiezan a reclamarle un orgasmo más y mi mano le trasladó la exigencia a su preciosa polla y pronto su orgasmo lo sacudió entero y puse mi mano en su punta para recoger todo ese semen. Sin dejar de abrazarlo, se lo enseñé, todo blanco, delicioso, caliente, en mi mano, y luego, dándole la vuelta, sin dejar de mirarle, me lo bebí, lamí mi mano, bajé a limpiarle el sensible glande. Acabó él primero la ducha, saliéndose y yendo hasta el sofá, desnudo. Yo seguía cachonda. No sé cuántos orgasmos había tenido, pero desenrosqué la ducha y con la manguera aplicada en mi clítoris volvía correrme un par de veces antes de salir, borracha de hormonas hasta el salón. Me quedé dormida, recuerdo, en su regazo.
—Vamos a hacer muchas cosas, mamá —recuerdo que dijo mientras yo me dormía, poniendo la calefacción y tapándome con una manta mientras la tele hablaba de sus tonterías.
—Lo que desees —susurré mientras me dormía, oliéndolo.
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Hablábamos mucho, desde luego, y Víctor me comentaba todo lo que le pasaba en la universidad. En una de estas me habló de la fiesta a la que fue con unos amigos, Óscar y Gustavo, y allí vieron que en una habitación estaban haciendo una fiesta de otro tipo, en la que varios chicos practicaban sexo con varias chicas, todos a la vez. O sea, una orgía de toda la vida.
Yo le comenté que era algo que había visto también y que una vez incluso me invitaron a una. Me pidió que se lo contara y aunque era más anecdótico que otra cosa le relaté la historieta de mis años mozos en los que en un botellón acabamos en la casa de campo de un chico, creo que se llamaba Martín o algo así, y follamos en público. Insistió en que le contara los pormenores de lo que hicimos, y como se mostraba insistente, lo hice. Víctor, mientras yo se lo contaba, se sentó a mi lado, me quitó los pantaloncitos del pijama y me empezó a masturbar primero, mientras le relataba cómo el tal Martín —creo— me hizo primero chupársela. De hecho éramos tres parejas y las tres chicas hicimos lo mismo. Nos sonreíamos entre nosotras mientras nos ocupábamos de las pollas de nuestros hombres. Luego pasamos a ponernos a horcajadas sobre ellos y follamos. No hubo mucho más pero me excitó mucho, sobre todo porque nosotras estábamos totalmente desnudas y ellos vestidos y aquello me encendió en ese momento. Conforme le contaba a Víctor cómo me ponía a horcajadas sobre Martín y su polla se me clavaba, él bajó y empezó a darme largas lamidas en el coño, a chuparme el clítoris, separando mucho los labios mayores y recorriendo todo mi coño con la lengua hasta el punto de hacer que me corriera en su boca cuando acabé de relatárselo. Se apartó, limpiándose con el dorso de la mano y me besó, para que tuviera mi propio sabor en la lengua.
Fue ese fin de semana cuando pasó. Víctor había ido a jugar al baloncesto con Óscar y Gus, y yo estaba en casa acabando de escribir una novela corta que tenía pendiente. Estaba como siempre, solo con una camiseta y unos shorts cómodos, descalza, enfrascada escribiendo cuando escuché la puerta.
—Mamá, soy yo. Vengo con Óscar y Gustavo, que a lo mejor salimos más tarde y se van a duchar —dijo la voz de Víctor desde el pasillo.
—¡Vale! ¡Hola Gus, hola Óscar! —dije
Los conocía desde niños ya que eran compañeros de Víctor en cole, luego en el insti y aunque estudiaban carreras distintas, se veían todas las semanas para ir al cine, jugar a basket o salir de farra. Eran inseparables.
