Vacaciones en el Pueblo de Asturias

heranlu

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Mi nombre es Eduardo, en aquella época contaba con 22 años, vivo en Valencia con mi hermano Alberto, dos años menor que yo, mi padre de 48 y mi madre de 43.

Esto es lo que sucedió exactamente:

Puesto que ya podíamos valernos por nosotros mismos, mis padres se marcharon de vacaciones un par de semanas a un tranquilo pueblo de Asturias donde teníamos familiares lejanos que los habían invitado a alojarse en su casa.

Los primeros cinco días transcurrieron con total normalidad; mi hermano y yo abusando de las horas de sueño, engullendo comida “basura”, chateando con los portátiles o viendo la tele hasta altas horas.
El caluroso y plácido mes de julio daba ya sus últimos coletazos cuando un imprevisto truncó lo que me quedaba de vacaciones; Alberto y yo salimos de fiesta el primer sábado que pasábamos sin mis padres, ambos bebimos bastante aprovechando que al volver a casa nadie estaría esperándonos para controlar nuestro estado y abroncarnos. El caso es que la bebida me jugó una mala pasada, pues caminando por el parking de la discoteca, los reflejos me fallaron y fui arrollado por un coche que, por suerte, no corría a gran velocidad.
El resultado consistió en ambas muñecas fracturadas como consecuencia de un mal apoyo al caer al suelo tras el impacto del coche.

Genial, todavía tenía 10 días más para disfrutar de nuestra libertad y todo se había ido al traste por un estúpido accidente. Ahora debía permanecer un mes con los brazos inmovilizados sin poder valerme por mí mismo.
A la mañana siguiente llamamos a mis padres para comunicarles lo sucedido. Mi madre se puso muy nerviosa y como acto reflejo quiso regresar rápidamente a Valencia para cuidar de mí lo antes posible, pero por suerte entre mi hermano y yo logramos calmarla y la convencimos de que le pasara el teléfono a mi padre.
En definitiva, mis padres acabarían tranquilamente su periplo por Asturias y mi hermano me ayudaría en todo hasta que regresaran nuestros progenitores.

Y así fue, mi hermano me ayudaba a orinar, a defecar (contra su voluntad tuvo que limpiarme el trasero, obligado por mi padre), a ducharme, etc. No suponía ningún tipo de problema porque dos hermanos del mismo sexo y la misma edad ya se han visto desnudos en multitud de ocasiones y circunstancias. Así que esos días me lo tomé con filosofía y me dediqué a vivir a cuerpo de rey, por cortesía de mi hermano.

Por fin llegó el día en que mis padres volvieron a casa. Mi madre se adelantó apresurada para ver cómo estaba, llenarme de besos y comprobar en primera persona mi estado. No hacía más que preguntar:

- Pero hombre, ¿en qué estabas pensando?
- Mira mamá, son cosas que pasan, no lo des más vueltas.
- Bueno. ¿Te ha cuidado bien tu hermano Alberto?
- Sí, no me puedo quejar, se ha comportado como una auténtica niñera.
- Serás payaso – dijo Alberto.
- Ay hijo mío, mira que me has tenido preocupada.
- Venga mamá no seas tonta, además por teléfono ya te íbamos informando cada día.



Justo entonces entró mi padre cargado de maletas, por lo que mi hermano Alberto corrió a ayudarle.

Durante la comida estuvimos hablando de cómo se presentaba la segunda quincena de agosto, pues mi hermano debía irse de monitor a un campamento y mi padre volvía al trabajo. Así que ya no sería él quien me cuidase.

- Bueno Alberto, tu tienes que irte al campamento creo recordar – Dijo mi padre.
- Sí, me voy dentro de tres días, justo cuando tú empiezas a trabajar. Lo siento hermanito, ya no podré cuidar más de ti, tendremos que contratar a alguien. – Apuntó Alberto.
- De ninguna manera, qué tontería, no voy a dejar que una extraña se meta en la casa estando yo aquí disponible. A mi chico lo cuido yo y punto. – Sentenció mi madre con gran convicción.

Mi padre, algo pensativo, acabó aceptando la propuesta.
Yo permanecí callado, no había caído en la cuenta de que mi madre tendría que cuidar de mí. Eso suponía que tendría que ayudarme a todo.
En ese momento me sentí algo confuso porque mi madre era una mujer que siempre me había excitado un poco desde pequeño, con una tez bastante morena, unos ojazos negros y penetrantes, unos pómulos muy marcados, la nariz bien situada, casi ni un gramo de grasa gracias a su constitución, unas piernas largas acabadas en un trasero respingón pero bien puesto y sobretodo, lo que más me excitaba, unos pechos siempre bien escotados que me volvían loco cuando se ponía el bikini.
Incluso en alguna ocasión, hacía años, había tenido una erección viéndola en la playa mientras yo me ocultaba dentro del agua.

Pasaron los tres días bastante rápido con la inestimable ayuda de mi hermano Alberto, que gritó de alegría tras limpiarme el trasero por última vez antes de irse al campamento.


