Cuando desperté la cama de mi prima estaba vacía. La luminosidad del cuarto era mucho menor que antes, lo que indicaba que ya debía ser bastante tarde. Me desperecé un poco mientras buscaba mi camiseta, que por alguna extraña razón estaba en la mesilla de noche, y me la puse. Durante unos segundos rememoré el tema de las pruebas de mi prima, y no pude evitar sonreír.
Bajé las escaleras de dos en dos, hasta escuchar voces desde la cocina. Mi madre y mi prima estaba tomando un café mientras comentaban un programa de la tele lleno de gritos y ruiditos curiosos.
—Hombre, la marmota acaba de despertar —rió mi madre—. ¿Quieres un café?
—No gracias —respondí todavía adormilado.
—¿Qué, en esa cama se duerme mejor, verdad? —dijo entonces mi prima como si nada hubiese pasado.
—Ni punto de comparación.
—Pues hoy por la noche duermes en esa.
—¿Pero seguro que no te importa, Ana? —preguntó mi madre. Yo no lo hice.
—Como me va a importar, tía. Si además mi primo es un sol que ni ronca ni nada —rió.
Mi prima se acabó su café, y pronto preparamos las cosas para darnos un chapuzón en el río antes de cenar. Como quiera que de nuevo mi madre rechazó la invitación de acompañarnos, en mi interior se mezclaron el nerviosismo y la impaciencia por estar de nuevo a solas con mi prima. Quizás no pasaba nada, o quizás sí, pero lo que era un hecho es que todo mi cuerpo estaba tenso e intranquilo.
Empezamos a andar hacia el río como siempre, estaba vez en medio del anaranjado sol de la tarde ya avanzada. El calor comenzaba a remitir, y durante un momento pensé que no sería capaz de meterme en aquella agua congelada sin un calor abrasador fuera. Mi prima parecía despreocupada como siempre, aunque no había dicho nada desde habíamos salido de casa. Hasta que de pronto se paró en seco en mitad del camino.
—¿Qué pasa?—pregunté.
—Prueba cuarta —empezó mi prima mientras se giraba y me miraba, de nuevo con media sonrisa, directamente a los ojos.
—¿Aquí? Pero si...
—Prueba cuarta: tienes que dejar aquí la camiseta y el bañador para recogerlo todo a la vuelta.
Mi cara adquirió el gesto de El Grito, de Munch. No podía ser que me pidiese aquello, definitivamente se la había ido la cabeza, quizás había sido una insolación, o quien sabe. Pero estaba claro que no carburaba bien.
—Ni de broma. Eso si que no. Que nos puede ver cualquiera y...
—Pero si aquí no hay nadie nunca. Y tampoco hay tanta distancia hasta el río.
—¡Como que no! —protesté—. ¿Y si viene alguien que hago? Sin ropa ni nada.
—Hombre, si viene alguien te dejo ponerte la toalla.
Lo de la toalla tenía su sentido, pero aun así era demasiado, ninguna marca de nacimiento merecía aquello, por muy íntimo que fuese el sitio en el que estaba.
—Que no, que no. Además si no viene nadie qué, ¿voy por ahí en bolas? Me verías todo.
—Eso es probable, si.
—Pues eso, que nada.
—Prueba no superada entonces, ¿no? No va a haber otra ocasión...
Sus ojos profundos se clavaban en mi atravesándome de parte a parte. Estaba claro que mi prima no tenía límites y en su lugar quería encontrar los mios propios. ¿Y yo los tenía? Por supuesto que si, y aquello estaba muy por encima. Aunque pensándolo bien... No tenía nada de qué avergonzarme. Ella misma había dicho que mi cuerpo estaba bien, y mi pene hasta donde yo sabía tampoco estaba mal. Si ella no se avergonzaba al mirar, ¿debía hacerlo yo al enseñar?
Cerré los ojos, y comencé a quitarme la camiseta.
—Eso es, primo —dijo mi prima en un susurro.
Le di la camiseta y ella la cogió para ocultarla detrás del tronco de un árbol. Aun con los ojos cerrados llevé entonces las manos al elástico del bañador, para bajarlo de nuevo hasta los tobillos (ya casi se estaba convirtiendo en una costumbre). Lo acabé de quitar por los pies y se lo di a mi prima que a mi lado esperaba con la mano tendida. Notaba la polla ya morcillona sobre los huevos, aunque estaba seguro que pronto todo aumentaría de volumen.
Ella lo guardó junto con la camiseta, y de nuevo me miró. Yo ya tenía mis propios ojos abiertos, y le devolvía desafiante la mirada. No iba a poder conmigo.
—Bien, vamos allá —dijo de pronto, al tiempo que comenzaba a andar. Yo hice lo propio un segundo después, de forma que tuve que dar unos pasitos acelerados para llegar a su altura, lo que provocó un ligero efecto rebote entre mis piernas.
El resto del camino hasta la presa lo hicimos en silencio. Mi prima no me miraba directamente como pensé que haría, y se limitaba a andar como siempre. Yo por mi parte ya estaba totalmente erecto, y de nuevo atento a cualquier ruido que significase la aparición sorpresiva de un pastor perdido o una beata camino de misa.
—Bueno, llegamos.
—Si —respondí yo mientras veía como mi prima dejaba las cosas en el suelo. Yo cogí mi toalla y la extendí en el suelo como siempre, esperando que ella hiciese lo propio.
De nuevo ella se quitó su camiseta larga para quedarse sólo con ese bañador blanco, aunque en este caso algo me llamó la atención. Y es que aun antes de tocar el agua, sus pezones ya apuntaban desafiantes hacia delante, rompiendo la natural curva de los senos.
—Bien, yo ya estoy —empezó entonces mi prima—. Y tú por lo que veo también, ¿eh? —sonrió mientras me miraba totalmente de frente.
—Si, aunque va a ser raro bañarse así sin nada.
—Que pasa, ¿no te gusta? Por lo que yo veo parece que al menos una parte de tu cuerpo está muy contenta con la situación.
—Bah, cállate —proteste de nuevo, y a pesar de todo, avergonzado—. Vamos para el agua que se hace tarde.
Aunque pensé que saldría vapor al meterme yo, un sujeto al borde de la ignición, dentro de un medio ultra-congelado como el agua de aquel río, lo cierto es que no sucedió nada de eso. Sin el bañador de por medio el agua parecía aun más fría, pero al mismo tiempo más agradable. El liquido me rodeaba por todos lados al moverme, al nadar y al zambullirme, provocando en mi una nueva y placentera sensación.
Para mi prima sin embargo el agua parecía no estar tan fría como antes. Se la veía mucho más activa que por la mañana, y no paraba de pegarse a mi una y otra vez. No parecía darle importancia al hecho de que yo estuviese en pelota picada, o quizás sí, pero no dudaba en arrimárseme a veces hasta límites insospechados.
Así, mi pene levemente menos erecto que al entrar en el agua, no paraba de chocar con su trasero, con su abdomen, con sus propios brazos. Ella tan sólo se reía, sin más, aprovechando cualquier mínimo despiste mio para colgárseme a la espalda y dejarme sentir de paso sus grandes pezones. Por desgracia, aquello seguía estando objetivamente helado, y los labios morados nos hicieron salir de nuevo al sol o lo que quedaba de él.
—¡Qué frío! —protestó ella agazapada en las piedras cubierta con la toalla.
—Pues yo ya estoy casi repuesto —contesté haciéndome el machote pero aun dentro de la toalla.
Durante unos segundos estuvimos ambos callados, hasta que volví a probar suerte.
—Oye.
—Dime.
—Ya no deben faltar muchas pruebas, ¿no? —pregunté esta vez yo también con una sonrisa.
—Algunas.
—Espero que valga la pena esa mancha —respondí entonces ya un poco ansioso.
—Ya verás como sí.
Un rato después el sol ya amenazaba con ocultarse definitivamente bajo el horizonte, por lo que decidimos volvernos para casa. Yo cogí mi toalla y se la entregue a mi prima, que me sonrió al recogerla mientras miraba mi pene de nuevo en todo su esplendor. Una vez todo guardado emprendimos de nuevo el camino de regreso, yo en bolas y ella no, pero tan felices.
Esta vez vinimos los dos hablando y riendo, de forma que poco a poco me fui olvidando de mi propia desnudez hasta que esta desapareció, junto con mi erección. Mi pene colgaba ahora tranquilo, deshinchado, mecido por el suave bamboleo de mi propios pasos.
—¡Eh, espera, tu ropa! —exclamó entonces mi prima, cuando ya nos habíamos pasado el árbol en donde deberían estar mis prendas—. Un poco más y llegas con el pito al aire hasta casa.
—Lo que me faltaba ya...
Rápidamente me vestí, aunque lo cierto es que con cierta desgana. Ya casi me había acostumbrado a estar sin nada, con una chica guapa a mi lado y el frescor de la noche a mi alrededor. Pero si no quería acabar con mi madre de un infarto, era mejor que me pusiese el bañador.
***
Aquella noche me vi implicado en la elaboración de la cena, algo que para gran sorpresa de los presentes no significó un final catastrófico de la misma. Mis patatas fritas fueron todo un éxito y tan sólo tuve una ligera quemadura en la mano por aceite hirviendo, mucho menos de lo habitual.
Tras la cena y los postres pusimos un rato la tele, pero a mi se me cerraban los ojos y en un par de ocasiones a punto estuve de acabar con la cabeza en la mesa. Quería irme para la cama ya, pero tenía la esperanza de que mi prima no dejase pasar aquella noche sin enseñarme su "gran" secreto, ese que ocultaba bajo capas y capas de nudismo casero. Así que seguí esperando, con los párpados apunto de claudicar, a que ella hiciese el primer movimiento.
—Creo que me voy a acostar ya —empezó mi madre—, que así aun puedo leer un rato antes de dormir. ¿Vosotros os quedáis?
—No, yo subo ahora también —continuó mi prima— En cuanto acabe la peli, que ya debe estar apunto.
—¿Y tú, Ra? Te quedas dando cabezadas ahí o pasas para cama ya.
—Supongo que subiré ya.
—Pues venga.
Tumbado sobre la cama, sólo con unos calzoncillos puestos, la intranquilidad me invadía. La luz de la luna y las estrellas se colaba por la ventana abierta que dejaba pasar una suave brisa, y que se mezclaba con la tenue luminosidad que despedía la pequeña lámpara de la mesita de noche. En mi mente las fantasías se desbordaban, de forma que el descanso se me hacía imposible. Estaba ansioso, necesitaba que algo pasase ya.
Ruidos en el cuarto de baño. Silencio. La puerta se abre.
La figura de mi prima se abrió paso entre la penumbra. Su biquini blanco había desaparecido, dejando su lugar a un conjunto de ropa interior del mismo color. No es que hubiese una gran diferencia, pero al menos sus pechos parecían ahora un par de tallas más grandes, mientras que sus bragas parecían disponer de un par de centímetros cuadrados de tela menos.