No era la primera vez que tenían ese plan así que ni me preocupé, me limité a seguir escribiendo. Mientras escuchaba el trasiego en la ducha y los cuchicheos de los chicos fui a la cocina a servirme otro té. Al volver me tropecé a Gus, alto, moreno, con sonrisa de truhán y mandíbula fuerte, que estaba solo con los pantalones. Estaba muy marcado y trasteaba con el móvil en el pasillo.
Él me sonrió y yo también, entrando de nuevo en mi habitación/despacho. Me miró las tetas, puesto que se me habían endurecido los pezones y pude sentir su deseo como si lo llevara pintado en la cara. ¿Les habría contado algo Víctor?
Aquello quedó respondido cuando a los veinte minutos mientras yo estaba ensimismada escribiendo una escena, sentí a Víctor detrás de mí. Me abrazó, cogiéndome las tetas y me besó el cuello.
—¡Vic! ¡Que están tus amigos!
Ese fue el comienzo de aquel fin de semana.
—Ya lo sé que nos están mirando. Les he invitado yo a mirar… y a participar si quieren.
—¿Qué? —fui a levantarme pero me mareé ante las palabras de Víctor.
—Escucha… Dijiste que harías lo que quisiera. Quiero esto. Quiero compartirte con ellos. Quiero demostrarles que mi madre es única, que es no solo muy sensual sino muy puta, qué es lo que me atrae de ti, qué es lo que eres capaz de despertar. Quiero ofrecerte a ellos —me susurró al oído.
Yo empecé a sentirme como si estuviera borracha, pero no era negación, no era miedo… era excitación. Miré de reojo y ahí estaban los dos, el truhán de Gus y Óscar, con su cara de buen chico, rubiales y de ojos azules y chispeantes, los dos en calzoncillos.
Víctor tiró de mi camiseta y obediente —y zorra— mente me dejé desnudar. Mi camiseta cayó al suelo, así como los shorts, y los chicos pudieron ver mi cuerpo desnudo mientras Víctor se frotaba contra mi trasero. Mis tetas, grandes y pesadas, los pezones duros, la areola ligeramente arrugada de la excitación, mi vientre solo un poco abultado y la raja de mi coño, el nido del deseo oscuro que sentían.
Mi hijo me cogió los pechos con ambas manos, las estrujó, haciéndome gemir como una zorra, y empecé a respirar profundamente. Las erecciones de Gus y Óscar eran más que patentes. Fue este último el primero en acercarse, quitándose los calzoncillos. Tenía una buena polla, dura, arrogante, descapullada y con el glande rosado, las venas marcadas. Algo más fina que la de mi hijo. Por su parte Gus, al quitarse el calzón, dejó ver una erección tremebunda, dura pero cabezona, colgándole hacia abajo, era gruesa, bastante gruesa, venosa y con el glande rosa claro. Óscar, sin timidez alguna, tomó el pecho derecho que Víctor le ofrecía. Mi hijo, ofreciéndome a sus amigos, y yo, su madre, su puta, para complacerlos. Fue él el que me empujó a arrodillarme y atender esas tres pollas que me producían una sensación mareante. Óscar sabía fresco, limpio. Su polla estaba caliente y me palpitó un par de veces dentro de la boca mientras me la introducía casi entera. Gus tenía un rabo con un sabor más especiado, la piel algo más gruesa y su glande me ocupaba casi toda la boca hasta que pude tragarlo un poco más. Los masturbaba mientras atendía una de las pollas, acariciabas sus testículos y gemía con sus pollas dentro de la boca haciendo que se estremecieran. Cuando ya estuvieron bien ensalivadas, me levanté para ir a la cama. Me tumbé en el borde, y allí, Víctor fue por el lado contrario para poder disponer de mi boca a gusto. Me metió la polla en profundidad para después pasar los huevos por ella y hacer que le lamiera el ano. Gus se