Vacaciones con mi Madre
Vamos mamá, no te preocupes, el mundo está lleno de hombres. Lucas no ha sido más que un imbécil que no ha sabido valorar lo que tú vales –le dije a mi madre, tratando de animarla.
- Gracias, cariño. Está claro que tengo muy mala suerte con los hombres. Quizá mi destino sea estar sola, y dedicarme en cuerpo y alma al único hombre de mi vida: tú.
- Venga, no digas tonterías. Eres una mujer guapísima e inteligente. Cualquier hombre querría estar a tu lado. Has tenido un poco de mala suerte, sólo eso traté de consolarla, acabando por darle un abrazo, con el que la sentí frágil y vulnerable.
- Gracias, Marco. A veces se me olvida lo fuerte e inteligente que eres –me dijo después de que la hube soltado.
Mi madre… mi madre se llama Pamela. Tiene 52 espléndidos años, un par de tetas firmes y tirando a grandes, un culo rotundo, una sonrisa encantadora y un pelazo negro que parece hecho de seda. Lo que también tiene es muy mala suerte con los hombres. Porque es eso, o es que los ha elegido siempre muy mal.
Conoció a mi padre cuando ambos estudiaban en la universidad. Fue un flechazo, según me ha contado siempre. Se enamoró de él, y probablemente, según pudo saber después por la vía de los hechos, más que él de ella. De aquel flechazo, y de la consiguiente pasión, nací yo: Marco. Me puso el mismo nombre de mi padre. Un estudiante milanés de Ciencias Políticas de intercambio en España que, antes de que yo naciera, ya había desaparecido de nuestras vidas. Nunca le he conocido, ni falta que hace. Y, aun así, mi madre me llamó como a él: eso es amor.
Desde que nací, mi madre ha tenido una prioridad en la vida: yo. Lo demás siempre ha sido secundario, incluidas sus relaciones afectivas y carnales. Claro que ha tenido parejas, a alguna le he llegado a conocer, a otros no. Pero jamás ha logrado rehacer su vida con nadie.
Hacía un tiempo que había conocido a Lucas, un comercial de productos de peluquería al que conoció en el salón de belleza al que mi madre acude regularmente para arreglarse el pelo y hacerse las uñas. Con él ha estado saliendo algunos meses pero, desde hace un par de semanas, no he vuelto a verle por casa, ni a saber de él, por lo que aquella mañana de domingo le pregunté a mi madre por su novio.
- Ya no somos novios. Lo hemos dejado –me dijo.
- ¿Así, sin más? –pregunté, porque realmente pensaba que lo suyo iba en serio.
- Sí, así. Aunque sin más no. Ha vuelto con su exmujer, y me ha dejado a mí –me dijo con lágrimas en los ojos.
- ¡Qué hijo de puta! –no pude reprimirme.
- Estas cosas pasan, hijo. La gente se conoce y se ilusiona, pero el tiempo pasa, los intereses a veces no son tan comunes como parece en un principio, o hay alguien que vuelve y que nos hace cambiar la perspectiva de las cosas –trató de disculparse mi madre.
- Quizá tengas razón. Pero yo tengo una teoría más sencilla: tú te habías enamorado de él, mientras que él encontró en ti una mujer con la que follar mientras arreglaba las cosas con su ex –dije sin pensar.
- Puede que tengas razón. La verdad, es que no sé realmente qué es lo que él ha buscado en mí –respondió mi madre con lágrimas en los ojos, justo antes de que tratase de animarla con aquello de que el mundo está lleno de hombres que sabrán valorarla mucho más y mejor que Lucas.
Terminamos el desayuno en silencio y fue mi madre la que rompió aquel silencio:
- Había reservado un viaje a Tenerife con Lucas –me dijo.
- Vaya. Supongo que podrás anular su parte y al menos aprovechar tú el viaje –le dije.
- No. Lo pagué yo sola. Era una sorpresa. La tonta de tu madre pensó que, con un viaje, se limarían nuestras diferencias. Ya llevábamos un tiempo en el que Lucas y yo estábamos más distantes –me explicó.
- Querrás decir que llevaba un tiempo en el que se estaba tirando de nuevo a su exmujer, y a ti te estaba dando de lado –volvió a salirme la vena de hijo defendiendo a su madre ultrajada.
- No hables así, por favor. Nadie hace las cosas adrede, salen bien o mal, será el destino que no quería que Lucas fuera mi compañero de viaje. Ni en la vida, ni en Tenerife –dijo mi madre riendo de su ocurrencia.
- ¿Y qué vas a hacer con el viaje? –le dije- Deberías aprovechar la reserva y darte unos días de relax. Creo que Tenerife es una isla fantástica –añadí.
- He pensado que nos vayamos juntos: tú y yo –me dijo mi madre-. Compré los billetes de avión con posibilidad de cambiar fechas y titular. Quito a Lucas, te pongo a ti, y arreglado –dijo mi madre más animada.
- No creo que yo sea la mejor compañía para ti en la isla. Deberías ir tú sola, o con alguna amiga. Igual te sale un ligue y lo pasas genial –le dije para quitarle la idea de ir con ella, no porque no me gustara, si no porque sinceramente pensaba que no era yo quién más la podría animar en su situación.
- Quiero que seas tú. Ya te dije antes que eres de verdad el hombre de mi vida. No tengo el cuerpo para ligues, cariño –me respondió, acariciándome la mejilla con su mano suave y tibia, como cuando era pequeño.
- Tú tienes el cuerpo para lo que quieras… será por cuerpo. Tendrías que ver cómo te miran mis amigos, y hasta los comentarios que sé que hacen sobre ti –le dije, arrepintiéndome al instante de haberlo hecho.
- ¿Y qué dicen de mí? –preguntó intrigada.
- Joder, mamá. Dicen burradas, ya sabes cómo somos los tíos jóvenes –traté de salir como pude.
- No, ahora me dices lo que dicen de mí –insistió.
- Dicen que estás buenísima, que les pones muy burros y que te follarían hasta desmayar de gusto. ¿Satisfecha? –solté del tirón.
- Sí. Muy satisfecha –respondió sonriendo de oreja a oreja-. Bueno, y a mi propuesta, ¿qué me dices? ¿nos vamos juntos a Tenerife? ¿o te molesta tener que ir con la vieja de tu madre? –añadió.
- Para nada me molesta. Todo lo contrario. Será un orgullo poder acompañarte, mamá –le dije, acariciándole yo ahora a ella sus manos.
