Un Cura confiesa a una Monja Caliente

heranlu

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La monja y el cura

Rufino tenía cincuenta años y era cura. Era un cura espigado, moreno y delgado. Sus feligreses lo consideran un santo, pero era un libertino con sotana. Esa tarde estaba en el confesionario de un convento gallego. Una monja veinteañera, flaca y guapa le decía en bajito:

-.... He pecado, padre. Tuve un sueño pecaminoso y...

El cura, también en bajito, le dijo a ella:

-No ha pecado, hermana, bueno, no ha pecado si después del sueño no se tocó.

-Es que después de llegar al éxtasis me toqué, pensé en lo que había soñado y llegue al éxtasis de nuevo.

-¿Se arrepiente de haberse tocado?

-No, padre.

-¿Se volverá a tocar recordando lo que ocurrió en sus sueños?

-Sí, padre.

-¿Y a qué viene a confesarse? Si no se arrepiente me va a ser muy difícil absolverla.

-Vengo porque es obligatorio, padre. Por lo que se ve en este convento peca hasta la madre superiora.

-No haga elucubraciones, hermana.

-¿No viene a confesarse?

-Viene.

-Pues si no pecara no vendría

El cura, que se hiciera más pajas que un mono escuchando las confesiones de las monjas, quiso enterarse de todo para hacerse otra. Le preguntó:

-¿Con quién soñó para saber que va a sucumbir de nuevo a la tentación, hermana?

-Con la hermana Laura y con usted.

El cura levantó la sotana, cogió la polla morcillona en la mano y le dijo:

-Cuénteme lo que soñó, así sabré la penitencia que le debo imponer.

-¿En el sueño con usted, que se desarrolló aquí, o la consumación en la celda?

-¿La consumación no fue en el sueño?

-Fue en sueños con la hermana Laura y en sueños con usted, pero luego consumé con la hermana Violeta.

Sentado en su trono, apoyado con la espalda a una pared de madera del confesionario y con su mano bajando y subiendo por la polla, le dijo:

-Cuente lo de la hermana Violeta.

La monja se lo iba a contar con pelos y señales.

-Verá, padre, la hermana Violeta estaba en su celda cosiendo una prenda blanca que yo nunca había visto y cómo la puerta de su celda estaba abierta, entré y le pregunté:

-¿Qué cose, hermana?

-"Un liguero. Se le soltó la presilla."

-¿Liguero?

Rompió el hilo con los dientes. Miró el trabajo que había hecho, y me preguntó:

-"¿Nunca se ha puesto lencería antes de venir para el convento?"

-No sé a qué se refiere.

-"¿Quiere ver una?"

-¿Es pecado verla?

-"Verla, no, pero ponerla sí, ya que se pone para el pecado."

Saber que la hermana Violeta pecaba me animó a decirle:

-Enséñemela.

-"Cierre la puerta de la celda."

Cerré la puerta de la celda y me entraron unos calores. ¡Qué calores me entraron!

El cura le preguntó:

-¿Se le mojó el coño?

La monja se veía que buscaba algo, si no fuera así no le respondería:

-Sí, pero aún se me iba a mojar más cuando la hermana Violeta se quitó el hábito y vi que llevaba puesto un sujetador negro del que parecía que querían escaparse sus grandes senos...

El cura meneando la polla y con los ojos cerrados, le dijo:

-Tetas, hermana, se dice tetas.

-Que parecía que se le querían escapar las tetas. Un liguero cómo el que le acababa de coser, que sujetaba unas medias negras, y no llevaba bragas. Se acercó a mí, me puso un dedo bajo el mentón y luego medio un beso con lengua. Sentí la música del órgano. La vi con aquella lencería y con su cofia puesta y supe que aquel era un pecado capital, más saber que estaba pecando hizo que mi chocho se empapara...

La volvió a interrumpir.

-Coño, hermana, se dice coño.

-Luego me cogió las manos, me las llevó a sus tetas y me dijo:

-"Sácalas del sujetador."