Así pues empezó la nueva semana. Mi madre tenía por costumbre levantarse pronto para realizar las tareas domésticas e ir a comprar si era necesario. Así que sobre las 11h me despertó.

- Ey dormilón despierta que ya son más de las 11h.
Me incorporé, mi madre llevaba puesto una especie de camisón antiguo y sucio que utilizaba para limpiar y tenía el pelo despeinado, con lo cual no estaba demasiado sexi. Me puso un pantalón corto y fuimos al cuarto de aseo.

- Bueno, vamos a lavarte la cara y después supongo que querrás hacer pis.
- Sí, la verdad es que sí. – Dije todavía adormecido.
- Vaya, vaya así que voy a verle el pene a mi chico después de tantos años eh.

Apenas hice caso a sus palabras porque aún no estaba del todo despierto.
Me lavó la cara y fuimos al wc, levantó la tapadera y sin pensarlo dos veces me bajó los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, se quedó un instante contemplando mi flácido y adormecido pene, lo agarró con su mano derecha y lo enfocó hacia la taza del wc.

- Muy bien hijo, ya está, el problema será cuando quieras hacer caca. – Dijo jocosamente mientras agitaba un poco el pene para escurrir las últimas gotas.

Ese momento no tardó en llegar, fue justo después de la comida y no supuso muchos problemas, pues mi madre ya estuvo cuidando a su suegra durante un año antes de que ésta muriera.
Aquel primer día todo trascurrió sin ningún problema y mi madre y yo conversamos fluidamente como solíamos hacer siempre, con total naturalidad.

A la mañana siguiente nos levantamos temprano para ir a la revisión médica, la verdad es que estaba más adormecido que nunca porque tuve que levantarme a las 8h de la mañana, así que mi madre me ayudó a orinar y acto seguido me duchó sin mayores consecuencias.
El médico confirmó que debía continuar así al menos diez días más, tal y como estaba previsto.

Aquel día, al caer la tarde, todo cambiaría su rumbo. Como estaba cansado del madrugón decidí echarme una buena siesta, de al menos tres horas.
Mientras tanto, mi madre salió al jardín a tomar el Sol, cosa que hacía siempre que tenía oportunidad. Sobre las siete de la tarde, cuando el Sol bajaba su intensidad, entró en la habitación a despertarme.

- Vamos Edu cariño, que ya es hora creo yo eh – Dijo en tono divertido.

Cuando abrí los ojos pude comprobar que lucía un bikini blanco en contraste con su piel tostada que resaltaba sus pechos de forma sugerente. Esto hizo que mi polla se despertase levemente, poniéndose un tanto morcillona tras los pantalones.

- ¿Tienes ganas de mear hijo?

La verdad es que me estaba meando encima, así que no di importancia a mi leve excitación y accedí.

- Sí mamá, lo cierto es que me meo mucho.
- Bueno Edu, pues vamos al baño entonces – Dijo dulcemente.

Me lavó primero la cara y eso hizo que me despertara bastante, notaba la tostada piel de mi madre ardiendo cuando rozaba conmigo, cosa que, añadida a al contoneo de sus pechos y su intensa mirada, mantenían mi pene semi-erecto.

- Bueno pues vamos a bajar esto – Murmuró mientras agarraba el pantalón y lo deslizaba hacia abajo. – Y ahora esto otro … - Continuó susurrando para sí misma como si se tratara de algo ya habitual.

Pero al bajar mis calzoncillos se percató de que algo había cambiado.

- Uy Edu hijo, esto ya no es lo de antes eh, esto a crecido un poco … – Dijo divertida.
- Sí mamá, perdona, ya sabes que a veces los chicos nos levantamos así …
- No pasa nada hijo mío, no me voy a asustar a estas alturas.

Cuando se disponía a agarrar mi engrandecido miembro se escuchó un sonido metálico provinente del suelo.

- Vaya hombre, justo ahora va y se me cae un pendiente, espera un momento Edu cariño, voy a buscarlo en un momento.
- Mira mamá creo que es eso de ahí, al lado del wc – Le indiqué.

En ese momento mi madre se agachó a recoger el pendiente, ofreciéndome una perspectiva maravillosa de aquel par de tetas que parecía querer salir como un resorte del bikini que las tenía apresadas.


- Ya lo tengo cariño, espera que me lo ponga. – Dijo ella, manteniéndose agachada.

Durante esos diez o quince segundos no pude apartar mi vista de aquel bikini blanco y aquellas tetas a punto de reventar, por lo que, sin que mi madre pudiera percatarse y sin que yo pudiese remediarlo, mi pene se puso completamente erecto (medía casi 19 cm) con el glande apuntando a la tapa levantada del wc.

- Bueno esto ya está – Dijo mi madre mientras se reincorporaba.

Y al girarse de nuevo hacia mí con intención de incorporarse de nuevo, su nariz chocó directamente con mi glande, a lo que mi madre reaccionó rápidamente.