arrodilló al pie de la cama, me abrió de piernas y empezó a comerme el coño. Ufff… me estaba poniendo mala. Y encima Óscar se puso a horcajadas sobre mí, me juntó los pechos y puso su polla en medio para masturbarse. Ahora sí que era un objeto de placer para los tres. Tres pollas: en mi boca, en mis tetas y enseguida tuve la de Gus en mi coño, penetrándome despacio al principio pero cogiendo fuerza después, reclamando su placer dentro de mi vagina. Tres hombres para mí… Notaba la polla de Gus entrando, reclamando. Los huevos de Óscar me rozaban el pecho mientras su polla des deslizaba entre mis tetas que no paraba de amasar y de tirarme de los pezones. Mientras, mi boca era ocupada por la polla de mi hijo y sus huevos… Hasta que cambiaron. Víctor relevó a Gus y me penetró, follándose a su madre de nuevo, mientras Gus ponía su polla con olor a mi coño entre mis tetas y Óscar me la metía en la boca. Así estuvieron, matándome de gusto, usándome para el suyo, bastante rato, turnándose dos o tres veces. Cuando me quise dar cuenta, estaba tumbada sobre Gus cuya polla estaba alojada dentro de mi culo mientras Óscar me penetraba la el coño a placer. Los dos se sincronizaron y empezaron a follarme doblemente. Víctor a su vez me ofrecía su polla para que se la chupara cosa que hacía casi perdiendo el contacto con la realidad.
Pasó un buen rato, no paraba de correrme. Había tenido varios orgasmos pero los chicos parecían reservarse. De vez en cuando alguno de ellos paraba, se sentaba en mi escritorio y bebía algo mientras los demás me follaban.
Víctor me estaba follando por el culo, yo puesta a cuatro patas y tratando de conservar la cordura cuando llegó la chica de un tiempo antes había compartido habitación con Víctor, la tal Amanda. Entró sonriendo mientras yo era tomada por todos mis agujeros a la vez.
—Ufff… yo quiero de eso —dijo, desnudándose—; ahora entiendo por qué me has invitado, Vic… —informó.
Amanda tenía el cuerpo atlético, los pezones ligeramente claros con respecto a su piel y unos pechos hermosos y lozanos. Víctor le indicó que se pusiera encima de Gus. Así yo podría comerle las tetas mientras me penetraban doblemente y Gus ocupar su boca en el placentero menester de comerle el coño… Estaba tan excitada que empecé a lamerle y chuparle los pezones después de un profundo beso con lengua. Aquello había acabado por convertirse en una orgía de todas, todas.
No tardamos en estar las dos mujeres tumbadas con los orificios atendidos por los tres chicos. Amanda era una folladora activa y rápida que tampoco me desatendió. Mientras nos follábamos compartíamos besos o la polla de quien no estuviera ocupado.
Al parecer el plan de los tres había sido ese, disfrutar de un fin de semana con nosotras dos.
Y entonces, se organizaron. Los tres hicieron lo mismo empezaron a follarnos con más fuerza pero solo se corrieron en el coño de Amanda. Los tres. Yo me sentía frustrada, me quejé, me crucé de brazos, quería también mi dosis de semen… pero entonces Amanda se levantó, se puso a horcajadas sobre mi cara, me dijo, en tono de orden, que abriera la boca, me tiró del pelo para pegarme a su coño y lo dejó fluir hasta mí. El semen de los tres, juntos en mi boca de una sola vez, desde el coño de esa chica. Yo no podía dejar de tragar, de meterle la lengua dentro del coño para sacar hasta la última gota. Víctor me empezó a comer el coño una última vez y no tardé ni tres minutos en correrme en su boca mientras terminaba de lamerle el coño a Amanda, que de paso, se corrió en la mía.
