Un Manual para Conquistar a Mama - Capítulos 01 al 02

heranlu

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Carlos caminaba tranquilamente por la calle mientras se comía una bolsa de Doritos que le estaba dejando, tanto los labios, como los dedos anaranjados. Iba paseando por su ciudad camino a casa, pensando en sus cosas de adolescente, chicas, exámenes, chicas, fiestas, chicas, amigos… ¿He dicho ya chicas?

De pronto, algo le llamó la atención, un señor mayor, quizá cercano a los setenta años, con una barba larga y descuidada, que estaba pidiendo dinero en la calle. Tenía un perro a su lado, bolsas de la compra repletas y unas cuantas mochilas con distintos aparejos.

Nunca lo había visto antes y eso que solía pasar por allí casi todos los días, aun así, era la primera vez que se percataba de su presencia. En un lapso tan corto de tiempo, algo se le movió en el interior de su vientre, una sensación de lástima que chocaba mucho con el egocentrismo propio de un adolescente que solo piensa en su culo.

Reflexionó sobre que podría hacer algo, un gesto pequeño para el joven, pero que quizá le sirviera de mucho a ese hombre. Antes de acercarse, se detuvo un momento para mirar su cartera, tampoco era una sorpresa, no tenía ni una moneda. “Mi bondad se marcha por el sumidero…”, se dijo cerrando esa parte de su cartera. Por instinto, abrió la zona de los billetes y vio que tenía uno de cinco euros, era lo único que dormía allí dentro.

Levantó las cejas, dudando si aquello era pasarse o no, pero bueno, para una vez que lo hacía, seguramente no tendría esa sensación nunca más. Se quitó los cascos de música y se acercó al hombre. El vagabundo le devolvió una mirada perdida y con cierta desconfianza. Carlos le tendió la mano y la sorpresa del hombre, que permanecía sentado en la acera al lado de su perro, fue mayúscula.

—¡Gracias, niño! —sus ojos estaban encendidos y extendió la palma de su mano— Pero mejor guarda eso, no lo puedo aceptar, —Carlos no retiró el billete— es demasiado dinero para un chico como tú.

—Insisto. Igual suena duro, pero seguramente que a mí me será más fácil conseguir otra vez este dinero que a usted.

—En eso no te falta razón, pequeño. —aunque tardó un poco, el vagabundo acabó cogiendo el billete. El hambre pesaba más que el orgullo— Muchas gracias, es un favor enorme el que nos haces —lanzándole una mirada tierna a su fiel amigo que dormitaba a su izquierda—. Me gustaría agradecértelo de alguna forma.

Mientras el hombre se giraba buscando algo en la mochila, Carlos se imaginó algo totalmente pervertido en su mente. Sus dieciocho años recién cumplidos le estaban volviendo loco, cada año estaba más salido… ¿Qué le iba a dar aquel vagabundo?

Vio como el hombre sacó un libro algo corroído por el uso y el tiempo, parecía viejo y su portada más parecía un cartón que otra cosa. Se lo tendió al joven y este lo cogió sin vacilar, la insaciable curiosidad de la juventud, le provocó querer abrirlo nada más lo tuvo entre sus dedos.

—Es un libro, nada más. —el hombre percibió la inquietud en los ojos de Carlos— Quizá te pueda ayudar a tener una… aventura.

—Bueno, pues… —el joven movió la cabeza a modo de despedida y añadió— muchas gracias por esto, lo leeré en casa.

El indigente también se despidió, lanzándole una enigmática mirada con algo de picardía que Carlos no llegó a ver porque ya se marchaba. El chico no lo sabía, pero había adquirido algo más que un libro, como bien dijo el vagabundo que cuidaba a su perro, iba a vivir una aventura, aunque… todavía no lo sabía.

****​

—Papá, mamá. Ya he llegado —gritó Carlos al entrar por la puerta de casa.

Ambos estaban en el sofá y le saludaron rápidamente para volver la cabeza nuevamente a la televisión. El joven anduvo con calma a su cuarto, con el libro todavía entre sus dedos, aunque su curiosidad se había mitigado levemente. Su mente se había sumergido en un pensamiento más importante, en la última chica con la que estuvo y de la cual no recordaba bien su nombre. “¿Era Estefanía o Esther? ¡Bah!, da lo mismo”.

Lo que sí que recordaba era su aspecto, su cuerpo, su trasero, su piel de porcelana, ya tenía visualizada la película que tenía montada en su mente para darse un buen placer. Sin embargo, cuando entró en su habitación, paró por un momento su festival de placer y miró a la mesa donde depositó el nuevo libro sin apenas darse cuenta.

Notó como si le llamase, como si aquellos papeles tuvieran un canto de sirena fantástico que le convocase a leerlo. No era nada más que la curiosidad del joven, que necesitaba saciarla antes de vaciar un cargamento que requería un desahogo.

Separó la silla de su escritorio y abrió su nuevo libro con una curiosidad malsana que, de un momento a otro, se había apropiado de él. Quería descubrir que era lo que aquel señor le había dado, “espero que no sean fotos del tipo en bolas o algo peor… ¡Joder, que yuyu!”, se dijo cambiando su boca a una mueca de asco.

—“El Manual del Hijo Travieso” —leyó en la primera página escapándosele una sonrisa incrédula— ¡¿Qué coño es esto?!

Pasó dos páginas más, sintiendo bajo las yemas de sus dedos, el tacto viejo de las páginas. En las siguientes, observó que aparecía un párrafo suelto en medio del folio, supuso que sería algo como una introducción o agradecimientos. Estuvo tentado de seguir adelante y dejar eso para otro día (o nunca), pero, sus dedos, retuvieron la página para que pudiera leerla.

Estimado lector, en sus manos contiene el santo grial de la seducción, la verdadera biblia del amor, la obra magna para todo joven que se precie. Lo único que es un tanto especial y no va a centrarse en cortejar a ninguna mujer ajena o desconocida. No, mi buen amigo, en las siguientes páginas encontrará la manera de engatusar a la mujer más amada por todo chico. Su madre”.

—Pero… ¿¡Qué mierda es esta!? —dijo totalmente sorprendió a la par que se reía. Aquello parecía una broma y, de momento, le hacía gracia.

Antes de empezar con la mejor aventura de tu vida, deberás saber que hay unas condiciones para usar este libro. No te ibas a llevar todo lo bueno sin dejar algo a cambio, ¿no? La primordial de estas normas es la siguiente, cuando logres tu objetivo, porque sí, estoy convenció de que lo harás, deberás pasar el libro a otro compañero para que pueda disfrutar de su sabiduría. De no ser así, la terrible maldición que pesa dentro de estas páginas caerá sobre tus hombros para que cargues con ella por toda la eternidad hasta que encuentres un digno sucesor del manual”.

—Seguro que esto lo ha escrito ese viejo, ¡La leche…! —rio porque no se podía contener— ¡Tiene que estar bien loco! —recordó el billete de cinco euros y no lo echó en falta— Al final, van a estar bien invertidos, me voy a reír un rato.

Un consejo que repetiré de aquí en adelante. Si quieres conseguir tu objetivo, ten en cuenta una cosa muy sencilla, tendrás que ser obstinado y repetitivo, en eso se basará esta táctica, si no te esfuerzas, olvídate de conseguir el gran premio. Y una cosa más importante, diría que vital, desde este momento, tendrás prohibida la masturbación. Es parte fundamental”.

—Descuida que eso va a pasar… —su voz no podía ser más sarcástica. Pasó la hoja al terminar el pequeño párrafo y vio que ponía en letras mayúsculas, CAPÍTULO 1. Su curiosidad no podía detenerse, a cada palabra crecía y crecía…— Vamos a ver que me cuenta este libro.