- Pues no se hable más. En una semana nos vamos a Tenerife, así que ya puedes pedirle las vacaciones a tu jefe –respondió y se levantó para retirar los restos del desayuno.
Conseguir que mi jefe me autorizara las vacaciones no fue ningún problema, ya que durante el mes de abril nadie más las quería. Durante la semana, mi madre aprovechó para convencerme de que tenía que comprarme algo de ropa apropiada para la isla, así como reservó, para el día siguiente a nuestra llegada, una excursión a la cumbre del Teide, el volcán situado en el centro de la isla, al que se puede acceder hasta el mismo cráter, situado a más de 3.700 metros de altitud.
Por fin llegó el día de nuestra partida llegó. Embarcamos en nuestro vuelo y nos dispusimos a volar hasta Tenerife, unas 3 horas de viaje. Mi madre se vistió con unos shorts un poco cortos y camiseta, con el pelo recogido en una juvenil coleta. Estaba muy guapa y atractiva, y también lo pensaron así muchos de los hombres con los que nos cruzamos, pues en casi todos ellos pude ver la forma en que la desnudaban con la mirada.
Sentados en el avión, un rato después del despegue, y mientras mi madre tomaba un café y yo un zumo, me preguntó de pronto:
- Y tú, ¿no tienes novia, ni nada que se le parezca?
- No, mamá. No tengo novia ni nada parecido –le respondí.
- Cielo, con la cantidad de chicas que hay por ahí…, alguna tiene que haber que te haga tilín, que te guste –me dijo.
- No tengo ninguna prisa, ni hay ninguna chica que me guste lo suficiente. Y la verdad, cuando salgo con alguna, después de la segunda o tercera cita, me doy cuenta de que no es el tipo de chica que me gusta, que no acaba de llenarme. Para poder salir con alguien, considerándola de verdad mi pareja, tiene que ser de forma que no me suponga ningún esfuerzo, si no todo lo contrario: un placer. Y hasta ahora no ha sucedido así –le expliqué, tratando de salir de aquella conversación que no me gustaba nada, soy muy celoso de mi vida íntima.
- Lo comprendo, y tienes toda la razón. Pero, a veces, tienes que darle una oportunidad a la gente, conocerte poco a poco y, quién sabe, igual así sí llegas a conocer a alguien con quién te merezca la pena estar y compartir cosas –me insistió.
- Lo sé. Pero no me veo. Ninguna chica ha dado… el perfil adecuado –respondí.
- ¿No será que ese perfil del que hablas no es el adecuado, si no muy elevado? –preguntó de nuevo mi madre.
- Mamá, me gustaría conocer a una chica que se parezca a ti: que sea inteligente, guapa, sincera, cariñosa, dulce, tierna, que se preocupe por su gente, que ….
- ¡Para, para! –me dijo mi madre poniéndome una de sus manos sobre mis piernas-. Me estás poniendo por las nubes, y no soy para tanto, aunque ahora sí, esté entre las nubes –dijo riendo.
- ¿Ves a lo que me refiero? Hasta para quejarte de algo, encuentras un punto con el que causar la risa, con el que alegrarme –le expliqué.
- Es que soy tu madre, y tú eres la persona que más quiero y que más me preocupa de este mundo –explicó y me dio un beso dulce y tierno en mi mejilla, que me hizo enmudecer por un buen rato.
Una vez aterrizados en el aeropuerto de Tenerife Norte, nos dirigimos al mostrador de la compañía en la que mi madre había alquilado un vehículo. Tras los trámites necesarios, ella misma condujo hasta el hotel: un espectacular complejo con varios edificios situado en el norte de la isla, en la localidad de Puerto de la Cruz. Una vez registrados en recepción subimos a la habitación. Se trataba de una enorme estancia con vistas al mar, situada en la planta séptima del edificio principal, pero con un problema con el que no habíamos contado: tenía una sola cama. Muy grande, pero una única cama.
- Joder, voy a bajar a recepción para que nos cambien la habitación –le dije a mi madre.
- ¿Te da vergüenza dormir en la misma cama que yo? –me dijo.
- No…, pero no sé. Quizá no sea lo más cómodo para ninguno de los dos –le respondí.
- Te recuerdo, renacuajo, que yo he sido la primera mujer que te ha visto desnudo, la primera que te ha tocado y la que te sacaba la colita, cuando eras pequeño, para que pudieras mear. Así que, no me voy a asustar de nada. Además, que yo sepa, no duermes desnudo –me soltó para disuadirme de que bajara a recepción.
- Vale, tú ganas –le dije para evitar comenzar las vacaciones con un roce entre nosotros.
- Venga, vamos a soltar el equipaje y a bajar al bar de la piscina, que con el madrugón y el viaje, me ha dado sed –dijo mi madre mientras comenzó colocar su ropa en el armario.
Hice lo que mi madre me indicó, y me dispuse a sacar mis cosas de mi equipaje para colocarlas en el armario y en los cajones de mi mesita de noche. Cuando terminamos de hacerlo, mamá se colgó de mi brazo y bajamos al bar de la piscina. Allí pudimos hacernos con una mesa y un par de sillas, en las que nos sentamos para charlar tranquilamente, mientras nos tomábamos unas cervezas y contemplábamos las tonterías que hace todo el mundo cuando nadie les conoce y está de vacaciones.
- Mira aquél tío. Me parece patético –me dijo mi madre señalándome con la barbilla hacia el lugar en el que, un hombre de no menos de 60 años, trataba de hacerse el gracioso con una chica a la que, sin duda, doblaba la edad.
- Bueno, no sabemos, quizá se trate de su hija. He oído que a este hotel vienen muchas parejas formadas por padre e hija y por madre e hijo –le dije guiñándole un ojo.
- Muy gracioso. Pero por la forma en la que el tío le ha acariciado el muslo a la chica, no parece que sea su padre –dijo mi madre, antes de darle un nuevo trago a su cerveza.
- Pues no, no creo que sea el padre. O son una familia muy moderna –añadí yo para rematar.
- También es verdad. Nunca se sabe. El otro día leí un artículo sobre el creciente número de relaciones “incestuosas” que se están dando. Según decían algunos psicólogos, en muchos casos, los fracasos amorosos, el miedo al propio fracaso, junto con la idealización de los padres o de los hijos, hace que este tipo de relación sea más habitual de lo que parece, aunque poca gente alardeé de ello, claro está –explicó mi madre, mirándome muy intensamente a los ojos.
- Interesante teoría –le dije, aguatando su mirada y sintiendo como, a la luz del sol, su pelo y su piel brillaban aún más de lo habitual.