A la mañana siguiente, en cuanto me levanté, lo primero que noté fue una erección contra mi espalda. Estaba cansada de la noche anterior (estuvimos hasta cerca de las 3 de la madrugada) pero de inmediato algo en mí se reactivó. Fueron las palabras de Víctor. «Quiero ofrecerte a ellos». No sabía quién de los tres era y quizás eso era lo que más me excitaba. Cerré los ojos. Me besaron el cuello, accedieron a mis pechos. Me desnudé, sin dejar de cerrar los ojos. Una mano exigente me tiró de los pezones que estaban sensibles y se erizaron enseguida. De pronto la mano bajó, llegó a mi entrepierna y se la ofrecí moviéndome. Unos dedos se adentraron en mi humedad matutina, me acariciaron, me penetraron. De costado, me separaron las nalgas, accedieron al agujero de mi vagina y me penetró. ¿Quién? No lo sé. Nos empezamos a mover, sincronizados. Sus gemidos en mi oreja, sus manos en mis pechos, mis propias manos masturbándome. Me corrí, me chupé los dedos, se los ofrecí y los aceptó. De pronto sentí una descarga. Me penetró profundamente, hasta el fondo, me dolió un poco, y sentí la palpitación de ese pene y el semen derramándose en mi interior. Ufff… follada de buena mañana y… Se levantó y cuando fui a darme la vuelta, una mano me mantuvo en la misma posición, de costado. Otro de los chicos le había tomado el relevo. Mi coño rezumaba semen pero no pareció importarle y me penetró igualmente. Fue un goce propio y egoísta pero el hecho de estar siendo usada me encendía y volví a masturbarme mientras me follaba. Una polla apareció ante mi boca. La olí, y olía a mi coño. ¿La que me acababa de follar? Me cubrí la cara con la camiseta del pijama para no ver y abrí la boca. La polla entró y supe que mi trabajo, mientras me follaban, era limpiarla, así que la chupé despacio, con delicadeza y hasta el fondo para eliminar todo rastro de sabor a coño y a semen. Y de nuevo se corrieron en mi interior. Ya sabía lo que me esperaba: la tercera. Tardó un poco más, nadie decía nada, y la tercera polla, finalmente, compareció y entró en mi coño lleno de semen. Me folló, fue rápido, intenso separándome más las nalgas. Yo me apliqué a limpiar la segunda polla con la boca me pareció deliciosa, densa, sabrosa, untuosa y demasiado rica… El tercero se corrió en mi interior y yo ya no aguantaba más, culminando con un orgasmo vaginal increíble mientras me amasaba los pechos. La polla apareció en mi boca y la limpié, haciendo esfuerzos por no reconocer ninguna. Cuando abrí los ojos no había nadie en la habitación. Me levanté pasados unos minutos y fui al cuarto de baño mientras escuchaba a los chicos y a Amanda en el comedor, desayunando. Olía a café, tostadas, huevos y chistorra, uno de mis desayunos favoritos, cosa que mi hijo sabía. Al entrar les di los buenos días y los cuatro me sonrieron. En la mesa iban vestidos, pantalones y camisetas, no acepto a nadie sin camiseta en mi mesa. Amanda llevaba un vestido holgado blanco que no dejaba nada a la imaginación, totalmente transparente, y sus picudos pechos jóvenes y antigravitatorios desafiaban la mirada.
Me senté y Víctor me sirvió café mientras Óscar, con una tostada de paté en la boca, me acercaba la fuente de huevos revueltos.
Hacía un día bastante bueno y los chicos me ayudaron a poner algo de orden en la casa, a cambiar sábanas de mi cuarto, que olía a cubil zorresco y poner la casa a ventilar pese al día que estaba ligeramente tempestuoso. Cerca del mediodía se aclaró, y ofrecí hacer una comida en la terraza. Vivimos en un ático y tenemos una amplia y hermosa terraza, más alta que la mayoría de edificios circundantes, así que me puse manos a la obra. Amanda me acompañó mientras los chicos bajaban a comprar. Ella propuso para la tarde hacer una sesión de cine y lo que fuera surgiendo.
Cuando estábamos solas en la cocina, mientras yo iba sacando y picando verduras y ella las lavaba para prepararlas para la parrilla me preguntó que qué tal me había levantado.
