Vacaciones en cordoba

heroher

Virgen
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Jul 31, 2012
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VACACIONES EN CORDOBA
Un jueves de abril a la noche, en la cama antes de irnos a dormir.
-Sandra, tengo algo que decirte.- le dije con la mayor seriedad de que era capaz.
-Cagamos, Pablo; si me lo decís con esa cara y ese tono de voz es un asunto jodido.
-Sandra, el sábado me voy una semana de vacaciones. Si querés, vení conmigo; y si no mala suerte, nos vemos a la vuelta.
-Pablo, ¿qué bicho te picó?
-Flaca, es que ya no doy más. Van dos años sin tomarnos vacaciones y estoy a punto de explotar, en cualquier momento me salta la térmica.
-Pablo, es que no sé si en mi laburo me van a dar una semana.
-Flacucha por favor te lo pido, no me banco un día más.
-Dejame ver que puedo hacer. Mañana hablo con el jefe.
-Flaca, si tu jefe no te autoriza mandá ese puto laburo a la mierda.
Viernes a la tarde, de regreso del trabajo.
-¿Y, que te dijo?
-Qué no hay problema. Pero que el otro lunes como una señorita inglesa a las ocho en punto.
-Grande flaca, nos rajamos mañana temprano. Bien temprano y volvemos el otro domingo a la noche.
-Y si no es molestia, ¿adónde vamos?
-A Córdoba. Tengo en mente dos o tres lugares tranquilos. Salimos tipo 7 de la mañana, alrededor del mediodía paramos a comer en algún lugar. A eso de las cuatro o cinco de la tarde llegamos; ubicamos un hotelito que nos guste y después de eso ocho días panza arriba. Bueno, vos panza arriba y yo arriba panza abajo.
-Pablo, dejate de joder.
-Sandrita, vamos a hacer los bolsos. Dos pantalones, dos remeras, dos pullovers, medias, ropa interior, una campera por si hace frío, muchos libros, el reproductor de MP3, muchos CD’s, la cámara fotográfica.
Sábado.
Como somos de los que piensan que las vacaciones empiezan cuando uno sale de su casa, iniciamos el viaje felices, tomando mate y escuchando música; entre el bandoneón de Piazzola y la trompeta de Gillespie, entre la guitarra de Pappo y algún concierto de Mozart; paramos en una estación de servicio a mitad del camino a cargar nafta y aprovechamos para comer algo. A las cuatro de la tarde entramos a un pueblito que recorrimos y no nos gustó. Pasadas las cinco entramos a otro y el segundo sitio que visitamos era lo que buscábamos.
Un complejo de cabañas al pie de unos cerros de vegetación muy verde, con un riacho que corría hacia el fondo del lugar. Nos acercamos a la administración y salió a nuestro encuentro una mujer joven con una amplia sonrisa, quien se presentó como la encargada del lugar. Nos acompañó hasta una de las cabañas a la cual se accedía bajando por un sendero de piedra y al entrar se completó el encanto; se ingresaba a un estar con una amplia chimenea y algunos sillones, hacia un costado la cocina con una mesa de campo y unos bancos, hacia el otro costado un baño enorme con un jacuzzi que era toda una tentación y subiendo unos escalones un dormitorio con un gran ventanal con vista a los cerros. El precio nos pareció más que razonable, así que no dudamos en aceptar.
La encargada que dijo llamarse Mercedes, encendió la chimenea con la rapidez que da la experiencia aún cuando la calefacción que estaba funcionando daba calidez suficiente al lugar. Sin demorarme entré el auto a la cochera contigua a la cabaña, bajamos nuestras cosas y volvimos a la administración para registrarnos.
Mercedes completó una ficha con nuestros datos personales y aprovechamos para conversar unos minutos con ella y terminar de conocer algunos detalles del lugar.
Ella y su hermana Dolores –ese día había viajado a la capital por trámites- estaban a cargo del lugar con la asistencia de un joven que venía por las tardes a realizar algunas tareas de mantenimiento y limpieza del parque.