—¿Aun estás despierto? —preguntó mi prima sin disimular una sonrisa.
—Si, bueno...Estaba a punto de dormirme ya...
—¿Con la luz encendida?
—Si,esto... Iba a apagarla ahora justo.
—Mejor espera un momento entonces. Ven, acércate.
Me levanté como un rayo, con un tiempo de reacción que sin duda significaría «salida falsa» en los cien metros lisos. Notaba como mi pene empezaba a reaccionar con tan sólo la idea de acercarme a mi prima y lo que ello conllevaba. Finalmente iba a ver aquella marca misteriosa, o quizás no, pero en cualquier caso algo iba a suceder librándome del sinvivir de la espera.
—Quítate los calzoncillos y dame la mano —soltó de pronto mi prima cuando ya estaba cerca de ella-. Es la hora de la prueba quinta.
Yo ni siquiera me lo pensé dos veces, y de un sólo movimiento me libre de mis calzones dejando libre mi herramienta ya morcillona con aspiraciones de mejora. Los dejé a un lado y le di la mano a mi prima, que me la agarró con fuerza (la mano). No sabía que se proponía, pero ya me daba igual. Fuese lo que fuese, a su lado valdría la pena.
Comenzamos a andar por el pasillo a oscuras, ella delante guiándome mientras yo la seguía con mi pene ya totalmente erecto. Al llegar a las escaleras mi prima se giró y me indicó llevando un dedo a sus labios que no hiciese ruido, algo que sin embargo era del todo redundante. Sabía muy bien que mi madre estaba en el cuarto de abajo, posiblemente aun despierta, y no quería acabar la noche en el calabozo o, peor aun, en urgencias tras sorprenderme mi querida progenitora en semejante show exhibicionista.
—Entra, aquí ya no nos oirá —dijo mi prima mientras cerraba la puerta de la entrada principal tras de si, con yo desnudo y ella en bragas y sujetador fuera de la casa.
—Bueno, y entonces qué, ¿cual es la prueba? —pregunté mientras mi mano tocaba levemente mi polla tiesa como una estaca, algo que no pasó inadvertido para mi prima.
—Bien, prueba cinco: tienes que preguntarle a mi tía cómo le fue el día.
—Pero qué dices. Si mamá estará durmiendo ya.
—No, seguro que aun está leyendo. ¿No te fijaste en la luz que salía por debajo de su puerta ahora cuando bajamos?
La cabeza me daba vueltas, y mi pene debía estar sufriendo lo mismo porque él también se había recogido sobre si mismo para pensar un poco sobre aquello. Desde luego que no estaba dispuesto a plantarme delante de mi madre desnudo, ni por todo el oro del mundo. Antes prefería olvidarme para siempre de mi prima y de su marca, aunque la tuviese en el mismísimo... ahí.
—Lo siento pero no puedo hacerlo. No voy a aparecer desnudo delante de mi madre... —contesté cabizbajo, consciente de que allí acababa todo.
—¿Pero quien ha hablado de que te vaya a ver desnudo? —mi cara era de absoluta sorpresa—. Lo que tienes que hacer es ir por la parte de atrás, y asomarte a la ventana de su habitación. Ella sólo te verá la cabeza y los hombros, nada más. Yo sí que estaré a tu lado para verte todo —acabó de decir mientras me guiñaba un ojo y de nuevo sonreía, en lo que ya parecía toda una táctica premeditada.
Otra vez aquella encrucijada, otra vez aquella pelea entre mi pequeño ángel cada vez más minúsculo y mi demonio de cuernos y sobre todo rabo crecientes por momentos. Había tanto riesgo, tantas posibilidades de que todo aquello acabase en una consulta de un sicólogo con varias personas traumatizadas...
—Venga, anímate —comenzó a susurrar mi prima mientras se me acercaba poco a poco—. Te prometo que esta es ya la última.
Y acercándose a mi cara unió sus labios a los mios durante una décima de segundo casi incontable. Un suspiro en el que pude notar su humedad, su calor, el olor de su deseo. Y en cuanto miré hacia abajo y vi como mi amigo me devolvía la mirada, supe que lo haría. Superaría la última prueba.
—De acuerdo.
—Vamos.
Mi prima me llevó de nuevo de la mano rodeando toda la casa, en medio de los ruidos de la noche. Al girar en la última esquina vimos las contraventanas abiertas en la habitación de mi madre, junto con una suave luz anaranjada que salía de su interior. Sin duda estaba aun despierta. El corazón me latía como nunca lo había hecho, y su ruido ensordecedor parecía ocupar por completo mis oídos. Un continuo y profundo martilleo que me dejaba sin aire, sin fuerzas.
Nos acercamos justo al lado de la ventana, y mi prima se puso a mi espaldas. En ese momento pensé que no sería capaz, sentí como el miedo me atenazaba. Pero entonces mi prima puso su mano en mis nalgas, empujándome. Hasta que di un paso hacia delante.
—¡Qué tal, mamá! —exclamé, gallo incluido, en un tono de voz demasiado elevado que incluso me sorprendió a mi.
—¡Aaah! ¡Por Dios, Raúl! —gritó entonces mi madre. Estaba acostada en la cama, mas o menos en el centro de la estancia, y efectivamente tenía un libro entre sus manos-. ¿Pero se puede saber qué estás haciendo ahí?
—No, eh... Salí un poco a tomar el fresco por aquí y...
—Pero cómo que el fresco, ¡si hace nada que te dormías en la cocina!
—Si, bueno —reí con una mueca posiblemente dantesca—, pero me despejé. Y bueno, eh... —comenzaba a sudar— ¿qué tal el día?
—¿Eh? ¿Quieres preguntarme qué tal el día ahora?
—Si claro, ¿acaso no puede un hijo preguntarle a su madre como le fue el día? —de nuevo sonreí con todos los dientes.
—Raúl, dime la verdad, ¿bebiste algo de las botellas que tiene el tío en el sótano?.
—¿Eh? No, no, claro que no, es sólo curiosidad, nada más...
Aquello empezaba a estresarme, a superarme. En cualquier momento mi madre, que ya pensaba que estaba borracho como mínimo, se levantaría de la cama hacia la ventana y me vería todo, o me obligaría a salir por patas. No sabía cuanto debía prolongar aquello para que la «prueba» fuese considerada válida, pero ya se me estaba haciendo muy largo. Al menos hasta que noté una mano sobre mis muslos.
Impasible a pesar de la sorpresa, comencé a sentir como mi prima empezaba a acariciarme las piernas, los muslos, de arriba a abajo con parsimonia. Parecía haberse agachado a mi espalda, y desde allí se dedicaba quien sabe con qué objetivo a martirizarme con sus suaves dedos. El vello se me erizaba cada vez que me rozaba, cada vez que su piel tocaba la mía.
—A ti desde luego cuando te da hay que dejarte —empezó de nuevo mi madre en la habitación—. Pues a ver, voy a cumplirte el capricho ya que tienes tantas ganas —y entonces se aclaró la voz con un carraspeo, indicando que la parrafada iba para largo, y dejó el libro en la mesilla-.
Pronto empezó a contar todo lo que había hecho durante el día, con detalles incontables de sus conversaciones con los vecinos, con el panadero y hasta con el alcalde que había pasado por allí por la tarde. Yo me limitaba a oír sin escuchar, con mi mejor sonrisa, soltando un «Ajá» de vez en cuando. Prefería dedicar mi cerebro a seguir disfrutando de las caricias de mi prima, cada vez más atrevidas.
De pronto noté como mi improvisada masajista hacía fuerza con sus manos, juntas como si estuviese rezando, para introducirse entre mi piernas. Yo la dejé hacer sin moverme, pero cuando ella comenzó a empujar hacia los lados supe que quería que las abriese. Y así lo hice. Me agarré al alfeizar de la ventana mientras me dejaba caer levemente abriendo mis piernas todo lo que podía en aquella situación. Noté como la gravedad hacia su efecto en mi entrepierna, en donde quedó todo colgando como el badajo de una campana.
Y entonces, una mano, de mi prima, me agarró los dos huevos desde atrás.
—¡Ahahaa! —exclamé entonces, esta vez sí sorprendido ante el apretón en una parte tan comprometida.
—¿Pero qué te pasa? ¿Estás bobo? —protestó mi madre—. Que es una cosa seria.
—Eh, no, no —no sabía de que hablaba mi madre, estaba totalmente desconectado de su parrafada—. Es sólo que se me puso un bicho en la pierna.
—Pues vaya risotada. Bueno, el caso —de nuevo el mitin se puso en marcha— es que cuando sorprendieron al cura en la cuadra de la burra parece ser que le preguntaron que qué hacía allí, y él dijo que...
Mi prima seguía con mis dos testículos en su mano, que ahora movía lentamente en círculos. Notaba la polla totalmente erecta, ya casi babeante, y deseaba que las caricias se ocupasen también de ella en algún momento, pero la mano no se despegaba de las dos bolas. Los movimientos circulares dejaron paso a unos hacia delante y hacia atrás, de forma que cuando mi prima tiraba hacia si de mis redondos compañeros mi pene se inclinaba ligeramente hacia delante. En un momento dado pensé si sería posible correrse así, de aquella forma, simplemente masajeando los huevos. Y llegué a la conclusión de que si alguna vez era posible, sólo podía ser en aquel momento de pura incandescencia.
De pronto, me di cuenta que mi madre estaba callada.
—¿Qué, te aburres? —dijo cuando levanté la vista hacia ella.
—Eh, no, es interesante —contesté, aunque mi madre no pareció tragárselo porque me lanzó una de sus miradas fulminantes.
—Anda, pasa para la cama que estás tú muy raro.
—¡No! —protesté, de nuevo en un tono de voz exagerado— cuéntame más cosas —quería prolongar los toqueteos de mi prima el máximo tiempo.
—Que no, que ya te conté todo lo que hice hoy. Además al contrario que gente «despejada» como tú, otros queremos dormir.
Noté como la mano de mi prima me soltaba, justo antes de darme dos cachetes en el trasero. Supe que aquello acababa allí, así que no insití más con mi madre.
—De acuerdo, me voy para la cama entonces. ¿Cierro la ventana?
—No, déjala así. Buenas noches.
—Buenas noches.
Me giré esquivando la contraventana, y tras ella vi el cuerpo de mi prima bañado por la luz blanca de la luna. Sólo podía ver sus curvas, intuir sus formas, pero estaba seguro de que me sonreía. Y cuando su mano se encontró de nuevo con la mía, ambos echamos de nuevo a correr hacia la puerta de entrada.
Entramos en el cuarto jadeando. Yo me tiré en mi cama todavía desnudo, mientras que ella hizo lo propio en la suya aunque todavía en ropa interior. Mi pene semierecto caía hacia un lado sobre mi muslo, cansado como su dueño del esfuerzo realizado. Miré entonces a mi prima tendida sobre la cama, justo cuando ella giraba la cabeza para hacer lo propio. Nuestras miradas se cruzaron una vez más, y ambos reímos nerviosamente.
