Una familia enferma IV

sonyspeed

Virgen
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Jugar al gato y el ratón es siempre aventurado y no se puede estar nunca seguro de que el gato no acabará atrapando al ratón, que es lo más predecible. Tal era el juego que Sebastián habÃ*a emprendido y tan consciente era de ello que los problemas de conciencia pasaron a muy segundo plano. Toda preocupación deja de serlo cuando surge otra mayor; y la reacción de Carmela, si llegara a descubrir lo que en casa sucedÃ*a mientras ella se adiestraba en el arte de la peluquerÃ*a, podÃ*a ser tan catastrófica que, a su lado, las cuestiones morales eran simple bagatela.
Por suerte para él, gozaba de buena salud y podÃ*a contentar a su esposa; pero era inútil negar que los polvos con Carol tenÃ*an mucho mejor sabor, pues, sin que ello quiera significar que fuera un despojo humano, la verdad es que Carmela, comparada con su hija, dejaba bastante que desear. Buena mujer sÃ* que era; pero, en la cama, a la hora de la jodienda, no es la bondad lo que prima ni virtud que se valore ni mucho ni poco.
Pese a todo, jamás se le habÃ*a pasado por la cabeza a Sebastián serle infiel a su mujer, más que nada por esa unÃ*voca ley de la reciprocidad que el sabio vulgo ha sintetizado en sentencias tales como: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti», y otras parecidas siempre presentes en cualquier refranero que se precie. Pero el caso de Carol era muy especial porque, entre otras razones, la misma Carol era ya de por sÃ* muy especial. Y, ciertamente, Sebastián, además de haber sido pillado por sorpresa, no estaba preparado para sustraerse a casos tan especiales, pues tampoco nunca se le habÃ*a ocurrido pensar que pudiera suceder lo que estaba sucediendo.
En definitiva, Sebastián se veÃ*a cogido por todas partes. Hombre metódico por antonomasia, como corresponde a todo buen funcionario, asistÃ*a ahora impotente al derrumbe de su orden establecido. Claro que soluciones habÃ*a, pero ninguna deseable. La más lógica pasaba por volver a la situación anterior, pero tras lo ya probado y lo que aún quedaba por probar, renunciar a sus tardes con Carol lo rechazaba de antemano. Bastante trabajera habÃ*a tenido con sus prejuicios para ahora, una vez superados, tirar por la borda lo logrado. Y renunciar a su Carmela después de llevar con ella más de media vida juntos le resultaba impensable.
Cuando no se sabe qué hacer, puede que lo mejor sea no hacer nada. AsÃ* pareció al menos entenderlo Sebastián y a tal conclusión llegó después de meditarlo sesudamente durante el largo fin de semana en que Carol hubo de mantenerse a distancia. Lo malo es que Sebastián no estaba acostumbrado al fingimiento y su vida empezaba a convertirse en una continua farsa, no ya solo en presencia de su esposa, sino también en su lugar de trabajo, donde se las veÃ*a y deseaba a fin de aparentar que era el mismo de siempre. Y, también por supuesto, ante su propia hija, a la que no querÃ*a transmitir sus temores y preocupaciones.
Tal vez más de uno se estará preguntando qué es lo que Carol pensaba de todo esto, ¿no es asÃ*? Pues, a decir verdad, no se preguntaba nada en particular y, por el contrario, vivÃ*a más feliz que todas las cosas. Sin ser una chica casquivana y despreocupada, para ella la nueva situación creada estaba resultando tan fantástica que, salvo el llevadero escozor que sentÃ*a entre las piernas, consecuencia de la desacostumbrada matraca a que estaba siendo sometida, por lo demás no veÃ*a sino motivos de felicidad. IntuÃ*a que su padre se hallaba un poco descentrado, pero como no lo dejaba traslucir y todo parecÃ*a indicar que él lo estaba disfrutando tanto como ella, pues miel sobre hojuelas. La probabilidad de que Carmela pudiera algún dÃ*a sorprenderles en plena acción, ni se lo planteaba. Confiaba en sus ágiles piernas para huir a toda prisa cuando el caso lo requiera, y lo daba por prácticamente imposible.