Volvimos a nuestra cabaña, sacamos nuestras cosas de los bolsos y nos dispusimos a aprovechar cada momento de los próximos días de nuestras bien merecidas vacaciones.
-Sandra, me voy a dar una ducha.
-Dale que después voy yo.
Me metí en la ducha caliente dejando que el agua me golpeara con fuerza y allí me quedé unos cuantos minutos, me enjaboné lentamente y prolongué el baño casi una eternidad. Era maravilloso disfrutar de esa sensación de tibieza en el cuerpo y en la mente. Cuando salí de la ducha el vapor había inundado el baño por lo que abrí la ventana del baño, dejando que el aire fresco del atardecer ingresara. Me sequé con lentitud y me puse una bata de baño celeste recién lavada y planchada que estaba a disposición de los pasajeros.
Al salir me recibió la melodía de Chica de Ipanema que cantaban Sinatra con Jobim. Arrimé un sillón al fuego de la chimenea y tomé uno de los libros que había traído.
Sandra entró al baño para su ducha. Todo era impecable y tal como lo había imaginado.
El sol estaba empezando a desaparecer detrás de los cerros próximos; la quietud del atardecer era un bálsamo para mi mente castigada por el trabajo y la rutina.
La flaca no tardó en aparecer con una bata similar a la que yo tenía sólo que en color rosa.
Le dije: -¿Querés tomar unos mates?
Se acercó y me contestó con evidente doble intención: -¿Lavaste bien el porongo?- (N.A. En Argentina y Uruguay se suele llamar porongo a la calabaza en la que se sirve el mate y también en lenguaje cotidiano al pene. De allí este juego de palabras)
-Y también la bombilla.- le contesté siguiendo en el mismo tono.
-Entonces no estaría mal probar. Siempre y cuando esté calentito.
Se acercó todavía más y tirando de una de las puntas del cordón que sujetaba mi bata soltó el lazo, abriéndola.
Se agachó frente a mí y tomando mi verga la empezó a acariciar; no tardé más que un instante en tener una erección fenomenal. Con una mano ella la sostenía y con la otra empezó a acariciarme los testículos; al cabo de unos minutos empezó a darme unos lengüetazos lentos y largos en toda la extensión de mi pija. Se levantó invitándome a hacer lo mismo; la tomé del cuello y comencé a besarla en la boca con la necesidad del tiempo perdido. Bajando mis manos desde sus hombros la desembaracé de su bata y ella hizo lo mismo con la mía; quedamos desnudos abrazándonos junto al fuego. Fui descendiendo hasta chupar sus pezones que estaban ya duros como piedras.
-Vamos a la cama.- me pidió.
Subimos esos pocos escalones hasta el dormitorio y nos tumbamos urgidos por el deseo. Sin hablar le separé las piernas y sumergí mi cara entre ellas hasta encontrar su vagina; con mis labios la fui recorriendo lentamente hasta que con mi lengua penetré en lo más profundo de su ser; ubiqué su clítoris y me detuve largamente en él hasta que sus jadeos me indicaron que los dos necesitábamos que la penetrara; la urgencias de nuestras necesidades chocaban contra el deseo de prolongar esa cogida lo más posible.
Me coloqué sobre ella y fui penetrándola con suavidad y lentitud para demorar nuestros orgasmos; comencé a elevarme y descender con la mayor delicadeza que me era posible; el tiempo se detuvo alrededor y no existió nada más que su concha y mi pija; no había otra cosa que nuestras respiraciones y nuestros jadeos, y así nuestros orgasmos llegaron casi al mismo tiempo.
Me coloqué a su lado abrazándola y besándola; en la cara, en el cuello, en los hombros, en el pecho. Se volteó de espaldas dejando que siguiera con mis besos y mis caricias por su espalda, por su cintura, por sus nalgas y por sus pantorrillas. Bajé hasta la planta de sus pies y me dediqué luego a chupar cada uno de sus dedos.
Me acosté a su lado apoyado en un costado y en un codo mirándola extasiado; si Sandra era normalmente bella, después de hacer el amor resplandecía. Se volvió hacia mí y besándome con suavidad me dijo: -Te quiero.
