Una nueva vida IV (Mei Lin)

lalilulelo003

Pajillero
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Queridos amigos, siento haber tardado tanto en publicar la continuación de este relato. Creo que la espera ha merecido la pena. Espero que os guste y lo disfrutéis. Se agradecen vuestros comentarios. Un beso.

UNA NUEVA VIDA IV (Mei Lin)

1

Cuando empezó agosto, mis roces con Desiré y Ana ya no eran ningún secreto en el vestuario. En ningún momento se habló de aquello abiertamente, pero estaba claro que las dos habían confesado a sus amigas de más confianza lo que había pasado. No las culpo. Para unas chicas tan jóvenes debe de ser difícil gestionar emocionalmente lo que pasó. Se habían estrenado con una mujer adulta, por lo que sus cabecitas debían estar en ebullición, debatiéndose en una lucha por definirse como personas.

Yo notaba que la noticia había trascendido por gestos o comentarios que empezaron a brotar en los días siguientes. En ningún caso hubo hostilidad hacia mí, sino más bien una especie de celos por parte de las que no habían sido las elegidas para disfrutar de mi mayor experiencia. De alguna manera se instaló en sus mentes la idea de que debutar sexualmente conmigo era la mejor manera de perder la inocencia (idea que a mí, por supuesto, me parecía de lo más acertada), y mi relación con las chicas estaba en un momento en el que sólo me hacía falta agitar un poco el árbol para que las frutas maduras cayeran en mi regazo.

La siguiente que atrapé en mis redes fue Mei Lin, la preciosa niña-dragón oriental de ojos rasgados y cuerpo atlético. En uno de mis paseos nocturnos por el centro del pueblo, me encontré con Mei Lin disfrutando de un helado junto a su familia en una agradable terraza. Tanto insistieron en que me sentara un rato con ellos que acabé accediendo. Sus padres adoptivos eran un matrimonio jovial y bien parecido, de unos 40 años, extremadamente agradables y educados. El hermano mayor, este sí con rasgos occidentales y un gran parecido con el padre, era uno de los muchachitos exquisitos que habían estado entrenando en el hangar con nosotras hacía tan sólo unos días. Pronto comprendí por qué era Mei Lin tan alegre y vital: no tardé en sentirme una más del grupo con sus bromas y buen carácter, y se nos hizo muy tarde hablando de lo divino y lo humano.

Al día siguiente, antes de empezar la clase, Mei me entregó la siguiente nota:

“Querida Paz. Anoche nos caíste genial a mí marido y a mí, y la niña no para de repetir lo maravillosa que eres, así que me atrevo a hacerte la siguiente proposición que por supuesto, eres libre de rechazar. El próximo fin de semana mi marido tiene un viaje de trabajo a Barcelona y habíamos pensado que quizá yo podría acompañarlo para aprovechar y vivir un poco la noche mediterránea como cuando éramos novios. Esto sólo sería posible si aceptaras pasar el fin de semana en nuestra casa cuidando de los niños. Te pagaríamos 500€. Mándame tu respuesta con la niña, sin compromiso. A ver si coincidimos otro día, ¡anoche lo pasamos genial! Un beso, Sonsoles.”

Ni que decir tiene, acepté. El dinero me venía de maravilla, pero creo que también lo habría hecho gratis. Le dije a Mei que trasladara a su madre mi respuesta y el viernes, cuando terminó el turno de mañana en el club, cogimos las bicis y seguí a los chicos hasta su casa en una urbanización de las afueras. Se trataba de un chalé moderno de dos plantas, de paredes blancas y ángulos rectos. El césped del jardín estaba bien cuidado y en la parcela trasera había una piscina pequeña con hidromasaje, flanqueada por elegantes tumbonas y suelos de madera oscura. Toda la propiedad estaba rodeada por unos frondosos cipreses que daban sombra e intimidad. Los padres me recibieron calurosamente, a pesar de que ya tenían las maletas en el recibidor de la elegante vivienda y estaban a punto de irse al aeropuerto en taxi. Me mostraron la casa y la habitación de invitados. Nos habían dejado tres humeantes lasañas para que comiéramos, así que cuando el taxista pitó avisando de su llegada, se despidieron de los niños con cariñosos besos y a mí me desearon suerte. Cerraron la puerta tras de sí y allí me quedé yo, con dos días por delante en aquella casa de ensueño con la preciosa Mei y el guapo Carlos, que así se llamaba el hermano.

