Vacaciones con mi Madre

heranlu

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Vacaciones con mi Madre


Vamos mamá, no te preocupes, el mundo está lleno de hombres. Lucas no ha sido más que un imbécil que no ha sabido valorar lo que tú vales –le dije a mi madre, tratando de animarla.

- Gracias, cariño. Está claro que tengo muy mala suerte con los hombres. Quizá mi destino sea estar sola, y dedicarme en cuerpo y alma al único hombre de mi vida: tú.

- Venga, no digas tonterías. Eres una mujer guapísima e inteligente. Cualquier hombre querría estar a tu lado. Has tenido un poco de mala suerte, sólo eso traté de consolarla, acabando por darle un abrazo, con el que la sentí frágil y vulnerable.

- Gracias, Marco. A veces se me olvida lo fuerte e inteligente que eres –me dijo después de que la hube soltado.

Mi madre… mi madre se llama Pamela. Tiene 52 espléndidos años, un par de tetas firmes y tirando a grandes, un culo rotundo, una sonrisa encantadora y un pelazo negro que parece hecho de seda. Lo que también tiene es muy mala suerte con los hombres. Porque es eso, o es que los ha elegido siempre muy mal.

Conoció a mi padre cuando ambos estudiaban en la universidad. Fue un flechazo, según me ha contado siempre. Se enamoró de él, y probablemente, según pudo saber después por la vía de los hechos, más que él de ella. De aquel flechazo, y de la consiguiente pasión, nací yo: Marco. Me puso el mismo nombre de mi padre. Un estudiante milanés de Ciencias Políticas de intercambio en España que, antes de que yo naciera, ya había desaparecido de nuestras vidas. Nunca le he conocido, ni falta que hace. Y, aun así, mi madre me llamó como a él: eso es amor.

Desde que nací, mi madre ha tenido una prioridad en la vida: yo. Lo demás siempre ha sido secundario, incluidas sus relaciones afectivas y carnales. Claro que ha tenido parejas, a alguna le he llegado a conocer, a otros no. Pero jamás ha logrado rehacer su vida con nadie.

Hacía un tiempo que había conocido a Lucas, un comercial de productos de peluquería al que conoció en el salón de belleza al que mi madre acude regularmente para arreglarse el pelo y hacerse las uñas. Con él ha estado saliendo algunos meses pero, desde hace un par de semanas, no he vuelto a verle por casa, ni a saber de él, por lo que aquella mañana de domingo le pregunté a mi madre por su novio.

- Ya no somos novios. Lo hemos dejado –me dijo.

- ¿Así, sin más? –pregunté, porque realmente pensaba que lo suyo iba en serio.

- Sí, así. Aunque sin más no. Ha vuelto con su exmujer, y me ha dejado a mí –me dijo con lágrimas en los ojos.

- ¡Qué hijo de puta! –no pude reprimirme.

- Estas cosas pasan, hijo. La gente se conoce y se ilusiona, pero el tiempo pasa, los intereses a veces no son tan comunes como parece en un principio, o hay alguien que vuelve y que nos hace cambiar la perspectiva de las cosas –trató de disculparse mi madre.

- Quizá tengas razón. Pero yo tengo una teoría más sencilla: tú te habías enamorado de él, mientras que él encontró en ti una mujer con la que follar mientras arreglaba las cosas con su ex –dije sin pensar.

- Puede que tengas razón. La verdad, es que no sé realmente qué es lo que él ha buscado en mí –respondió mi madre con lágrimas en los ojos, justo antes de que tratase de animarla con aquello de que el mundo está lleno de hombres que sabrán valorarla mucho más y mejor que Lucas.

Terminamos el desayuno en silencio y fue mi madre la que rompió aquel silencio:

- Había reservado un viaje a Tenerife con Lucas –me dijo.

- Vaya. Supongo que podrás anular su parte y al menos aprovechar tú el viaje –le dije.

- No. Lo pagué yo sola. Era una sorpresa. La tonta de tu madre pensó que, con un viaje, se limarían nuestras diferencias. Ya llevábamos un tiempo en el que Lucas y yo estábamos más distantes –me explicó.

- Querrás decir que llevaba un tiempo en el que se estaba tirando de nuevo a su exmujer, y a ti te estaba dando de lado –volvió a salirme la vena de hijo defendiendo a su madre ultrajada.

- No hables así, por favor. Nadie hace las cosas adrede, salen bien o mal, será el destino que no quería que Lucas fuera mi compañero de viaje. Ni en la vida, ni en Tenerife –dijo mi madre riendo de su ocurrencia.

- ¿Y qué vas a hacer con el viaje? –le dije- Deberías aprovechar la reserva y darte unos días de relax. Creo que Tenerife es una isla fantástica –añadí.

- He pensado que nos vayamos juntos: tú y yo –me dijo mi madre-. Compré los billetes de avión con posibilidad de cambiar fechas y titular. Quito a Lucas, te pongo a ti, y arreglado –dijo mi madre más animada.

- No creo que yo sea la mejor compañía para ti en la isla. Deberías ir tú sola, o con alguna amiga. Igual te sale un ligue y lo pasas genial –le dije para quitarle la idea de ir con ella, no porque no me gustara, si no porque sinceramente pensaba que no era yo quién más la podría animar en su situación.

- Quiero que seas tú. Ya te dije antes que eres de verdad el hombre de mi vida. No tengo el cuerpo para ligues, cariño –me respondió, acariciándome la mejilla con su mano suave y tibia, como cuando era pequeño.

- Tú tienes el cuerpo para lo que quieras… será por cuerpo. Tendrías que ver cómo te miran mis amigos, y hasta los comentarios que sé que hacen sobre ti –le dije, arrepintiéndome al instante de haberlo hecho.

- ¿Y qué dicen de mí? –preguntó intrigada.

- Joder, mamá. Dicen burradas, ya sabes cómo somos los tíos jóvenes –traté de salir como pude.

- No, ahora me dices lo que dicen de mí –insistió.

- Dicen que estás buenísima, que les pones muy burros y que te follarían hasta desmayar de gusto. ¿Satisfecha? –solté del tirón.

- Sí. Muy satisfecha –respondió sonriendo de oreja a oreja-. Bueno, y a mi propuesta, ¿qué me dices? ¿nos vamos juntos a Tenerife? ¿o te molesta tener que ir con la vieja de tu madre? –añadió.

- Para nada me molesta. Todo lo contrario. Será un orgullo poder acompañarte, mamá –le dije, acariciándole yo ahora a ella sus manos.

- Pues no se hable más. En una semana nos vamos a Tenerife, así que ya puedes pedirle las vacaciones a tu jefe –respondió y se levantó para retirar los restos del desayuno.