Se acurrucó contra mí y nos quedamos callados mirando por la ventana como avanzaba la noche de ese pueblito cordobés.
Por allí Ana Belén y Pablo Milanés cantaban una de sus canciones de amor.
Al cabo de un buen rato, Sandra comentó: -Tendríamos que pensar en comer algo, ¿no te parece?
-Las alternativas son cambiarnos y bajar al pueblo o cagarnos de hambre. ¿Cuál te va?- le contesté
-La primera con toda seguridad. ¿Y a vos?
-¿Y si nos alimentamos con los frutos del árbol del amor?
-Mejor cuidemos el arbolito que si se nos seca estamos arruinados.
-Esperá que voy a consultar con Mercedes.
Levanté el auricular y cuando Mercedes respondió le consulté si era posible obtener algo de comida sin necesidad de ir hasta el pueblo. –Algo sencillo, sin demasiadas complicaciones.- le dije.
-Déjeme que veo que les puedo llevar. En unos minutos estoy allí.
-Gracias Mercedes, hasta luego.
Nos levantamos y volvimos a las batas. Retorné al sillón junto al fuego y Sandra se ubicó en otro muy cerca de mí.
Al cabo del tiempo prometido golpearon la puerta; Sandra abrió y entró Mercedes con una bandeja enorme, que colocó sobre la mesa. Había traído pan casero, unas lonjas de jamón crudo, dos tipos de queso, entre los que reconocí el típico queso azul, aceitunas, huevos duros y dos tazones humeantes de sopa; una botella de vino tinto y de postre unos higos almibarados y nueces.
-Les traje algo que me parece que los ayudará a recuperar las energías... después de un viaje tan largo.
La miré detenidamente porque me pareció notar una cierto dejo irónico en su voz; sin embargo su cara no dejó traslucir nada y su expresión sonriente me pareció igual a la que le habíamos visto antes.
-Esto está más que bien. Muchas gracias Mercedes.
-A sus órdenes, señor.
Sandra intervino para preguntar: -Mercedes, ¿cómo hacemos con el desayuno de mañana?
-Me llaman por teléfono y se los traigo en 10 minutos.
-Gracias Mercedes y hasta mañana.
-Hasta mañana señora.
Devoramos más que comimos la espléndida cena que nos había traído y rematamos llevándonos a la cama la media botella de vino que quedaba.
Nos dormimos abrazados desnudos bajo las cobijas mirando la luna a través de la ventana.
Domingo
Me desperté con el sol inundando el dormitorio y miré el reloj en la mesita de luz. Las ocho y media.
Presté atención y escuché el ruido de la ducha. Sandra se estaba bañando. Remoloneé un poco y al despabilarme surgió una idea. Me levanté para ver si podíamos bañarnos juntos y en una de esas...
Justo en ese momento Sandra cerró los grifos de la ducha y cuando entré se estaba secando. La abracé desde atrás intentando acariciarle las tetas y empezar algo.
-Pablo, ahora no. Date una duchita fría para que se te baje el armatoste.
-Sandrita, dale. Si no me voy a tener que pajear bajo el agua.
-Pablo, dejate de embromar.
Y salió con rapidez dejándome con una buena calentura.
-Si no vas a tardar mucho le pido a Mercedes el desayuno. –me dijo desde afuera del baño.
-Calculá unos cinco minutos para masturbarme y otros cinco para cortarme la yugular y desangrarme.
-Pablo...
-Sí, mi amor.
-Andate a la mierda.
Vistas así las cosas, me lavé los dientes, me afeité con parsimonia y me metí en la ducha, enjabonándome sin apuro; me tomé mi tiempo para disfrutar el baño pero de todas maneras no tardé mucho. Me sequé lentamente y me puse alrededor de la cintura una toalla, que con su pequeño tamaño no alcanzaba a tapar mucho. No perdía las esperanzas...
Al salir casi me choqué con Mercedes que había traído el desayuno. Me miró y no precisamente a los ojos, por lo que me debo haber puesto colorado de inmediato.