En primer lugar, vamos a ser educados. ¡Buenos días, futuro conquistador! Si has leído la presentación de este libro, ya sabes que debes de ser concienzudo en la tarea, pero te tengo que pedir que también tengas paciencia. Es una batalla a largo plazo, no vas a conseguir nada de un día para otro, sin embargo, si sigues estos pasos, cumplirás tus objetivos de tener algo con tu progenitora…”.

A Carlos aquella idea nunca le había llamado, su madre siempre había sido eso… su madre, nada más. En ninguna ocasión la vio de forma erótica o más allá del amor de un hijo a una progenitora. Es cierto que Lidia iba al gimnasio de vez en cuando, se mantenía bien de cuerpo y trataba de cuidarse, aunque no era una belleza.

Su rostro se podía calificar de normal, nada exuberante ni una belleza a destacar, era otra madre más. Si bien tenía el cuerpo en forma, al joven nunca le había llamado la atención, ni siquiera sus amigos le habían vacilado nunca con que su madre “estuviera buena”. A pesar de eso, siguió leyendo por mera curiosidad.

Vamos a dar los primeros pasitos que para eso estás leyendo. Lo primero será tener una madre, eso es más que evidente”. Carlos vio que al lado de la frase alguien con un bolígrafo verde había dibujado una cara sonriente. La verdad que era cierto, sin ese punto el plan se vendría abajo. Continuó leyendo.

Ahora vayamos metiéndonos en los temas básicos que tendrás que superar. Venga, algo sencillo. Para empezar deberemos labrarnos una pequeña confianza entre madre e hijo, fácil, ¿no? Trataremos de buscar un momento íntimo con nuestra progenitora, sin referirnos a nada sexual. Tiene que ser un instante en el que os encontréis solos en algún lugar, tranquilos, serenados y sin que tenga mucho que ver, así de buenas a primeras, ensalzaremos algo de ella. Por supuesto, no tiene que ser ninguna zona sexual, puede ser los ojos, el rostro, el cabello… en esto tienes libre elección, incluso se puede incidir en algún complemento de su ropa. El claro objetivo de esta acción es que ella se sienta guapa y halagada. Ni más, ni menos”.

Al lado de ese párrafo, un bolígrafo de color azul rezaba la siguiente frase en una dudosa caligrafía, “Decirla que iba muy bien vestida, la encantó”. Carlos separó la vista del libro, los siguientes párrafos eran ejemplos de cómo y donde poder hacerlo, pero la idea ya la había pillado.

Cerró su nuevo manual, pensando en sí debería probar, solo por curiosidad, sin ninguna meta en particular. El objetivo final del libro no le interesaba, pero ver las notas en los márgenes y lo desgastado que estaba por el uso, le dio la idea de que… tal vez… podría funcionar.

Se fue a la cocina a cenar con sus padres, estos ya le esperaban sentados a la mesa y por primera vez en su vida, miró diferente a su madre. Con el pijama corto podía ver sus piernas marcadas y como su delgadez era evidente. No había duda de que se cuidaba, eso el joven lo sabía bien, aun así, su media melena y su rostro no es que fueran de otro mundo.

Bordeando los cuarenta y cinco, Lidia seguía manteniendo un buen cuerpo, sin embargo, las arrugas ya iban marcando su rostro, y alguna que otra marca por la edad se presentaba como regalo cada cumpleaños. Tampoco era fea, pero no era una mujer que por su belleza te volteases en la calle a mirar, Carlos la podría calificar como una mujer normal.

Terminaron de cenar y el joven marchó al baño, hizo sus necesidades y antes de volver a su cuarto, se detuvo a mitad de camino. Miró hacia atrás, donde se encontraba la cocina, escuchando el entrechocar de platos mientras Lidia los metía en el lavavajillas. Al otro lado, el sonido de la televisión le decía que su padre estaría viendo algún que otro programa. Sin saber muy bien que fue lo que le impulsó, giró sus pies, rumbo al lugar donde se encontraba su madre.

Apenas se miraron, Lidia no reparó en que su hijo estuviera allí y siguió metiendo los platos en el lavavajillas, con toda seguridad habría acudido a por agua o a por un yogur. Si no era eso, Lidia tenía muy claro que sería a por un clínex… ¡Cómo los gastaba!

Carlos se acercó, algo sorprendido por pensar en lo que iba a hacer, no recordaba haberle dicho un cumplido a su madre jamás. Le pasó un plato que había en el fregadero y ella le sonrió de manera cortes para agradecerle el gesto, Lidia no esperaba nada más.

—Mamá, una cosa. —la mujer ni siquiera le miró, siguiendo a lo suyo, suponiendo que Carlos habría perdido alguna cosa y necesitaba encontrarla. No había día que no dejara algo tirado y después le pidiera sopitas, en eso era igual que su padre— ¿Te has hecho algo en el pelo?

Lidia dejó de recoger y volteó la cabeza lanzando una mirada tan rápida como confusa a su pequeño. Se puso de pie, notando la diferencia de, más o menos, media cabeza que había entre ambos y después de tocarse el pelo con dudas, le preguntó.

—¿Tengo algo? ¿Se me ha manchado?

—No, no es eso. —el joven se vio desde fuera, era tan extraño lo que le iba a decir a su madre…, pero cuanto más esperase, más le costaría. Entonces lo soltó— Es que te lo veo muy bonito, solo eso.

Carlos usó el tono de voz más normal del que disponía, algo similar a cuando le comentaba que había recogido las cartas del buzón, no quería que notase que todo estaba preparado. En el mismo momento, Lidia echó hacia atrás la cabeza, de la misma manera que un boxeador esquiva un golpe, pero, en este caso, para reponerse de semejante halago.

—¡Vaya, Carlos! —hacía muchísimo que no le decían nada como eso, ni en la calle, ni en el gimnasio, mucho menos en casa— Gracias. Muchas gracias. —se atusó el pelo como si estuviera tocando seda— No sé… Hace una semana fui a la peluquería, quizá sea eso.

—Puede ser, no lo sé. —se aventuró a soltar otra frase, parecía que Lidia estaba receptiva— Esta mañana me he fijado y me ha sorprendido. —le pasó otro plato queriendo normalizar todavía más el teatro que tenía preparado— Siento como que… te favorece mucho, que… no sé… te brillan los ojos.

Lidia no tenía unos ojos bonitos, eran de un marrón muy usual y de un tamaño medio que para nada llamaban la atención, pero a la mujer… la encantó oírlo. ¿A quién no le gusta que la halaguen?

—¡Joe! Muchas gracias, hijo. Tendré que ir más a la peluquería entonces. —una leve risa nerviosa se apoderó de ella.

Carlos solamente la sonrió lo mejor que pudo y le hizo llegar el último vaso antes de que el lavavajillas se cerrase. Los dos se despidieron y el joven se marchó algo extrañado hacia su cuarto, mirando como en el escritorio, el libro abierto le esperaba por donde lo había dejado.

—Parece… —frunció el ceño al contemplarlo— Parece que has acertado con esto…

Al día siguiente, volvió a repetir el proceso, no es que quisiera seguir los pasos del libro, sin embargo, le había gustado sacar a esa sonrisa a su madre y… ¿Por qué no hacerlo de nuevo?

Después de la cena se acercó a Lidia y le mencionó, que tal vez no era por la peluquería, porque con su pequeña coleta se veía igual de guapa. Ella le devolvió el agradecimiento y Carlos se fue de nuevo sin más, como si le hubiera dicho algo de lo más cotidiano.

Se metió en su cuarto y de debajo de la cama sacó el libro que a cada hora le llamaba más la atención. Incluso se había releído el primer capítulo, pero ahora, que lo había “completado”, la curiosidad le animó a seguir con el segundo.

