Una madre sonámbula 2-

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,250
Likes Recibidos
2,360
Puntos
113
 
 
 
Una madre sonámbula 2: sueños eróticos.

Soy Eduardo, hijo de María Luisa. Nunca he sentido tanta lujuria como la que mi madre me provocó cuando tenía los episodios de sonambulismo. Sentir el acoso no premeditado de mi madre por las noches me excitaba tanto que pasé de preocuparme para que no sufriera daño mientras estaba en esa situación, a desear que entrara en “trance” para tenerla y poder tocar su cuerpo. Ya hacía varios años que sólo con mirarla me provocaba un deseo irresistible, no encontraba la razón para sentirme tan excitado con mi propia madre, pero desde que mis padres se separaron, el deseo y la esperanza de tener sexo con ella era muy intenso. Muchas pajas me hice pensando en ella, deseándola… Muchas veces la espié para poder ver su cuerpo. Ya llevamos un mes teniendo sexo casi a diario. Ella es muy fogosa y dice que mi juventud me da fuerzas para tener tanto sexo como ella necesita. Aquellas pajas pensando en ella son cosa del pasado, pero aún recuerdo la primera vez que no tuve que masturbarme y la usé a ella para acabar con mi excitación.

Aquella tarde estábamos en el salón. La noche anterior no habíamos tenido sexo. Cuando me di cuenta, mi polla empezó a ponerse dura, no sé la razón, pero poco a poco me sentía con la necesidad de masturbarme. Apenas hacía dos semanas que habíamos empezado aquella relación y mi primera intención fue levantarme para masturbarme en el baño. Me puse en pie y miré a mi madre que, tumbada en el otro sofá, descansaba después de su trabajo durante la mañana. Miré su cuerpo y mi mano acomodó mi polla bajo el pantalón. En ese momento caí en la cuenta de que, si ella me lo permitía, no tendría que volver a masturbarme.

Me arrodillé junto a ella, la miré de arriba abajo. Su amplia falda cubría sus piernas hasta un poco más abajo de las rodillas y se metía entre sus muslos, dejando ver a mi calenturienta imaginación esa forma triangular que formaba su pubis entre sus muslos. Parecía dormida. Subí su falda suavemente para intentar no despertarla, subía por sus piernas hasta que sus bragas quedaron expuestas a mi vista. Aquellas bragas blancas de suave tela cubrían su coño. Agarré su pierna y la bajé del sofá hasta que quedó su pie apoyado en el suelo. En la blanca tela se marcaban los carnosos labios vaginales de mi madre. Mi polla empujaba contra la tela de mi pantalón y empezaba a ser molesto. Desabroché mi pantalón y liberé mi polla, acariciándola mientras me inclinaba un poco para oler su coño.

El aroma de mi madre aceleró mi mano y mis labios besaron sus labios vaginales sobre la tela. Mi madre se agitó un poco. Me coloqué entre sus piernas y mis labios besaban el interior de sus muslos, despacio, sintiendo la suave piel. Poco a poco me iba acercando a su tesoro, ese coño que me esperaba entre sus dos piernas. Besé su blancas bragas mientras sentía a ambos lado de mi cabeza sus cálidos muslos. Levanté la cabeza y la miré a la cara. Una sonrisa de placer se dibujaba en su boca. Estaba despierta y disfrutaba con los besos que su hijo le daba en su parte más íntima.

Su mano se posó en mi cabeza y me acariciaba el pelo agradeciendo lo que le hacía. Sus caderas se agitaban suavemente para frotar su coño contra mi boca y yo aumentaba la presión de mis labios sobre sus húmedas bragas. Separé un poco mi boca y con una mano aparté las bragas a un lado. Ante mis ojos apareció su deseado coño, aquel gurruño de carnosos labios cubiertos de su vello púbico. Con los dedos de la otra mano aparté los pelos y conseguí separar sus húmedos labios vaginales. Ante mí apareció la rosada carne de su vagina. Entre los pliegues de sus labios, en lo más alto, asomaba el abultado clítoris, endurecido por la excitación y deseoso de que mi boca le prestara atención.

No lo hice esperar. Mis labios lo besaron con delicadeza y mi lengua lo acarició con deleite. Sus caderas se agitaron al sentir mi boca sobre su sensible clítoris. Como pude le quité las bragas y ella abrió sus piernas todo lo posible para ofrecerme su coño. Me incliné sobre ella y mis dedos gordos se afanaron en separar por completo sus labios vaginales. Acerqué mi boca y lamí toda su raja. El intenso olor a mujer en celo inundó mi mente y mi polla botaba suavemente llamando mi atención para explorar la profundidad de aquella cueva, para llegar hasta lo más profundo, hasta donde mi lengua nunca llegaría.

La suave y sensible piel de su vagina brillaba por los torrentes de flujos que procedían del interior y que la preparaban para acoger el endurecido sexo de su hijo, aquella incansable polla que tanto placer le daba. Mi lengua lamía su piel y saboreaba a mi madre. Nunca antes había tenido sexo con otra mujer; nunca más probaría a otra mujer tan caliente y excitante como mi madre. Mi lengua recorrió su coño hasta buscar la dureza de su clítoris. Lo encontró y jugó con él hasta que su mano empujó con fuerza mi cabeza contra su coño y sus caderas se agitaban para que le diera más placer.

- ¡Me corro! – dijo gritando con un gemido de placer cuando mis labios rodearon su clítoris y succioné con toda mi fuerza - ¡Me vuelves loca! – no cesé en mi ataque a su clítoris mientras su coño presionaba mi cara hasta el punto de no poder respirar - ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Me corro!