2

Pronto me di cuenta de que efectivamente, Mei me tenía en un pedestal, y no iba a ser nada difícil conquistarla. Me seguía a todas partes, y me imitaba en todo lo que podía. Carlos por su parte intentaba impresionarme haciendo comentarios que a él le parecían muy maduros, dando consejos a su hermanita pequeña y recordándole las normas de la casa continuamente. Eran dos niños adorables y estaba deseando poder disfrutar de ellos más profunda e íntimamente.

Decidimos comer en el porche junto a la piscina, así que los tres colaboramos en poner la mesa y servir las lasañas. Me contaron anécdotas graciosas de cuando eran más pequeños mientras comíamos y reíamos a carcajadas. Yo no dejaba pasar la ocasión para admirar la madurez de Carlos y el encanto de Mei, y pronto los tuve a los dos en el bolsillo. Carlos se sentía cada vez más seguro de sí mismo al ver que comprendía sus chistes, y admiraba su forma de ser.

Cuando terminamos de comer, les confesé que yo nunca había trabajado cuidando niños, pero que a mí ellos me parecían muy maduros para necesitar canguro, así que estaba abierta a cualquier sugerencia. Podíamos hacer lo que ellos quisieran. Carlos dijo que se marchaba a su cuarto a jugar un rato a la consola, y Mei y yo decidimos tomar el sol junto a la piscina. Por supuesto, no dudé en hacer top less, y Mei me imitó. Saqué el protector solar de mi bolsa y le dije que iba a ponerle un poco en la espalda. Mis dedos se deslizaban por su preciosa espalda y sus hombros, en un masaje que consiguió hacerla gemir y murmurar “qué gusto”. Cuando vi que estaba relajada, pasé a acariciar sus costados y, pasando mis brazos por debajo de los suyos, mi masaje alcanzó su pecho. Ella recibía las caricias en silencio.

-Aunque aún no te haya crecido el pecho -le dije,- la piel de esta zona es muy sensible. Si vas a hacer top less debes protegerla bien.

Ella no dijo nada mientras mis dedos tropezaban continuamente con sus pezoncitos. Vi que había cerrado sus ojos rasgados para disfrutar del momento al máximo. Noté que la piel de sus brazos se erizaba de gusto, y para mantener su deseo en lo más alto, decidí parar. Le pedí que me pusiera crema en la espalda, y sus manitas se esforzaron con un placentero masaje. La noté alcanzar mi costado, pero parecía no atreverse a hacer lo mismo que yo, así que, con tono neutro, le ordené que lo hiciera: “Ponme también en el pecho”. La oí echarse crema en las manos, y al momento las sentí abriéndose paso bajo mis brazos. Acarició suavemente mis senos, extendiendo la pringosa crema por todos ellos. Al principio parecía hacerlo con mucho cuidado, como si temiese hacerme daño, pero pronto ganó energía e incluso se aventuró a pellizcar suavemente los pezones, que ya estaban duros antes de recibir las caricias. La tensión sexual se podía sentir en el ambiente, pero di por finalizado el masaje, y procedimos a tumbarnos una junto a otra. Quería aumentar su deseo al máximo. Tomamos el sol durante un buen rato, las dos en silencio, intentando calmar el impulso que nos lanzaba a acariciarnos mutuamente. La cosa iba sobre ruedas con Mei.

Cuando sentimos que el calor nos presionaba decidimos darnos un baño en la piscina. Estuvimos nadando juntas. Yo abría los ojos bajo el agua y veía sus atléticas piernas agitarse. Le pregunté:

-¿Te importa que me bañe desnuda?

Ella se sonrió con pudor y agitó la cabeza negando. En realidad ya nos habíamos visto desnudas muchas veces, así que me imitó al momento y lanzamos nuestros bikinis al borde de la piscina.