Abrió las páginas mientras pensaba en las condiciones para que el plan surtiera efecto, aquello le saltaba en su cabeza con luces de neón, NO MASTURBARSE. Por seguirle el juego había decidido no hacerlo, al menos, durante un par de días, a ver qué pasaba… o de que servía… de momento, lo único que notaba era un picor tremendo en sus genitales.

Estás en el segundo capítulo y oye, ya has dado el primer paso, no está nada mal. Ahora seguiremos con las siguientes lecciones, que con un simple halago no vas a conseguir nada. Eso sí, no te adelantes, fiera, repite varios halagos en los próximos días, no lo hagas de seguido que si no se olerá que quieres algo. Simplemente, si se tercia la ocasión suelta algo con ese ingenio que seguro que tienes, ánimo”.

“Una vez repetidos varios días el proceso, lo próximo será tramar un vínculo de confianza mutuo. No tendrá que ser profundo, ya que estamos en el comienzo de la aventura y puede que vuestra relación no sea la más profunda del mundo
”.

—Tiene razón…

Vamos a intentar que mamá se sienta cómoda a nuestro lado, que no esté al lado de un hijo, sino más bien de un amigo, de un compañero. Lo más seguro que la vida en pareja…”. Carlos siguió la flecha de color azul que le sacaba al margen y leyó como alguien había anotado una frase. “Si desgraciadamente no tienes padre, este punto será más sencillo, eres el pilar de tu madre y vuestra unión puede llegar a ser extrema”.

Carlos meditó sobre la posibilidad de no tener padre, cosas como la muerte nunca habían surcado su mente, cuando eres tan joven todavía te crees inmortal, tanto tú, como los que te rodean. Un escalofrío muy humano le recorrió el cuerpo, pensando que mejor que su padre siguiera vivo… ¡Mucho mejor!

Lo más seguro que la vida en pareja sea muy monótona y hayan perdido la magia del principio. Esto es algo obvio, tengas la edad que tengas, piensa que, al menos, esos años habrás estado en medio de esa relación, reclamando toda la atención posible. Si tienes más hermanos o hermanas, ya te puedes hacer una idea, porque ese cuidado no se multiplica, sino que es exponencial”.

Por lo tanto, es evidente que ellos se quieren o que, al menos, siguen juntos por algún motivo. Pero aquí entras tú. La magia que tuvieron habrá desaparecido y, seguramente, en muchos casos, el sexo también. Por lo que el cometido en este capítulo no se tratará de esa segunda opción, eso vendrá mucho más adelante…”. Carlos volvió a mirar otra de las notas, “no seas impaciente, pajillero”, no pudo contener una sonrisa.

Es el turno de proporcionarle el apoyo emocional que ella necesita como toda persona en este mundo. Empezaremos por un básico, ¿Qué tal el día? Si trabaja, ya tienes la siguiente pregunta, si su labor son las tareas del hogar, tendrás que tirar por ese camino. Implícate en sus respuestas y estate atento a estas, puede que encuentres algo que la inquiete… si lo localizas, trata de resolverlo con palabras”.

—No parece difícil.

No lo era, no obstante, Carlos nunca se había interesado por nada del día a día de Lidia, quizá sonase raro hacerlo de sopetón, debería ir poco a poco. Miró un poco más abajo, al final de la página, donde una palabra bien marcada en letras rojas advertía, “PACIENCIA”.

Cerró el libro tras darle otra hojeada al capítulo y lo dejó después debajo de la cama para que durmiera tranquilo. La curiosidad se había trasformado en algo más, aquel pequeño manual le empezaba a atrapar, y aunque no tenía en mente nada con la única mujer de la casa… le apetecía seguir practicando, quizá a la larga le valiera con otras mujeres.

Agarró su abultada entrepierna, manoseándola con relativa fuerza. Ya metido en cama, su pene sabía que era su momento, el instante de dar placer a Carlos después de un día duro, por lo que la sangre la comenzó a volver más grande, era lo natural.

La sacó de su ropa interior, sus casi veinte centímetros de inmenso coloso reposaron entre sus dedos, pero en su mente resonó la vocecilla de pepito grillo, de su conciencia o de a saber quién. Escuchó con letras mayúsculas un consejo que no le apetecía incumplir, “Mejor hoy no…”.

Siguiendo las instrucciones del libro, se acurrucó con los genitales rebosantes de un líquido cremoso que clamaba por salir. Pero, por el momento, no era el día en el que se volvería a masturbar con sumo gusto, ya otro día… por hoy, seguiría el juego del libro.

****​

Se despertó con ganas y con una erección de caballo que no se pudo bajar hasta que no vació su vejiga en el retrete, con gran placer hay que mencionar. Todas las mañanas siempre estaba a solas con su madre, ella no trabajaba y se dedicaba al hogar, mientras que su padre no volvía hasta las seis de la tarde. Sin embargo, el horario de su padre no era relevante, ya que él tenía clases en la universidad a las tardes y de tres a ocho nunca estaba en casa.

Aquella mañana, mientras desayunaban y hablaban de cosas mundanas, trató de seguir los consejos de su nuevo libro de cabecera, queriendo mantener una conversación más concreta con Lidia.

La mujer se sorprendió cuando escuchó como su hijo le preguntaba qué tal día estaba teniendo, no era habitual ese interés de su pequeño por ella, pero la gustó, nadie le preguntaba ya qué tal. Aun así, tampoco llegó más allá, simplemente no hubo nada más que decir, dos preguntas rápidas y la pequeña intentona terminó, por el momento.

A Carlos, la idea que le planteaba el libro le seguía sin interesar, conseguir algo con su madre, no era su plan para nada. Sin embargo, la sensación de seguir los pasos marcados por aquellos capítulos y ver que estos… digamos que… tenían su efecto, eso sí que le gustaba.

Recordó la palabra PACIENCIA bien marcada en el libro y se la garabateó en la mente con fuerza, esa era la clave de todo. Por lo que dejó pasar la mañana y a la tarde del día siguiente, lo volvió a intentar.

Había estado pensando en lo que decirla, tal vez otro qué tal, aunque le sabía a poco, quería indagar un poco más en su estado de ánimo y lograr esa confianza de la que hablaba el libro y que ellos… no tenían.

Se acercó a su madre después de la cena, a la misma hora en la que los anteriores halagos habían causado una reacción en ella. Un poco por seguir un patrón, el joven se decidió que era un buen momento, si funcionaron unas palabras bonitas, ¿por qué no iba a funcionar una leve charla?

—Te veo un poco cansada.

Lidia alzó la cabeza para mirar a su hijo, tratando de no mostrar sorpresa porque le soltase tal comentario. En general, Carlos no era mucho de hablar y menos, de preocuparse por los demás. La mujer siguió pasando la escoba para aparentar normalidad y centró sus ojos en el suelo de la cocina.

—¿Sinceramente? Un poco. La verdad que hoy fue un día duro. —el joven vio la oportunidad de ganar algún que otro punto y se levantó de la silla, quitándole de las manos la escoba a su progenitora.

—Siéntate, Lidia. Ya termino yo, no te preocupes.

La mujer abrió los ojos, quedándose petrificada en medio de la cocina. Tenía todavía la mano con la forma del mango mientras contemplaba como su chico empezaba a barrer el suelo. Era tan extraño como sorprendente, su hijo en par de días había dado un ligero cambio, además…, para bien.

—¿Fue duro por algo en particular? —siguió Carlos mientras su madre reposaba su trasero a gusto en una silla.

—No…, nada en especial y todo un poco. Ya sabes, esta tarde he ido un poco al gimnasio y bueno, acabo derrotada. A la mañana… fui al supermercado y ¡no sabes qué cola! —Lidia por una vez se sintió cómoda y le dieron ganas de “desahogarse” un poco con su hijo— Además, menudo jaleo. Una señora, seguro que con toda su buena voluntad, ¡eh! No digo que no, pero va y saca… ¡Miles de monedas para pagar! Se me ha hecho la cola interminable.