- ¿Puedo pedirte un favor, cariño? –me preguntó, con su voz más melosa.
- Claro, mamá –respondí.
- Llámame Pam, o Pamela, pero no mamá. A toda mujer madura, como yo, nos llena de vanidad el hacer pensar a las demás mujeres que hemos ligado con el más guapo de la fiesta. Y en esta fiesta, el guapo eres tú –me dijo, ruborizándome y posando una de sus manos sobre una de mis piernas.
- Como quieras, Pam –le dije sonriéndole. No me costaba hacerme pasar por su pareja, la verdad es que, a cualquier hombre joven como yo, le resultaría de lo más agradable estar con una mujer como ella: guapa, educada, sonriente y con un cuerpo más propio de una mujer con, al menos, 10 años menos de los suyos.
Tras las cervezas llegó la hora de la comida, y con la comida también hubo vino. Al final, entre el madrugón, las cervezas y el vino, la cabeza se acabó resintiendo, así que le propuse a mi madre subir a la habitación para echarnos la siesta, antes de salir por la zona turística del Puerto de la Cruz.
Mientras que yo me quité el pantalón, para quedarme sólo con el bóxer y la camiseta para echarme un rato en la cama, mi madre se dedicó a probarse algunas de las ropas que se había llevado al viaje. Cuando ya llevaba varias probaturas hechas, se quedó con unos leggins de color azul y camiseta blanca. La verdad es que al verla así, mi polla, aunque adormilada aún por el alcohol, reaccionó. Y cuánto más pensé en que debía controlar mi erección, más notable fue ésta.
- ¿Te gusta cómo me queda? –me preguntó al ver que la estaba mirando.
- Claro que me gusta. Te sienta… de maravilla –le respondí, mientras ella daba una vuelta para que la viera por delante y por detrás.
- Es lo que me voy a poner mañana para la subida al Teide. Esto, junto con un cortavientos. Arriba puede hacer bastante frío y conviene ir preparados. Tú también deberías elegir qué ponerte –añadió.
- ¿Y tiene que ser ahora? –le dije, en tono de protesta.
- Es lo mejor. Lo dejas elegido y así mañana podemos apurar un rato más en la cama, que te conozco y sé que te va a costar madrugar de nuevo. El autobús nos recogerá en la puerta del hotel a las 9:30, y no espera a nadie –me aclaró.
Salí de la cama, tratando de disimular mi erección. Ver a mi madre, embutida en aquellos leggins, me había puesto la polla del tamaño del cuello de un cisne. No me hacía mucha gracia elegir qué me pondría para la excursión al Teide, pero tenía la esperanza de que, con aquello, se me olvidara el culazo de mi madre y el modo en el que se había dibujado su coño en los leggins. Lo de las tetas llenando la camiseta era imposible de olvidar…
Lo primero que me puse fueron unas bermudas, con estampado de camuflaje, que mi madre, horrorizada, me hizo quitar de inmediato.
- Eso no, Marco. Primero porque te sienta fatal, no voy a ir acompañada por un chico que va tan mal vestido, y lo segundo porque debes llevar algo que te abrigue más. Recuerda que arriba hará calor –me explicó.
Bermudas al cajón. Saqué unos leggins, de color gris, que había comprado para una corta época en la que me dio por ir al gimnasio. A todo esto, la erección no disminuía. Seguía viendo a mi madre, sentada en el borde de la cama, a poca distancia de mí, y no podía dejar de mirar, siempre que podía, las formas de sus labios vaginales marcados en su ropa.
Me vestí con los leggins. Eran más ajustados de lo que recordaba, o yo había engordado, todo era posible. El caso es que, si mi madre estaba embutida, yo no lo estuve menos.
- Esto es otra cosa. Te sientan muy bien. Aunque, vas a volver locas a las mujeres con las que te cruces –me dijo.
- No exageres, -le dije medio sonriendo.
- No exagero: el bulto que se marca en tu entrepierna va a provocar más de una erupción, y no precisamente la del volcán –me soltó, mirando descaradamente al tremendo bulto que mi verga dibujaba en los leggins.
Un tanto avergonzado traté de pedirle disculpas.
- No tengo que disculparte nada. Algo habrá habido que ha hecho que tu cuerpo reaccione así. Alguna chica que hayas visto en la piscina, alguna camarera…, no sé. Eso sí que sólo lo sabes tú –me dijo, tras ponerse de pie, utilizando de nuevo su voz más melosa y acariciándome con su mano en mi mejilla.
- Claro, en la piscina había muchas chicas que han llamado mi atención, y ahora me estaba acordando de ellas –traté de disculparme.
- Ya. Pues está muy feo eso que haces. Estás con tu pareja en este viaje, y en vez de fijarte en ella, tu cabeza se pone a pensar en otras…, ¡muy mal, jovencito! –me reprendió, medio en broma, medio en serio, acercándose aún más a mí, hasta presionar con sus buenas tetas en mi brazo
- También… pensaba en ti. Bueno, no es que piense en ti, es que… te veo así y … claro –balbuceé
- ¿Así, cómo? –insistió, colgándose ahora de mi cuello y contoneando sus caderas. ¡Dios, me estaba costando un mundo no abalanzarme sobre ella, pero no era Pam, era mi madre, joder!
- Mamá…. Digo Pam, no deberíamos jugar con fuego –le dije, no tiendo muy claro si realmente yo no quería que jugáramos.
- Cariño, hemos venido a divertirnos, a disfrutar del viaje, de la isla, del hotel y… de la compañía –añadió tras una pequeña pausa.
Lo siguiente que ocurrió hizo que todos mis esquemas, mis modelos de comportamiento y mis expectativas en cuanto al viaje, y a la vida misma, saltaran por los aires: mi madre pegó su boca a la mía, abrió mis labios con su lengua, y la introdujo en busca de mi propia lengua, jugando a una especie de esgrima con ella, lamiendo mi propia boca y succionando mis labios con los suyos, mientras que sus manos no perdieron el tiempo e hicieron una primera exploración de mi cuerpo. Lo primero que encontraron fue mi polla, dura y caliente como el yunque de un herrero.
En ese momento no quise pensar en nada más. La tensión sexual se crea para resolverla, para aliviarla. Y a eso le dedique todos mis esfuerzos: mis manos también recorrieron el cuerpo de mi madre, pasando de sus generosas tetas a su culazo firme y duro. Era admirable que una mujer con 52 años mantuviera la figura tan espectacular y tan firme.
