Carlos caminaba tranquilamente por la calle mientras se comía una bolsa de Doritos que le estaba dejando, tanto los labios, como los dedos anaranjados. Iba paseando por su ciudad camino a casa, pensando en sus cosas de adolescente, chicas, exámenes, chicas, fiestas, chicas, amigos… ¿He dicho ya chicas?
De pronto, algo le llamó la atención, un señor mayor, quizá cercano a los setenta años, con una barba larga y descuidada, que estaba pidiendo dinero en la calle. Tenía un perro a su lado, bolsas de la compra repletas y unas cuantas mochilas con distintos aparejos.
Nunca lo había visto antes y eso que solía pasar por allí casi todos los días, aun así, era la primera vez que se percataba de su presencia. En un lapso tan corto de tiempo, algo se le movió en el interior de su vientre, una sensación de lástima que chocaba mucho con el egocentrismo propio de un adolescente que solo piensa en su culo.
Reflexionó sobre que podría hacer algo, un gesto pequeño para el joven, pero que quizá le sirviera de mucho a ese hombre. Antes de acercarse, se detuvo un momento para mirar su cartera, tampoco era una sorpresa, no tenía ni una moneda. “Mi bondad se marcha por el sumidero…”, se dijo cerrando esa parte de su cartera. Por instinto, abrió la zona de los billetes y vio que tenía uno de cinco euros, era lo único que dormía allí dentro.
Levantó las cejas, dudando si aquello era pasarse o no, pero bueno, para una vez que lo hacía, seguramente no tendría esa sensación nunca más. Se quitó los cascos de música y se acercó al hombre. El vagabundo le devolvió una mirada perdida y con cierta desconfianza. Carlos le tendió la mano y la sorpresa del hombre, que permanecía sentado en la acera al lado de su perro, fue mayúscula.
—¡Gracias, niño! —sus ojos estaban encendidos y extendió la palma de su mano— Pero mejor guarda eso, no lo puedo aceptar, —Carlos no retiró el billete— es demasiado dinero para un chico como tú.
—Insisto. Igual suena duro, pero seguramente que a mí me será más fácil conseguir otra vez este dinero que a usted.
—En eso no te falta razón, pequeño. —aunque tardó un poco, el vagabundo acabó cogiendo el billete. El hambre pesaba más que el orgullo— Muchas gracias, es un favor enorme el que nos haces —lanzándole una mirada tierna a su fiel amigo que dormitaba a su izquierda—. Me gustaría agradecértelo de alguna forma.
Mientras el hombre se giraba buscando algo en la mochila, Carlos se imaginó algo totalmente pervertido en su mente. Sus dieciocho años recién cumplidos le estaban volviendo loco, cada año estaba más salido… ¿Qué le iba a dar aquel vagabundo?
Vio como el hombre sacó un libro algo corroído por el uso y el tiempo, parecía viejo y su portada más parecía un cartón que otra cosa. Se lo tendió al joven y este lo cogió sin vacilar, la insaciable curiosidad de la juventud, le provocó querer abrirlo nada más lo tuvo entre sus dedos.
—Es un libro, nada más. —el hombre percibió la inquietud en los ojos de Carlos— Quizá te pueda ayudar a tener una… aventura.
—Bueno, pues… —el joven movió la cabeza a modo de despedida y añadió— muchas gracias por esto, lo leeré en casa.
El indigente también se despidió, lanzándole una enigmática mirada con algo de picardía que Carlos no llegó a ver porque ya se marchaba. El chico no lo sabía, pero había adquirido algo más que un libro, como bien dijo el vagabundo que cuidaba a su perro, iba a vivir una aventura, aunque… todavía no lo sabía.
—Papá, mamá. Ya he llegado —gritó Carlos al entrar por la puerta de casa.
Ambos estaban en el sofá y le saludaron rápidamente para volver la cabeza nuevamente a la televisión. El joven anduvo con calma a su cuarto, con el libro todavía entre sus dedos, aunque su curiosidad se había mitigado levemente. Su mente se había sumergido en un pensamiento más importante, en la última chica con la que estuvo y de la cual no recordaba bien su nombre. “¿Era Estefanía o Esther? ¡Bah!, da lo mismo”.
Lo que sí que recordaba era su aspecto, su cuerpo, su trasero, su piel de porcelana, ya tenía visualizada la película que tenía montada en su mente para darse un buen placer. Sin embargo, cuando entró en su habitación, paró por un momento su festival de placer y miró a la mesa donde depositó el nuevo libro sin apenas darse cuenta.
Notó como si le llamase, como si aquellos papeles tuvieran un canto de sirena fantástico que le convocase a leerlo. No era nada más que la curiosidad del joven, que necesitaba saciarla antes de vaciar un cargamento que requería un desahogo.
Separó la silla de su escritorio y abrió su nuevo libro con una curiosidad malsana que, de un momento a otro, se había apropiado de él. Quería descubrir que era lo que aquel señor le había dado, “espero que no sean fotos del tipo en bolas o algo peor… ¡Joder, que yuyu!”, se dijo cambiando su boca a una mueca de asco.
—“El Manual del Hijo Travieso” —leyó en la primera página escapándosele una sonrisa incrédula— ¡¿Qué coño es esto?!
Pasó dos páginas más, sintiendo bajo las yemas de sus dedos, el tacto viejo de las páginas. En las siguientes, observó que aparecía un párrafo suelto en medio del folio, supuso que sería algo como una introducción o agradecimientos. Estuvo tentado de seguir adelante y dejar eso para otro día (o nunca), pero, sus dedos, retuvieron la página para que pudiera leerla.
“Estimado lector, en sus manos contiene el santo grial de la seducción, la verdadera biblia del amor, la obra magna para todo joven que se precie. Lo único que es un tanto especial y no va a centrarse en cortejar a ninguna mujer ajena o desconocida. No, mi buen amigo, en las siguientes páginas encontrará la manera de engatusar a la mujer más amada por todo chico. Su madre”.
—Pero… ¿¡Qué mierda es esta!? —dijo totalmente sorprendió a la par que se reía. Aquello parecía una broma y, de momento, le hacía gracia.
“Antes de empezar con la mejor aventura de tu vida, deberás saber que hay unas condiciones para usar este libro. No te ibas a llevar todo lo bueno sin dejar algo a cambio, ¿no? La primordial de estas normas es la siguiente, cuando logres tu objetivo, porque sí, estoy convenció de que lo harás, deberás pasar el libro a otro compañero para que pueda disfrutar de su sabiduría. De no ser así, la terrible maldición que pesa dentro de estas páginas caerá sobre tus hombros para que cargues con ella por toda la eternidad hasta que encuentres un digno sucesor del manual”.
—Seguro que esto lo ha escrito ese viejo, ¡La leche…! —rio porque no se podía contener— ¡Tiene que estar bien loco! —recordó el billete de cinco euros y no lo echó en falta— Al final, van a estar bien invertidos, me voy a reír un rato.