Carlos paró al escuchar a su madre, viendo en su rostro, como nacía una pequeña sonrisa que la embellecía el rostro. Al joven no le salió otra cosa que copiarle el gesto, simplemente por instinto.

Se vio optimista, reflexionando en décimas de segundo si era un buen momento para soltar otro halago. Tampoco quería que quedara atropellado, tantos en tan pocos días… podría resultar raro, sobre todo, porque nunca le había dicho ninguno.

—Es normal que estés cansada, trabajas mucho. —alguna vez había escuchado como su madre le decía a su padre que ocuparse de la casa también era un trabajo y lo usó a su favor— Yo en tu lugar estaría muerto al primer día.

Detuvo un momento el vaivén de la escoba, acercándose al armarito de la izquierda, el que su madre llamó desde que era pequeño, “el cajón de las chuches”. Junto con su mano emergió un bote de galletas que eran las favoritas de su madre, cogiendo el chico una y pasándole dos a su madre sin que ella se lo pidiera.

—Bueno…, —la alegría porque reconociera su labor, le sabía mejor que la galleta— no es para tanto, seguro que lo harías bien.

Separó una de las sillas y el joven sentó junto a su madre, mirándola por un segundo a esos ojos marrones tan normales. Tenía una frase entre ceja y ceja, una que apareció de la nada, aunque trababa de sustituirla por otra, porque quizá… era demasiado.

En aquella fracción de segundo que sus ojos contactaban, trató de lanzar esa frase a la basura, pero, en un instante, otra voz en su interior le detuvo para preguntarle, ¿Por qué no? “Sí, porque no…”.

Carlos no buscaba beneficiarse a Lidia, ni siquiera verla desnuda o en ropa interior. Era su madre, solo eso… ¿Cómo iba a querer sexo? ¡Imposible! Únicamente estaba jugando. Si sus palabras la animaban y la alegraban, pues bienvenido sea, y si no… pues a otra cosa.

—Ojalá, mamá, pero que va. —hizo una pausa para prepararse y añadió— Cuando tenga mi propia casa, espero encargarme de ella tan bien como lo haces tú. Es que puedes con todo, ¡eres la leche!

—¡Carlos…! —rio levemente con media galleta en la boca que trataba de escapar, teniendo que ponerse la mano en la boca para evitarlo— ¡Qué cosas dices…! No hago nada del otro mundo.

—Para mí sí. —continuó mirando a su madre, aunque no como siempre, ahora lo hacía a detalle. Gracias a eso, pudo ver un leve rubor que asomaba en sus mejillas, le había gustado por lo que… siguió— Te lo digo de verdad, para mí eres una supermujer y una supermadre.

Todavía le resultaba extraño el comportamiento de su hijo, desde hacía unos días el interés hacia ella había crecido, aunque no era difícil, antes estaba a un nivel cero. Sin embargo, escuchar semejantes palabras salir por la boca de su pequeño le llegó al corazón.

Cualquier madre que escuchase como su vástago le decía que era una buena mamá, le aclararía el día más nublado y para Lidia, no iba a ser menos. Entre sus generosos pechos el corazón le saltó de júbilo y una sensación dentro del vientre le llegó a provocar que apretara los labios con fuerza.

—Muchas gracias, mi rey. —cuando salió de su boca lo sintió raro, hacía mucho tiempo que no le decía cosas cariñosas— Eres un amor de hijo. Ahora… voy a ir a ver la televisión un poco con papá. ¿Vienes con nosotros?

—Tengo que hacer tareas de la universidad, pero seguro que otro día me apunto, no lo dudes.

—Sí, otro día.

Ambos sonrieron y la mujer se levantó con su pijama corto, mientras Carlos, la seguía con la mirada. El joven no lo hizo por nada en particular, pero la observó al tiempo que abandonaba la cocina. Primero sus piernas duras del gimnasio, subiendo hasta su pantalón corto, que escondía unas caderas muy bien compensadas. Su cintura quedaba al aire porque la camiseta no lograba ocultarla, mostrando algo de piel que daba pistas de que allí solo había un poco de grasa.

Un picor inusual apareció en su nuca, teniendo que llevarse allí la mano de igual forma que si le hubiera picado un mosquito. El cuello se le torció en un rápido gesto y el picor siguió bajando por su cuerpo, nadando entre sus órganos sin un rumbo fijo.

Estando solo, con la galleta medio comida y el único acompañamiento del sonido del motor de la nevera, un pensamiento muy honesto surgió de lo más profundo de su mente. Era algo que nunca había meditado, puesto que sus ojos veían a Lidia como lo que era… su madre. Al tiempo que esa idea unía letras para crear palabras, las ganas de ver que ponía en el tercer capítulo del libro amanecieron, justo cuando el pensamiento tomaba forma. “En verdad… para su edad… tiene muy buen cuerpo”.
 

heranlu

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Un Manual para Conquistar a Mama - Capítulo 02​

Aquella misma noche abrió el tercer capítulo tumbado en su cama, leer un poco del peculiar libro se estaba convertido en una costumbre. Ojeó solo el comienzo, donde el tercer capítulo comenzaba. “Antes de comenzar con este próximo paso, es muy recomendable, por no decirte obligatorio, que la relación con tu madre sea muy fluida. Si no es así, lo más seguro es que sea muy complicado que los siguientes pasos funcionen”.

Por lo que durante esa semana se mantuvo en el punto dos de su nuevo libro. Todos los días, a la hora de la cena, se quedaba a ayudar a su madre y comenzaron a conversar de todo. Las preguntas no indagaban mucho, solamente qué tal el día de Lidia y esta le devolvía la pregunta con respecto a la universidad.

Todo parecía ir de maravilla, la confianza entre ambos había mutado de manera exponencial. Carlos se dio cuenta de ello, el día que Lidia se llegó a quejar de su marido, soltó en tono de broma… aunque se podía apreciar la realidad que ocultaba… que su esposo dejaba siempre todo tirado.

Aquel fue el detonante que le hizo saber a Carlos que, el punto de confianza, lo habían rebasado, por lo que esa misma noche volvió a leer en la cama. El capítulo dos del libro lo había completado, tocaba navegar a través del tercero.

“Si ya has conseguido la confianza plena entre ambos, ¡enhorabuena! Estamos listos para dar el siguiente paso. Recuerda ser paciente, no te ansíes por seguir, por unos días más no va a pasar nada, esto va a ser una carrera de fondo. Pero si ya estás leyendo esta parte, entonces estás seguro de que todo va por el buen camino. ¡Toca continuar!”.

Antes de descender los ojos al párrafo siguiente, la mirada se le fue a un comentario que estaba a uno de los lados, escrito con una letra muy pequeña. “Si la confianza no es casi plena, no funcionará, lo aseguro”.

—A mí… —se quedó meditando el joven— Me parece que la tengo, nunca había estado tan unido a ella. —sus palabras eran ciertas.

“En este capítulo nos centraremos en una cosa que llamaremos EL PROBLEMA. Al haber adquirida una confianza con ella, el objetivo será que esa confianza se trasforme en algo absoluto, que no haya dudas de ello. Para esto haremos algo muy básico, sembraremos una duda en tu madre”.

“Tranquilo, no va a ser complicado, es más, cuanto más sencillo sea, mucho mejor. Empezarás aprovechando un instante de relajación, en el que estéis solos, ya te imaginas, el ambiente perfecto para las confidencias. En algunas ocasiones, puede que hayáis adquirido una rutina derivada del segundo capítulo: hablar en la sala, hacer la cama juntos, desayunar en el balcón… no sé, cualquier cosa, si tenéis ese “momento” úsalo. Si no es así, no te preocupes, simplemente espera a que surja un rato de intimidad y ¡a por ello!”.