-Es una sensación maravillosa- exclamé, y me zambullí para bucear. Ella también lo hizo, así que pude deleitarme con el abrir y cerrar de aquellas piernecitas y de aquella rajita bajo el agua. Alcanzamos el extremo de la piscina que terminaba en semicírculo, donde la pared de la misma hacía un zócalo para sentarse y del cual salían los chorros del jacuzzi. Nos sentamos allí entre risas. Activamos el hidromasaje y al momento notamos potentes chorros masajeando nuestros riñones y muslos. Nos miramos en silencio. Las facciones de su rostro eran exóticas y delicadas: los ojos rasgados, los pómulos finos, la nariz respingona y los labios perfilados. Gracias a su genética oriental, su piel permanecía pálida y suave a pesar del sol. Me acerqué a ella en un movimiento sorpresivo y le robé un besito de sus labios. Ella me respondió con otro. La agarré por la cintura y la senté sobre mis muslos sin dejar de mirarnos a los ojos. Entonces abrí las piernas permitiendo que el chorro que masajeaba mis cuádriceps llegase hasta sus genitales. Tomé sus nalgas, que casi cabían en mis manos y las separé para que el chorro llegase bien a su clitoris. Ella se movió para recibir la húmeda vibración en el sitio adecuado y empezó a gemir abrazada a mi cuello con los ojos cerrados. Movía sus caderas recibiendo el placentero surtidor mientras yo me limitaba a separar sus nalgas. Su cuerpecito comenzó a relampaguear sacudido por las descargas de un potente y descontrolado orgasmo. Se abrazaba a mi cuello con tal fuerza que dolía, pero por nada del mundo habría interrumpido yo tamaño orgasmo. Los gemidos se convirtieron en grititos hasta que un último y prolongado espasmo anunció el fin del trance. Mei apoyó su frente en mi hombro y todo su cuerpo se desplomó sin fuerza, sólo sujetado por mis brazos.

Debo reconocer que tengo un talento especial para ganarme la confianza de los chicos. Creo que mi aspecto juvenil y mi cálida belleza hacen que parta con ventaja, y la verdad es que nunca había imaginado que tuviera tanta mano con ellos. La mezcla de confianza, honestidad y empatía creaban el cóctel perfecto para que los chavales se sintieran muy cerca de mí y me contaran intimidades. Así sucedió aquella tarde de nuevo cuando mi querida niña-dragón volvió en sí. No recuerdo exactamente de qué estuve hablando con Mei, pero en la conversación con la que inauguramos nuestra nueva relación me confesó cosas que a buen seguro, no le había contado a nadie. Fue adoptada cuando era un bebé, así que no recordaba nada de China. Había visto varias veces a sus padres biológicos por videoconferencia, pero ella no hablaba nada de chino, y sus padres tampoco español, así que para ella no eran más que dos señores desconocidos. Sentía a sus padres adoptivos como sus auténticos padres y a Carlos como su verdadero hermano. Me confesó que desde muy pequeña había sentido una gran curiosidad por el pene de su hermano, y que hacía ya años, Carlos y ella jugaban a una especie de juego de cartas erótico que consistía en lo siguiente: ambos se desnudaban por completo y se sentaban en el suelo. Mezclaban las cartas y las iban levantando por turnos. Los reyes daban permiso para tocar la parte del cuerpo que quisieras del otro. Las sotas eran besos en la boca. Los ases daban licencia para besar la parte del cuerpo que quisieras del otro. Según me contó, lo venían jugando desde hacía ya más de dos años todas las noches de viernes que sus padres salían solos a cenar. Yo aún no había tenido ningún orgasmo y sólo de imaginar la escena pude notar como mi interior se lubricaba aún más. Me contó que, una vez, con tanta caricia y tanto beso, se excitaron tanto que decidieron dar un paso más en su incesto y probar la penetración. La cosa no funcionó debido a la inexperiencia de los dos jóvenes amantes, pues ella sintió mucho dolor y ni siquiera llegaron a la rotura del himen.

-Si quieres, os puedo ayudar- me ofrecí emocionada.

-Vale- respondió con una sonrisa de oreja a oreja, y nos besamos, esta vez con lengua.