De pronto, en aquella habitación hacía un calor horrible, casi insoportable, que nos obligó a quitarnos la ropa. Mi madre, Pam, me ayudó a hacerlo con mi camiseta. Yo lo hice con la suya. El sujetador apenas podía contener a sus pechos. Hundí mi boca entre ambos, lamiendo y besando la porción de piel que el tejido de la prenda interior me permitía. Pero no tenía suficiente. Hice que Pam girara, para darme la espalda. Me pegué a ella como un mejillón a la cuerda de la batea que lo sustenta. Mi erección se incrustó entre sus nalgas, mientras que mis manos lucharon con el mecanismo de cierre del sujetador, hasta que lo hicieron caer. Sus dos tetas, más grandes de lo que yo imaginaba, quedaron al aire.
Sus dos pezones, oscuros y gruesos, fueron presa fácil de mis dedos, que los acariciaron, los presionaron y tiraron de ellos con fuerza, animado además por sus propias palabras:
- Tira de ellos, cariño. Sin miedo, hazme gemir con tus dedos –me indicó.
Así lo hice: tiré con decisión de sus dos pezones a la vez, haciéndola gemir, mientras ella arqueó su cuerpo, presionando así con su duro culo en mi polla. Era una verdadera gozada sentir su culazo así, restregándose con mi verga, que aún había alcanzado una talla más en su erección.
Ahora fue ella quién se dio la vuelta, y quién me pidió, casi me ordenó, que le mamara las tetas. Por supuesto que lo hice. Metí cada uno de sus gordos pezones en mi boca, uno y otro. Mis labios los lamieron y presionaron, mis labios los besaron antes de morderlos, primero con suavidad, después con fuerza y pasión desatada, mientras que sus manos acariciaron mi polla, todavía por encima de la ropa ajustada, y las mías recorrieron la abertura que los labios de su coño marcaban en sus leggins.
Volvió a gemir, y más intensamente lo hizo cuando, después de varias caricias a lo largo de su rajita, logré colar mi mano bajo su ropa, para volvérsela a acariciar, pero ahora directamente sobre su caliente y mojada piel, libre por completo de vello.
Estábamos frenéticos, a mil. Estábamos poseídos por el deseo y la lujuria. A continuación fue ella quien me ayudó a quitarme la ropa: leggins y bóxer salieron juntos, haciendo que mi verga saltara como un resorte a escasos centímetros de su boca. La misma boca que utilizó para apoderarse de mi polla, para succionarla y lamerla, hasta llevarme a una nueva dimensión del placer.
Mi madre comenzó a lamer mis huevos con suavidad, envolviéndolos con su sabia y húmeda lengua, mientras que con una de sus manos pajeaba mi polla, haciendo que fuese yo el que gemía. Lo hice con ganas, sin ninguna sutileza, al igual que, sin ninguna sutileza, agarré a mi madre por la cabeza y la obligué a tragar toda mi tranca: la metió en su boca, hasta llegar a la garganta, sin ningún problema y, una vez que la tuvo dentro, comenzó un diabólico mete-saca, que por poco no me volvió loco.
De inmediato acabamos tumbados en la cama. Ella no dejaba de lamer, sobar, succionar y mamar mi polla. Yo no dejé de hacer lo necesario para desnudarla por completo. Cuando por fin lo logré, aproveché que estaba inclinada sobre mi sexo, para sobar el suyo. Estaba mojado, caliente y suave. Era imposible no caer en aquella tentación.
- Pam, por favor, vamos a hacer un 69 –le rogué.
- Si es lo que quieres… perfecto –me dijo tras sacarse mi verga de su boca.
Colocó sus piernas alrededor de mi cabeza, haciendo coincidir la suya con mi polla, y volvió a lo que estaba haciendo tan bien. Yo, por mi parte, deslicé mi lengua por su mojado coño, recorriendo sus labios con ella, comenzando en el clítoris y terminando junto a su ano. Su gemido fue estremecedor. Volví a hacerlo y volvió a gemir con la misma intensidad, pero sin dejar de mamar mi verga, es más, lo comenzó a hacer con más intensidad, apretando más sus labios sobre el tronco de mi polla, y masajeando mis huevos con más ganas aún.
El sabor del coño de mi madre era delicioso. Suave, dulzón y algo agrio. Mi lengua no dejaba de llenarse con las babas que los fluidos de su vagina que salían entre sus labios.
Si seguía mamándome así la polla, no tardaría en correrme, y no quería hacerlo, no quería explotar, sin que mi madre también lo hiciera conmigo, por eso pasé a hacer dos cosas: mojé mis dedos en sus fluidos, mezclados con mi saliva, y los llevé a su ano, dónde comencé a presionar y a moverlos en círculos, logrando meterlos en su agujerito trasero sin mucha dificultad, a la vez, mis labios se apoderaron de su clítoris, mordiéndolo y succionándolo cada vez con más intensidad.
Todo ello hizo que mi madre comenzara a moverse y contonearse sobre mi boca, llenándola aún más con sus fluidos, y que su boca subiera y bajara sobre mi polla a mayor velocidad y con más intensidad. No podíamos dejar de gemir ninguno de los dos.
Mi orgasmo acabó llegando. No pude reprimir un largo y sonoro gemido, mientras que Pam hizo que la mayor parte de mi corrida quedara dentro de su boca. Mientras me corría, mi pelvis se movió, como accionada de forma mecánica, haciendo que mi polla se incrustara aún más en su boca, en la boca de mi madre, la misma boca que hasta hacía un rato había hablado conmigo o había besado mis mejillas, ahora había exprimido mi verga olvidando nuestro parentesco.
Pam siguió lamiendo y engullendo mi polla, haciendo que, poco a poco, se fuera relajando tras haber descargado el contenido de mis huevos en su boca. Por mi parte, yo continué follándole el culo con mis dedos, mientras que mi boca siguió succionando y mordiendo su maravilloso clítoris. Su momento llegó: su cuerpo se tensó, su pelvis se pegó aún más a mi boca, presionando y arrastrándose sobre ella, mientras que de su garganta, tras soltar mi polla, un gemido, convertido en bramido, anunció a los cuatro vientos la llegada de un intenso orgasmo que la hizo temblar como una hoja al viento.
Durante unos segundos más continuó moviéndose sobre mí, gimiendo y jadeando, sin poder dejar de temblar.
Una vez pasada la tormenta, se echó a mi lado, besando mi pecho y acariciando mi pelo.
- Van a ser unas vacaciones muy interesantes –me dijo mi madre, con su voz más pícara.