Carlos echó un vistazo atrás en lo que habían sido estos días, las charlas se solían suceder después de la cena, ese sería el momento indicado, era cuando estaban solos y las intimidades podían fluir. Aunque, por otra parte, a esas horas su padre estaba siempre en casa, tal vez sería mejor hacerlo por la mañana… debía meditarlo.

“¡Vamos al tema! Lo primero que vas a hacer es decirla que tienes una duda. Ella, como cualquier otra madre de la historia, se ofrecerá para que hables con ella, mucho más si has completado a la perfección el punto dos”.

“Aquí viene lo bueno, porque tú no hablarás de eso con ella. ¿Por qué entonces la confianza si ahora no le cuento mi duda? Ahora te lo digo. El objetivo de este punto es plantear la duda, la cual, es mejor que la llames directamente, problema. Cuando ella te ofrezca su oído para escucharte, tú tendrás que recular de la mejor forma posible, diciéndola que mejor no contarlo, que te da mucha vergüenza hablar de ello. Siempre dejándola claro que no es por ella, que es por ti”.

“Practícalo frente a un espejo para que el resultado sea óptimo, tiene que ser creíble que te pasa algo y que tienes un problema, si no, no se preocupará tanto como debería. En el momento que logres captar esa atención por su parte, ella se ofrezca y tú le digas que te da vergüenza, lo más seguro es que trate de animarte o te insista para que lo hagas. Según empiece a hablar, córtala, que no siga tratando de convencerte y dila algo cortes para zanjar el tema. Típica frase, como que lo sientes por molestar… que no puedes decirlo… tu cuerpo no te deja”.

“Imprescindible actuar con credibilidad en este punto y marcharte según termines la frase, tiene que ser convincente, necesitamos que se preocupe por ti. Una gran jugada sería encerrarte en algún lado, para que ella no pueda entrar, bien el baño, la sala o lo mejor, tu cuarto si no lo compartes. Debe ser un lugar en el que te sientas seguro y a salvo, como si en verdad tuvieras un gran problema
”.

—No sé si podré preocupar a mamá de esa forma… —su conciencia le contestó que no pasaba nada, solo era un juego, solo quería pasar el rato… Si se desmadraba, lo cortaría.

“Ahora viene lo más complicado. No la dejes ayudarte en ese momento, tienes que aguantar y si te habla tras una puerta que te esconde, sería fantástico. Pídela disculpas, que no querías molestarla con algo como eso, dile que has sido un tonto y siéntete culpable por pensar que le podías decir algo así. Le va a surgir una inquietud terrible y querrá entrar, ¡no la dejes!”.

“Al final, acabará marchándose algo angustia, pero tranquilos, no estará mal, lo solucionaremos más adelante. De momento, atrinchérate en tu habitación y solo sal cuando haya más gente en casa, con el único objetivo de que tu madre no lo hable con nadie. La espera tendrá que ser de, al menos, ese mismo día, y en el caso de que te avasalle, mucho mejor, espera unas horas y se lo cuentas. El origen del problema lo veremos en el siguiente capítulo. Por supuesto, antes de seguir con tu plan, échale un ojo, porque es vital que conozcas el problema, pero da con la tecla de este capítulo y métele la duda en el cuerpo”.


Bajó su mirada hasta la parte más baja de la hoja y leyó una letra casi borrada escrita a lapicero, “si esperas mucho, puede que ella lo normalice y acabe pasando”. Por primera vez, cogió un bolígrafo de su mochila y repasó las letras para que se vieran con más claridad. Aunque no era propio, ya era su primer aporte al libro.

Decidió aventurarse con ese punto, era un objetivo curioso y sin afán de llegar a nada más, comprobaría que tan unidos estaban. El día siguiente sería buen momento para poner a prueba lo dicho en el libro, confiaba en aquellas hojas, por el momento, no habían fallado en nada.

Aprovechó la mañana, cuando su padre se fue a trabajar. Salió de la habitación, levantándose bien temprano como nunca solía hacer. Desayunó, se duchó y preparó todo lo que pudo su cuarto, si el plan resultaba satisfactorio, hasta que llegara su padre no podría salir, incluso se llevó par de bollos para la comida.

Su madre colgaba la ropa en el balcón, llevaba otro de sus pantalones cortos y a Carlos cada vez le gustaba más el cuerpo de Lidia, se veía de maravilla bajo aquellas prendas. Esta se dio la vuelta, haciendo que sus senos libres dentro de la ligera tela se movieran con su gran peso y el joven no pudo hacer más que sorprenderse.

Trató de apartar la vista del torso de su madre, consiguiéndolo a duras penas para mirarla a los ojos y que su cabeza pensara de pronto, “esa zona no se ve nada mal…”.

—Mamá, —ella hizo un ruido afirmativo desde fuera— te quería comentar una cosa.

—Dime.

—Es que… —trató de poner el mismo rostro y tono de voz que había practicado en el espejo del baño— ¿Podemos hablarlo en la cocina? Aquí con el balcón abierto…

—¿Qué pasa? —preguntó con el entrecejo fruncido y adentrando la cabeza en la casa.

—Tengo un problema…

—¿¡Cómo!? —le cortó con rapidez, eso no lo había previsto. Aunque era algo sin importancia— ¿¡Qué pasa, Carlos!?

—Es algo mío… de mi cuerpo… —miró hacia el suelo y se rascó la cabeza nervioso, para de seguido mover las manos con rapidez delante de su cuerpo y añadir— La verdad que… mejor… sí, mejor déjalo, mamá.

Se dio la vuelta dirección al pasillo, pero la voz de su madre le llamó por su nombre. Carlos se dio la vuelta, los ojos de Lidia le miraban con dudas y preocupación, “¿¡Este libro acierta en todo!?”.

Observando a su madre parada en el balcón con esa cara de preocupación, meditó si era el momento de dejarlo. Le pareció que estaba realmente intranquila por las palabras de su hijo y… era así.

Desde hacía muchos años que su hijo no le contaba nada íntimo, aquellas confesiones cuando apenas iba a primaria quedaron en el olvido y ahora que estaba a punto, le dejó a medias.

—Fue un error, es una locura contártelo. —no detuvo sus pies y continuó recorriendo el pasillo— Me muero de la vergüenza… perdona, mamá. Perdóname, lo digo muy en serio.

Lanzó la mirada de pena más poderosa que pudo. Esto fue marca de la casa, no estaba anotado en el libro que tuviera que dar lástima, pero lo creyó conveniente. Estaba cerca de su cuarto, el cual iba a ser su búnker durante ese día, la opción de encerrarse en el baño, ni la había contemplado.

Escuchó la voz de su madre de fondo, como un eco lejano. Le decía que le esperase y de nuevo, sonó su nombre recorriendo la casa. El joven no se detuvo ante las súplicas de su madre, entró con velocidad a su cuarto y con los pasos de Lidia resonando sobre la madera del pasillo, cerró la puerta y puso el pestillo.

—Carlos, rey. Ábreme, por favor. —se escuchó tras la puerta.

—No, mamá, de verdad. Lo siento mucho, no debería haber dicho nada. Soy un tonto. —se tapó la boca, una risa nerviosa pretendía escapar.

—Vamos, cuéntamelo, no pasa nada. Que no te dé vergüenza, soy tu madre, te voy a entender.

Lidia intentaba poner la voz más dulce que disponía, dispuesta a escuchar cualquier cosa que, su pequeño y único vástago, le contara. Sin embargo, nadie le contestaba, solamente un pequeño ruido que no supo descifrar del todo emergía del cuarto.