- ¡Pero Edu hijo! ¡Dios santo! ¿Qué te ha pasado? – Preguntó sorprendida, sin apartar su mirada de mi polla tiesa.
- …Mamá lo siento, no, no sé … - Dije sin apenas poder articular palabara.
- ¡Ostras nunca había visto nada igual! – Dijo riéndose, cosa que me tranquilizó.
- Es que, máma, yo… perdona pero es que llevo casi quince días sin …
- Pero Edu cariño, ¿Llevas 15 días sin eyacular?
- Claro mamá, si no puedo usar los brazos … y no era plan de pedírselo a mi hermano como comprenderás. – Acerté a explicar.

Mi madre, aún sin apartar su mirada de mi miembro erecto, se quedó como absorta durante unos segundos. Hasta que ya logró articular palabra.


- Ya veo ya, pero hijo, esto es dos veces como la de tu padre…

Esas palabras me dejaron atónito y aún me excitaron más si cabe.

- ¿Por qué se te ha puesto así si ni tan siquiera te la había toado aún?

No supe que contestar, pero dado mi grado de excitación decidí decir la verdad.

- Buf mamá, uno no es de piedra, tantos días sin poder pelarmela … y bueno te he vsito con ese bikini y encima te has agachado, ya me entiendes.
- Vaya vaya así que la culpable soy yo eh, madre mía si lo se me pongo una camiseta hijo mío, pero lo hecho, hecho está. Pues nada, esperaremos a que se te baje ese monumento que tienes ahí.

La verdad es que aquello ya no se bajaría por mucho que ambos lo deseáramos con todas nuestras fuerzas.
En ese momento sonó el móvil y mi madre salió un momento del baño para atender la llamada. Tras unos tres minutos de conversación regresó.

- Bueno ¿ya se ha relajado eso o qué? – Dijo mientras atravesaba la puerta.
- No mamá, esto sigue igual.
- Uff no debe de ser muy bueno aguantar así tanto tiempo y menos después de quince días.


Lo cierto es que empezaban a dolerme los testículos con tanta retención de líquidos.

- La verdad es que no mamá, porque me duelen bastante los testículos.
- A ver, déjame ver – Y se agachó de nuevo para palparlos con su mano izquierda.- ¿Te duelen? – Preguntó.
- Sí mamá me duelen – Dije yo, todavía más excitado que antes pero disimulándolo.


Los masajeó un poco pensando que eso me calmaría algo, pero surtió el efecto contrario.

- ¿Qué es ese olor? – Preguntó curiosa.
- ¿Qué olor mamá? – Pregunté yo algo confuso.

En ese momento acercó su nariz hasta mi glande y lo olió durante unos instantes.
Yo estaba ya fuera de mí, mi madre estaba agachada delante de mí, con unas tetorras que deseaban salir del bikini y olfateándome el pene como si fuese una perra.

- Uff menudo olor a polla hijo, déjame ver – En ese momento cogió mi prepucio con la mano izquierda y lo retiró hacia atrás todo lo que pudo.
- ¿Qué haces mamá? Pregunté yo con un hilo de voz.
- Pues ver por qué huele tanto a polla hijo mío. – Contestó perdiendo la finura por completo. – Tienes restos de semen por aquí, voy a limpiarlos un poco.


Al parecer alguna gota de líquido preseminal debió escaparse mientras dormía.
Quitó lo que pudo con el dedo y la uña, lo olió como un acto reflejo y se limpió con un trozo de papel higiénico.

- Bueno aquí todavía queda un poco … - Prosiguió mi madre.

Entonces se escupió en la mano y se ayudó de la saliva para terminar de limpiarlo todo.

- Creo que ya está Edu. Bueno a ver si puedes hacer pis.
- Bueno… - dije yo sin poder articular palabra apenas.

Me alejó un poco del wc, apuntó mi pene hacia la taza como pudo y esperó casi un minuto. Pero nada, ni una gota, mi miembro estaba demasiado excitado como para miccionar en esas condiciones.

- Carai hijo, parece que si no bajamos eso no vas a poder.
- No lo creo mamá, la verdad es que así es imposible.

Se quedó pensando un buen rato mientras contemplaba un rabo de 19 cm apuntando al techo que había sido excitado por ella misma.

- Creo que no hay otra solución más que …
- ¿Qué mamá?
- Pues que tendrá que ayudarte yo – Dijo algo dubitativa. – Pero ni una palabra de esto a tu hermano y a tu padre, porque …
- Claro que no mamá- Dije yo, en el séptimo cielo después de escuchar a mi madre.
- Bueno hijo, pues manos a la obra, no hay otro remedio. Pero recuerda que esto nunca ha sucedido.
- Claro mamá, traquila.

Se colocó de pie a mi derecha, pasó su brazo izquierdo sobre mi cintura para coger más fácilmente mi polla con su mano derecha. En ese momento se le aceleró la respiración y la mano le temblaba un poco.