—¿Y bien? —pregunté, con una «n» nasal por completo.
—Bien, bien —respondió mi prima haciéndose la sueca.
—Entonces qué, prueba superada, ¿no?.
—Bueno, creo que...sí, vamos a dártela por buena.
—¿Y?
—Y eso. Venga, buenas noches —y acto seguido se giró dándome la espalda, o más bien su fabuloso trasero.
—¿Cómo que buenas noches? —protesté yo entonces, sabiendo que me estaba tomando el pelo.
Me levanté y me subí de rodillas a su cama, justo detrás de ella. Comencé a hacerle cosquillas por los pies, por la cintura, y pronto mi prima empezó a reírse y moverse como una anguila.
—¿Cómo que buenas noches? —seguía preguntándole mientras aprovechaba para rozar todo lo rozable.
—¡Para, para! —protestaba ella—. ¡Está bien, para!
Hice lo que me pedía, aunque no me bajé de la cama y seguí allí, de rodillas sobre el colchón, mirando como mi prima se giraba hasta mirarme de frente, tumbada de lado sobre la cama.
—Está bien, te lo has ganado, voy a enseñarte la marca. Pero que conste que lo hago porque quiero, y no porque me amenaces con esta serpiente colorada —y dicho esto estiro su brazo para darme un leve toque en el pene con su dedo, algo que hizo que todo mi cuerpo se electrificase—. Venga, túmbate boca arriba en tu cama.
Yo obedecí, y me tumbé como ella había dicho. Entonces mi prima se levantó y rebuscó algo en una de las maletas que tenía a los pies de la cama, algo que no vi hasta que ella se acercó a mi cabeza.
—Voy a cubrirte los ojos con este pañuelo -dijo entonces con un dulce tono de voz.
Yo de nuevo me dejé hacer, y pronto me quedé sin ver lo que pasaba a mi alrededor. Soló podía oír los roces, los movimientos de mi prima al moverse por la estancia. Mi pene estaba en un estado de erección descomunal, total, máximo. Escuché como mi prima se movía entre las dos camas, hasta que en un momento se subió a la mía.
No podía ver lo que sucedía, pero sin duda sus pies estaban a ambos lados de mi cabeza. Notaba la presión sobre el colchón exclusivamente en esa zona, por lo que o bien eran sus preciosas patas o sino es que mi prima estaba haciendo el pino sobre mi cabeza.
—Tranquilo —susurró mi prima.
De pronto noté una presión en el pecho, aumentando poco a poco.
—¿Te hago daño?
—No, estoy bien.
La presión cesó de aumentar. Sobre mi pecho podía notar de alguna forma el cuerpo de mi prima. Podía sentir su calor y, casi sin darme cuenta, también su aroma. Un olor particular que empezaba a aturdirme, a hacerme enrojecer de arriba a abajo. La brisa parecía haberse cortado de raíz y ya sólo sentía calor, sudor, una temperatura ardiente que había convertido aquella habitación en un auténtico horno.
De nuevo un movimiento sobre mi pecho. Y al fin, mis ojos de nuevo libres.
Tardé unos segundos en acostumbrarme, en volver a enfocar la vista. La luz tenue y anaranjada comenzó a entrar por mi retina, y lo hizo reflejando la visión más excitante de mi vida. A escasos centímetros de mi cara estaba el cuerpo de mi prima, sus piernas abiertas y puestas cada una a los lados de mi cabeza. Con su tronco levantado apoyado sobre sus brazos podía ver su cara al fondo, de mejillas ahora encendidas, y en sus labios de nuevo una sonrisa.
Mis ojos bajaron despacio, hasta que como platos se dieron de bruces con lo tantas veces soñado. Una vagina de sonrosados labios, hinchados, brillantes, abierta como la flor más bella y dejando entrever un profundo y húmedo agujero. Y un poco más abajo otro pequeño agujero, más pequeño, enfadado, pero igualmente atrayente. Ante semejante visión noté como el líquido lubricante goteaba desde mi pene hasta el estómago, totalmente excitado.
—Bueno, ahí la tienes —habló mi prima entonces, está vez con cierto temblor en la voz.
—¿Qué? —respondí yo, todavía obnubilado ante aquel panorama. Mi prima se rió de nuevo.
—La mancha de nacimiento —empezó entonces, y llevando una mano hasta su sexo movió un poco los labios vaginales hacia un lado—. Ahí está.
Efectivamente allí estaba. Era más pequeña que la mía, pero tenía la misma forma. En cualquier caso, ¿a quien le importaba aquella maldita mancha? Lo importante estaba a su lado, en su eróticas cercanías. Aquellos dos agujeros abiertos, perfectos. Durante varios segundos ambos seguimos en la misma posición, en silencio. Yo no me atrevía a mover un sólo músculo, y ella parecía también con pocas ganas de hacerlo. Su aroma penetrante ya parecía haberlo inundado todo, y de mi mente racional ya no quedaba nada.
Y entonces me dejé llevar, sin pensar. Saqué mi lengua suplicante con lentitud, milímetro a milímetro, hasta impactar con suavidad justo en el centro de su ano cerrado. Mi prima se movió ligeramente, casi como si un calambre la hubiese sacudido, pero no se apartó del camino de la sin hueso (la otra sin hueso). Animado por su cooperación empecé a mover la lengua en círculos, a ensalivar cada vez más aquella zona prohibida, a empujar con la punta de mi lengua.
Miré la cara de mi prima, ahora completamente colorada, con los ojos cerrados y expresión sofocada. Sin duda parecía estar disfrutando de las caricias, y aquello me envalentonó para seguir por aquel camino. Intenté incorporarme un poco, pero al notar mis movimientos mi prima se quitó de encima de mi de un salto y sin darme apenas tiempo a reaccionar comenzó a ponerse de nuevo las bragas que tenía colocadas sobre la cama. Yo ya no sabía que pensar, hasta que de nuevo se me acercó y agachó levemente su cabeza sobre la mía para darme un nuevo beso en los labios, esta vez más largo y mucho más húmedo.
—Un trato es un trato —comenzó—. Te prometí enseñarte la marca y ya la has visto. Hasta mañana.
Y dicho esto volvió a su cama y se acostó de nuevo dándome la espalda. No me podía creer que hiciese aquello, que lo parase justo entonces dejándome allí a punto de arder literalmente de pura excitación. Mi pene a punto de explotar, junto con todo mi ser. Y sin embargo ella parecía no estar bromeando ahora. Aquella prueba parecía de verdad insalvable.
FIN
—¿Que qué?! ¿Me está vacilando este gilipollas? Cómo que «fin», cómo que ¡FIN!
—Creo que es cuando se acaba y...
—¿En serio? ¿Tú crees? ¡La madre que lo parió! Pero si ya estaba a punto de correrme como un burro, ¡cómo puede dejarlo así!
—Pues a mi me ha gustado...
—Qué te va a gustar a ti... Será cabrón... Si ya la tenía a huevo, ¡si ya estaba pidiendo rabo la muy zorra! Y va y lo deja así... ¡Y yo ahora con un empalme del quince!
—Bueno, si quieres... yo podría ayudarte con eso...
—¡Caguen diez! Dejamos claro que aquello estaba olvidado de por vida, finito, que los dos estábamos borrachos y que no...
—Yo no lo estaba...
—¡La madre que te parió a ti también, John, me da lo mismo! ¡Tu agárrate ese pingajo que tienes ahí y yo agarro el mio, y que corra el aire!
—No se porqué te pones así, nadie lo sabría...
—John, como no me quites la mano del muslo en tres segundos te juro que te empiezo a dar escobazos hasta que me canse
—Eres un seco
—¿Seco? Como me deje llevar vas a saber tu lo que es estar seco... Anda, mira esa mierda otra vez a ver si queda algo por ahí, que no puede ser que acabase así, sin follarse a esa calientapollas ni nada...
—Pues..no veo nada...
—La madre que lo parió...
—Bueno, espera...
—¿Qué?¿Hay algo?
—Si, aquí en el fondo hay un tal «Final alternativo: prueba extra» ¿Lo pongo?
—Cojones, John, me estás acabando con los putos nervios. ¡Ponlo de una jodida vez!!
—Bueno, bueno. Tampoco es para ponerse así... Ala, ya está.
—Pues a ver si esta vez hay jodimiento en abundancia, que como me vuelva a quedar a medias te juro que voy a buscar a ese puto gilipollas a su puta casa y le corto los putos hue
Final especial: prueba extra.
por Noara, en 2009.
«Intenté incorporarme un poco, pero al notar mis movimientos mi prima se quitó de encima de mi de un salto y sin darme apenas tiempo a reaccionar comenzó a ponerse de nuevo las bragas que tenía colocadas sobre la cama. Yo ya no sabía que pensar, hasta que de nuevo se me acercó y agachó levemente su cabeza sobre la mía para darme un nuevo beso en los labios, esta vez más largo y mucho más húmedo.»
—¿Quieres seguir jugando conmigo, primo?
—Eh, sí, claro que sí —contesté mientras me incorporaba un poco sobre la cama y notaba como mi pene cabeceaba entre mis piernas.
—Ven, ponte de pie.
Yo hice de nuevo lo que me ordenaba, plantando los pies en el suelo y acompañándolos con el resto del cuerpo para quedar en frente de mi prima, muy cerca. Ella volvió a mirarme a los ojos, colorada, nerviosa, y con un dedo dibujó un círculo en el aire para indicarme que me diese la vuelta. A pesar de ser de madera, notaba el suelo frío en comparación con mi calor, casi helado.
Me giré dándole todo el trasero, y nada mas hacerlo note como sus manos me acariciaban los brazos desde los hombros, bajando lentamente hasta las muñecas. Entonces mi prima comenzó a tirar hacía atrás de mis dos extremidades, hasta hacerme juntar las manos tras mi espalda. Y en ese momento fue cuando el pañuelo que antes me había tapado los ojos pasó a convertirse en una improvisada cuerda con la que atarme.
—Ya estás —dijo entonces mi prima, al tiempo que se tumbaba boca abajo sobre su cama—. Te voy a proponer una nueva prueba, una prueba extra. Pero esta vez no te diré cual es el premio por cumplirla.
—Cualquier premio que tú me des será un placer —contesté yo con voz grave.
—Bueno...—sonrió tímidamente—. Está bien. Prueba extra: tienes quince minutos para quitarme las braguitas.
—¿Y el «pero»? —pregunté, a sabiendas de que me volvía a tomar el pelo. Ella rió de nuevo.
—Bien, el «pero» es que para hacerlo no podrás usar las piernas, ni los brazos, ni la boca.