Como ser humano que era, habrá que suponerse que no todo eran virtudes en Carol y que algún defecto tendrÃ*a; sin embargo, en el tema que nos ocupa, no se le advertÃ*a ninguno apreciable. PoseÃ*a un carácter tan adaptable, que se amoldaba a cualquier situación con pasmosa facilidad. Ni sus normas de conducta, ni las relaciones con su madre, habÃ*an experimentado el más insignificante cambio. Carmela, pues, si es que algo raro notaba en su marido, no llegaba a asociarlo ni remotamente con su hija, que seguÃ*a siendo el primor de siempre. El propio Sebastián, comparándolo con su interior comezón, era el primero en sorprenderse; y al tiempo le servÃ*a de invalorable bálsamo por lo mucho que facilitaba la costosa tarea de mantener oculta una realidad que podrÃ*a labrar su desgracia.
Lo cierto es que no existÃ*a ningún misterio en todo ello: Carol era asÃ* sencillamente y no precisaba simular nada, con lo que su proceder no podÃ*a resultar más convincente a los ojos de cualquiera. Tomaba lo bueno cuando lo tenÃ*a a su alcance, y con la misma naturalidad lo dejaba pasar cuando las circunstancias no eran las adecuadas. El pirulÃ* de papá era su gran objetivo, pero no su obsesión.
AsÃ* que, si Sebastián pasó el fin de semana añorando el coñito de su hija, ésta se tomó la obligada tregua con toda la tranquilidad del mundo, pensando más positivamente en que el lunes no tardarÃ*a mucho en llegar y, con él, nuevas experiencias que sumar a las ya vividas.
Y el lunes, evidentemente, llegó y Carmela marchó a su correspondiente clase de peluquerÃ*a, dejando de nuevo el campo despejado a los furtivos amantes, que de inmediato salieron de sus respectivas madrigueras y corrieron el uno al encuentro del otro, desnuda ya ella y cubierto él con sólo un albornoz que ni siquiera se habÃ*a molestado en cerrar y que mostraba ya un cipote más que alterado a costa de la simple imaginación de su portador.
—¡Santo Dios! —exclamó él, abrazando a su hija como si llevaran una eternidad sin verse—. ¡Qué largo se me ha hecho el dichoso fin de semana!
—¿Crees que a mÃ* se me ha hecho corto?
Y habiendo aprendido ambos que cualquier pérdida de tiempo era irrecuperable, y en cierto modo hasta peligrosa, marcharon sin pausa al dormitorio conyugal y pasaron directamente al grano sin más dilación.
El grano, en este caso, fue el que Carol tomó con su boca nada más tumbarse ambos en la cama. Durante los dos dÃ*as de descanso, en un ejercicio de autodidacta, Carol habÃ*a ideado nuevas diabluras que ahora empezó a poner en práctica para atisbar sus resultados y darles o no la aprobación definitiva. Sabedora ya de las especiales connotaciones que concurrÃ*an en ese repliegue llamado frenillo, fue a él a quien dedicó sus primeros requiebros, poniendo tanto empeño en ello que Sebastián, entre resoplidos y juramentos, no tardó en solicitar clemencia para evitar que la cosa terminara casi antes de empezar. Correrse más de una vez en una misma sesión era algo que el hombre, aun deseándolo, querÃ*a esquivar a toda costa, receloso de que luego no pudiera dispensar a Carmela el trato debido y acostumbrado.
Exultante tras aquel éxito inicial, Carol pasó a desarrollar otra de sus ocurrencias y asiendo firmemente con una mano el soberano vergajo de forma que sirviera a manera de tope, convirtió su boca en una especie de ordeñadora mecánica, centrando todo su poder de succión en el glande, que progresivamente pasó de rojo a violáceo, para terminar adquiriendo un color medio negruzco.
—¿Qué nuevos experimentos son estos? —quiso saber Sebastián.
—Como tú no me dices nada —se explico Carol—, quiero probar por mi cuenta a ver qué es lo que más te gusta.
—Si no te he dicho nada es porque estoy muy conforme con lo recibido hasta ahora y no deseo otra cosa. Como sigas asÃ* me vas a dejar el cacharro irreconocible y marcado de por vida.
Sebastián consideró que ya habÃ*a servido bastante de cobaya y que era llegado el momento de montar la oportuna contraofensiva. Liberándose del estorbo que representaba el felpudo albornoz, se revolvió como un zagal de quince años y colocó a su hija en la debida pose para tener a su alcance la añorada almejita; y, puesto que la cosa iba de experimentos, mientras lamÃ*a, sorbÃ*a y mordisqueaba en la forma tradicional tan deliciosa golosina, decidió abordar dactilarmente los dos orificios de Carol.
Aunque estaba abierta y dispuesta a cuanto pudiera presentarse, la muchacha no pudo evitar un respingo al notar cómo era atacado su ano e instintivamente contrajo el esfÃ*nter para impedir aquella invasión.
