Una familia enferma CAPÍTULO III

sonyspeed

Virgen
Registrado
May 17, 2008
Mensajes
20
Likes Recibidos
2
Puntos
1
Es curioso comprobar cómo los mismos hechos o situaciones pueden influir de formas tan distintas en las personas que en ellos intervienen. Me refiero a aquellos casos en que se supone que los actores han tenido una participación similar, pues es obvio que, en una infracción de tráfico por ejemplo, las perspectivas del infractor y del agente que denuncia la trasgresión son muy diferentes.
Después de desvirgar a su hija, y casi desde el mismo momento en que ésta le dejó a solas en su alcoba, Sebastián empezó a sentirse francamente mal. Pese a tratarse de un hecho que ya esperaba se produjese, una vez consumado volvió a sentir esa agitación que siempre queda después de realizar una acción que uno estima vituperable y que nada tiene que ver con el arrepentimiento. Porque si de algo se arrepentÃ*a Sebastián era, precisamente, de no arrepentirse. Habiendo sido hombre de fe, después pasó a serlo de orden y justicia; pero, al igual que pasara con la fe, acabó dejando de creer también en el orden y la justicia y se limitó a ser "hombre de principios", ateo de convicción y agnóstico de conveniencia, forjándose su propia filosofÃ*a de la vida. CreÃ*a haber encontrado el debido equilibrio y alcanzado un grado de felicidad más que aceptable, dentro de lo que cabe esperar en el fugaz paso por este mundo; y ahora, de antuvión, el equilibrio empezaba a desmoronarse y la felicidad cambiaba de manos. En otro tiempo habrÃ*a dicho que habÃ*a sucumbido a una tentación diabólica o a la debilidad de la carne; pero estos manidos argumentos ya no le merecÃ*an mayor credibilidad y, un tanto determinista en sus ideas, sólo en la fatalidad veÃ*a la justificación de lo acontecido y de cuanto pudiera acontecer en lo sucesivo.
Las divagaciones de Carol discurrÃ*an por derroteros bien dispares. Mas dada al pragmatismo por natural talante, para ella lo esencial de la vida era disfrutar y, por mucho que la medicina y otras ciencias se empeñaran en afirmar lo contrario, su opinión era que lo que se recibe con gusto nunca puede hacer daño. HuÃ*a por sistema de tópicos y etiquetas y, si no era conforme a su particular parecer, le traÃ*a al cabo de la calle lo que los demás dijeran, por muy doctos que fuesen y por muy bien fundados que estuviesen sus argumentos. Una de sus frases favoritas, para zanjar cualquier discusión, era la de: «Me parece muy bien lo que tú dices, pero a mi no me convence»; y dejaba al discutidor de turno con la palabra en la boca.
Para Carol, su único faro y guÃ*a habÃ*a sido siempre su padre, a quien consideraba poco menos que el ser más perfecto de la naturaleza. Convencida que de él nunca podrÃ*a aprender nada malo, sus consejos los recibÃ*a casi como órdenes; y si él apuntaba que algo era blanco, que nadie viniera a decirle que era negro.
Si era una chica aplicada en los estudios y se esforzaba para obtener las calificaciones más altas, no lo hacÃ*a sino porque sabÃ*a que ello era motivo de orgullo y satisfacción para su padre; y una palabra de aliento o felicitación provinente de él, valÃ*a para ella más que todas las matrÃ*culas de honor.