Conseguir que mi jefe me autorizara las vacaciones no fue ningún problema, ya que durante el mes de abril nadie más las quería. Durante la semana, mi madre aprovechó para convencerme de que tenía que comprarme algo de ropa apropiada para la isla, así como reservó, para el día siguiente a nuestra llegada, una excursión a la cumbre del Teide, el volcán situado en el centro de la isla, al que se puede acceder hasta el mismo cráter, situado a más de 3.700 metros de altitud.

Por fin llegó el día de nuestra partida llegó. Embarcamos en nuestro vuelo y nos dispusimos a volar hasta Tenerife, unas 3 horas de viaje. Mi madre se vistió con unos shorts un poco cortos y camiseta, con el pelo recogido en una juvenil coleta. Estaba muy guapa y atractiva, y también lo pensaron así muchos de los hombres con los que nos cruzamos, pues en casi todos ellos pude ver la forma en que la desnudaban con la mirada.

Sentados en el avión, un rato después del despegue, y mientras mi madre tomaba un café y yo un zumo, me preguntó de pronto:

- Y tú, ¿no tienes novia, ni nada que se le parezca?

- No, mamá. No tengo novia ni nada parecido –le respondí.

- Cielo, con la cantidad de chicas que hay por ahí…, alguna tiene que haber que te haga tilín, que te guste –me dijo.

- No tengo ninguna prisa, ni hay ninguna chica que me guste lo suficiente. Y la verdad, cuando salgo con alguna, después de la segunda o tercera cita, me doy cuenta de que no es el tipo de chica que me gusta, que no acaba de llenarme. Para poder salir con alguien, considerándola de verdad mi pareja, tiene que ser de forma que no me suponga ningún esfuerzo, si no todo lo contrario: un placer. Y hasta ahora no ha sucedido así –le expliqué, tratando de salir de aquella conversación que no me gustaba nada, soy muy celoso de mi vida íntima.

- Lo comprendo, y tienes toda la razón. Pero, a veces, tienes que darle una oportunidad a la gente, conocerte poco a poco y, quién sabe, igual así sí llegas a conocer a alguien con quién te merezca la pena estar y compartir cosas –me insistió.

- Lo sé. Pero no me veo. Ninguna chica ha dado… el perfil adecuado –respondí.

- ¿No será que ese perfil del que hablas no es el adecuado, si no muy elevado? –preguntó de nuevo mi madre.

- Mamá, me gustaría conocer a una chica que se parezca a ti: que sea inteligente, guapa, sincera, cariñosa, dulce, tierna, que se preocupe por su gente, que ….

- ¡Para, para! –me dijo mi madre poniéndome una de sus manos sobre mis piernas-. Me estás poniendo por las nubes, y no soy para tanto, aunque ahora sí, esté entre las nubes –dijo riendo.

- ¿Ves a lo que me refiero? Hasta para quejarte de algo, encuentras un punto con el que causar la risa, con el que alegrarme –le expliqué.

- Es que soy tu madre, y tú eres la persona que más quiero y que más me preocupa de este mundo –explicó y me dio un beso dulce y tierno en mi mejilla, que me hizo enmudecer por un buen rato.

Una vez aterrizados en el aeropuerto de Tenerife Norte, nos dirigimos al mostrador de la compañía en la que mi madre había alquilado un vehículo. Tras los trámites necesarios, ella misma condujo hasta el hotel: un espectacular complejo con varios edificios situado en el norte de la isla, en la localidad de Puerto de la Cruz. Una vez registrados en recepción subimos a la habitación. Se trataba de una enorme estancia con vistas al mar, situada en la planta séptima del edificio principal, pero con un problema con el que no habíamos contado: tenía una sola cama. Muy grande, pero una única cama.

- Joder, voy a bajar a recepción para que nos cambien la habitación –le dije a mi madre.

- ¿Te da vergüenza dormir en la misma cama que yo? –me dijo.

- No…, pero no sé. Quizá no sea lo más cómodo para ninguno de los dos –le respondí.

- Te recuerdo, renacuajo, que yo he sido la primera mujer que te ha visto desnudo, la primera que te ha tocado y la que te sacaba la colita, cuando eras pequeño, para que pudieras mear. Así que, no me voy a asustar de nada. Además, que yo sepa, no duermes desnudo –me soltó para disuadirme de que bajara a recepción.

- Vale, tú ganas –le dije para evitar comenzar las vacaciones con un roce entre nosotros.

- Venga, vamos a soltar el equipaje y a bajar al bar de la piscina, que con el madrugón y el viaje, me ha dado sed –dijo mi madre mientras comenzó colocar su ropa en el armario.

Hice lo que mi madre me indicó, y me dispuse a sacar mis cosas de mi equipaje para colocarlas en el armario y en los cajones de mi mesita de noche. Cuando terminamos de hacerlo, mamá se colgó de mi brazo y bajamos al bar de la piscina. Allí pudimos hacernos con una mesa y un par de sillas, en las que nos sentamos para charlar tranquilamente, mientras nos tomábamos unas cervezas y contemplábamos las tonterías que hace todo el mundo cuando nadie les conoce y está de vacaciones.

- Mira aquél tío. Me parece patético –me dijo mi madre señalándome con la barbilla hacia el lugar en el que, un hombre de no menos de 60 años, trataba de hacerse el gracioso con una chica a la que, sin duda, doblaba la edad.

- Bueno, no sabemos, quizá se trate de su hija. He oído que a este hotel vienen muchas parejas formadas por padre e hija y por madre e hijo –le dije guiñándole un ojo.

- Muy gracioso. Pero por la forma en la que el tío le ha acariciado el muslo a la chica, no parece que sea su padre –dijo mi madre, antes de darle un nuevo trago a su cerveza.

- Pues no, no creo que sea el padre. O son una familia muy moderna –añadí yo para rematar.

- También es verdad. Nunca se sabe. El otro día leí un artículo sobre el creciente número de relaciones “incestuosas” que se están dando. Según decían algunos psicólogos, en muchos casos, los fracasos amorosos, el miedo al propio fracaso, junto con la idealización de los padres o de los hijos, hace que este tipo de relación sea más habitual de lo que parece, aunque poca gente alardeé de ello, claro está –explicó mi madre, mirándome muy intensamente a los ojos.

- Interesante teoría –le dije, aguatando su mirada y sintiendo como, a la luz del sol, su pelo y su piel brillaban aún más de lo habitual.

- ¿Puedo pedirte un favor, cariño? –me preguntó, con su voz más melosa.

- Claro, mamá –respondí.

