Unai Cumple el Deseo de Leticia, su Madre

heranlu

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La noche fue mala, Leticia no había dormido bien. Estuvo inquieta, dándole vueltas a la… discusión, o mejor dicho, debate que tuvo con su marido la noche anterior, porque apenas tuvieron un breve cruce de palabras.

Aprovechó que Unai no estaba en casa, su hijo había salido con sus amigos a las fiestas del pueblo y no llegaría hasta las tantas. Por lo que, después de un tiempo meditando eso que le picaba por dentro durante tantos años, se propuso pedírselo a su marido de una vez por todas.

Tal vez, si fuera de otra manera, si esa timidez que se apoderó de ella desde su nacimiento no estuviera presente, se lo hubiera planteado diez años atrás, sin embargo, no se armó de valor hasta que vio de cerca los cincuenta.

Ahora estaba en la cocina, eran las siete de la mañana y removía su café como si aquello le sirviera de algo. Miraba con resignación el buen paisaje desde su quinto piso que siempre la relajaba, aunque no servía de nada, puesto que la negación de su marido, todavía la dolía.

El sonido de unas llaves al meterse en la ranura la hizo girar la cabeza y que los bucles de su pelo rizado ondeasen en un baile rítmico. Desde la cocina podía ver la entrada de su casa y allí, observó que se abría la puerta para dar entrada a su hijo del todo borracho.

—¡Coño, mamá! —sus ojos se abrieron del todo y trató de cerrar la puerta sin dar un golpe, lo consiguió a duras penas— ¿Es muy tarde? —reformuló la pregunta— ¿O pronto?

—No, Unai. Son las siete y algo, es que no podía dormir.

Dio unos pasos torpes hacia la cocina, aunque con cierto sentido. El joven se introdujo en esta y abrió la nevera pretendiendo devorar lo primero que encontrase.

—¿Quieres que te haga algo para desayunar? —casi podía oler el tufo a ron que traía en su boca y… en la camiseta blanca poblada de manchas.

Unai no era un borracho, ni siquiera bebía de normal, solo en fiestas. Cuando iba con sus amigos a pasar el rato solo se pedía refrescos y eso, Leticia lo sabía. Era un chico bueno y amable, algo extrovertido, cosa que no heredó de su madre, y que esta, agradeció incontables veces desde su niñez.

—No, mamá… —algo similar a un hipo brotó de su garganta— No te quiero molestar.

—Tranquilo, tienes la tortilla que no acabamos ayer. ¿Te pongo un trozo?

Unai cerró la nevera, viendo el plato de tortilla que señalaba su madre sobre la encimera de mármol. Oteó con ojos golosos lo que para él, en ese momento, era un manjar de dioses. Cuando dio el primer paso, su madre alzó la mano.

—Espera, hijo. Te la caliento un poco. —la atolondrada cabeza del joven, le advirtió sabiamente que era lo mejor— Siéntate, anda. Seguro que estás cansado.

—Agotado, mamá, no lo sabes bien. Pero estoy aprovechando estos veranos universitarios, que luego cuando trabaje…

—Te queda mucho para eso. —Leticia dio al botón del microondas y se dio la vuelta para observarle, el tufo a ron se había disipado o tal vez, la mujer se acostumbró— ¿Buena noche?

Asintió, dando un mordisco a un pan duro que había del día anterior. La mujer negó con la cabeza, porque de vez en cuando, Unai era demasiado impulsivo.

El microondas la avisó de que su trabajo había concluido y Leticia le dejó en la mesa el plato a su único hijo. Se sentó a su lado, con la taza de café enfriada, sin embargo, casi era mejor, porque el calor de ese verano estaba siendo duro.

—¿Quedó rica? —preguntó la mujer viendo que el joven cogía con los dedos la comida— Espera, que te doy unos cubiertos…

—No, no… —cortó con un pómulo inflado y los dedos manchados— Tranquila, mamá. Vete a dormir si quieres.

—No voy a poder, una vez que me despierto… —el chico engullía y su madre le miraba abobada, recordando el motivo real de su desvelo.

—¿Para qué te despiertas tan pronto? Por mí que no sea, eh. Tranquila que yo llego, como algo y a cama de un salto. —su hijo hizo un gesto semejante a saltar a la piscina y casi le saca una sonrisa, no esa que ponía siembre, casi fingida, sino una real. No lo consiguió.

—Nada, cosas… —quería dejarlo como estaba, pero olvidó la insistencia de su vástago con par de copas.

—¿Qué cosas?

—Nada… —hizo un gesto con la mano para dejarlo pasar, aunque Unai, continuaba mirándola con atención— Un tema con tu padre, nada más.

—¿Por qué no me lo cuentas?

—¡No, no, no! —soltó al borde de la vergüenza.

Se levantó de la silla, queriendo irse para que su pequeño no la volviera a preguntar por semejante asunto. Dejó la taza de café en el fregadero y miró de nuevo por la ventana, como si en aquellas vistas obtuviera algo, aunque lo que consiguió, fue escuchar otra vez a Unai.

—Que no tengo diez años, mamá. He escuchado de todo a mi edad, ¡cuéntamelo anda…! —su tono extrovertido siempre la azuzaba. Se dio la vuelta, notando el aire caliente, empezando a pasar por su corto pijama de verano.

—Es algo… personal…

—¿Sexual?

Se llevó la mano entre sus menudos senos, haciendo que ambos se separasen en la pequeña camiseta de tirantes que usaba para dormir. Su gesto se torció, suponiendo que, tal vez, el bobo de su marido le hubiera contado algo a su hijo.

“¡Es imposible!”, se chilló para sus adentros, sintiendo que la rojez poblaba su rostro y le daba una pista inequívoca a quien la mirase, que la pregunta de Unai había dado en el clavo. Con unos ojos adormilados y mascando la preciada tortilla, aguardaba la contestación.

—¿Cómo sabes eso? —Leticia estaba preocupada y apretó la camiseta entre sus dedos.

—Sin más… —alzó los hombros con total indiferencia y cogió otro cacho de tortilla. Cuando se lo metió a la boca, habló con torpeza— De dinero vamos bien y os lleváis bien, o eso veo yo. —tragó con fuerza para seguir— Si no es eso, lo único de lo que puede discutir una pareja es por el sexo. ¿A papá no se le levanta?