Mientras ella hablaba, en mi barbilla sentía los chorros de flujos que brotaban de su vagina y mojaban mi boca. No paraba de gemir y agitarse y yo no paraba de chuparla y hacerla gozar. Mi polla no podía más. Sentí que me iba a correr mientras escuchaba los gemidos de mi madre y su coño se frotaba contra mi cara. Me levanté para agarrar mi polla con la mano. Ella me miraba y sabía que quería hundir mi polla en su coño. Se movió para que mi polla la penetrara. Acerqué mi glande a su coño y cuando empezó a perderse entre sus labios vaginales, no pude aguantar tanta excitación y un gran chorro de semen brotó. Parte del blanquecino líquido apenas entró en su vagina, pero vi como entre sus labios vaginales brotaba mi semen. Empujé casi sin fuerza mis caderas cuando sentí que otra carga de semen iba a salir. Su mojada vagina recibió sin resistencia a mi polla, abriéndole paso para que soltara todo el resto del semen dentro de ella. Saqué mi polla del interior de su vagina y pude ver como parte del semen resbalaba por su raja y sus labios vaginales para caer en el sofá, mi polla botaba excitada ante la visión del coño de mi madre empapado de mi leche.

Como he dicho, ya llevamos más de un mes con nuestra relación. Cuando empezaron las excitantes incursiones nocturnas de mi madre, mis preocupaciones y pensamientos los compartía con mi primo Enrique. Él es el hijo de mi tía Marta y mi tío Enrique. Tiene un año menos que yo y desde niños siempre hemos sido buenos amigos, contándonos casi todo lo que nos pasaba en la vida. Con su hermano Jesús no tengo tan buena relación y no estaba al tanto de las cosas que me ocurrían con mi madre. Tras ese mes en que mi madre y yo tuvimos tanto sexo como deseamos, mi tía Marta decidió que sería buena idea que nos reuniéramos para celebrar el dieciocho cumpleaños de Enrique. Y así, prometiéndonos mi madre y yo que no haríamos nada que hiciera sospechar a los demás familiares nuestra verdadera relación, aquella mañana de sábado, llegamos a la bonita casa de mis tíos.

- ¡Hola Edu! – me dijo Enrique tras saludar a todos los familiares que me encontraba en la casa – ¡Vamos a mi habitación! – subimos las escaleras y cerró la puerta cuando entramos en su habitación - ¡Cuenta! – me dijo nervioso - ¡¿Cómo va lo de tu madre?!

La sonrisa que se dibujó en mi boca le fue suficiente para entender lo que ocurría entre mi madre y yo.

- ¡¿No?! – dijo Enrique sorprendido - ¡Habéis follado! ¡Cuenta, cuenta!

Nos sentamos en la cama y le relaté la primera vez que follé con mi madre. Enrique estaba excitado y su pantalón mostraba la alegría que sentía su polla.

- ¿Y lo habéis vuelto a hacer? – preguntó.

- ¡Casi todos los días! – le respondí.

- ¡Joder, que suertudo! ¡Ojalá pudiera follarme a mi madre! – su cara se puso roja y agachó la vista al desvelar su deseo más oculto.

- ¡No me digas que tú también quieres follarte a tu madre! – le dije y él afirmó con un movimiento de cabeza.



Mi nombre es Marta. Llevo casada con mi marido Enrique muchos años y nuestra relación podría decirse que es normal. Tenemos sexo todas las semanas, una o dos veces. El problema que me aqueja se produjo apenas dos meses antes del cumpleaños de mi hijo Enrique. El tenía diecisiete años. Para mí siempre ha sido un chico normal, nada extraordinario en su vida. Pues un día que llegué pronto a casa del trabajo, me dirigí a mi habitación. Suponía que estaba sola y tras cambiarme de ropa, me dirigí al baño para refrescarme. Cuando abrí la puerta, me encontré la luz del baño encendida y a mi hijo Enrique frente al inodoro. Quedé paralizada al ver que con una mano sostenía una de mis bragas en su nariz. Con los ojos cerrados, disfrutaba de los olores de mi coño impregnados en aquella bragas usadas. La otra mano se agitaba sobre su polla. Mi corazón se aceleró y mi coño se mojó al ver la enorme polla que tenía mi hijo.

Con mi marido siempre he sido muy conservadora en el sexo. Siempre la misma postura. Primero me corro yo y después él suelta su semen en mi vagina (está operado para no dejarme preñada). Pero desde joven soñé con tener entre mis piernas una enorme y gruesa polla, exactamente como la que portaba mi hijo. Desde aquel día en que lo vi, y que no fue consciente de ello, no he dejado de estar obsesionada con su polla.

Y lo peor es que mi marido está empezando a sospechar que algo raro me está ocurriendo. Una noche en que dormíamos, miré a mi lado y allí estaba mi hijo, junto a mí, con el torso desnudo. Me sentí excitada rápidamente. Aquella era mi oportunidad de tener la enorme polla de mi hijo en mi boca. Lo destapé y acaricié su polla por encima de los calzoncillos. Mi coño se mojaba por momentos y necesitaba hacer realidad aquello que desde joven había soñado: mamar una polla tan enorme como la de mi hijo. Sabía que era una perversión que una madre deseara la polla de su hijo, pero ese sentimiento de hacer algo prohibido se unía a la excitación que me producía aquella polla. Sin pensarlo ni avisarlo, liberé su polla y mi boca se la tragó por completo.

- ¿Qué haces cariño? – la voz de mi marido me sacó de la ensoñación.

Quedé por un momento parada. Sentí la polla de mi marido dentro de mi boca y el tamaño de su polla me desilusionó. Quería la de mi hijo, pero ya no podía dejar a Enrique sin la mamada que había comenzado. Me sentía caliente cuando pensaba que deseaba la hermosa polla de mi hijo, sin embargo tenía que acabar aquella mamada que había empezado. Chupé con ganas hasta que sentí el caliente semen de mi marido caer en mi lengua. Lo tragué y al momento me giré para dormir deseando que volviera el sueño con mi hijo y su polla.