-
Vamos mamá, no te preocupes, el mundo está lleno de hombres. Lucas no ha sido más que un imbécil que no ha sabido valorar lo que tú vales –le dije a mi madre, tratando de animarla.
- Gracias, cariño. Está claro que tengo muy mala suerte con los hombres. Quizá mi destino sea estar sola, y dedicarme en cuerpo y alma al único hombre de mi vida: tú.
- Venga, no digas tonterías. Eres una mujer guapísima e inteligente. Cualquier hombre querría estar a tu lado. Has tenido un poco de mala suerte, sólo eso traté de consolarla, acabando por darle un abrazo, con el que la sentí frágil y vulnerable.
- Gracias, Marco. A veces se me olvida lo fuerte e inteligente que eres –me dijo después de que la hube soltado.
Mi madre… mi madre se llama Pamela. Tiene 52 espléndidos años, un par de tetas firmes y tirando a grandes, un culo rotundo, una sonrisa encantadora y un pelazo negro que parece hecho de seda. Lo que también tiene es muy mala suerte con los hombres. Porque es eso, o es que los ha elegido siempre muy mal.
Conoció a mi padre cuando ambos estudiaban en la universidad. Fue un flechazo, según me ha contado siempre. Se enamoró de él, y probablemente, según pudo saber después por la vía de los hechos, más que él de ella. De aquel flechazo, y de la consiguiente pasión, nací yo: Marco. Me puso el mismo nombre de mi padre. Un estudiante milanés de Ciencias Políticas de intercambio en España que, antes de que yo naciera, ya había desaparecido de nuestras vidas. Nunca le he conocido, ni falta que hace. Y, aun así, mi madre me llamó como a él: eso es amor.
Desde que nací, mi madre ha tenido una prioridad en la vida: yo. Lo demás siempre ha sido secundario, incluidas sus relaciones afectivas y carnales. Claro que ha tenido parejas, a alguna le he llegado a conocer, a otros no. Pero jamás ha logrado rehacer su vida con nadie.
Hacía un tiempo que había conocido a Lucas, un comercial de productos de peluquería al que conoció en el salón de belleza al que mi madre acude regularmente para arreglarse el pelo y hacerse las uñas. Con él ha estado saliendo algunos meses pero, desde hace un par de semanas, no he vuelto a verle por casa, ni a saber de él, por lo que aquella mañana de domingo le pregunté a mi madre por su novio.
- Ya no somos novios. Lo hemos dejado –me dijo.
- ¿Así, sin más? –pregunté, porque realmente pensaba que lo suyo iba en serio.
- Sí, así. Aunque sin más no. Ha vuelto con su exmujer, y me ha dejado a mí –me dijo con lágrimas en los ojos.
- ¡Qué hijo de puta! –no pude reprimirme.
- Estas cosas pasan, hijo. La gente se conoce y se ilusiona, pero el tiempo pasa, los intereses a veces no son tan comunes como parece en un principio, o hay alguien que vuelve y que nos hace cambiar la perspectiva de las cosas –trató de disculparse mi madre.
- Quizá tengas razón. Pero yo tengo una teoría más sencilla: tú te habías enamorado de él, mientras que él encontró en ti una mujer con la que follar mientras arreglaba las cosas con su ex –dije sin pensar.
- Puede que tengas razón. La verdad, es que no sé realmente qué es lo que él ha buscado en mí –respondió mi madre con lágrimas en los ojos, justo antes de que tratase de animarla con aquello de que el mundo está lleno de hombres que sabrán valorarla mucho más y mejor que Lucas.
Terminamos el desayuno en silencio y fue mi madre la que rompió aquel silencio:
- Había reservado un viaje a Tenerife con Lucas –me dijo.
- Vaya. Supongo que podrás anular su parte y al menos aprovechar tú el viaje –le dije.
- No. Lo pagué yo sola. Era una sorpresa. La tonta de tu madre pensó que, con un viaje, se limarían nuestras diferencias. Ya llevábamos un tiempo en el que Lucas y yo estábamos más distantes –me explicó.
- Querrás decir que llevaba un tiempo en el que se estaba tirando de nuevo a su exmujer, y a ti te estaba dando de lado –volvió a salirme la vena de hijo defendiendo a su madre ultrajada.
- No hables así, por favor. Nadie hace las cosas adrede, salen bien o mal, será el destino que no quería que Lucas fuera mi compañero de viaje. Ni en la vida, ni en Tenerife –dijo mi madre riendo de su ocurrencia.
- ¿Y qué vas a hacer con el viaje? –le dije- Deberías aprovechar la reserva y darte unos días de relax. Creo que Tenerife es una isla fantástica –añadí.
- He pensado que nos vayamos juntos: tú y yo –me dijo mi madre-. Compré los billetes de avión con posibilidad de cambiar fechas y titular. Quito a Lucas, te pongo a ti, y arreglado –dijo mi madre más animada.
- No creo que yo sea la mejor compañía para ti en la isla. Deberías ir tú sola, o con alguna amiga. Igual te sale un ligue y lo pasas genial –le dije para quitarle la idea de ir con ella, no porque no me gustara, si no porque sinceramente pensaba que no era yo quién más la podría animar en su situación.
- Quiero que seas tú. Ya te dije antes que eres de verdad el hombre de mi vida. No tengo el cuerpo para ligues, cariño –me respondió, acariciándome la mejilla con su mano suave y tibia, como cuando era pequeño.
- Tú tienes el cuerpo para lo que quieras… será por cuerpo. Tendrías que ver cómo te miran mis amigos, y hasta los comentarios que sé que hacen sobre ti –le dije, arrepintiéndome al instante de haberlo hecho.
- ¿Y qué dicen de mí? –preguntó intrigada.
- Joder, mamá. Dicen burradas, ya sabes cómo somos los tíos jóvenes –traté de salir como pude.
- No, ahora me dices lo que dicen de mí –insistió.
- Dicen que estás buenísima, que les pones muy burros y que te follarían hasta desmayar de gusto. ¿Satisfecha? –solté del tirón.
- Sí. Muy satisfecha –respondió sonriendo de oreja a oreja-. Bueno, y a mi propuesta, ¿qué me dices? ¿nos vamos juntos a Tenerife? ¿o te molesta tener que ir con la vieja de tu madre? –añadió.
- Para nada me molesta. Todo lo contrario. Será un orgullo poder acompañarte, mamá –le dije, acariciándole yo ahora a ella sus manos.