De nuevo se me escapo hacia arriba una ceja, delatando mi sorpresa ante aquella nueva situación. Sin usar las piernas, sin usar los brazos, sin usar la boca...Sí, yo también caí enseguida en con que parte del cuerpo, ahora convertida a mis ojos en «palanca quita-bragas», iba a intentar cumplir con lo propuesto, pero aun así dudé si lo conseguiría.
Mi vista se fue directa al trasero de mi prima, totalmente expuesto sobre la cama, redondo. Las pequeñas bragas parecían bien cuidadas, nada que ver con alguna de mi ropa interior de gomas dadas de si que hubiese sido mucho más fácil de quitar con aquellos requisitos. Su prenda sin embargo estaba en buenas condiciones, pegada a su cuerpo. La misión, desde luego, no tenía nada de sencillo.
Empecé a andar hacia donde estaba mi prima, y con cuidado de no caerme (teniendo las manos atadas a la espalda no era fácil mantener el equilibrio) me subí a su cama. De pie a su lado podía ver desde arriba todo su cuerpo moreno expuesto, su espalda, sus glúteos, sus piernas bien torneadas. Pero no sabía por donde empezar. Como si de un problema de ingeniería se tratase, mi mente racional intentaba sobreponerse a la animal que se había hecho con el control de mi cerebro para hallar la solución, la zona más débil por la que atacar aquel cofre de los tesoros lúbricos.
Poco a poco me fui agachando, hasta arrodillarme delante de mi prima a la altura de su cintura. Estando más cerca pude ver como el sudor también empapaba su piel, como ella también desprendía un calor pegajoso similar al de una lámpara de aceite. Intenté entonces colocar mi pene, ya a punto de dimitir ante tantos minutos de excitación, justo en el comienzo de sus nalgas de forma que después pudiese ir bajando aquellas infernales bragas. Pero al intentar hacerlo comprobé que con los brazos atados a la espalda la dificultad era insuperable.
No tenía mis manos para apoyarme al otro lado del cuerpo de mi prima de forma que después pudiese mover mis propias caderas poco a poco hacía sus pies. Turbado, y en un momento nervioso al pensar que el tiempo corría en mi contra, decidí intentar otra cosa. Volví a ponerme de pie, poniendo cada uno de ellos a uno y otro lado del cuerpo de mi prima, mirando hacia su trasero. De nuevo volvía a agacharme, y supongo que pareciendo un avestruz a punto de poner un huevo, acabé de rodillas sobre el cuerpo de mi prima.
Me dejé caer con suavidad, hasta notar como mis huevos se asentaban en su espalda.
—¿Te hago daño?
—Ninguno. Sigue.
Poco a poco comencé a inclinarme hacia delante. Sabía que un momento determinado mi cabeza haría contrapeso y acabaría cayendo de bruces contra las piernas de mi prima, por lo que le pedí que las abriese un poco. Ella no dijo nada y tan sólo respondió separando un poco sus hermosos muslos. Y como había predicho mi cara acabó efectivamente pegada a las sabanas, justo entre sus pies. En esa posición no podía ver nada, tan sólo sentir como mi pene se comprimía entre nuestros dos cuerpos, quedando la cabeza de mi amigo justo al principio de su bragas. Era el momento de rozar.
Comencé a moverme lentamente hacia delante. Todo mi paquete se apretaba y rozaba contra el húmedo cuerpo de mi prima, que parecía a su vez estremecerse ante cada uno de mis movimientos. Mis huevos acariciaban su piel, mi pene masajeaba su espalda dejando tras de sí un reguero de liquido transparente y pegajoso. Intenté introducir mi polla bajo el elástico de su ropa interior, de forma que después pudiese tirar de ella hacia abajo, pero no había forma. Una y otra vez mi pene resbalaba sobre sus bragas, haciendo que mi placer aumentase en la misma proporción que el objetivo de mi prueba se alejaba.
Y es que llegado a un determinado momento, un nuevo problema surgió entre mis piernas. Aquel maldito roce contra su piel, contra la suavidad de sus nalgas cubiertas con aquella delicada prenda, comenzaba a ser inaguantable. Empecé a notar como las posibilidades de correrme allí mismo aumentaba con cada movimiento, con cada nueva embestida. No haría falta llegar a los quince minutos de tope: si no conseguía quitarle las bragas a la voz de ya, los chorros de semen darían la prueba por finalizada antes de que mi prima lo hiciese.
En un último intento apreté todo lo que pude mi cuerpo contra el de mi prima, mi pene contra el inicio de sus nalgas. Podía sentir el elástico de sus bragas en la punta de mi herramienta, como una valla electrificada imposible de superar. Pero de pronto, y tras un dolor infernal justo en la pequeña boca de mi amigo, las bragas de mi prima comenzaron a resbalar por encima de mi endurecido miembro.
Al fin aquello avanzaba, al fin veía la luz dorada del éxito. Una vez abierta aquella brecha, mi pene entro con furia bajo su ropa, pasando entre sus dos nalgas carnosas y firmes como un par de melocotones. La caricia fue demasiado para mi, y debí parar absolutamente cualquier movimiento, hasta el de respirar, para no eyacular en ese instante. Una vez más calmado de nuevo empujé mi pelvis hacia delante. Las bragas de mi prima ya apenas daban más de si, y apretaban mi paquete contra su paquete de una forma atroz que amenazaba con estallar en mil pedazos en cualquier instante.
Pronto mi polla hizo tope con la parte inferior de su prenda íntima, casi al mismo tiempo que el elástico se incrustaba en la base del erótico apéndice. Ahora el placer no era tanto, pero poco a poco, y con todo mi cuerpo agitándose como una serpiente contorsionista, la prenda maldita comenzó a moverse. Un milímetro, otro más. Mi prima empujó entonces un poco su trasero hacia arriba, lo que hizo aun más fácil la maniobra hasta el punto de que tras unos minutos de dura lucha, las bragas destaparon por completo su precioso culo.
Había sido como un parto, pero por fortuna la cabeza del bebé ya estaba fuera. Tras liberar las nalgas la prenda dejó de estar tensa como la piel de un tambor y fue mucho más fácil empujarla poco a poco con mi pene por las piernas de mi prima. Y desde allí, con una última dificultad para quitar sus enrevesados pies, al cielo. Tenía el miembro duro, dolorido, excitado como nunca, enorme.
—Creo que ya está —contesté mientras me ponía de nuevo de pie sobre la cama, y me giraba para contemplar desde atrás el cuerpo desnudo de mi prima.
—Prueba...superada —respondió ella, girando su cabeza y mirándome por encima del hombro.
—Y... entonces...
—¿Entonces? —como disfrutaba torturándome.
—El... ¿premio?
—Ahí delante lo tienes —dijo entonces mientras levantaba aun más su trasero y habría sus piernas por completo—. Sírvete tú mismo.
Las gotas de sudor caían sobre mi frente lentamente pero sin descanso. Tenía la boca seca, mi cuerpo despedía tanto calor que me mareaba. Y ante mí aquella visión, aquel cuerpo expuesto, aquellos agujeros abiertos. Me arrodille tras ella sin demora, y comencé a avanzar poquito a poco, con las manos todavía atadas a la espalda, hasta que mi pene totalmente mirando al techo chocó con la caliente entrepierna de mi prima.
El tronco de mi polla se acomodó en su perineo expuesto y elevado sobre sus contundentes muslos, y en esa posición empecé a mover mi herramienta lentamente arriba y abajo, notando como el líquido que empapaba el agujero de mi prima poco a poco hacia lo mismo con mi pene. Era delicioso, pegajoso. Aquel olor particular y embriagador de nuevo lo inundaba todo, como el viento cálido del sur que entra al abrir una ventana.
Poco a poco me fui inclinando hacia delante, de forma que la punta caprichosa de mi pene avanzaba sin contemplaciones bajo el cuerpo de mi prima, en busca del delicioso recoveco que lo esperaba con las puertas abiertas. Seguí empujando, centímetro a centímetro, hasta que de pronto perdí el equilibrio y caí encima del cuerpo de mi prima sin poder frenar con mis brazos inmovilizados. Un empujón de sopetón justo en el momento, en el instante preciso en el que mi polla pasaba por el sitio indicado. Y la penetración fue completa.
Mi prima resopló cuando se sintió totalmente invadida, llena de pronto. Con fuerza seguía empujando su culo contra mi pelvis, prácticamente sujetando ella todo mi cuerpo estirado sobre su espalda. El olor de sus cabellos me hizo cerrar los ojos y respirar profundamente, al tiempo que intentaba levantarme un poco para poder envestir con ganas aquel lugar maravilloso que hacía que mi pene ardiese en medio de un mar de flujo. Podía notar sus labios aplastados contra la base de mi polla, podía notar los latidos de su corazón en mi propio miembro congestionado.
—No te muevas —habló de pronto mi prima, sofocada, al notar mis intentos por incorporarme—. Déjame hacerlo a mi.
No sabía a que se refería, pero una vez más hice lo que ella me ordenaba. Dejé de moverme y me quedé allí tendido, sobre mi prima, con mi pene incrustado en lo más profundo de su ser. Y entonces supe cuales eran sus intenciones. Las sensaciones se multiplicaron, el placer se disparó sin límite cuando mi prima empezó a apretar mi pene dentro de su coño, a soltarlo, de nuevo a apretarlo. Yo tenía todos mis músculos paralizados, tensos, quietos. Me limitaba a recibir aquellas caricias tan íntimas, aquellos toqueteos profundos.
Mi pene era sometido a unos apretones cada vez menos espaciados en el tiempo, y pronto noté que el orgasmo se acercaba. No hacía falta que la fuerza de mi prima en su interior no fuese demasiada. No era necesario. Aquellas leves caricias me conducirían seguro al orgasmo, y más pronto que tarde. Comencé a besar cerca de la nuca de mi prima, a unir mis labios a su piel ardiente mientras dejaba que ella me masturbase de aquella forma celestial. Ella al notarlo emitió un nuevo suspiro, mientras redoblaba sus esfuerzos por hacerme correr en su interior.
Noté que ya llegaba. Poco a poco el punto de no retorno me invadió y tras tanto tiempo deseándolo me deje llevar. Unos segundos eternos antes de comenzar a eyacular, un tiempo que no pertenece a este mundo en el que me liberé de cualquier razón. Y el primer chorro salió con fuerza, a presión, chocando contra el rincón más oculto de mi prima.
—Eso es...—escuché a lo lejos a mi prima, como si estuviese en otra dimensión—. Córrete dentro de mi,
De nuevo otro chorro, y otro mas. Yo mismo notaba como mi propio semen comenzaba a rodear la cabeza de mi miembro, a mezclarse con los flujos de mi prima en un caldo pringoso y cálido, adorable sólo durante los momentos que rodeaban al orgasmo. Ella seguía apretando, una y otra vez, exprimiendo mi pene hasta que el último chorro salió con desgana. Yo respiré profundamente, rendido, muerto a pesar de no haber echo nada. Mi prima continuó un par de segundos más acariciándome en su interior, hasta que finalmente también se dejó de mover relajándose por completo. Y todavía dentro de ella, me pregunté tan sólo una cosa: ¿Se enfadaría mucho si le tocaba una teta?
