Una mansión que acoge infinidad de orgías (caps. 1, 2, 3)

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En medio de la nada hay una fabulosa mansión rodeada por una finca de 15 ha.

Este edificio del siglo XIX, de estilo victoriano, está formado por un sótano, una planta baja y dos plantas superiores. Cada piso tiene unos 500 m². En cada uno de los cuatro rellanos hay 15 habitaciones.

Las del sótano están dedicadas al sadomaso. Los gritos y lloros quedan amortiguados por las paredes bajo tierra. Están numeradas de la -1 a la -15.

Las de la planta baja están numeradas de la 1 a la 15. Al hall se le llama la habitación 0, porque a veces se practica sexo en la entrada a modo de grato recibimiento a los nuevos visitantes.

En el primer piso están numeradas de la 16 a la 30 y en el segundo piso lo están de la 31 a la 45.

En estas tres plantas se practica una amplia gama de situaciones sexuales, desde las más románticas a las más salvajes.

Hay una central de control ubicada en una garita (a la entrada de la finca), con 61 monitores, uno por cada habitación. Cuando se selecciona un número de una alcoba, esta se ve en una pantalla de plasma de 84 pulgadas.

En esta sala como guarda de seguridad trabaja una chica de 34 años de muy buen ver. Se llama Araceli.

Con tantos estímulos audiovisuales que tenía delante, no pudo evitar despelotarse. Sentada en una butaca se frotaba el higo con tanta energía, que parecía un tomate de lo rojo e hinchado que lo tenía. A diferencia de Aladino con su lámpara mágica, esta no esperaba que apareciera el genio. Se conformaba con obtener un fabuloso orgasmo que la dejara bien aliviada y relajada.

La segurata vio algo de interés en el monitor n.º 7 y amplió la imagen en el plasma.

Eran tres maromos y una fulana que habían formado un castillo de cuatro pisos.

Uno de los chicos se sentó en un sofá, el segundo se colocó sobre él dándole la espalda y se ensartó el miembro viril de su compañero por el ano. Un tercer chico se subió sobre el segundo e imitándolo, se empaló su rabo por el recto en tres culatazos. Y como guinda del pastel se subió la chica sobre el tercero y se introdujo de una sola estocada la polla en su chocho ya encharcado.

Se iban dando caña simultáneamente. Los del medio barrenaban y se dejaban barrenar. El primero solo barrenaba y la chica solo se dejaba barrenar, como es obvio.

El segundo tenía tan calcada, hundida, clavada (o como quieran decir), la polla del primero en su trasero, que parecía que tenía cuatro huevos. A la polla del de abajo no se le veía ni un milímetro de carne.

A unos metros de distancia había otros tres maromos y otra fulana. Pero en esta ocasión estaban practicando el trenecito o el ciempiés.

La chica a cuatro patas recibía por detrás el falo, en su coño, de uno de ellos. A este un segundo chico le rompía el culo con fuerza. A su vez, al segundo, un tercer chico le taladraba el trasero con su pollón.

Se agarraban por la cintura con ímpetu, para que con cada arremetida, sus rabos entraran lo más profundo que pudieran entrar en sus respectivos culos y en el conejo de la chica.

Araceli decidió dejarlos tranquilos para que se corrieran a gusto en un bukkake final de los seis chicos sobre las caras de las dos chicas. Ellos de pie formando un círculo y ellas de rodillas, en el centro. Las fulanas daban la imagen de estar suplicándoles que las bañaran en esperma.

Cambió al monitor -1, donde había una escena sadomaso muy interesante.

Tres hombres estaban atados de manos y pies, boca abajo, sobre unas tarimas de madera. Estas estaban a una altura de un metro del suelo en posición horizontal. Cada uno estaba colocado en la suya.