- Joder Edu cariño, no se de quién has sacado tú todo este pedazo de pene. – Dijo mientras la agarraba con toda su mano.

Entonces, más agitada todavía, comenzó un suave movimiento de vaivén que acabó por hacerme perder completamente la cabeza.

- ¿Te hago daño hijo? – Preguntó entre suspiros
- No, no, sigue así, está muy bien – Contesté yo totalmente evadido.

En un momento de excitación máxima giré mi cuello levemente para contemplar las tetas de mi madre y, para mi sorpresa, comprobé que tras el bikini blanco, sus pezones estaban completamente erizados. Esa visión me obligó a dejar escapar un suspiro de placer. Mi madre se dio cuenta de la circunstancia, pero ella también estaba algo desbordada por la situación.

- Edu, veo que te gustan mis tetas ¿verdad? – Preguntó sin dejar de pelármela con suavidad.
- Sí mamá, lo siento, pero la verdad es que me ponen mucho.
- Bueno, ya que hago esto voy a hacerlo bien para que lo disfrutes, pero solo lo haré esta vez, nunca más. ¿De acuerdo hijo?
- Sí mamá sí, estoy de acuerdo – Dije ya sin apenas poder hablar.

Entonces cerro la tapa del wc y se sentó sobre ella. Acto seguido desbrochó su bikini blanco y lo lanzó al suelo. En ese instante sus dos tetas quedaron en libertad mirando fijamente hacia mi glande, con los pezones más duros que había visto en mucho tiempo.

- Acércate Edu, ven con tu madre. – Me indicó.

Me acerqué tal y como me había indicado, con mi polla apuntando a sus dos melones.
Mi madre la cogió con ganas y escupió sobre ella, cubriéndola de saliva. Entonces la colocó entre sus tetas y comenzó a hacerme una excelente paja cubana.
Era increible, mi polla subía y bajaba entre aquellas dos delicias de la naturaleza, perfectamente lubricada. Además, dado el tamaña de mi miembro, mi madre aprovechaba el movimiento de subida para dar algún lametazo cuando mi glande asomaba hacia arriba.

- ¿Te gusta Edu?, ¿Te gustan las tetas de tu mamá?
- Mamá … sigue por favor.

Mi madre estaba también muy excitada, la situación la había superado hacía ya tiempo.

- Cariño hacía mucho que disfrutaba de esta manera, ya sé que no está bien pero este pollón que tienes me ha vuelto loca y hoy quiero disfrutarlo por primera y última vez.
- Mamá, me voy a correr.

Se avecinaba una corrida monumental tras casi quince días sin masturbarme.

- Uf hijo, tíralo todo mi amor, tíralo todo en las tetas que tanto te gustan.

Mi madre separó mi pene de sus pechos y lo empuñó de nuevo con su mano derecha, lo apuntó hacia sus tetas y aceleró el ritmo de la paja.

- Vamos hijo, quédate a gusto, córrete en mis tetas, vamos cariño- Mi madre estaba completamente fuera de sí, como jamás la había visto.
- Ya voy mamá, me corro, me corro mamá.

No pude evitar meterle la lengua en la boca segundos antes de eyacular, pero no opuso ninguna resistencia, es más, pareció disfrutar tanto o más que yo.

- Sí Edu, sí, vamos, vamos cariño.

En ese momento sonó el móvil que estaba encima de la cisterna del wc.

- Tranquilo Edu, déjalo que suene, déjalo y correte tranquilo. – Reaccionó mi madre.

Pude acertar a ver la palabra “Héctor” en la pantalla, es decir, mi padre estaba llamando mientras yo estaba apunto de correrme en las tetas de mi madre.

- Ya mamá, ahora si, ahora sí

Justo tras decir esto chorros de semen salieron disparados de mi pene, principalmente cubriendo de blanco los morenos pechos de mi madre, pero también le llegó algo de semen a la cara y también bañó gran parte de su mano derecha. Aquello no paraba de emanar semen caliente y mi madre miraba extasiada cómo aquellos chorros inundaban su piel ennegrecida.
Yo, con los ojos en blanco, pude por fin acabar la corrida.

- Dios Edu, uf, como me has puesto cariño

Y se introdujo mi glande en la boca, cosa que aún no había hecho, para extraer hasta la última gota de esperma.

- Ya está mi amor, ya está, mira como me has puesto con semejante corrida – Dijo con una sonrisa pícara.

Yo estaba en la gloria, todavía no había entrado en la realidad nuevamente.
Mi madre se levantó me dio un beso en la frente y se limpió con una toalla.

- Hijo, ¿Ya estás mejor?
- Dios mamá, es increíble, que sensación tan grata, no puedo ni definirla.
- Tranquilo hijo, sólo quería ayudarte, me alegro que estés bien ahora.

Entonces por fin pude orinar también con la ayuda de mi madre.