Bajé las escaleras de dos en dos, hasta escuchar voces desde la cocina. Mi madre y mi prima estaba tomando un café mientras comentaban un programa de la tele lleno de gritos y ruiditos curiosos.
—Hombre, la marmota acaba de despertar —rió mi madre—. ¿Quieres un café?
—No gracias —respondí todavía adormilado.
—¿Qué, en esa cama se duerme mejor, verdad? —dijo entonces mi prima como si nada hubiese pasado.
—Ni punto de comparación.
—Pues hoy por la noche duermes en esa.
—¿Pero seguro que no te importa, Ana? —preguntó mi madre. Yo no lo hice.
—Como me va a importar, tía. Si además mi primo es un sol que ni ronca ni nada —rió.
Mi prima se acabó su café, y pronto preparamos las cosas para darnos un chapuzón en el río antes de cenar. Como quiera que de nuevo mi madre rechazó la invitación de acompañarnos, en mi interior se mezclaron el nerviosismo y la impaciencia por estar de nuevo a solas con mi prima. Quizás no pasaba nada, o quizás sí, pero lo que era un hecho es que todo mi cuerpo estaba tenso e intranquilo.
Empezamos a andar hacia el río como siempre, estaba vez en medio del anaranjado sol de la tarde ya avanzada. El calor comenzaba a remitir, y durante un momento pensé que no sería capaz de meterme en aquella agua congelada sin un calor abrasador fuera. Mi prima parecía despreocupada como siempre, aunque no había dicho nada desde habíamos salido de casa. Hasta que de pronto se paró en seco en mitad del camino.
—¿Qué pasa?—pregunté.
—Prueba cuarta —empezó mi prima mientras se giraba y me miraba, de nuevo con media sonrisa, directamente a los ojos.
—¿Aquí? Pero si...
—Prueba cuarta: tienes que dejar aquí la camiseta y el bañador para recogerlo todo a la vuelta.
Mi cara adquirió el gesto de El Grito, de Munch. No podía ser que me pidiese aquello, definitivamente se la había ido la cabeza, quizás había sido una insolación, o quien sabe. Pero estaba claro que no carburaba bien.
—Ni de broma. Eso si que no. Que nos puede ver cualquiera y...
—Pero si aquí no hay nadie nunca. Y tampoco hay tanta distancia hasta el río.
—¡Como que no! —protesté—. ¿Y si viene alguien que hago? Sin ropa ni nada.
—Hombre, si viene alguien te dejo ponerte la toalla.
Lo de la toalla tenía su sentido, pero aun así era demasiado, ninguna marca de nacimiento merecía aquello, por muy íntimo que fuese el sitio en el que estaba.
—Que no, que no. Además si no viene nadie qué, ¿voy por ahí en bolas? Me verías todo.
—Eso es probable, si.
—Pues eso, que nada.
—Prueba no superada entonces, ¿no? No va a haber otra ocasión...
Sus ojos profundos se clavaban en mi atravesándome de parte a parte. Estaba claro que mi prima no tenía límites y en su lugar quería encontrar los mios propios. ¿Y yo los tenía? Por supuesto que si, y aquello estaba muy por encima. Aunque pensándolo bien... No tenía nada de qué avergonzarme. Ella misma había dicho que mi cuerpo estaba bien, y mi pene hasta donde yo sabía tampoco estaba mal. Si ella no se avergonzaba al mirar, ¿debía hacerlo yo al enseñar?
Cerré los ojos, y comencé a quitarme la camiseta.
—Eso es, primo —dijo mi prima en un susurro.
Le di la camiseta y ella la cogió para ocultarla detrás del tronco de un árbol. Aun con los ojos cerrados llevé entonces las manos al elástico del bañador, para bajarlo de nuevo hasta los tobillos (ya casi se estaba convirtiendo en una costumbre). Lo acabé de quitar por los pies y se lo di a mi prima que a mi lado esperaba con la mano tendida. Notaba la polla ya morcillona sobre los huevos, aunque estaba seguro que pronto todo aumentaría de volumen.
Ella lo guardó junto con la camiseta, y de nuevo me miró. Yo ya tenía mis propios ojos abiertos, y le devolvía desafiante la mirada. No iba a poder conmigo.
—Bien, vamos allá —dijo de pronto, al tiempo que comenzaba a andar. Yo hice lo propio un segundo después, de forma que tuve que dar unos pasitos acelerados para llegar a su altura, lo que provocó un ligero efecto rebote entre mis piernas.
El resto del camino hasta la presa lo hicimos en silencio. Mi prima no me miraba directamente como pensé que haría, y se limitaba a andar como siempre. Yo por mi parte ya estaba totalmente erecto, y de nuevo atento a cualquier ruido que significase la aparición sorpresiva de un pastor perdido o una beata camino de misa.
—Bueno, llegamos.
—Si —respondí yo mientras veía como mi prima dejaba las cosas en el suelo. Yo cogí mi toalla y la extendí en el suelo como siempre, esperando que ella hiciese lo propio.
De nuevo ella se quitó su camiseta larga para quedarse sólo con ese bañador blanco, aunque en este caso algo me llamó la atención. Y es que aun antes de tocar el agua, sus pezones ya apuntaban desafiantes hacia delante, rompiendo la natural curva de los senos.
—Bien, yo ya estoy —empezó entonces mi prima—. Y tú por lo que veo también, ¿eh? —sonrió mientras me miraba totalmente de frente.
—Si, aunque va a ser raro bañarse así sin nada.
—Que pasa, ¿no te gusta? Por lo que yo veo parece que al menos una parte de tu cuerpo está muy contenta con la situación.
—Bah, cállate —proteste de nuevo, y a pesar de todo, avergonzado—. Vamos para el agua que se hace tarde.
Aunque pensé que saldría vapor al meterme yo, un sujeto al borde de la ignición, dentro de un medio ultra-congelado como el agua de aquel río, lo cierto es que no sucedió nada de eso. Sin el bañador de por medio el agua parecía aun más fría, pero al mismo tiempo más agradable. El liquido me rodeaba por todos lados al moverme, al nadar y al zambullirme, provocando en mi una nueva y placentera sensación.
Para mi prima sin embargo el agua parecía no estar tan fría como antes. Se la veía mucho más activa que por la mañana, y no paraba de pegarse a mi una y otra vez. No parecía darle importancia al hecho de que yo estuviese en pelota picada, o quizás sí, pero no dudaba en arrimárseme a veces hasta límites insospechados.
Así, mi pene levemente menos erecto que al entrar en el agua, no paraba de chocar con su trasero, con su abdomen, con sus propios brazos. Ella tan sólo se reía, sin más, aprovechando cualquier mínimo despiste mio para colgárseme a la espalda y dejarme sentir de paso sus grandes pezones. Por desgracia, aquello seguía estando objetivamente helado, y los labios morados nos hicieron salir de nuevo al sol o lo que quedaba de él.
—¡Qué frío! —protestó ella agazapada en las piedras cubierta con la toalla.
—Pues yo ya estoy casi repuesto —contesté haciéndome el machote pero aun dentro de la toalla.
Durante unos segundos estuvimos ambos callados, hasta que volví a probar suerte.
—Oye.
—Dime.
—Ya no deben faltar muchas pruebas, ¿no? —pregunté esta vez yo también con una sonrisa.
—Algunas.
—Espero que valga la pena esa mancha —respondí entonces ya un poco ansioso.
—Ya verás como sí.
Un rato después el sol ya amenazaba con ocultarse definitivamente bajo el horizonte, por lo que decidimos volvernos para casa. Yo cogí mi toalla y se la entregue a mi prima, que me sonrió al recogerla mientras miraba mi pene de nuevo en todo su esplendor. Una vez todo guardado emprendimos de nuevo el camino de regreso, yo en bolas y ella no, pero tan felices.
Esta vez vinimos los dos hablando y riendo, de forma que poco a poco me fui olvidando de mi propia desnudez hasta que esta desapareció, junto con mi erección. Mi pene colgaba ahora tranquilo, deshinchado, mecido por el suave bamboleo de mi propios pasos.
—¡Eh, espera, tu ropa! —exclamó entonces mi prima, cuando ya nos habíamos pasado el árbol en donde deberían estar mis prendas—. Un poco más y llegas con el pito al aire hasta casa.
—Lo que me faltaba ya...
Rápidamente me vestí, aunque lo cierto es que con cierta desgana. Ya casi me había acostumbrado a estar sin nada, con una chica guapa a mi lado y el frescor de la noche a mi alrededor. Pero si no quería acabar con mi madre de un infarto, era mejor que me pusiese el bañador.
***
Aquella noche me vi implicado en la elaboración de la cena, algo que para gran sorpresa de los presentes no significó un final catastrófico de la misma. Mis patatas fritas fueron todo un éxito y tan sólo tuve una ligera quemadura en la mano por aceite hirviendo, mucho menos de lo habitual.
Tras la cena y los postres pusimos un rato la tele, pero a mi se me cerraban los ojos y en un par de ocasiones a punto estuve de acabar con la cabeza en la mesa. Quería irme para la cama ya, pero tenía la esperanza de que mi prima no dejase pasar aquella noche sin enseñarme su "gran" secreto, ese que ocultaba bajo capas y capas de nudismo casero. Así que seguí esperando, con los párpados apunto de claudicar, a que ella hiciese el primer movimiento.
—Creo que me voy a acostar ya —empezó mi madre—, que así aun puedo leer un rato antes de dormir. ¿Vosotros os quedáis?
—No, yo subo ahora también —continuó mi prima— En cuanto acabe la peli, que ya debe estar apunto.
—¿Y tú, Ra? Te quedas dando cabezadas ahí o pasas para cama ya.
—Supongo que subiré ya.
—Pues venga.
Tumbado sobre la cama, sólo con unos calzoncillos puestos, la intranquilidad me invadía. La luz de la luna y las estrellas se colaba por la ventana abierta que dejaba pasar una suave brisa, y que se mezclaba con la tenue luminosidad que despedía la pequeña lámpara de la mesita de noche. En mi mente las fantasías se desbordaban, de forma que el descanso se me hacía imposible. Estaba ansioso, necesitaba que algo pasase ya.
Ruidos en el cuarto de baño. Silencio. La puerta se abre.
La figura de mi prima se abrió paso entre la penumbra. Su biquini blanco había desaparecido, dejando su lugar a un conjunto de ropa interior del mismo color. No es que hubiese una gran diferencia, pero al menos sus pechos parecían ahora un par de tallas más grandes, mientras que sus bragas parecían disponer de un par de centímetros cuadrados de tela menos.
—¿Aun estás despierto? —preguntó mi prima sin disimular una sonrisa.
—Si, bueno...Estaba a punto de dormirme ya...