-¿Pero qué hacéis?- oímos la voz de Carlos tras nosotras y separamos nuestros labios sonriendo-. ¿Os estabais besando? ¿¡Habéis puesto el jacuzzi!? ¿¡¡Estáis en bolas!!?

El tono de sorpresa e incredulidad creciente del muchacho fue realmente gracioso y las dos reímos una carcajada. Vestido únicamente con un bañador y equipado con una toalla, estaba de pie junto a la piscina con expresión de sorpresa y diversión. Mei Lin dijo:

-Sí, estamos desnudas. A esta piscina sólo se puede entrar desnudo.

-¿Estás majara? No me voy a quitar el bañador delante de Paz.

-Pues esas son las reglas- intervine yo-. Aquí todos iguales- y me puse de pie para que mis pechos quedasen por encima del agua y pudiera verlos. Él abrió los ojos como platos y empezó a balbucear palabras inconexas.

Entonces, de un salto, Mei salió de la piscina y sujetando a su hermano con un abrazo gritó:

-¡Vamos Paz, ayúdame!

Salí del agua tan rápido como pude y aprovechando la inmovilidad de Carlos (seguro que no se resistió demasiado) me arrodillé ante él y bajé su bañador hasta sacárselo por los pies. Un precioso pene lampiño de unos 5 o 6 centímetros quedó ante mí. Lo empujamos al agua y nosotras nos tiramos después. Estuvimos nadando y jugando a las ahogadillas desnudos entre risas. Lo pasamos genial. Yo estaba excitadisima con la situación y pensaba que el paraíso debía de ser algo muy parecido a lo que estaba viviendo. Cuando la tarde empezó a declinar nos sentamos a descansar en el zócalo del jacuzzi con los chorros apagados. Rompí el silencio:

-Propongo solemnemente que toda la casa sea declarada zona libre de ropa, y que vayamos desnudos todo el fin de semana. ¿Quién está conmigo?

Mei levantó la mano de inmediato con una sonrisa de oreja a oreja y su hermano la siguió simulando algo de recelo. Ya eran míos.

3

Ver a los hermanitos pululando a mi alrededor como Dios los había traído al mundo mientras preparábamos la cena me tenía maravillada. Como era de esperar, Carlos me devoraba con los ojos y yo me sentía dichosa de mostrarle mis encantos. Pude notar que su pene se hinchó y se deshinchó varias veces mientras arreglábamos los preparativos de la cena, posiblemente contra su voluntad, pues me parecía que intentaba ocultarme sus erecciones con las mejillas ruborizadas. Los cuerpos de ambos eran perfectos, pero los abdominales de Mei me tenían alucinada: parecía que los trabajase en un gimnasio. Devoramos unas pizzas congeladas como si llevásemos varios días sin comer, y cuando nos abrimos unos helados de chocolate sentados en el porche aproveché un repentino silencio para hablar:

-Carlos, dice Mei que os gusta jugar a las cartas, ¿jugamos una partida?

El muchacho miró a su hermanastra muy serio, como queriendo averiguar en su rostro qué era exactamente lo que me había contado. Ella bajó la mirada avergonzada delatándose. Él tampoco encontró el ánimo para mirarme a los ojos y el silencio se podía cortar con un cuchillo.

-Vamos, no te enfades con ella -quise mediar-. Ya has visto que entre nosotras no hay secretos.

-No me enfado -dijo Carlos en un hilo de voz-. Me da vergüenza que lo sepas, ¿qué vas a pensar de nosotros?

Me incorporé en mi asiento y le acaricié el pelo. Algo se movió en su entrepierna.

-No pienso nada malo cariño. Más bien al contrario, os envidio: habéis sabido encontrar la manera de disfrutar de vuestros cuerpos y explorar las sensaciones que estos os brindan en un ambiente de total amor y confianza. Habéis escuchado a vuestros instintos a pesar de lo que digan los demás, y eso os hace libres y afortunados.

No sé hasta qué punto entendieron lo que estaba diciendo, pero el mensaje era nítido: no les juzgaba por lo que hacían a solas, o mejor dicho, los juzgaba positivamente.