“¿Está llorando?”, pensó la mujer sin saber que, en verdad, Carlos se puso tan nervioso, que una risa incontrolable apareció de pronto. Sin poder darle un frenazo en seco, sus ruidos parecían sollozos melancólicos.

Se llegó a morder el labio para detenerlo, esperando tras la puerta a que su madre se marchara como rezaba el libro y aguantando las peticiones para que le contase todo. Duraron más de cinco minutos, hasta que la mujer se dio por vencida, aunque no por completo, ya lo intentaría más tarde, pero ahora, le debía dejar su espacio.

—Mi rey, cuando puedas hablamos. ¿Vale?

No hubo respuesta, aunque Lidia tenía la certeza de que su hijo saldría en algún momento de su cuarto y entonces, podrían hablar tranquilamente. Aquel breve lapso de mañana la dejó con el corazón encogido, como si una mano gélida y fantasmal se lo hubiera agarrado entre sus senos. Los pasos de la mujer se perdieron en el pasillo, rumbo al balcón, donde volvería a sus quehaceres con la mente puesta en su pequeño.

Durante aquella mañana, Carlos se mantuvo en la habitación, jugando a la consola y mensajeando por el móvil a sus amigos. Se sentía ligeramente mal por hacerle aquello a su madre, sabía que la mujer le estaría dando vueltas al asunto y cuando se paraba a meditar sobre ello, un regusto amargo le brotaba hasta la boca. Se consolaba con una frase que cada vez se repetía más, “es solo un juego, nada más”.

Llegó la tarde y Carlos rechazó la propuesta de comer por parte de su madre. Lidia lo hizo sola en la cocina y solo vio a su hijo cuando se despidió para ir camino a la universidad. A la mujer le tocaba ir al gimnasio, volverían a la misma hora más o menos. Carlos lo había calculado, eligiendo el día perfecto para que Lidia no pudiera hablar con su padre.

Por si acaso, el chico salió un poco antes de la universidad, no quería dejar la posibilidad de que su madre le comentara a su padre que al más joven de la casa le ocurría algo. Aquello iría en contra de las pautas del libro y eso no podía ser, quería cumplir todo de la mejor manera posible.

Llegó a casa diez minutos antes que ella, aprovechando la situación para sentarse a la mesa junto a su progenitor y esperar que la mujer de la casa llegara del gimnasio.

Por supuesto, cuando Lidia vio a su hijo al lado de su marido, no se le ocurrió preguntar nada. El padre estaba delante y si tan vergonzoso era su problema, lo último que conseguiría, sería que otra persona más lo supiera.

La cena estuvo cargada de silencios que, únicamente, la radio conseguía amenizar un poco con los últimos temas del momento. El cabeza de familia trató de sacar algún tema de conversación, pero era muy complicado. Lidia tenía la cabeza meditando en cuál sería el problema de su hijo, mirándolo fugazmente a cada poco, esperando ver a través de él y encontrar sus dudas. Y Carlos, seguía metido en su papel, sin mirar a su madre como si siguiera muriéndose de la vergüenza.

La mujer esperaba con ganas que su marido terminara de cenar, de ese modo, podría abordar el tema a su hijo sin que le diera tiempo a huir. Lo mejor de todo para ella, era que Carlos estaba comiendo verdaderamente despacio. El único motivo de la paciencia del joven con la comida, era que se imaginaba que en “su momento” después de la cena, la mujer sacaría el tema.

—Bueno… —Arturo se levantó algo descolocado por la extraña cena— creo que la televisión y el sofá me están llamando, espero no dormirme en la sala. —una risa floja que ninguno de los dos copió— ¿Luego vienes, Lidia?

Esta asintió, deseando que su marido marchase rápido para abordar el tema con su hijo. Carlos sabía lo que iba a pasar, no había que ser adivino y cuando estuvieron solos, su madre se sentó en la silla de al lado.

Una sonrisa algo pícara le pretendía brotar en el rostro, pero la dejó oculta dentro de su cuerpo. Estaba tranquilo para abordar el tema y con una seguridad en sí mismo asombrosa. Había pasado toda la mañana encerrado en su cuarto, eso sí, sin perder el tiempo, porque antes de marchar a la universidad

“Vamos, bribón, que estamos avanzando en el buen camino. Empecemos con claridad, la clave en este apartado es que vuestra madre esté deseosa por saber qué os pasa. Si lo habéis hecho bien, seguramente este inquieta y quiera ayudaros. Cuanto más ayuda quiera daros, mucho mejor, porque, de ese modo, más difícil será que se eche atrás cuando se lo contéis”.

“Por partes, os tenéis que sentir mal al contarlo, avergonzados de vuestro problema, al borde de temer que hayáis perdido vuestra virilidad. ¿¿Exagerado?? Tal vez, pero es lo mejor en estos casos. Cuando logréis ese estado, tenéis que soltarlo de buenas a primeras”.

“Lo importante. ¿Cuál es EL PROBLEMA? Tiene que ser claro y simple, y lo será, tenéis un problema en vuestro miembro viril. Con esa excusa deberéis lograr que entienda que el problema es serio y necesitáis su opinión, aquí llegamos al paso crucial… os la tiene que ver”.

“La mejor excusa es que tenéis problemas para eyacular. Otro tipo de razón puede ser desmontada rápidamente, que os lleve al médico ese mismo día o que no le cause tanto interés”.
Carlos había visto una de las notas de la página que le hizo gracia “no le digáis que no se os pone dura, según me la miró, se me puso al momento”.

“Decidla que vuestro problema está a la hora de eyacular. Por mucho que estéis en la faena, tanto en la intimidad, como con otras chicas, no alcanzáis ese gran momento. La situación llega a ser desesperante y estáis muy preocupados. Déjala bien claro que no quieres que nadie lo sepa y que se lo cuentas, porque confías en ella como en ninguna otra persona. Que la consideras, más que una madre, una amiga para contarla todo eso. Tienes que aprovechar su momento de DEBILIDAD para que vuestra relación mejore todavía más”.

Carlos, poniendo cara de circunstancia, recordaba las directrices que leyó antes de irse a clase y con su madre delante, estaba dispuesto a ver dónde llegaba. Porque… ¿Qué era lo que quería? El juego comenzaba a ponerse serio y él, no se decidía a parar…

—Hijo, —se inclinó sobre la mesa para dar un poco más de intimidad a la conversación— ¿podemos hablar de lo de esta mañana?

—No sé… —fingió mirar a los lados y ponerse nervioso— me da mucho pudor hablar de esto, es algo muy personal.

—Tranquilo, voy a intentar ayudarte, para eso soy tu madre, ¿no?

Lidia llevó su mano hasta alcanzar la de su hijo, allí entrelazaron los dedos. La mujer le lanzó la mirada más tierna que disponía. Carlos no recordaba la última vez que su madre le cogió de la mano, y… esa sensación… le gustó.

—Mamá… es que… es complicado… —evitaba el contacto visual.

—Inténtalo, poco a poco. Papá no nos escucha, no tengas miedo, no se lo voy a contar.

Carlos se lamió los labios con calma, empezaba a sentirse incómodo, ya no solo por la mentira, sino por ver a su madre tan dispuesta y engañarla en su cara. Aquel lindo roce de su mano le quería hacer cambiar de opinión y decirla que todo era una broma. Se mantuvo firme y siguió con su plan.

—Es un tema complicado. Me imaginé que contándotelo podrías ayudarme, pero creo que fue una locura, una tontería. Es que, mamá, mi problema es… es de ahí. —señaló con sus ojos la entrepierna, Lidia se lo imaginaba y lo pilló al instante— Tengo un problema desde hace tiempo.

—Me lo temía, mi rey. Tranquilo, podemos hablar de ello. No soy una madre vieja que se escandaliza por esos temas.