“Un consejo que repetiré de aquí en adelante. Si quieres conseguir tu objetivo, ten en cuenta una cosa muy sencilla, tendrás que ser obstinado y repetitivo, en eso se basará esta táctica, si no te esfuerzas, olvídate de conseguir el gran premio. Y una cosa más importante, diría que vital, desde este momento, tendrás prohibida la masturbación. Es parte fundamental”.
—Descuida que eso va a pasar… —su voz no podía ser más sarcástica. Pasó la hoja al terminar el pequeño párrafo y vio que ponía en letras mayúsculas, CAPÍTULO 1. Su curiosidad no podía detenerse, a cada palabra crecía y crecía…— Vamos a ver que me cuenta este libro.
En primer lugar, vamos a ser educados. ¡Buenos días, futuro conquistador! Si has leído la presentación de este libro, ya sabes que debes de ser concienzudo en la tarea, pero te tengo que pedir que también tengas paciencia. Es una batalla a largo plazo, no vas a conseguir nada de un día para otro, sin embargo, si sigues estos pasos, cumplirás tus objetivos de tener algo con tu progenitora…”.
A Carlos aquella idea nunca le había llamado, su madre siempre había sido eso… su madre, nada más. En ninguna ocasión la vio de forma erótica o más allá del amor de un hijo a una progenitora. Es cierto que Lidia iba al gimnasio de vez en cuando, se mantenía bien de cuerpo y trataba de cuidarse, aunque no era una belleza.
Su rostro se podía calificar de normal, nada exuberante ni una belleza a destacar, era otra madre más. Si bien tenía el cuerpo en forma, al joven nunca le había llamado la atención, ni siquiera sus amigos le habían vacilado nunca con que su madre “estuviera buena”. A pesar de eso, siguió leyendo por mera curiosidad.
“Vamos a dar los primeros pasitos que para eso estás leyendo. Lo primero será tener una madre, eso es más que evidente”. Carlos vio que al lado de la frase alguien con un bolígrafo verde había dibujado una cara sonriente. La verdad que era cierto, sin ese punto el plan se vendría abajo. Continuó leyendo.
“Ahora vayamos metiéndonos en los temas básicos que tendrás que superar. Venga, algo sencillo. Para empezar deberemos labrarnos una pequeña confianza entre madre e hijo, fácil, ¿no? Trataremos de buscar un momento íntimo con nuestra progenitora, sin referirnos a nada sexual. Tiene que ser un instante en el que os encontréis solos en algún lugar, tranquilos, serenados y sin que tenga mucho que ver, así de buenas a primeras, ensalzaremos algo de ella. Por supuesto, no tiene que ser ninguna zona sexual, puede ser los ojos, el rostro, el cabello… en esto tienes libre elección, incluso se puede incidir en algún complemento de su ropa. El claro objetivo de esta acción es que ella se sienta guapa y halagada. Ni más, ni menos”.
Al lado de ese párrafo, un bolígrafo de color azul rezaba la siguiente frase en una dudosa caligrafía, “Decirla que iba muy bien vestida, la encantó”. Carlos separó la vista del libro, los siguientes párrafos eran ejemplos de cómo y donde poder hacerlo, pero la idea ya la había pillado.
Cerró su nuevo manual, pensando en sí debería probar, solo por curiosidad, sin ninguna meta en particular. El objetivo final del libro no le interesaba, pero ver las notas en los márgenes y lo desgastado que estaba por el uso, le dio la idea de que… tal vez… podría funcionar.
Se fue a la cocina a cenar con sus padres, estos ya le esperaban sentados a la mesa y por primera vez en su vida, miró diferente a su madre. Con el pijama corto podía ver sus piernas marcadas y como su delgadez era evidente. No había duda de que se cuidaba, eso el joven lo sabía bien, aun así, su media melena y su rostro no es que fueran de otro mundo.
Bordeando los cuarenta y cinco, Lidia seguía manteniendo un buen cuerpo, sin embargo, las arrugas ya iban marcando su rostro, y alguna que otra marca por la edad se presentaba como regalo cada cumpleaños. Tampoco era fea, pero no era una mujer que por su belleza te volteases en la calle a mirar, Carlos la podría calificar como una mujer normal.
Terminaron de cenar y el joven marchó al baño, hizo sus necesidades y antes de volver a su cuarto, se detuvo a mitad de camino. Miró hacia atrás, donde se encontraba la cocina, escuchando el entrechocar de platos mientras Lidia los metía en el lavavajillas. Al otro lado, el sonido de la televisión le decía que su padre estaría viendo algún que otro programa. Sin saber muy bien que fue lo que le impulsó, giró sus pies, rumbo al lugar donde se encontraba su madre.
Apenas se miraron, Lidia no reparó en que su hijo estuviera allí y siguió metiendo los platos en el lavavajillas, con toda seguridad habría acudido a por agua o a por un yogur. Si no era eso, Lidia tenía muy claro que sería a por un clínex… ¡Cómo los gastaba!
Carlos se acercó, algo sorprendido por pensar en lo que iba a hacer, no recordaba haberle dicho un cumplido a su madre jamás. Le pasó un plato que había en el fregadero y ella le sonrió de manera cortes para agradecerle el gesto, Lidia no esperaba nada más.
—Mamá, una cosa. —la mujer ni siquiera le miró, siguiendo a lo suyo, suponiendo que Carlos habría perdido alguna cosa y necesitaba encontrarla. No había día que no dejara algo tirado y después le pidiera sopitas, en eso era igual que su padre— ¿Te has hecho algo en el pelo?
Lidia dejó de recoger y volteó la cabeza lanzando una mirada tan rápida como confusa a su pequeño. Se puso de pie, notando la diferencia de, más o menos, media cabeza que había entre ambos y después de tocarse el pelo con dudas, le preguntó.
—¿Tengo algo? ¿Se me ha manchado?
—No, no es eso. —el joven se vio desde fuera, era tan extraño lo que le iba a decir a su madre…, pero cuanto más esperase, más le costaría. Entonces lo soltó— Es que te lo veo muy bonito, solo eso.
Carlos usó el tono de voz más normal del que disponía, algo similar a cuando le comentaba que había recogido las cartas del buzón, no quería que notase que todo estaba preparado. En el mismo momento, Lidia echó hacia atrás la cabeza, de la misma manera que un boxeador esquiva un golpe, pero, en este caso, para reponerse de semejante halago.
—¡Vaya, Carlos! —hacía muchísimo que no le decían nada como eso, ni en la calle, ni en el gimnasio, mucho menos en casa— Gracias. Muchas gracias. —se atusó el pelo como si estuviera tocando seda— No sé… Hace una semana fui a la peluquería, quizá sea eso.
—Puede ser, no lo sé. —se aventuró a soltar otra frase, parecía que Lidia estaba receptiva— Esta mañana me he fijado y me ha sorprendido. —le pasó otro plato queriendo normalizar todavía más el teatro que tenía preparado— Siento como que… te favorece mucho, que… no sé… te brillan los ojos.