Hoy estamos en mi casa celebrando el cumpleaños de mi hijo, tengo que hablar con mi cuñada María, mis hermanas no entenderían lo que me ocurre y seguro que montarían un drama. Con María tengo una buena relación y creo que tengo la suficiente confianza como para explicarle lo que me ocurre y, tal vez, encontrar una solución.



EN LA HABITACIÓN DE ENRIQUE HABLAN LOS PRIMOS.

- ¡No me digas que tu madre te pone! – le dijo Eduardo a Enrique.

- Sí… Desde hace varios años vengo arrastrando esta pena… - Enrique parecía afligido – Me masturbo pensando en ella… Cuando no puedo más, busco unas bragas usadas y las huelo mientras me masturbo…

- ¡Te ha dado fuerte! – Eduardo comprendía por lo que pasaba pues él había estado en aquella situación.

- ¡No te lo imaginas! – se lamentó Enrique – Además, sabes que a ella no le importa mostrarse desnuda por la casa, y cada vez que sale del baño en bragas, la polla se me pone dura…

- ¡Y la tuya es tremenda! – reconoció Eduardo.

- Y ahí está lo malo… Si ella notara que se me pone dura al verla desnuda, imagínate el cabreo que cogería… - miró al techo como si Enrique buscara a su dios - ¡Su hijo excitado al ver a su propia madre! Ya sabes que controla mis redes para que ni siquiera vea porno…

- ¡Uf, la que montaría si se enterase! – Eduardo miró a su primo - ¡Que no se te escape lo mío con mi madre!

- ¡Tranquilo primo! – contestó Enrique - ¡Tendrán que matarme antes de decir nada!



EN EL SALÓN DE LA CASA.

- ¡Hola María! – Marta saludó a su cuñada que se echaba una bebida mientras hablaba con algunos de los invitados.

- ¡Hola Marta! – contestó a su cuñada y estaba loca por contarle lo que le ocurría con su hijo – Tengo que hablar contigo. – le susurró al oído cuando le dio un abrazo.

- ¡Yo también! – contestó Marta con otro susurro.

Las dos charlaron un poco entre ellas mientras veían como los demás familiares se entretenían y las iban ignorando poco a poco. En un momento las dos se habían apartado lo suficiente como para que no se percataran de que iban a desaparecer.

- ¡Acompáñame! – dijo Marta a su cuñada y las dos caminaron hacia el interior de la casa.

Subieron por las escaleras y Marta comprobaba que nadie las pudiera ver y seguir, de forma que una vez que estuvieron en su habitación, pudieran hablar sin que nadie las molestaras. Temía contarle a María lo que le ocurría con su hijo Enrique, pero no podía aguantar la presión de tener aquel deseo en su interior sin poder exteriorizarlo. Tal vez María sería lo suficientemente comprensiva para ayudarla a superar aquel problema.

- ¿Qué te ocurre? – le preguntó María a su cuñada para que le contara cuanto antes su problema y atajar el suyo propio cuanto antes.

- ¡Tengo un terrible problema! – dijo Marta.

- ¡Bueno, eso porque no conoces el mío! – respondió María y dejó a su cuñada con cara de extrañeza.

- ¡Te aseguro que el mío te horrorizará cuando lo escuches! – Marta estaba segura que su deseo por su hijo la condenaría durante varias vidas.

- ¡Pues dale! – respondió María imaginando que cualquier cosa que le dijera sería una minucia comparado con follar con su propio hijo.

- María… - Marta dudaba en cómo decirle el deseo que sentía por su hijo sin que la tomase por una pervertida – No sé bien cómo contarte… - María puso cara de estar impaciente ante el problema que ella quería contar – Resulta… Verás, es que me siento… me siento…

- ¡La que se va a tener que sentar soy yo si no me lo cuentas! – contestó María pues estaba impaciente por contarle su problema.

- ¡Me excita mi hijo! – María la miró con los ojos de par en par - ¡Sí, me siento atraía por mi propio hijo! – Marta se tapó la cara con sus manos - ¡No sé que hacer! ¡No puedo evitarlo!

Marta empezó a escuchar las risas de su cuñada y de estar avergonzada, pasó a empezar a enfadarse por la actitud de María.

- ¡¿Te hace gracia?! – preguntó enojada Marta.

- ¡Perdona! – respondió María - ¡Eso no es nada!

- ¡¿Qué no es nada?! – dijo Marta sintiéndose más enfurecida por la respuesta de su cuñada - ¡¿Qué no es nada?!

- ¡Perdona mi respuesta! – dijo María aplacando sus risas - ¡Eso tal vez no esté bien! – agarró a Marta por los hombros y las dos se miraron a la cara - ¡Yo estoy follando con Eduardo!

- ¡¡Cómo!! – respondió Marta sin ser capaz de asimilar las palabras que le había dicho su cuñada.

- Al igual que tú, empecé a excitarme y hemos acabado follándolo… - María notó que Marta se tambaleaba y la hizo sentar sobre la cama - ¡Siéntate!

María empezó a contarle las noches de su simulado sonambulismo y cómo llegó a tener sexo con su hijo Eduardo. Marta la escuchaba y, aunque estaba algo escandalizada, sintió que tal vez lo que le ocurría era más normal entre madres e hijos y no debía castigarse tanto por aquellos pensamientos. Marta también le contó a su cuñada lo que le había pasado con su hijo, verlo masturbarse con aquella hermosa y enorme polla había sido el desencadenante de su perversión.