—¿Con la luz encendida?
—Si,esto... Iba a apagarla ahora justo.
—Mejor espera un momento entonces. Ven, acércate.
Me levanté como un rayo, con un tiempo de reacción que sin duda significaría «salida falsa» en los cien metros lisos. Notaba como mi pene empezaba a reaccionar con tan sólo la idea de acercarme a mi prima y lo que ello conllevaba. Finalmente iba a ver aquella marca misteriosa, o quizás no, pero en cualquier caso algo iba a suceder librándome del sinvivir de la espera.
—Quítate los calzoncillos y dame la mano —soltó de pronto mi prima cuando ya estaba cerca de ella-. Es la hora de la prueba quinta.
Yo ni siquiera me lo pensé dos veces, y de un sólo movimiento me libre de mis calzones dejando libre mi herramienta ya morcillona con aspiraciones de mejora. Los dejé a un lado y le di la mano a mi prima, que me la agarró con fuerza (la mano). No sabía que se proponía, pero ya me daba igual. Fuese lo que fuese, a su lado valdría la pena.
Comenzamos a andar por el pasillo a oscuras, ella delante guiándome mientras yo la seguía con mi pene ya totalmente erecto. Al llegar a las escaleras mi prima se giró y me indicó llevando un dedo a sus labios que no hiciese ruido, algo que sin embargo era del todo redundante. Sabía muy bien que mi madre estaba en el cuarto de abajo, posiblemente aun despierta, y no quería acabar la noche en el calabozo o, peor aun, en urgencias tras sorprenderme mi querida progenitora en semejante show exhibicionista.
—Entra, aquí ya no nos oirá —dijo mi prima mientras cerraba la puerta de la entrada principal tras de si, con yo desnudo y ella en bragas y sujetador fuera de la casa.
—Bueno, y entonces qué, ¿cual es la prueba? —pregunté mientras mi mano tocaba levemente mi polla tiesa como una estaca, algo que no pasó inadvertido para mi prima.
—Bien, prueba cinco: tienes que preguntarle a mi tía cómo le fue el día.
—Pero qué dices. Si mamá estará durmiendo ya.
—No, seguro que aun está leyendo. ¿No te fijaste en la luz que salía por debajo de su puerta ahora cuando bajamos?
La cabeza me daba vueltas, y mi pene debía estar sufriendo lo mismo porque él también se había recogido sobre si mismo para pensar un poco sobre aquello. Desde luego que no estaba dispuesto a plantarme delante de mi madre desnudo, ni por todo el oro del mundo. Antes prefería olvidarme para siempre de mi prima y de su marca, aunque la tuviese en el mismísimo... ahí.
—Lo siento pero no puedo hacerlo. No voy a aparecer desnudo delante de mi madre... —contesté cabizbajo, consciente de que allí acababa todo.
—¿Pero quien ha hablado de que te vaya a ver desnudo? —mi cara era de absoluta sorpresa—. Lo que tienes que hacer es ir por la parte de atrás, y asomarte a la ventana de su habitación. Ella sólo te verá la cabeza y los hombros, nada más. Yo sí que estaré a tu lado para verte todo —acabó de decir mientras me guiñaba un ojo y de nuevo sonreía, en lo que ya parecía toda una táctica premeditada.
Otra vez aquella encrucijada, otra vez aquella pelea entre mi pequeño ángel cada vez más minúsculo y mi demonio de cuernos y sobre todo rabo crecientes por momentos. Había tanto riesgo, tantas posibilidades de que todo aquello acabase en una consulta de un sicólogo con varias personas traumatizadas...
—Venga, anímate —comenzó a susurrar mi prima mientras se me acercaba poco a poco—. Te prometo que esta es ya la última.
Y acercándose a mi cara unió sus labios a los mios durante una décima de segundo casi incontable. Un suspiro en el que pude notar su humedad, su calor, el olor de su deseo. Y en cuanto miré hacia abajo y vi como mi amigo me devolvía la mirada, supe que lo haría. Superaría la última prueba.
—De acuerdo.
—Vamos.
Mi prima me llevó de nuevo de la mano rodeando toda la casa, en medio de los ruidos de la noche. Al girar en la última esquina vimos las contraventanas abiertas en la habitación de mi madre, junto con una suave luz anaranjada que salía de su interior. Sin duda estaba aun despierta. El corazón me latía como nunca lo había hecho, y su ruido ensordecedor parecía ocupar por completo mis oídos. Un continuo y profundo martilleo que me dejaba sin aire, sin fuerzas.
Nos acercamos justo al lado de la ventana, y mi prima se puso a mi espaldas. En ese momento pensé que no sería capaz, sentí como el miedo me atenazaba. Pero entonces mi prima puso su mano en mis nalgas, empujándome. Hasta que di un paso hacia delante.
—¡Qué tal, mamá! —exclamé, gallo incluido, en un tono de voz demasiado elevado que incluso me sorprendió a mi.
—¡Aaah! ¡Por Dios, Raúl! —gritó entonces mi madre. Estaba acostada en la cama, mas o menos en el centro de la estancia, y efectivamente tenía un libro entre sus manos-. ¿Pero se puede saber qué estás haciendo ahí?
—No, eh... Salí un poco a tomar el fresco por aquí y...
—Pero cómo que el fresco, ¡si hace nada que te dormías en la cocina!
—Si, bueno —reí con una mueca posiblemente dantesca—, pero me despejé. Y bueno, eh... —comenzaba a sudar— ¿qué tal el día?
—¿Eh? ¿Quieres preguntarme qué tal el día ahora?
—Si claro, ¿acaso no puede un hijo preguntarle a su madre como le fue el día? —de nuevo sonreí con todos los dientes.
—Raúl, dime la verdad, ¿bebiste algo de las botellas que tiene el tío en el sótano?.
—¿Eh? No, no, claro que no, es sólo curiosidad, nada más...
Aquello empezaba a estresarme, a superarme. En cualquier momento mi madre, que ya pensaba que estaba borracho como mínimo, se levantaría de la cama hacia la ventana y me vería todo, o me obligaría a salir por patas. No sabía cuanto debía prolongar aquello para que la «prueba» fuese considerada válida, pero ya se me estaba haciendo muy largo. Al menos hasta que noté una mano sobre mis muslos.
Impasible a pesar de la sorpresa, comencé a sentir como mi prima empezaba a acariciarme las piernas, los muslos, de arriba a abajo con parsimonia. Parecía haberse agachado a mi espalda, y desde allí se dedicaba quien sabe con qué objetivo a martirizarme con sus suaves dedos. El vello se me erizaba cada vez que me rozaba, cada vez que su piel tocaba la mía.
—A ti desde luego cuando te da hay que dejarte —empezó de nuevo mi madre en la habitación—. Pues a ver, voy a cumplirte el capricho ya que tienes tantas ganas —y entonces se aclaró la voz con un carraspeo, indicando que la parrafada iba para largo, y dejó el libro en la mesilla-.
Pronto empezó a contar todo lo que había hecho durante el día, con detalles incontables de sus conversaciones con los vecinos, con el panadero y hasta con el alcalde que había pasado por allí por la tarde. Yo me limitaba a oír sin escuchar, con mi mejor sonrisa, soltando un «Ajá» de vez en cuando. Prefería dedicar mi cerebro a seguir disfrutando de las caricias de mi prima, cada vez más atrevidas.
De pronto noté como mi improvisada masajista hacía fuerza con sus manos, juntas como si estuviese rezando, para introducirse entre mi piernas. Yo la dejé hacer sin moverme, pero cuando ella comenzó a empujar hacia los lados supe que quería que las abriese. Y así lo hice. Me agarré al alfeizar de la ventana mientras me dejaba caer levemente abriendo mis piernas todo lo que podía en aquella situación. Noté como la gravedad hacia su efecto en mi entrepierna, en donde quedó todo colgando como el badajo de una campana.
Y entonces, una mano, de mi prima, me agarró los dos huevos desde atrás.
—¡Ahahaa! —exclamé entonces, esta vez sí sorprendido ante el apretón en una parte tan comprometida.
—¿Pero qué te pasa? ¿Estás bobo? —protestó mi madre—. Que es una cosa seria.
—Eh, no, no —no sabía de que hablaba mi madre, estaba totalmente desconectado de su parrafada—. Es sólo que se me puso un bicho en la pierna.
—Pues vaya risotada. Bueno, el caso —de nuevo el mitin se puso en marcha— es que cuando sorprendieron al cura en la cuadra de la burra parece ser que le preguntaron que qué hacía allí, y él dijo que...
Mi prima seguía con mis dos testículos en su mano, que ahora movía lentamente en círculos. Notaba la polla totalmente erecta, ya casi babeante, y deseaba que las caricias se ocupasen también de ella en algún momento, pero la mano no se despegaba de las dos bolas. Los movimientos circulares dejaron paso a unos hacia delante y hacia atrás, de forma que cuando mi prima tiraba hacia si de mis redondos compañeros mi pene se inclinaba ligeramente hacia delante. En un momento dado pensé si sería posible correrse así, de aquella forma, simplemente masajeando los huevos. Y llegué a la conclusión de que si alguna vez era posible, sólo podía ser en aquel momento de pura incandescencia.
De pronto, me di cuenta que mi madre estaba callada.
—¿Qué, te aburres? —dijo cuando levanté la vista hacia ella.
—Eh, no, es interesante —contesté, aunque mi madre no pareció tragárselo porque me lanzó una de sus miradas fulminantes.
—Anda, pasa para la cama que estás tú muy raro.
—¡No! —protesté, de nuevo en un tono de voz exagerado— cuéntame más cosas —quería prolongar los toqueteos de mi prima el máximo tiempo.
—Que no, que ya te conté todo lo que hice hoy. Además al contrario que gente «despejada» como tú, otros queremos dormir.
Noté como la mano de mi prima me soltaba, justo antes de darme dos cachetes en el trasero. Supe que aquello acababa allí, así que no insití más con mi madre.
—De acuerdo, me voy para la cama entonces. ¿Cierro la ventana?
—No, déjala así. Buenas noches.
—Buenas noches.
Me giré esquivando la contraventana, y tras ella vi el cuerpo de mi prima bañado por la luz blanca de la luna. Sólo podía ver sus curvas, intuir sus formas, pero estaba seguro de que me sonreía. Y cuando su mano se encontró de nuevo con la mía, ambos echamos de nuevo a correr hacia la puerta de entrada.
Entramos en el cuarto jadeando. Yo me tiré en mi cama todavía desnudo, mientras que ella hizo lo propio en la suya aunque todavía en ropa interior. Mi pene semierecto caía hacia un lado sobre mi muslo, cansado como su dueño del esfuerzo realizado. Miré entonces a mi prima tendida sobre la cama, justo cuando ella giraba la cabeza para hacer lo propio. Nuestras miradas se cruzaron una vez más, y ambos reímos nerviosamente.