—¡Unai! —exclamó la mujer con el ceño fruncido, escuchando que su mente le decía, “¡ojalá fuera eso!”.

El joven se quedó mirándola con la borrachera que portaba y Leticia sabía que no podía esperar una disculpa. Dio par de pasos con los pies desnudos, sintiendo ese frío en las baldosas que le quitaba el calor de la noche, cuando pudo, se sentó otra vez en la silla.

—No es lo que dices, pero es sobre eso. Pero no quiero que…

—Entonces… —cortó con un tono normal, como si estuvieran charlando del tiempo— ¿Por él o por ti?

—Unai, que no te pienso contar nada sobre eso. —estaba asombrada por el descaro de su hijo y su timidez, la hacía ruborizarse mucho más, quería huir de allí.

—¿A quién se lo vas a contar? Mamá, eres ultra vergonzosa y no creo que hables ni con tus amigas de esto. Cuéntamelo que yo no digo nada, incluso igual se me olvida mañana cuando despierte…

Un cacho de tortilla se le quedó colgando del labio y esa imagen, con la cara partida de la borrachera, le dio cierto impulso a Leticia para soltar lo que le dolía. Era una mala idea, eso estaba claro desde el comienzo, sin embargo, por primera vez en su vida, Unai era un buen confidente, puesto que era cierto… igual ni se acordaba en unas horas.

—Por los dos. —apenas fue un susurro que nació en sus labios.

—¿El qué? —ella le miró con curiosidad— Cuéntame más, dame detalles. ¡Ay, mamá…! ¿Te lo voy a tener que sacar con tenazas?

—Es que no es algo que tengas que saber… —trató de mirar a otro lado, pero Unai viró su cabeza para buscar el contacto de sus ojos azules.

—Todo lo que hayas hecho con papá, yo también lo he hecho… —se rio solo y Leticia no lo entendió hasta que puntualizó— Bueno, yo con papá no he hecho nada, eh. Con otras, sí.

Soltó una carcajada que hubiera despertado a cualquiera, pero no a Roberto, que era una marmota cuando cogía el sueño, bien lo sabía Leticia, que siempre se encargó de las noches en las que Unai era todavía un bebé y no dormía.

La mujer se mordió el labio, a la vez que con una mano oculta bajo la mesa, apretaba su corto pantalón de verano. Se sintió realmente azuzada, de la misma manera que con su madre cuando le decía que le contase uno de sus problemas. Ella ya no estaba y esa confianza, se había ido al garete el día que murió, sin embargo, con Unai… notó algo parecido.

—Le pedí algo y no quiso. Ese fue el tema, fin. Ya puedes ir a dormir. —Unai era obediente, siempre lo fue, pero no atendió esa última petición de su madre.

—¿Qué le pediste para que no quisiera? No creo que sea muy raro, no tienes pinta de que te gusten cosas demasiado bizarras. ¿Te mola azotar a papá? —aquello la hizo volverse un tomate y apretó los labios hasta volverlos una fina línea blanca.

—¡Unai, no digas eso! —el joven se rio de manera etílica al ver a su madre con esa cara.

—¿Entonces?

—¡Uf…! —resopló para tratar de sentirse mejor, aunque era muy difícil, su desazón estaba en la garganta y trababa de salir— Le pedí una cosa y ya, hijo, creo que es sufien…

—¿Qué cosa? —la normalidad e insistiendo de Unai la estaba perturbando.

—Una.

—¿Cuál?

La voz de su hijo se le metió en el cerebro igual que una aguja al rojo vivo tratando de explotar un globo de aire. El vientre se le removió y el café trataba de emerger por la misma boca que entró.

Se notó fría, al borde de la congelación, hasta que los dedos de los pies, se le agarrotaron igual que garras por semejante momento de vergüenza. La mirada de Unai seguía encima de ella, pidiéndola más detalles, que sacara todo lo que tenía dentro. Su lengua se movió sola y no la pudo detener.

—Le pedí… —un segundo de silencio que Unai cortó.

—¿Qué?

—Una…

—¿Qué?

—¡Una paja! —la voz salió en un tono más alto por sus finos labios y sus ojos azules se clavaron en su hijo— ¡Le dije que se hiciera una paja mientras le miraba!

—¿¡QUÉ!?

El joven tenía el último trozo en la mano, que se le partió a la mitad durante esos inacabables segundos en los que contemplaba a su madre con una ceja levantada y el rostro contraído de asombro.

Leticia se levantó de la misma, sabiendo que aquello fue una pésima idea y tuvo ganas de que un agujero en la tierra la tragase para la eternidad. Se tapó el rostro, notando el calor que portaba en los pómulos y la sequedad que se apropió de su garganta.

—No sé para qué digo nada… —era un pensamiento en voz alta y se dio la vuelta para pedir de la mejor de las formas a su hijo que se fuera— Unai, vete a…

—¿Por qué dijo que no?

Su pequeño la cortó de nuevo, con ese rostro algo beodo y una mueca de normalidad que Leticia no entendía. Normal, a su modo de ver las cosas, debería estar rojo de vergüenza por tratar un tema de ese calibre con su madre, sin embargo, Unai no era como ella.

—No lo entiendo —acabó por decir el chico.

—¿Qué no entiendes?

—Es una paja, nada más. ¿Me dices que le pediste que se hiciera una paja para verlo y dijo que no? —con un pausado movimiento de cuello y la boca entreabierta, Leticia asintió— Me parece de lo más raro. O sea, qué más da… es solo una paja. Yo lo hubiera hecho a las mil maravillas.

—¿¡Qué dices, hijo!? ¿¡Cómo puedes hablar así…!?

—Mamá…, ¡es solo una paja…! —el chico se limpió los dedos cubiertos de tortilla y masticó lo que quedaba en la boca— No es nada malo. Ya me hubiera gustado que la de esta noche me pidiera algo así… me ha estado calentando con bailes y palabritas, y al final, me suelta que tiene novio. ¡Eso sí que es un drama! ¿¡Tú lo entiendes!?

—Pues… No sé…

—Claro que no. —apenas la dejaba contestar, Leticia se percató de que su hijo era demasiado hablador cuando bebía— Pero pasemos de esa estufa con patas y dime, ¿desde cuándo quieres eso?