-A mí me encantaría jugar con vosotros -seguí-. ¿A ti te apetece, Mei?

Ella asintió con la cabeza sin levantar la vista de los pies, y volví a mirarlo a él. El muchacho no parecía decidirse, así que concluí:

-Mira, nosotras vamos a jugar, si quieres te puedes unir cuando te apetezca- y levanté su imberbe mentón, dándole un piquito en los labios.

Preparamos una gran sábana sobre el césped y encendí alrededor unas cuantas velas que encontré en el salón. El azulado reflejo de la luz de la piscina temblaba en la pared. Cuando nos sentamos desnudas sobre la jarapa, Carlos se acercó y se sentó con nosotras. Literalmente, aplaudimos emocionadas su decisión hasta que le sonsacamos una sonrisa. La tenue luz de las velas danzaba sobre nuestras anatomías acentuando las líneas de nuestros esbeltos cuerpos.

-Bueno, recordadme las reglas- exclamé alegremente.

-Si sale una sota, beso en la boca -explicó Carlos, ya algo desinhibido-, si sale rey, puedes tocar lo que quieras. Si sale un as, puedes besar lo que quieras.

-Mmmmmm! Me gusta cómo pensáis, viciosillos- dije frotándome las manos, y estallamos en una carcajada. Yo andaba chorreando después de los increíbles sucesos de aquella tarde, y ardía en deseos de ser tocada por aquellas cuatro manitas y sus dulces labios.

Mezclamos las cartas y empezamos a levantar alternativamente. Los tres estábamos de rodillas sentados sobre nuestros talones. La primera “figura” correspondió a Mei: una sota de copas. Eligió besarme a mí, así que tomé su agradable rostro entre mis manos y juntamos nuestros labios y lenguas en un prolongado beso húmedo y caliente. Carlos nos miraba maravillado. La siguiente figura volvió a ser para la chica: un rey de oros. Eligió tocar el pene de Carlos y este elevó las caderas para facilitar la maniobra quedando de rodillas. De entre sus muslos emergió su pene, totalmente erecto. Mei lo palpó con la punta de los dedos, retirando el prepucio y consiguiendo que el glande del muchacho brillase en la noche a la luz de las velas. Cubrió y descubrió varias veces el glande moviendo la piel arriba y abajo hasta que dieron por terminado el trance y volvieron a sus posiciones. Yo observé todo el proceso relamiendo mis labios, sedienta de sexo como estaba.

La próxima figura fue un rey para Carlos, quien quiso tocar mis tetas. Me acerqué a él y le dejé disfrutar de ellas. El muchacho las sopesó con delicadeza y enroscó mis pezones con la punta de los dedos. Yo estaba totalmente en celo, y estaba a punto de gemir cuando él dio por cobrada su carta.

Al fin, yo fui la siguiente premiada: un as de copas. Tenía ante mí el dilema de besar la tierna rajita de Mei o el duro apéndice de Carlos. Pensé que era más prudente empezar por ella, así que se echó hacia atrás sobre sus codos y abrió los muslos, ofreciéndome su delicada flor de loto. Cuando me acerqué, mi nariz detectó un olor a sexo embriagador. Sus labios vaginales eran de porcelana fina. Pensé que las normas del juego no eran tan estrictas como para conformarme con unos besitos, así que adelanté mi lengua y lamí sus labios internos de abajo a arriba hasta que tropecé con un minúsculo y duro clítoris. No podía conformarme con eso, así que lengüeteé en aquel pequeño botoncito un poco más hasta que Mei jadeó y jugos procedentes de su interior resbalaron por mi barbilla. Me retiré de entre sus muslos y me di cuenta de que la pobre se había quedado muy al borde del orgasmo, pues su abdomen se agitaba al ritmo de su profunda respiración, y se mordía los labios con los ojos cerrados. Seguimos jugando.

Debo reconocer que, aunque muy sencilla, la dinámica de juego que habían ideado aquellos perversos hermanitos era súper excitante. Todo contribuía al morbosidad: la incertidumbre por saber si serías el próximo en dar o recibir besos y caricias; la expectativa de que te tocase precisamente lo que estabas pensando en hacer; el deseo de que la otra persona te acariciase allí donde tú preferías; y por supuesto, el ansía porque esto llegara tarde o temprano si el otro no lo acertaba a la primera.