—¿Y bien? —pregunté, con una «n» nasal por completo.
—Bien, bien —respondió mi prima haciéndose la sueca.
—Entonces qué, prueba superada, ¿no?.
—Bueno, creo que...sí, vamos a dártela por buena.
—¿Y?
—Y eso. Venga, buenas noches —y acto seguido se giró dándome la espalda, o más bien su fabuloso trasero.
—¿Cómo que buenas noches? —protesté yo entonces, sabiendo que me estaba tomando el pelo.
Me levanté y me subí de rodillas a su cama, justo detrás de ella. Comencé a hacerle cosquillas por los pies, por la cintura, y pronto mi prima empezó a reírse y moverse como una anguila.
—¿Cómo que buenas noches? —seguía preguntándole mientras aprovechaba para rozar todo lo rozable.
—¡Para, para! —protestaba ella—. ¡Está bien, para!
Hice lo que me pedía, aunque no me bajé de la cama y seguí allí, de rodillas sobre el colchón, mirando como mi prima se giraba hasta mirarme de frente, tumbada de lado sobre la cama.
—Está bien, te lo has ganado, voy a enseñarte la marca. Pero que conste que lo hago porque quiero, y no porque me amenaces con esta serpiente colorada —y dicho esto estiro su brazo para darme un leve toque en el pene con su dedo, algo que hizo que todo mi cuerpo se electrificase—. Venga, túmbate boca arriba en tu cama.
Yo obedecí, y me tumbé como ella había dicho. Entonces mi prima se levantó y rebuscó algo en una de las maletas que tenía a los pies de la cama, algo que no vi hasta que ella se acercó a mi cabeza.
—Voy a cubrirte los ojos con este pañuelo -dijo entonces con un dulce tono de voz.
Yo de nuevo me dejé hacer, y pronto me quedé sin ver lo que pasaba a mi alrededor. Soló podía oír los roces, los movimientos de mi prima al moverse por la estancia. Mi pene estaba en un estado de erección descomunal, total, máximo. Escuché como mi prima se movía entre las dos camas, hasta que en un momento se subió a la mía.
No podía ver lo que sucedía, pero sin duda sus pies estaban a ambos lados de mi cabeza. Notaba la presión sobre el colchón exclusivamente en esa zona, por lo que o bien eran sus preciosas patas o sino es que mi prima estaba haciendo el pino sobre mi cabeza.
—Tranquilo —susurró mi prima.
De pronto noté una presión en el pecho, aumentando poco a poco.
—¿Te hago daño?
—No, estoy bien.
La presión cesó de aumentar. Sobre mi pecho podía notar de alguna forma el cuerpo de mi prima. Podía sentir su calor y, casi sin darme cuenta, también su aroma. Un olor particular que empezaba a aturdirme, a hacerme enrojecer de arriba a abajo. La brisa parecía haberse cortado de raíz y ya sólo sentía calor, sudor, una temperatura ardiente que había convertido aquella habitación en un auténtico horno.
De nuevo un movimiento sobre mi pecho. Y al fin, mis ojos de nuevo libres.
Tardé unos segundos en acostumbrarme, en volver a enfocar la vista. La luz tenue y anaranjada comenzó a entrar por mi retina, y lo hizo reflejando la visión más excitante de mi vida. A escasos centímetros de mi cara estaba el cuerpo de mi prima, sus piernas abiertas y puestas cada una a los lados de mi cabeza. Con su tronco levantado apoyado sobre sus brazos podía ver su cara al fondo, de mejillas ahora encendidas, y en sus labios de nuevo una sonrisa.
Mis ojos bajaron despacio, hasta que como platos se dieron de bruces con lo tantas veces soñado. Una vagina de sonrosados labios, hinchados, brillantes, abierta como la flor más bella y dejando entrever un profundo y húmedo agujero. Y un poco más abajo otro pequeño agujero, más pequeño, enfadado, pero igualmente atrayente. Ante semejante visión noté como el líquido lubricante goteaba desde mi pene hasta el estómago, totalmente excitado.
—Bueno, ahí la tienes —habló mi prima entonces, está vez con cierto temblor en la voz.
—¿Qué? —respondí yo, todavía obnubilado ante aquel panorama. Mi prima se rió de nuevo.
—La mancha de nacimiento —empezó entonces, y llevando una mano hasta su sexo movió un poco los labios vaginales hacia un lado—. Ahí está.
Efectivamente allí estaba. Era más pequeña que la mía, pero tenía la misma forma. En cualquier caso, ¿a quien le importaba aquella maldita mancha? Lo importante estaba a su lado, en su eróticas cercanías. Aquellos dos agujeros abiertos, perfectos. Durante varios segundos ambos seguimos en la misma posición, en silencio. Yo no me atrevía a mover un sólo músculo, y ella parecía también con pocas ganas de hacerlo. Su aroma penetrante ya parecía haberlo inundado todo, y de mi mente racional ya no quedaba nada.
Y entonces me dejé llevar, sin pensar. Saqué mi lengua suplicante con lentitud, milímetro a milímetro, hasta impactar con suavidad justo en el centro de su ano cerrado. Mi prima se movió ligeramente, casi como si un calambre la hubiese sacudido, pero no se apartó del camino de la sin hueso (la otra sin hueso). Animado por su cooperación empecé a mover la lengua en círculos, a ensalivar cada vez más aquella zona prohibida, a empujar con la punta de mi lengua.
Miré la cara de mi prima, ahora completamente colorada, con los ojos cerrados y expresión sofocada. Sin duda parecía estar disfrutando de las caricias, y aquello me envalentonó para seguir por aquel camino. Intenté incorporarme un poco, pero al notar mis movimientos mi prima se quitó de encima de mi de un salto y sin darme apenas tiempo a reaccionar comenzó a ponerse de nuevo las bragas que tenía colocadas sobre la cama. Yo ya no sabía que pensar, hasta que de nuevo se me acercó y agachó levemente su cabeza sobre la mía para darme un nuevo beso en los labios, esta vez más largo y mucho más húmedo.
—Un trato es un trato —comenzó—. Te prometí enseñarte la marca y ya la has visto. Hasta mañana.
Y dicho esto volvió a su cama y se acostó de nuevo dándome la espalda. No me podía creer que hiciese aquello, que lo parase justo entonces dejándome allí a punto de arder literalmente de pura excitación. Mi pene a punto de explotar, junto con todo mi ser. Y sin embargo ella parecía no estar bromeando ahora. Aquella prueba parecía de verdad insalvable.
FIN
—¿Que qué?! ¿Me está vacilando este gilipollas? Cómo que «fin», cómo que ¡FIN!
—Creo que es cuando se acaba y...
—¿En serio? ¿Tú crees? ¡La madre que lo parió! Pero si ya estaba a punto de correrme como un burro, ¡cómo puede dejarlo así!
—Pues a mi me ha gustado...
—Qué te va a gustar a ti... Será cabrón... Si ya la tenía a huevo, ¡si ya estaba pidiendo rabo la muy zorra! Y va y lo deja así... ¡Y yo ahora con un empalme del quince!
—Bueno, si quieres... yo podría ayudarte con eso...
—¡Caguen diez! Dejamos claro que aquello estaba olvidado de por vida, finito, que los dos estábamos borrachos y que no...
—Yo no lo estaba...
—¡La madre que te parió a ti también, John, me da lo mismo! ¡Tu agárrate ese pingajo que tienes ahí y yo agarro el mio, y que corra el aire!
—No se porqué te pones así, nadie lo sabría...
—John, como no me quites la mano del muslo en tres segundos te juro que te empiezo a dar escobazos hasta que me canse
—Eres un seco
—¿Seco? Como me deje llevar vas a saber tu lo que es estar seco... Anda, mira esa mierda otra vez a ver si queda algo por ahí, que no puede ser que acabase así, sin follarse a esa calientapollas ni nada...
—Pues..no veo nada...
—La madre que lo parió...
—Bueno, espera...
—¿Qué?¿Hay algo?
—Si, aquí en el fondo hay un tal «Final alternativo: prueba extra» ¿Lo pongo?
—Cojones, John, me estás acabando con los putos nervios. ¡Ponlo de una jodida vez!!
—Bueno, bueno. Tampoco es para ponerse así... Ala, ya está.
—Pues a ver si esta vez hay jodimiento en abundancia, que como me vuelva a quedar a medias te juro que voy a buscar a ese puto gilipollas a su puta casa y le corto los putos hue
Final especial: prueba extra.
por Noara, en 2009.
«Intenté incorporarme un poco, pero al notar mis movimientos mi prima se quitó de encima de mi de un salto y sin darme apenas tiempo a reaccionar comenzó a ponerse de nuevo las bragas que tenía colocadas sobre la cama. Yo ya no sabía que pensar, hasta que de nuevo se me acercó y agachó levemente su cabeza sobre la mía para darme un nuevo beso en los labios, esta vez más largo y mucho más húmedo.»
—¿Quieres seguir jugando conmigo, primo?
—Eh, sí, claro que sí —contesté mientras me incorporaba un poco sobre la cama y notaba como mi pene cabeceaba entre mis piernas.
—Ven, ponte de pie.
Yo hice de nuevo lo que me ordenaba, plantando los pies en el suelo y acompañándolos con el resto del cuerpo para quedar en frente de mi prima, muy cerca. Ella volvió a mirarme a los ojos, colorada, nerviosa, y con un dedo dibujó un círculo en el aire para indicarme que me diese la vuelta. A pesar de ser de madera, notaba el suelo frío en comparación con mi calor, casi helado.
Me giré dándole todo el trasero, y nada mas hacerlo note como sus manos me acariciaban los brazos desde los hombros, bajando lentamente hasta las muñecas. Entonces mi prima comenzó a tirar hacía atrás de mis dos extremidades, hasta hacerme juntar las manos tras mi espalda. Y en ese momento fue cuando el pañuelo que antes me había tapado los ojos pasó a convertirse en una improvisada cuerda con la que atarme.
—Ya estás —dijo entonces mi prima, al tiempo que se tumbaba boca abajo sobre su cama—. Te voy a proponer una nueva prueba, una prueba extra. Pero esta vez no te diré cual es el premio por cumplirla.
—Cualquier premio que tú me des será un placer —contesté yo con voz grave.
—Bueno...—sonrió tímidamente—. Está bien. Prueba extra: tienes quince minutos para quitarme las braguitas.
—¿Y el «pero»? —pregunté, a sabiendas de que me volvía a tomar el pelo. Ella rió de nuevo.
—Bien, el «pero» es que para hacerlo no podrás usar las piernas, ni los brazos, ni la boca.
De nuevo se me escapo hacia arriba una ceja, delatando mi sorpresa ante aquella nueva situación. Sin usar las piernas, sin usar los brazos, sin usar la boca...Sí, yo también caí enseguida en con que parte del cuerpo, ahora convertida a mis ojos en «palanca quita-bragas», iba a intentar cumplir con lo propuesto, pero aun así dudé si lo conseguiría.