- Llámame Pam, o Pamela, pero no mamá. A toda mujer madura, como yo, nos llena de vanidad el hacer pensar a las demás mujeres que hemos ligado con el más guapo de la fiesta. Y en esta fiesta, el guapo eres tú –me dijo, ruborizándome y posando una de sus manos sobre una de mis piernas.

- Como quieras, Pam –le dije sonriéndole. No me costaba hacerme pasar por su pareja, la verdad es que, a cualquier hombre joven como yo, le resultaría de lo más agradable estar con una mujer como ella: guapa, educada, sonriente y con un cuerpo más propio de una mujer con, al menos, 10 años menos de los suyos.

Tras las cervezas llegó la hora de la comida, y con la comida también hubo vino. Al final, entre el madrugón, las cervezas y el vino, la cabeza se acabó resintiendo, así que le propuse a mi madre subir a la habitación para echarnos la siesta, antes de salir por la zona turística del Puerto de la Cruz.

Mientras que yo me quité el pantalón, para quedarme sólo con el bóxer y la camiseta para echarme un rato en la cama, mi madre se dedicó a probarse algunas de las ropas que se había llevado al viaje. Cuando ya llevaba varias probaturas hechas, se quedó con unos leggins de color azul y camiseta blanca. La verdad es que al verla así, mi polla, aunque adormilada aún por el alcohol, reaccionó. Y cuánto más pensé en que debía controlar mi erección, más notable fue ésta.

- ¿Te gusta cómo me queda? –me preguntó al ver que la estaba mirando.

- Claro que me gusta. Te sienta… de maravilla –le respondí, mientras ella daba una vuelta para que la viera por delante y por detrás.

- Es lo que me voy a poner mañana para la subida al Teide. Esto, junto con un cortavientos. Arriba puede hacer bastante frío y conviene ir preparados. Tú también deberías elegir qué ponerte –añadió.

- ¿Y tiene que ser ahora? –le dije, en tono de protesta.

- Es lo mejor. Lo dejas elegido y así mañana podemos apurar un rato más en la cama, que te conozco y sé que te va a costar madrugar de nuevo. El autobús nos recogerá en la puerta del hotel a las 9:30, y no espera a nadie –me aclaró.

Salí de la cama, tratando de disimular mi erección. Ver a mi madre, embutida en aquellos leggins, me había puesto la polla del tamaño del cuello de un cisne. No me hacía mucha gracia elegir qué me pondría para la excursión al Teide, pero tenía la esperanza de que, con aquello, se me olvidara el culazo de mi madre y el modo en el que se había dibujado su coño en los leggins. Lo de las tetas llenando la camiseta era imposible de olvidar…

Lo primero que me puse fueron unas bermudas, con estampado de camuflaje, que mi madre, horrorizada, me hizo quitar de inmediato.

- Eso no, Marco. Primero porque te sienta fatal, no voy a ir acompañada por un chico que va tan mal vestido, y lo segundo porque debes llevar algo que te abrigue más. Recuerda que arriba hará calor –me explicó.

Bermudas al cajón. Saqué unos leggins, de color gris, que había comprado para una corta época en la que me dio por ir al gimnasio. A todo esto, la erección no disminuía. Seguía viendo a mi madre, sentada en el borde de la cama, a poca distancia de mí, y no podía dejar de mirar, siempre que podía, las formas de sus labios vaginales marcados en su ropa.

Me vestí con los leggins. Eran más ajustados de lo que recordaba, o yo había engordado, todo era posible. El caso es que, si mi madre estaba embutida, yo no lo estuve menos.

- Esto es otra cosa. Te sientan muy bien. Aunque, vas a volver locas a las mujeres con las que te cruces –me dijo.

- No exageres, -le dije medio sonriendo.

- No exagero: el bulto que se marca en tu entrepierna va a provocar más de una erupción, y no precisamente la del volcán –me soltó, mirando descaradamente al tremendo bulto que mi verga dibujaba en los leggins.

Un tanto avergonzado traté de pedirle disculpas.

- No tengo que disculparte nada. Algo habrá habido que ha hecho que tu cuerpo reaccione así. Alguna chica que hayas visto en la piscina, alguna camarera…, no sé. Eso sí que sólo lo sabes tú –me dijo, tras ponerse de pie, utilizando de nuevo su voz más melosa y acariciándome con su mano en mi mejilla.

- Claro, en la piscina había muchas chicas que han llamado mi atención, y ahora me estaba acordando de ellas –traté de disculparme.

- Ya. Pues está muy feo eso que haces. Estás con tu pareja en este viaje, y en vez de fijarte en ella, tu cabeza se pone a pensar en otras…, ¡muy mal, jovencito! –me reprendió, medio en broma, medio en serio, acercándose aún más a mí, hasta presionar con sus buenas tetas en mi brazo

- También… pensaba en ti. Bueno, no es que piense en ti, es que… te veo así y … claro –balbuceé

- ¿Así, cómo? –insistió, colgándose ahora de mi cuello y contoneando sus caderas. ¡Dios, me estaba costando un mundo no abalanzarme sobre ella, pero no era Pam, era mi madre, joder!

- Mamá…. Digo Pam, no deberíamos jugar con fuego –le dije, no tiendo muy claro si realmente yo no quería que jugáramos.

- Cariño, hemos venido a divertirnos, a disfrutar del viaje, de la isla, del hotel y… de la compañía –añadió tras una pequeña pausa.

Lo siguiente que ocurrió hizo que todos mis esquemas, mis modelos de comportamiento y mis expectativas en cuanto al viaje, y a la vida misma, saltaran por los aires: mi madre pegó su boca a la mía, abrió mis labios con su lengua, y la introdujo en busca de mi propia lengua, jugando a una especie de esgrima con ella, lamiendo mi propia boca y succionando mis labios con los suyos, mientras que sus manos no perdieron el tiempo e hicieron una primera exploración de mi cuerpo. Lo primero que encontraron fue mi polla, dura y caliente como el yunque de un herrero.

En ese momento no quise pensar en nada más. La tensión sexual se crea para resolverla, para aliviarla. Y a eso le dedique todos mis esfuerzos: mis manos también recorrieron el cuerpo de mi madre, pasando de sus generosas tetas a su culazo firme y duro. Era admirable que una mujer con 52 años mantuviera la figura tan espectacular y tan firme.

De pronto, en aquella habitación hacía un calor horrible, casi insoportable, que nos obligó a quitarnos la ropa. Mi madre, Pam, me ayudó a hacerlo con mi camiseta. Yo lo hice con la suya. El sujetador apenas podía contener a sus pechos. Hundí mi boca entre ambos, lamiendo y besando la porción de piel que el tejido de la prenda interior me permitía. Pero no tenía suficiente. Hice que Pam girara, para darme la espalda. Me pegué a ella como un mejillón a la cuerda de la batea que lo sustenta. Mi erección se incrustó entre sus nalgas, mientras que mis manos lucharon con el mecanismo de cierre del sujetador, hasta que lo hicieron caer. Sus dos tetas, más grandes de lo que yo imaginaba, quedaron al aire.