- Bueno Eduardo, has disfrutado mucho y yo también, pero cariño, por el bien de toda la familia, esto nunca ha sucedido, recuérdalo por favor.
- Sí mamá, nunca olvidaré esto que has hecho por mí, pero jamás saldrá una sola palabra de mi boca.
- Eso es hijo, esa boquita cerrada – Dijo mientras me daba un suave pico.


Los días restantes fueron extraños, nos mirábamos de otro modo, nos sonreíamos de forma pícara,
El recuerdo de todo aquello permanecía perenne en mi memoria, como si los hechos hubiesen tenido lugar ayer mismo, reteniendo con precisión hasta el más mínimo detalle de lo ocurrido. Pero lo cierto es que el tiempo seguía su curso y ya había transcurrido algo más de medio año desde aquella inolvidable tarde de verano.

Durante todo ese período, los recuerdos más prohibidos y los deseos más inconfesables se agolpaban en mi pensamiento cada vez que mi madre me dirigía la palabra, o simplemente cuando cruzaba su mirada con la mía. Desconocía si a ella mi le sucedía lo mismo, desde aquella tarde estival nuestras miradas coincidían con mayor frecuencia y expresaban un sentimiento imposible de descifrar para cualquier otra persona. Como si se tratase de un código privado entre madre e hijo.

Lo cierto es que sobrellevamos todo aquello con la discreción necesaria, por lo que ni mi padre ni mi hermano jamás podrían si quiera tener la más mínima sospecha acerca de lo ocurrido.

Al llegar el otoño, como cada año, mi hermano Alberto y yo dedicábamos los días, las tardes y parte de las noches a estudiar y a llevar a cabo algún trabajo esporádico que nos permitiera concedernos algún capricho que otro o costearnos las fiestas de los fines de semana. Apenas poníamos un pie en casa hasta la hora de la cena, lo cual me permitía mantener mi mente ocupada la mayor parte del tiempo.

Así pues, involucrados en una inevitable espiral de monotonía, los días fueron pasando a una velocidad aceptable, hasta que el mes de Abril trajo consigo, además de la primavera, algunos acontecimientos interesantes. Éstos fueron anunciados por mi madre durante una de tantas cenas, único momento en el que podíamos entablar conversación con mis padres:​

  • ¿Sabéis? Tengo que daros una noticia – Dijo mi madre con tono optimista.
  • Y a veremos qué pasa ahora – Profirió mi hermano Alberto con su habitual desconfianza hacia lo desconocido.
Mi padre ingería la cena con parsimonia, ajeno a la buena nueva. Seguramente por qué él ya sabía lo que mi madre iba a decir.​

  • Bueno dinos mamá, no nos tengas más en ascuas. – Incidí.
  • Pues resulta que Toni y Eva hacen las bodas de plata este año y por supuesto tenemos que ir. – Explicó mi madre.
  • ¿Todos? ¿Para qué tengo que ir yo? – Preguntó Alberto con cierta insolencia.
  • No seáis así, ya sabéis que son nuestros mejores amigos y además les gustaría mucho que fuéramos todos, os aprecian mucho.
  • Bueno… ¿cuándo sería la boda? – Pregunté al tiempo que masticaba con ahínco un bocado de tortilla.
  • La boda es a principios de Junio, creo que el día 4 si no me equivoco. Alberto tiene el traje que se compró el año pasado pero tú tendrás que comprarte uno Edu. – Apuntó mamá.
  • Vaya pues no sé cuándo voy a ir a comprármelo, además yo no tengo ni idea de esas cosas. – Dije algo agobiado.
  • Mira Edu cariño, aprovecharemos las vacaciones de semana santa que están al caer para ir a mirar lo del traje. – Sentenció.
La conversación derivó en otros diálogos irrelevantes que se consumieron rápidamente, casi tanto como aquella tortilla de espinacas.

Las vacaciones de semana santa no se hicieron esperar demasiado y su llegada nos sentó a mi hermano y a mí como pan bendito. Por fin gozábamos de un más que merecido descanso.

Alberto aprovechó, al igual que hacía en verano, para ganarse un dinero extra como monitor de campamento, mi padre trabajaba excepto los días festivos propios de la semana santa y yo decidí emplear mi tiempo en concluir algunos trabajos de la universidad que me traían de cabeza.

Así pues pasé los días no festivos en casa con mi madre; ella realizaba sus tareas habituales y yo permanecía en mi habitación de cara al ordenador durante buena parte de la jornada. Por las tardes solía salir un rato con los amigos, ya que muchos estaban en la misma situación que yo.