Una dómina, con un látigo de púas de alambre en sus extremos les destrozaba la espalda. De tantos latigazos que les daba tenían heridas ensangrentadas y con profundos cortes. De vez en cuando, a modo de bálsamo, les untaba en sus lomos y costados un poco de vinagre con sal. Los alaridos de los muy flojos eran escalofriantes. Por algo escogieron el sótano para este tipo de actividades.

En las alcobas contiguas se practicaban otras actividades todavía mucho más extremas.

Los penes de los chicos salían por unos agujeros que tenían las tarimas. Debajo de estas, estaban sentadas tres chicas. Cada una de ellas se dedicaba a ordeñar a su respectiva polla. Estas sobresalían como un gancho en aquel plano horizoLas ordeñaban con tal furia, que parecía que querían arrancárselas de cuajo.

Cuando los tíos empezaron a eyacular, las chicas dejaron de pajearles el nabo. Estos, impulsados por los espasmos, se sacudían ad libitum saltando en todas direcciones y salpicando de esperma las patas y la pared frontal de la tarima.

La guarda volvió a zapear por las 61 pantallas y en la habitación 23 encontró a dos chicas acariciándose y besándose mientras se frotaban el coño con la técnica de la tijera.

Después cogieron un consolador de 40 cm de largo (de estos que tienen un capullo en ambos extremos), y se lo fueron metiendo, la mitad para cada una.

Comenzaron a follarse mutuamente con aquella polla multitareas. Ellas se morreaban como locas. Se lamían todo el rostro disfrutando del sabor de su piel. Las dos al mismo tiempo se embestían empujando sus caderas con garra. Entre gemidos y jadeos, de repente, soltaron unos chillidos que advertían de sus corridas.

En próximas entregas iremos descubriendo los entresijos y secretos del resto de las habitaciones de esta magnífica mansión, que bien podría ser conocida con el nombre de: El Edén.
 
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Volviendo a la mansión El Edén, donde trabaja Araceli como segurata, seguiremos describiendo lo que ocurre en algunas de sus 61 habitaciones. Para conocer las singularidades arquitectónicas de dicha mansión remito al lector a que lea la primera parte de este relato, en caso de no haberlo hecho antes.

Araceli, después de correrse dos veces viendo en los monitores las guarradas que los inquilinos practican en sus respectivas alcobas, se tomó un pequeño descanso para recuperar fuerzas. El coño le escocía de tanto frotárselo y aunque los orgasmos que le provocaban aquellas escenas eran muy intensos y explosivos, la almeja la tenía al rojo vivo y prefirió echarse una crema hidratante y esperar una media hora antes de volver a la carga.

Mientras comía un bocadillo siguió haciendo zapping por los diferentes monitores. En la habitación 10 observó que se estaba produciendo un gang bang. Diez hombres se iban turnando para penetrar el coño, el culo y la boca de una negrita muy atractiva. Esta tenía el pelo rubio y lo llevaba recogido en varias trencitas. No tenía sobrepeso, pero lucía unas cachas y muslos bien macizos y trabajados a base de sentadillas y zancadas.

Se la zumbaban en todas las posturas posibles: misionero, a cuatro patas, de lado, sentada sobre un maromo a modo de sofá, etc. Hicieron un sándwich con ella en diferentes posiciones (de pie, acostada boca arriba, acostada boca abajo).

Mientras una polla le entraba por el culo, otra por el coño y otra por la boca, ella con cada mano se sujetaba a otras dos. El resto de los cinco chicos se la pelaban, de pie, esperando su turno.

La chica no daba abasto. Con alguna garganta profunda que practicó, no pudo evitar soltar buena cantidad de babas que le salieron como a presión por su boca y narices. Estas se fueron escurriendo por todo su torso, bajándole por las tetas, pezones, vientre y ombligo.

En el fondo de la sala, en una pared, había un chico como castigado. Estaba encadenado a unas argollas.

Después de estar casi una hora zurrándole bien los tres orificios a aquella hembra en celo, los diez chicos decidieron que ya era hora de bañarla en esperma, de practicar un buen bukkake.