—Pues… —la mujer no podía ocultar el asombro que le producía la franqueza de su pequeño— lo recuerdo desde mi adolescencia.

—Sabes que existe el porno y esas cosas, ¿no? —la pregunta era real, nada de sarcasmo.

—Sí, pero no es lo mismo. Quería algo real y no se lo iba a pedir a cualquiera. O tu padre o nada…

—O sea que es como un fetiche tuyo, algo que deseas.

—Será… Siempre lo he querido, más o menos me vinieron esas ganas con los dieciséis años. ¿Soy rara? —Leticia torció el rostro esperando la respuesta y Unai le devolvió una carcajada.

—¿¡Rara!? ¡Qué va! Hay gente que le gustan cosas mucho más turbias que una paja, que es lo más normal del mundo. Yo si tengo una mujer que me lo pide, vamos… se la doy todos los días…

—¿¡En serio!? —el chico la asintió con ganas.

La franqueza era increíble, las palabras emergían de su boca con una fuerza que no había visto nunca. Quizá el cambio generacional o, simplemente, que su hijo veía el mundo de otra manera, sin embargo, la idea de tener un novio o marido que le cumpliera las expectativas, le creó un potente calor en su interior.

—Pídeselo de nuevo —volvió a hablar Unai, que parecía más sereno que antes. Leticia aprovechó a sentarse de nuevo en su lugar al tiempo que negaba con la cabeza—. Seguro que a papá no le importa si le insistes un poco.

—No… —respondió timorata—. Ya me dejó bien claro que no lo iba a hacer, que era una guarrada y demás historias. —no era su intención ahondar en el tema, pero con Unai, las cosas salían solas— Es una simple tontería, no pasa nada. Tampoco se puede tener todo en la vida. Un deseo que no cumpliré… Ya está.

En su voz se captó la pena, mirando al suelo donde no yacía más que su vergüenza. Si no hubiera sido tan tímida, en el instituto podría haber solucionado el asunto o, seguro, que si hubiera insistido con más decisión a Roberto, hubiera accedido. No obstante, la vida era así… al menos…, para Leticia.

—Eso no puede quedar así. Un deseo… es un deseo, mamá.

Su hijo se levantó del asiento y ella lo percibió porque los pies quedaron colocados contra la baldosa. Leticia observó las sucias zapatillas, coloreadas de bebida, barro y algo de meado del propio chico. Suponía que esa misma mañana les daría una buena limpieza, pero el pensamiento se borró de golpe, cuando… desaparecieron.

El pantalón apareció en escena, con sendas manchas de dudosa procedencia y, ahora… ese vaquero corto, tapaba en gran parte las zapatillas. Quedaban a la vista las punteras y el pantalón no era más que un cúmulo de ropa que parecía una masa de tela.

—¿Qué…? —suspiró Leticia al darse cuenta, en ese segundo, que en los tobillos, también reposaba el calzoncillo.

Sus rizos se movieron hacia arriba, igual que sus ojos azules que, sin parpadear, ascendieron por unas piernas peludas de muslos fuertes. La mujer contuvo el aliento, apretando de nuevo la tela de su pequeño pijama de puro pánico.

Cuando contactó con lo que tenía delante, el corazón se le detuvo, todo el vello quedó de punta y su cerebro, simplemente, colapsó.

—Para que cumplas el deseo.

Unai movió lo que tenía en la mano hacia atrás y el capullo de su polla salió a saludar. Leticia no sintió un pálpito en su corazón, ni siquiera una pequeña respiración de sus pulmones. Solo podía mirar el pene que tenía enfrente, lleno de venas gordas que lo poblaban igual que las raíces de un árbol.

El chico no dijo más, casi la tenía dura, había estado cachondo toda la noche con aquella chica y trajo su miembro en media erección, bien preparado para ir a la cama. Lo que no se imaginaba antes de entrar por la puerta, era que se desahogaría antes.

—U-U-Unai… —sus labios temblaron y la voz se le trabó con sus propios dientes.

Su hijo se la estaba moviendo con ganas, recorriendo de arriba a abajo una distancia considerable que casi rozaba los veinte centímetros. Estaba pelada, sin ningún pelo que la molestase, puesto que Unai, se la había repasado antes de salir, sin saber, que quien se la vería… sería su madre.

—¡Ah…! —gimió el joven sin dejar de masturbarse delante de su madre— ¡Qué poco voy a durar! ¡Disfrútalo…!

Fue en ese momento que el corazón se le disparó igual que el cañonazo de un barco pirata. Su cuerpo se rompió en todos los sentidos y la cabeza le dio más vueltas que un tiovivo. La lujuria le arrebató el alma, Leticia no se lo podía creer, pero delante de semejante aberración, estaba más cachonda que en toda su vida.

Unai se contrajo de puro placer, menos de un minuto que a la mujer se le pasó en par de segundos. La punta estaba mojada y el capullo se volvió tan rojo como el fuego. Leticia abrió la boca para tomar aire, hinchando los pechos y sintiendo que sus duros pezones, rozaban la suave tela.

—¡Todo tuyo, mamá! —murmuró el joven con los dientes apretados y una mano ahogando el pene con fuerza.

Acto seguido, un gemido muy animal llegó a los oídos de Leticia, dándole un fogonazo en su intimidad hasta que la humedad llegó a anegarla. Fue idéntico a un latigazo, un verdadero golpe de placer que la hizo mecerse ligeramente hacia delante y soltar un gemido que no pudo evitar.

—¡Ah…! —casi fue más un suspiro fuerte que un sollozo.

En ese instante, la polla de Unai explotó con furia. Apenas les separaba medio paso que, el joven, de pie, con esa mano bien sujeta a su serpiente, escupió con violencia el veneno que portaba.

El primero salió poderoso, igual que una flecha en medio de una guerra, chocando contra el vientre de su madre, que seguía tapado por la camiseta de pijama.

—¡Ah! —exclamó en una mezcla de susto y placer que desconocía.

Después, un segundo que topó con la rodilla derecha de la mujer, dejando colgando una liana espesa y humeante que, en un lapso muy breve, topó con la fría baldosa del suelo.

—¡Joe, qué bueno…! —tembló de placer el joven, sacudiéndola por última vez y dejando que los restos cayeran a sus pies— ¡Ha sido la leche! ¡Buf…!