Lidia no tenía unos ojos bonitos, eran de un marrón muy usual y de un tamaño medio que para nada llamaban la atención, pero a la mujer… la encantó oírlo. ¿A quién no le gusta que la halaguen?
—¡Joe! Muchas gracias, hijo. Tendré que ir más a la peluquería entonces. —una leve risa nerviosa se apoderó de ella.
Carlos solamente la sonrió lo mejor que pudo y le hizo llegar el último vaso antes de que el lavavajillas se cerrase. Los dos se despidieron y el joven se marchó algo extrañado hacia su cuarto, mirando como en el escritorio, el libro abierto le esperaba por donde lo había dejado.
—Parece… —frunció el ceño al contemplarlo— Parece que has acertado con esto…
Al día siguiente, volvió a repetir el proceso, no es que quisiera seguir los pasos del libro, sin embargo, le había gustado sacar a esa sonrisa a su madre y… ¿Por qué no hacerlo de nuevo?
Después de la cena se acercó a Lidia y le mencionó, que tal vez no era por la peluquería, porque con su pequeña coleta se veía igual de guapa. Ella le devolvió el agradecimiento y Carlos se fue de nuevo sin más, como si le hubiera dicho algo de lo más cotidiano.
Se metió en su cuarto y de debajo de la cama sacó el libro que a cada hora le llamaba más la atención. Incluso se había releído el primer capítulo, pero ahora, que lo había “completado”, la curiosidad le animó a seguir con el segundo.
Abrió las páginas mientras pensaba en las condiciones para que el plan surtiera efecto, aquello le saltaba en su cabeza con luces de neón, NO MASTURBARSE. Por seguirle el juego había decidido no hacerlo, al menos, durante un par de días, a ver qué pasaba… o de que servía… de momento, lo único que notaba era un picor tremendo en sus genitales.
“Estás en el segundo capítulo y oye, ya has dado el primer paso, no está nada mal. Ahora seguiremos con las siguientes lecciones, que con un simple halago no vas a conseguir nada. Eso sí, no te adelantes, fiera, repite varios halagos en los próximos días, no lo hagas de seguido que si no se olerá que quieres algo. Simplemente, si se tercia la ocasión suelta algo con ese ingenio que seguro que tienes, ánimo”.
“Una vez repetidos varios días el proceso, lo próximo será tramar un vínculo de confianza mutuo. No tendrá que ser profundo, ya que estamos en el comienzo de la aventura y puede que vuestra relación no sea la más profunda del mundo”.
—Tiene razón…
“Vamos a intentar que mamá se sienta cómoda a nuestro lado, que no esté al lado de un hijo, sino más bien de un amigo, de un compañero. Lo más seguro que la vida en pareja…”. Carlos siguió la flecha de color azul que le sacaba al margen y leyó como alguien había anotado una frase. “Si desgraciadamente no tienes padre, este punto será más sencillo, eres el pilar de tu madre y vuestra unión puede llegar a ser extrema”.
Carlos meditó sobre la posibilidad de no tener padre, cosas como la muerte nunca habían surcado su mente, cuando eres tan joven todavía te crees inmortal, tanto tú, como los que te rodean. Un escalofrío muy humano le recorrió el cuerpo, pensando que mejor que su padre siguiera vivo… ¡Mucho mejor!
“Lo más seguro que la vida en pareja sea muy monótona y hayan perdido la magia del principio. Esto es algo obvio, tengas la edad que tengas, piensa que, al menos, esos años habrás estado en medio de esa relación, reclamando toda la atención posible. Si tienes más hermanos o hermanas, ya te puedes hacer una idea, porque ese cuidado no se multiplica, sino que es exponencial”.
“Por lo tanto, es evidente que ellos se quieren o que, al menos, siguen juntos por algún motivo. Pero aquí entras tú. La magia que tuvieron habrá desaparecido y, seguramente, en muchos casos, el sexo también. Por lo que el cometido en este capítulo no se tratará de esa segunda opción, eso vendrá mucho más adelante…”. Carlos volvió a mirar otra de las notas, “no seas impaciente, pajillero”, no pudo contener una sonrisa.
“Es el turno de proporcionarle el apoyo emocional que ella necesita como toda persona en este mundo. Empezaremos por un básico, ¿Qué tal el día? Si trabaja, ya tienes la siguiente pregunta, si su labor son las tareas del hogar, tendrás que tirar por ese camino. Implícate en sus respuestas y estate atento a estas, puede que encuentres algo que la inquiete… si lo localizas, trata de resolverlo con palabras”.
—No parece difícil.
No lo era, no obstante, Carlos nunca se había interesado por nada del día a día de Lidia, quizá sonase raro hacerlo de sopetón, debería ir poco a poco. Miró un poco más abajo, al final de la página, donde una palabra bien marcada en letras rojas advertía, “PACIENCIA”.
Cerró el libro tras darle otra hojeada al capítulo y lo dejó después debajo de la cama para que durmiera tranquilo. La curiosidad se había trasformado en algo más, aquel pequeño manual le empezaba a atrapar, y aunque no tenía en mente nada con la única mujer de la casa… le apetecía seguir practicando, quizá a la larga le valiera con otras mujeres.
Agarró su abultada entrepierna, manoseándola con relativa fuerza. Ya metido en cama, su pene sabía que era su momento, el instante de dar placer a Carlos después de un día duro, por lo que la sangre la comenzó a volver más grande, era lo natural.
La sacó de su ropa interior, sus casi veinte centímetros de inmenso coloso reposaron entre sus dedos, pero en su mente resonó la vocecilla de pepito grillo, de su conciencia o de a saber quién. Escuchó con letras mayúsculas un consejo que no le apetecía incumplir, “Mejor hoy no…”.
Siguiendo las instrucciones del libro, se acurrucó con los genitales rebosantes de un líquido cremoso que clamaba por salir. Pero, por el momento, no era el día en el que se volvería a masturbar con sumo gusto, ya otro día… por hoy, seguiría el juego del libro.
Se despertó con ganas y con una erección de caballo que no se pudo bajar hasta que no vació su vejiga en el retrete, con gran placer hay que mencionar. Todas las mañanas siempre estaba a solas con su madre, ella no trabajaba y se dedicaba al hogar, mientras que su padre no volvía hasta las seis de la tarde. Sin embargo, el horario de su padre no era relevante, ya que él tenía clases en la universidad a las tardes y de tres a ocho nunca estaba en casa.
Aquella mañana, mientras desayunaban y hablaban de cosas mundanas, trató de seguir los consejos de su nuevo libro de cabecera, queriendo mantener una conversación más concreta con Lidia.
La mujer se sorprendió cuando escuchó como su hijo le preguntaba qué tal día estaba teniendo, no era habitual ese interés de su pequeño por ella, pero la gustó, nadie le preguntaba ya qué tal. Aun así, tampoco llegó más allá, simplemente no hubo nada más que decir, dos preguntas rápidas y la pequeña intentona terminó, por el momento.
