Una Sobrina se Convierte en el Regalo Sorpresa

heranlu

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El sol comenzaba a esconderse tras las montañas cuando Amanda llegó a la cabaña. El aire era fresco, cargado con ese aroma terroso del bosque. Llevaba un vestido sencillo pero ajustado, uno de esos que resaltaban su figura sin ser demasiado provocativos, aunque últimamente había empezado a disfrutar de cómo la miraban cuando caminaba. No se lo admitiría a nadie, pero había elegido ese vestido pensando en ellos.

La cabaña era pequeña pero acogedora, un espacio perfecto para el fin de semana que Natalia había planeado como sorpresa para el cumpleaños de Diego. Natalia, su tía, y Diego, el novio perfecto que siempre la había tratado como una hermana pequeña. O eso pensaba.

Al abrir la puerta, los encontró esperándola. Natalia, con su cabello recogido y un vestido ajustado de color vino, sonrió de oreja a oreja. Diego estaba de pie junto a la mesa, una copa de vino en la mano, el suéter negro ajustándose a sus hombros anchos. Había algo en su mirada que Amanda no pudo identificar de inmediato, pero que hizo que su corazón latiera con fuerza.

—¡Feliz cumpleaños, Diego! —dijo Amanda con una sonrisa radiante, entregándole una pequeña caja envuelta con esmero. Dentro, un reloj sencillo pero elegante que había elegido con cuidado, algo que reflejara la sobriedad y el encanto de él.

Diego la miró, sonriendo de esa forma que siempre hacía que su estómago se revolviera, aunque nunca lo reconocería.

—Gracias, Amanda. Pero creo que ya tengo el mejor regalo aquí mismo.

La forma en que lo dijo, con la voz grave y cargada de algo que no era del todo inocente, la hizo pestañear. Natalia rio suavemente, acercándose para tomarla de la mano.

—Ven, vamos a brindar. Esta noche es especial.

El ambiente se fue llenando de una tensión sutil pero inconfundible. Las velas en la mesa proyectaban sombras cálidas que parecían bailar en las paredes, y el vino fluía libremente. Amanda no podía dejar de notar cómo los ojos de Diego parecían detenerse en ella más de lo habitual, cómo Natalia la miraba con una sonrisa cómplice.

—¿Estás cómoda? —preguntó Natalia, mientras le servía otra copa.

—Sí, claro. Es hermoso aquí.

Natalia intercambió una mirada con Diego, y Amanda sintió que había algo no dicho en el aire. Algo que no lograba descifrar, pero que empezaba a desbordar su imaginación.

Pasó el rato y, tras una cena deliciosa, Natalia se puso de pie y anunció con un tono juguetón:

—Es hora del regalo especial. Amanda, ¿puedes venir conmigo?

Amanda se levantó, intrigada, y la siguió a la habitación principal. La cama estaba decorada con pétalos de rosa y una luz tenue que provenía de una lámpara de pie en la esquina. Antes de que pudiera preguntar, Natalia se volvió hacia ella, su sonrisa más traviesa que nunca.

—Sé que esto puede parecer raro, pero... Diego y yo hemos hablado mucho. Y pensamos que tú eres perfecta para esto.

Amanda la miró, perpleja.

—¿Para qué?

Natalia le tomó las manos, acercándose lo suficiente para que Amanda pudiera sentir su aliento cálido.

—Para él. Y para mí.

Amanda intentó procesar lo que acababa de escuchar. Su mirada se movía nerviosa entre el rostro de Natalia y la habitación decorada con una intención que ahora era imposible ignorar.

—¿Esto es una broma? —preguntó, aunque su voz apenas fue un susurro.

Natalia negó con suavidad, apretando un poco más sus manos.

—Nunca bromearía con algo así, Amanda. Sabes cuánto te queremos, cuánto te admiro. Esto no es solo para Diego, ¿sabes? También es para mí. Para nosotras.

El corazón de Amanda latía con fuerza, y no solo por el nerviosismo. Había soñado con momentos como este, aunque siempre se habían quedado en el terreno seguro de su imaginación. Fantasías que susurraban en su mente durante las noches solitarias, imágenes furtivas que la hacían despertar con el cuerpo encendido. Pero esto era real, y lo real siempre era más complicado.

—No sé si puedo... si debo... —tartamudeó, intentando encontrar alguna excusa, aunque cada palabra sonaba menos convincente incluso para ella misma.

Natalia sonrió, esa sonrisa cálida y confiada que siempre lograba calmarla. Se acercó aún más, dejando que sus manos acariciaran suavemente los brazos de Amanda.

—¿Por qué no? —preguntó con ternura—. Siempre me has confiado todo, ¿no? Sé lo que has pensado, lo que has soñado. Yo también lo he hecho. Esto no tiene que ser raro, ni incómodo. Es algo hermoso, Amanda. Algo que los tres queremos.

Amanda cerró los ojos, sintiendo cómo los dedos de Natalia trazaban pequeños círculos en su piel, dejándola vulnerable y al mismo tiempo... emocionada. Había una parte de ella que quería resistirse, que decía que debía ser sensata, pero había otra, más profunda y auténtica, que anhelaba dejarse llevar.

—No sé si... si estoy lista.

Natalia alzó una mano para acariciar su rostro, deslizando los dedos por su mejilla y hasta su cuello.

—Lo estás. Siempre lo has estado.

Amanda no pudo evitar estremecerse ante el contacto. Cuando abrió los ojos, encontró a Natalia observándola con una mezcla de deseo y cariño que la desarmó por completo.