- Marta… - dijo María – Creo que tenemos que pasar unos días fuera de la ciudad a solas…

- ¡Tal vez eso sea lo mejor! – aseguró Marta.

- …a solas con nuestros hijos. – María habló y sonrió a su cuñada - ¿Te atreves a probar lo más perverso y excitante de tu vida?

Marta bajó la mirada y quedó pensativa. El deseo y los sueños eróticos con su hijo habían aumentado desde que pudo verle la polla. Siempre le había excitado tener una de tal tamaño. Quería mucho a su marido y nunca le fue infiel, nunca le sería infiel… ¡Pero esa polla! Seguía debatiéndose entre la razón y el deseo. Su cuñada estaba divorciada y no tenía problemas por engañar a su marido. Bien era verdad que le parecía perverso y pervertido haber simulado estar sonámbula para excitar a su hijo. Ni que decir que acabar follando con su propio hijo le parecía que era algo que ya no moralmente, sino que le parecía ilegal. Pero fuera como fuera, la imagen de la polla de su hijo no hacía más que aumentar su excitación y sus ganas de tener a su hijo.

- Me parece una inmoralidad… - acertó a decir Marta.

- Sí, pero te puedo asegurar que lo prohibido que tiene el acto, te dará los orgasmos más placenteros de tu vida. – María no quería forzar a su cuñada, pero la animaba todo lo posible – Si además tiene lo que me has dicho y a ti te gusta ese tamaño… ¡Imagínatela penetrándote!

- ¡Calla guarra! – protestó Marta y sintió un calambre de placer en su coño al imaginárselo.

- Le diré a Eduardo que sondee a su primo para ver si él estaría receptivo a que su madre pudiera darle todo el cariño que una mujer le puede dar a un hijo.

- ¡Es una perversión! – dijo Marta.

- No pienses en lo que vas a hacer… - sentenció María - ¡Piensa en lo que vas a gozar!



Después de la fiesta de cumpleaños de Enrique, los hijos habían compartidos sus deseos por sus madres, y las madres habían compartido sus deseos por sus hijos. María y Eduardo volvieron a su casa, en silencio durante el camino, Eduardo pensando en cómo hacer que Enrique y su madre consiguieran tener sexo; María pensando cómo Marta podría conseguir follar con su hijo. Aparcaron y entraron en la casa. Lo que le había contado Marta sobre la polla de su sobrino y el deseo que mostraba aquella por su hijo la había puesto demasiado caliente. Ella echó la llave de la puerta de entrada y siguió a su hijo hasta llegar a la habitación.

- ¡Uf mamá! – dijo Eduardo mientras se quitaba los zapatos - ¡Si supieras lo que me ha contado Enrique!

- ¡Si tú supieras lo que me ha contado tu tía! – María se acercó a su hijo y no lo dejó hablar dándole un gran beso en la boca - ¡Pero primero necesito hacer una cosa!

María se arrodilló delante de su hijo. Con ansias y prisas le desabrochó el pantalón y los bajó hasta sus tobillos. La polla de su hijo se marcaba en la fina tela del calzoncillo. Su boca empezó a besarla sobre la tela consiguiendo excitarlo y notando en su labios como se ponía cada vez más dura. Las manos de su hijo acariciaban su pelo mientras ella no podía pensar más que en tragarse lo que se ocultaba bajo la tela. Agarró el filo de la prenda y la bajó con prisa. La polla casi erecta de Eduardo botó delante de sus ojos.

- ¡Es mía y me la voy a comer! – dijo María con un tono que mostraba lo caliente que estaba.

No hubo más palabras. Sólo los leves gemidos de Eduardo, acompañados de los chasquidos de las mamadas de su madre sonaban en la habitación. Las manos del joven acompañaban los movimientos de la cabeza de su madre que se tragaba la polla con ansias y casi por completo.

- ¡Quiero follarte! – dijo el hijo.

- ¡No! – contestó la madre - ¡Una buena mamada y a dormir! – su mano agitaba la polla mientras hablaba – ¡Estoy muy cansada para follar esta noche!

EN CASA DE MARTA.

Ya estaba todo recogido. Enrique, el padre, ya se había acostado para poder descansar pues al día siguiente tenía que trabajar por la mañana. Jesús se había ido a casa de un amigo a dormir y no volvería hasta el día siguiente. Marta estaba sentada en el salón mirando la televisión sin verla. Por su cabeza pasaban las ideas de la excitación que le producía su hijo Enrique. La idea de su cuñada de pasar un tiempo a solas, los cuatro, las dos madre y los dos hijos, le había parecido demasiado pervertida para unas madres, pero a la vez no podía evitar sentirse tan excitada con la idea de tener aquella maravillosa polla que tenía su hijo.

- ¡Hola mamá! – Marta botó como si su hijo Enrique le hubiera leído sus pensamientos y se sintió avergonzada - ¿Qué estás viendo?

- ¡Nada! – dijo ella – Lo tengo puesto pero no le echo cuenta… ¡Estoy cansada! – su hijo giró alrededor del sofá para sentarse junto a ella. Sus ojos buscaron sobre su pantalón de pijama el bulto de su deseada polla.

- ¿Por qué no te acuestas? – le preguntó Enrique.

- Estaba descansando un poco y ahora me voy… - ella lo miró sentarse junto a ella y no pudo evitar mirar su cuerpo, se sintió excitada.

- ¡Pues aprovecho que estás aquí para echarme en tu regazo! – Enrique puso su cabeza sobre los muslos de su madre y se colocó bocarriba. Marta se acomodó y la cabeza quedó sobre su coño.