El grado de excitación fue en aumento entre besos y caricias, hasta que llegó un punto que se hizo insoportable. Las risitas y comentarios festivos del principio fueron sustituidos por gemidos y jadeos continuos. Mientras Carlos me acariciaba el coño por primera vez quise besar otra vez a Mei, y así lo hice, y cuando a la chica le tocó besar la polla de su hermanastro le ordené que la succionara, lo cual les descubrió un mundo nuevo a ambos.

Entonces salió un as de oros, y no me costó convencerles de que esa era la carta suprema, y que suponía que Carlos debía penetrar a Mei. Una sombra de duda pasó sobre el rostro del chico ante el recuerdo de la vez que lo intentaron, pero me apresuré a acariciársela mientras le prometía que hoy sería distinto. Le ordené que escupiera en la raja de su hermana menor y extendiera bien la saliva y él obedeció. Mei también parecía un tanto preocupada allí tumbada y la besé tranquilizándola. “Confía en mí, susurré en su oído, dolerá un poco pero será rápido y merecerá la pena”.

Una vez más aquel verano, allí estaba yo, una diosa del sexo, moviendo mis marionetas a voluntad, y siendo partícipe de un momento mágico. A mis 28 años, por fin había descubierto quién era yo de verdad, y cuál era mi depravado lugar en este mundo. Me aparté dejando espacio para que sus sexos se aproximaran. Me acerqué por detrás a Carlos y le dije al oído: “Cógela por las corvas y abre bien sus pétalos. Un golpe seco y rápido”. El muchacho obedeció y cogiendo a su hermanita por las corvas, tiró de ellas elevando un poco su trasero. Me acerqué por un lado y acoplé el pene justo en la entrada de Mei tras frotarlo un poco contra el clítoris, para que lubricase aún más. Me situé tras ellas y le cogí la cabecita acariciándole la frente para tranquilizarla. El muchacho me miraba como esperando mi orden, así que asentí con la mirada y tal y como le había ordenado, dio un fuerte caderazo penetrando a Mei y rompiendo su himen de una vez. Un grito rasgó la noche. Un fuerte sentimiento amoroso me embargó viendo aquella tierna escena. Tras unos segundos inmóviles, Carlos comenzó a bombear lentamente mientras el rostro de Mei se iba transfigurando de la mueca de dolor a la sonrisa de placer y felicidad. Entendí que este era un momento sólo para ellos, así que me retiré un poco y observé a los jóvenes amantes follar como locos bajo la noche estrellada mientras mis fluidos seguían empapando sin parar mis muslos.

4

Amanecimos los tres desnudos, sobre la cama de matrimonio de la habitación de invitados. En el techo, el ventilador giraba perezosamente refrescando la estancia. Las cortinas de lino blanco se hinchaban con la brisa de la mañana. A mi izquierda, Mei me daba la espalda en posición fetal. La sedosa melena negra se desparramaba sobre el colchón. La espalda esbelta y las nalgas tersas. A mi derecha, Carlos respiraba pesadamente tumbado boca arriba. Su pene, duro como una piedra, se elevaba orgulloso en pronunciado ángulo sobre el abdomen. Tenía un aspecto rocoso, surcado por marcadas venitas y el glande totalmente cubierto por el prepucio. Me recordó a un anzuelo. Por lo visto, estaba totalmente recuperado de las vivencias de la noche anterior, a pesar de que el muchacho hizo un despliegue de poderío sexual que yo nunca había visto. Estuvo penetrando a su hermana durante casi una hora sin descanso, cambiando de postura en varias ocasiones. Yo comprendí que el momento era sólo de ellos, y aunque no participé, me sentía dichosa de haber contribuido a desatar semejante furia sexual. Me senté en la tumbona disfrutando del espectáculo que me brindaban y me masturbé alcanzando un discreto orgasmo que para nada me dejó satisfecha. Carlos terminó dentro de su hermana, sabiendo que no había ningún peligro en ello. Cuando finalizaron, vinieron a mi regazo, como perrillos en busca de protección. Nos abrazamos los tres mirando las estrellas, en un momento que nunca olvidaré. Cuando el sueño nos vencía, se empeñaron en que durmiésemos los tres juntos, y así lo hicimos.