A Carlos, la idea que le planteaba el libro le seguía sin interesar, conseguir algo con su madre, no era su plan para nada. Sin embargo, la sensación de seguir los pasos marcados por aquellos capítulos y ver que estos… digamos que… tenían su efecto, eso sí que le gustaba.
Recordó la palabra PACIENCIA bien marcada en el libro y se la garabateó en la mente con fuerza, esa era la clave de todo. Por lo que dejó pasar la mañana y a la tarde del día siguiente, lo volvió a intentar.
Había estado pensando en lo que decirla, tal vez otro qué tal, aunque le sabía a poco, quería indagar un poco más en su estado de ánimo y lograr esa confianza de la que hablaba el libro y que ellos… no tenían.
Se acercó a su madre después de la cena, a la misma hora en la que los anteriores halagos habían causado una reacción en ella. Un poco por seguir un patrón, el joven se decidió que era un buen momento, si funcionaron unas palabras bonitas, ¿por qué no iba a funcionar una leve charla?
—Te veo un poco cansada.
Lidia alzó la cabeza para mirar a su hijo, tratando de no mostrar sorpresa porque le soltase tal comentario. En general, Carlos no era mucho de hablar y menos, de preocuparse por los demás. La mujer siguió pasando la escoba para aparentar normalidad y centró sus ojos en el suelo de la cocina.
—¿Sinceramente? Un poco. La verdad que hoy fue un día duro. —el joven vio la oportunidad de ganar algún que otro punto y se levantó de la silla, quitándole de las manos la escoba a su progenitora.
—Siéntate, Lidia. Ya termino yo, no te preocupes.
La mujer abrió los ojos, quedándose petrificada en medio de la cocina. Tenía todavía la mano con la forma del mango mientras contemplaba como su chico empezaba a barrer el suelo. Era tan extraño como sorprendente, su hijo en par de días había dado un ligero cambio, además…, para bien.
—¿Fue duro por algo en particular? —siguió Carlos mientras su madre reposaba su trasero a gusto en una silla.
—No…, nada en especial y todo un poco. Ya sabes, esta tarde he ido un poco al gimnasio y bueno, acabo derrotada. A la mañana… fui al supermercado y ¡no sabes qué cola! —Lidia por una vez se sintió cómoda y le dieron ganas de “desahogarse” un poco con su hijo— Además, menudo jaleo. Una señora, seguro que con toda su buena voluntad, ¡eh! No digo que no, pero va y saca… ¡Miles de monedas para pagar! Se me ha hecho la cola interminable.
Carlos paró al escuchar a su madre, viendo en su rostro, como nacía una pequeña sonrisa que la embellecía el rostro. Al joven no le salió otra cosa que copiarle el gesto, simplemente por instinto.
Se vio optimista, reflexionando en décimas de segundo si era un buen momento para soltar otro halago. Tampoco quería que quedara atropellado, tantos en tan pocos días… podría resultar raro, sobre todo, porque nunca le había dicho ninguno.
—Es normal que estés cansada, trabajas mucho. —alguna vez había escuchado como su madre le decía a su padre que ocuparse de la casa también era un trabajo y lo usó a su favor— Yo en tu lugar estaría muerto al primer día.
Detuvo un momento el vaivén de la escoba, acercándose al armarito de la izquierda, el que su madre llamó desde que era pequeño, “el cajón de las chuches”. Junto con su mano emergió un bote de galletas que eran las favoritas de su madre, cogiendo el chico una y pasándole dos a su madre sin que ella se lo pidiera.
—Bueno…, —la alegría porque reconociera su labor, le sabía mejor que la galleta— no es para tanto, seguro que lo harías bien.
Separó una de las sillas y el joven sentó junto a su madre, mirándola por un segundo a esos ojos marrones tan normales. Tenía una frase entre ceja y ceja, una que apareció de la nada, aunque trababa de sustituirla por otra, porque quizá… era demasiado.
En aquella fracción de segundo que sus ojos contactaban, trató de lanzar esa frase a la basura, pero, en un instante, otra voz en su interior le detuvo para preguntarle, ¿Por qué no? “Sí, porque no…”.
Carlos no buscaba beneficiarse a Lidia, ni siquiera verla desnuda o en ropa interior. Era su madre, solo eso… ¿Cómo iba a querer sexo? ¡Imposible! Únicamente estaba jugando. Si sus palabras la animaban y la alegraban, pues bienvenido sea, y si no… pues a otra cosa.
—Ojalá, mamá, pero que va. —hizo una pausa para prepararse y añadió— Cuando tenga mi propia casa, espero encargarme de ella tan bien como lo haces tú. Es que puedes con todo, ¡eres la leche!
—¡Carlos…! —rio levemente con media galleta en la boca que trataba de escapar, teniendo que ponerse la mano en la boca para evitarlo— ¡Qué cosas dices…! No hago nada del otro mundo.
—Para mí sí. —continuó mirando a su madre, aunque no como siempre, ahora lo hacía a detalle. Gracias a eso, pudo ver un leve rubor que asomaba en sus mejillas, le había gustado por lo que… siguió— Te lo digo de verdad, para mí eres una supermujer y una supermadre.
Todavía le resultaba extraño el comportamiento de su hijo, desde hacía unos días el interés hacia ella había crecido, aunque no era difícil, antes estaba a un nivel cero. Sin embargo, escuchar semejantes palabras salir por la boca de su pequeño le llegó al corazón.
Cualquier madre que escuchase como su vástago le decía que era una buena mamá, le aclararía el día más nublado y para Lidia, no iba a ser menos. Entre sus generosos pechos el corazón le saltó de júbilo y una sensación dentro del vientre le llegó a provocar que apretara los labios con fuerza.
—Muchas gracias, mi rey. —cuando salió de su boca lo sintió raro, hacía mucho tiempo que no le decía cosas cariñosas— Eres un amor de hijo. Ahora… voy a ir a ver la televisión un poco con papá. ¿Vienes con nosotros?
—Tengo que hacer tareas de la universidad, pero seguro que otro día me apunto, no lo dudes.
—Sí, otro día.
Ambos sonrieron y la mujer se levantó con su pijama corto, mientras Carlos, la seguía con la mirada. El joven no lo hizo por nada en particular, pero la observó al tiempo que abandonaba la cocina. Primero sus piernas duras del gimnasio, subiendo hasta su pantalón corto, que escondía unas caderas muy bien compensadas. Su cintura quedaba al aire porque la camiseta no lograba ocultarla, mostrando algo de piel que daba pistas de que allí solo había un poco de grasa.
Un picor inusual apareció en su nuca, teniendo que llevarse allí la mano de igual forma que si le hubiera picado un mosquito. El cuello se le torció en un rápido gesto y el picor siguió bajando por su cuerpo, nadando entre sus órganos sin un rumbo fijo.
Estando solo, con la galleta medio comida y el único acompañamiento del sonido del motor de la nevera, un pensamiento muy honesto surgió de lo más profundo de su mente. Era algo que nunca había meditado, puesto que sus ojos veían a Lidia como lo que era… su madre. Al tiempo que esa idea unía letras para crear palabras, las ganas de ver que ponía en el tercer capítulo del libro amanecieron, justo cuando el pensamiento tomaba forma. “En verdad… para su edad… tiene muy buen cuerpo”.