Con tal mentalidad y disposición, hasta casi resultaba lógico que, viendo en su padre al mejor de los maestros en todas las artes y ciencias, también le eligiera a él para que fuese su instructor particular en cuestión tan espinosa como era la educación sexual y todo lo de ella derivado, no ya sólo en su aspecto teórico sino también en el práctico. Lo realmente extraño serÃ*a que hubiese tardado tanto en decidirse; pero, entre otras muchas cosas, Carol habÃ*a heredado de su progenitor el don de la prudencia; y, conociendo las ideas de éste al respecto, consideró preferible ir paso a paso y tal vez aún estarÃ*a en ascuas de no haberse producido aquel fortuito encuentro en el cuarto de baño y el consiguiente desvelamiento.
Desde que empezó a sentir el prurito del sexo, allá por los catorce años, Carol llegó a la conclusión de que la tan traÃ*da y llevada virginidad no era más que un estorbo del que habÃ*a que liberarse cuanto antes. A los quince tuvo sus primeros escarceos con chicos de su edad y fue entonces cuando descubrió que, por encima de todos ellos, siempre planeaba la figura paterna, ejerciendo sobre ella un influjo al que no podÃ*a sustraerse y ante el que los demás perdÃ*an todo interés y aliciente. Fue ello lo que la llevó a decidir que no serÃ*a sino su padre quien pusiera fin a su pureza y fue desde entonces que comenzaron a asaltarle aquellas calenturas nocturnas, que aplacaba como buenamente podÃ*a a base de dedos.
Ahora que lo peor habÃ*a pasado, su único pesar consistÃ*a en no haber estado más participativa durante el acto de su desfloración. Su padre la habÃ*a hecho gozar como nunca creyera que pudiera gozarse y, egoÃ*stamente, ella se habÃ*a limitado a disfrutar de su propio placer sin preocuparse de más. Si bien era cierto que, desde el preciso instante en que su padre comenzó a agasajar su entrepierna, dejó de ser ella misma y perdió la noción de todo, ello no la excusaba de tan parca respuesta, pues bien antes o bien después, ocasión tuvo de mostrarse más cariñosa. Aunque no existÃ*a ninguna razón para pensar que su padre pudiera estar decepcionado con ella, se prometió que enmendarÃ*a el yerro al dÃ*a siguiente, y asÃ* tranquilizado su espÃ*ritu y disipado todo sentimiento de culpabilidad, se dejó envolver por los dulces brazos de Morfeo.
No le fue tan fácil a Sebastián conciliar el sueño aquella noche. Por vez primera en muchos años hubo de recurrir al socorrido pretexto de la jaqueca, generalmente atribuido a las mujeres, para no cumplir con su esposa. Después de la lucha entablada con su hija, no le quedaban ni fuerzas ni ganas para afrontar un nuevo combate. Fue una de las noches más negras de su vida y ya comenzaba a despuntar el alba cuando consiguió quedarse dormido, apenas una hora antes de que ese gallo mecánico llamado despertador emitiera su irritante canto de chicharra.
Pese a que el nuevo dÃ*a fue esplendente, Sebastián no veÃ*a sino densos nubarrones por todas partes y, para encubrir la verdadera causa de su pesadumbre, alargó la supuesta migraña hasta el mismo momento en que Carmela marchó a su correspondiente clase de peluquerÃ*a. Y esta vez no fue a refugiarse a su alcoba como hiciera la vÃ*spera, sino que reclamó la presencia de su hija al instante.
Aunque estaba hecho un mar de dudas y todas sus deliberaciones sólo habÃ*an servido para aumentar su incertidumbre, el hombre estaba casi dispuesto a cortar por lo sano las incestuosas relaciones y asÃ* pensaba exponérselo a Carol; pero cuando, contra todo pronóstico, la joven acudió a su presencia sin más vestimenta que una sucinta braguita, todas las palabras que tenÃ*a preparadas quedaron atrapadas en su boca sin llegar a traspasar jamás la frontera de sus labios.