Ella se colocó de rodillas en el centro de la sala y los chicos formando un círculo alrededor de ella, se fueron cascando con furia sus rabos. La chica se metía los dedos en la boca, casi el puño, poniendo los ojos en blanco y bizqueando. Quería ponerlos muy cachondos para que se corrieran pronto.

Dos de los chicos empezaron a eyacular, lo hicieron sobre el pelo, la frente y ambos mofletes. Otros tres les siguieron en el turno, llenándole toda la nariz, boca, garganta y cuello de una cantidad ingente de lechada. Un sexto decidió correrse en el interior de su oreja derecha, mientras el séptimo lo hizo en el interior de la oreja izquierda. Los tres últimos decidieron hacer un repaso global y fueron dirigiendo sus chorros de lefa por todas las partes que sus amigos previamente habían regado. Uno de ellos hizo más hincapié en meterle algún chorro por los orificios nasales.

La chica quedó tan impregnada en esperma que su rostro era irreconocible. Su piel color caoba bañada con tanto esperma, hacía un contraste muy morboso y excitante.

Entonces uno de ellos soltó al chico de la esquina y llevándolo casi como custodiado, lo acercó a la chica y le ordenó que la lamiera bien y que se fuera tragando todo lo que ella le fuera escupiendo.

El chico la lamió desde el ombligo hasta el cuello sorbiendo y tragando todas las babas y esperma que la manceba tenía esparcidos, dejándola bien limpita. Después siguió por el pelo, pestañas, mofletes, etc. La chica tenía una buena carga de leche y saliva en su boca y se la escupió con fuerza para que él la tragara, casi sin darle tiempo a saborearla.

De las orejas le iban saliendo unos regueros de semen que el esclavo recogía con su lengua y succionaba. También le lamió las narices metiéndole la lengua por los orificios para recoger los restos de cuajada que pudiera haber. Entonces la chica se sonó varias veces y efectivamente, de su interior salió buena cantidad de esperma mezclado con moco. Todo se lo iba tragando el chaval hasta dejarle la cara como los chorros del oro.

La jaca volvió a escupirle otra vez, un buen lapo de semen y saliva que fue recolectando con su lengua, después de pasarla por todos los rincones de sus dientes, paladar y mucosa. El esclavo hizo unas gárgaras y se lo tragó todo. A la macizorra le hizo tanta gracia que volvió a repetirlo, soltándole otro lapo importante, aunque esta vez llevaba más carga de saliva que de semen.

Araceli decidió telefonear a la susodicha habitación para que le mandaran a aquel mancebo para orinarle en la boca, ya que tenía ganas de vaciar la vejiga, y de camino, para que le comiera con ganas y sin escrúpulos su panocha ensangrentada, pues comenzaba a venirle la regla. Mientras, volvió a zapear y en el sótano (que estaba dedicado al sadomaso), en la habitación -2, se quedó prendada de lo que vio.

Un chico estaba sostenido en el aire, en horizontal, por unas cuerdas atadas a sus brazos y piernas. Detrás de él, una dómina le tenía introducido el puño y parte del brazo derecho en el interior de su culo. Le hincaba el brazo con fuerza, como si quisiera pegarle unos buenos puñetazos en el interior de sus entrañas. El maromo chillaba como un cabrito en el matadero.

Alrededor del esclavo había otras tres chicas que se carcajeaban y arengaban a su compañera a que le metiera el brazo hasta el codo por lo menos. Estas chicas también se dedicaban a apagar unas colillas en la espalda del maromo, apretaban con garra, como queriendo introducirlas en el interior de la piel. Después se colocaron en cuclillas sobre una jarra de cristal, por turnos, y comenzaron a orinar. La jarra quedó algo más que mediada. Cogieron una pajita y la colocaron en el interior de la jarra y se la dieron a beber al esclavo.


Bébetela toda poco a poco. Si no lo haces, te meteremos dos brazos al mismo tiempo en el trasero. Te reventaremos, ¡cabrón! –le dijeron.