—Cansada… aunque tampoco me han dado mucho margen —le confesé.
—¿También te han follado los tres de buena mañana?
La miré con los ojos muy abiertos.
—Pues sí. Vaya, vaya… los tres te habrán dejado…
—No, no, qué va —dijo Amanda, quitándole importancia con una mano—: no se corrieron…
—Entonces lo hicieron en mí, los tres… gorrinos…
Nos reímos quedamente entre nosotras, complicidad femenina sin competencias de ningún tipo.
Un buen rato después, tras comer, de rodillas a cada lado de las piernas de Víctor, le chupábamos la polla a mi hijo, compartiéndola, lamiendo, succionando, reclamando el semen de su joven rabo y deseando más. Su polla, dura y lujuriosa, hacía que coincidieran nuestros labios, que nos besáramos al encontrarnos en el glande de Víctor, intercambiar algunos lengüetazos.
Me di cuenta de que el sexo con ese grupo surgía de forma casual, sin imposiciones, natural y limpio. Lo que no eximía de que de vez en cuando hubiera cierta dureza pero que esta también aparecía de forma espontánea, llevando un horizonte de sexo al sexo más duro o más pervertido de forma orgánica.
Al cabo, Víctor estaba tumbado, bien abierto de piernas disfrutando de las atenciones que le dábamos Amanda y yo en su ano, sus huevos y su durísima polla mientras Gus y Óscar se ocupaban de nuestros traseros uno al lado del otro, con nuestras alzadas grupas a su disposición para que alternaran agujeros. Compartí con Amanda la eyaculación de mi hijo en nuestras bocas y nuestras caras pues cuando Víctor estalló, convergimos en él para compartir ese semen delicioso y cálido. Los dos muchachos eyacularon también, Óscar en mi culo y Gus en las nalgas de Amanda, cosa que aproveché para recolectarlo, lamer todo ese semen y mientras Víctor me follaba y sus amigos descansaban, probar de nuevo el coño de la muchacha que se abrió de piernas para mí como una flor carnosa y extremadamente húmeda. Se corrió en mi boca, eyaculando un poco y haciendo que le clavara la lengua bien profundamente. Víctor acabó sobre sus pechos, así que también tuve que lamerlo todo de ahí, de nuevo, excitándola, pero haciendo esta vez que fuera ella quien se ocupara de mis pechos y mi coño para mi disfrute.
Ni que decir tiene que acabamos dormidos en las tumbonas de la terraza hasta que empezó a refrescar y fuimos al salón, duchándonos previamente y viendo un par de películas hasta entrada la noche.
El domingo se fueron pronto. Yo estaba agotada de tanto sexo y Víctor también andaba cansado. Me había encantado tener a esas dos jóvenes pollas también en mi casa y trasegando mis orificios. Amanda se quedó a dormir y tras una rica cena de tallarines de pasta fresca con setas salteadas, volvimos a ver algo en la tele hasta que a mí el olor de Víctor me distrajo y empecé a besar el cuello de mi hijo.
Él se había acostumbrado a esa llamada y su polla, independientemente de lo cansado que estuviera él, reaccionó. Amanda, al otro lado de Víctor, sonrió.
—No tienes suficiente de tu hijo, ¿eh? —me dijo sonriendo, malvada.
—Imposible —le respondí mientras lo empezaba a masturbar—. Mi hijo es mi hombre y si me tiene que preñar, que me preñe… solo quiero que me folle y me haga su puta una y otra vez —las palabras salieron de mi boca como si fueran lo más natural del mundo.
Decidimos ir hasta mi cama.
—Ven, te voy a enseñar algo —le dije a Amanda.
Volví a coger el plug anal negro, lo lubriqué y se lo coloqué a mi hijo bien dentro de su culo, después de ponerle la abrazadera metálica.
Amanda abrió mucho los ojos.
—¡Vaya tranca se le ha puesto! —dijo.