Mi vista se fue directa al trasero de mi prima, totalmente expuesto sobre la cama, redondo. Las pequeñas bragas parecían bien cuidadas, nada que ver con alguna de mi ropa interior de gomas dadas de si que hubiese sido mucho más fácil de quitar con aquellos requisitos. Su prenda sin embargo estaba en buenas condiciones, pegada a su cuerpo. La misión, desde luego, no tenía nada de sencillo.
Empecé a andar hacia donde estaba mi prima, y con cuidado de no caerme (teniendo las manos atadas a la espalda no era fácil mantener el equilibrio) me subí a su cama. De pie a su lado podía ver desde arriba todo su cuerpo moreno expuesto, su espalda, sus glúteos, sus piernas bien torneadas. Pero no sabía por donde empezar. Como si de un problema de ingeniería se tratase, mi mente racional intentaba sobreponerse a la animal que se había hecho con el control de mi cerebro para hallar la solución, la zona más débil por la que atacar aquel cofre de los tesoros lúbricos.
Poco a poco me fui agachando, hasta arrodillarme delante de mi prima a la altura de su cintura. Estando más cerca pude ver como el sudor también empapaba su piel, como ella también desprendía un calor pegajoso similar al de una lámpara de aceite. Intenté entonces colocar mi pene, ya a punto de dimitir ante tantos minutos de excitación, justo en el comienzo de sus nalgas de forma que después pudiese ir bajando aquellas infernales bragas. Pero al intentar hacerlo comprobé que con los brazos atados a la espalda la dificultad era insuperable.
No tenía mis manos para apoyarme al otro lado del cuerpo de mi prima de forma que después pudiese mover mis propias caderas poco a poco hacía sus pies. Turbado, y en un momento nervioso al pensar que el tiempo corría en mi contra, decidí intentar otra cosa. Volví a ponerme de pie, poniendo cada uno de ellos a uno y otro lado del cuerpo de mi prima, mirando hacia su trasero. De nuevo volvía a agacharme, y supongo que pareciendo un avestruz a punto de poner un huevo, acabé de rodillas sobre el cuerpo de mi prima.
Me dejé caer con suavidad, hasta notar como mis huevos se asentaban en su espalda.
—¿Te hago daño?
—Ninguno. Sigue.
Poco a poco comencé a inclinarme hacia delante. Sabía que un momento determinado mi cabeza haría contrapeso y acabaría cayendo de bruces contra las piernas de mi prima, por lo que le pedí que las abriese un poco. Ella no dijo nada y tan sólo respondió separando un poco sus hermosos muslos. Y como había predicho mi cara acabó efectivamente pegada a las sabanas, justo entre sus pies. En esa posición no podía ver nada, tan sólo sentir como mi pene se comprimía entre nuestros dos cuerpos, quedando la cabeza de mi amigo justo al principio de su bragas. Era el momento de rozar.
Comencé a moverme lentamente hacia delante. Todo mi paquete se apretaba y rozaba contra el húmedo cuerpo de mi prima, que parecía a su vez estremecerse ante cada uno de mis movimientos. Mis huevos acariciaban su piel, mi pene masajeaba su espalda dejando tras de sí un reguero de liquido transparente y pegajoso. Intenté introducir mi polla bajo el elástico de su ropa interior, de forma que después pudiese tirar de ella hacia abajo, pero no había forma. Una y otra vez mi pene resbalaba sobre sus bragas, haciendo que mi placer aumentase en la misma proporción que el objetivo de mi prueba se alejaba.
Y es que llegado a un determinado momento, un nuevo problema surgió entre mis piernas. Aquel maldito roce contra su piel, contra la suavidad de sus nalgas cubiertas con aquella delicada prenda, comenzaba a ser inaguantable. Empecé a notar como las posibilidades de correrme allí mismo aumentaba con cada movimiento, con cada nueva embestida. No haría falta llegar a los quince minutos de tope: si no conseguía quitarle las bragas a la voz de ya, los chorros de semen darían la prueba por finalizada antes de que mi prima lo hiciese.
En un último intento apreté todo lo que pude mi cuerpo contra el de mi prima, mi pene contra el inicio de sus nalgas. Podía sentir el elástico de sus bragas en la punta de mi herramienta, como una valla electrificada imposible de superar. Pero de pronto, y tras un dolor infernal justo en la pequeña boca de mi amigo, las bragas de mi prima comenzaron a resbalar por encima de mi endurecido miembro.
Al fin aquello avanzaba, al fin veía la luz dorada del éxito. Una vez abierta aquella brecha, mi pene entro con furia bajo su ropa, pasando entre sus dos nalgas carnosas y firmes como un par de melocotones. La caricia fue demasiado para mi, y debí parar absolutamente cualquier movimiento, hasta el de respirar, para no eyacular en ese instante. Una vez más calmado de nuevo empujé mi pelvis hacia delante. Las bragas de mi prima ya apenas daban más de si, y apretaban mi paquete contra su paquete de una forma atroz que amenazaba con estallar en mil pedazos en cualquier instante.
Pronto mi polla hizo tope con la parte inferior de su prenda íntima, casi al mismo tiempo que el elástico se incrustaba en la base del erótico apéndice. Ahora el placer no era tanto, pero poco a poco, y con todo mi cuerpo agitándose como una serpiente contorsionista, la prenda maldita comenzó a moverse. Un milímetro, otro más. Mi prima empujó entonces un poco su trasero hacia arriba, lo que hizo aun más fácil la maniobra hasta el punto de que tras unos minutos de dura lucha, las bragas destaparon por completo su precioso culo.
Había sido como un parto, pero por fortuna la cabeza del bebé ya estaba fuera. Tras liberar las nalgas la prenda dejó de estar tensa como la piel de un tambor y fue mucho más fácil empujarla poco a poco con mi pene por las piernas de mi prima. Y desde allí, con una última dificultad para quitar sus enrevesados pies, al cielo. Tenía el miembro duro, dolorido, excitado como nunca, enorme.
—Creo que ya está —contesté mientras me ponía de nuevo de pie sobre la cama, y me giraba para contemplar desde atrás el cuerpo desnudo de mi prima.
—Prueba...superada —respondió ella, girando su cabeza y mirándome por encima del hombro.
—Y... entonces...
—¿Entonces? —como disfrutaba torturándome.
—El... ¿premio?
—Ahí delante lo tienes —dijo entonces mientras levantaba aun más su trasero y habría sus piernas por completo—. Sírvete tú mismo.
Las gotas de sudor caían sobre mi frente lentamente pero sin descanso. Tenía la boca seca, mi cuerpo despedía tanto calor que me mareaba. Y ante mí aquella visión, aquel cuerpo expuesto, aquellos agujeros abiertos. Me arrodille tras ella sin demora, y comencé a avanzar poquito a poco, con las manos todavía atadas a la espalda, hasta que mi pene totalmente mirando al techo chocó con la caliente entrepierna de mi prima.
El tronco de mi polla se acomodó en su perineo expuesto y elevado sobre sus contundentes muslos, y en esa posición empecé a mover mi herramienta lentamente arriba y abajo, notando como el líquido que empapaba el agujero de mi prima poco a poco hacia lo mismo con mi pene. Era delicioso, pegajoso. Aquel olor particular y embriagador de nuevo lo inundaba todo, como el viento cálido del sur que entra al abrir una ventana.
Poco a poco me fui inclinando hacia delante, de forma que la punta caprichosa de mi pene avanzaba sin contemplaciones bajo el cuerpo de mi prima, en busca del delicioso recoveco que lo esperaba con las puertas abiertas. Seguí empujando, centímetro a centímetro, hasta que de pronto perdí el equilibrio y caí encima del cuerpo de mi prima sin poder frenar con mis brazos inmovilizados. Un empujón de sopetón justo en el momento, en el instante preciso en el que mi polla pasaba por el sitio indicado. Y la penetración fue completa.
Mi prima resopló cuando se sintió totalmente invadida, llena de pronto. Con fuerza seguía empujando su culo contra mi pelvis, prácticamente sujetando ella todo mi cuerpo estirado sobre su espalda. El olor de sus cabellos me hizo cerrar los ojos y respirar profundamente, al tiempo que intentaba levantarme un poco para poder envestir con ganas aquel lugar maravilloso que hacía que mi pene ardiese en medio de un mar de flujo. Podía notar sus labios aplastados contra la base de mi polla, podía notar los latidos de su corazón en mi propio miembro congestionado.
—No te muevas —habló de pronto mi prima, sofocada, al notar mis intentos por incorporarme—. Déjame hacerlo a mi.
No sabía a que se refería, pero una vez más hice lo que ella me ordenaba. Dejé de moverme y me quedé allí tendido, sobre mi prima, con mi pene incrustado en lo más profundo de su ser. Y entonces supe cuales eran sus intenciones. Las sensaciones se multiplicaron, el placer se disparó sin límite cuando mi prima empezó a apretar mi pene dentro de su coño, a soltarlo, de nuevo a apretarlo. Yo tenía todos mis músculos paralizados, tensos, quietos. Me limitaba a recibir aquellas caricias tan íntimas, aquellos toqueteos profundos.
Mi pene era sometido a unos apretones cada vez menos espaciados en el tiempo, y pronto noté que el orgasmo se acercaba. No hacía falta que la fuerza de mi prima en su interior no fuese demasiada. No era necesario. Aquellas leves caricias me conducirían seguro al orgasmo, y más pronto que tarde. Comencé a besar cerca de la nuca de mi prima, a unir mis labios a su piel ardiente mientras dejaba que ella me masturbase de aquella forma celestial. Ella al notarlo emitió un nuevo suspiro, mientras redoblaba sus esfuerzos por hacerme correr en su interior.
Noté que ya llegaba. Poco a poco el punto de no retorno me invadió y tras tanto tiempo deseándolo me deje llevar. Unos segundos eternos antes de comenzar a eyacular, un tiempo que no pertenece a este mundo en el que me liberé de cualquier razón. Y el primer chorro salió con fuerza, a presión, chocando contra el rincón más oculto de mi prima.
—Eso es...—escuché a lo lejos a mi prima, como si estuviese en otra dimensión—. Córrete dentro de mi,
De nuevo otro chorro, y otro mas. Yo mismo notaba como mi propio semen comenzaba a rodear la cabeza de mi miembro, a mezclarse con los flujos de mi prima en un caldo pringoso y cálido, adorable sólo durante los momentos que rodeaban al orgasmo. Ella seguía apretando, una y otra vez, exprimiendo mi pene hasta que el último chorro salió con desgana. Yo respiré profundamente, rendido, muerto a pesar de no haber echo nada. Mi prima continuó un par de segundos más acariciándome en su interior, hasta que finalmente también se dejó de mover relajándose por completo. Y todavía dentro de ella, me pregunté tan sólo una cosa: ¿Se enfadaría mucho si le tocaba una teta?