Un viaje obligado

roman74

Pajillero
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Hace unos años falleció una tÃ*a que vivÃ*a en una Ciudad no muy lejana de la que resido. Habiendo sido vÃ*ctima de un accidente de tránsito y, siendo su único familiar fui llamado por la policÃ*a para hacerme cargo de la situación.

Si bien vivÃ*amos distanciados, tenÃ*amos una relación sumamente estrecha, ya que nos veÃ*amos con cierta asiduidad, ya sea porque ella viajaba o porque viajaba yo y hablábamos por teléfono frecuentemente. AsÃ* y todo conocÃ* muy pocas amistades de la gran cantidad que tenÃ*a, pues su vida social, pese a sus más de ochenta abriles, era bastante intensa.

Al llegar, el encargado del edificio me informa que la llave del departamento la tenÃ*a una amiga de mi tÃ*a, que habÃ*a sido testigo del accidente y recogió sus pertenencias que quedaron desparramadas por la calle.

Inmediatamente me dirigÃ* hasta el domicilio de Silvia, asÃ* se llama la amiga de mi tÃ*a. En una situación dolorosa como la que me tocaba vivir, no estaba con mucho ánimo como para prestar atención a otra cosa que no sea el motivo de mi viaje, habida cuenta que habÃ*a tenido que dejar mi trabajo y deseaba volver inmediatamente de atendidas mis obligaciones. Esperaba encontrarme con una mujer similar a mi tÃ*a, cercana a los 80, pero para mi sorpresa era muy atractiva, que no llegaba a tener 70 años, confirmado posteriormente por ella, en oportunidad de conversar acerca de lo ocurrido pues ella habÃ*a presenciado todo.

Me dio las llaves, me ocupé de la situación, ordené los papeles, y dos dÃ*as después estaba volviendo a mi trabajo, abandonado por estas circunstancias. Le avisé a JoaquÃ*n, el encargado del edificio, que en unos dÃ*as volverÃ*a para ocuparme de los asuntos legales producto de la tragedia, dejándole mis teléfonos por si necesitaba ubicarme con urgencia.

HabÃ*an pasado unos diez dÃ*as, era miércoles, estaba escuchando música y leyendo, cerca de las once de la noche y suena el teléfono. Era Silvia. Se disculpó por haber solicitado mi teléfono a JoaquÃ*n y me preguntó cuándo iba a viajar para allá pues necesitaba hablar conmigo. Le dije que estaba en mis planes irme al dÃ*a siguiente, por la noche, para estar allÃ* el viernes temprano y contar con un dÃ*a hábil para hacer trámites y pasar el fin de semana. Quedé en que la llamarÃ*a al llegar. Debo admitir que me sorprendÃ* un poco por su llamado y por algo más que no sabÃ*a descifrar qué era.

Efectivamente, como lo habÃ*a previsto, el viernes por la mañana llegué, dejé mis cosas en el departamento, me duché y salÃ* con intención de realizar varios trámites pertinentes al accidente de mi tÃ*a y otros personales. Sinceramente, ni me acordé de llamar a Silvia.

HabÃ*a terminado de hacer lo que necesitaba, era cerca de las seis de la tarde, tomé un taxi y fui al departamento, haciendo algunas compras en el camino, pensando en preparar algo para cenar. Saludé a JoaquÃ*n que estaba en el palier, simulando atender sus obligaciones y tratando de enterarse todo lo posible sobre los pocos vecinos, ya que el edificio sólo cuenta con ocho pisos y un departamento en cada uno. Conversamos mientras nos fumamos un cigarrillo, me ayudó a subir con las bolsas del súper y nos despedimos hasta el dÃ*a siguiente, pues no pensaba salir.

Me di un baño lento y largo, para aflojar tensiones y relajarme un poco de un dÃ*a que habÃ*a sido muy caluroso y por demás complicado en lo que a trámites y diligencias se refiere. Me tapé con una toalla y fui a la cocina para organizar mi cena. Tomé una de las la botellas de vino que habÃ*a comprado y que abrÃ* antes de entrar al baño, por lo cual en ese momento ya estaba en condiciones de ser saboreada. Me senté en el ****** a disfrutar de mi vinito y me acordé de que no la habÃ*a llamado a Silvia. Tomé el teléfono y marqué. Me atendió ella al segundo ring. Me excusé por no haberla llamado antes poniendo como pretexto la cantidad de trámites que tenÃ*a que hacer. Le comenté sucintamente lo que habÃ*a hecho durante el dÃ*a, hablamos de las complicaciones, del calor y de que finalmente habÃ*a concluido todo con éxito. En todo momento noté ese "algo" que me habÃ*a llamado la atención cuando me llamó para decirme que necesitaba hablar conmigo.