—Confía en mí —susurró Natalia antes de inclinarse y besarla suavemente.

El mundo de Amanda pareció detenerse en ese momento. Los labios de Natalia eran cálidos, suaves, y la forma en que la besaba era tan natural que hizo que todas las dudas comenzaran a desvanecerse. Amanda no supo en qué momento dejó de resistirse y comenzó a responder al beso, pero cuando lo hizo, sintió una corriente eléctrica recorriéndole todo el cuerpo.

Natalia sonrió contra sus labios antes de separarse apenas unos centímetros.

—Ese vestido te queda precioso, pero creo que sería mejor si probamos esto.

Se giró y tomó una caja que estaba sobre la cama. Dentro, Amanda encontró un conjunto de lencería de encaje rosa, tan fino y elaborado que parecía más un envoltorio de regalo de lujo que una simple prenda. La tela, suave al tacto, estaba adornada con bordados intrincados que simulaban flores entrelazadas, y cada detalle, desde los delicados tirantes hasta el borde satinado, parecía hecho para resaltar la feminidad de quien lo llevara.

Natalia, con una sonrisa cómplice, sacó un conjunto similar en tono burdeos, cuyo profundo color contrastaba con su piel como el papel más elegante en torno a un tesoro. La textura del encaje, translúcido y atrevido, prometía ser una provocación en sí misma, y al deslizarlo entre sus dedos, ambas mujeres supieron que esas prendas eran mucho más que ropa: eran una invitación, un preludio al deseo.

Amanda tragó saliva, sintiéndose nerviosa, pero también extrañamente entusiasmada.

—¿Y si no me queda? —intentó bromear, su voz apenas un susurro.

—Confía en mí, lo hará —respondió Natalia, guiándola hacia el espejo.

Se cambiaron juntas, en silencio, con las miradas cruzándose a través del reflejo. Amanda notó la seguridad con la que Natalia se movía, la forma en que su tía la miraba ahora, sin disimular el deseo. Cuando ambas estuvieron listas, Natalia se acercó de nuevo, pasando sus manos por los hombros de Amanda, bajando lentamente hasta rozar su cintura.

—Estás preciosa —murmuró, dejando un beso en su cuello que hizo que Amanda cerrara los ojos y suspirara.

Por un momento, olvidó que Diego las esperaba en la otra habitación. Olvidó todo, excepto la sensación de las manos de Natalia, el calor de su aliento en su piel y el fuego que comenzaba a arder en su interior.

—Esto... esto es una locura —susurró Amanda, pero sus palabras no tenían convicción.

—Es un sueño —corrigió Natalia, girándola suavemente para mirarla a los ojos—. Y ahora, vamos a hacer que sea realidad.

Cuando Amanda y Natalia salieron de la habitación, la sala parecía un escenario preparado para una fantasía irreal. La luz tenue provenía de una lámpara junto al sofá, proyectando sombras cálidas que acentuaban cada detalle del espacio. Diego estaba sentado cómodamente, con las piernas abiertas y una copa de vino en la mano. El único atisbo de ropa en él era un bóxer negro que apenas lograba contener la evidente erección que destacaba en su entrepierna.

La seguridad en su postura era abrumadora, como si supiera desde el principio que Amanda aceptaría lo que habían planeado. Su mirada se dirigió primero a Natalia, su cómplice, y luego se detuvo en Amanda.

Ella, de pie frente a él, sintió cómo el calor subía por su cuello hasta enrojecerle las mejillas. Su confusión inicial luchaba contra el deseo creciente que la invadía. No podía dejar de mirar el bóxer ajustado, ni de imaginar lo que ocultaba. Cada movimiento de Diego, cada detalle de su cuerpo parecía diseñado para provocarla, para atraerla más cerca del abismo al que se acercaba con pasos vacilantes.

Natalia, siempre segura, apretó suavemente la mano de Amanda antes de soltarla y caminar hacia su esposo. Se inclinó con una confianza desbordante y besó a Diego en los labios, lenta y profundamente, como si quisiera dejar claro que esto era suyo, pero también era algo que estaba dispuesta a compartir.

Diego se puso de pie, copa en mano, y avanzó hacia Amanda. Era alto y marcado, con un cuerpo trabajado de forma natural que ahora estaba a la vista de manera desvergonzada. Su cercanía la hizo contener la respiración, especialmente cuando sus ojos recorrieron cada centímetro de su cuerpo, deteniéndose más tiempo del necesario en los encajes que apenas cubrían su piel.

—A esto yo le llamo un cumpleaños perfecto —dijo con una voz grave que parecía vibrar en el aire—. Las dos mujeres más hermosas que conozco, juntas para brindar conmigo.

Extendió una copa hacia Amanda, quien la tomó con manos temblorosas. La fragancia del vino era intensa, pero no tanto como la mezcla de su nerviosismo y el deseo que latía en todo su cuerpo

Natalia se acercó, tomando otra copa y posicionándose a su lado, con esa sonrisa cómplice que Amanda conocía tan bien.

—Por nosotros —propuso Diego, levantando la copa.

—Por nosotros —repitió Natalia, mirándola con ojos que prometían más de lo que Amanda estaba segura de poder manejar.

Amanda tardó un segundo más en reaccionar, pero al final alzó la copa también.

—Por nosotros —dijo, apenas en un murmullo, antes de dar un sorbo que no hizo nada por calmar la tormenta de emociones que sentía.

Diego dejó su copa a un lado, acercándose un poco más. Ahora estaba frente a Amanda, lo suficientemente cerca como para que el calor de su cuerpo fuera tangible. Sus ojos oscuros estaban llenos de algo que mezclaba posesión y admiración, y cuando alzó una mano para acariciar suavemente su mejilla, ella no se apartó.