“No trates de ser directo, muéstrate siempre nervioso e inquieto. La situación tiene que ser controlada por la madre, que en ningún momento se sienta presionada para hacer o mirar nada. Ocurra lo que ocurra, tiene que salir de ella, con toda probabilidad, tratará de ayudarte”.

—No sé si podemos hablar de esto. Eres mi madre y, últimamente, con las conversaciones que tenemos y eso… pues te considero más una amiga. —aquella frase a Lidia le gustó muchísimo, siempre quiso tener una gran confianza con su hijo. Por fin parecía lograrla— Diría más… porque no tengo muchas… eres mi mejor amiga. Sin embargo, esto me da mucho corte.

—Carlos, —añadió poniendo la mano libre encima de la otra y apretando a su hijo con mucho cariño— ánimo, estoy contigo. Sea lo que sea, lo solucionaremos juntos. Te lo prometo.

Al joven le dio la impresión de que ya estaba del todo involucrada, tenía que dar el paso y contarlo, aunque, en verdad, le causaba cierto pudor hablar de esos temas con su madre. Lidia todavía era joven y su hijo sabía que, alguna que otra vez, mantenía su ardor sexual con su marido… las paredes eran muy finas…

—Es muy sencillo y complicado a la vez, mamá. No te rías de mí, por favor. —Carlos miró hacia la mesa como un cervatillo herido y comentó casi en un susurro— Es que mi problema… pues es cuando… —su madre le dejaba hacer— pues cuando estoy en el tema. En resumen, —se lanzó a por todas— no puedo correrme.

—¿¡Cómo dices!? —Lidia no escuchó bien.

—Cuando estoy haciendo esas cosas, no puedo… ya sabes… terminar.

Siendo lo más expresivo que la espontánea timidez se lo permitía, agitó la mano libre dos veces y simuló que lanzaba un chorro al aire, su madre lo captó de inmediato. Una leve sonrisa salió en su rostro, nunca antes hablaron de nada sexual, era la primera vez y por lo menos, para Lidia, eso era un síntoma de tremenda cercanía.

—Entiendo, mi rey, pero no comprendo una cosa. Cuando estás con una chica y eso… —la madre se explicaba lo mejor que ponía— ¿Nada? —Carlos asintió. Volvió la cabeza hacia abajo tratando de evitar la mirada de su progenitora— ¿Cuándo estás tú solo?

—Cada vez me cuestas más. —negó con la cabeza, esta vez mirando a los ojos marrones de la mujer y moviendo las facciones de su rostro para asemejar una pena y frustración terribles— Llevo un tiempo que me cuesta horrores y por eso decidí comentártelo.

—Has hecho muy bien. —una duda le surgió a Lidia recordando a su marido— ¿Desde cuándo llevas sin…?

Las veces que no tenían sexo durante un tiempo, a su marido los genitales solían tener un ligero sombreado morado por la congestión de fluidos. En aquellas ocasiones, se ponían tan sensibles que con un leve roce le molestaba, se podía imaginar por lo que estaba pasando su hijo.

—Ni lo sé… prefiero no pensar en ello.

—¡Menuda faena!

—He considerado ir al médico —dijo rápidamente para cortar a su madre. “El médico es la peor opción, si vas a uno sabrá que no tienes nada y el plan caerá por su propio peso. ¡Teme al médico!”. —, pero me da cosa… y no quiero que me vean.

—Pero si es necesario… —volvió a apretar la mano de su hijo entre sus dedos.

—No, mamá, me da mucha cosa que me vea ahí un desconocido. Para eso soy muy vergonzoso, te lo digo de verdad. —por supuesto, era mentira.

—Vale, mi rey, no pasa nada. Al médico solo si se pone muy grave. ¿Has probado algo…?

—He mirado en internet un poco. —había leído una de las notas de pie de página, donde una letra poco gastada y, que le parecía reciente, mencionaba una excusa, “Eyaculación Retardada”. La causa más probable de sufrirla era debido al estrés o ansiedad, por lo que con su nueva etapa en la universidad podía encajar— He visto que puede ser eyaculación retardada.

Su madre no sabía que podía ser aquello, era la primera vez que lo oía, pero de haber eyaculación precoz… la retardada también podía existir, era bastante lógico. Permitió que su hijo siguiera explicándose.

—Lo más seguro es que sea por el estrés de la universidad… aunque también está la posibilidad de que haya perdido cierta sensibilidad en mis partes.

—Seguramente, será por lo primero. ¡Vamos! Fijo que es eso, los cambios muchas veces asustan y es tu primer año. No te preocupes, Carlos.

—Seguro que sí, mamá. —agachó la cabeza, tocaba poner la guinda al pastel— Lo único… este es el gran motivo por el que no me atrevía a contártelo. Me cuesta mucho pedirte una cosa. —su madre le miró fijamente, ¿qué podía haber peor que contar eso…?

“Cuando esté dispuesta a ayudar, le tenemos que requerir el primer paso de todo este plan. En ese lugar íntimo u otro de vuestra elección, le tenemos que pedir que os eche un vistazo en vuestras partes o, depende la excusa, si puede palpar la zona. No uséis palabras malsonantes, no queremos que “nos agarre los cojones”, sino que “nos palpe los genitales”. Entendéis por dónde van los tiros, ¿verdad? Que sienta que ella tiene el control en todo momento. Mamá es la que manda”.

—Es complicado… —su madre permanecía en silencio queriendo escucharle— Eres la única mujer de mi vida con la que tengo confianza plena. Me gustaría pedirte el favor más grande de mi vida, pero… me cuesta, apenas puedo ni pensarlo, mamá.

—Estoy contigo, hijo, pídeme lo que quieras. —Lidia esperaba impaciente, sabiendo más o menos lo que se avecinaba. El joven respiró profundamente y se lanzó

—¿Podrías mirarme ahí abajo si todo está bien? Y… —Carlos miró a otro lado, esa parte era la sencilla, ahora venía lo complicado— Cuando me toco mis partes lo noto igual, pero claro… también tengo el tacto de mis dedos… no sé si me explico bien. Mamá, si no quieres lo entiendo, es totalmente comprensible que te niegues. Aquí va… Buf… ¿Me harías el favor de palparme un poco la zona?

—Carlos… —la mujer soltó la mano de su hijo y el joven vio que perdía la oportunidad, que el juego había terminado y esa locura se iba por el retrete.

—No hablo del pene. Solo los genitales. —tampoco aquello lo hacía más sencillo— Te prometo que tendré los ojos cerrados. Sé que puede ser muy incómodo, quizá lo sea más para mí, que para ti, pero te juro que no me moveré.

Ensayó en su cabeza todas las posibilidades, pero no tenía más respuestas si después de tal revelación, Lidia contestaba que no. Solamente tenía la última baza que iba a jugarla en ese preciso momento.

—No quiero pedírselo a papá, no tengo la misma confianza que contigo.

Por un momento, los ojos de Lidia miraron fijamente a su hijo. Vio como agachaba la cabeza, parecía arrepentido por lo dicho, pero no tenía porque, entendía que debía estar pasándolo mal y ella, le dijo que le ayudaría.

—A ver… no pasa nada, mi rey. Ponte de pie, echo una mirada rápida. Si se lo dices a tu padre seguro que le da un infarto. Siempre se pone con todo a la tremenda.

—Pero… ¿Aquí? —Carlos se fue levantando mientras su madre no le quitaba la vista de encima— ¿Podríamos ir al baño? Aquí en la cocina… me da como cosa… A ver si va a aparecer papá de pronto…

Lidia aceptó, le daba lo mismo un sitio que otro, al fin y al cabo, lo que no quería era que su marido se enterase. Carlos lo pasaría realmente mal, se moriría de la vergüenza o, por lo menos, eso le parecía a la mujer.

