Leonidas150
Virgen
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La vez primera que Marcela me dio a entender que mis miradas furtivas no le habÃ*an pasado desapercibidas y que mis fantasÃ*as sexuales con ella no le molestaban, tuve la sensación de que un mundo nuevo se habrÃ*a ante mÃ*, a mis 18 años pletóricos de deseos insatisfechos.
Y como no, si Marcela, mi madrastra tenÃ*a apenas tres años más que yo. Con sus 21 años mostraba la plenitud de sus bellas formas: una silueta que lucÃ*a con orgullo, sabedora del efecto que causaba en los hombres por lo generoso de sus senos, altaneros y voluminosos, que hacÃ*an resaltar todo el conjunto. Y qué decir de sus piernas, largas, llenitas, duras y de blanca piel, que ella sabÃ*a que al mostrarlas los hombres se descomponÃ*an de deseo. O sus nalgas, redondas, gruesas, que llamaban a gritos a que las tocasen, besasen y penetrarlas. Es que Marcela era toda ella un grito de deseo, que atraÃ*a a los hombres como si de su cuerpo emanara una quÃ*mica que hacÃ*a sucumbir al sexo opuesto. Y a más de una mujer, como se habÃ*a dado cuenta por algunas miradas femeninas posadas en su cuerpo que sorprendió más de una vez.
Ella era hermosa, atrayente, de figura espectacular. Y lo sabÃ*a. Y le agradaba el efecto que provocaba en los hombres, por ello se vestÃ*a provocativamente, haciendo resaltar sus bellas formas en poses que siempre cargadas de erotismo. Es que mi madrastra era una mujer ardiente, en la plenitud de sus deseos sexuales, y le encantaba sentirse deseada, ya que su vida interior giraba exclusivamente en torno al sexo. Por ello se casó con mi padre, un hombre 25 años mayor, que podÃ*a darle lo que ella esperaba del sexo, claro que su apetito superaba las posibilidades de mi padre y muy pronto Marcela empezó a fantasear con la posibilidad de probar el sexo fuera del matrimonio, pero le era difÃ*cil decidirse a engañar a su esposo por los problemas que ello pudiera causarle.
Esa fue la razón por la cual mi madrastra empezó a fijarse en su hijastro, un joven casi de su edad, que vivÃ*a en la misma casa y con el que pasada mucho tiempo sin que llamara la atención de nadie.
Su coqueterÃ*a innata se aplicó a la conquista de su hijastro, aplicándose con esmero a mostrarle partes de su cuerpo casi como al descuido, vistiéndose de manera sugerente, lo que pronto, muy pronto, produjo el efecto que ella esperaba. A decir verdad, yo estaba en plena etapa de desarrollo de mi libido, por lo que Marcela no necesitó esforzarse mucho conmigo, pues yo estaba siempre pendiente de la posibilidad de poder solazarme con sus partes Ã*ntimas, en cualquier parte donde ella estuviera.
Pero, a decir verdad, mi madrastra se limitó durante mucho tiempo a satisfacer su ego y vanidad, sin ir más lejos. Ella disfrutaba viendo el efecto que producÃ*a en mÃ* e imaginaba las masturbaciones que yo me hacÃ*a a escondidas pensando en sus muslos, nalgas, senos e imaginándola teniendo sexo conmigo, para después desahogarse en la cama matrimonial, para satisfacción de mi padre, que finalmente era el más favorecido con el jueguito de madrastra e hijastro.
Con este tipo de relaciones nuestra existencia prosiguió sin mayores problemas, pues yo empecé a tener novias ocasionales que me ayudaban a aliviar la calentura que sentÃ*a por mi madrastra, cuyos juegos nunca decayeron, alimentando en mÃ* un deseo insatisfecho que ella se esmeraba en mantener latente. Hasta que cumplÃ* los 21 años.
Dejé de ser el muchacho manipulable, al que mi madrastra podÃ*a manejar a su antojo. Ahora era un hombre que habÃ*a adquirido experiencia suficiente como para saber que podÃ*a volcar la situación de manera de ser yo quien manejara los hilos. QuerÃ*a pasar de presa a cazador. Un cazador que pretendÃ*a acostarse con Marcela.