De pronto, algo le llamó la atención, un señor mayor, quizá cercano a los setenta años, con una barba larga y descuidada, que estaba pidiendo dinero en la calle. Tenía un perro a su lado, bolsas de la compra repletas y unas cuantas mochilas con distintos aparejos.
Nunca lo había visto antes y eso que solía pasar por allí casi todos los días, aun así, era la primera vez que se percataba de su presencia. En un lapso tan corto de tiempo, algo se le movió en el interior de su vientre, una sensación de lástima que chocaba mucho con el egocentrismo propio de un adolescente que solo piensa en su culo.
Reflexionó sobre que podría hacer algo, un gesto pequeño para el joven, pero que quizá le sirviera de mucho a ese hombre. Antes de acercarse, se detuvo un momento para mirar su cartera, tampoco era una sorpresa, no tenía ni una moneda. “Mi bondad se marcha por el sumidero…”, se dijo cerrando esa parte de su cartera. Por instinto, abrió la zona de los billetes y vio que tenía uno de cinco euros, era lo único que dormía allí dentro.
Levantó las cejas, dudando si aquello era pasarse o no, pero bueno, para una vez que lo hacía, seguramente no tendría esa sensación nunca más. Se quitó los cascos de música y se acercó al hombre. El vagabundo le devolvió una mirada perdida y con cierta desconfianza. Carlos le tendió la mano y la sorpresa del hombre, que permanecía sentado en la acera al lado de su perro, fue mayúscula.
—¡Gracias, niño! —sus ojos estaban encendidos y extendió la palma de su mano— Pero mejor guarda eso, no lo puedo aceptar, —Carlos no retiró el billete— es demasiado dinero para un chico como tú.
—Insisto. Igual suena duro, pero seguramente que a mí me será más fácil conseguir otra vez este dinero que a usted.
—En eso no te falta razón, pequeño. —aunque tardó un poco, el vagabundo acabó cogiendo el billete. El hambre pesaba más que el orgullo— Muchas gracias, es un favor enorme el que nos haces —lanzándole una mirada tierna a su fiel amigo que dormitaba a su izquierda—. Me gustaría agradecértelo de alguna forma.
Mientras el hombre se giraba buscando algo en la mochila, Carlos se imaginó algo totalmente pervertido en su mente. Sus dieciocho años recién cumplidos le estaban volviendo loco, cada año estaba más salido… ¿Qué le iba a dar aquel vagabundo?
Vio como el hombre sacó un libro algo corroído por el uso y el tiempo, parecía viejo y su portada más parecía un cartón que otra cosa. Se lo tendió al joven y este lo cogió sin vacilar, la insaciable curiosidad de la juventud, le provocó querer abrirlo nada más lo tuvo entre sus dedos.
—Es un libro, nada más. —el hombre percibió la inquietud en los ojos de Carlos— Quizá te pueda ayudar a tener una… aventura.
—Bueno, pues… —el joven movió la cabeza a modo de despedida y añadió— muchas gracias por esto, lo leeré en casa.
El indigente también se despidió, lanzándole una enigmática mirada con algo de picardía que Carlos no llegó a ver porque ya se marchaba. El chico no lo sabía, pero había adquirido algo más que un libro, como bien dijo el vagabundo que cuidaba a su perro, iba a vivir una aventura, aunque… todavía no lo sabía.
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—Papá, mamá. Ya he llegado —gritó Carlos al entrar por la puerta de casa.
Ambos estaban en el sofá y le saludaron rápidamente para volver la cabeza nuevamente a la televisión. El joven anduvo con calma a su cuarto, con el libro todavía entre sus dedos, aunque su curiosidad se había mitigado levemente. Su mente se había sumergido en un pensamiento más importante, en la última chica con la que estuvo y de la cual no recordaba bien su nombre. “¿Era Estefanía o Esther? ¡Bah!, da lo mismo”.
Lo que sí que recordaba era su aspecto, su cuerpo, su trasero, su piel de porcelana, ya tenía visualizada la película que tenía montada en su mente para darse un buen placer. Sin embargo, cuando entró en su habitación, paró por un momento su festival de placer y miró a la mesa donde depositó el nuevo libro sin apenas darse cuenta.
Notó como si le llamase, como si aquellos papeles tuvieran un canto de sirena fantástico que le convocase a leerlo. No era nada más que la curiosidad del joven, que necesitaba saciarla antes de vaciar un cargamento que requería un desahogo.
Separó la silla de su escritorio y abrió su nuevo libro con una curiosidad malsana que, de un momento a otro, se había apropiado de él. Quería descubrir que era lo que aquel señor le había dado, “espero que no sean fotos del tipo en bolas o algo peor… ¡Joder, que yuyu!”, se dijo cambiando su boca a una mueca de asco.
—“El Manual del Hijo Travieso” —leyó en la primera página escapándosele una sonrisa incrédula— ¡¿Qué coño es esto?!
Pasó dos páginas más, sintiendo bajo las yemas de sus dedos, el tacto viejo de las páginas. En las siguientes, observó que aparecía un párrafo suelto en medio del folio, supuso que sería algo como una introducción o agradecimientos. Estuvo tentado de seguir adelante y dejar eso para otro día (o nunca), pero, sus dedos, retuvieron la página para que pudiera leerla.
“Estimado lector, en sus manos contiene el santo grial de la seducción, la verdadera biblia del amor, la obra magna para todo joven que se precie. Lo único que es un tanto especial y no va a centrarse en cortejar a ninguna mujer ajena o desconocida. No, mi buen amigo, en las siguientes páginas encontrará la manera de engatusar a la mujer más amada por todo chico. Su madre”.
—Pero… ¿¡Qué mierda es esta!? —dijo totalmente sorprendió a la par que se reía. Aquello parecía una broma y, de momento, le hacía gracia.
“Antes de empezar con la mejor aventura de tu vida, deberás saber que hay unas condiciones para usar este libro. No te ibas a llevar todo lo bueno sin dejar algo a cambio, ¿no? La primordial de estas normas es la siguiente, cuando logres tu objetivo, porque sí, estoy convenció de que lo harás, deberás pasar el libro a otro compañero para que pueda disfrutar de su sabiduría. De no ser así, la terrible maldición que pesa dentro de estas páginas caerá sobre tus hombros para que cargues con ella por toda la eternidad hasta que encuentres un digno sucesor del manual”.
—Seguro que esto lo ha escrito ese viejo, ¡La leche…! —rio porque no se podía contener— ¡Tiene que estar bien loco! —recordó el billete de cinco euros y no lo echó en falta— Al final, van a estar bien invertidos, me voy a reír un rato.
“Un consejo que repetiré de aquí en adelante. Si quieres conseguir tu objetivo, ten en cuenta una cosa muy sencilla, tendrás que ser obstinado y repetitivo, en eso se basará esta táctica, si no te esfuerzas, olvídate de conseguir el gran premio. Y una cosa más importante, diría que vital, desde este momento, tendrás prohibida la masturbación. Es parte fundamental”.