—Vamos —sentencio ella dándose la vuelta y recorriendo el camino.

Entraron en el baño con pausa. Primero Carlos, fingiendo estar amedrentado, aunque… cada vez tenía que fingir menos, ahora sí que estaba algo cohibido por lo que iba a hacer. Lidia parecía mantener el tipo, su semblante sereno era el de una madre inspeccionando una herida de un hijo, no se esperaba nada extraño.

Sin embargo, algo que el libro no hablaba, pero lo dejaba entre ver, era que esa situación, sumado a las nulas masturbaciones, provocó que el pene del muchacho se activara del todo. Sabía que lo iban a mirar y quizá a palpar, sus motores rugieron al cien por cien después de algo más de una semana de abstinencia. Bajo el pantalón del pijama, un bulto más que elevado se comenzó a marcar.

—Mamá, no quiero que pienses mal —esta vez lo estaba diciendo en serio—. Como me vas a ver ahora, estoy todo el día. Perdóname, no es nada personal, no lo puedo remediar ni poniéndome una bolsa de hielos.

—No te preocupes, venga, vamos a ver qué es lo que pasa.

Al lado del retrete, a escasos dos metros de distancia, Carlos se bajó el pantalón, sacando de su interior una pequeña anaconda que apuntaba a su madre de forma acusadora. Lidia abrió los ojos, la sorpresa fue tremenda, hacía años… muchos años que no veía así a su hijo y aquello, la impactó.

No sintió deseo, no le afectó en su lado sexual, solo que la sorpresa fue tal, que apenas pudo contenerla en su rostro, no se esperaba algo tan inmenso. Era grande, gorda, con unos huevos hinchados que la provocaron una respiración fuerte para llenar sus pulmones.

Una polla de un tamaño que no vio en su vida, con varias venas repletas de sangre recorriendo la longitud por debajo de la piel y, por un instante, se quedó sin palabras. Miró fijamente aquella barra de hierro, fijándose en la pequeña acuosidad que marcaba su punta, sin remediarlo pensó, “¿Cómo puede ir así todo el día? ¡Raro es que no se desmaye!”.

—Entonces… ¿Te duele en algún lado? —Lidia trató de mantener un tono de voz tranquilo, sosegada, pese a que su corazón cabalgaba desbocado por semejante revelación.

—Pues en todas partes. Es un dolor punzante, sobre todo, en los testículos. Ahí es donde más me duele. —en ese caso, no mentía y Lidia, por las situaciones con su marido, lo conocía— ¿Puedes mirar si tengo un golpe o algo?

Lidia lo observó desde la lejanía, no quería acercarse y que, aquella tremenda cosa, la golpeara sin querer, le daba la sensación de que su hijo portaba un martillo. Echó dos vistazos, uno por cada lado del tronco y desde su posición, no vio nada… porque no lo había.

—Quizá tengas los huevillos un poco morados, pero eso es normal, se debe a la condensación de todo lo que tienes dentro. —trató de pensar en algo gracioso para evadirse— Lo que necesitas es vaciarte… tu padre le llama sacar el veneno.

—Gracias, mamá, eres la mejor. Me había mirado con un espejo, pero no veía bien. Me quitas un peso de encima.

Ella le soltó una sonrisa nerviosa que supo disimular a las mil maravillas, más por la situación incómoda que por ninguna otra cosa. Para Carlos, ahora era el momento cumbre, el tono o nada, no se sentía conforme con que solo se la mirase, tenía cierta ambición por sobrepasar lo que decía el libro y se lanzó a la piscina.

—¿Podrías… si quieres claro… palparme la zona? Te lo juro que yo mantengo los ojos cerrados, es como si no lo hicieras, lo prometo.

—A ver, Carlos… —a la mujer tampoco le pareció tan grave, ya había tenido que sacar su prepucio cuando era un bebe y evitar así la fimosis. Esto era algo de menor relevancia, ¿no?— Si es lo que necesitas…

El joven no dijo nada, solo puso la cara de pena que tanto había entrenado y asintió a su madre. Devolvió un gesto cómplice y se acercó a su vástago que tanto estaba sufriendo. Con los pantalones bajados hasta los tobillos, Carlos sintió una vergüenza incalculable, había pasado una barrera infranqueable de la forma más tonta. Además, él no quería nada con su madre, ni siquiera le parecía atractiva… Todavía pensaba eso, ¿no?

—Mira, vamos a hacer una cosa. Paso un poco la mano por los genitales para palpar, así estará bien, ¿okey? —ella llevaba el mando, como el libro decía. Carlos asintió.

—Yo cierro los ojos, mamá, no quiero que te sientas rara.

Con los ojos cerrados, sin poder saber qué ocurría en el baño, Carlos se perdió como Lidia le observaba con cierta compasión y después, bajó el rostro para mirar la gran herramienta. Colgaba poderosa del cuerpo del joven, como una gran serpiente, grande, gorda, larga, venosa… la piel parecía porcelana y los músculos acero.

Tragó saliva y una pregunta muy evidente surgió en lo más recóndito de su cerebro “¿Es la más grande que he visto? ¡No hay duda de que sí!”. Borró de su mente la sorpresa, su objetivo estaba justo debajo y ladeando la cabeza vio la bolsa que contenía sus preciados testículos. Estaba arrugada, se veía pesada y el color morado predominaba por la zona, en verdad lo tenía que estar pasando mal.

La mano fue lentamente hasta su objetivo, haciendo que la espera del joven fuera eterna. Al final, Lidia, a escasos milímetros de la zona, comenzó a notar el calor que de allí manaba, era una verdadera estufa, la puerta al infierno.

Hacía mucho que no tocaba unos, esa sería la primera vez que palpaba una bolsa escrotal en todo el mes, “quizá en dos meses…”, se dijo antes de hacer contacto. Justo en el momento indicado abrió la mano, posando en su palma ambos tesoros y, en un ligero movimiento, como si de dos canicas enormes se trataran, las meció con cariño.

El calambre de placer sufrido por el joven fue tal, que dio un paso hacia atrás, tropezando y cayendo con su trasero en la taza del váter. Todo ese tiempo sin tocarla, con las hormonas de un adolescente caliente, había confluido en una explosión de magnitudes bíblicas. Abrió los ojos al momento, sintiendo el calor y el dulce tacto de su madre.

Lidia le miró extrañada, ¿qué no era extraño aquel día? Pocas cosas. Su hijo respiraba con rapidez mientras su tremendo pene daba saltos como loco. Ambos se observaron algo desconcertados y, en un segundo de lucidez, Carlos recobró la cordura dejando a un lado el juego.

—¡Mamá, por favor, sal! ¡Por favor, déjame solo…! Tengo que… rápido, por favor…

A Lidia no le dio tiempo a darse la vuelta y vio la forma en la que su pequeño agarraba con una mano, algo que no podía abarcar. Sus dedos parecían leves palillos tratando de estrangular a la peor de las víboras. El cuerpo se giró, aunque los últimos en desprenderse de aquella imagen, fueron los ojos.

Salió tan rápido como pudo, cerrando la puerta tras de sí con el corazón en un puño, pensando en lo que su hijo hacía a su espalda. Se apoyó sobre la madera, tratando de serenarse, sin embargo, unos segundos después de que le encerrara en el baño, se escuchó algo.

—¡Aaahhh…!

Un grito cohibido de placer anegó el baño. Ella apenas lo oyó y era consciente de que era imposible que le llegara a Arturo en la sala. Aunque lo sucedido era tan evidente… Carlos en par de sacudidas había completado un orgasmo maravilloso.

Mientras su madre, sin saber cómo era posible, se alegraba de haber podido ayudar a su hijo. Al otro lado de la puerta, en voz muy baja y mirando a la nada, Carlos susurró.

—Gracias, mamá.
 
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