Ante esta disyuntiva, al chaval no le quedó otra opción que, entre alarido de dolor y alarido de dolor (por los empellones que su Ama principal le infligía en el trasero), ir sorbiendo por aquella pajita y tragando toda aquella maravillosa cantidad de auténtico oro líquido.

En las tres horas buenas que duró aquella sesión de sadomaso, los ocho puños y brazos de aquellas hembras envalentonadas experimentaron la sensación de palpar y rozar las entrañas de aquel mancebo. El esclavo salió de allí con el vientre bien lleno de orines (pues al final, el recuento fue de tres jarras bien llenas), y con el culo más abierto que la boca del metro. Se marchó encantado.

Araceli observaba todo aquello comiendo pipas y acariciándose los pezones de vez en cuando para intensificar el placer. Estaba sentada sobre la cara del mancebo que había solicitado. Este ya le había proporcionado dos orgasmos y tragaba sin rechistar todos los jugos vaginales mezclados con los efluvios sanguinolentos de la regla, que iba soltando en buenas cantidades ya. El chaval tenía la cara bastante manchada de restos menstruales.


Traga todo lo que salga de mi cáliz, cariño. Es el Santo Grial. La sangre de la vida mezclada con los jugos del placer. El cordero de Dios que quita el pecado del mundo –le soltaba Araceli con socarronería y desparpajo.

La segurata, mientras seguía con sus faenas intentando alcanzar otros dos orgasmos, decidió ver qué pasaba en el hall, llamado habitación 0.

Como recepcionistas había una pareja vestida a la moda victoriana, como si estuvieran en el siglo XIX. Él llevaba un chaqué con un sombrero de copa y ella, un vestido rococó con vuelo y un sombrero muy elegante.

Mientras atendían a los nuevos inquilinos en el mostrador, el recepcionista agarraba por detrás a la compañera y frotándose bien, simulaba el acto sexual. Luego se sacó la verga de la bragueta, toda tiesa, y subiéndole el vestido a la chica, volvió a frotar su miembro contra su cuerpo. Resulta que la recepcionista iba bien protegida contra penetraciones por traición o por descuido. Debajo del vestido llevaba refajo, pololos y bragas. El chico se tuvo que conformar con magrearse y frotarse contra todas aquellas telas. Como el vestido era tan largo y ancho, el compañero daba el pego de estar follándosela, pero en verdad no era más que una mísera gayola contra sus sayolos.

Ella atendía al público como si nada pasara, mientras su compañero arrimaba cebolleta apretando fuerte su rabo contra las carnes duras de su compañera. Con sus manos le palpaba la cintura y las caderas, pero cuando quiso subir más, se encontró con un corsé que le impidió amasar en condiciones aquellos pechos turgentes. Comenzaba a tener un cosquilleo que le recorría toda la polla anunciándole que en muy poco tiempo, si seguía por ese camino, podría alcanzar un decente orgasmo.

Los envites que el recepcionista le daba a su compañera, hacían que esta, a la hora de escribir el recibo cometiera algún que otro borrón. A los pocos minutos, el chaval por fin, después de frotar y frotar, hizo salir al genio en forma de lechada pegajosa manchando buena parte del refajo y quedándole todo pringoso.

El chico se fue y al poco rato llegó otro recepcionista vestido de la misma manera, para no desentonar con la chica, y sacándose la picha repitió la misma faena que su colega. Le levantó el vestido a la compañera y colocando su miembro entre el refajo y el vestido comenzó a simular una follada. El nabo de este enseguida se humedeció al contacto con los restos de esperma de su predecesor.

Una vez que este acabó, su lugar lo ocupó otro compañero y así a lo largo del resto del día. Aquellas prendas (vestido, refajo, pololos y hasta bragas), al final de la jornada quedaron tan mojadas en semen, que al secarse, aquellas telas quedaron como acartonadas. Al día siguiente se las volvería a poner para que otros chicos siguieran con sus simulacros de folladas.