Quedaron en silencio, mirando la televisión pero ninguno veía la película que estaban echando. Enrique sentía en su cara el cálido muslo de su madre… De vez en cuando agitaba la cabeza para acariciar a su madre. Marta puso de forma descuidad su mano en el pecho de su hijo. En sus dedos podía sentir los pocos pelos que le habían salido. Descuidadamente comenzó a jugar con sus dedos con aquellos finos pelos. Enrique sintió las caricias de su madre y la excitación empezó a invadirlo. Notaba que su polla estaba creciendo bajo el pantalón y su erección sería evidente si no hacía nada para evitarlo. ¡Qué carajo! Pensó y dejó que su polla creciera para mostrarle a su madre el bulto que se formaba. Los dos disfrutaban de la compañía del otro.

- ¡Dios, Enrique! – dijo Marta mirando a su hijo.

- ¡Oh, lo siento! – dijo Enrique cuando miró su pijama y recordó que no se había puesto calzoncillos.

Por unos instantes quedaron en silencio, Enrique mostraba la poderosa montaña que había formado su polla en el pijama, mientras Marta parecía hipnotizada por la visión de la polla de su hijo.

- ¡Lo siento mamá! – dijo Enrique.

- ¡Oh, no te preocupes! – Marta contestó con la esperanza de que no la ocultara a su vista, es más, deseaba que se la enseñara - ¿Cuándo te ha crecido tanto?

- Creo que fue hace dos años cuando empecé a notar que parecía más grande de lo normal. – él miró a su madre desde abajo y le daba placer ver la bonita cara de su madre tras las dos montañas que formaban sus pechos – Cuando me excito, se pone tan grande…

- Y ¿qué te ha excitado ahora? – preguntó ella.

- ¡No sé! – Enrique se arrepintió de sus palabras que podían haber sido una escusa para intentar cortejar a su madre. Pero ¿qué le iba a decir?

- ¡Hijo! – dijo Marta empujando su cabeza para que se levantar - ¡Déjame verla no vayas a tener alguna deformación! – Enrique se levantó algo nervioso por lo que le había pedido su madre. Ella temblaba por lo que quería hacer.

Marta tenía delante a su hijo, de pie y aquella enormidad oculta bajo el pijama apuntaba directamente a su cara. No lo podía evitar, la excitación hacía que su coño vibrara y se mojaba con la situación que había provocado. Si su marido los pillaba, podría decir que le estaba haciendo una revisión a los genitales de su hijo por si tenía algún problema por aquel tamaño. A fin de cuentas, ella y su marido eran enfermeros y sabían de esas cosas. Lo que nunca se imaginaría su marido es que los genitales de su hijo provocaban una lujuria incontrolable en su mujer, la propia madre del joven.

Marta agarró el filo del pijama y empezó a bajar la prenda por el cuerpo de su hijo. La polla se enganchó en el filo elástico y bajaba mientras ella tiraba de la tela. Ver a su madre desnudándolo para ver sus genitales le provocaron más excitación a Enrique y su polla se puso más dura de lo que nunca había notado él.

El bote que dio la enorme polla delante de la cara de Marta hizo que ella pasara su lengua por sus labios, deseando tenerla en su boca. Con dos dedos agarró el glande. La movió a un lado y a otro para observarla de un modo muy profesional, pero en el interior de Marta era la lujuriosa madre que quería contemplar y deleitarse con la excitante polla de su hijo.

- ¿Tienes problemas en el prepucio? – preguntó Marta.

Sin preguntar a su hijo, los dedos de la mano de la madre rodearon el grueso tronco de aquella polla y bajaron para que el redondo y rojizo glande empezara a asomar. El corazón de Marta se aceleraba al ver como aquella piel se dilataba y poco a poco apareció ante ella el orificio uretral. Mientras su mano seguía bajando la piel, los ojos de Marta miraban hipnotizados el terso glande que aparecía. Enrique sintió la mano de su madre recorrer toda la longitud de su polla y la excitación le produjo tanto placer que no pudo dominar su cuerpo.

Marta dio un bote al ver como de aquel orificio brotó un gran chorro de semen que golpeo su cara, manchando sus ojos, nariz y boca. Su mano se agitó un poco más y más semen salpicó su cuerpo, cayendo entre sus pechos y sintiendo el cálido líquido deslizarse hacia abajo. Mientras veía como su hijo intentaba mantenerse en pie mientras tenía aquella eyaculación, su lengua recorrió sus labios sin darse cuenta, llevando parte del semen de su cara hasta su boca, saboreando el sabor de su hijo.

- ¡Lo… lo siento… mamá! – dijo Enrique con una frase entrecortada por el placer de sentir la mano de su madre que aún se agitaba en su polla.

- ¡Tranquilo hijo! – lo calmó Marta - ¡Acaba, sácalo todo!

Enrique cayó en el sofá, totalmente agotado por el placer. Marta se levantó rápidamente y se marchó al servicio para limpiarse. Entró, encendió la luz y se miró en el espejo. La mano que no tenía parte del semen se metió bajo sus bragas y comenzó a tocarse el coño. Su lengua empezó a lamer el semen que tenía en la otra mano mientras se miraba en el espejo. Cerró los ojos y sus dedos recogían el blanco líquido de su cara para llevarlo hasta su insaciable boca. Estaba a punto de correrse con aquella masturbación mientras en su boca saboreaba a su hijo. Abrió los ojos y tras ella estaba su hijo. Se asustó al verlo y sintió en su cintura las manos de su hijo.

Los dos estaban en silencio y se miraban por el reflejo del espejo. Marta giró rápidamente por el violento empuje de las manos de su hijo. Se miraron a los ojos. La respiración entrecortada de ella mostraba la excitación que sentía por su hijo. Él se arrodilló delante de su madre y levantó su falda.