—Descuida que eso va a pasar… —su voz no podía ser más sarcástica. Pasó la hoja al terminar el pequeño párrafo y vio que ponía en letras mayúsculas, CAPÍTULO 1. Su curiosidad no podía detenerse, a cada palabra crecía y crecía…— Vamos a ver que me cuenta este libro.
En primer lugar, vamos a ser educados. ¡Buenos días, futuro conquistador! Si has leído la presentación de este libro, ya sabes que debes de ser concienzudo en la tarea, pero te tengo que pedir que también tengas paciencia. Es una batalla a largo plazo, no vas a conseguir nada de un día para otro, sin embargo, si sigues estos pasos, cumplirás tus objetivos de tener algo con tu progenitora…”.
A Carlos aquella idea nunca le había llamado, su madre siempre había sido eso… su madre, nada más. En ninguna ocasión la vio de forma erótica o más allá del amor de un hijo a una progenitora. Es cierto que Lidia iba al gimnasio de vez en cuando, se mantenía bien de cuerpo y trataba de cuidarse, aunque no era una belleza.
Su rostro se podía calificar de normal, nada exuberante ni una belleza a destacar, era otra madre más. Si bien tenía el cuerpo en forma, al joven nunca le había llamado la atención, ni siquiera sus amigos le habían vacilado nunca con que su madre “estuviera buena”. A pesar de eso, siguió leyendo por mera curiosidad.
“Vamos a dar los primeros pasitos que para eso estás leyendo. Lo primero será tener una madre, eso es más que evidente”. Carlos vio que al lado de la frase alguien con un bolígrafo verde había dibujado una cara sonriente. La verdad que era cierto, sin ese punto el plan se vendría abajo. Continuó leyendo.
“Ahora vayamos metiéndonos en los temas básicos que tendrás que superar. Venga, algo sencillo. Para empezar deberemos labrarnos una pequeña confianza entre madre e hijo, fácil, ¿no? Trataremos de buscar un momento íntimo con nuestra progenitora, sin referirnos a nada sexual. Tiene que ser un instante en el que os encontréis solos en algún lugar, tranquilos, serenados y sin que tenga mucho que ver, así de buenas a primeras, ensalzaremos algo de ella. Por supuesto, no tiene que ser ninguna zona sexual, puede ser los ojos, el rostro, el cabello… en esto tienes libre elección, incluso se puede incidir en algún complemento de su ropa. El claro objetivo de esta acción es que ella se sienta guapa y halagada. Ni más, ni menos”.
Al lado de ese párrafo, un bolígrafo de color azul rezaba la siguiente frase en una dudosa caligrafía, “Decirla que iba muy bien vestida, la encantó”. Carlos separó la vista del libro, los siguientes párrafos eran ejemplos de cómo y donde poder hacerlo, pero la idea ya la había pillado.
Cerró su nuevo manual, pensando en sí debería probar, solo por curiosidad, sin ninguna meta en particular. El objetivo final del libro no le interesaba, pero ver las notas en los márgenes y lo desgastado que estaba por el uso, le dio la idea de que… tal vez… podría funcionar.
Se fue a la cocina a cenar con sus padres, estos ya le esperaban sentados a la mesa y por primera vez en su vida, miró diferente a su madre. Con el pijama corto podía ver sus piernas marcadas y como su delgadez era evidente. No había duda de que se cuidaba, eso el joven lo sabía bien, aun así, su media melena y su rostro no es que fueran de otro mundo.
Bordeando los cuarenta y cinco, Lidia seguía manteniendo un buen cuerpo, sin embargo, las arrugas ya iban marcando su rostro, y alguna que otra marca por la edad se presentaba como regalo cada cumpleaños. Tampoco era fea, pero no era una mujer que por su belleza te volteases en la calle a mirar, Carlos la podría calificar como una mujer normal.
Terminaron de cenar y el joven marchó al baño, hizo sus necesidades y antes de volver a su cuarto, se detuvo a mitad de camino. Miró hacia atrás, donde se encontraba la cocina, escuchando el entrechocar de platos mientras Lidia los metía en el lavavajillas. Al otro lado, el sonido de la televisión le decía que su padre estaría viendo algún que otro programa. Sin saber muy bien que fue lo que le impulsó, giró sus pies, rumbo al lugar donde se encontraba su madre.
Apenas se miraron, Lidia no reparó en que su hijo estuviera allí y siguió metiendo los platos en el lavavajillas, con toda seguridad habría acudido a por agua o a por un yogur. Si no era eso, Lidia tenía muy claro que sería a por un clínex… ¡Cómo los gastaba!
Carlos se acercó, algo sorprendido por pensar en lo que iba a hacer, no recordaba haberle dicho un cumplido a su madre jamás. Le pasó un plato que había en el fregadero y ella le sonrió de manera cortes para agradecerle el gesto, Lidia no esperaba nada más.
—Mamá, una cosa. —la mujer ni siquiera le miró, siguiendo a lo suyo, suponiendo que Carlos habría perdido alguna cosa y necesitaba encontrarla. No había día que no dejara algo tirado y después le pidiera sopitas, en eso era igual que su padre— ¿Te has hecho algo en el pelo?
Lidia dejó de recoger y volteó la cabeza lanzando una mirada tan rápida como confusa a su pequeño. Se puso de pie, notando la diferencia de, más o menos, media cabeza que había entre ambos y después de tocarse el pelo con dudas, le preguntó.
—¿Tengo algo? ¿Se me ha manchado?
—No, no es eso. —el joven se vio desde fuera, era tan extraño lo que le iba a decir a su madre…, pero cuanto más esperase, más le costaría. Entonces lo soltó— Es que te lo veo muy bonito, solo eso.
Carlos usó el tono de voz más normal del que disponía, algo similar a cuando le comentaba que había recogido las cartas del buzón, no quería que notase que todo estaba preparado. En el mismo momento, Lidia echó hacia atrás la cabeza, de la misma manera que un boxeador esquiva un golpe, pero, en este caso, para reponerse de semejante halago.
—¡Vaya, Carlos! —hacía muchísimo que no le decían nada como eso, ni en la calle, ni en el gimnasio, mucho menos en casa— Gracias. Muchas gracias. —se atusó el pelo como si estuviera tocando seda— No sé… Hace una semana fui a la peluquería, quizá sea eso.
—Puede ser, no lo sé. —se aventuró a soltar otra frase, parecía que Lidia estaba receptiva— Esta mañana me he fijado y me ha sorprendido. —le pasó otro plato queriendo normalizar todavía más el teatro que tenía preparado— Siento como que… te favorece mucho, que… no sé… te brillan los ojos.
Lidia no tenía unos ojos bonitos, eran de un marrón muy usual y de un tamaño medio que para nada llamaban la atención, pero a la mujer… la encantó oírlo. ¿A quién no le gusta que la halaguen?