Atiné a balbucear: -Mercedes, perdone pero no esperaba encontrarme con usted.
-No, está bien, señor. Dejo la bandeja y salgo.
Mientras tanto Sandra nos miraba divertida.
Colocó los desayunos sobre la mesa y dio media vuelta en dirección a la puerta.
No pude menos que admirarla desde atrás; si bien ayer no había reparado en ella para nada, hoy vestía un pantalón blanco ajustado que le marcaba el culo a la perfección y por cierto que tuve alguna idea perversa.
Una vez que cerró la puerta detrás de él, Sandra me dijo: -Doctor Pablo, ¿la paciente ha tenido alguna fractura en su parte posterior?
¿-Qué?
-No te hagás el boludo que le sacaste una radiografía.
-No, Sandrita como se te ocurre. Pasa que me sorprendió casi en bolas y no atiné a reaccionar más rápido.
-Vamos a desayunar y después seguimos hablando. Pero la verdad que tiene un culo de película.
Mercedes había dejado sobre la mesa una jarra con café recién hecho, otra con leche caliente, una cesta con tostadas del mismo pan casero que habíamos comido el día anterior, dos vasos de jugo de naranja, una mermelada que podía ser de moras, grosellas o algo parecido y un pan de manteca.
Engullimos con buen apetito y empezamos a planificar la mañana.
-Sandra, que te parece salir a caminar y aprovechamos para sacar unas fotos del paisaje y de algunos edificios antiguos. Volvemos antes al mediodía, descansamos un rato y después vamos a almorzar a algún lado.
-Genial.
Nos vestimos y aprovechamos la salida para dejarle la llave a Mercedes para el aseo de la cabaña.
Aproveché para comentarle: -Mercedes, salimos ahora y volveremos alrededor del mediodía.
-A esa hora la cabaña va a estar limpia y ordenada. Que disfruten del paseo.
-Gracias, Mercedes, hasta luego.
La mañana fresca y soleada invitaba a caminar sin apuro y tomamos por una calle sin tener idea y sin importarnos adonde conducía. Caminamos unos cinco minutos admirando el paisaje cordobés hasta que Sandra me dijo: -Pablo, ¿vos trajiste la cámara?
-No, Sandra, ¿no la trajiste vos?
-No. ¿Qué hacemos, seguimos o volvemos a buscarla?
-Volvamos y en todo caso arrancamos para el otro lado.
Desandamos el camino y retornamos al complejo. Sandra se adelantó hasta la administración para pedir la llave. Volvió diciendo: -Mercedes no está. En una de esas está limpiando la cabaña.
-Te espero acá.- le contesté y me senté en uno de los bancos del parque.
Se alejó bajando el sendero hasta nuestro alojamiento y me quedé admirando los alrededores.
No tardó en volver. Me hizo la seña tradicional de cruzar el índice sobre los labios pidiéndome silencio. En voz baja me dijo: -Vení y no hagas ruido.
La seguí obediente hasta la cabaña; entró en puntas de pie e imité sus movimientos; caminó hacia la escalera que llevaba al dormitorio subiendo un par de escalones con lo cual ya se tenía una vista completa de él. Me asomé por sobre su hombro y casi no pude creer lo que veía.
Sobre la cama estaba acostada Mercedes con los ojos cerrados y en plena tarea; se había desprendido los botones superiores de la camisa y con una de sus manos se frotaba los pezones por debajo del corpiño mientras que con la otra se acariciaba la concha para lo cual se había desprendido el pantalón corriendo hacia un costado la bombacha. Nos quedamos alelados mirándola; ningunos de los dos había presenciado jamás algo así; una mujer bonita a escasos dos metros de nosotros pajeándose en la cama que habíamos utilizado poco antes.
Los dedos que estaban acariciando los labios de la vagina comenzaron a introducirse, primero uno y después dos hasta desaparecer de nuestra vista.
Sin dudas estaba disfrutando enormemente, lo que se hacía evidente por la placidez de su rostro.