Marta miró la puerta y comprobó que su hijo había echado el seguro para que nadie pudiera entrar. Miró a sus pies y observó, tapado por la tela de la falda, la cabeza de su hijo que se aproximaba a su coño. Puso una mano sobre él y lo detuvo por un momento. La manos de Enrique comenzaron a acariciar sus piernas que se agitaban en una mezcla de excitación y nerviosismo.

- ¡Para hijo! – suplicó Marta - ¡Esto no está bien!

La mano de aquella madre excitada intentaba detener aquella situación, pero las de su hijo acariciaban con placer sus caderas. Le encantaba sentir a su hijo bajo su falda, le excitaba las caricias que le daba en su maduro cuerpo. Cuando el filo de sus bragas empezaron a recorrer sus caderas para bajar por sus muslos, sintió como su vagina se agitaba y lanzaba más flujos. No quería sentir aquella extraña excitación y su mano frenaba la cabeza de su hijo para evitar que aquello se descontrolara.

- ¡Basta ya! – Marta dio un grito apagado y empujó con fuerza en la cabeza de su hijo que cayó de espaldas en el suelo del baño.

Marta pasó por encima de su hijo y salió prácticamente corriendo para huir de él. En el suelo, Enrique se arrepintió de lo que le había hecho a su madre. Se levantó y se marchó a su habitación. Apenado se tumbó en su cama. Estaba preocupado por la posible reacción de su madre, pero a la vez recordó la imagen del cuerpo de su madre bajo la falda. Aquellas bragas blancas, el olor de su coño, como apareció sus oscuros vellos púbicos cuando el filo de su prenda íntima llegaron a sus muslos. Sólo tenía que haber acercado un poco más su boca y la podría haber saboreado. La excitación desvanecía un poco su sensación de culpa.



EN CASA DE MARÍA.

María y Eduardo estaban acostados. Uno a cada lado de la cama. Eduardo estaba muy caliente aquella noche y de vez en cuando se acercaba a su madre para intentar excitarla con caricias y suaves besos. María miró el reloj, ya eran las una de la mañana. Su cabeza pensaba en la conversación con su cuñada, y eso no la dejaba dormir; por otro lado, su hijo seguía pegándose y tocándola para sonsacarla, y eso la excitaba y menos podía dormir. Sonó su teléfono móvil. Era su cuñada Marta.

- ¡Hola! ¿Pasa algo? – contestó algo preocupada pues aquella hora no era normal para recibir una llamada de ella.

- ¡María, esto se me ha escapado de las manos! – le contestó Marta mientras sollozaba encerrada en el lavadero que estaba en el otro extremo de la casa para que no la pudieran escuchar.

María empezó a escuchar a su cuñada que poco a poco y medio llorando le contaba lo ocurrido con su hijo unos minutos antes. María se sintió perversa cuando empezaba a excitarse con lo que le contaba e intentaba consolar a Marta.

Eduardo miraba a su madre que hablaba por teléfono. Sabía que era su tía Marta y quería saber si su primo había hecho algo de lo que arrepentirse, pero no podía enterarse de nada. Miró el cuerpo de su madre, estaba tapada hasta la barriga y sus pechos estaban al aire. No sabía que le estaría contando su tía, pero aquellos pezones erectos eran señal de que María estaba excitada. Tal vez su primo y su madre ya habrían tenido ese cariño especial, como el que había entre él y la suya. Besó suavemente uno de los pezones y ella le dio una suave bofetada en la cabeza. Eduardo continuó acariciando con sus labios el cuerpo de su madre, bajó saboreando el suave tacto de la piel y bajando la ropa que la cubría.

María escuchaba lo que le decía su cuñada y se imaginaba la situación. Era tal la lujuria que estaba sintiendo que dejó que su hijo jugara con su cuerpo mientras lastimosamente Marta hablaba. Movió las piernas y se deshizo de la sábana que la cubría. Eduardo besaba su ombligo y su lengua lamió hasta llegar al filo de sus bragas. Su coño ardía con las caricias de Eduardo mientras en su cabeza se formaba la imagen de Marta agarrando la polla de su hijo. Sus piernas se abrieron y sintió los lascivos labios de su hijo besar sobre sus mojadas bragas. Llevó su mano a la cabeza de él y lo acarició para que no parara de darle esos besos tan incestuosos.

Eduardo miró las bragas de su madre. Podía ver como se marcaban sus labios vaginales en la fina tela. Se acomodó entre sus piernas bocabajo y se quitó los calzoncillos para liberar su endurecida polla. Su madre dobló las piernas y las abrió un poco más para ofrecerle su sexo. Eduardo no lo dudó. Con una mano apartó las bragas a un lado y el húmedo coño apareció ante su vista. La otra mano se dedicó a acariciarlo; las caderas de María empezaron a moverse suavemente ante el contacto de su hijo en su coño. Eduardo besó directamente los labios vaginales de su madre y el intenso olor de sus flujos lo encendió más.

María escuchaba como Marta intentaba explicarle que había hecho que su hijo se corriera sobre ella. Aquellas palabras unidas a las caricias de su hijo en el coño le provocaron un primer orgasmo, no muy intenso, pero le arrancaron un leve gemido que no pudo controlar.

- Lo peor es que me marché al baño para masturbarme mientras saboreaba el semen de mi hijo… - Marta se lamentaba al teléfono mientras al otro lado María disfrutaba de la lengua de su hijo que acababa de meterse entre los labios vaginales y comenzaba a acariciar la entrada de su vagina - ¡Soy una pervertida!

- ¡Tranquila Marta! – era lo único que se le ocurría a María mientras sentía el placer que le daba su hijo y la excitación que le provocaba su cuñada.

- Y después mi hijo se arrodilló delante de mí e intentó chuparme entre las piernas… - Marta no decía nada mientras comenzó a llorar.