—¡Joe! Muchas gracias, hijo. Tendré que ir más a la peluquería entonces. —una leve risa nerviosa se apoderó de ella.
Carlos solamente la sonrió lo mejor que pudo y le hizo llegar el último vaso antes de que el lavavajillas se cerrase. Los dos se despidieron y el joven se marchó algo extrañado hacia su cuarto, mirando como en el escritorio, el libro abierto le esperaba por donde lo había dejado.
—Parece… —frunció el ceño al contemplarlo— Parece que has acertado con esto…
Al día siguiente, volvió a repetir el proceso, no es que quisiera seguir los pasos del libro, sin embargo, le había gustado sacar a esa sonrisa a su madre y… ¿Por qué no hacerlo de nuevo?
Después de la cena se acercó a Lidia y le mencionó, que tal vez no era por la peluquería, porque con su pequeña coleta se veía igual de guapa. Ella le devolvió el agradecimiento y Carlos se fue de nuevo sin más, como si le hubiera dicho algo de lo más cotidiano.
Se metió en su cuarto y de debajo de la cama sacó el libro que a cada hora le llamaba más la atención. Incluso se había releído el primer capítulo, pero ahora, que lo había “completado”, la curiosidad le animó a seguir con el segundo.
Abrió las páginas mientras pensaba en las condiciones para que el plan surtiera efecto, aquello le saltaba en su cabeza con luces de neón, NO MASTURBARSE. Por seguirle el juego había decidido no hacerlo, al menos, durante un par de días, a ver qué pasaba… o de que servía… de momento, lo único que notaba era un picor tremendo en sus genitales.
“Estás en el segundo capítulo y oye, ya has dado el primer paso, no está nada mal. Ahora seguiremos con las siguientes lecciones, que con un simple halago no vas a conseguir nada. Eso sí, no te adelantes, fiera, repite varios halagos en los próximos días, no lo hagas de seguido que si no se olerá que quieres algo. Simplemente, si se tercia la ocasión suelta algo con ese ingenio que seguro que tienes, ánimo”.
“Una vez repetidos varios días el proceso, lo próximo será tramar un vínculo de confianza mutuo. No tendrá que ser profundo, ya que estamos en el comienzo de la aventura y puede que vuestra relación no sea la más profunda del mundo”.
—Tiene razón…
“Vamos a intentar que mamá se sienta cómoda a nuestro lado, que no esté al lado de un hijo, sino más bien de un amigo, de un compañero. Lo más seguro que la vida en pareja…”. Carlos siguió la flecha de color azul que le sacaba al margen y leyó como alguien había anotado una frase. “Si desgraciadamente no tienes padre, este punto será más sencillo, eres el pilar de tu madre y vuestra unión puede llegar a ser extrema”.
Carlos meditó sobre la posibilidad de no tener padre, cosas como la muerte nunca habían surcado su mente, cuando eres tan joven todavía te crees inmortal, tanto tú, como los que te rodean. Un escalofrío muy humano le recorrió el cuerpo, pensando que mejor que su padre siguiera vivo… ¡Mucho mejor!
“Lo más seguro que la vida en pareja sea muy monótona y hayan perdido la magia del principio. Esto es algo obvio, tengas la edad que tengas, piensa que, al menos, esos años habrás estado en medio de esa relación, reclamando toda la atención posible. Si tienes más hermanos o hermanas, ya te puedes hacer una idea, porque ese cuidado no se multiplica, sino que es exponencial”.
“Por lo tanto, es evidente que ellos se quieren o que, al menos, siguen juntos por algún motivo. Pero aquí entras tú. La magia que tuvieron habrá desaparecido y, seguramente, en muchos casos, el sexo también. Por lo que el cometido en este capítulo no se tratará de esa segunda opción, eso vendrá mucho más adelante…”. Carlos volvió a mirar otra de las notas, “no seas impaciente, pajillero”, no pudo contener una sonrisa.
“Es el turno de proporcionarle el apoyo emocional que ella necesita como toda persona en este mundo. Empezaremos por un básico, ¿Qué tal el día? Si trabaja, ya tienes la siguiente pregunta, si su labor son las tareas del hogar, tendrás que tirar por ese camino. Implícate en sus respuestas y estate atento a estas, puede que encuentres algo que la inquiete… si lo localizas, trata de resolverlo con palabras”.
—No parece difícil.
No lo era, no obstante, Carlos nunca se había interesado por nada del día a día de Lidia, quizá sonase raro hacerlo de sopetón, debería ir poco a poco. Miró un poco más abajo, al final de la página, donde una palabra bien marcada en letras rojas advertía, “PACIENCIA”.
Cerró el libro tras darle otra hojeada al capítulo y lo dejó después debajo de la cama para que durmiera tranquilo. La curiosidad se había trasformado en algo más, aquel pequeño manual le empezaba a atrapar, y aunque no tenía en mente nada con la única mujer de la casa… le apetecía seguir practicando, quizá a la larga le valiera con otras mujeres.
Agarró su abultada entrepierna, manoseándola con relativa fuerza. Ya metido en cama, su pene sabía que era su momento, el instante de dar placer a Carlos después de un día duro, por lo que la sangre la comenzó a volver más grande, era lo natural.
La sacó de su ropa interior, sus casi veinte centímetros de inmenso coloso reposaron entre sus dedos, pero en su mente resonó la vocecilla de pepito grillo, de su conciencia o de a saber quién. Escuchó con letras mayúsculas un consejo que no le apetecía incumplir, “Mejor hoy no…”.
Siguiendo las instrucciones del libro, se acurrucó con los genitales rebosantes de un líquido cremoso que clamaba por salir. Pero, por el momento, no era el día en el que se volvería a masturbar con sumo gusto, ya otro día… por hoy, seguiría el juego del libro.
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Se despertó con ganas y con una erección de caballo que no se pudo bajar hasta que no vació su vejiga en el retrete, con gran placer hay que mencionar. Todas las mañanas siempre estaba a solas con su madre, ella no trabajaba y se dedicaba al hogar, mientras que su padre no volvía hasta las seis de la tarde. Sin embargo, el horario de su padre no era relevante, ya que él tenía clases en la universidad a las tardes y de tres a ocho nunca estaba en casa.
Aquella mañana, mientras desayunaban y hablaban de cosas mundanas, trató de seguir los consejos de su nuevo libro de cabecera, queriendo mantener una conversación más concreta con Lidia.
La mujer se sorprendió cuando escuchó como su hijo le preguntaba qué tal día estaba teniendo, no era habitual ese interés de su pequeño por ella, pero la gustó, nadie le preguntaba ya qué tal. Aun así, tampoco llegó más allá, simplemente no hubo nada más que decir, dos preguntas rápidas y la pequeña intentona terminó, por el momento.
A Carlos, la idea que le planteaba el libro le seguía sin interesar, conseguir algo con su madre, no era su plan para nada. Sin embargo, la sensación de seguir los pasos marcados por aquellos capítulos y ver que estos… digamos que… tenían su efecto, eso sí que le gustaba.