La cosa, en verdad, no era para menos. Carol al desnudo eclipsaba a cuantas divinidades han quedado esculpidas a lo largo de los siglos por los cinceles más diestros y superaba a todos los cánones de belleza establecidos o por establecer. La imaginación no da para idear tanta hermosura y tal perfección de formas como las que Carol acrisolaba en su persona y ni los más exaltados epÃ*tetos bastarÃ*an para describirlas. Que cada lector componga su prototipo de mujer ideal, en la seguridad de que se quedará corto, y asÃ* todos saldremos airosos del trance.
AsÃ*, pues, a nadie debe extrañar que una súbita mudez se adueñara del honorable padre y que, recuperado el habla, su discurso cambiara por completo. Para entonces ya Carol se habÃ*a sentado en su regazo y le habÃ*a propinado un abrazo y un beso que le dejaron anonadado.
—¿Te desapareció el dolor de cabeza? —le interrogó con una sonrisa que desvelaba su complicidad en la treta.
Muy a su pesar, Sebastián sonrió también.
—Tú eres mi dolor de cabeza —se atrevió a bromear, mientras la envolvÃ*a con sus brazos y la atraÃ*a hacia sÃ*—. Siempre lo fuiste, pero ahora más que nunca.
—¿Y cómo podrÃ*amos solucionar eso?
—¡Ojalá y yo lo supiera! Mientras más vueltas le doy al asunto, más enredado lo veo todo.
—¿Estás molesto conmigo por mi comportamiento de ayer?
—¿A qué viene esa pregunta? ¿Por qué habrÃ*a de estar molesto?
—Anoche, antes de dormirme, me pasé todo el rato pensando en lo ocurrido y creo que no estuve a la altura de las circunstancias.
—TonterÃ*as tuyas. Si alguien pecó de torpe, ese fui yo sin duda. Era tu primera vez y debÃ* actuar con mayor tacto.
—¿Quieres tomarme el pelo? Para mÃ* fue algo inolvidable, de principio a fin.
—También lo fue para mÃ*, cariño, también para mÃ*.
Sebastián habÃ*a empezado a acariciar con su mano los desnudos muslos de su hija y, por unos instantes, aquel gesto volvió a retrotraerle a su condición de padre. ¡Cuántas veces y cuántas horas la habÃ*a tenido asÃ*, en su regazo, haciéndole aquellas mismas caricias, sólo alentadas por ese acendrado amor que brota directamente del corazón sin embotar los sentidos! Tal vez fueron aquellos recuerdos los que le llevaron a intentar besar la tersa mejilla que ahora reposaba sobre su hombro; pero la mejilla se giró y, en su lugar, encontró unos húmedos y tibios labios que se adosaron a los suyos besándolos con inusitado fervor, al tiempo que unos brazos se enroscaban a su cuello, y empujaban su cabeza para que aquel contacto fuera más intenso y profundo.
Desafiando a su propia torpeza y deseando asimilar cuanto antes las lecciones que aún le quedaban por aprender, Carol introdujo su lengua en la boca paterna y luego, no sabiendo ya qué hacer, dejó que fuera él el encargado de guiarla y el beso, apenas llama vacilante en principio, fue cobrando fuerza hasta convertirse en hoguera.
De nuevo todos los recuerdos del pasado se batieron en retirada y la mano de Sebastián se abrió paso entre los muslos que antes acariciara con ternura y aferró aquellos otros labios tan tiernos que la diminuta braguita no podÃ*a disimular. Y Carol empezó a notar entre sus nalgas una presión cada vez mayor que, inevitablemente, la incitó a soñar.
—Vámonos a la cama, papá.
Más que la petición verbal, fue la súplica que vio en los ojos de su hija la que desarboló ya por completo a Sebastián. Si siempre la mirada de Carol habÃ*a destacado por su expresividad, ahora era un libro abierto que parecÃ*a comunicar derechamente con esas regiones difusas del alma donde nacen los sentimientos. La tomó en brazos, como en los viejos tiempos, y asÃ* la transportó hasta el dormitorio, depositándola sobre la cama con el mismo mimo que a un bebé.
Carol se echó a un lado para dejar hueco a su padre.