Era cómo si sus tetas tuvieran imán. Las saqué de las copas y me sorprendí a mi misma obedeciendo a la hermana Violeta cuando me decía que se las manoseara, que le lamiera los pezones, que se las chupara, que se las mamara... Luego me encontré con mi cabeza entre sus piernas, lamiendo y chupando donde ella me decía. Incluso me mandó lamerle el ojete poco antes de llegar al éxtasis y derramar en mi boca.

-¿Se tragó su corrida, hermana?

-Si padre, y ella la mía, pues después de llegar al éxtasis...

La interrumpió de nuevo.

-Después de correrse, hermana, se dice después de correrse.

-Pues eso, después de correrse, me levantó el hábito, me bajó las bragas, me cogió una mano para que agarrase el hábito y lo mantuviese subido, me echó las manos al culo, me di la vuelta y lamió mi ojete y metió y sacó la lengua de él.

-¿Se la metió y saco muchas veces?

-Si, padre, tantas que si sigue un poco más me corro.

Luego lamió mi coño varias veces, metió un dedo dentro de mi culo y me corrí en su boca.

El cura ya estaba con la polla dura cómo una piedra.

-Si no estuviera merodeando la madre superiora...

-¿Qué?

-Que le diría algo.

-La madre superiora está enferma en cama.

El cura le entró a saco.

-¿Hacemos realidad el sueño que ha tenido conmigo, hermana?

La monja se hizo la alterada.

-¡Padre!

-No levante la voz. ¿Le comía las tetas en su sueño?

La monja siguió actuando, se persignó, y le dijo:

-Absuélvame, padre.

-¿Le comía el coño?

-Por favor, absuélvame, padre.

-¿Follamos y se corrió en mi polla?

-Por favor, por favor, por favor, absuélvame.

El cura tuvo que dejar de tentarla.

-Yo te absuelvo, en nombre..., rece tres padrenuestros y tres avemarías antes de acostarse y después de levantarse.

La monja ya se quitó la careta.

-Gracias, padre. Ahora ya puedo contestarle, sí, en el sueño me hizo todo lo que me dijo, y sí, me corrí en su polla.

-¿Y por qué no me lo ha dicho antes, hermana?

-Porque iban a ser muchos pecados juntos, pues vamos a pecar. ¿O no?

-Claro que vamos a pecar. ¿Cómo empezaba el sueño?

-No quiero revivir el sueño, quiero la realidad.

El cura se puso en pie. Tenía la gorda polla empalmada. Corrió la rejilla que la separaba de la monja, se la enseñó y le preguntó:

-¿Esta realidad?

La monja se puso en pie, la cogió con la mano izquierda y mirándola, dijo:

-¡Qué barbaridad de pene!

-Polla, hermana, se dice polla, cipote, nabo..., pero pene jamás se debe decir cuando se va a follar.

El cura le echó una mano a la nuca y le llevó la boca a la polla.

-Lama, chupe y mame, hermana.

-No sé hacer nada de eso, padre.

-Lama, chupe y mame cómo si estuviera mamando una teta.

Le lamió, le chupó y mamó la cabeza, o sea, hizo lo que pudo antes de que el cura la metiera dentro del confesionario, la desnudara y le dijera:

-No hable, ni gima, ni se mueva, que puede venir otra monja a confesar.

El cura le comió la boca, después le devoró las tetas, unas tetas pequeñitas con areolas marrones y pequeños pezones. Luego se agachó y le comió el coño. La monja tuvo que morder el canto de su mano derecha para no gemir al sentir la lengua lamer sus labios vaginales, lamer y chupar su clítoris y entrar y salir de su vagina. Lo que no pudo evitar fue correrse en la boca del cura. Al hacerlo tembló y al estar con la espalda apoyada en una de las paredes del confesionario también tembló el confesionario.

Nada más acabar de correrse la monja, el cura la inclinó hacia delante, la agarró por la cintura y le clavó la polla en el coño, lo hizo muy despacito. Entraba muy apretada. Al cura le gustó tanto que al ir la clavada por la mitad comenzó a correrse dentro y acabó cuando la polla llegó al fondo del coño. La monja estaba perra, pero perra, perra. Le dio al culo hacia atrás y hacia delante y no paró hasta que se corrió en la polla del cura.

Os estaréis preguntando si la monja quedó preñada... Cada cual que piense lo que quiera.