Una noche, durante la cena, mi madre sacó a relucir el tema de la boda y del traje:​

  • Oye Edu, ¿tienes mucho trabajo para mañana?
  • Pues no sé mamá, como siempre. ¿Por qué lo dices? –
  • Bueno recuerda que tenemos que mirar lo de tu traje y ya sabes que hay que hacerlo estas vacaciones. – Argumentó.
  • Vale pero que no sea por la mañana por favor, que es cuando mejor me siento para hacer los trabajos de la universidad. – Expuse yo.
  • Pues hijo mío, vamos por la tarde y ya está – Replicó mi madre.
  • Vale, por mi bien – Contesté.
  • ¿Tú te vienes verdad Vicente? – Preguntó mi madre a mi padre.
  • ¿Yo? ¿Para qué? Mejor vais vosotros dos que a mí me revienta ir a esos sitios, ya lo sabes.
  • Bueno, pensándolo bien tú también tienes el tarje preparado. Iremos Edu y yo entonces. – Acertó a decir mamá.
  • Bien – Concluyó mi padre para proseguir con su cena.
La verdad es que no me hacía mucha ilusión eso de tener que ir a comprarme un traje, aunque ayudaría a despejar mi mente, un tanto colapsada por mis estudios. Además, me gustaba la idea de pasar la tarde con mi madre, me sentía a gusto con e incluso me divertía conversar con ella. Siempre nos habíamos llevado muy bien.

Sin tiempo a más preámbulos se nos echó encima el día siguiente, dediqué la mañana a estudiar, comí con mis padres y me eché una pequeña siesta para ir de compras más descansado.​

  • Edu hijo, vístete y vámonos que ya son las cinco y media. – Exclamó mi madre desde el pasillo para despertarme de mi letargo.
  • Sí mamá enseguida estoy – Contesté somnoliento.
Me vestí perezosamente y salí a sacar el coche del garaje, hacía una tarde bastante calurosa y soleada, cosa que me animó. A los dos minutos salió mi madre bolso en mano y luciendo un vestido de entretiempo, algo más veraniego que primaveral. Muy atractiva, para ser claros.

El centro de Valencia distaba unos diez kilómetros de nuestra casa, por lo que mi madre dio rienda suelta a su labia durante el viaje.​

  • Ay Edu cariño, ya verás que guapetón te va a poner tu madre. Vas a ser el triunfador de la boda. – Decía mi madre con ese tono que andaba siempre entre lo real y lo fantasioso, por lo que nunca sabías si de verdad creía en lo que decía.
  • Anda ya mamá, deja de decir sandeces – Objeté.
Entre bromas, no bromas y de más, llegamos al centro, busqué aparcamiento con más pena que gloria y accedimos al centro comercial media hora después.​

  • Venga Edu, tenemos que ir a la tercera planta, la de moda de hombre. – Apuntó mi madre visiblemente en su salsa.
Una vez allí, mi madre se desenvolvió con suma habilidad hasta que consiguió explicarle a un empleado lo que estaba buscando.​

  • Estamos buscando un traje para mi hijo, una camisa que le vaya bien al traje, la corbata y también los zapatos. – Escuché decir a mi madre.
  • Muy bien señora, ¿es aquel su hijo? – Preguntó el empleado.
Me localizó en un instante y siguió hablando con mi madre sobre cuestiones estéticas, mientras tanto yo esperaba paciente mirando otro tipo de ropa. A los pocos minutos apareció mi madre otra vez.​

  • Mira éste Edu, es precioso, vamos a probártelo – Dijo ilusionada.
Obedecí sin mediar palabra y nos dirigimos a los probadores, mi madre portaba en su brazo un traje de color gris y una camisa negra.​

  • Eduardo cariño, ve poniéndote el traje mientras yo voy a coger la corbata y el cinturón que me los está buscando el hombre.
  • Vale mamá.
Me puse el traje y tal y como me había dicho mi madre, regresó al cabo de unos minutos con una corbata roja y un cinturón negro no muy ancho. Me los pasó por la cortina y fue a buscar los zapatos que ella misma había elegido.​

  • ¿Edu? – Preguntó mi madre intentando localizarme de nuevo.
  • Si mamá aquí estoy – Le indiqué.
  • Toma, ponte los zapatos, son preciosos eh. – Dijo con entusiasmo.
Lo cierto es que me gustaba bastante todo lo que mi madre había elegido. Se notaba que disfrutaba con todo lo relacionado con la moda y que era una mujer más o menos moderna para su edad.​

  • Ya está mamá, ya lo tengo todo. – Dije tras enfundarme los zapatos.
  • ¡A ver, a ver, a ver! – Exclamó mamá mientras descorría la cortina.
  • ¿Te gusta?
  • Ay mi chico que guapo que está. Deja que te ponga bien la corbata.
Mi madre se acercó para corregir el nudo de mi corbata y para comprobar que todo estaba bien colocado.​

  • Edu hijo mío, pero metete bien la camisa por dentro, no ves que te hace bulto por detrás – Profirió.
Sin darme oportunidad alguna de redimirme, ella misma introdujo sus manos entre mis pantalones y resituó con éxito la camisa.​

  • La verdad es que el pantalón te queda un pelín grande de cintura, voy a pedirle una talla más pequeña a ver si te queda mejor. – Dijo mi madre, insatisfecha con el resultado.
  • Vale mamá pero no tardes eh – Repliqué.
Lo cierto es que todo aquel contacto entre mi madre y yo estaba despertando en mí decenas de pensamientos guardados hasta ese momento. Aunque pensé que sería algo normal y le resté importancia.