Ese verano empecé a usar casi exclusivamente shorts, sin camisetas. Y las siestas las hacÃ*a de manera que mi madrastra me viera, con mi torso varonil sudoroso y unos shorts en que sobresalÃ*a el paquete que formaba mi instrumento, cuyas dimensiones eran de admirar, a decir de mis novias ocasionales.
Ya no me limitaba a espiar las partes Ã*ntimas de mi madrastra, pues siempre que la encontraba en el pasillo, pasaba detrás suyo y mi paquete se apoyaba a su trasero de manera casi evidente, sabiendo que a ella no le pasarÃ*a desapercibido. O trataba de estar bien cerca de ella cuando conversábamos, de manera que mi torso desnudo estuviera casi rozando su cuerpo, ya que me daba cuenta que mi cercanÃ*a empezaba a ponerla cada vez más nerviosa. Y más de una vez me sorprendió en actitudes Ã*ntimas con alguna de mis novias, cuando la llevaba a casa a estudiar. En fin, me apliqué a fondo a la conquista de mi madrastra, la que empezó a sucumbir a la tentación, ya que el muchacho se habÃ*a convertido en todo un hombre. TenÃ*a dos hombres en casa y uno de ellos la hacÃ*a sentirse completamente mujer, deseosa de tener algo con el.
Era cosa de tiempo. Ambos lo sabÃ*amos.
Y ese dÃ*a llegó finalmente. Y fue como una explosión de deseo, de lujuria, que nos envolvieron en un mundo de sexo que nos trastornó completamente, haciéndonos vivir lÃ*mites insospechados, dando rienda suelta a todas nuestras fantasÃ*as, sin que nada nos detuviera en el afán de satisfacer nuestros deseos del uno por el otro.
Mi padre dormÃ*a en el dormitorio matrimonial. HacÃ*a algunos dÃ*as que hacÃ*a cama debido a una gripe que le tuvo con una fiebre que demoró en ceder. Los cuidados de su esposa le permitieron superar la crisis, de la que salió bien débil, por eso se dormÃ*a temprano. Marcela, en tanto, se mantuvo todo el perÃ*odo de la enfermedad de mi padre atendiéndolo solÃ*citamente, aunque ello significó que su vida sexual se viera interrumpida durante tres semanas. Y parecÃ*a que seguirÃ*a suspendida aún durante un tiempo más, considerando la debilidad que ahora tenÃ*a mi padre. Esta circunstancia gatilló en ella y en mÃ* el deseo contenido y nos portamos como dos brasas que se encendieron al menor estÃ*mulo. Y ese estÃ*mulo fueron unos libros viejos que mi padre guardaba en el altillo y que necesitaba leer.
Llegué de la Universidad cuando Marcela estaba subida en una escalera que daba al altillo, donde estaban los libros que debÃ*a bajar. Me di cuenta que la posición de la escalera era inestable y me apresuré a ayudar a mi madrastra, sujetándola. Me ofrecÃ* a subir en lugar de ella, pero mi oferta fue rechazada pues Marcela ya estaba subida, por lo que me limité a sujetar la escalera mientras ella buscaba el libro.
Cuando salió del altillo y puso sus piernas en la escalera, no pude evitar mirarlas, y sus muslos que se mostraban generosamente. En un momento determinado tuve la visión de su bikini blanco bajo el vestido. Era un espectáculo como nunca habÃ*a tenido ante mis ojos, y me lo estaba dando casi de casualidad, pues cuando se dio cuenta de que yo la miraba se esmeró en hacer más lento el descenso, mostrando lo más posible la parte interior de sus muslos, sabiendo que ello me pondrÃ*a como loco. Pero también sabÃ*a que yo no me contentarÃ*a con solo mirar. Ya no era un niño. Pero la falta de sexo durante tanto tiempo fue el mejor aliciente para seguir en su juego, deseosa que ahora las cosas tuvieran un final feliz, colmándola de aquello que tanto necesitaba.