Aquel pequeño pene me hipnotizaba, ejercía un magnetismo sobre mí que me obligaba a tocarlo. No lo habría cambiado ni loca por el pene grande y peludo de un adulto; tal había sido la huella del cerdo de mi exmarido. Pensé que a partir de ahora, sólo podrían satisfacerme penes así, sin vello y con los testículos pequeños y compactos. Ya nunca más necesitaría un gran aparato para sentirme llena. Alargué la mano y lo acaricié. Era suave en su dureza. Se obstinaba en permanecer en aquella posición aunque intentase moverlo, en perfecto ángulo agudo sobre el suave pubis de Carlos. Repté sobre las sábanas hasta que lo tuve cerca de mi rostro. Besé los huesos de sus caderas mientras me acomodaba entre sus piernas y me di cuenta de que él empezaba a desperezarse saliendo del sopor del sueño. Seguí besando sus ingles y sus testículos esféricos. Retiré el prepucio con la punta de mis dedos, y un precioso glande morado y tumefacto apareció ante mí, algo brillante y palpitante. La introduje fácilmente en mi boca y succioné deleitándome con el sabor de los dos.

Carlos empezó entonces a ser consciente de lo que estaba pasando y me miró con una sonrisa. Debió ser maravilloso para él despertar descubriendo que lo del día anterior no sólo no había sido un sueño, sino que la mañana empezaba con una mamada de la profesora de gimnasia de su hermana. Aunque nos movíamos con cuidado, no tardamos en despertar a Mei, que se giró y se quedó mirándonos con una sonrisa, disfrutando del espectáculo. Yo ardía por sentirla dentro de mí, así que me arrodillé sobre él y me dejé caer engulléndola por completo. Las paredes de mi vagina se amoldaron perfectamente a aquel pene, que pareció crecer en mi interior y comencé a mover mis caderas en círculos. Mis jugos se desbordaban, empapando nuestros muslos y las sábanas de la cama. Mire a Mei y ordené “Siéntate en su cara”. Ella se apresuró a cumplir la orden con expresión divertida y el muchacho se desvivió por lenguetear todos los orificios que quedaban a su alcance. El gesto en el rostro de la muchacha indicaba que su hermanastro estaba tocando las teclas adecuadas, y allí, cabalgándolo frente a frente nos fundimos en un morreo mientras recibíamos placer de parte de aquel insaciable chaval. Mi sexo no pudo aguantar más la presión acumulada y me corrí entre convulsiones, llegando incluso a lanzar dos furiosos chorros de mis jugos directamente a los genitales de Carlos, que miraba alucinado aquella catarata. Caí rendida sobre la cama, pero al momento recordé que él aún no había terminado, así que volví a saborearla, esta vez pringosa por mis propios fluidos. Los gemidos no tardaron en llegar y me retiré para que eyaculara sin que nadie le tocase. Los chorritos de semen volaron por los aires aterrizando por doquier.

Nos ducharnos los tres juntos entre besos y caricias en la enorme ducha de la habitación de los padres, bajo un grifo de efecto lluvia muy agradable. Cuando la erección del muchacho empezó a flaquear (cosa que no había sucedido a pesar del orgasmo), eyectó una potente meada sobre nuestros cuerpos mientras reía. Nosotras nos hicimos las asqueadas entre risas, pero no nos importó recibir su cálido líquido.

Pasamos la mañana disfrutando una vez más de la piscina y sus tumbonas. Nos dimos una pequeña tregua, aunque todos teníamos presente que la oportunidad que teníamos esos dos días no se repetiría, de manera que en el fondo, los tres estábamos deseando volver a las andadas. Además, el convivir desnudos, realizando las más cotidianas tareas sin ropa, era algo extrañamente excitante. Sus rostros y cuerpos eran tan bellos que era imposible acostumbrarse a ellos, y contemplarlos siempre proporcionaba sensaciones estimulantes.