Al poco tiempo regresó ella con otros pantalones más pequeños. Me los pasó por la cortina y me animó a probármelos.​

  • Ya está mamá, mira a ver si te gustan más estos.
  • Mm, sí, pero Edu mira que sois torpes los hombres eh, anda que ya te has puesto otra vez la camisa mal.
Así que volvió a meter sus manos dentro de mis pantalones, pero esta vez tuvo que desabrochar el botón ya que eran más estrechos. Levemente rozó involuntariamente mis partes con su mano y terminó su tarea.​

  • Así sí que estás perfecto – Dijo visiblemente satisfecha.
  • Bueno, si tu lo dices mamá… - Contesté sin mucha convicción.
  • Estás perfecto, no ves que te lo está diciendo tu madre – Insistió.
  • Vale, vale. Por cierto mamá, estos zapatos me vienen algo grandes, pídele al hombre un 42, por favor. – Le pedí.
  • Vale cielo, ahora mismo te los traigo.
Mi madre volvió a la carrera con los nuevos zapatos talla 42, tal y como le había pedido. Estaba ya casi sudando víctima del calor producido por el trajín de las compras. Me probé los zapatos y nos cercioramos de que todo estaba correcto.​

  • Uf estoy agotada Edu, cámbiate rápido y nos vamos a tomar algo por ahí. – Propuso.
  • Sí mamá, buena idea, en seguida me cambio y nos vamos.
No tardé en solicitar de nuevo la inestimable ayuda de mi madre para desatarme adecuadamente el nudo de la corbata. Una vez desatada, proseguí yo sólo sin más demora.

Pero cuando ya me había despojado la camisa y me disponía a desabrocharme el pantalón, comprobé que la cremallera no bajaba. Lo intenté con toda mi fuerza y toda mi maña pero fue imposible, parecía completamente atascada.

No me quedó otra opción más que pedir ayuda otra vez a mi madre, quien se abanicaba acalorada con la mano en el pasillo de los probadores.​

  • Mamá ¿estás ahí?
  • Sí hijo, dime.
  • Ven por favor que tengo un pequeño problema … - Le dije con timidez.
  • Ay Edu, como vas a costar de criar – Murmuró mientras aparecía tras la cortina.
Justo al entrar, una de sus manos se enganchó accidentalmente con alguna de las prendas de ropa que estaban colgadas del perchero, haciendo caer todas al suelo.​

  • Vaya por Dios – Exclamó a la vez que se agachaba a recogerla.
Cuando se incorporó de nuevo, se pasó la mano por los ojos dando muestras de agotamiento fruto de tanto ajetreo.​

  • Uf que calor tengo, ya no aguanto más. – Acertó a decir mientras secaba el sudor de su frente.
En ese mismo instante se quitó el jersey de entretiempo y dejó al descubierto una camiseta de manga corta bastante ceñida y provista de un generoso escote que aceleró mi respiración de golpe y porrazo. Esa situación hizo que mi mente recordara a la velocidad de la luz aquello que había ocurrido ocho meses antes, en el cuarto de baño de nuestra casa.​

  • A ver Edu cuál es ese problema que tenías. – Dijo, ya más recuperada.
  • Pues … que no se me baja la cremallera. – Expliqué enrojecido.
  • Déjame ver.
En cuanto mi madre puso sus manos sobre la cremallera mi pene empezó a crecer pausadamente, pero escapando ya a mi control. Por el momento aún podía disimularlo, pero no tardaría en aumentar aún más.​

  • Puf, vaya por Dios, parece que se ha enganchado bien eh.
  • Sí, lo he intentado de todas las maneras pero nada. – Dije, todavía con cierta cordura.
Entonces mi madre decidió agacharse para ver más de cerca el mecanismo de la cremallera, por lo que su cara quedó enfrentada a mi semi-abultado paquete. Al agacharse cometió el "error" de ofrecerme una vista privilegiada de sus pechos enfundados en aquella ajustada camiseta.

Prácticamente perdí la poca cordura que conservaba, aquella visión me retrotrajo en el tiempo, hasta ese bikini blanco que abrió la veda de la lujuria ocho meses atrás. Mi polla ya estaba casi completamente erecta, pero mi madre no parecía darse cuenta, afanada en encontrar la manera de solucionar el problema.​

  • Creo que ya está … - Dijo con voz de esfuerzo.
Y de pronto el pantalón bajó por su propio peso hasta mis tobillos.​

  • Ya está Edu, ha costado eh – Comentó observando con satisfacción los pantalones ya en el suelo.
  • Sí mamá, muchas gracias – Acerté a decir no sé todavía cómo.
No me había dado cuenta, pero con el impulso, no sólo se habían bajado los pantalones sino que mis calzoncillos también habían sido arrastrados unos centímetros, dejando parte de mi glande a la vista.