- Pues no se hable más. En una semana nos vamos a Tenerife, así que ya puedes pedirle las vacaciones a tu jefe –respondió y se levantó para retirar los restos del desayuno.
Conseguir que mi jefe me autorizara las vacaciones no fue ningún problema, ya que durante el mes de abril nadie más las quería. Durante la semana, mi madre aprovechó para convencerme de que tenía que comprarme algo de ropa apropiada para la isla, así como reservó, para el día siguiente a nuestra llegada, una excursión a la cumbre del Teide, el volcán situado en el centro de la isla, al que se puede acceder hasta el mismo cráter, situado a más de 3.700 metros de altitud.
Por fin llegó el día de nuestra partida llegó. Embarcamos en nuestro vuelo y nos dispusimos a volar hasta Tenerife, unas 3 horas de viaje. Mi madre se vistió con unos shorts un poco cortos y camiseta, con el pelo recogido en una juvenil coleta. Estaba muy guapa y atractiva, y también lo pensaron así muchos de los hombres con los que nos cruzamos, pues en casi todos ellos pude ver la forma en que la desnudaban con la mirada.
Sentados en el avión, un rato después del despegue, y mientras mi madre tomaba un café y yo un zumo, me preguntó de pronto:
- Y tú, ¿no tienes novia, ni nada que se le parezca?
- No, mamá. No tengo novia ni nada parecido –le respondí.
- Cielo, con la cantidad de chicas que hay por ahí…, alguna tiene que haber que te haga tilín, que te guste –me dijo.
- No tengo ninguna prisa, ni hay ninguna chica que me guste lo suficiente. Y la verdad, cuando salgo con alguna, después de la segunda o tercera cita, me doy cuenta de que no es el tipo de chica que me gusta, que no acaba de llenarme. Para poder salir con alguien, considerándola de verdad mi pareja, tiene que ser de forma que no me suponga ningún esfuerzo, si no todo lo contrario: un placer. Y hasta ahora no ha sucedido así –le expliqué, tratando de salir de aquella conversación que no me gustaba nada, soy muy celoso de mi vida íntima.
- Lo comprendo, y tienes toda la razón. Pero, a veces, tienes que darle una oportunidad a la gente, conocerte poco a poco y, quién sabe, igual así sí llegas a conocer a alguien con quién te merezca la pena estar y compartir cosas –me insistió.
- Lo sé. Pero no me veo. Ninguna chica ha dado… el perfil adecuado –respondí.
- ¿No será que ese perfil del que hablas no es el adecuado, si no muy elevado? –preguntó de nuevo mi madre.
- Mamá, me gustaría conocer a una chica que se parezca a ti: que sea inteligente, guapa, sincera, cariñosa, dulce, tierna, que se preocupe por su gente, que ….
- ¡Para, para! –me dijo mi madre poniéndome una de sus manos sobre mis piernas-. Me estás poniendo por las nubes, y no soy para tanto, aunque ahora sí, esté entre las nubes –dijo riendo.
- ¿Ves a lo que me refiero? Hasta para quejarte de algo, encuentras un punto con el que causar la risa, con el que alegrarme –le expliqué.
- Es que soy tu madre, y tú eres la persona que más quiero y que más me preocupa de este mundo –explicó y me dio un beso dulce y tierno en mi mejilla, que me hizo enmudecer por un buen rato.
Una vez aterrizados en el aeropuerto de Tenerife Norte, nos dirigimos al mostrador de la compañía en la que mi madre había alquilado un vehículo. Tras los trámites necesarios, ella misma condujo hasta el hotel: un espectacular complejo con varios edificios situado en el norte de la isla, en la localidad de Puerto de la Cruz. Una vez registrados en recepción subimos a la habitación. Se trataba de una enorme estancia con vistas al mar, situada en la planta séptima del edificio principal, pero con un problema con el que no habíamos contado: tenía una sola cama. Muy grande, pero una única cama.
- Joder, voy a bajar a recepción para que nos cambien la habitación –le dije a mi madre.
- ¿Te da vergüenza dormir en la misma cama que yo? –me dijo.
- No…, pero no sé. Quizá no sea lo más cómodo para ninguno de los dos –le respondí.
- Te recuerdo, renacuajo, que yo he sido la primera mujer que te ha visto desnudo, la primera que te ha tocado y la que te sacaba la colita, cuando eras pequeño, para que pudieras mear. Así que, no me voy a asustar de nada. Además, que yo sepa, no duermes desnudo –me soltó para disuadirme de que bajara a recepción.
- Vale, tú ganas –le dije para evitar comenzar las vacaciones con un roce entre nosotros.
- Venga, vamos a soltar el equipaje y a bajar al bar de la piscina, que con el madrugón y el viaje, me ha dado sed –dijo mi madre mientras comenzó colocar su ropa en el armario.
Hice lo que mi madre me indicó, y me dispuse a sacar mis cosas de mi equipaje para colocarlas en el armario y en los cajones de mi mesita de noche. Cuando terminamos de hacerlo, mamá se colgó de mi brazo y bajamos al bar de la piscina. Allí pudimos hacernos con una mesa y un par de sillas, en las que nos sentamos para charlar tranquilamente, mientras nos tomábamos unas cervezas y contemplábamos las tonterías que hace todo el mundo cuando nadie les conoce y está de vacaciones.
- Mira aquél tío. Me parece patético –me dijo mi madre señalándome con la barbilla hacia el lugar en el que, un hombre de no menos de 60 años, trataba de hacerse el gracioso con una chica a la que, sin duda, doblaba la edad.
- Bueno, no sabemos, quizá se trate de su hija. He oído que a este hotel vienen muchas parejas formadas por padre e hija y por madre e hijo –le dije guiñándole un ojo.
- Muy gracioso. Pero por la forma en la que el tío le ha acariciado el muslo a la chica, no parece que sea su padre –dijo mi madre, antes de darle un nuevo trago a su cerveza.
- Pues no, no creo que sea el padre. O son una familia muy moderna –añadí yo para rematar.
- También es verdad. Nunca se sabe. El otro día leí un artículo sobre el creciente número de relaciones “incestuosas” que se están dando. Según decían algunos psicólogos, en muchos casos, los fracasos amorosos, el miedo al propio fracaso, junto con la idealización de los padres o de los hijos, hace que este tipo de relación sea más habitual de lo que parece, aunque poca gente alardeé de ello, claro está –explicó mi madre, mirándome muy intensamente a los ojos.
- Interesante teoría –le dije, aguatando su mirada y sintiendo como, a la luz del sol, su pelo y su piel brillaban aún más de lo habitual.