Ambos se miraron, Leticia no podía estar más asombrada, era lo mismo que si hubiera visto que la saludaban unos alienígenas o que el propio Dios bajara a comer a su salón. Unai estaba contento, con una media sonrisa etílica de satisfacción que no borró mientras se subía el pantalón.

—Voy a la cama que me voy a dormir de la misma.

—Eh… —pudo responder Leticia, con el semen aún caliente en su ropa y su rodilla.

—Te quiero, mamá.

El joven se perdió por la puerta y los pasos le llevaron a su cuarto. Allí cerró sus aposentos, dejando a su progenitora sentada en la silla y con el líquido ardiente pululando.

Leticia echó un vistazo a lo más raro que le había pasado en su vida. El pegote blanco estaba en el suelo, humeando de puro calor volcánico y otro dos, en su propio cuerpo. Se puso de pie con las piernas temblorosas, cogiendo un papel dentro del shock en el que se encontraba y limpió las baldosas.

Según acabó, se miró su cuerpo, rememorando cada fracción de la paja que se había hecho su hijo delante de ella y con el semen todavía sobre su piel, tuvo que aferrarse en la encimera para no caerse.

—Me he… Me he… —sus ojos se humedecieron sin creer lo que ocurría y una media sonrisa muy real nació en su rostro. Era evidente lo que le pasaba, puesto que sus bragas… estaban mojadas— ¿¡Me he corrido!?
Aquella misma mañana, descubrió que no se había corrido, lo que le sucedió fue una mojadura sin igual, una situación que la mandó derecha a la ducha y esas bragas, directas a la lavadora. Eso sí, en la ducha, con el chorro caliente sobre su cabeza… sí que se corrió.

Estuvo la mañana algo ausente, con un severo picor en su entrepierna que acompañaba un dolor de vientre de puro nerviosismo. Tenía muy claro lo que le había pasado y también… que había sido de las mejores experiencias de su vida.

Todos estos años esperando por algo similar y lo obtuvo de manera repentina, provocando que el premio fuera doble.

Meditó lo que debería hacer con Unai, si hablar sobre aquello, decirle que no estaba bien y actuar como una madre. Pero es que su hijo, lo había tomado con semejante naturalidad, que no quería hablarlo, lo que Leticia deseaba era… repetirlo.

Cuando se dio cuenta, ya no estaba en el sofá junto a Roberto, sino con las llaves del coche en su mano. Cogía el auto en contadas ocasiones y menos, si su marido no iba de copiloto, sin embargo, esa mañana le dio lo mismo, porque algo… el deseo, la aventura o la lujuria… la azotaban el culo con dureza para que se moviera.

Llegó al centro comercial, entrando a pasos rápidos y con una viva rojez en los pómulos, dentro de una tienda de ropa. Fue a las secciones que tenía pensado y en cinco minutos, había hecho la compra.

Comió en silencio, tampoco era una extrañeza, sin embargo, que no mirase a su hijo en ninguna ocasión, sí que lo fue. Los dos hombres hablaron de todo y de nada, en especial, Unai que no mostraba ni el más ápice de remordimiento. “¿Se acordará?”, meditó Leticia entre macarrón y macarrón.

Llegaron las tres de la tarde y la mujer se quedó en el sofá junto a su marido. Este le contaba que saldría esa noche a tomar algo con sus amigos y ella, asentía sin querer oír mucho más. Las palabras de su esposo estorbaban en su pensamiento y también, para el plan que tenía en mente. Era poco relevante que su marido saliera a la noche, el único que le importaba que no se marchara de casa, era su hijo.

Para las cinco de la tarde, con Roberto medio dormido en el sofá, se levantó hacia su cuarto. Pasó por el de su hijo, donde se oía el ruido del televisor por la puerta entreabierta, con toda seguridad, estaría jugando a la consola y… no se equivocaba.

Se encerró en su cuarto, cogiendo la nueva bolsa del armario y lanzando el pijama a la cama, obviamente, no era el mismo de la mañana, el que tenía rastros de semen, estaba girando en la lavadora.

—Con esto mucho mejor… —murmuró para ella misma delante del espejo.

Se había comprado una camiseta de color negro ceñida, tanto que casi parecía de licra, puesto que sin el sujetador se le marcaban los pezones. Los brazos quedaban al aire y se unía en su cuello dejando sin escote a la vista, tampoco es que hubiera mucho que mostrar, la talla de Leticia no era para echar cohetes.

Un pantaloncito de color gris y corto, igual de pegado, era lo que la vestía de la cadera a los muslos, igual que si se pusiera un calzoncillo de Roberto, sin embargo, ella no llevaba ropa interior.

“Toc, toc, toc”, anunció Leticia a su llegada en la puerta de su hijo. La abrió sin permiso y lo primero que vio, fueron las piernas peludas de Unai, eso sí, el pantalón estaba en su lugar.

—¿Molesto?

—Para nada, mamá. —se acomodó en el cabecero y cruzó las piernas, mostrando esa bonita sonrisa que tuvo desde la niñez— ¿Quieres que vaya algún lado?

—No, no, solo venía a hablar contigo. Papá está dormido, mejor habla bajito. —el joven asintió comprendiendo la situación. Leticia miró la consola que estaba parada y buscó las mejores palabras— Lo de esta mañana, ¿te acuerdas?

—¿Cuál? ¿Tu deseo? ¡Claro! Espero que fuera la leche para ti, yo también me lo pasé bien.

—¡Vaya…! —casi le sale una sonrisa nerviosa, pero la supo controlar. Se ocultó un rizo rubio detrás de la oreja y fijo los ojos azules en su pequeño— No esperaba tanta normalidad, aunque lo hace más sencillo. Me gustaría decirte algo… ¿Te sientes mal o…?

—No. —totalmente sincero— ¿Por qué me iba a sentir mal? ¿Te he molestado o algo?

Quizá era el momento para decir que sí y echarle una leve bronca que corrigiera ese comportamiento. Por una fracción de segundo, mientras apretaba sus dedos los unos contra los otros, Leticia estuvo tentada de hacerlo, pero tiró por otra vía.