Sus dos pezones, oscuros y gruesos, fueron presa fácil de mis dedos, que los acariciaron, los presionaron y tiraron de ellos con fuerza, animado además por sus propias palabras:

- Tira de ellos, cariño. Sin miedo, hazme gemir con tus dedos –me indicó.

Así lo hice: tiré con decisión de sus dos pezones a la vez, haciéndola gemir, mientras ella arqueó su cuerpo, presionando así con su duro culo en mi polla. Era una verdadera gozada sentir su culazo así, restregándose con mi verga, que aún había alcanzado una talla más en su erección.

Ahora fue ella quién se dio la vuelta, y quién me pidió, casi me ordenó, que le mamara las tetas. Por supuesto que lo hice. Metí cada uno de sus gordos pezones en mi boca, uno y otro. Mis labios los lamieron y presionaron, mis labios los besaron antes de morderlos, primero con suavidad, después con fuerza y pasión desatada, mientras que sus manos acariciaron mi polla, todavía por encima de la ropa ajustada, y las mías recorrieron la abertura que los labios de su coño marcaban en sus leggins.

Volvió a gemir, y más intensamente lo hizo cuando, después de varias caricias a lo largo de su rajita, logré colar mi mano bajo su ropa, para volvérsela a acariciar, pero ahora directamente sobre su caliente y mojada piel, libre por completo de vello.

Estábamos frenéticos, a mil. Estábamos poseídos por el deseo y la lujuria. A continuación fue ella quien me ayudó a quitarme la ropa: leggins y bóxer salieron juntos, haciendo que mi verga saltara como un resorte a escasos centímetros de su boca. La misma boca que utilizó para apoderarse de mi polla, para succionarla y lamerla, hasta llevarme a una nueva dimensión del placer.

Mi madre comenzó a lamer mis huevos con suavidad, envolviéndolos con su sabia y húmeda lengua, mientras que con una de sus manos pajeaba mi polla, haciendo que fuese yo el que gemía. Lo hice con ganas, sin ninguna sutileza, al igual que, sin ninguna sutileza, agarré a mi madre por la cabeza y la obligué a tragar toda mi tranca: la metió en su boca, hasta llegar a la garganta, sin ningún problema y, una vez que la tuvo dentro, comenzó un diabólico mete-saca, que por poco no me volvió loco.

De inmediato acabamos tumbados en la cama. Ella no dejaba de lamer, sobar, succionar y mamar mi polla. Yo no dejé de hacer lo necesario para desnudarla por completo. Cuando por fin lo logré, aproveché que estaba inclinada sobre mi sexo, para sobar el suyo. Estaba mojado, caliente y suave. Era imposible no caer en aquella tentación.

- Pam, por favor, vamos a hacer un 69 –le rogué.

- Si es lo que quieres… perfecto –me dijo tras sacarse mi verga de su boca.

Colocó sus piernas alrededor de mi cabeza, haciendo coincidir la suya con mi polla, y volvió a lo que estaba haciendo tan bien. Yo, por mi parte, deslicé mi lengua por su mojado coño, recorriendo sus labios con ella, comenzando en el clítoris y terminando junto a su ano. Su gemido fue estremecedor. Volví a hacerlo y volvió a gemir con la misma intensidad, pero sin dejar de mamar mi verga, es más, lo comenzó a hacer con más intensidad, apretando más sus labios sobre el tronco de mi polla, y masajeando mis huevos con más ganas aún.

El sabor del coño de mi madre era delicioso. Suave, dulzón y algo agrio. Mi lengua no dejaba de llenarse con las babas que los fluidos de su vagina que salían entre sus labios.

Si seguía mamándome así la polla, no tardaría en correrme, y no quería hacerlo, no quería explotar, sin que mi madre también lo hiciera conmigo, por eso pasé a hacer dos cosas: mojé mis dedos en sus fluidos, mezclados con mi saliva, y los llevé a su ano, dónde comencé a presionar y a moverlos en círculos, logrando meterlos en su agujerito trasero sin mucha dificultad, a la vez, mis labios se apoderaron de su clítoris, mordiéndolo y succionándolo cada vez con más intensidad.

Todo ello hizo que mi madre comenzara a moverse y contonearse sobre mi boca, llenándola aún más con sus fluidos, y que su boca subiera y bajara sobre mi polla a mayor velocidad y con más intensidad. No podíamos dejar de gemir ninguno de los dos.

Mi orgasmo acabó llegando. No pude reprimir un largo y sonoro gemido, mientras que Pam hizo que la mayor parte de mi corrida quedara dentro de su boca. Mientras me corría, mi pelvis se movió, como accionada de forma mecánica, haciendo que mi polla se incrustara aún más en su boca, en la boca de mi madre, la misma boca que hasta hacía un rato había hablado conmigo o había besado mis mejillas, ahora había exprimido mi verga olvidando nuestro parentesco.

Pam siguió lamiendo y engullendo mi polla, haciendo que, poco a poco, se fuera relajando tras haber descargado el contenido de mis huevos en su boca. Por mi parte, yo continué follándole el culo con mis dedos, mientras que mi boca siguió succionando y mordiendo su maravilloso clítoris. Su momento llegó: su cuerpo se tensó, su pelvis se pegó aún más a mi boca, presionando y arrastrándose sobre ella, mientras que de su garganta, tras soltar mi polla, un gemido, convertido en bramido, anunció a los cuatro vientos la llegada de un intenso orgasmo que la hizo temblar como una hoja al viento.

Durante unos segundos más continuó moviéndose sobre mí, gimiendo y jadeando, sin poder dejar de temblar.

Una vez pasada la tormenta, se echó a mi lado, besando mi pecho y acariciando mi pelo.

- Van a ser unas vacaciones muy interesantes –me dijo mi madre, con su voz más pícara.


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heranlu

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No puedo decir que no me hubiese gustado correrme en la boca de mi madre. Mentiría si lo negase. Pero no es menos cierto que me sentía raro, incómodo. Al fin y al cabo, la boca que se había comido mi rabo y que había mamado mi leche era la boca de mi madre. No era ese el planteamiento de vacaciones con mamá que me había hecho.

Cuando nos recuperamos de nuestros orgasmos nos duchamos, por separado, nos vestimos y bajamos al hall del hotel, como si nada hubiera pasado. Pamela volvía a ser mi madre, no la loba que me había devorado en la intimidad de nuestra habitación.