- ¿Puedo pedirte un favor, cariño? –me preguntó, con su voz más melosa.
- Claro, mamá –respondí.
- Llámame Pam, o Pamela, pero no mamá. A toda mujer madura, como yo, nos llena de vanidad el hacer pensar a las demás mujeres que hemos ligado con el más guapo de la fiesta. Y en esta fiesta, el guapo eres tú –me dijo, ruborizándome y posando una de sus manos sobre una de mis piernas.
- Como quieras, Pam –le dije sonriéndole. No me costaba hacerme pasar por su pareja, la verdad es que, a cualquier hombre joven como yo, le resultaría de lo más agradable estar con una mujer como ella: guapa, educada, sonriente y con un cuerpo más propio de una mujer con, al menos, 10 años menos de los suyos.
Tras las cervezas llegó la hora de la comida, y con la comida también hubo vino. Al final, entre el madrugón, las cervezas y el vino, la cabeza se acabó resintiendo, así que le propuse a mi madre subir a la habitación para echarnos la siesta, antes de salir por la zona turística del Puerto de la Cruz.
Mientras que yo me quité el pantalón, para quedarme sólo con el bóxer y la camiseta para echarme un rato en la cama, mi madre se dedicó a probarse algunas de las ropas que se había llevado al viaje. Cuando ya llevaba varias probaturas hechas, se quedó con unos leggins de color azul y camiseta blanca. La verdad es que al verla así, mi polla, aunque adormilada aún por el alcohol, reaccionó. Y cuánto más pensé en que debía controlar mi erección, más notable fue ésta.
- ¿Te gusta cómo me queda? –me preguntó al ver que la estaba mirando.
- Claro que me gusta. Te sienta… de maravilla –le respondí, mientras ella daba una vuelta para que la viera por delante y por detrás.
- Es lo que me voy a poner mañana para la subida al Teide. Esto, junto con un cortavientos. Arriba puede hacer bastante frío y conviene ir preparados. Tú también deberías elegir qué ponerte –añadió.
- ¿Y tiene que ser ahora? –le dije, en tono de protesta.
- Es lo mejor. Lo dejas elegido y así mañana podemos apurar un rato más en la cama, que te conozco y sé que te va a costar madrugar de nuevo. El autobús nos recogerá en la puerta del hotel a las 9:30, y no espera a nadie –me aclaró.
Salí de la cama, tratando de disimular mi erección. Ver a mi madre, embutida en aquellos leggins, me había puesto la polla del tamaño del cuello de un cisne. No me hacía mucha gracia elegir qué me pondría para la excursión al Teide, pero tenía la esperanza de que, con aquello, se me olvidara el culazo de mi madre y el modo en el que se había dibujado su coño en los leggins. Lo de las tetas llenando la camiseta era imposible de olvidar…
Lo primero que me puse fueron unas bermudas, con estampado de camuflaje, que mi madre, horrorizada, me hizo quitar de inmediato.
- Eso no, Marco. Primero porque te sienta fatal, no voy a ir acompañada por un chico que va tan mal vestido, y lo segundo porque debes llevar algo que te abrigue más. Recuerda que arriba hará calor –me explicó.
Bermudas al cajón. Saqué unos leggins, de color gris, que había comprado para una corta época en la que me dio por ir al gimnasio. A todo esto, la erección no disminuía. Seguía viendo a mi madre, sentada en el borde de la cama, a poca distancia de mí, y no podía dejar de mirar, siempre que podía, las formas de sus labios vaginales marcados en su ropa.
Me vestí con los leggins. Eran más ajustados de lo que recordaba, o yo había engordado, todo era posible. El caso es que, si mi madre estaba embutida, yo no lo estuve menos.
- Esto es otra cosa. Te sientan muy bien. Aunque, vas a volver locas a las mujeres con las que te cruces –me dijo.
- No exageres, -le dije medio sonriendo.
- No exagero: el bulto que se marca en tu entrepierna va a provocar más de una erupción, y no precisamente la del volcán –me soltó, mirando descaradamente al tremendo bulto que mi verga dibujaba en los leggins.
Un tanto avergonzado traté de pedirle disculpas.
- No tengo que disculparte nada. Algo habrá habido que ha hecho que tu cuerpo reaccione así. Alguna chica que hayas visto en la piscina, alguna camarera…, no sé. Eso sí que sólo lo sabes tú –me dijo, tras ponerse de pie, utilizando de nuevo su voz más melosa y acariciándome con su mano en mi mejilla.
- Claro, en la piscina había muchas chicas que han llamado mi atención, y ahora me estaba acordando de ellas –traté de disculparme.
- Ya. Pues está muy feo eso que haces. Estás con tu pareja en este viaje, y en vez de fijarte en ella, tu cabeza se pone a pensar en otras…, ¡muy mal, jovencito! –me reprendió, medio en broma, medio en serio, acercándose aún más a mí, hasta presionar con sus buenas tetas en mi brazo
- También… pensaba en ti. Bueno, no es que piense en ti, es que… te veo así y … claro –balbuceé
- ¿Así, cómo? –insistió, colgándose ahora de mi cuello y contoneando sus caderas. ¡Dios, me estaba costando un mundo no abalanzarme sobre ella, pero no era Pam, era mi madre, joder!
- Mamá…. Digo Pam, no deberíamos jugar con fuego –le dije, no tiendo muy claro si realmente yo no quería que jugáramos.
- Cariño, hemos venido a divertirnos, a disfrutar del viaje, de la isla, del hotel y… de la compañía –añadió tras una pequeña pausa.
Lo siguiente que ocurrió hizo que todos mis esquemas, mis modelos de comportamiento y mis expectativas en cuanto al viaje, y a la vida misma, saltaran por los aires: mi madre pegó su boca a la mía, abrió mis labios con su lengua, y la introdujo en busca de mi propia lengua, jugando a una especie de esgrima con ella, lamiendo mi propia boca y succionando mis labios con los suyos, mientras que sus manos no perdieron el tiempo e hicieron una primera exploración de mi cuerpo. Lo primero que encontraron fue mi polla, dura y caliente como el yunque de un herrero.
En ese momento no quise pensar en nada más. La tensión sexual se crea para resolverla, para aliviarla. Y a eso le dedique todos mis esfuerzos: mis manos también recorrieron el cuerpo de mi madre, pasando de sus generosas tetas a su culazo firme y duro. Era admirable que una mujer con 52 años mantuviera la figura tan espectacular y tan firme.