- ¡Tranquila! – dijo su cuñada mientras se mordió el labio para no gemir al sentir los labios de Eduardo que castigaban su clítoris dándole grandes succiones – Acuéstate e intenta descansar, mañana nos vemos y hablamos… - dos dedos entraba en su vagina y la masturbaban mientras la boca de su hijo castigaba su clítoris.

- ¡Vale! – dijo Marta – ¡Hasta mañana!

- ¡Adiós! – María puso el teléfono en la mesita de noche y su atención se centró en el trabajo de su hijo - ¡Cómete todo el coño de tu madre! – dijo medio gritando mientras presionaba la cabeza de Eduardo contra su coño y lanzaba gemidos de placer.

Marta aún no había colgado el teléfono y escuchó a su cuñada gritar. “¡Cómete todo el coño de tu madre!” Aquella frase sonó clara. María y Eduardo andaban follando mientras ella hablaba con su cuñada. Estaba preocupada por lo que había ocurrido con su hijo, pero escuchar a sus parientes avivó la lujuria y la excitación en ella. No colgó, anuló su micrófono y permaneció escuchando. Aquello no estaba bien, pero no podía controlar la excitación que le producía.

“¡Sí, mueve tus dedos dentro de mi vagina!” Las palabras de María ponían cada vez más caliente a Marta que en aquella pequeña habitación sentía como su coño se mojaba cada vez más. “¡Dame tu polla, te la voy a comer!” Marta imaginaba a su cuñada y a su sobrino y estaba a punto de meter su mano en la bragas para masturbarse. Botó cuando vio abrirse la puerta de aquella pequeña habitación. Escuchaba tener sexo a los otros cuando en la semioscuridad de la habitación adivinó la figura de su hijo que entraba para buscarla.

- ¡¿Mamá… mamá?! – dijo Enrique cuando la vio de pie al fondo – Quería pedirte perdón por lo de antes…

- ¡Pasa hijo! – le dijo Marta para que se acercara a ella.

Enrique se acercó temeroso de que estuviera enfadada con él. La veía con el teléfono y se preguntaba con quién estaría hablando. Marta puso el altavoz y bajo el volumen del teléfono para que solo su hijo pudiera escuchar lo que ocurría al otro lado.

- ¡Trae tu polla para que mamá te la coma! – se escuchó en el teléfono.

- ¿Esa es tita María? – preguntó Enrique extrañado y su madre movió la cabeza para confirmar su sospecha.

- ¡Sí, trágatela entera! – el teléfono parecía la banda sonora de una película porno - ¡Te ha puesto caliente la conversación con tita!

- ¡La conversación y tu lengua en mi coño! – se escucharon los chasquidos que daba María al mamar la polla de su hijo y los gemidos que éste daba.

Enrique miró a su madre con los ojos de par en par. No podía creer que estaba escuchando a sus familiares mientras tenían sexo. Su polla empezó a reaccionar. Miró a su madre y la cara de disgusto que había mostrado en el baño unos minutos antes, ahora se había transformado en una sexy y sugerente sonrisa. Marta bajó las manos y Enrique pudo ver como subía su falda poco a poco, dejando sus piernas a la vista. Las manos de la excitada madre recogieron toda la tela hasta dejar a la vista su coño cubierto con las bragas. Enrique comprendió enseguida.

- ¡Quiero comerte el coño mientras me la mamas! – se escuchó a Eduardo en el teléfono.

Enrique caminó hasta que estuvo delante de su madre. Se miraron a los ojos sin hablar. Los dos se deseaban pero era la primera vez que iban a tener sexo y no estaban seguros de lo que hacían. Todo el cuerpo del joven temblaba por la excitación y los nervios. Su madre le ofrecía su sexo, más nerviosa que él. Enrique deseaba besar sus labios, pero no se atrevió. Se arrodilló delante de ella y sus manos acariciaron sus muslos. Las piernas de Marta se agitaron, la excitación de sentirse tocada como mujer por su propio hijo le produjo un cosquilleo de placer en su vagina.

Marta sintió las caricias de las manos de su hijo por sus muslos, se movían nerviosamente, sin control. Su hijo quería darle placer, pero no controlaba sus nervios. Lo miraba desde arriba; él la miraba también. Un corriente de placer recorrió toda su espalda de Marta cuando sintió los labios de su hijo sobre su coño. Quería quitarse las bragas y que hundiera su lengua en su vagina. En el teléfono sonaban los gemidos de María y Eduardo, estarían follando y Marta ya sólo quería que su hijo le diera aquella polla con la que había soñado desde que la vio. Colgó el teléfono y se olvidó de los otros amantes.

Enrique agarró el filo de las bragas de su madre y la miró a los ojos.

- ¿Puedo? – dijo con un susurro nervioso.

- ¡No puedo resistirme a ti! – dijo Marta sintiendo un extraño placer al decirle esas palabras a su propio hijo.

Enrique comenzó a bajar las bragas de su madre y su polla empujaba prisionera en sus pantalones. Delante de sus ojos apareció el cuidado y oscuro triángulo que formaban los pelos de su coño. Llevó las bragas hasta los tobillos de su madre y ella sacó sus pies, abriendo las piernas un poco para ofrecerle su sexo. Las manos de Marta apartaron sus labios vaginales y le ofreció su coño. La boca de Enrique se lanzó ansiosa a lamerla.

- ¡Sí hijo, sí! – gimoteaba Marta intentando no gritar por el placer que estaba sintiendo.

La lengua del joven recorría toda la raja del coño hasta que encontró el endurecido clítoris. Pasaba su lengua una y otra vez mientras sentía temblar las piernas de su madre. Estaba a punto de correrse. Quería ver a su madre mientras tuviera un orgasmo. Se puso en pie; Marta lo miró preguntándose por que había parado sin darle el deseado orgasmo que estaba a punto de conseguir.