—¡La leche…! —se echó una mano a la sien apretándose la zona, porque su cerebro le impulsaba a soltar otras palabras— No me creo esto…

—¿Estás bien?

La piel se le había puesto pálida y sus extremidades se habían congelado. De seguro que si Unai la hubiera tocado las manos, podría empezar a sentir esa humedad naciente en las palmas, pero no dio tiempo, porque el alma de Leticia se lanzó a hablar.

—¿Podemos repetirlo? —los ojos marrones de su hijo se abrieron de par en par— ¿Puedes pajearte otra vez?

—Pues…

Por un instante, Leticia se dio cuenta de la locura que pretendía. Estaba en el cuarto de su hijo, sentada en su cama y pidiéndole que se masturbase para poder observarle. Estuvo tentada de levantarse, de huir corriendo y salir de casa para no volver. Pero el gesto pensativo de su hijo, la hizo quedarse.

—Iba a masturbarme en un rato, ya ando un poco caliente. ¿Quieres mirar otra vez? —asintió sin querer entablar contacto visual— Vale, aunque igual tardo un poco en que se me ponga dura. ¿Papá está dormido, no?

—En el sofá.

—Bien. Mira bien, que no haré ruido.

La sacó de la misma, haciendo que su pene inerte chocara contra la piel del vientre. Unai se acomodó el pantalón en los tobillos y a la mujer, le dio menos impresión al no verla erecta de golpe.

El joven la movió par de veces, esperando que aquel cacho de músculos, reaccionara.

—Toma su tiempo… —soltó en una pequeña broma, aunque Leticia, no estaba para gracias.

Separó una mano de la otra, llegando sin preguntar a una zona muy delicada del joven, donde los finos y elegantes dedos de su madre, le amasaron los huevos sin pedir permiso.

—¡Hostia puta…! —murmuró el chico de un espasmo— ¡Así mucho mejor!

La polla se puso dura a un ritmo frenético y en menos de veinte segundos, daba la sensación de que fuera explotar con violencia. Leticia no quitó la mano de las calientes pelotas hasta que no vio el mismo pene que a la mañana, en ese instante, suspiró y se acercó a la escopeta.

Puso una mano al lado de la cadera de su hijo y la misma palma que estaba caliente debido a los genitales del joven, la apoyó en el lado opuesto. Unai se pajeaba entre jadeos, amasando con cariño la punta, mientras su madre, estaba en medio contemplándolo.

La vagina de Leticia no tardó en quemarla, teniendo que apretar ambas piernas y rozarlas con el pequeño pantaloncito de color gris para que le diera un poco de placer. Estaba muy cerca, casi podía sentir el viento caliente que producía la mano de su hijo al pajearse, era lo más erótico que podía sentir y su coño, empezó a mojarse.

—¿Me puedes tocar un poco más los huevos? ¡Que estoy a punto de correrme!

Eso no entraba en sus planes, pero la calentura de la mujer la llevó a acatar el mandato. Tirado en la cama, su hijo se contrajo de puro éxtasis, mientras la respiración de Leticia se agitaba sin control.

Las dos canicas le ardían hasta quemarla y entre sus dedos, las meció con cariño para sacar toda esa esencia que le pringó la ropa a la mañana. Unai ya no olía a ron, ni estaba manchado, pero desbordaba la misma sensualidad que cuando apareció borracho en casa.

—Córrete… —pidió Leticia con visible lujuria, sorprendida de su propia frase.

El joven lo hizo, puesto que después de que sus nalgas se apretaron con la presión del océano, de la punta nació una erupción espesa.

Leticia estuvo atenta, porque era lo que pretendía y la prenda negra no era un mero adorno. Inclinó ligeramente su cuerpo, sacando la mano de los huevos calientes de su pequeño para apoyar ambas en la cama.

Unai lo entendió mientras jadeaba con efusividad, colocando la punta en dirección a la camiseta de su madre, más en concreto, entre medias de los duros pezones que marcaba la prenda. El primero impactó con violencia, dejando un reguero blanco de leche condensada que empezó a caer unos centímetros hasta volverse invisible.

El segundo fue igual de potente, marcando el pecho derecho de la mujer y sacándola un jadeo que por poco no se convierte en grito. Agitó sus piernas sin control, soltando el apoyo de una de sus manos y apretándose su zona más íntima hasta que la humedad se convirtió en un charco.

Cerró los ojos disfrutando de la situación, con su marido dormido en la sala y su hijo asolando su camiseta negra de infinitas gotas de níveo semen. Al final, Unai se detuvo con una tensión que podía partirle los huesos, resoplando todo el aire de sus pulmones y poniendo una sonrisa en su rostro.

—¡Sublime, joder! ¡Gracias, mamá! Me he quedado seco…

Leticia asintió con una franja roja atravesándola el puente de la nariz y una respiración que clamaba por ser insuficiente. Una mano se mantuvo apoyada en la cama, pero la otra, apretaba sin control un pantalón de color grisáceo que, al separar las piernas, se percató de que estaba empapado.

—Esa camiseta se quedó para quemar, mamá. —rio tontamente Unai, orgulloso por su desastre— Un poco más y te llega a los pezones. Oye, una cosa… —respiró pesadamente y se guardó el pene lo mejor que pudo— creo que te quedaría sensacional, un buen sujetador que te marcara la silueta. Tienes unas tetas bonitas.

—¿Tú crees? —asintió el chico, cogiendo el mando de la consola y dando un trago a la botella de agua, estaba agotado— Esta noche, ¿vas a salir?

—Sí, eso creo.

—¿Puedo pedirte una cosa? —separó aún más las piernas, dejando visible la mojadura de sus pantalones y se la mostró sin pudor a su hijo. Este abrió los ojos, sin poder mirar a otro lado cuando su madre le habló— Quédate esta noche.

—Si tú lo quieres… —por primera vez, parecía algo cohibido y en la cara de Leticia, nació una sonrisa muy pícara que le hizo temblar el alma.

—Sí, eso es lo que quiero. —se levantó con la camiseta llena de semen y un olor dulzón de su sexo anegando sus piernas— Voy a limpiarme y… una última cosa… no te la toques sin mí.

****

La noche cayó sobre la casa de Leticia, su marido hacía una hora que se había ido y Unai… aguardaba en la soledad de su cuarto. La mujer se preparó a conciencia, decidiendo lo que ponerse una y otra vez, aunque, al final, tiró por lo más sencillo.