Salimos al jardín contiguo al edificio y nos tomamos una consumición, mientras hacíamos tiempo hasta la hora de la cena. No estaba enfadado, pero me costaba hablar. Toda la noche estuve poco comunicativo. Mi mente no podía olvidar lo ocurrido, y no podía dejar de pensar que, en un rato, de nuevo me quedaría a solas con mi madre, en la misma habitación, debiendo compartir la misma cama.

Después de un buen rato en el jardín, tomando una cerveza bien fría y algo para picotear, mi madre había intentado sacar infinidad de temas para hablar de algo, pero yo sólo respondía con monosílabos o gestos con la cabeza. Así era imposible hablar de nada.

- ¿Estás molesto? –me preguntó al fin.

- No lo sé. No es molesto. Pero sí raro –le dije.

- Lo que ha ocurrido antes… bueno es lo normal entre un hombre y una mujer. Ambos tenemos muy mala suerte con nuestros ligues, y es normal que el deseo y las ganas de sentir placer salgan por algún sitio –trató de explicarme.

- Ya, mamá. Pero soy tu hijo, y tú mi madre. No es lo más correcto del mundo, ni lo más habitual. Es algo con lo que nadie cuenta que suceda, es algo que no está bien. Imagina que pensaría la gente si se entera de lo que ha ocurrido entre nosotros –respondí del tirón.

- ¿Te arrepientes? –me preguntó, mirándome fijamente a los ojos.

- No. Tampoco es eso. Ha sucedido porque los dos hemos querido, ha sido así y ha pasado. Ni me arrepiento, ni creo que me sienta orgulloso de ello –añadí.

- Entonces, supongo que no quieres que vuelva a ocurrir –volvió a preguntarme.

- Es que no debería haber ocurrido ya –le dije.

- Está bien. No puedo obligarte a que quieras que ocurra de nuevo, ni a sentirte bien ni orgulloso de lo que hemos hecho. Yo sí lo estoy: orgullosa y me siento bien, me siento fenomenal. Somos adultos y, como adultos, hemos tomado una decisión de la que yo no me arrepiento. Obviamente no voy a ir anunciándolo a los cuatro vientos. Casi nadie lo entendería. Pero tampoco voy a negar el hecho de que me ha gustado y de que, por mí, lo repetiría cada día –dijo mi madre, tomando una de mis manos entre las suyas- Y dicho esto, y entendiendo y respetando que tú no piensas como yo, al menos espero que no me pongas objeciones cuando conozca a algún hombre y me lo folle –terminó diciéndome, con la voz un poco elevada.

- Mamá, por Dios, no hables tan alto, que te va a oír todo el mundo –la reprendí.

- Perdóname. Pero eso, que te quede claro eso: follaré cuándo y con quién quiera. En mi casa, que para eso es mía, si me da la gana. Hasta ahora lo había respetado, por eso apenas me has conocido parejas. Pero no creas que estos años he sido una monja, sólo que respetaba nuestra casa y el poder hacer sentirte mal me hacía retraerme de llevar hombres a casa. Pero ya eres mayorcito, y tendrás que comprender que yo, como mujer, tengo mis necesidades, y las voy a satisfacer cuando me plazca –me dijo de nuevo, en un tono de bronca que tampoco creí merecer, pero al que no respondí por no echarle más leña al fuego.

Desde la terraza del hotel nos dirigimos al restaurante, cenamos algo ligero y después pasamos por el pequeño salón del que disponía el complejo para la realización de los shows nocturnos. Esa noche le tocaba el turno a un dúo de cantantes: se trataba de una pareja formada por un chico y una mujer más mayor. No cantaban nada mal, era una pena que aquellas dos personas, con cierto talento, no pudieran aspirar a más que a amenizar las noches de turistas borrachos.

Cuando pasaban algunos minutos de las 12 de la noche, mi madre dijo que era buena idea irnos a la cama, al día siguiente nos tocaba madrugar para poder hacer la excursión al Teide, y debíamos descansar.

Nos fuimos los dos para la habitación. La verdad es que no me apetecía nada compartir la cama con mi madre, y menos después del rapapolvo que me había echado hacía un rato. Al final iba a resultar que el culpable de su mala suerte con los hombres la iba a tener yo.

Afortunadamente, la cama era king size, lo que permitió que me mantuviera alejado del cuerpo de mi madre. Tardé un buen rato en dormirme, no así ella que, nada más echarse en la cama, por cierto con un camisón tan ligero y semitransparente, que parecía escogido para ponerle los dientes largos a cualquier ligue, y no para dormir con un hijo, se quedó profundamente dormida.

No pude evitar pensar en lo que mi madre me había dicho un rato antes. Creo que mi madre, lo que quiso hacerme entender, es que ella había hecho sacrificios por mí, había renunciado a compartir al menos momentos de su vida con algún hombre, por no importunarme, por no ponerme en la tesitura de tener que ver en mi casa a un desconocido caminando en calzoncillos, o de escuchar como un tipo le hacía jadear a mi madre mientras se la follaba en la habitación contigua a la mía.

Quizá no quisiera hacerme sentir culpable. Quizá mi madre quería hacerme entender que, en la vida, no todas las decisiones son fáciles, para ella tampoco. Que tenemos que renunciar a unas cosas para tener otras y que, cuando se da la oportunidad de poder disfrutar de algo, por extraño o raro que pudiera ser, hay que aprovechar esa oportunidad. También me estaba diciendo que, por su parte, se acabaron los sacrificios y las privaciones. Debía hacerme a la idea de ver a mi madre en los brazos de otros hombres, y no sólo como el fruto de una relación más o menos formal, sino por puro placer y deseo.

Al fin pude dormir un rato, agotado y algo menos confuso. Eso sí, antes de quedarme dormido, me volví hacia el lado de la cama ocupado por mi madre, para contemplar el cuerpo su cuerpo antes de cerrar los ojos. Sin duda, mi madre era toda una mujer.

A la mañana siguiente, tras el rápido desayuno, nos dispusimos a bajar al hall del hotel, dónde pasarían a recogernos para hacer la excursión a la cumbre del Teide. Mi madre y yo nos pusimos la ropa que habíamos elegido la tarde anterior, justo la ropa con la que se encendió la chispa de la pasión que nos llevó a cometer nuestra relación incestuosa.

En honor a la verdad, mi madre estaba preciosa. Los leggins ajustados a sus caderas y a su culo, le hacían un cuerpo realmente sugerente y atractivo, mientras que la camiseta y el cortavientos con el que se cubría, aún insinuaban unos pechos de tamaño y formas interesantes. Me quedé embobado mirándola.