De pronto, en aquella habitación hacía un calor horrible, casi insoportable, que nos obligó a quitarnos la ropa. Mi madre, Pam, me ayudó a hacerlo con mi camiseta. Yo lo hice con la suya. El sujetador apenas podía contener a sus pechos. Hundí mi boca entre ambos, lamiendo y besando la porción de piel que el tejido de la prenda interior me permitía. Pero no tenía suficiente. Hice que Pam girara, para darme la espalda. Me pegué a ella como un mejillón a la cuerda de la batea que lo sustenta. Mi erección se incrustó entre sus nalgas, mientras que mis manos lucharon con el mecanismo de cierre del sujetador, hasta que lo hicieron caer. Sus dos tetas, más grandes de lo que yo imaginaba, quedaron al aire.
Sus dos pezones, oscuros y gruesos, fueron presa fácil de mis dedos, que los acariciaron, los presionaron y tiraron de ellos con fuerza, animado además por sus propias palabras:
- Tira de ellos, cariño. Sin miedo, hazme gemir con tus dedos –me indicó.
Así lo hice: tiré con decisión de sus dos pezones a la vez, haciéndola gemir, mientras ella arqueó su cuerpo, presionando así con su duro culo en mi polla. Era una verdadera gozada sentir su culazo así, restregándose con mi verga, que aún había alcanzado una talla más en su erección.
Ahora fue ella quién se dio la vuelta, y quién me pidió, casi me ordenó, que le mamara las tetas. Por supuesto que lo hice. Metí cada uno de sus gordos pezones en mi boca, uno y otro. Mis labios los lamieron y presionaron, mis labios los besaron antes de morderlos, primero con suavidad, después con fuerza y pasión desatada, mientras que sus manos acariciaron mi polla, todavía por encima de la ropa ajustada, y las mías recorrieron la abertura que los labios de su coño marcaban en sus leggins.
Volvió a gemir, y más intensamente lo hizo cuando, después de varias caricias a lo largo de su rajita, logré colar mi mano bajo su ropa, para volvérsela a acariciar, pero ahora directamente sobre su caliente y mojada piel, libre por completo de vello.
Estábamos frenéticos, a mil. Estábamos poseídos por el deseo y la lujuria. A continuación fue ella quien me ayudó a quitarme la ropa: leggins y bóxer salieron juntos, haciendo que mi verga saltara como un resorte a escasos centímetros de su boca. La misma boca que utilizó para apoderarse de mi polla, para succionarla y lamerla, hasta llevarme a una nueva dimensión del placer.
Mi madre comenzó a lamer mis huevos con suavidad, envolviéndolos con su sabia y húmeda lengua, mientras que con una de sus manos pajeaba mi polla, haciendo que fuese yo el que gemía. Lo hice con ganas, sin ninguna sutileza, al igual que, sin ninguna sutileza, agarré a mi madre por la cabeza y la obligué a tragar toda mi tranca: la metió en su boca, hasta llegar a la garganta, sin ningún problema y, una vez que la tuvo dentro, comenzó un diabólico mete-saca, que por poco no me volvió loco.
De inmediato acabamos tumbados en la cama. Ella no dejaba de lamer, sobar, succionar y mamar mi polla. Yo no dejé de hacer lo necesario para desnudarla por completo. Cuando por fin lo logré, aproveché que estaba inclinada sobre mi sexo, para sobar el suyo. Estaba mojado, caliente y suave. Era imposible no caer en aquella tentación.
- Pam, por favor, vamos a hacer un 69 –le rogué.
- Si es lo que quieres… perfecto –me dijo tras sacarse mi verga de su boca.
Colocó sus piernas alrededor de mi cabeza, haciendo coincidir la suya con mi polla, y volvió a lo que estaba haciendo tan bien. Yo, por mi parte, deslicé mi lengua por su mojado coño, recorriendo sus labios con ella, comenzando en el clítoris y terminando junto a su ano. Su gemido fue estremecedor. Volví a hacerlo y volvió a gemir con la misma intensidad, pero sin dejar de mamar mi verga, es más, lo comenzó a hacer con más intensidad, apretando más sus labios sobre el tronco de mi polla, y masajeando mis huevos con más ganas aún.
El sabor del coño de mi madre era delicioso. Suave, dulzón y algo agrio. Mi lengua no dejaba de llenarse con las babas que los fluidos de su vagina que salían entre sus labios.
Si seguía mamándome así la polla, no tardaría en correrme, y no quería hacerlo, no quería explotar, sin que mi madre también lo hiciera conmigo, por eso pasé a hacer dos cosas: mojé mis dedos en sus fluidos, mezclados con mi saliva, y los llevé a su ano, dónde comencé a presionar y a moverlos en círculos, logrando meterlos en su agujerito trasero sin mucha dificultad, a la vez, mis labios se apoderaron de su clítoris, mordiéndolo y succionándolo cada vez con más intensidad.
Todo ello hizo que mi madre comenzara a moverse y contonearse sobre mi boca, llenándola aún más con sus fluidos, y que su boca subiera y bajara sobre mi polla a mayor velocidad y con más intensidad. No podíamos dejar de gemir ninguno de los dos.
Mi orgasmo acabó llegando. No pude reprimir un largo y sonoro gemido, mientras que Pam hizo que la mayor parte de mi corrida quedara dentro de su boca. Mientras me corría, mi pelvis se movió, como accionada de forma mecánica, haciendo que mi polla se incrustara aún más en su boca, en la boca de mi madre, la misma boca que hasta hacía un rato había hablado conmigo o había besado mis mejillas, ahora había exprimido mi verga olvidando nuestro parentesco.
Pam siguió lamiendo y engullendo mi polla, haciendo que, poco a poco, se fuera relajando tras haber descargado el contenido de mis huevos en su boca. Por mi parte, yo continué follándole el culo con mis dedos, mientras que mi boca siguió succionando y mordiendo su maravilloso clítoris. Su momento llegó: su cuerpo se tensó, su pelvis se pegó aún más a mi boca, presionando y arrastrándose sobre ella, mientras que de su garganta, tras soltar mi polla, un gemido, convertido en bramido, anunció a los cuatro vientos la llegada de un intenso orgasmo que la hizo temblar como una hoja al viento.
Durante unos segundos más continuó moviéndose sobre mí, gimiendo y jadeando, sin poder dejar de temblar.
Una vez pasada la tormenta, se echó a mi lado, besando mi pecho y acariciando mi pelo.
- Van a ser unas vacaciones muy interesantes –me dijo mi madre, con su voz más pícara.
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