Araceli tenía la suerte de que, aunque tuviera la regla, eso no fuera un impedimento para seguir teniendo buenos orgasmos. Entre sus dedos y sobre todo, gracias a la boca y lengua de su esclavo, no paraba de enlazar clímax con clímax. Ya ni se molesta en ir al lavabo para orinar, se lo hace encima… o sea, encima de la boca del mancebo.

Él, como buen sirviente, saborea y bebe todos los efluvios que emane el lindo cuerpo de su ama.

Seguiremos contando en sucesivas entregas lo que ocurre en el resto de las habitaciones de esta mansión de las fantasías llamada El Edén.
 
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Araceli está a punto de terminar su jornada laboral como segurata en esta mansión de lujuria y sadomaso a raudales.

Hace ya hora y media que despidió al esclavo que le estuvo comiendo la panocha ensangrentada por la menstruación.

Después de pegarse una ducha, ponerse una compresa, su ropa interior y su ropa de calle, está esperando a Jorge que es el segurata que la va a sustituir en su puesto.

Jorge es un hombre de 42 años, 1,90 m de altura y 100 kg de peso. Es el típico chico obsesionado con la vida fitness. Es un armario empotrado. Araceli desea ser, a su vez, empotrada por él. Pero Jorge está muy enamorado de su esposa, con la que se casó recientemente, y de momento no tiene ojos para otras hembras.

Jorge entra en la garita, saluda a Araceli con dos besos y le pregunta qué tal la jornada. Ella le hace un pequeño resumen de lo ocurrido en las habitaciones de la mansión (omitiendo la sesión de sexo que tuvo con el esclavo), y se despide de Jorge deseándole buena jornada.

Araceli antes de abandonar la garita le echó un vistazo al paquete de su compañero, se relamió los labios y se fue, diciendo para sus adentros “Madre mía que hombrón. A ver si se cansa pronto de adorar a su esposa y se fija en mí y me empotra como a una yegua en celo”.

Una vez que Jorge se quedó solo en la garita comenzó a hacer zapping por los monitores para ver qué había de nuevo. Quedó estupefacto cuando en la habitación 9 vio al párroco de su barriada, don Benedicto. Pero el asombro no quedó ahí. Estaba acompañado por un matrimonio que son vecinos suyos. Rafael y Martirio viven dos pisos por arriba de Jorge. En las reuniones de vecinos se muestran muy estirados y recatados.

En esta habitación, los tres ocupantes estaban aún vestidos cuando el segurata los interceptó haciendo zapping. Don Benedicto es rechoncho y lleva su habitual sotana y está sentado en una butaca. Enfrente de él, de rodillas como si estuvieran en confesión estaba el matrimonio.

Martirio va con un traje pantalón color gris, blusa blanca y el pelo recogido en un moño. Muy sobria, en su estilo, y sin casi maquillaje. Es una mujer de unos 45 años.

Rafael tiene 50 años, es de mediana estatura, con incipiente alopecia y va con pantalón de tergal negro y camisa azul.

Jorge se pregunta qué hacen esos tres carcas mojigatos en esta mansión del desenfreno sexual, y afinó el oído.


Os he citado en esta mansión, de la que soy su mayor accionista y que todas sus alcobas o celdas están dedicadas a la meditación e introspección, para que me desarrolléis con pelos y señales lo que me contasteis ayer de forma atropellada y precipitada sobre vuestra hija –comentó don Benedicto, mintiendo en lo de que la mansión es un refugio de paz espiritual.

Pues verá don Benedicto –comenzó Martirio– nuestra hija nos hizo una proposición sexual degenerada a no poder más. Nos dijo que haría un sándwich sexual con nosotros si le subíamos la paga semanal y la dejábamos ir en verano con sus amigas a Las Vegas. Estamos consternados. ¿Qué podemos hacer?

Nosotros habíamos pensado –continuó Rafael– ingresarla en un convento, a ver si se le quita el puterío que se está apoderando de ella.