—¿No te desnudas? —inquirió al ver que él hacÃ*a intención de tumbarse vestido.
Sebastián rectificó sobre la marcha y satisfizo la solicitud de su hija, mientras ella se deshacÃ*a también de su única prenda.
Padre e hija centraron su atención en similares objetivos: él en aquella abultada vulva, esplendente cual flor de doble pétalo, y ella en el formidable falo que proseguÃ*a en pleno proceso de expansión, próximo ya a su cenit.
Tan pronto estuvo a su alcance, las manos de Carol acudieron al erecto pináculo, como esas mariposillas que acuden atraÃ*das por un foco de luz, y mientras una hacÃ*a presa en él, envolviéndolo y recorriéndolo en toda su longitud, la otra se aventuraba en aquella especie de burjaca, de tacto a la vez suave y rugoso, y palpaba el buen par de huevos a los que servÃ*a de alojamiento, jugueteando entre divertida y cachonda con su curiosa movilidad. Sabiendo de la extrema sensibilidad que caracterizaba a aquellos escurridizos bultos, procuraba ser comedida en sus impulsos y acariciarlos con bastante menos vigor del que hubiera deseado. Y mientras, al compás de su otra mano, la agradecida verga de Sebastián terminaba de alcanzar su expresión más extrema, no pudiendo contener su curiosidad, Carol se retorció adoptando una postura propia de contorsionista hasta alcanzar con su boca aquellas dos factorÃ*as de vida, lamiendo y engullendo una y repitiendo a continuación la misma operación con la otra.
Sebastián, que a ser posible no gustaba de permanecer como mero espectador en situaciones como la presente, obligó a su hija a rectificar su forzada posición y, sujetándola al fin por ambos muslos, levantándolos en volandas, hizo girar todo su cuerpo hasta que éstos quedaron colocados cada uno a un lado de la cabeza de él y el sonrosado y lampiño chochito casi rozándole la nariz.
Viendo la que se avecinaba, y temerosa de quedarse otra vez tan patidifusa y alelada como la vÃ*spera, antes de que la lengua de Sebastián comenzara a hacer de las suyas, Carol tomó la delantera; y, olvidándose de los testÃ*culos, se embuchó una buena porción de polla, sometiéndola a un concienzudo masaje bucal, al tiempo que con la mano hacÃ*a lo propio con el sobrante.
En tales circunstancias, acosado de tal forma en su parte más débil, a Sebastián no le fue posible alcanzar el alto grado de concentración que consiguiera en la ocasión anterior. Su comida de coño no llegó a ser tan completa y efectiva, sin que por ello Carol dejara de experimentar de nuevo las más plácidas sensaciones, que actuaron esta vez como un revulsivo que la llevaba a intensificar la sublimidad de su mamada, elevando progresivamente el nivel de verga ingerida.
Como es bien sabido, una mente distraÃ*da adormece los sentidos y sólo asÃ* se puede explicar que padre e hija alargaran tanto rato aquella reciprocidad de caricias sin que ninguno de ellos sucumbiera, a pesar de la calidad del producto que los dos recibÃ*an. Y, puesto que la bondad no está reñida con el amor propio y las cosas empezaban a pintar bastos, Sebastián hizo acopio de experiencia y centró toda su actividad en el timón de aquella barcaza que tenÃ*a entre sus labios, chupando, lamiendo, mordisqueando y recurriendo a todo tipo de mañas hasta conseguir que la embarcación perdiera por completo el control y naufragara.