—Siempre supe que eras especial, Amanda. Pero nunca imaginé que estarías aquí, así... para nosotros.

Las palabras resonaron en ella, desarmándola por completo. Su mente intentaba formar una respuesta, cualquier excusa para negar lo que sentía, pero su cuerpo tenía otras intenciones. Cada roce de Diego, cada mirada intensa, alimentaba el fuego que ya ardía en su interior.

Natalia se colocó detrás de Amanda, dejando un beso suave en su hombro desnudo, sus manos deslizando delicadamente por sus brazos.

—No pienses tanto —susurró su tía, casi como una orden—. Solo relájate.

Amanda dejó caer la cabeza hacia atrás, incapaz de resistirse al toque simultáneo de ambos. Diego dejó un beso en su cuello, lento y ardiente, mientras Natalia seguía recorriendo su piel con dedos expertos.

—Quiero verte disfrutar, Amanda —dijo Diego, su voz grave contra su oído—. Y quiero que este sea un momento que jamás olvidemos.

Amanda abrió los ojos y los miró a ambos, el peso de sus deseos reflejado en sus miradas. La última chispa de resistencia que quedaba en ella se apagó en ese instante. Levantó las manos y las colocó en el pecho desnudo de Diego, sintiendo la calidez de su piel y la fuerza de los músculos bajo sus dedos. Natalia, satisfecha, sonrió mientras dejaba un beso en la mejilla de Amanda antes de guiar sus manos hacia abajo.

Todo dentro de la cabaña se sentía cargado de electricidad, como si el aire mismo estuviera esperando lo inevitable.

—Feliz cumpleaños, amor —murmuró Natalia, mirándolo con devoción mientras sostenía a Amanda, ofreciéndola como el regalo perfecto.

Natalia fue la primera en actuar. Sus dedos recorrieron los tirantes del sostén de encaje, deslizándolos lentamente por los hombros de Amanda, como si estuviera desenvolviendo un regalo cuidadosamente envuelto. Los tirantes cayeron, liberando sus pechos firmes, que inmediatamente captaron la atención de Diego.

Él no perdió tiempo. Se acercó a Amanda con una mirada que mezclaba hambre y adoración, inclinándose para besarla con una intensidad que robaba el aliento. Mientras sus labios exploraban los de ella, sus manos grandes y cálidas subieron por su cintura, deteniéndose para recorrer y amasar sus pechos desnudos. Sus dedos fuertes jugaban con ellos, arrancándole suspiros.

Amanda cerró los ojos, tratando de procesar la avalancha de sensaciones que la embargaban. Natalia, siempre pendiente de ella, apartaba con cuidado su cabello hacia un lado, dejando besos suaves en su cuello y susurrándole palabras tranquilizadoras al oído.

—Tranquila, pequeña… solo deja que todo fluya. Te prometo que te va a encantar.

La voz de Natalia, baja y seductora fue un bálsamo para Amanda, que ya no podía negar el deseo que la consumía. Siempre había visto a Natalia como más que una tía: una confidente, una hermana mayor, su modelo a seguir. Ahora, en este momento, Natalia era también su cómplice y su guía en una experiencia que desbordaba su imaginación.

La boca de Natalia se movió a su lóbulo, mordisqueándolo suavemente antes de bajar al cuello de Amanda, dejando un rastro de besos húmedos que la hacían temblar. Mientras tanto, Diego se inclinó más, dejando de besarla para deslizar sus labios y lengua hacia sus pechos desnudos.

Amanda soltó un jadeo agudo cuando él tomó uno de sus pezones entre sus labios, alternando entre lamerlo y succionarlo con maestría. Natalia, viendo su expresión de puro placer, buscó sus labios, encontrándolos en un beso hambriento que parecía contener todos los años de confianza y cariño que habían compartido, ahora transformados en pasión.

Amanda estaba atrapada en un torbellino de sensaciones. El calor de los labios de Diego en su pecho, la suavidad de la boca de Natalia en la suya, las manos que recorrían su piel, explorándola con una mezcla de ternura y deseo. Todo era demasiado.

Las manos de Amanda, temblorosas pero ansiosas, se deslizaron hacia la cabeza del marido de su tía, hundiéndose en su cabello mientras su cuerpo respondía con movimientos involuntarios, buscando más contacto. Sus piernas temblaban, apenas sosteniéndola, y su mente apenas lograba procesar el placer que la embargaba.

Cuando Natalia bajó sus labios para besar la clavícula de Amanda, su lengua dejando un rastro húmedo y cálido, esta soltó un suspiro entrecortado. La sensación del cuerpo de su sobrina contra el suyo, combinado con el toque firme de Diego, creaba una sinfonía de estímulos que la estaban llevando al límite.

Diego se separó por un momento, levantando la vista hacia ambas mujeres, y dejó escapar una sonrisa cargada de deseo.

—Esto es incluso mejor de lo que imaginé —murmuró antes de volver a inclinarse hacia Amanda, su lengua trazando el camino entre sus pechos mientras sus manos recorrían sus caderas.

Natalia, completamente entregada, deslizó sus dedos por la espalda de Amanda, dejándolos descansar en la curva de su cintura antes de deslizarse hacia sus muslos, acariciándola con suavidad.

—Relájate, Amanda. Este es nuestro momento. Déjate llevar… —susurró Natalia, mientras sus ojos se encontraban con los de Diego, compartiendo esa complicidad inquebrantable que los unía.