- Hola. Soy tu madre, la misma señora de anoche –me dijo en tono jocoso.

- Ya, ya te veo. Es que estás… muy guapa –le respondí, devolviéndole la sonrisa.

- Vaya, muchas gracias –me dijo.

En ese momento, una chica joven, vestida con ropa deportiva, anunció que el autobús de la excursión había acabado de estacionar en el aparcamiento del hotel. Otra pareja, junto a nosotros, acompañamos a la chica hasta el autobús. En él ya venían algunas personas más, en total unas 30 personas, nos dirigimos por las retorcidas carreteras de la isla de Tenerife hasta la estación base del teleférico que asciende la ladera del Teide.

Aunque el trayecto en autobús lo hicimos sin apenas hablar nada entre nosotros, era evidente que la tensión que hubo durante la tarde y noche anteriores se había disipado. No quería estar enfadado con mi madre, no lo merecía y no tenía motivos para estarlo.

Una vez que el autobús llegó al parking de la base del teleférico, tuvimos que esperar unos minutos antes de poder tomar éste para ascender un buen tramo. Allí arriba hacía frío, la temperatura no tenía nada que ver con la que habíamos dejado a la orilla del mar. Noté que mi madre casi estaba temblando, a pesar del cortavientos, por lo que me acerqué hasta ella, para abrazarla y darle calor con mi cuerpo.

- Gracias, cariño –me dijo.

Esa simple frase acabó de reconciliarme con ella. Me pareció tan vulnerable y adorable, entre mis brazos, sintiendo su cuerpo temblando de nuevo junto a mí, esta vez no como consecuencia del placer, si no del frío que estaba pasando.

Por fin pudimos subir a la cabina del teleférico y, en apenas 10 minutos, llegamos a la parada superior, desde dónde, tras una caminata ascendente de unos 45 minutos, para salvar los últimos 200 metros de desnivel (conviene hacerlo a ritmo pausado y tranquilo, para evitar las consecuencias del mal de altura), llegar hasta el techo de España, a 3.718 metros de altura, que no está nada mal, si tenemos en cuenta que un rato antes estábamos al nivel del mar.

El ascenso lo hicimos despacio, sin preocuparnos por el resto del grupo, cada uno debe subir a su ritmo, sin querer lucirse y sin querer destacar por encima de nadie. Comenzamos la subida hablando entre nosotros, comentando la belleza de las vistas, el mar de nubes que quedaba bajo nuestra posición y el evidente olor a azufre que se colaba por nuestra nariz. Pero, poco a poco, el esfuerzo y la altura fueron haciendo mella, y dejamos de hablar para evitar fatigarnos innecesariamente.

Después de casi 45 minutos de ascenso llegamos a la cumbre o, mejor dicho, al cráter del volcán. Las vistas desde allí fueron magníficas. Teníamos toda la isla bajo nuestros pies, y se podían divisar las islas cercanas de Gran Canaria y las más lejanas de La Gomera y La Palma. Desde luego, con mi madre cogida a mi brazo y aquellas vistas incomparables, todos los males terminaron por disiparse.

Tras las fotos y selfies de rigor, comenzamos el descenso. Detrás de nosotros venía un grupo de 3 hombres, de edades similares a la de mi madre. En un tramo del sendero que era un poco más ancho, y aprovechando que nosotros nos detuvimos para descansar y aclimatarnos a la nueva presión por el descenso, nos adelantaron. No pude evitar fijarme en como uno de aquellos tipos miró a mi madre, sonriéndola de forma descarada, para pasar tan cerca de ella que la rozó con uno de sus brazos.

- Este tío es un gilipollas, podía rozarse con su puta madre –me salió del alma.

- Cielo, tranquilo. El camino es estrecho y estamos parados, es normal que pasen cerca –me dijo mi madre.

- Sí, pero ahora que van a adelantar a aquellos viejitos que van más abajo no les va a rozar, pero a ti sí, el pedazo de baboso –volví a estallar contra aquél desconocido.

- Mmmm, estás celoso –dijo mi madre, apretándose contra uno de mis brazos.

- Sí, un poco –admití.

- Tampoco eso es malo, cariño –y me dio un beso en la mejilla, antes de reemprender la marcha.

El viaje de vuelta en el autobús hasta el hotel lo realizamos de nuevo en silencio, en parte porque todavía estábamos impresionados por las vistas que habíamos contemplado, y en parte porque mi madre me cogió de mi brazo y de una de mis manos, y se pasó el viaje con su cabeza apoyada en mi hombro. Ese simple gesto me hizo feliz de una manera muy especial.

Al bajarnos del autobús mi madre salió delante mí, pues dejé pasar a algunas personas mayores. Eso me dio la oportunidad de poder contemplar a mi madre caminando sola hacia el edificio del hotel: era normal que aquel tipo, en la ladera del volcán, la mirara con tanto descaro: mi madre estaba muy buena, y poder follársela suponía todo un privilegio.

- Deberíamos subir a la habitación para cambiarnos de ropa. Aquí no hace falta ir tan tapados–dijo mi madre.

- Sí, es lo mejor. Y como es aún un poco pronto podemos tomar algo en el bar de la piscina –sugerí.

Así que, subimos a la habitación. Mi madre se encerró en el baño para cambiarse de ropa, mientras que yo hice lo mismo en la habitación. Cuando salió del baño, resultó que se había puesto un bikini negro precioso y un pareo.

- Ponte el bañador, Marco. Vamos a aprovechar la piscina ya que estamos –me dijo.

- Pues sí, tienes razón. Me cambio otra vez –le dije.

Rebusqué entre mi ropa para elegir uno de los dos bañadores que había llevado y una camiseta apropiada. Cuando lo encontré, me dispuse a dirigirme al baño, pero mi madre me cortó el paso.

- ¿A dónde crees que vas? –me preguntó muy seria.

- Al baño, a cambiarme –le respondí.

- Ayer vi todo lo que te podía ver, no seas vergonzoso y no te escondas –me dijo.

Me quedé allí mismo, en la habitación, para desnudarme delante de mi madre. Juro que estaba relajado, que mi polla no estaba excitada ni nada por el estilo, pero sentir la mirada fija de mi madre recorriendo mi cuerpo, hizo que mi verga reaccionara y que una incipiente erección se hiciera patente. Me apresuré en ponerme el bañador y la camiseta, me calcé unas chanclas de goma para la piscina y, haciendo un esfuerzo para acostumbrarme a estos descaros de mi madre hacia mí, por fin bajamos, con ella colgada de mi brazo.