Cuando terminó de bajar quedó tomada de la escalera, entre esta y yo, de espaldas a mi y a mi instrumento que se puso a la altura de su colita, empujando descaradamente. Yo no soltaba la escalera, por lo que Marcela quedó prisionera entre mis brazos y con mi instrumento empujando sobre su sensible trasero. Yo estaba decidido a llegar hasta el final, por lo que me mantuve firme, apoyando todo mi cuerpo contra el de mi madrastra, esperando su reacción.
Ella se dio vuelta y sin hacer ningún esfuerzo por salirse, me miró de frente, con una seriedad que mostraba que el deseo en ella estaba ganando la batalla. Sin quitarle la vista de los ojos, pues mis manos en sus hombros y empecé a empujar hacia abajo, lenta pero firmemente. Su cuerpo obedeció dócilmente, bajando poco a poco, sabiendo lo que esperaba yo de ella.
Cuando estuvo de rodillas frente a mi, llevó sus manos a mi pantalón y lo abrió, sacando mi instrumento a la luz. Sus ojos demostraron la sorpresa que le causó el tamaño de mi verga, la que completamente parada frente a su rostro se movÃ*a por si sola. Con el deseo pintado en la cara, abrió la boca y se tragó el trozo de carne completamente, regalándome una mamada increÃ*ble, producto, por una parte, de la práctica adquirida en su vida de casada y, por la otra, el deseo de probar mi instrumento.
No sin esfuerzo saqué mi pedazo de carne de la boca de mi madrastra y le pedÃ* que se acostara en el suelo, para lo cual ella se desprendió de su bikini. Se acostó, abrió sus piernas y levantó sus brazos, en una muda invitación a penetrarla. Me puse entre sus piernas, con mi verga completamente parada. Me eché sobre Marcela y le enterré mi instrumento, que se hundió sin dificultades en su vulva completamente mojada por el deseo, lo que facilitó la penetración.
Subió sus piernas sobre mis espaldas y empezó a moverse desesperadamente, emitiendo quejidos apagados, ya que estábamos separados de mi padre solamente por una pared. Desesperado, hundÃ*a y sacaba repetidamente mi verga de su vulva, sin decir palabras, disfrutando completamente esa follada que tanto habÃ*a deseado. Como es lógico, más pronto de lo que los dos hubiéramos querido, Marcela y yo acabamos por vez primera, casi al unÃ*sono.
Quedamos abrazados, apretadamente, como si quisiéramos fundirnos en ese momento para siempre. Es que para ambos esa experiencia era la culminación de un deseo largamente anhelado, que finalmente se habÃ*a hecho realidad, casi sin proponerlo. De lo que estábamos seguros ambos era de que nuestras vidas ahora tomarÃ*an un nuevo giro, pues no podÃ*amos ni querÃ*amos echar pie atrás. Los dos deseamos y disfrutamos este momento y sabÃ*amos que era el inicio de una nueva relación, sin importar el lazo familiar que nos unÃ*a. Es que el deseo sexual nos unÃ*a mucho más profundamente que cualquier parentesco.
Te espero en mi dormitorio
Le dije al oÃ*do y la dejé partir. Ella entró al dormitorio con los libros que ambos recogimos del suelo donde habÃ*an quedado esparcidos. Yo me fui a mi pieza y esperé.
Al cabo de media hora apareció en la puerta de mi dormitorio.
Tuve que esperar a que durmiera
Fue todo lo que dijo mientras se desprendÃ*a de su ropa y quedaba completamente desnuda ante mÃ*. Y sin esperar invitación, se apoderó de mi verga y reinició la mamada que anteriormente yo le habÃ*a hecho interrumpir.
Lo deseaba tanto
Dijo mientras se aplicaba con dedicación a meter y sacar mi pedazo de carne del tubo que hacÃ*a su boca, chupando pausadamente el tronco y lamiendo mi verga en toda su extensión, todo con calma, como si nada más le importara en este mundo. Era una escena increÃ*ble estar ahÃ*, sobre mi cama, con mi madrastra haciéndome una mamada a conciencia. Era mejor aún que las fantasÃ*as que me habÃ*a forjado durante estos años.
Sus esfuerzos tuvieron recompensa y le brindé finalmente un chorro de semen que ella intentó tragar, cosa que era imposible considerando la cantidad de leche que le regalé, por lo que parte de mi acabada terminó por caer por la comisura de sus labios, que esbozaban una sonrisa de satisfacción que sellé con un apasionado beso.