Diego casi protestó cuando Natalia, con ese toque sutil que parecía controlar todo, le indicó que se dirigieran al dormitorio. Había fantaseado con Amanda desde que la conoció como una adolescente risueña. Siempre inseparable de su esposa, la joven irradiaba esa frescura y curiosidad que le provocaban deseos difíciles de reprimir. Ahora, frente a él, tenía no solo a Amanda, sino a Natalia, quien lideraba el momento como si este encuentro hubiera estado ensayado en su mente mil veces.

Con pasos seguros, Natalia los guio a la habitación. Diego se despojó de sus bóxers antes de tenderse sobre la cama, su postura despreocupada pero cargada de deseo. Parecía un actor que toma posición en un escenario, seguro de su papel. El peso de las miradas de las dos mujeres sobre su cuerpo desnudo intensificó el ambiente. Su erección era imposible de ignorar, destacando con una firmeza que provocó reacciones opuestas.

Amanda lo miró con asombro, sus ojos recorriendo cada detalle mientras su imaginación intentaba procesar lo que veían. Natalia, por su parte, no ocultaba una sonrisa traviesa, mezcla de ansiedad y familiaridad. Con la seguridad de quien conoce a la perfección ese cuerpo, saboreaba el momento al notar cómo Amanda se iba relajando.

Diego comenzó a acariciarse, sus movimientos lentos, mientras su mirada oscilaba entre ambas mujeres. Su mujer, siempre a la cabeza del momento, se inclinó hacia Amanda, susurrándole algo al oído. La joven rio, un sonido ahogado y nervioso, pero lleno de entrega. Esa risa fue suficiente para que Amanda finalmente se dejara llevar, aceptando el deseo que se había apoderado de su cuerpo.

Los labios de Natalia se apoderaron de los de Amanda en un beso cargado de lujuria. Natalia no perdió tiempo y dejó que sus manos exploraran el cuerpo de Amanda, recorriendo cada curva apretando y acariciando la piel que la lencería apenas ocultaba. Sus movimientos eran provocadores, como si cada roce estuviera pensado para encender a Amanda y, de paso, torturar a Diego con el espectáculo.

Amanda, con la respiración acelerada y las mejillas enrojecidas, respondió con una audacia que apenas reconocía en sí misma. Sus dedos tiraron de los tirantes del sostén de Natalia, dejándolo caer despacio, como si estuviera desnudándola para un ritual privado y obsceno. Los pechos de Natalia quedaron expuestos, firmes y con los pezones duros como una invitación descarada. Amanda no dudó más; inclinó su rostro y atrapó uno entre sus labios, succionando con un hambre que arrancó un gemido grave de Natalia.

—Así, sigue así —murmuró Natalia entre dientes, enterrando sus dedos en el cabello de Amanda, guiándola para que lamiera y mordiera con más intensidad. El sonido húmedo de la lengua de Amanda recorriendo su piel llenaba el cuarto, mientras Diego observaba con los ojos fijos y la respiración entrecortada, sus manos moviéndose casi con desesperación sobre su propio cuerpo.

Las manos de Amanda exploraron con más audacia, bajando por las caderas de Natalia hasta llegar al borde de sus bragas, mientras sus labios seguían jugando con sus pechos. El contraste entre ambas era evidente: la figura generosa de Natalia contrastaba con la delicadeza de Amanda, y esa diferencia parecía encenderlas aún más.

Diego, desde la cama, se mordía el labio, sus ojos devorando cada movimiento. Sus gemidos apenas contenidos marcaban el compás de la escena frente a él. Amanda, quien al principio parecía tímida, ahora se sumergía en el momento, guiada por la experiencia y el deseo de su tía.

—Estás preciosa así, Amanda —murmuró Diego, su voz grave interrumpiendo la burbuja que ambas mujeres habían creado.

Amanda levantó la vista hacia él, sus mejillas encendidas por el deseo y el rubor, mientras Natalia le tomaba la mano, llevándola un paso más allá.

Natalia, se acercó a Amanda, deslizándose a su lado con movimientos fluidos. La tomó de la mano, sus dedos entrelazándose en un gesto que la tranquilizaba y al mismo tiempo la guiaba.

—Ven, Amanda —susurró Natalia, sus labios apenas rozando el oído de la joven—. Vamos a darle a tu tío lo que tanto ha esperado.

Amanda dejó que Natalia la llevara hacia la cama, donde Diego las observaba con una mezcla de ansiedad y deleite. Se posicionaron a ambos lados de él, y Natalia, siempre consciente del momento, se inclinó primero hacia Diego, dejando que su lengua jugara un poco en el borde de su ombligo antes de levantarse y mirar a Amanda con complicidad.

—Creo que él está listo para ti —dijo Natalia con una sonrisa traviesa, mientras su mano acariciaba suavemente la espalda de Amanda.

Amanda, ahora más relajada, se acomodó en cuclillas junto al costado de la cama. Su mirada subió lentamente por el cuerpo de Diego, deteniéndose en su erección, que parecía casi palpitar con cada latido de su corazón. Natalia, de pie tras Amanda, la observaba con adoración y deseo. Con un gesto suave, colocó una mano en la nuca de Amanda, no como una orden, sino como una invitación.

—Adelante —murmuró Natalia, su voz envolvente, casi maternal, mientras sus dedos trazaban círculos en la piel de Amanda.

Amanda tragó saliva, sintiendo cómo todo su cuerpo se encendía bajo la mirada intensa de Diego y el aliento tibio de Natalia en su cuello. Se inclinó despacio, sus labios a centímetros de la punta del miembro de Diego, que parecía vibrar con anticipación.