Elegimos un sitio en la zona más tranquila y sombreada de la piscina, en la que aún había algunas tumbonas libres. Tras ocuparlas con un par de toallas que nos entregó el personal del hotel, le dije a mi madre que me iba para el agua. Pensé que mi madre se quedaría relajada en la tumbona, pero no fue así. Apenas 2 minutos después, unas manos taparon mis ojos, un cuerpo que me quedó claro que era femenino, por la forma en que las tetas se apoyaron en mi espalda.

- ¿Cómo está el agua? –me preguntó mi madre cuando me giré hacia ella.

- Está muy bien, más calentita de lo que parece antes de entrar en la piscina –le dije.

- No sé si el agua caliente es lo que mejor te a ir –me respondió.

- No te entiendo –le dije de nuevo, sin saber a qué se refería.

En ese momento, mi madre alargó una de sus manos hasta llevarla a mi entrepierna. La inicial erección que había tenido minutos antes, había desparecido pero, aun así, mi madre masajeó mi polla y mis huevos sobre el bañador, haciendo despertar de nuevo a mi verga.

- Mamá… -empecé a decir.

- ¿Vas a quejarte? –me preguntó, guiñándome un ojo.

- No, no voy a quejarme, voy a empalmarme, y puede vernos alguien –respondí.

- Nadie sabe si somos una pareja, con cierta diferencia de edad, o una madre cachonda perdida, con su hijo –me respondió.

- Aún así… -no pude terminar la frase. Mi madre se pegó aún más a mí, metió su mano bajo mi bañador y su lengua en mi boca. Con una acarició mi polla, moviéndola arriba y abajo, mientras que con la otra acarició mi propia lengua.

- ¿No te está entrando hambre? –me dijo.

- Mucha –respondí, sabiendo lo que iba a ocurrir.

Salimos de la piscina, nos cubrimos de nuevo con las toallas y tomamos el camino de los ascensores. Una vez dentro del ascensor, volvimos a comernos la boca. Ya no sólo fue mi madre a mi, ahora yo también la besé, la metí la lengua hasta lo más profundo de su boca, lamiendo su lengua, mordiendo sus labios y sobando su cuerpo mojado con mis manos, hasta notar como sus pezones, siempre gordos y jugosos, reaccionaron rápidamente para ponerse mucho más duros y erguidos. Mi polla, gorda y dura sin remedio, entre las sabias manos de mi madre, pugnaba por salir de la prisión que le suponía el bañador, mientras que mi otra mano sobó a conciencia su culo, logrando colarse bajo el pareo y el bikini, para acariciar directamente su ano.

A punto estuvieron de pillarnos en tan caliente situación, pero pudimos parar justo a tiempo, antes de que la puerta del ascensor se abriera en nuestra planta, ante un grupo familiar que se disponía a bajar al restaurante.

Abrimos la puerta con la ansiedad de quiénes desean entregarse a saborear las mieles del placer de lo prohibido. Tras cruzar el umbral de la puerta, mi madre se colgó con sus brazos de mi cuello, a la vez que con sus piernas hizo lo mismo con mi cintura, de modo que mi verga fue a presionar sobre su coño.

Su boca besó mi cara, mi cuello, mis labios…, su lengua lamió mi boca, acariciándola con ímpetu casi salvaje, con verdadera ansiedad y entrega, mientras que yo me encaminé, con mi madre subida sobre mí, hacia la cama. Cuando llegué a ella, puse a mi madre sobre la cama, mientras ella tiró de mi bañador, haciendo aparecer mi gruesa y dura polla.

Antes de que mi madre se hiciera con el control de mi verga, me eché sobre ella, aún con el bikini puesto, y comencé a rozarme sobre su cuerpo, presionando con mi polla sobre su coño. Era evidente el calor que desprendía aquella parte de su cuerpo, a pesar que el bikini estaba mojado.

Con mis movimientos rítmicos sobre mi madre, logré que ella comenzara a gemir suavemente, a la vez que mi polla aun creció y se endureció un poco más. De inmediato, ella misma se quitó la parte superior del bikini, dejando al descubierto sus preciosas y suculentas tetas.

- Cómemelas –me ordenó.

Me incliné sobre su cuerpo y, sin dejar de moverme sobre con aquella danza de lujuria, comencé a lamer y besar sus tetas. Primero lo hice suavemente, muy despacio, recreándome en los movimientos de mis labios y de mi lengua. Pero, poco a poco, el deseo se apoderó de mi raciocinio y pasé a morder directamente sus pezones, tirando de ellos con fuerza y determinación, estirándolos hasta el límite del dolor. Mi madre gimió, emitió algún grito ahogado, pero también sujetó mi cabeza y mi cuerpo con sus manos, atrayéndome aún más sobre su propio cuerpo.

Tenía la verga amenazando con estallar, con mi cabeza absolutamente loca escuchando la mezcla de sonidos que emitían nuestras respiraciones entrecortadas, nuestros jadeos y gemidos.

De pronto, y con un movimiento certero y decidido, mi madre me dio la vuelta, para quedar ella sobre mí. Me sujeté a sus tetas con ambas manos, mientras que ella colocó mi polla justo bajo los labios de su coño, aun cubiertos por el bikini. Comenzó a moverse, comenzó un suave balanceo sobre mí que me hizo subir hasta el cielo, arrancándome nuevos y más sonoros gemidos.

Mis manos, enloquecidas, sobaron, apretaron y pellizcaron sus pezones, mientras que mi madre no dejó de mover, cada vez con más intensidad, su coño sobre mi polla, haciendo que mis huevos se llenasen, casi de inmediato con el néctar de mi placer.

Me estaba volviendo loco de gusto, si continuaba haciendo aquello haría que me corriese.

- Mamá, si no paras me voy a correr –le dije entre jadeos y suspiros.

- Hazlo, cariño. Córrete sobre tu mami –me respondió, imprimiendo mayor presión y velocidad a sus movimientos.

Apenas un minuto después, mi anuncio se hizo realidad. Un orgasmo que me hizo temblar de placer y poner los ojos en blanco, sacudió mi cuerpo, provocando que varios chorros de semen fueran escupidos por mi polla, mojando y manchando el bikini de mi madre, así como mi propio vientre. El contraste de mi leche blanca sobre la tela negra del bikini resultó de lo más morboso. Eso, y el hecho de que, quién me había hecho correr otra vez, había sido mi madre.

Inmediatamente, mamá se inclinó sobre mí, para besarme en los labios, con dulzura, con suavidad, un beso delicado, húmedo y cálido. Era increíble con que velocidad, mi madre podía transformarse para pasar de ser una mujer delicada y dulce, a una verdadera loba, y viceversa. Tras besar mis labios, descendió con los suyos por mi cuerpo, lamiendo y besando mis pezones, haciéndome gemir de placer, aún muy excitado por mi reciente orgasmo, antes de descender hasta mi vientre y lamer los restos de mi corrida.