Don Benedicto se quedó un rato reflexionando. A los pocos minutos, por fin, se decidió a darles su opinión:


Miren ustedes. No sean ingenuos. En el convento solo conseguirían que la Madre Superiora y el resto de sus compañeras monjas abusaran sexualmente de ella. ¡Menudas son estas! La reclusión en colegios internos, cárceles y conventos solo sirve para exacerbar más, aún si cabe, los instintos sexuales que intentamos reprimir.

Pero entonces, ¿qué nos aconseja? –preguntó con ansiedad Rafael.

Que se la follen. Y cuanto antes, mejor.

¿Pero estoy oyendo correctamente o es una alucinación? –soltó con estupor Martirio.

Oigan bien lo que les voy a decir. La especie humana sobrevivió y hoy somos casi 8.000 millones de personas en el mundo gracias al incesto. Cuando el Ser Supremo se dignó a consentir que dejáramos de ser simples simios para alcanzar la categoría de homo sapiens, los Caín y Abel de turno se acostaron con Eva, su madre, para reproducirse. En varias épocas de la Prehistoria y de la Historia tuvimos que recurrir al incesto para no extinguirnos. El incesto es una ley natural como el matar para alimentarse o el morir para no sobrecargar el planeta. Son leyes emanadas de Dios. La Biblia defiende el incesto. Se narran varios casos, el más conocido es el de Lot y sus dos hijas. El Ser Divino dijo “Creced y multiplicaos”, no puso restricción alguna a esta máxima de su pensamiento. Así que, sin más dilaciones, os aboco a que os folléis a vuestra hija sin ningún tipo de reserva moral ni mojigatería.

Bueno, nos lo pensaremos –dijo humildemente Martirio.

No hay nada que pensar. Al César lo que es del César y a la golfa de vuestra hija, mucha polla y coño de sus progenitores y a dejarla preñada. He dicho.

Muchas gracias don Benedicto por sus consejos espirituales. Aquí estamos para lo que necesite –dijo ingenuamente Rafael.

Un momento. Antes de irse deben pagar el diezmo.

Claro que sí, don Benedicto. Usted dirá a cuánto asciende.

En esta mansión todo se paga en especies. El vil metal lo emponzoña todo. El trueque platónico-comunista es nuestra seña de identidad. El diezmo es el derecho de pernada. Me follaré vuestras bocas y culos y el chumino de Martirio. La igualdad de trato es una máxima para mí.

Pero esto es inmoral, don Benedicto. ¡Cómo me exige que le preste a mi esposa y que le ponga el culo! –comentó Rafael.

Mi lema es “La moral es para los débiles” –sentenció el párroco–. Usted no me presta nada. Es una deuda que tiene que saldar. Las deudas con la Santa Madre Iglesia no se cancelan ni se suprimen per saecula saeculorum amen.

Martirio estaba decidida a convertir su vida en eso, en un martirio. Así que, dócilmente comenzó a desabrocharse la blusa y, poco a poco, a despelotarse.

Don Benedicto se quitó en un santiamén la sotana, quedando como Dios lo trajo al mundo. Se recreaba en su butaca.

Martirio, de rodillas, se acercó al rabo del párroco y se lo fue engullendo por la garganta hasta no dejar más que dos dedos de polla fuera de la comisura de sus labios. Don Benedicto le hizo un gesto a Rafael para que se desprendiera de su ropa ipso facto. Rafael obedeció y una vez desnudo, el cura le indicó lo siguiente:


Acércate de rodillas, como hizo la puta de tu mujer, y ayúdale a manducar mi morcilla. Es mucha carne para ella sola.

Por ahí no paso. Una cosa es que se trajine a mi mujer. Pero obligarme a mí a comerle la picha, no. ¡Es lo que me faltaba, vamos! –protestó Rafael haciéndose el digno.