La puse de espaldas en la cama y me dediqué a devolverle el trabajito, metiendo mi cabeza entre sus piernas y mi boca a su vulva, donde mi lengua se encargó de explorar todos los rincones interiores posibles, hasta chocar con su clÃ*toris, el que masajeaba con deleite, sabedor de que muy pronto ella se rendirÃ*a. Y asÃ* fue, en efecto, pues mi madrastra subió las piernas y con convulsiones de su cuerpo empezó a derramar los jugos que denotaban el goce que estaba sintiendo.
Ya calmados, empezaron las confesiones
No imaginas cómo te deseaba, Gabriel
Y yo a ti. Tantos años deseándote
Pero finalmente lo hicimos
Si. Finalmente
¿No te da nervios que tu padre esté tan cerca?
A mi no, ¿y a ti?
Me excita sobremanera
Ah, te gusta el peligro, ¿verdad?
Si, lo reconozco. ¿Y a ti?
No sé. Pero contigo puedo correr cualquier peligro
Vamos a correr varios peligros, te aseguro, pero te haré muy feliz
Estoy seguro que contigo seré muy feliz, Marcela
¿Estas dispuesto?
Si. Contigo, todo.
Mientras hablaban, Marcela se habÃ*a puesto en cuatro pies y le miraba con deseo, lo que comprendÃ* inmediatamente como una invitación, poniéndome detrás suyo y llevando mi instrumento a su vulva, por entre sus nalgas. Aferrándome a sus senos, que amasé con deleite, empecé a bombear con fuerza, mientras ella echaba su cuerpo hacia atrás, fuertemente, como si quisiera fundirse conmigo, con mi pedazo de carne.
- Rico, mijito, rico
- Toma, toma, toma
- Eres tan rico, Gabriel
- Y tu. Toma, toma
- Ayyy, siiiiiiiiiiii
- Mijitaaaaaa
Sus expresiones ya no eran susurradas. HabÃ*a tomado confianza y sabedora de que yo le seguirÃ*a el juego, empezó a hablar en voz más alta, pero no tanto como para que fuera escuchada en la pieza de mi padre. HabÃ*a empezado el juego del peligro.
Aghhhhhhhhhhh
Rico
Empuja, siiiiiiiiiiiiiiiiii
Toma, mijita, toma
Yaaaaaaaaaaaaaaaa
Mi madrastra perdió toda compostura y sus gritos ya no se medÃ*an. Afortunadamente ella sabÃ*a que mi padre estaba demasiado dormido para oirla. Quedó casi desmayada sobre la cama, con mi leche cayendo por sus piernas, mientras su propia eyaculación formaba un charco sobre la cama.
Eres tan rica como te imaginaba, Marcela
Y tu también. Incluso mejor, mijito
SabÃ*a que eras muy caliente, pero no pensé que tanto.
Es que tu me enloqueces con ese instrumento que te gastas
Tu culito es increÃ*ble, cielito
¿Te gustarÃ*a probarlo mañana, en mi dormitorio?
Pero, ¿cómo? Si mi padre estará ahÃ*
Tranquilo, que mañana te invitaré a ver tele con nosotros
No entiendo
Voy a arrendar una pelÃ*cula y la veremos los tres, en mi cama.
Pero. . .
Tranquilo, amor, que yo me encargo de todo
Mmmmmm
No te preocupes. ConfÃ*a en mÃ*.
ParecÃ*a increÃ*ble que mi relación con mi madrastra hubiera llegado a niveles tan lejanos, considerando que habÃ*amos estado tres años en un coqueteo que nunca pasó de un deseo contenido. Sin embargo, en un par de horas se desató en los dos la lujuria y parecÃ*a que no tenÃ*a lÃ*mites.
Nos separamos y yo quedé a la espera del dÃ*a siguiente y de la aventura que Marcela nos harÃ*a vivir en su lecho matrimonial.
Lo que si sabÃ*a era que esta aventura que iniciábamos Marcela y yo nos llevarÃ*a por un camino de perversión que desnudarÃ*a nuestra verdadera naturaleza, que no trepidarÃ*a en nada para satisfacer nuestros deseos incontenibles, llevándonos a una camino de degeneraciones que no perdonaba nada ni a nadie.