Yo estaba recargado sobre la espalda de Sandra y ese espectáculo más la proximidad de su culo hicieron que comenzara una erección. Sandra no tardó en notarlo y estimulada también por el acto que presenciábamos empezó a acariciarme la pija por sobre el pantalón.
Mercedes acabó con un murmullo apagado y abrió los brazos extendiéndose en la cama.
Recién entonces se percató de nuestra presencia y abriendo los ojos nos miró sin vergüenza. Se incorporó como si tal cosa y dijo: -Hola, no los oí entrar.
Sandra le respondió: -Es que estabas ocupada. ¿Algún recuerdo placentero?
-Sí. Es que no pude evitar verlos ayer a la tarde en plena acción. La oficina queda a esta misma altura a unos metros de distancia y dejaron las luces encendidas. Y hoy a la mañana lo que vi de Pablo me entusiasmó.
Sandra tomó la posta: -Me hubieses dicho y podría haber hecho algo mejor. ¿Lo hiciste alguna vez con otra mujer?
Cuando escuché eso casi me da un infarto. Sandra le estaba tirando los perros para encamarse con ella.
Mercedes no se achicó: -Todavía no.
El todavía resonó en mis oídos como una invitación para Sandra.
Sandra subió los pocos escalones que faltaban y la levantó de la cama. Descaradamente le terminó de desabotonar la camisa y comenzó a acariciarle las tetas. Mercedes no se quedó atrás y tomándola de la cara le estampó un sonoro beso en los labios; presionó hasta que Sandra los entreabrió y la lengua de Mercedes se introdujo moviéndose para todos lados; al mismo tiempo fue bajando las manos hasta ubicarlas sobre las tetas de Sandra y por sobre su ropa las iba amasando lentamente.
Estuvieron así unos minutos, hasta que una vez más Sandra tomó la iniciativa y le quitó la camisa y la ayudó a sacarse los pantalones. Cuando la vi en ropa interior pude admirar la belleza de su cuerpo; el corpiño apenas alcanzaba a cubrir sus senos y la tanga mostraba un culo redondeado y firme. Se separó unos centímetros de Sandra y se desembarazó de las únicas dos prendas que llevaba. Con la mirada invitaba a Sandra a hacer lo mismo y ésta no vaciló en despojarse de su ropa con rapidez.
Antes que mirarse a los ojos cada una de ellas sopesó el cuerpo de la otra, pero en esto no había competencia, sino más bien el deseo de aprovecharlo para el placer.
Sandra tomó la iniciativa y acercándose dirigió su mano hacia la concha de Mercedes iniciando una caricia. Con la otra acariciaba una y otra de las tetas. Mercedes por su parte la abrazó recorriendo con los dedos de una de sus manos la columna vertebral de Sandra con calculada lentitud. Las veía estremecerse con cada caricia.
No sé si por iniciativa de alguna o por mutua decisión se acostaron, Mercedes abajo y Sandra sobre ella, quedando unidas desde la cara hasta la punta de los pies. Sandra no tardó en empezar a besarla o más bien en recorrer el cuerpo de Mercedes con los labios, deteniéndose por momentos en tal o cual zona; por supuesto que se demoró mucho más en las tetas, hasta que como tramo final del trayecto se concentró en la vagina. Al cabo de unos minutos Mercedes le tomó la cabeza con las manos invitándola a parar; se movió de forma tal de quedar acomodada para un 69. Las dos al mismo tiempo aferraron a la otra por las nalgas y empezaron a darse lengua.
Por mi parte no tenía otra que mirarlas; estaba fascinado por este descubrimiento de Sandra, nunca en nuestra vida común había siquiera sospechado de esta faceta sexual suya y no me disgustaba para nada. La erección que tenía era prueba suficiente de ello, estaba a punto de estallar.
Los gemidos de Mercedes me indicaron que estaba llegando a un orgasmo; esto pareció darle un mayor incentivo a las dos que prosiguieron con mayor intensidad hasta que un par de minutos después fue Sandra quien dio señales de completar el suyo.