Víctor estaba tumbado en mi cama, con la polla preciosa, dura, tremendamente venosa. Mientras, yo me coloqué detrás de Amanda y le empecé a besar el cuello, a tocarle los pechos y pellizcárselos mientras sentía los míos pegados a su espalda. Sus pezones eran sensibles, más que los míos, pero aun y así se los pellizqué con fuerza, y, cuando abrió la boca, le metí toda la lengua, exigiéndole.
Le separé los bonitos labios del coño y accedí a su humedad sin dejar de sobarla, pellizcarla y hacerla gemir. Mis dedos acariciaron un duro clítoris y una tremenda humedad. Víctor nos miraba meneándosela despacio. Le metí los dedos en profundidad. Un coño joven, prieto, que se acoplaba de inmediato a mí… ¡qué no haría con una polla! La masturbé un rato y cuando sentí que latía en mis manos, la empujé despacio para que fuera hasta Víctor. La hice ponerse de rodillas y meterse la polla de mi hijo. La probaba y luego se la daba. Chupar una polla que está congestionada con un aro es otra experiencia. La notas más dura, los relieves de las venas pasan por tus labios, excitándolos. Yo empujaba la cabeza sin mucha piedad sabiendo que la niña tragaba. Se la sacaba, su saliva formaba hilos en torno a la polla de mi hijo, le hacía lamerle las pelotas y yo seguía con la polla para tirar de su cabello y que se uniera a mí en la punta después. La miré, le hice abrir la boca y escupí dentro, y ella gimió. Era sumisita la muy puta.
—Vamos, hay que meterte toda esa tranca en el coño.
—Sssí…
—Sí, ¿qué? —le exigí.
Ella respiró más rápido, profundamente. Bajó la cabeza.
—Sí, mamá —respondió ella, entrando, sumergiéndose en el juego.
La miré cuando levantó el rostro y le di una bofetada.
—Venga, niñata descarada, clávate la tranca de mi hijo —le dije yendo hasta el otro extremo.
Me abrí de piernas y empecé a bajar para pasarle a mi hijo mi propio coño por la cara mientras veía a Amanda agarrar la polla y clavársela bien dentro del primer embiste. Después empezó a subir y bajar amasándose los pechos mientras yo sentía la lengua de mi hijo pasar por mi coño que estaba empapado e hinchado, como siempre pasa cuando te lo comen en esa postura. Su lengua entraba en mi interior, reclamaba todo mi flujo y pasaba aterciopelada, empapada, por mi clítoris arrancándome gemidos.
—¿Puedo correrme, mamá? —me pidió Amanda pellizcándose de los pezones.
—No. No hasta que lo haga él. No seas puta.
—Por… favor… lo… lo necesito…
—No hasta que Víctor se corra.
Empezó a gemir más y más alto, convulsionando en un titánico esfuerzo por contener sus orgasmos que se apelotonaban por estallar volviéndola extremadamente sensible.
Yo me corrí dos veces mirándola y ella tenía lágrimas en los ojos, se mordía los dedos.
Me aparté y tras besar a mi hijo profundamente y lamer su cuerpo hasta la raíz de su polla, lamiendo después, malvadamente, el clítoris de la chica, la agarré por detrás, le metí un dedo por el culo mientras le acariciaba los pechos.
—Vamos, Víctor, derrámate en ella. Préñala. Llénala de semen, que es la zorra de tu hermana y va a morirse si no se corre.
Víctor, como llamado por la providencia gritó, cabeceó y su orgasmo surgió a presión como una fuente pública en una rotonda. Chorros y chorros de semen que se compaginaron con el orgasmo de Amanda que la sacudió hasta hacerla perder el conocimiento totalmente por la cantidad de excitación que había estado sintiendo.
Yo no la dejé ahí, me dediqué a sacarle el semen del coño con mi lengua para, después de tragármelo, besar a mi hijo que estaba apenas consciente disfrutar de todo ese sexo que se espesaba a nuestro alrededor.