Y como no, si Marcela, mi madrastra tenÃ*a apenas tres años más que yo. Con sus 21 años mostraba la plenitud de sus bellas formas: una silueta que lucÃ*a con orgullo, sabedora del efecto que causaba en los hombres por lo generoso de sus senos, altaneros y voluminosos, que hacÃ*an resaltar todo el conjunto. Y qué decir de sus piernas, largas, llenitas, duras y de blanca piel, que ella sabÃ*a que al mostrarlas los hombres se descomponÃ*an de deseo. O sus nalgas, redondas, gruesas, que llamaban a gritos a que las tocasen, besasen y penetrarlas. Es que Marcela era toda ella un grito de deseo, que atraÃ*a a los hombres como si de su cuerpo emanara una quÃ*mica que hacÃ*a sucumbir al sexo opuesto. Y a más de una mujer, como se habÃ*a dado cuenta por algunas miradas femeninas posadas en su cuerpo que sorprendió más de una vez.
Ella era hermosa, atrayente, de figura espectacular. Y lo sabÃ*a. Y le agradaba el efecto que provocaba en los hombres, por ello se vestÃ*a provocativamente, haciendo resaltar sus bellas formas en poses que siempre cargadas de erotismo. Es que mi madrastra era una mujer ardiente, en la plenitud de sus deseos sexuales, y le encantaba sentirse deseada, ya que su vida interior giraba exclusivamente en torno al sexo. Por ello se casó con mi padre, un hombre 25 años mayor, que podÃ*a darle lo que ella esperaba del sexo, claro que su apetito superaba las posibilidades de mi padre y muy pronto Marcela empezó a fantasear con la posibilidad de probar el sexo fuera del matrimonio, pero le era difÃ*cil decidirse a engañar a su esposo por los problemas que ello pudiera causarle.
Esa fue la razón por la cual mi madrastra empezó a fijarse en su hijastro, un joven casi de su edad, que vivÃ*a en la misma casa y con el que pasada mucho tiempo sin que llamara la atención de nadie.
Su coqueterÃ*a innata se aplicó a la conquista de su hijastro, aplicándose con esmero a mostrarle partes de su cuerpo casi como al descuido, vistiéndose de manera sugerente, lo que pronto, muy pronto, produjo el efecto que ella esperaba. A decir verdad, yo estaba en plena etapa de desarrollo de mi libido, por lo que Marcela no necesitó esforzarse mucho conmigo, pues yo estaba siempre pendiente de la posibilidad de poder solazarme con sus partes Ã*ntimas, en cualquier parte donde ella estuviera.
Pero, a decir verdad, mi madrastra se limitó durante mucho tiempo a satisfacer su ego y vanidad, sin ir más lejos. Ella disfrutaba viendo el efecto que producÃ*a en mÃ* e imaginaba las masturbaciones que yo me hacÃ*a a escondidas pensando en sus muslos, nalgas, senos e imaginándola teniendo sexo conmigo, para después desahogarse en la cama matrimonial, para satisfacción de mi padre, que finalmente era el más favorecido con el jueguito de madrastra e hijastro.
Con este tipo de relaciones nuestra existencia prosiguió sin mayores problemas, pues yo empecé a tener novias ocasionales que me ayudaban a aliviar la calentura que sentÃ*a por mi madrastra, cuyos juegos nunca decayeron, alimentando en mÃ* un deseo insatisfecho que ella se esmeraba en mantener latente. Hasta que cumplÃ* los 21 años.
Dejé de ser el muchacho manipulable, al que mi madrastra podÃ*a manejar a su antojo. Ahora era un hombre que habÃ*a adquirido experiencia suficiente como para saber que podÃ*a volcar la situación de manera de ser yo quien manejara los hilos. QuerÃ*a pasar de presa a cazador. Un cazador que pretendÃ*a acostarse con Marcela.