Volvieron a girar y quedaron enfrentadas; Sandra acercó su cara a la de Mercedes y comenzó a mordisquearle el lóbulo de la oreja, logrando que Mercedes se estremeciera. En un momento me pareció que le decía algo y Mercedes asintió sonriendo. Volvió a decirle algo y esta vez en voz alta Mercedes le contestó con un largo -Siiiiiii
Ahora fue Mercedes quien se acercó a Sandra y le cuchicheó algo que por supuesto no pude escuchar. Esta vez fue Sandra quien mirándola a los ojos asintió sin palabras.
Se volvieron hacia mí y Sandra me dijo: -No nos olvidamos de vos. ¿Querés venir?
En un instante estaba al costado de la cama quitándome la ropa hasta quedar desnudo. Mercedes se sentó en la cama frente a mí y agarrándome de las nalgas empezó primero a chuparme la pija. Se la introdujo un poco en la boca y con la punta de su lengua empezó a acariciarme la punta del glande; puedo asegurar que era buena en eso. Empezó a mover la cabeza entrando y saliendo y habrá estado en esa tarea unos cuantos minutos.
Se separó para decirme: -La verdad es que está todo muy bien, pero necesito algo más que la lengua de tu mujer o una mamada. ¿Podés hacer algo al respecto?
Y mirando a mi mujer le contesté: -Si Sandra no se opone.
Y ella me respondió: -No sólo no se opone, sino que te propone algo un poquito más interesante.
La observé intrigado esperando la continuación. Sandra me miró divertida y dijo: -¿Te acordás de María Schneider y Marlos Brando en El último tango en París?. Ya vuelvo.
Y levantándose bajó las escaleras. No tardó en regresar y traía el plato del desayuno con el pan de manteca que por efectos de la calefacción había comenzado a ablandarse.
-¿Les parece?- preguntó con una sonrisa conociendo de antemano cual sería la respuesta tanto de Mercedes como la mía.
Mercedes se acostó boca abajo y colocó un almohadón debajo de su estómago levantando el culo.
Sandra le abrió las piernas lo más que pudo y se dedicó con esmero a untarla con manteca; no desaprovechó la ocasión para introducirle un par de dedos en el ano consiguiendo una dilatación necesaria para lo que vendría después.
Mercedes gozaba la situación y la estimulaba diciendo: -Sandra, ahora no sé si prefiero tus dedos o la pija de Pablo. ¿Vos que opinás?
Cuando Sandra consideró que la tarea estaba suficientemente cumplida se volvió hacia mi y tomando una buena porción de manteca se dedicó a lubricar mi pija. Cuando consideró que el trabajo estaba logrado miró a una y otro y dijó: -Ya está.
Mercedes volteó la cabeza y me dijo: -Te estoy esperando Pablo.
Me coloqué sobre ella y Sandra desde un costado le abrió las nalgas para facilitar mi tarea; la manteca cumplió su cometido y favoreció la penetración. Si bien al principio tuve un poco de temor, Mercedes me estimuló y al ver que le entraba con facilidad no tardé en clavársela por completo.
Los gemidos de Mercedes me alentaron a aumentar el ritmo; Sandra mientras tanto maniobró con sus manos hasta colocarlas debajo de Mercedes en clara intención de acariciarle las tetas.
La manteca cumplía a la perfección su trabajo de lubricar su ano y mi verga por lo que mis movimientos eran suaves y continuos.
Mercedes no dejaba de estimularme a continuar: -Sí, así,... seguí Pablo. Seguí por favor.
Estuve un buen rato dándole hasta que eyaculé con un chorro de leche que desbordó su culo y chorreó por sus nalgas. En ese mismo momento Mercedes acabó con unos gemidos que creo que se oyeron en un kilómetro a la redonda.
Me tumbé y a mis lados se acostaron las dos. No había un solo ruido, todo era quietud esa mañana cordobesa.
Pasaron unos minutos y Mercedes comenzó a reírse con unas alegres carcajadas.
Sandra se incorporó un poco y le pregunto: -¿Qué pasa?
Y Mercedes respondió: -Estaba pensando que hoy a la noche vuelve mi hermana Dolores, así que mañana a la mañana se las presento y estoy segura que...
 
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