Al alzar la mirada del suelo, mi madre se dio cuenta del panorama.​

  • ¡Pero Edu hijo!
  • Perdón mamá, de verdad, lo siento. – Me apresuré a contestar.
  • No, no … no pasa nada hijo, pero no sé a qué se debe eso.
  • Lo siento mucho mamá, yo … no sé qué decir.
  • Bueno hijo no hace falta que digas nada pero te vas a hacer daño con el calzoncillo así – Dijo mientras lo bajaba para liberar mi pene.
Mi madre se levantó, miró mi polla completamente yerta durante unos segundos y después me miró a mí. En su mirada advertí cómo el deseo se apoderaba de su mente.

Tras unos instantes de duda rodeó mi cuello con sus brazos y me besó apasionadamente, presa irreversible de la lujuria.

Yo respondí con tanta o más pasión que ella, pues mi subconsciente llevaba meses esperando ese momento.​

  • Edu amor mío – dijo susurrándome al oído – me juré a mi misma que no volvería a suceder, pero me vuelves loca hijo mío, me vuelves loca Edu, no puedo más.
  • Tú a mí también mamá – Repliqué, al tiempo que descendía para morder su cuello y llevar mi lengua hasta sus tetas.
A partir de ahí, ambos nos dejamos llevar por el desenfreno más instintivo, sin reparar absolutamente en nada. Absortos el uno en el otro, fundiéndonos en el pecado más placentero.​

  • Uf Edu, hazme lo que quieras, lo que quieras Edu, pero hazme tuya.
  • Vale mamá. – Contesté yo, en el séptimo cielo.
Lamí sus pechos una y otra vez frotando sus bragas con mis dedos, mientras ella me masturbaba con una de sus manos y empujaba mi cabeza con la otra. Entonces mi madre dijo algo que no esperaba escuchar.​

  • ¡Edu! – Susurró excitada.
  • ¡Qué mamá! – Conteste igualmente excitado.
  • Quiero sentirte dentro.
No podía creer lo que acaba de escuchar, mi propia madre me invitaba a cruzar la línea para adentrarme de lleno en un mundo prohibido. En esas condiciones no lo pensé ni un solo instante y procedí.

Bajé las bragas de mi madre, la desnudé por completo e hice que apoyara sus manos en el asiento del probador. Era mucho más de lo que había soñado, estaba a punto de penetrar en el cuerpo de mi madre que esperaba ansiosa a cuatro patas, cual yegua en celo.​

  • Vamos Edu por favor, métemela ya – Solicitó impaciente.
Separé un poco sus piernas para abrirme paso con más facilidad y hundí mi polla en su lubricada vagina, a lo que ella respondió arqueando la espalda y abriendo su boca emitiendo un leve gemido.​

  • Ah Edu cariño, dame fuerte por favor, dame fuerte, no pares.
  • Sí mamá …
Estaba en la gloria más bendita que pueda existir. Estaba follándome a mi madre en un probador, penetrándola como a una yegua y tirándole del pelo.

Así estuvimos no mucho más de tres minutos, ella no emitía demasiados gemidos pero su rostro reflejaba un vicio absoluto, yo me recreé en la excitación del momento; mis manos abarcaban sus dos melones mientras mis testículos chocaban contra su cuerpo una y otra vez.

Nuestra figura se reflejaba en el espejo, la cara de mi madre era la excitación personificada y sus piernas temblaban de placer golpeadas una y otra vez por mis cada vez más salvajes embestidas. Cuando de pronto advertí que no podría aguantar mucho más.​

  • Mamá me voy a correr, no puedo más.
  • Sí hijo, córrete vamos, córrete.
  • Mamá ya me corro
Tras decir esto, mi madre se dio la vuelta rápidamente y se introdujo mi polla en la boca.

Mi madre no dejaba de mirarme a los ojos, cosa que me excitó aún más si cabe. Además con una de sus manos apretaba suavemente mis testículos, como si quisiera extraer de ellos hasta la última gota.​

  • Ah, mamá, mamá, me voy – Anuncié con un hilo de voz.
A los pocos segundos estallé, llenando su boca con potentes y caudalosos chorros de semen que ella se esforzaba por tragar.

A pesar de la inmensa cantidad, consiguió tragarse la mayor parte, aunque por su barbilla resbalaban pequeños afluentes blanquecinos que acabaron desembocando en sus pechos color café.

Tras la corrida, aún siguió pelándomela durante algunos segundos sin dejar de mirarme a los ojos. Después, se levantó y nos fundimos en un largo y carnoso beso.​

  • Edu, quizá esto no debió suceder nunca, pero ha sucedido y no siento remordimiento alguno porque lo deseaba.
  • Yo también mamá y tampoco siento remordimientos, es imposible evitar lo inevitable.
  • Ahora mismo Edu, ni yo misma me atrevo a decir que esto nunca volverá a suceder, pero tienes que prometerme una cosa.
  • Claro mamá, lo que tú quieras.
  • Edu cariño, ni una palabra por favor, ni una palabra.
 
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