—Por ahÃ* no es, papá —dijo, pensando que se trataba de un error.
—Por supuesto que sÃ* es por ahÃ*.
—No creo que me guste.
—Eso mismo dijo tu madre la primera vez y a la segunda cambió de opinión.
—Si tú lo dices...
—Ya verás si tengo razón o no.
Carol se relajó y permitió sin resistencia que el dedo prosiguiera su incursión; pero, viéndose asaltada por tan diversos frentes, no le fue posible determinar los efectos del novedoso método. Acuciado su clÃ*toris por los lengüetazos de Sebastián y acribillada su vagina por al menos dos dedos, lo que ocurrÃ*a por su agujero más extremo le pasaba inadvertido por más que tratara de concentrarse en lo que con él sucedÃ*a. Al menos estaba segura de que no se trataba de nada desagradable, pues no disminuÃ*a en absoluto las placenteras sensaciones que percibÃ*a de las otras partes. Y, al poco rato, ya estaba de nuevo tan sumida en ese estado de total postración, a la espera del orgasmo que se veÃ*a venir, que no le era posible diferenciar entre lo real y lo ilusorio.
Como entre sueños, a Carol le pareció que el dedo que obturaba su culo dejó de entrar y salir para pasar a realizar un movimiento circular, como si pretendiera ensanchar el angosto conducto. Aquello no era nada excitante, pero de sobras tenÃ*a con lo que ya recibÃ*a por otros lados y acabó reventando como esas presas que, ante una gran avalancha de agua, son incapaces de contener la presión a que se ven sometidas.
Después de dos dÃ*as de ayuna filial y consiguiente empacho conyugal, el bueno de Sebastián estaba rabioso por meter su rabo en aquella otra caldera, puesta ahora en ebullición. Y, como la cosa seguÃ*a de primicias, hizo colocar a Carol a cuatro patas y él se situó tras ella, dispuesto a engatillarla por la popa sin mayores miramientos.
—¿Qué vas a hacer, papá? —preguntó una Carol más que recelosa—. ¿Me vas a dar por el culo?
—Aún no lo tienes preparado. ¿Acaso quieres que lo haga?
—No; pero como no te has puesto el condón...
—Gracias, cariño, por recordármelo.
Reparado el desliz y asegurado el aislamiento, Sebastián reemprendió la labor momentáneamente interrumpida. Desde aquella nueva perspectiva, la concha de Carol lucÃ*a hasta casi más sugerente. Esto, al menos, es lo que opinó Sebastián al contemplar aquellos rebosantes labios sobresaliendo entre los cuartos traseros como parte de una sabrosa hamburguesa empotrada, a falta tan solo de ser aderezada con una buena longaniza como la que él se disponÃ*a a dispensarle.
Cuando Carol empezó a advertir cómo el grueso tronco se iba abriendo paso, tuvo la impresión de que iba a ser desvirgada por segunda vez y cerró los ojos y apretó los dientes como preparándose para revivir la misma punzada de la primera. La inédita postura que su padre habÃ*a forzado le pareció, cuando menos, sorprendente y un tanto animalesca, pero prefirió guardarse su opinión hasta ver cómo acababa la cosa. Y entendiendo que nada le quedaba que hacer ante tales circunstancias, se dejó llevar sin poder evitar la impresión de que en tales momentos no era más que un objeto que estaba siendo utilizado.
Se tranquilizó al comprobar que el falo paterno se introdujo en ella sin causar el menor daño y su forma de pensar fue cambiando cuando le empezaron a sobrevenir las primeras gratas sensaciones. Aquel insistente bombeo, en ritmo a la vez sostenido y creciente, acabó sacándola de sus casillas.
Primero fue como un cosquilleo, que luego pasó a sofoco y acabó degenerando en incontrolada calentura. Cuando quiso darse cuenta, Carol se sorprendió a sÃ* misma jadeando como un can, como correspondÃ*a a la postura adoptada, presa de una debilidad que aumentaba por segundos a medida que más arreciaban los enviones que por detrás le llegaban, acompañados de vez en vez por alguna que otra palmadita en cualquiera de sus nalgas. Lo que poco antes le pareciera increÃ*ble, ahora le resultaba evidente: aquella variante también la hacÃ*a gozar de lo lindo y la estaba impregnando de nuevas impresiones.