- Sabes maravillosamente bien –me dijo cuando, tras lamer también mi verga, dio por concluida mi limpieza.

- Quiero recordar a qué sabes tú –le dije.

Sin pensárselo dos veces, mi madre se quitó el bikini, mojado por el agua de la piscina y, ahora también, por mi semen, y se subió sobre mí, arrastrando su coño por mi vientre y mi pecho, hasta llegar a colocarlo sobre mi boca. Apenas tuve tiempo para comenzar a lamérselo y chupárselo, y ella comenzó a moverse de nuevo sobre mí, del mismo modo en que lo había hecho antes, con movimientos suaves y cadenciosos, restregando su coño, mojado y pegajoso, sobre mi boca.

No puedo saber cuánto tiempo estuvo así, durante cuánto tiempo y de aquél modo, mi madre me hizo sentir poderoso, mi boca bajo su coño, con mi lengua lamiendo y arrastrando sus fluidos, pero fueron unos minutos maravillosos, en los que todo a mi alrededor se detuvo, un tiempo en el que sólo importaban mi madre, yo y nuestro placer.

Agarrado a su culo, mi madre no dejó de moverse sobre mí ni un solo instante. Sin saber muy bien porqué, sacudí un primer palmetazo, que sonó como una explosión, sobre el culo de mi madre, lo que la hizo gemir y presionar con más fuerza sobre mi boca, más como reacción al placer que al dolor.

Ello me animó a hacerlo alguna vez más, y a jugar con uno de mis dedos sobre su ano. Estaba caliente, suave y algo húmedo, lo que aproveché para tantear el modo de introducirlo dentro de su oscuro agujerito. Ese primer dedo penetró en su culo sin ningún problema, sin ninguna resistencia y, antes de que pudiera darme cuenta, lo tuve completamente dentro de su cuerpo, moviéndolo en suaves círculos, cada vez más amplios y profundos, mientras que de su coño no dejaban de brotar nuevos fluidos que eran lamidos por mi lengua y succionados por mis labios.

Sin dejar de moverse sobre mi boca, mi madre estiró su mano derecha hacia atrás, hasta agarrarse a mi polla, para acariciarla y moverla suavemente, antes de comenzar a pajearme de forma clara. Ello hizo que mi placer y deseo aumentasen, clavándole otro dedo más en el culo, para mover ambos dedos con más velocidad e intensidad que antes.

Sus gemidos se hicieron mucho más sonoros, su forma de mover su coño sobre mi boca se transformó, y con mi mano libre volví a azotar su culo, redondo y firme, haciéndola saltar sobre mi boca.

Apenas tres minutos después, un fenomenal orgasmo llenó mi boca con un torrente de fluidos provenientes del coño ardiente de mi madre, la cual se retorcía entre gemidos y movimientos cada vez más impetuosos, mientras que todo su cuerpo tembló de placer y mi polla había vuelto adquirir la dureza y el grosor de antes.

Sin que casi pudiera tomar aire tras haberse corrido sobre mi boca, con el dulzón y a la vez agrio sabor de su coño en mis labios y en mi lengua, salí de debajo del cuerpo de mi madre para colocarme detrás de ella. No dejé que se acostara, separé sus nalgas con mis manos, contemplando por unos segundos sus dos agujeros, ofrecidos, vulnerables, suaves y brillantes.

Escupí sobre su ano, restregándole la saliva con la punta gorda y dura de mi polla, antes de empujar de forma certera dentro de su culo. Una buena porción de mi verga entró en su cuerpo por el agujerito de atrás, a lo que mi madre reaccionó con un sonoro gemido, seguido de algún contoneo de sus caderas, más para facilitar mi acceso por su entrada trasera, que como rechazo o dolor.

Tras varias embestidas más, logré ensartarle toda mi verga en su fenomenal culo. Estaba follándome el culo de mi madre. En ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera sentirla lo más intensamente posible, en nada que no fuera volverme loco de placer y volverla loca a ella.

Mis embestidas se fueron haciendo cada vez más constantes y fluidas, a lo que ayudó indudablemente que el culo de mi madre comenzó a humedecerse por dentro, lubricándose de modo natural. Sus manos se dirigieron hasta su coño y su clítoris, los cuales comenzó a masajear, masturbar y estimular, mientras que mis huevos chocaban una y otra vez contra sus nalgas, aún enrojecidas por los azotes que le había dado previamente.

De pronto, sin que sepa muy bien por qué ocurrió, mi madre empezó a pedirme a gritos que no dejara de follarla, que no dejara de hacerla sentir mi verga dentro de su cuerpo.

- Reviéntame el culo, Marco. Hazme arder con tu polla bien dentro de mi -me dijo.

- ¿Te gusta, mamá? -le pregunté, sabiendo la respuesta.

- Tu polla me vuelve loca. Rómpeme el culo con ella -me ordenó.

La verdad es que me estaba demostrando que era mucho más golfa y activa sexualmente de lo que yo jamás había pensado. Nunca te imaginas a tu propia madre teniendo sexo con nadie, y la mía demostraba que sabía muy bien lo que hacía y lo que quería.

Comencé a cabalgarla con más intensidad, presionando con más fuerza con mi polla dentro de su culo, cada vez más dilatado y suave. De nuevo azoté sus nalgas con mis manos, para volver a agarrarme con fuerza a sus caderas y tirar con fuerza de ellas hacia mi, a la vez que bombeaba con fuerza en su culo.

Tras varios minutos más así, y cuando mi boca no dejaba de emitir sonidos y gemidos, fruto del placer desmedido, mis huevos, hinchados y endurecidos, acabaron por estallar, y con ellos todo mi cuerpo.

Me derramé dentro del culo de mi madre. Mi polla se convirtió en una manguera por la que salieron varios chorros de leche que llenaron el culo de mami, a la vez que mis manos seguían tirando de sus caderas hacia mí, no quería salir nunca de su cuerpo. Por fin, tras varias embestidas más, acompañadas de sendos chorros de semen, mi orgasmo llegó a su fin, dejando mi cuerpo, derrotado y agotado, tirado sobre la cama, junto a mi madre, la cual, siguió frotando su clítoris y metiéndose varios dedos en su coño hasta que, poco después, se corrió de nuevo, ahogando sus gemidos apoyando su boca sobre mi pecho.

Después de un buen rato, esta vez fui yo quien rompió el silencio:

- Deberíamos comer algo más que nuestros cuerpos, si queremos seguir con este ritmo –dije.
 
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