Cuando le dije que me disponÃ*a a cenar frugalmente, una ensalada preparada por mi acompañándola con mi vinito tinto, sin dilaciones se ofreció para venir y prepararla ella misma. No hace falta que bajes. Tu tÃ*a me dio una llave de la puerta de entrada para evitar bajar a abrirme, me dijo. Balbuceé una respuesta y escuché cuando ella colgaba el teléfono después de decirme " voy para allá". Inmediatamente sonó. AtendÃ* y era JoaquÃ*n que me invitaba a picar algo en su casa y ver el partido de River que yo habÃ*a olvidado por completo. DesistÃ* amablemente, conversamos algo sobre el partido y nos despedimos. Llamé a un amigo para encontrarnos a tomar un café al dÃ*a siguiente, por la mañana. Conversamos unos minutos y debÃ* colgar porque sonaba el timbre de la puerta.

Me levanté con toda naturalidad y en el mismo instante en que abrÃ*a la puerta y vi la figura de Silvia, me di cuenta que estaba descalzo y semidesnudo con sólo la toalla que me envolvÃ*a. Silvia comenzó a reÃ*rse al ver mi cara mezcla de asombro y vergüenza. Rápidamente me disculpé, la invité a entrar, sentarse y corrÃ* a vestirme más adecuadamente. Me puse un bermuda y una remera pero seguÃ* descalzo tal es mi costumbre pues me da una sensación de descarga de tensiones el contacto con el piso. Ella estaba vestida muy casual, con una blusa holgada sin mangas una pollera muy suelta y sandalias.

Nos sentamos en el ******, conversamos muchas cosas. Tomamos la primer botella de vino, me contó todo acerca del accidente, se ofreció a salir de testigo y allÃ* supe que era soltera, que en una oportunidad estuvo a punto de casarse y se vio frustrada, de manera que nunca más lo intentó y su vida se limitó a relaciones esporádicas y sin intenciones de formalizar. Y que la última databa de unos cinco años. Debo mencionar que estar con ella me agradaba, por sus temas de conversación, su manera de expresarse, su forma de pensar y además, seguÃ*a sintiendo "eso" que todavÃ*a no podÃ*a descifrar.

Estábamos terminando la segunda botella de vino y se ofreció para traer la tercera, cuando al levantarse dio un paso, volvió hacia atrás y se cayó sobre el sofá. Quedé anonadado. Inmediatamente me levanté con mucho temor porque en primera instancia me pareció un infarto. La ayudé a recostarse y para mi tranquilidad observé que estaba conciente y que sólo era producto de unas copitas demás. Le traje agua fresca, la abaniqué y le sugerÃ* que se aflojara la ropa, a lo que asintió inmediatamente aflojándose la pollera y, para mi asombro, se sacó la blusa, el corpiño y se puso la blusa nuevamente sin abotonarla.

AllÃ* descubrÃ* "eso" que me intrigaba: Silvia me atraÃ*a porque me estaba seduciendo. Y ahora que estaba medio borracha era mucho más notorio. Desde que me conoció que estaba intentándolo. Y después de haber visto sus pechos, al sacarse el corpiño, no tenÃ*a intenciones de resistirme.

Sin pensarlo dos veces, mientras ella se reÃ*a por cualquier cosa, producto de su borrachera, me acerqué al sofá, le abrÃ* la camisa y sin decir nada comencé a acariciarle los pechos. Por un momento creÃ* que me iba a ligar un sopapo, porque abrió los ojos desmesuradamente; pero de inmediato los cerró como para disfrutar las caricias, con lo cual advertÃ* que esto recién comenzaba.

Me asombré por la firmeza que tenÃ*an. Por supuesto no eran ni cerca los de una bebota, pero si muy llamativo para su edad, que para ese entonces sabÃ*a que eran 64. Pasé la yema de mis dedos por sus pezones, lentamente apretándolos y luego los tomaba alternativamente entre mis dedos y se los apretaba a lo que ella respondÃ*a suspirando en una muestra palpable del placer que le producÃ*an mis caricias. Comencé a acariciarlos con la lengua y al mismo tiempo a bajar mi mano con destino a su almejita. Ella delicadamente me allanó el camino abriendo un poco las piernas y guiando mi mano. Para ese entonces yo tenÃ*a ya una buena erección y ella una gran calentura.

SeguÃ* hasta encontrar su pubis. Para mi sorpresa, en lugar de una mata de pelo, encontré una ausencia total de bello; si mi tacto no me jugaba una mala pasada, estarÃ*a depilada totalmente, cosa que aumentó más mi excitación. SeguÃ* besando sus pechos y levantó levemente sus caderas como invitándome a que le sacara la ropa que le quedaba. Una vez que estuvo totalmente desnuda, tuve mas libertad, como para que mis manos pudieran trabajar más adecuadamente, y seguir arrancando sus suspiros de placer.

AllÃ* me dediqué a acariciar sus labios con mis dedos, lubricado en sus propios jugos que ya asomaban sin contención. Al pasar por el clÃ*toris, noté su dureza producto de la excitación y me dediqué a rodearlo lentamente con la yema de mi dedo mayor y cuando noté que sus caderas se levantaban involuntariamente, señal inequÃ*voca de la llegada de un orgasmo, lo tomé entre mis dedos y lo froté hasta que sentÃ* como todo su cuerpo se estremecÃ*a y los labios de su almejita se abrÃ*an para dejar paso a los primeros fluidos con destino al sofá.