Tal fue la tormenta que se desencadenó en todo el cuerpo de Carol, que hubo un momento en que pareció incluso perder el conocimiento. Todos sus músculos se vinieron abajo y sus huesos parecieron reducirse a mantequilla. Cuesta trabajo creerlo, pero es evidente que un exceso de placer puede tornarse en tormento y es posible que sea el fenómeno inverso la verdadera razón del masoquismo. La pobre Carol, que no esperaba reacción semejante, quedó reducida durante algunos minutos a la condición de guiñapo sin siquiera darse cuenta cabal de qué era lo que habÃ*a sucedido realmente. Se sintió alzada en vilo, volteada, y cuando recuperó parte de su discernimiento, ya no vio ante sÃ* el preciado pirulÃ* sino el rostro risueño de un Sebastián satisfecho y pleno de felicidad.
—CreÃ*as que ibas a poder conmigo, ¿eh, ladronzuela?
Y Carol, que no se habÃ*a planteado la cuestión como un acto comparativo de fuerzas o resistencias, no supo qué contestar; aunque, pasado el temporal anonadamiento y sintiendo cómo el miembro paterno, más soberbio que nunca, bullÃ*a en las inmediaciones de su sexo, sÃ* tuvo claro al momento que lo que procedÃ*a era dar cuanto antes refugio al desamparado. Y ya se disponÃ*a a provocar el acoplamiento cuando Sebastián la disuadió chasqueando varias veces la lengua.
—¿No olvidas ninguna cosa? —inquirió él en tono de adivinanza.
—¿El condón? —reparó Carol al instante.
—Efectivamente, señorita: el condón. Es necesario eludir todos los riesgos... y también me parece que va a ser necesario que compremos una nueva caja a espaldas de tu madre, pues de lo contrario no va a ser posible justificar el gasto.
Como en esta ocasión Sebastián estaba debajo de Carol y ésta era la que gozaba de mayor movilidad, ella fue la que se encargó de proveerse de la obligada defensa y, ya de paso, aprovechó la coyuntura para seguir enriqueciendo su experiencia, procediendo a su colocación en el cada vez más fatuo mástil.
Hay cosas que el entendimiento capta por sÃ* mismo automáticamente sin necesidad de explicaciones previas. Y Carol captó enseguida que su posición de hoy era más relevante y ventajosa que la de ayer; que, estando ella encima, dispondrÃ*a de toda la iniciativa que le faltó la vez anterior. No sabÃ*a cuál de los dos sistemas serÃ*a mejor, por lo que todo consistÃ*a en probar. El que su padre admitiera dócilmente aquel cambio de roles le pareció buen augurio, y sin más tardanza elevó el trasero, enfiló el encapuchado en la entrada de su vagina y lo fue absorbiendo poco a poco hasta hacerlo desaparecer sin mayor dificultad en su engañoso conducto, que debÃ*a de ser mucho mayor de lo aparente o haberse agigantado para dar cabida a tanto alimento.
No tuvo la mayor relevancia el hecho de que fuera la primera vez que Carol se disponÃ*a a realizar aquella práctica. Todo resultaba tan elemental, que no precisó asesoramiento alguno. Todo el misterio del follar se reduce a un meter y sacar o, lo que es lo mismo, según el punto de vista desde el que se contemple, en admitir y repeler. Lo importante es que ambos sexos se froten Ã*ntimamente e igual da que sea uno u otro el que esté en movimiento, aunque nada impida que también pueda ser compartido. Olvidémonos del tantra y demás técnicas foráneas, que al menos en España sigue imperando lo tradicional y eso de follar en absoluta quietud choca frontalmente con el carácter latino, que gusta más de la acción.
Carol, principianta al fin y al cabo, se mostró algo torpona; pero allÃ* estaba el experto para suplir las deficiencias. Primero colocó una mano en cada nalga de la alumna y guió sus subidas y bajadas; después sujetó firmemente sus caderas y le mostró que también un suave deslizamiento hacia atrás y hacia delante podÃ*a también provocar el mismo efecto, con la ventaja añadida de que su clÃ*toris recibÃ*a una mayor influencia, que se traducÃ*a en un traspaso más equilibrado de placeres.