Ese verano empecé a usar casi exclusivamente shorts, sin camisetas. Y las siestas las hacÃ*a de manera que mi madrastra me viera, con mi torso varonil sudoroso y unos shorts en que sobresalÃ*a el paquete que formaba mi instrumento, cuyas dimensiones eran de admirar, a decir de mis novias ocasionales.
Ya no me limitaba a espiar las partes Ã*ntimas de mi madrastra, pues siempre que la encontraba en el pasillo, pasaba detrás suyo y mi paquete se apoyaba a su trasero de manera casi evidente, sabiendo que a ella no le pasarÃ*a desapercibido. O trataba de estar bien cerca de ella cuando conversábamos, de manera que mi torso desnudo estuviera casi rozando su cuerpo, ya que me daba cuenta que mi cercanÃ*a empezaba a ponerla cada vez más nerviosa. Y más de una vez me sorprendió en actitudes Ã*ntimas con alguna de mis novias, cuando la llevaba a casa a estudiar. En fin, me apliqué a fondo a la conquista de mi madrastra, la que empezó a sucumbir a la tentación, ya que el muchacho se habÃ*a convertido en todo un hombre. TenÃ*a dos hombres en casa y uno de ellos la hacÃ*a sentirse completamente mujer, deseosa de tener algo con el.
Era cosa de tiempo. Ambos lo sabÃ*amos.
Y ese dÃ*a llegó finalmente. Y fue como una explosión de deseo, de lujuria, que nos envolvieron en un mundo de sexo que nos trastornó completamente, haciéndonos vivir lÃ*mites insospechados, dando rienda suelta a todas nuestras fantasÃ*as, sin que nada nos detuviera en el afán de satisfacer nuestros deseos del uno por el otro.
Mi padre dormÃ*a en el dormitorio matrimonial. HacÃ*a algunos dÃ*as que hacÃ*a cama debido a una gripe que le tuvo con una fiebre que demoró en ceder. Los cuidados de su esposa le permitieron superar la crisis, de la que salió bien débil, por eso se dormÃ*a temprano. Marcela, en tanto, se mantuvo todo el perÃ*odo de la enfermedad de mi padre atendiéndolo solÃ*citamente, aunque ello significó que su vida sexual se viera interrumpida durante tres semanas. Y parecÃ*a que seguirÃ*a suspendida aún durante un tiempo más, considerando la debilidad que ahora tenÃ*a mi padre. Esta circunstancia gatilló en ella y en mÃ* el deseo contenido y nos portamos como dos brasas que se encendieron al menor estÃ*mulo. Y ese estÃ*mulo fueron unos libros viejos que mi padre guardaba en el altillo y que necesitaba leer.
Llegué de la Universidad cuando Marcela estaba subida en una escalera que daba al altillo, donde estaban los libros que debÃ*a bajar. Me di cuenta que la posición de la escalera era inestable y me apresuré a ayudar a mi madrastra, sujetándola. Me ofrecÃ* a subir en lugar de ella, pero mi oferta fue rechazada pues Marcela ya estaba subida, por lo que me limité a sujetar la escalera mientras ella buscaba el libro.
Cuando salió del altillo y puso sus piernas en la escalera, no pude evitar mirarlas, y sus muslos que se mostraban generosamente. En un momento determinado tuve la visión de su bikini blanco bajo el vestido. Era un espectáculo como nunca habÃ*a tenido ante mis ojos, y me lo estaba dando casi de casualidad, pues cuando se dio cuenta de que yo la miraba se esmeró en hacer más lento el descenso, mostrando lo más posible la parte interior de sus muslos, sabiendo que ello me pondrÃ*a como loco. Pero también sabÃ*a que yo no me contentarÃ*a con solo mirar. Ya no era un niño. Pero la falta de sexo durante tanto tiempo fue el mejor aliciente para seguir en su juego, deseosa que ahora las cosas tuvieran un final feliz, colmándola de aquello que tanto necesitaba.
Cuando terminó de bajar quedó tomada de la escalera, entre esta y yo, de espaldas a mi y a mi instrumento que se puso a la altura de su colita, empujando descaradamente. Yo no soltaba la escalera, por lo que Marcela quedó prisionera entre mis brazos y con mi instrumento empujando sobre su sensible trasero. Yo estaba decidido a llegar hasta el final, por lo que me mantuve firme, apoyando todo mi cuerpo contra el de mi madrastra, esperando su reacción.