Antes del mediodía ya estábamos otra vez enzarzados en un lujurioso baile a tres, esta vez en la cocina. Sentada sobre la encimera con los pies sobre la misma, se turnaron para saborear mi coño hasta que me hicieron correrme entre gemidos.

No comimos. Nos trasladamos al salón-comedor, donde Carlos nos penetró por turnos por todas partes, esta vez sobre la gran mesa rectangular donde la familia solía celebrar las cenas más solemnes. A pesar de su corta edad (o precisamente por eso), los dos muchachos eran dos bestias insaciables. Llevaban años con el jueguecito de las cartas, en un inconsciente intento (contraproducente) de dar un leve desahogo a la tensión sexual que tenían entre ellos, sin atreverse a más que besitos y caricias, pero después de lo de la noche anterior, era como si la botella de champán hubiese explotado, y no podían parar de disfrutar el uno del otro.

Llegó la noche, y no había manera de saciarnos. Desempeñé mi papel de maestra iniciática, mostrando a los hermanos diversas maneras de recibir y proporcionar placer. Por supuesto, la curiosidad era una de las motivaciones de mis aprendices, pero negar que tenían apetito sexual sería faltar a la verdad. Los adultos a menudo olvidan lo que ellos sentían a estas edades, y la moral nos pone un velo ante nuestros ojos, cegándonos ante la auténtica realidad: los muchachos no son tan ingenuos e inocentes como creemos, y chavales de la edad de Mei y Carlos pueden sentir y sienten deseo sexual. Ocultar ese impulso natural es el cimiento para futuras frustraciones y complejos desagradables. Somos seres sexuales desde que nacemos y negar eso es ridículo. Creo que es mucho más sano canalizar ese torrente de energía sexual en un ambiente de amor y seguridad, respetando la voluntad de los implicados y mostrando siempre comprensión y afecto.

5

Desperté de madrugada. A mis lados, los muchachos dormían fatigados después de la maratón de sexo. Tenía la boca seca, así que salí de la cama con cuidado y bajé a la cocina. La tenue luz ambiental me permitió servirme un vaso de zumo sin tener que encender luces. Me senté a beberlo mientras meditaba sobre lo que estaba pasando y me consideraba la mujer más afortunada sobre la faz de la tierra. Los pies descalzos de Mei aparecieron por las escaleras y entró a la cocina frotándose los ojos. Me sonrió y dándome la espalda se sentó en mi regazo. Su sexo ardía en mi muslo. Me cogió el zumo de la mano y le dio un sorbito reclinándose sobre mis pechos.

-Quiero estar siempre contigo -exclamó sin mirarme. La envolví con mis brazos y la besé en la cabeza. No tuve que pensar la respuesta.

-Y yo contigo-.

6

La mañana del domingo fue más tranquila. Siempre desnudos, colaboramos en borrar el rastro (literalmente) de nuestra actividad. Pusimos una lavadora con las sábanas y limpiamos aquellos muebles y lugares sobre los que habíamos tenido sexo. Nos dio tiempo a un polvo rápido antes de comer. Los padres entraron por la puerta a eso de las 5 de la tarde, y los chicos se lanzaron corriendo a abrazarles y besarles. Entre besos y sonrisas, la madre de Mei me miró y dijo:

-¡Hola Paz! ¿Cómo lo habéis pasado?

Continuará…
 

rafvallone

Estrella Porno
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No faltó a la verdad si te digo que es el relato más excitante que he leído nunca,y te aseguro que he leído muchos.
Eres una gran escritora y deberías dedicarte a ello lo digo en serio.
Consigues con tus palabras transportar al lector a vivir las secuencias como si estuviéramos allí.
No querría ser vulgar pero necesite desahogarme nada más acabar la lectura.
Te felicito.
 

hector37nd

Pajillero
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Totalmente de acuerdo. Una escritura deliciosamente erótica y refinada. Se sintió como estar allí para mí también.

Gracias!
 

RADIACTIVO88

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Me uno al grupo. Estuvo genial este capitulo. (y) :giggle:
 
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