Cuando noté que habÃ*a acabado, introduje el dedo lentamente en su cuca, que me sorprendió gratamente por su estrechez, imaginando lo que me harÃ*a gozar al penetrarla. Mientras tanto, ella habÃ*a hurgado en mi bermuda, sacando fuera mi erección, aferrándose firmemente mientras acababa. Al querer retirar el dedo, delicadamente me lo impidió, lo que me alentó a introducirlo más y comenzar a moverlo dentro de ella, lo que aumentaba sus deseos y su excitación.

Intentó tomar otra postura y adiviné sus intenciones de chupármela, asÃ* que le facilité las cosas acercándoselo a los labios, mientras seguÃ*a dentro suyo moviéndome sin prisa pero sin pausa. Era toda una experta con la boca. Tuve que contenerme para no acabar asÃ* que ni bien tuvo su segundo orgasmo me retiré, porque mi primer explosión, querÃ*a que tenga otro destino.

Bajé sus piernas al piso, me arrodillé sobre un almohadón, e imaginando y deseando lo que vendrÃ*a ella abrió las piernas y levantó las caderas, ansiosa porque mis labios beban de su almejita. Comencé por pasar la lengua por el interior de sus muslos, con el objeto de disfrutar del espectáculo visual de su calvicie, que podÃ*a percibir pese a la semipenumbra. Una vez saciado mi sentido de la vista, me posé con la lengua sobre sus labios, gozando de sus jugos y de cómo Silvia se volvÃ*a a excitar, manifestándolo con el movimiento ascendente y descendente, que hacÃ*a prácticamente innecesario que mueva la lengua.
AsÃ* fui abriendo ese conejito sudoroso hasta conseguir una leve penetración que hacÃ*a sus delicias y las mÃ*as. Y con mi lengua en su interior tuvo otro orgasmo fantástico.

Luego me posé sobre su clÃ*toris, moviéndome en cÃ*rculos, hasta que percibÃ* que iba a acabar de nuevo, entonces lo tomé entre mis labios y lo chupé hasta que mi boca se llenó de sus jugos. Lo cual encendió mas mi pasión que se hacÃ*a notar por la dureza de mi erección.

Silvia lo notó y suavemente me indujo a acostarme boca arriba sobre la alfombra. Se sentó sobre mi y puso la punta de mi espada a la entrada de su almejita, introduciéndosela despacio, hasta hacerla desaparecer dentro suyo. No podÃ*a creer lo estrecha que era esa mujer a sus 64 años !!! Y qué bien que se movÃ*a !!! TenÃ*a cierto temor, porque pensaba que entre mi regular envergadura y su poca estrechez probablemente no fuera demasiado satisfactorio. Pero, afortunadamente me equivoqué.

Mientras ella disfrutaba de tenerme adentro yo apretaba suavemente su pechos y pellizcaba sus pezones aumentando su placer que a su vez me calentaba aún más, teniendo que hacer un verdadero esfuerzo para no acabar antes de que ella esté satisfecha. AllÃ* noté, por sus movimientos más enérgicos que iba a acabar otra vez. Me pidió que yo no acabe y se inclinó hacia atrás con un último suspiro largo y lánguido en señal de haber tenido el orgasmo buscado.

-Para esa lechita tengo otros planes- me dijo

Y asÃ* como estaba se levantó, sacó mi pene de su almejita y se lo puso en la cola. Muy despacio se fue sentando sobre él, haciendo mis delicias. No me dejaba que haga nada. Ella se lo iba introduciendo con movimientos ascendentes y descendentes cada vez más profundos. Mientras acariciaba su clÃ*toris con una destreza que me hizo dar cuenta de lo experta que era en el arte de la masturbación. Estaba observando y gozando cuando noté que estaba totalmente dentro de ella. Comenzó a moverse de un modo fantástico y casi de inmediato se disponÃ*a a acabar nuevamente cuando me pidió con desesperación que acabe en ese momento.

Yo estaba gozando de esa cola como pocas veces en mi vida y tanto tiempo conteniéndome, no me costó ningún esfuerzo obedecerle sin oposición y descargar todos los deseos acumulados. Acabamos juntos en un orgasmo casi silencioso y largo. SentÃ*a como su cola se contraÃ*a y asÃ* exprimÃ*a hasta lo última gota de mi erección.

Nos besamos en esa posición, se levantó, fue hasta el baño y al rato volvió habiéndose duchado y envuelta en una toalla. Yo todavÃ*a estaba tendido en la alfombra teniendo otro orgasmo con mi mente, mientras rememoraba cada minuto de lo vivido con esta mujer que a sus 64 años me hizo gozar como pocas veces. Me duché y volvÃ* al ****** donde Silvia me esperaba con otro poquito de vino que tomamos casi sin hablar. Nos despedimos con un beso y un abrazo. Pensé, sinceramente que no la iba a ver más. Pero nuevamente me equivoqué. Nos seguimos visitando aún hoy, en su ciudad o en la mÃ*a y tenemos unas sesiones de sexo maravillosas. La última fue ayer, justamente, en conmemoración de su cumpleaños número 68.
 
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