Ella se dio vuelta y sin hacer ningún esfuerzo por salirse, me miró de frente, con una seriedad que mostraba que el deseo en ella estaba ganando la batalla. Sin quitarle la vista de los ojos, pues mis manos en sus hombros y empecé a empujar hacia abajo, lenta pero firmemente. Su cuerpo obedeció dócilmente, bajando poco a poco, sabiendo lo que esperaba yo de ella.
Cuando estuvo de rodillas frente a mi, llevó sus manos a mi pantalón y lo abrió, sacando mi instrumento a la luz. Sus ojos demostraron la sorpresa que le causó el tamaño de mi verga, la que completamente parada frente a su rostro se movÃ*a por si sola. Con el deseo pintado en la cara, abrió la boca y se tragó el trozo de carne completamente, regalándome una mamada increÃ*ble, producto, por una parte, de la práctica adquirida en su vida de casada y, por la otra, el deseo de probar mi instrumento.
No sin esfuerzo saqué mi pedazo de carne de la boca de mi madrastra y le pedÃ* que se acostara en el suelo, para lo cual ella se desprendió de su bikini. Se acostó, abrió sus piernas y levantó sus brazos, en una muda invitación a penetrarla. Me puse entre sus piernas, con mi verga completamente parada. Me eché sobre Marcela y le enterré mi instrumento, que se hundió sin dificultades en su vulva completamente mojada por el deseo, lo que facilitó la penetración.
Subió sus piernas sobre mis espaldas y empezó a moverse desesperadamente, emitiendo quejidos apagados, ya que estábamos separados de mi padre solamente por una pared. Desesperado, hundÃ*a y sacaba repetidamente mi verga de su vulva, sin decir palabras, disfrutando completamente esa follada que tanto habÃ*a deseado. Como es lógico, más pronto de lo que los dos hubiéramos querido, Marcela y yo acabamos por vez primera, casi al unÃ*sono.
Quedamos abrazados, apretadamente, como si quisiéramos fundirnos en ese momento para siempre. Es que para ambos esa experiencia era la culminación de un deseo largamente anhelado, que finalmente se habÃ*a hecho realidad, casi sin proponerlo. De lo que estábamos seguros ambos era de que nuestras vidas ahora tomarÃ*an un nuevo giro, pues no podÃ*amos ni querÃ*amos echar pie atrás. Los dos deseamos y disfrutamos este momento y sabÃ*amos que era el inicio de una nueva relación, sin importar el lazo familiar que nos unÃ*a. Es que el deseo sexual nos unÃ*a mucho más profundamente que cualquier parentesco.
Te espero en mi dormitorio
Le dije al oÃ*do y la dejé partir. Ella entró al dormitorio con los libros que ambos recogimos del suelo donde habÃ*an quedado esparcidos. Yo me fui a mi pieza y esperé.
Al cabo de media hora apareció en la puerta de mi dormitorio.
Tuve que esperar a que durmiera
Fue todo lo que dijo mientras se desprendÃ*a de su ropa y quedaba completamente desnuda ante mÃ*. Y sin esperar invitación, se apoderó de mi verga y reinició la mamada que anteriormente yo le habÃ*a hecho interrumpir.
Lo deseaba tanto
Dijo mientras se aplicaba con dedicación a meter y sacar mi pedazo de carne del tubo que hacÃ*a su boca, chupando pausadamente el tronco y lamiendo mi verga en toda su extensión, todo con calma, como si nada más le importara en este mundo. Era una escena increÃ*ble estar ahÃ*, sobre mi cama, con mi madrastra haciéndome una mamada a conciencia. Era mejor aún que las fantasÃ*as que me habÃ*a forjado durante estos años.
Sus esfuerzos tuvieron recompensa y le brindé finalmente un chorro de semen que ella intentó tragar, cosa que era imposible considerando la cantidad de leche que le regalé, por lo que parte de mi acabada terminó por caer por la comisura de sus labios, que esbozaban una sonrisa de satisfacción que sellé con un apasionado beso.