Salió de la ducha, según su marido abandonó la casa y sin decir ni una sola palabra a su hijo, empezó a prepararse delante del espejo. Un poco de sombra en los ojos para resaltar su azul natural, una pizca de brillo en los labios para hacerlos un poco más grandes y acabó por peinarse esos bucles dorados que le sentaban de maravilla.

Escabulléndose cuál ninja experto, se adentró en su habitación. No se escuchaba nada en la casa, ni un pequeño sonido que la perturbase y suponer que su hijo estaría aguardando por ella, la puso cachonda.

Se colocó otro pantaloncito corto, el de color gris quedaba para la lavadora, con aquella poderosa mancha no podía ponérselo. El de ahora era de color negro, con dos bandas blancas a los lados que le quedaba muy pegado al trasero. No es que tuviera un culo perfecto, pero el paso de los años no había hecho mella en sus nalgas y aún se conservaban duras.

Delante del espejo del armario, con sus senos al aire, se los contempló por un rato. Era cierto que aún estaban en buena forma, como decía Unai, tenía una buena silueta. Estaba delgada, quizá… un poco más de lo debido, pero sus pechos, pese a no ser grandes, eran juguetones.

Abrió uno de los cajones, donde escondía ciertas prendas que no le gustaba llevar. Solo se las ponía en invierno, con varias capas por encima, porque le daba demasiada vergüenza el cambio que le otorgaban.

Cogió un sujetador negro, del mismo color de sus bragas y su pantalón, y se lo puso frente a su reflejo. Las tetas se le subieron, apretándose la una contra la otra y dando la sensación de aumentar dos tallas.

Resopló y se mordió el labio, por una vez en su vida se veía arrebatadora, realmente sensual, una mujer por la que varios hombres se quebrarían el cuello para mirarla. Sus manos recorrieron su blanquecina piel, pasando por la marca de las costillas hasta subir a esas dos mamas que se veían imponentes.

Apretó por fuera, causándose un extraño placer que tuvo que detener, si no… podría lanzarse a la cama y masturbarse hasta el día siguiente, y… no debía hacer eso, había quedado con… su hijo.

Antes de salir, se enfundó otra de las camisetas negras muy pegadas que se compró, provocando que cada curva de su cuerpo se viera de la misma manera que si no llevara nada. En resumen, se veía espectacular, porque lo estaba.

“Toc, toc, toc…”

La puerta de su hijo se empezó a abrir con calma, mientras la mujer se adentraba con sus pies desnudos. En la cama esperaba Unai, tumbado y despreocupado, viendo algo en la televisión que a la mujer no le importaba.

—Unai…

El chico la miró con la única luz que otorgaba la lamparilla de noche y el resplandor de la televisión. Su madre tenía las manos en la cintura, con una camiseta muy pegada que dejaba ver dos bultos más grandes de lo que tenía acostumbrado.

El joven dio un respingo en la cama, poniendo el culo en la almohada y observando a la mujer que entraba por la puerta, porque no parecía Leticia, sino la versión mejorada, como si a su madre, le hubieran sacado el cien por cien de su belleza.

—Dime, ¿tienes ganas de hacerte una paja?

La voz sonó rotunda, llena de confianza y en un modo autoritario que jamás había brotado de su boca. Era otra mujer, una más decidida, más directa, más… salvaje.

—¡Claro…!

Unai había pasado amasándose el pene todas esas horas, con ganas de que llegara la noche y se pudiera hacer otra paja delante de su madre. La primera fue mejor de lo que se hubiera imaginado jamás, pero la segunda, en ese instante que le mecía los huevos y explotaba contra su camiseta…, fue glorioso.

Leticia posó las rodillas desnudas en la cama, colocándose muy cerca del muchacho que, sin querer, ya la tenía dura. Sentó su trasero sobre sus tobillos, poniéndose justo entre las piernas abiertas del joven que, sin que se lo pidiera, comenzó a sacar su buena herramienta.

—Empieza.

Unai no titubeó, si esa mujer se lo ordenaba, acataría lo que saliera por aquellos labios brillantes. La mano meció una vez el pene, dejando ver las miles de gotas que impugnaban y daban humedad al capullo.

A Leticia le palpitó el cuerpo, posando los ojos en los de su hijo y provocando que el intenso azul, realzado por la sombra de ojos, le hechizara. No sentía apetito por la paja, había cumplido su deseo y pese a anhelarla en futuros casos, ahora… pretendía otra cosa.

—No te has quedado para nada… —le comentó Leticia con una media sonrisa muy lasciva que sorprendió a su hijo.

Su delicada mano se alzó del edredón, yendo con suma tranquilidad hasta un lugar como si lo considerara suyo. Unai recibió un leve golpe en su mano, uno tan nimio que apenas lo notó, pero supo lo que quería decir.

Los dedos del joven se intercambiaron por los de la mujer y entonces, fue ella la que bajó la piel.

—¡Uf…! ¡Qué bueno…! —soltó entre dientes Unai con un gozo inigualable— Hacía mucho que no me hacían una paja.

—Prefiero que te las hagas tú, pero solo cuando yo esté presente. —“¿Es una orden?”, pensó el joven y… no se equivocaba— Aunque no estoy aquí para machacártela, vine… a algo más.

Su cuerpo se inclinó y los brillantes labios se separaron el uno del otro, la mano bajó del todo la piel y entonces… el capullo enrojecido de Unai, desapareció en la boca de su madre.

—¡La hostia! —aulló al notar el desmesurado calor de su lengua masajeándole la polla— ¡Ay…, sí…! Chupa, mamá, que lo necesito…

La mujer sacudió esa anaconda par de ocasiones, llenándola de una barbaridad de saliva que empezó a manar por el gran tronco de Unai. Su polla era grande y ni siquiera intentó metérsela entera, era imposible y no iba a perder el tiempo en ello, lo mejor era… dejarla bien lubricada.

—¡Está muy buena…! —comentó la mujer levantando su cuerpo y limpiándose la saliva con el dorso de la mano. Cuando se la retiró, Unai vio que estaba sonriendo— Ahora me la voy a meter en otro lado.

—¿¡Cómo!?