Si no quieres que por el WhatsApp de la parroquia difunda que vuestra hija os propone hacer un trío, ya te estás bajando al pilón –amenazó, con caridad cristiana don Benedicto.

Ante este argumento tan convincente a Rafael no le quedó más remedio que agacharse y compartir menú con su mujer.


Estarás contento, mi querido Rafa. En menos de dos minutos te he convertido en cornudo y maricón –comentó don Benedicto, y soltó unas carcajadas diabólicas.

Don Benedicto tenía los ojos en blanco de lo mucho que estaba gozando con la comida de polla a dos bocas que le estaban practicando Rafael y Martirio. Esta dejaba la verga bien llena de babas para que el cabrón de su marido se las tragara, por no haber sabido defenderla como es debido.

Después de estar casi un cuarto de hora mamándole la polla, dejándosela bien ensalivada, don Benedicto ordenó a Martirio subirse sobre él y cabalgarlo a ritmo medio. Rafael hacía de mamporreo lamiéndole la raja anal a su esposa, los huevos a su macho ocasional y los cachos de polla y coño que iban quedando a la vista.


Prepárate que dentro de poco vas a subir tú al potro –le informó el sacerdote a Rafael.

Para sorpresa de Rafael, su mujer estaba jadeando y babeaba, del gusto que le estaba proporcionando su párroco. A los pocos minutos alcanzó un orgasmo tan intenso, que se animó a azuzar a don Benedicto diciéndole:


Joder, ¡qué placer me ha proporcionado, don Benedicto! Fóllese el trasero de mi esposo sin miramientos. Dele caña de la buena. Córrase en su recto. Lléneselo de su lechecita.

Eso haré, mi querida cortesana. Ahora bájate del tiovivo y permite que el cornudo y maricón de tu marido me monte.

Rafael se subió a la polla del párroco y colocándose de espaldas al susodicho comenzó a clavarse el falo largo y gordo de su amante.

Rafael era virgen por la puerta de atrás y los gritos que soltaba eran tremendos. El cura y Martirio se tronchaban de risa comprobando lo exageradamente quejica que era aquel improvisado chapero.

Rafael estaba deseando que don Benedicto se corriera y se lo pedía insistentemente.


No te queda nada, culo inquieto. Acabamos de empezar. Todavía tengo que bombearte el ano unos buenos veinte minutos, a tres empellones por segundo, ¡3.600 empellones en los 20 minutos que pienso aguantar! Con cada embolada te meteré y sacaré mi rabo casi entero –y se carcajeaba don Benedicto.

Martirio arengaba al Padre para que le horadara con ganas el culo a su marido, y se unía a las risotadas del sacerdote.

Por fin, el párroco dijo:


¡Me corro, joder, en el culo de este guarro! ¡Estoy regando su recto e intestino grueso con mis chorros de lefa! ¡Joder, qué gusto me ha dado este ano virgen de esfínter estrecho!

Cuando Rafael se bajó de su peculiar carrusel, a los pocos segundos comenzó a resbalarle por los muslos una cantidad ingente de esperma.

Don Benedicto descolgó el teléfono y llamó a la habitación 8, en donde había siete enanitos con su peculiar Blancanieves practicando una orgía y les invitó a allegarse a la habitación 9 para ampliar la orgía. Luego llamó a la habitación 6, en donde había tres chicas trans con pene y dos chicos trans con vagina montando un trenecito sexual y les sugirió lo mismo, aceptando elles, encantades.

Martirio y Rafael pensaron que a don Benedicto se le había ido la pinza. ¡16 personas en una orgía! Por lo menos, pensó Martirio, no todas las pollas iban a ser para ella. Los pollazos se irían repartiendo entre diversas bocas, coños y culos. ¡Coños solo cuatro! Y comenzó a preocuparse.

Jorge no pudo evitar desenfundar de la bragueta su pollón y cascársela de lo lindo ante la golfería que tenía delante, en el monitor.

En la próxima reunión de vecinos se les insinuaría, a ver si pescaba algo.
 
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