—Eso es, preciosa —susurró Natalia, sus dedos aun acariciando la nuca de Amanda mientras su otra mano recorría lentamente la curva de su espalda baja.

Amanda cerró los ojos un instante, su nariz captando el aroma limpio y masculino de Diego, una mezcla que la atraía y la intimidaba. Abrió los labios y rozó suavemente la punta con su lengua, un toque ligero que provocó un suspiro profundo en Diego.

—Muy bien... tómate tu tiempo —animó Natalia, inclinándose para besar el hombro de Amanda, transmitiéndole apoyo y deseándola al mismo tiempo.

Diego, con un gemido bajo, levantó una mano para acariciar la mejilla de Amanda. La sensación de los tres conectados en ese momento era casi surrealista, como si nada fuera más natural que compartir ese deseo.

—Así, preciosa... suave, deja que él lo sienta todo —murmuró Natalia, su voz baja y cargada de calor mientras sus dedos delineaban la línea de la espalda de Amanda, acompañándola en sus movimientos.

Amanda se inclinó más, siguiendo el ritmo que Natalia marcaba con un toque ligero en su nuca y en la curva de sus caderas. Su lengua se movió con timidez al principio, dibujando círculos alrededor de la punta del miembro de Diego, que dejó escapar un gemido grave, profundo. Su aliento caliente parecía llenar todo el espacio entre ellos.

—Eso es... con confianza —animó Natalia, y su aliento rozó el oído de Amanda mientras esta se atrevía a deslizar sus labios con más firmeza, cerrándolos alrededor de Diego en un gesto que provocó que él se arqueara ligeramente hacia ella.

Sin romper el momento, Natalia rodeó la cama con pasos fluidos. Sus ojos estaban fijos en la escena: Amanda, entregada al placer de explorar algo nuevo, y Diego, completamente atrapado en la conexión entre ellos. Natalia se detuvo al otro lado de la cama, arrodillándose junto a su esposo con la elegancia de quien ya había hecho esto antes.

—Déjame ayudarte, amor —dijo con una sonrisa suave, cargada de complicidad.

Diego, respirando con dificultad, asintió mientras Natalia se inclinaba para acompañar a su sobrina. Con delicadeza, colocó una mano sobre la de Amanda, que descansaba en la base del miembro de Diego, y la guio en un ritmo lento, envolvente. Luego, Natalia bajó su cabeza, su lengua trazando un camino por la longitud de Diego hasta encontrarse con Amanda, cuyas mejillas estaban encendidas y cuyos ojos mostraban una mezcla de sorpresa y excitación.

Sus bocas se movían con avidez, alternando chupadas húmedas y caricias con la lengua que arrancaban gemidos guturales de Diego. Cada movimiento tenía un ritmo feroz, como si compitieran por hacerlo temblar. Amanda podía sentir el calor del aliento de Natalia, la cercanía de su cuerpo mientras ambas compartían la misma carne endurecida. El sabor salado, las texturas, el aroma mezclado de sexo y sudor, todo se volvía una embriagante mezcla que la hacía perder el control.

Natalia se detuvo por un instante, su lengua relamiendo los restos brillantes en sus labios antes de mirarla con descarada aprobación, como si le estuviera diciendo sin palabras: Así es como se hace.

—Bésame, Amanda —murmuró Natalia contra sus labios, dejando escapar un suspiro cargado de lujuria mientras sus lenguas se encontraban, húmedas y ansiosas. Amanda tembló al escucharla, sintiendo el calor recorrerle el cuerpo y la humedad entre sus piernas intensificarse. Respondió al beso con hambre, saboreando la mezcla de Diego y el ardor de Natalia, perdiéndose en el placer descarado que las envolvía.

La atmósfera en la habitación parecía vibrar, cargada de deseo y la creciente confianza entre los tres. Amanda, inspirada por la cercanía y las caricias de su tía, decidió tomar el control. Sus manos se movieron por el torso de Diego, explorándolo con curiosidad y atrevimiento, mientras sus labios seguían chupándolo con una mezcla de dulzura y hambre.

Diego, dejó que sus manos buscaran las curvas de Amanda. Sus dedos delinearon sus caderas, subieron por su espalda hasta enredarse en su cabello, guiándola, dejando que ella dictara el ritmo mientras él se dejaba llevar por la mezcla de sorpresa y éxtasis que ella le provocaba.

Natalia, fascinada por la escena, no tardó en unirse nuevamente, esta vez colocándose detrás de Amanda. Sus manos acariciaron con ternura los muslos de su sobrina, subiendo lentamente hasta deslizarse bajo la delicada tela de sus bragas. Amanda se estremeció ante el contacto, su cuerpo completamente entregado a las sensaciones.

—Confía en nosotros, preciosa —susurró Natalia contra su oído, mientras sus dedos dibujaban círculos suaves en su piel.

Diego se inclinó hacia adelante, su boca buscando la de Amanda. El beso fue intenso, lleno de deseo acumulado. Sus lenguas se encontraron, y Amanda respondió con una pasión que parecía haber estado guardada durante años. Cuando finalmente se separaron, ambos estaban jadeando, sus ojos fijos el uno en el otro como si nada más existiera.

Natalia observaba, encantada, y decidió empujar la intensidad un poco más. Con movimientos suaves, se despojó de las últimas prendas que quedaban, revelando su cuerpo completamente. Amanda la miró, impresionada por la sensualidad natural de su tía, y Natalia le dedicó una sonrisa antes de ayudarla a quitarse también las bragas, dejando a ambas completamente desnudas.