Dado que Sebastián parecÃ*a gozar igual de todas formas, Carol terminó abundando más en la horizontalidad que en la verticalidad y tanto abusó de la primera que su segundo orgasmo de la tarde no se hizo esperar. Siendo ideal la posición, el padre, que ya hemos dicho no gustaba de la ociosidad, visto que la niña no necesitaba de ayudas y ya sabÃ*a menearse por su cuenta a las mil maravillas, ocupó sus manos en aquellas tetas que hasta entonces habÃ*a tenido un tanto olvidadas, trato de disfavor que no merecÃ*an en absoluto y que su propietaria supo agradecer haciendo más rápidos y amplios sus recorridos, creando un clima ante el que no cabÃ*an esperanzas de sobrevivir.
Los dos cuerpos empezaron a vibrar al unÃ*sono, como el incómodo viento que precede a las borrascas. El vaivén de Carol, que ya intuÃ*a el nuevo turbión, perdió toda su armonÃ*a y se fue haciendo descompasado; y Sebastián, dándose por vencido igualmente, apretó con fuerza entre sus brazos a su hija, y asumió para sÃ* el control de los últimos coletazos, atacando inmisericorde con su ariete la popa de una Carol del todo desarbolada y superada por los acontecimientos. HabÃ*a alcanzado por tercera vez la gloria, una gloria bastante más agitada que la tarde anterior, pero tanto o más gratificante por la mayor pasión puesta en juego. Las bruscas sacudidas de su padre, cuando al fin se derramó dentro de ella, terminaron de certificar su éxito.
Ambos quedaron por igual temblorosos y sudorosos, abrazados el uno al otro como náufragos perdidos en las turbulencias de un enfurecido océano que poco a poco fue recobrando la calma.
No hubo tiempo para recrearse. Carol tuvo que poner pies en polvorosa, porque el inconfundible ruido de un llavÃ*n introduciéndose en una cerradura le indicó que su madre estaba a punto de entrar en casa. En su apresuramiento se olvidó de las bragas y hubo de volver a toda prisa sobre sus pasos para recogerlas.
Más crudo lo tuvo Sebastián, que habÃ*a de desembarazarse del condón y vestirse de nuevo para borrar toda evidencia. Pero en las situaciones más comprometidas, una idea luminosa puede salvar el conflicto. El cercano cuarto de baño fue la solución y una buena ducha la excusa perfecta.
—¡Hola, querido, ya estoy en casa! —sonó la atiplada voz de Carmela, pregonando su saludo de costumbre.
—¡Ya termino, mi cielo! ¡Me estoy duchando!
—¿Y la nenita?
—En su cuarto, estudiando.
—Como debe ser.
Y, efectivamente, cuando Carmela irrumpió en el cuarto de Carol, ésta ya se habÃ*a colocado el primer vestido que encontró a mano y se afanaba en encontrar solución a un problema matemático que parecÃ*a insoluble.
 

456qwe

Pajillero
Registrado
Jul 23, 2007
Mensajes
131
Likes Recibidos
0
Puntos
38
 
Exelente. Buenisimo. Continuaremos indudablemente con los demas relatos. Muchas Gracias. :34::34::34: :thumbsup: :thumbsup: :thumbsup: :icon_cool: :icon_cool: :icon_cool:
 

pericoloco

Pajillero
Registrado
Jun 19, 2007
Mensajes
690
Likes Recibidos
4
Puntos
38
 
Esta un poco aburrido casi no hay acion en el relato
 

epale62

Virgen
Registrado
Abr 2, 2014
Mensajes
1,033
Likes Recibidos
3
Puntos
0
Muy bueno. Mucha descripción del conflicto interno. Pero a la final El triumfo de la practica sobre la teoria. jajaja
 

angelitodemonio

Estrella Porno
Registrado
Nov 3, 2013
Mensajes
543
Likes Recibidos
463
Puntos
63
 
rico como los dos anteriores, muy descriptivo y la narrativa muy elocuente. felicidades
 
Arriba Pie