Enrique se bajó por completo los pantalones y la erecta, gruesa y hermosa polla apareció ante la vista de su madre. Marta sabía que ahora le tocaría tragar aquella polla que tanto la excitaba. Fue a arrodillarse pero él la paró. Lo miró sin saber qué quería su hijo.

Enrique agarró su polla y la dirigió hasta el coño de su madre. La puso por debajo de los labios vaginales y la agitó un poco. Los mojados labios se abrieron y envolvieron la gruesa polla. Marta pudo sentir la dureza de su hijo en su clítoris; Enrique sintió el cálido coño de su madre en su glande.

Enrique se pegó más a su madre y empujó su polla contra ella. La vagina de Marta se agitó cuando el grueso glande recorrió toda la raja de su coño hasta salir por detrás de su culo. Se miraron a los ojos. Ella rodeó con sus brazos el cuello de su hijo; él la agarró por la cintura. Sus labios se unieron y las caderas de Enrique movieron su polla a todo lo largo del coño de su madre.

Marta lanzó su lengua hacia la boca de su hijo para buscar la suya cuando aquella enorme polla recorrió todo su coño provocándole un gran placer. Se comían la boca mientras sus sexos se frotaban dándose placer mutuamente. No paraban, no podían parar… Ya no querían parar. Las caderas del hijo se agitaban y Marta cada vez estaba más cerca de conseguir su ansiado orgasmo. “¡Un poco más, un poco más!” Pensaba ella mientras no dejaban de besarse y la polla empujaba contra su cuerpo sin penetrarla, frotando su clítoris y arrastrándola al placer del incesto.

Enrique frotaba su polla y estaba a punto de correrse. No podía aguantar más y quería decírselo a ella, pero su madre lo abrazaba con tanta fuerza y con tanta pasión, que no podía hablar. El placer era tan grande que Marta movió las caderas para que la endurecida polla frotara con más fuerza su coño, a la vez que él movió un poco su cuerpo para que su glande estrujara con fuerza el clítoris de su madre.

Marta echó la cabeza atrás y aguantó un gran gemido al sentir el grueso glande de su hijo que entraba sin compasión en su vagina. Agarrada al cuello de su hijo, sintió como aquella enorme polla dilataba sus vagina y le entraba hasta lo más profundo.

El calor de la vagina de su madre envolvió la polla de Enrique cuando el glande llegó a ponerse en la entrada de la vagina y empujó con todas las fuerzas. Sintió que la hundía por completo en su madre. La hermosa cara que mostraba su madre decía que estaba sintiendo un gran placer cuando entró su polla en ella. Empezó a agitar sus caderas y la penetraba, por fin la penetraba todo lo que podía. Ella lo miró a los ojos y en su rostro podía ver que estaba a punto de sentir un gran placer. Enrique disfrutaba viendo a su madre correrse y él mismo estaba a punto de soltar todo su semen. Sabía que no tenía que correrse dentro de su madre, pero el placer de verla gozar y su propio gozo le impedían parar. Aceleró las penetraciones.

Marta miraba a su hijo. Nunca había sentido un placer tan grande. Iba a estallar en un gran orgasmo, lo notaba en todo su cuerpo. Hundió su cabeza en el cuello de su hijo al sentir las fuertes penetraciones que le daba.

- ¡Me corro! – Marta gritó susurrando cuando su vagina estalló de placer.

Sintió como la polla se clavó por completo en su vagina, hasta lo más profundo. Marta tenía espasmos por el placer que estaba sintiendo con aquella polla clavada por completo. Otro estallido de placer inundó su mente cuando sintió estallar en su vagina el semen caliente de su hijo, llenándola por completo.

Los dos estaban abrazados, convulsionando por el placer. Enrique mantenía su polla dentro del coño de su madre mientras sentía como su semen brotaba. Sus respiraciones agitadas sonaban a lo unísono. Se miraron a los ojos y gozaron con la cara de placer del otro. Se sonrieron y se fundieron en un beso.

Se besaron y se besaron por unos minutos, no podían ni querían separarse. Habían sentido tanto placer con el incesto, que no podían pensar en otra cosa, se habían olvidado del resto del mundo. En la penumbra de la habitación, se acariciaban y besaban mientras sus sexos aún permanecían unidos. Enrique empezó a separarse y su polla salió de la vagina de su madre. Marta lo miró admirando la portentosa polla que tanto placer le había dado y que aún no había menguado por completo. Por sus muslos sintió correr parte del semen que su hijo le había lanzado en su vagina. Los dos estaban de pie, mirándose y exhaustos por el placer. Y de inmediato los dos se pusieron tensos al escuchar la puerta de la calle que se abría.

- ¡No hagas ruido! – dijo Marta mientras apresuradamente se colocaban las ropas.

Jesús había vuelto, por algo no se quedó en casa de su amigo. Esperaron en silencio a que Jesús se fuera a su habitación. Marta estaba junto a la puerta que daba a la cocina y mantenía la puerta entreabierta para escuchar cuando se hubiera marchado. Enrique estaba detrás y podía ver el culo en pompa de su madre. Puso sus manos y lo acarició para disfrutar de su redondez.

- ¡Estate quieto! – dijo ella intentando no gritar - ¡Ya no más!

Cuando todo parecía tranquilo, salieron y cada uno fue a su habitación, Enrique gozando tras haber hecho realidad su sueño con su madre; Marta con su coño satisfecho tras hacer realidad su sueño de ser follada por una gran polla.
 

draco22

Pajillero
Registrado
Nov 8, 2021
Mensajes
214
Likes Recibidos
33
Puntos
43
muy bueno ojala continue se espera mucho mas buenisimo
 
Arriba Pie