Diego las contemplaba, como si no pudiera creer que ese momento fuera real. Sus manos buscaron a Natalia, atrayéndola hacia él para besarla con una mezcla de agradecimiento y deseo, mientras Amanda se deslizaba sobre la cama para acomodarse junto a ellos. Los tres cuerpos se entrelazaron en un torbellino de caricias, besos y suspiros.

Amanda, dejó que sus manos exploraran a ambos, deleitándose en la firmeza del cuerpo de Diego y en la suavidad del de Natalia. Sus labios buscaron los de Natalia, y el beso fue profundo, cargado de la conexión única que compartían. Diego, mientras tanto, acariciaba a ambas, sus dedos y labios atentos a cada gemido y temblor que provocaba.

El ritmo se intensificó, los movimientos más urgentes y llenos de hambre. Amanda tomó la iniciativa, deslizándose sobre Diego mientras Natalia, con una sonrisa traviesa, la ayudaba a posicionarse.

—Eso es, cielo, móntate sobre él —susurró Natalia, su voz ronca por el deseo.

Diego dejó escapar un gemido profundo cuando Amanda comenzó a moverse, su cuerpo temblando de placer al sentirla completamente. Natalia se colocó detrás de Amanda, sus labios y manos en constante movimiento, aumentando la intensidad del momento para ambos.

Diego, tomó las riendas con una energía renovada. Con Amanda todavía encima de él, sus manos firmes la tomaron por las caderas, guiando sus movimientos mientras sus ojos oscilaban entre la expresión de éxtasis en su rostro y Natalia, que lo observaba con una mezcla de satisfacción y deseo.

Amanda, montándolo, sentía cómo cada movimiento le arrancaba gemidos profundos, su cuerpo encendido por la manera en que Diego la penetraba y por la calidez de las manos de Natalia, que se movían con destreza por su espalda y sus costados, multiplicando las sensaciones.

—¿Te gusta, preciosa? —susurró Diego, su voz ronca por el deseo, mientras sus manos subían hasta los senos de Amanda, amasándolos con firmeza. Ella solo pudo asentir, mordiéndose el labio mientras dejaba que su cuerpo hablara por ella.

Natalia, sin quedarse atrás, se deslizó hasta quedar detrás de Diego. Su cabello acarició su espalda mientras sus labios dejaban un rastro de besos húmedos desde sus hombros hasta el cuello. Sus manos viajaron por el torso masculino hasta llegar a los muslos, donde sus dedos se detuvieron para acariciarlo, provocando que Diego gruñera de placer.

—No puedo decidir qué es más delicioso: verte con mi sobrina o tenerte para mí —le susurró Natalia al oído antes de morderlo suavemente.

Diego giró la cabeza para capturar sus labios en un beso voraz, sin dejar de moverse bajo Amanda, cuyo ritmo se había vuelto más frenético, guiado por el creciente placer. Diego tomó a Amanda por la cintura, levantándola con facilidad para cambiar de posición. La colocó sobre la cama, su cuerpo tembloroso y su rostro encendido, antes de volverse hacia Natalia.

—Tu turno —murmuró, con una sonrisa cargada de deseo mientras la atraía hacia él.

Natalia se dejó llevar, soltando una risa baja antes de lanzarse a un beso voraz, sus lenguas se entrelazaron con hambre. Sus piernas lo rodearon, apretándose contra él mientras él la tumbaba en la cama, moviéndose sobre su cuerpo con la seguridad de saber exactamente lo que quería. Natalia gemía contra sus labios, sintiendo cómo su peso la aplastaba, mientras sus manos recorrían su cuerpo sin prisa, tocando cada parte de ella con firmeza. Cada roce, cada presión, hacía que su cuerpo se pusiera más caliente, más ansioso.

Amanda los observaba, hipnotizada, sin poder apartar los ojos de ellos. Con una mano, tocaba su sexo, sus dedos deslizándose lentamente por su húmeda carne mientras veía cómo ellos se entregaban al deseo sin reservas, cómo su propio cuerpo respondía al espectáculo.

Diego alternaba entre ambas con una voracidad casi animal, sus movimientos llenos de intensidad, pero calculados para satisfacer cada deseo que sus cuerpos demandaban. Sus labios devoraban el cuello y los pechos de Natalia, dejando un rastro húmedo en su piel mientras sus manos firmes exploraban cada curva. Una de ellas se deslizaba con determinación hacia Amanda, comenzando en su muslo, acariciándolo con una presión que la hacía estremecer, antes de avanzar hacia el centro de su deseo.

Cuando sus dedos encontraron su objetivo, Amanda arqueó la espalda, soltando un gemido que resonó en la habitación como una invitación descarada. Diego la miró, fascinado por cómo se entregaba, mientras Natalia, perdida en su propio placer, tomaba el rostro de Amanda entre sus manos, atrapándola en un beso ardiente que encendía aún más la atmósfera cargada de sexo y abandono.

Diego estaba en su elemento, completamente desinhibido, el deseo desbordándose en cada movimiento. Las respiraciones pesadas llenaban la habitación, mezclándose con los gemidos y el sonido rítmico de los cuerpos chocando. Tomó a Amanda con firmeza, sus manos recorriendo cada centímetro de su piel, mientras Natalia, al otro lado, lo miraba con los labios entreabiertos y los ojos llenos de fuego.

—Míralas, mis chicas —gruñó Diego, su voz ronca y llena de satisfacción mientras acariciaba las caderas de Amanda, marcando el ritmo—. Las dos para mí... ¿Sabes cuánto tiempo soñé con esto?