Recordó la palabra PACIENCIA bien marcada en el libro y se la garabateó en la mente con fuerza, esa era la clave de todo. Por lo que dejó pasar la mañana y a la tarde del día siguiente, lo volvió a intentar.
Había estado pensando en lo que decirla, tal vez otro qué tal, aunque le sabía a poco, quería indagar un poco más en su estado de ánimo y lograr esa confianza de la que hablaba el libro y que ellos… no tenían.
Se acercó a su madre después de la cena, a la misma hora en la que los anteriores halagos habían causado una reacción en ella. Un poco por seguir un patrón, el joven se decidió que era un buen momento, si funcionaron unas palabras bonitas, ¿por qué no iba a funcionar una leve charla?
—Te veo un poco cansada.
Lidia alzó la cabeza para mirar a su hijo, tratando de no mostrar sorpresa porque le soltase tal comentario. En general, Carlos no era mucho de hablar y menos, de preocuparse por los demás. La mujer siguió pasando la escoba para aparentar normalidad y centró sus ojos en el suelo de la cocina.
—¿Sinceramente? Un poco. La verdad que hoy fue un día duro. —el joven vio la oportunidad de ganar algún que otro punto y se levantó de la silla, quitándole de las manos la escoba a su progenitora.
—Siéntate, Lidia. Ya termino yo, no te preocupes.
La mujer abrió los ojos, quedándose petrificada en medio de la cocina. Tenía todavía la mano con la forma del mango mientras contemplaba como su chico empezaba a barrer el suelo. Era tan extraño como sorprendente, su hijo en par de días había dado un ligero cambio, además…, para bien.
—¿Fue duro por algo en particular? —siguió Carlos mientras su madre reposaba su trasero a gusto en una silla.
—No…, nada en especial y todo un poco. Ya sabes, esta tarde he ido un poco al gimnasio y bueno, acabo derrotada. A la mañana… fui al supermercado y ¡no sabes qué cola! —Lidia por una vez se sintió cómoda y le dieron ganas de “desahogarse” un poco con su hijo— Además, menudo jaleo. Una señora, seguro que con toda su buena voluntad, ¡eh! No digo que no, pero va y saca… ¡Miles de monedas para pagar! Se me ha hecho la cola interminable.
Carlos paró al escuchar a su madre, viendo en su rostro, como nacía una pequeña sonrisa que la embellecía el rostro. Al joven no le salió otra cosa que copiarle el gesto, simplemente por instinto.
Se vio optimista, reflexionando en décimas de segundo si era un buen momento para soltar otro halago. Tampoco quería que quedara atropellado, tantos en tan pocos días… podría resultar raro, sobre todo, porque nunca le había dicho ninguno.
—Es normal que estés cansada, trabajas mucho. —alguna vez había escuchado como su madre le decía a su padre que ocuparse de la casa también era un trabajo y lo usó a su favor— Yo en tu lugar estaría muerto al primer día.
Detuvo un momento el vaivén de la escoba, acercándose al armarito de la izquierda, el que su madre llamó desde que era pequeño, “el cajón de las chuches”. Junto con su mano emergió un bote de galletas que eran las favoritas de su madre, cogiendo el chico una y pasándole dos a su madre sin que ella se lo pidiera.
—Bueno…, —la alegría porque reconociera su labor, le sabía mejor que la galleta— no es para tanto, seguro que lo harías bien.
Separó una de las sillas y el joven sentó junto a su madre, mirándola por un segundo a esos ojos marrones tan normales. Tenía una frase entre ceja y ceja, una que apareció de la nada, aunque trababa de sustituirla por otra, porque quizá… era demasiado.
En aquella fracción de segundo que sus ojos contactaban, trató de lanzar esa frase a la basura, pero, en un instante, otra voz en su interior le detuvo para preguntarle, ¿Por qué no? “Sí, porque no…”.
Carlos no buscaba beneficiarse a Lidia, ni siquiera verla desnuda o en ropa interior. Era su madre, solo eso… ¿Cómo iba a querer sexo? ¡Imposible! Únicamente estaba jugando. Si sus palabras la animaban y la alegraban, pues bienvenido sea, y si no… pues a otra cosa.
—Ojalá, mamá, pero que va. —hizo una pausa para prepararse y añadió— Cuando tenga mi propia casa, espero encargarme de ella tan bien como lo haces tú. Es que puedes con todo, ¡eres la leche!
—¡Carlos…! —rio levemente con media galleta en la boca que trataba de escapar, teniendo que ponerse la mano en la boca para evitarlo— ¡Qué cosas dices…! No hago nada del otro mundo.
—Para mí sí. —continuó mirando a su madre, aunque no como siempre, ahora lo hacía a detalle. Gracias a eso, pudo ver un leve rubor que asomaba en sus mejillas, le había gustado por lo que… siguió— Te lo digo de verdad, para mí eres una supermujer y una supermadre.
Todavía le resultaba extraño el comportamiento de su hijo, desde hacía unos días el interés hacia ella había crecido, aunque no era difícil, antes estaba a un nivel cero. Sin embargo, escuchar semejantes palabras salir por la boca de su pequeño le llegó al corazón.
Cualquier madre que escuchase como su vástago le decía que era una buena mamá, le aclararía el día más nublado y para Lidia, no iba a ser menos. Entre sus generosos pechos el corazón le saltó de júbilo y una sensación dentro del vientre le llegó a provocar que apretara los labios con fuerza.
—Muchas gracias, mi rey. —cuando salió de su boca lo sintió raro, hacía mucho tiempo que no le decía cosas cariñosas— Eres un amor de hijo. Ahora… voy a ir a ver la televisión un poco con papá. ¿Vienes con nosotros?
—Tengo que hacer tareas de la universidad, pero seguro que otro día me apunto, no lo dudes.
—Sí, otro día.
Ambos sonrieron y la mujer se levantó con su pijama corto, mientras Carlos, la seguía con la mirada. El joven no lo hizo por nada en particular, pero la observó al tiempo que abandonaba la cocina. Primero sus piernas duras del gimnasio, subiendo hasta su pantalón corto, que escondía unas caderas muy bien compensadas. Su cintura quedaba al aire porque la camiseta no lograba ocultarla, mostrando algo de piel que daba pistas de que allí solo había un poco de grasa.
Un picor inusual apareció en su nuca, teniendo que llevarse allí la mano de igual forma que si le hubiera picado un mosquito. El cuello se le torció en un rápido gesto y el picor siguió bajando por su cuerpo, nadando entre sus órganos sin un rumbo fijo.
Estando solo, con la galleta medio comida y el único acompañamiento del sonido del motor de la nevera, un pensamiento muy honesto surgió de lo más profundo de su mente. Era algo que nunca había meditado, puesto que sus ojos veían a Lidia como lo que era… su madre. Al tiempo que esa idea unía letras para crear palabras, las ganas de ver que ponía en el tercer capítulo del libro amanecieron, justo cuando el pensamiento tomaba forma. “En verdad… para su edad… tiene muy buen cuerpo”.