El joven estaba pétreo de asombro, aunque no dejó de mirar en el momento que los dedos pulgares de su madre se metían por ese pantalón tan prieto y bajaban toda la ropa que pillaron.

El par de prendas que portaba en la mano, desaparecieron en algún lado del cuarto y su vagina, pelada y resplandeciente debido a la pasión que desbordaba, quedaron a la vista del joven.

No pudo añadir palabra alguna, sino que siguió mirando cómo le quitaba el pantalón y acto seguido, se colocaba a ahorcajadas en su cadera. El chico aprovechó a deshacerse de la camiseta, dejando su pecho libre para la visión de su madre. Esta le cogió ambas manos, poniéndoselas en su cintura, por encima de la camiseta negra y luego, ella sujetó el mojado pene.

—Toca meterla aquí.

Su cadera descendió y Unai sintió la humedad que impregnaba todo su sexo. Nunca en la vida había estado con una mujer que empapase tanto y Leticia, jamás había sentido en su interior, la manera en la que la polla de su hijo le separaba las paredes.

No hubo segundo intento, de una, entró todo. Se acomodó en el asiento que era la cadera de Unai y allí, empezó a moverse mientras la lanza le tocaba lo más hondo de su cueva.

—¡Ah…! ¡Aahh…! —empezó a gemir con la mirada fija en un chico que parecía el tímido de los dos— ¿Prefieres mis tetas así?

Soltó de pronto la mujer, cogiendo las muñecas de su pequeño y colocándoselas en ambos senos. Unai apretó con sumo gusto, notando que el placer de toda la tarde se arremolinaba en el sexo que le estaba propinando su madre.

Sus tetas estaban más grandes y aquello le puso demasiado, comenzando a ayudar en el movimiento de cadera y uniéndose al polvo. Con la lucecilla de la mesilla, la sombra de Leticia se agrandaba contra la pared y sus golpes de cadera, la hacían parecer un coloso de las leyendas.

La timidez quedó a un lado, la sonrisa pobló su rostro e hinchó sus mejillas. Los bucles dorados danzaban en el aire a cada movimiento de su cadera y la vagina le chisporroteaba igual que si tuviera un cable pelado en el interior.

—Hoy tenía ganas de correrme… —suspiró la mujer, más para ella que para su hijo.

Posó ambos pies en la cama, y como si se pusiera de cuclillas, empezando a botar con su duro trasero sobre su hijo. Se sacaba el pene hasta el tope, para bajar con fuerza y hacer que su útero notase el pinchazo que le daba semejante ariete.

—¡Ah…! ¡Ah…! ¡Ah…! —sollozaba encontrando un placer que no tuvo en la vida— ¡Quiero ver cómo te haces pajas a diario!

—Vale… —respondió como pudo el joven, tratando de soportar aquella yegua que le montaba sin control— Lo que quieras.

—Cuando te lo pida, me darás tu polla, ¿bien? —el joven asintió y ella cayó con todo su peso— ¡Aaahhh! ¡Me gusta tu rabo! Desde ahora es para mí, déjate de intentar ligar con niñatas… —no era su madre, esa cara pasional y encendida en lujuria era de otra mujer, una que, a Unai, le encantaba— Eres mío.

—Entendido.

La mujer apretó los dientes, subió todo lo que pudo hasta dejar en el límite el capullo y bajó de una sentada penetrándose al completo. Sintió los huevos acariciándole su virgen ano, aunque no solo fue eso, ya que, de pronto, se le paró el corazón.

Todo estalló en su interior, un sinfín de placer que la hizo tensar su cuerpo y mirar al cielo en busca del paraíso. Pero el Edén se encontraba más abajo, justo entre sus piernas, donde toda la tensión desapareció de un plumazo y sus paredes, luego de estrangular el pene de su hijo, descansaron como si fueran a morir.

—¡¡¡AAAAHHHH!!! —gritó con fuerza y placer, aullando a una luna llena que les escoltaba en el cielo.

El orgasmo fue tremendo, haciendo que su rostro se contrajera y las venas del cuello se hinchasen como globos de un payaso. Las piernas la temblaron y el líquido brotó de su interior, golpeando en abundancia la cadera de Unai, que se mantenía perplejo ante semejante acontecimiento.

—¡Menuda corrida…! —murmuró asombrado sin que su madre le escuchase, ya que ella, trataba de respirar y serenar un cuerpo que se había reiniciado por completo.

—Ya… —tragó saliva porque la garganta era un árido desierto— ¡Ya era hora…! —acabó por decir Leticia, abriendo sus ojos y dejando que brillasen con la luz del orgasmo.

Se echó algo para atrás, poniendo las manos a la altura de las rodillas del muchacho y este, le agarró los muslos para que se quedara quieta.

—Espera, ponte así.

Unai le abrió las piernas, aunque le costó, porque estas temblaban sin control pese a los intentos de Leticia por detenerlas. La mujer estaba en la posición que requería el joven, con las manos atrás, apoyadas en la cama y el culo algo levantado.

Formaban un ángulo obtuso, aunque ninguno de los dos pensó en eso, menos, cuando Unai sujetó los muslos de la mujer para bajarlos y levantó su cadera para introducirla.

—¡Joder, sí! —soltó Leticia tras unos dientes perfectos y apretados.

—Me pone mucho escucharte hablar así… —la respiración del joven se había acelerado por el esfuerzo.

—¿Cómo?

—Sin estar tan tímida, soltando tacos y haciendo lo que te dé la gana. —otro movimiento que la perforó en profundidad.

—¡Fóllame…! —rogó con el rostro roto y un par de bucles cruzándole la mirada azul— ¿Te pone mucho que sea así o prefieres que sea la de siempre?

—Quiero que seas así. —Unai sujetó con fuerza los muslos y empezó a imprimir una rápida velocidad mantenida que le permitía su resistencia juvenil.

—¡Ohh! ¡Ohh! ¡Ohh…! —empezó a decir al notar que la follaban una y otra vez— Cuando me la metas… voy a ser como quieras. Desde ahora, te pienso usar para todos mis deseos.

—Acepto. —el coito seguía a un ritmo muy alto y Leticia volvía a notar el cielo demasiado pronto.