Amanda, todavía adaptándose al torrente de sensaciones, arqueó la espalda y dejó escapar un gemido ahogado, su mirada perdida entre el placer y la entrega total.

—¿Así te gusta, preciosa? —continuó Diego, inclinándose hacia ella, mordiendo suavemente su cuello mientras sus manos subían para apretar sus senos, sus dedos trazando círculos alrededor de los pezones erectos. Su boca se deslizó hacia ellos, devorándolos con un hambre que la hizo temblar—. Sabía que serias mía desde el primer día que te vi.

Amanda no pudo responder, sus gemidos subieron de volumen cuando Diego la penetró más fuerte, sus palabras disparando una chispa en ella que nunca había sentido. Natalia, mientras tanto, se colocó detrás de Diego, sus manos recorriendo su espalda hasta llegar a su trasero, apretándolo con descaro antes de susurrar en su oído.

—No la agotes tanto... Aún me tienes a mí.

Diego se giró ligeramente, alcanzándola con una mano, tirándola hacia adelante para besarla de forma salvaje, mordiendo su labio inferior con posesividad.

—Tú no tienes escapatoria, mi amor —respondió con una sonrisa torcida, inclinándose para mordisquear su cuello—. Tú me trajiste hasta aquí, y ahora las quiero a las dos.

Natalia jadeó cuando Diego la tumbó sobre la cama, dejando a Amanda momentáneamente a un lado para posicionarse entre ambas. Sus manos se movían con precisión, una acariciando los muslos de Natalia mientras la otra regresaba a Amanda, pellizcando suavemente la piel de su cintura antes de bajar más.

—Quiero que se miren mientras las follo —ordenó, su tono mezcla de autoridad y deseo. Ambas lo obedecieron, sus ojos encontrándose mientras las palabras de Diego resonaban entre ellas—. ¿Ven lo hermosas que son?

Natalia, sintiendo cómo Diego la penetraba lentamente, dejó escapar un gemido profundo, sus uñas arañando sus hombros mientras Amanda, fascinada, se inclinaba hacia ella. El cuerpo de Amanda se unió a la acción, sus labios capturando los de Natalia en un beso lleno de ansias mientras Diego se movía con un ritmo que las hacía temblar a ambas.

—No puedo creer que esté dentro de las dos esta noche —dijo Diego, su tono cargado de lujuria mientras sus caderas marcaban el compás—. Son todo lo que un hombre puede desear, y más.

Amanda, completamente entregada, tomó la iniciativa, posicionándose frente a Natalia, sus manos acariciando los senos de su tía mientras Diego intensificaba sus movimientos. Natalia respondió al gesto, sus bocas encontrándose en un beso húmedo mientras ambas se sostenían, moviéndose juntas al ritmo que él marcaba.

El placer alcanzó un punto álgido. Diego alternaba entre ellas, besando, mordiendo, acariciando. Sus palabras se volvieron más crudas, un reflejo de su propia intensidad:

—Son mis putas esta noche, ¿verdad? —gruñó, su voz quebrándose con el esfuerzo—. Quiero que las dos se corran para mí, que griten mi nombre.

Diego no les dio tregua. Su respiración era pesada, sus músculos tensos, y sus ojos ardían con una mezcla de posesión y lujuria desbordada. Amanda, como si sus propios deseos la dominaran, se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en la cama y levantando las caderas para ofrecerle su trasero. Natalia, sonriendo con complicidad, deslizó las manos por la curvatura perfecta de su espalda hasta detenerse en las redondeces que Diego observaba con hambre.

—¿Así te gusta? —murmuró Amanda, girando apenas la cabeza para mirarlo con ojos desafiantes, cargados de necesidad.

—Así es perfecto —gruñó Diego, posicionándose detrás de ella mientras pasaba una mano fuerte por la piel cálida de sus caderas, tirando de ella hacia sí—. Quiero hacerte gritar mientras tomo lo que es mío.

Diego no esperó más. Sujetó a Amanda por el cabello con un movimiento firme, inclinándola hacia él mientras Natalia, detrás de ella, recorría con las manos cada centímetro de su piel. Amanda dejó escapar un jadeo profundo, sintiendo cómo el placer la dominaba completamente, cada toque, cada mirada, cada palabra eliminando cualquier barrera que pudiera quedarle.

La erección de Diego pulsaba contra la entrada húmeda de Amanda, quien jadeaba con ansiedad, moviéndose ligeramente para buscarlo. Con un gruñido ronco, Diego la penetró de una sola vez, haciendo que Amanda ahogara un gemido en la cama, sus uñas arañando las sábanas mientras se arqueaba hacia él.

—Así… así, Diego… —jadeó Amanda, moviendo las caderas para seguir el ritmo firme de sus embestidas, cada movimiento provocándole espasmos de placer que recorrían su cuerpo como oleadas eléctricas.

Mientras tanto, Natalia se posicionó frente a Amanda, sentándose en el borde de la cama con las piernas abiertas. Con un gesto suave, tomó el rostro de su sobrina y lo guio hacia su sexo. Amanda, completamente entregada al momento, levantó la vista hacia ella antes de inclinarse y besarla allí, con una mezcla de timidez y hambre.

—Eso es… no te detengas, cariño —murmuró Natalia, echando la cabeza hacia atrás mientras una mano aferraba los rizos desordenados de Amanda, guiándola con delicadeza.