La puse de espaldas en la cama y me dediqué a devolverle el trabajito, metiendo mi cabeza entre sus piernas y mi boca a su vulva, donde mi lengua se encargó de explorar todos los rincones interiores posibles, hasta chocar con su clÃ*toris, el que masajeaba con deleite, sabedor de que muy pronto ella se rendirÃ*a. Y asÃ* fue, en efecto, pues mi madrastra subió las piernas y con convulsiones de su cuerpo empezó a derramar los jugos que denotaban el goce que estaba sintiendo.
Ya calmados, empezaron las confesiones
No imaginas cómo te deseaba, Gabriel
Y yo a ti. Tantos años deseándote
Pero finalmente lo hicimos
Si. Finalmente
¿No te da nervios que tu padre esté tan cerca?
A mi no, ¿y a ti?
Me excita sobremanera
Ah, te gusta el peligro, ¿verdad?
Si, lo reconozco. ¿Y a ti?
No sé. Pero contigo puedo correr cualquier peligro
Vamos a correr varios peligros, te aseguro, pero te haré muy feliz
Estoy seguro que contigo seré muy feliz, Marcela
¿Estas dispuesto?
Si. Contigo, todo.
Mientras hablaban, Marcela se habÃ*a puesto en cuatro pies y le miraba con deseo, lo que comprendÃ* inmediatamente como una invitación, poniéndome detrás suyo y llevando mi instrumento a su vulva, por entre sus nalgas. Aferrándome a sus senos, que amasé con deleite, empecé a bombear con fuerza, mientras ella echaba su cuerpo hacia atrás, fuertemente, como si quisiera fundirse conmigo, con mi pedazo de carne.
- Rico, mijito, rico
- Toma, toma, toma
- Eres tan rico, Gabriel
- Y tu. Toma, toma
- Ayyy, siiiiiiiiiiii
- Mijitaaaaaa
Sus expresiones ya no eran susurradas. HabÃ*a tomado confianza y sabedora de que yo le seguirÃ*a el juego, empezó a hablar en voz más alta, pero no tanto como para que fuera escuchada en la pieza de mi padre. HabÃ*a empezado el juego del peligro.
Aghhhhhhhhhhh
Rico
Empuja, siiiiiiiiiiiiiiiiii
Toma, mijita, toma
Yaaaaaaaaaaaaaaaa
Mi madrastra perdió toda compostura y sus gritos ya no se medÃ*an. Afortunadamente ella sabÃ*a que mi padre estaba demasiado dormido para oirla. Quedó casi desmayada sobre la cama, con mi leche cayendo por sus piernas, mientras su propia eyaculación formaba un charco sobre la cama.
Eres tan rica como te imaginaba, Marcela
Y tu también. Incluso mejor, mijito
SabÃ*a que eras muy caliente, pero no pensé que tanto.
Es que tu me enloqueces con ese instrumento que te gastas
Tu culito es increÃ*ble, cielito
¿Te gustarÃ*a probarlo mañana, en mi dormitorio?
Pero, ¿cómo? Si mi padre estará ahÃ*
Tranquilo, que mañana te invitaré a ver tele con nosotros
No entiendo
Voy a arrendar una pelÃ*cula y la veremos los tres, en mi cama.
Pero. . .
Tranquilo, amor, que yo me encargo de todo
Mmmmmm
No te preocupes. ConfÃ*a en mÃ*.
ParecÃ*a increÃ*ble que mi relación con mi madrastra hubiera llegado a niveles tan lejanos, considerando que habÃ*amos estado tres años en un coqueteo que nunca pasó de un deseo contenido. Sin embargo, en un par de horas se desató en los dos la lujuria y parecÃ*a que no tenÃ*a lÃ*mites.
Nos separamos y yo quedé a la espera del dÃ*a siguiente y de la aventura que Marcela nos harÃ*a vivir en su lecho matrimonial.
Lo que si sabÃ*a era que esta aventura que iniciábamos Marcela y yo nos llevarÃ*a por un camino de perversión que desnudarÃ*a nuestra verdadera naturaleza, que no trepidarÃ*a en nada para satisfacer nuestros deseos incontenibles, llevándonos a una camino de degeneraciones que no perdonaba nada ni a nadie.