—No aceptas, chico. —Unai no paró, aunque vio de qué manera tan fija le miraba su madre, era una cazadora— ¡Aahh…! ¡Sigue, sigue…! —rogó la mujer con el rostro alumbrado por la única luz de la estancia. Terminó por añadir— Acatarás lo que te diga y cumplirás todos mis deseos. Ahora…, ¡fóllame que me corro!

El joven hizo lo que le pedían, sin rechistar ni lo más mínimo y notando un placer que ni en sus mejores sueños. Las piernas de su madre se movían a su antojo y su pene, era devorado una y otra vez por un coño hambriento de sexo.

Al final, notó en el ígneo rostro de su madre la venida del orgasmo. Sus gestos eran desmesurados, como si se estuviera rompiendo por dentro y reconstruyéndose a base de pollazos. Las piernas se abrieron y cerraron con ímpetu, y el joven, las mantuvo todo lo separadas que pudo mientras la cadera de Leticia empezaba a temblar de puro frenesí.

—¡Me vengo! ¡Me vengo! ¡¡MAMÁ SE CORRE!! —gritó para que todo el mundo la escuchase.

De pronto, la unión se rompió, el grito de placer brotó de la atorada garganta de la mujer y de su vagina, manó un líquido trasparente que salió disparado hacia Unai. Sus ojos se abrieron mientras, de fondo, su madre ponía el eco del placer como banda sonora. Ese líquido emergió en un poderoso disparo contra su pecho, incluso llegando a manchar su cara en varias gotas dispersas.

—¡Qué…! —soltó sorprendido el joven, recibiendo otra descarga, igual que si su madre poseyera una pistola de agua en el coño— ¡Esto qué es!

La mujer cayó devastada contra la cama, dejando su sexo inundado de líquido al lado de la puntiaguda polla de su hijo. Estaban a la inversa, ambos tumbados, pero a lados opuestos de la cama, lo único que les diferenciaba, era que Leticia estaba absorta en su mundo de placer y Unai, no se creía la maravillosa corrida con la que le bañó su madre.

Un atisbo de lujuria desmedida le azuzó de pronto, llenándole de más pasión de la que pudiera manejar. De un segundo a otro, estaba de rodillas en la cama, mirando a su madre con aquellas tetas subiendo arriba y abajo dentro de la camiseta.

No lo dudó y tiró de sus rodillas para arrastrarla por el edredón hasta su posición. Ella rio, aunque no se estaba enterando mucho de lo que sucedía, puesto que, su mente, estaba siendo masajeada por un orgasmo que no se quería ir.

Se la metió entera, toda, sin dejar ni un ápice fuera, hasta que los huevos hicieron tope contra su culo. Unai la penetró con pasión y con una efervescencia propia de la juventud. Leticia apenas sentía, porque el placer todavía nadaba en ella, y mientras su hijo se la follaba sin parar, solo podía sonreír y reírse.

—Yo también quiero correrme… —comentó el chico con esfuerzo y un rostro tenso de placer.

—Pues hazlo… —sus manos pasaron por encima de su camiseta, llegando a los senos para apretarlos por encima de la ropa— ¡Báñame de leche como a Cleopatra!

Los ojos azules brillaron más que el sol y esa risa resonó en cada pared de la casa. Al joven le gustaba ver así a su madre, riendo, feliz y con una timidez nula, todo eso… le ayudó a llegar al orgasmo.

—¡Ya estoy…! —murmuró entre dientes, con par de gotas que aún se mantenían en su barbilla después de que le disparan la corrida— ¡Te la doy toda…! ¡Todo lo de esta tarde…!

—¡Eso es, mi niño…! —gritó Leticia, separando sus piernas todo lo que pudo para ofrecer su vagina en bandeja a su pequeño.

Última entrada brutal y Unai la sacó de su interior, observando como su madre retozaba en la cama, apretándose los pechos y riendo sin parar. El joven se elevó un poco, colocando cada rodilla a los lados del torso de la mujer y masturbándose con unas ganas que desconocía.

Un ramalazo de pura pasión le sacudió la espalda, haciendo que las nalgas se le apretaran y una electricidad muy conocida le golpeara los genitales. Dio un alarido al cielo, agradeciendo que su padre no estuviera para no escuchar semejante pelea sexual.

El primer chorro brotó con violencia, empapando de líquido blanco la camiseta negra de su madre, justo en la mitad de sus pechos, donde ella se apretaba con pasión para que la llenase entera.

Otro más salió despedido de la punta, alcanzando la garganta y provocando en la mujer, una sonrisa placentera que la hizo mover la cadera como si una polla invisible la penetrase de nuevo.

Emergieron dos más del interior del joven, manchando al completo la camiseta de su madre que recién estrenaba. Había ríos de leche caliente por todo el pecho e, incluso en el vientre, bastantes gotas dibujaban un paisaje digno de la mejor película erótica.

La punta aún estaba sucia y Unai, se adelantó hasta el rostro perfecto y sonriente de su madre, donde la mujer, sacó la lengua como si conociera los deseos sexuales de su pequeño. Cuando llegó a su destino, Unai le restregó la punta por su boca hasta que quedó impoluta.

—¡Buena ducha…! —comentó Leticia con su sonrisa manchada de semen y una felicidad que desbordaba.

—Estuvo… —Unai cayó a la cama y deseó dormir por tres días— Estuvo bien…

Leticia se levantó, pasándose un dedo por los labios y degustando el plato caliente que le sirvió su hijo en bandeja. Estaba bueno, riquísimo, pero lo mejor de todo, era que… esperaba volverlo a probar.

—Oye… —se dio la vuelta, mostrando su camiseta llena de semen y de una sentada, se la quitó, enseñándole las tetas dentro del sujetador— Me tengo que duchar. Ven conmigo, así… me lavas la espalda.

—¿Y quién…?

Apenas podía hablar, pero puso los pies en el suelo y se alzó con su pene a media asta. Las piernas temblaron y estuvo a nada de tener que apoyarse contra la pared para estabilizarse, aun así, se mantuvo firme y pudo formular la pregunta.

—¿Y quién me limpia a mí?

—Ven, que si te portas bien, te limpio la polla… —con unos dedos finos y esbeltos se acarició los labios, sonriendo completamente a su hijo y junto a un aire caliente, añadió llena de erotismo— Con mi boca va a quedar brillante
 
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