No menos gozaba Sebastián observando cómo su garrota aparecÃ*a y desaparecÃ*a de su vista, azuzando sin cesar el por momentos más encharcado agujero, y cómo sus pelotas rebotaban a cada nueva avanzada contra la rolliza carne de la entrepierna acosada. También Carol percibÃ*a aquellos choques y hasta el seco chasquido que producÃ*an le resultaba enervante. Ya el mero hecho de imaginar a su padre tan entregado, pues verlo no le era posible, suponÃ*a para ella una dosis suplementaria de placer.
Y es que, en verdad, Sebastián era todo un ciclón desatado inmune a la fatiga y al desaliento. Sudaba ya por todos los poros de su cuerpo, pero seguÃ*a incansable el endiablado ritmo que se habÃ*a impuesto sin dar cabida al abatimiento. Si vislumbraba algún sÃ*ntoma de fatiga, volvÃ*a a recrearse la vista con las ampulosas ancas de la jaca que montaba y eso bastaba para infundirle nuevas energÃ*as.
Carol ya veÃ*a hasta lucecitas de color y sentÃ*a cada vez más lejano aquel continuo martilleo sobre el fondo de su vagina. HacÃ*a rato que las fuerzas la abandonaron y sus brazos se habÃ*an negado a seguir cumpliendo la función de hipotéticas patas delanteras en aquella postura perruna inicialmente adoptada. Ahora su cabeza se hundÃ*a en la almohada y se removÃ*a a cada embestida como si estuviera desprendida del resto de su cuerpo. Tan perdida estaba que ya no sabÃ*a si deliraba o realmente le estaba pasando todo aquello. CreÃ*a, porque segura no estaba de nada, que ya debÃ*a de haberse corrido al menos un par de veces; era difÃ*cil aventurarlo porque, en todo caso, cada orgasmo sólo suponÃ*a un Ã*nfimo punto de inflexión en aquel general sopor que la invadÃ*a. En algunos momentos hubiera querido enarbolar la bandera de la rendición o suplicar una tregua, pero nuevos ramalazos de placer la hacÃ*an desistir.
Sebastián, convertido en coloso, se mostraba cada vez más enardecido y proseguÃ*a afanoso el asedio sin darse ni dar respiro. Tampoco él sabÃ*a de dónde sacaba tanta energÃ*a y tanto aguante, pero lo cierto es que allÃ* estaba aún entero y sin visos de terminar a corto plazo. Era como si su polla se hubiese acostumbrado a aquel movimiento y pudiera mantenerlo indefinidamente.
Hasta que llegó un momento en que Carol terminó rebelándose y, deshaciéndose de las manos que asÃ*an férreamente su cintura, se revolvió sobre sÃ* misma, tomó la indomable verga de su padre, la despojó de su envoltura de goma y empezó a propiciarle un nuevo y casi desesperado masaje bucal, incidiendo muy especialmente en el frenillo, hasta lograr doblegarla y hacer que vertiera hasta la última gota del contenido que tan tenazmente retenÃ*a.
Fue un alivio para ambos, pero sobre todo para Carol, que ya volvÃ*a a notar el olvidado escocimiento.
—Eres insuperable, papá —le elogió, mientras seguÃ*a jugueteando con el recio tronco que aún se resistÃ*a a menguar.
—Nunca me habÃ*a pasado nada igual. Supongo que todo el secreto radica en que eres la criatura más maravillosa del mundo.
—Tú sÃ* que eres el padre más maravilloso del mundo.
—Con hijitas como tú, eso no tiene el menor mérito.
Apurando los últimos minutos de que aún disponÃ*an antes que Carmela hiciera su aparición, Carol aventuró una última pregunta:
—¿Mañana me lo harás por el otro sitio?
—¿Crees estar preparada?
—No lo sé; pero, después de lo de hoy, siento curiosidad y me gustarÃ*a probar a ver qué tal.
—Está bien. Dispondré lo necesario y mañana probaremos —y cuando ya Carol se disponÃ*a a retirarse, Sebastián añadió—: Te prevengo que al principio resulta también doloroso.
—Da igual. ¿Qué importa un poco de dolor si va seguido de tanto placer?
—Pues no se hable más. Mañana toca enculada.
Con amplia sonrisa en la boca y considerable quemazón entre las piernas, Carol se retiró a su cuarto, se vistió y abrió un libro cualquiera por cualquier página y se puso a pensar en cómo serÃ*a lo que le aguardaba al dÃ*a siguiente.
 

456qwe

Pajillero
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epale62

Virgen
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Venga cuentanos de ese ataque por la retra guardi. jajaja
 
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