El ritmo de Diego se volvió más intenso, sus embestidas provocaban que Amanda gimiera contra Natalia, cada sonido vibrando entre las piernas de su sobrina, que apenas podía contener el placer. Los tres se movían en una sincronía caótica, pero perfectamente equilibrada, cada uno buscando complacer al otro mientras exploraban límites que jamás habían imaginado cruzar.

—Estas hecha para esto, Amanda —gruñó Diego entre dientes, sus manos aferrándose con fuerza al arco de su espalda mientras la embestía con más intensidad—. Te encanta que te lo dé así, ¿verdad? Como la puta que eres.

Amanda respondió con un gemido ahogado mientras sus labios y lengua exploraban a Natalia, quien jadeaba y se retorcía bajo su toque. La habitación se llenaba de gemidos, respiraciones entrecortadas y el sonido húmedo de sus cuerpos encontrándose en una vorágine de deseo puro, sin frenos ni ataduras.

—Siempre supe que querías esto —jadeó Natalia, su voz cargada de lujuria—. Verte así… es aún mejor de lo que imaginé.

El momento alcanzó un clímax cuando Natalia se movió para posicionarse sobre Diego, dejando que Amanda se quedara frente a ambos, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y lujuria. Natalia, con movimientos lentos y calculados, se dejó caer sobre él, su cuerpo arqueándose mientras lo tomaba completamente, su rostro transformado por el éxtasis.

—Mírala, Amanda —dijo Diego, su voz un gruñido mientras sus manos se aferraban a las caderas de su esposa—. Mira cómo se entrega. Quiero lo mismo de ti.

Amanda, embriagada por la escena frente a ella, se inclinó hacia Natalia, sus labios encontrándola en un beso profundo mientras las manos de Diego recorrían a ambas. La línea entre moralidad y deseo se había desvanecido por completo, dejando solo tres cuerpos moviéndose en un ritmo frenético, guiados únicamente por el instinto más básico.

Diego, ahora completamente perdido en la intensidad del momento, cambió de posición con la facilidad de quien sabe exactamente lo que quiere. Tiró de Amanda hacia él, su cuerpo encontrándose con el de ella en una unión que los hizo gemir al unísono. Natalia, sin quedarse atrás, se movió hacia el rostro de Amanda, ofreciéndose de manera descarada, dejando que su sobrina la adorara con la misma devoción que antes había mostrado por Diego.

—Eso es, las quiero completamente mías —gruñó Diego, su voz grave mientras sus movimientos se volvían más rápidos y profundos, arrancando gemidos incontrolables de ambas mujeres—. Esta noche no hay límites.

La habitación se llenó de sonidos húmedos, gemidos y jadeos que rebotaban en las paredes de madera, un eco de la pura lujuria que compartían. Cada posición, cada movimiento, era una celebración del placer, un acto de entrega absoluta que rompía con cualquier precepto social, moral o religioso. Eran tres seres humanos consumiéndose en un fuego que parecía no tener fin, cada uno buscando no solo su propia satisfacción, sino la del otro, como si en ese instante nada más importara.

El punto álgido llegó cuando los tres alcanzaron los clímax juntos, sus cuerpos tensándose, sus respiraciones entrecortadas y los gemidos resonando como una sinfonía carnal. Era un momento de pura conexión, una explosión de placer que los dejó temblando, agotados, pero completamente satisfechos, envueltos en un calor que no era solo físico, sino casi trascendental.

La habitación era un caos cálido y húmedo, el aire impregnado con el inconfundible aroma de cuerpos sudorosos y fluidos compartidos. Las sábanas estaban revueltas, arrugadas y marcadas con manchas que eran testigos silenciosas del frenesí que había envuelto a los tres. Los cuerpos desnudos se encontraban entrelazados todavía, brillantes por una fina capa de sudor que reflejaba la tenue luz que entraba por la ventana.

Diego yacía en el centro de la cama, el pecho subiendo y bajando de manera pesada mientras su cuerpo aún sentía los ecos de los espasmos recientes. Sus manos, ásperas y grandes, descansaban sobre los muslos de Amanda y Natalia, como si quisiera asegurarse de que ambas seguían ahí, a su lado, bajo su toque. Su erección, ahora a medias, todavía parecía intimidante, reluciendo con los rastros de los momentos compartidos.

Amanda, agotada pero completamente satisfecha, tenía el cabello pegado a la frente, desordenado y húmedo. Sus labios estaban hinchados por los besos y mordiscos, sus muslos temblaban todavía, y su piel exhibía marcas de dedos, labios y dientes en un mapa improvisado de todo lo que había sucedido. Natalia, a su lado, lucía igual de deshecha, con los pechos marcados y sensibles, y una sonrisa perezosa que no podía borrar de su rostro.

El olor era denso, una mezcla embriagadora de sudor, sexo y los perfumes que habían llevado horas antes, ahora fundidos en una fragancia completamente animal. La cama crujía con cada movimiento, cada respiración pesada, un recordatorio físico de lo que habían hecho, de lo que se habían permitido explorar sin reservas.

—No sé ustedes, pero creo que este ha sido el mejor cumpleaños de mi vida —murmuró Diego, su voz ronca y cargada de satisfacción. Su risa, grave y complacida, hizo que Amanda y Natalia lo miraran con un brillo cómplice en los ojos.

Amanda, con el cuerpo pesado y relajado, soltó un suspiro mientras acariciaba el pecho de Diego con la punta de los dedos, dejando un rastro en la mezcla de sudor y piel caliente. Natalia se inclinó para besar a su esposo, lenta y profundamente, antes de deslizar una mano hacia Amanda, atrayéndola hacia ellos en un abrazo cargado de intimidad.
 
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