Rufina, la hermana del cura

Rufina, una mujer de casi treinta años, morena, alta, delgada y guapa, estaba sola lavando ropa en el río. Llegó con una bañera de ropa en la cabeza, una jovencita que acababa de llegar al pueblo con sus padres, y que se instalaran en una casa enfrente de la suya. Al pasar por detrás de Rufina para ponerse a lavar en otro fregadero le dijo:

-Bonito culo, si lo pilló me doy un festín con él.

Rufina dejó de lavar y con cara de pocos amigos, le espetó:

-¡Pero tú qué dices, mocosa!

-Que debes tener un coño muy rico.

-¿Cómo puedes hablar así con alguien que no conoces de nada?

-Te llamas Rufina, tu hermano es el cura del pueblo y si a tu edad no estás casada siendo tan guapa es porque te van los coños tanto como a mí.

Rufina se cabreó.

-Se está rifando una hostia y tú tienes todas las papeletas para que te toque.

La muchacha, que era de estatura mediana, pelirroja, pecosa y que tenía mucho de todo, puso la bañera en la tierra, cogió el jabón y el cepillo, lo puso sobre el fregadero, la miró y sonriendo le dijo:

-¿Las hostias no son cosas de tu hermano?

-¡Cómo me vuelvas a dirigir la palabra, te crujo!

Camila, sin mirar para Rufina, mientras cogía una prenda de ropa, la mojaba, la enjabonaba y la restregaba, le dijo:

-Vas a tener que hablar con tu otro yo, Camila. ¿Te harás una paja pensando en quien las dos sabemos? -se iba a contestar a si misma- Una, dos o tres. ¿Y qué le vas a hacer en tus pensamientos? Acariciar su lengua con mi lengua, chupársela. Lamer sus pezones y sus areolas, mamar sus tetas y luego lamer y follar su culo con mi lengua y después lamer y mamar su coño hasta que se corra en mi boca. ¿Y cómo le lamerás el coño? Lo lameré de abajo a arriba, de arriba a abajo, le lameré y le chuparé la pepitilla...

Llegó otra mujer al río y Camila dejó de hablar.

Una hora más tarde, Camila, con un pocillo en la mano, llamó a la puerta de la casa de Rufina. Al abrirle la puerta le preguntó:

-¿Me podías dar un poco de sal?

-Entra en casa.

Rufina cerró la puerta al entrar Camila en la casa. Camila la empujó contra la puerta echando su cuerpo contra ella, y con las tetas apretadas a su espalda le echó la mano al coño. Al encontrarla mojada y sin bragas, le dijo:

-Te acabas de hacer una paja. Quiero conocer el sabor de tu corrida.

Rufina se hizo de rogar.

-Soy una mujer decente.

-Tú eres tan puta cómo yo, si no lo fueras no me dejarías entrar en tu casa después de lo que te he dicho que te haría.

Le levantó el vestido, se agachó y le lamió y le folló el ojete con la lengua. Al ratito le dijo:

-Date la vuelta y ponme ese coño en la boca.

Rufina se dio la vuelta y Camila vio su coño peludo y mojado. Lamió el coño de abajo a arriba y luego se fue poniendo en pie al tiempo que le iba subiendo el vestido, vestido que le quitó por la cabeza. Rufina quedó completamente desnuda. La besó con lengua al tiempo que sus manos le amasaban las tetas, unas tetas gordas con areolas rosadas y grandes pezones. Luego le dio un pequeño repaso a las tetas, antes de comerle el coño. Se lo comió cómo le había dicho y Rufina se corrió en su boca, gimiendo y con un tremendo temblor de piernas.

Rufina al acabar de correrse besó a Camila e iba a devolverle el favor. Camila le puso un dedo en los labios, le devolvió el beso y le dijo:

-Tengo que llevarle la sal a mi madre.

Rufina no se lo podía creer.

-¡¿En verdad venías a por sal?!

-Si, pero de paso quería echarte uno rapidito. Tiempo tendremos para matarnos a polvos.

-De eso no me cabe duda alguna

Faustino y su hermana

Estaba bien entrada la tarde cuando Rufino llegó a su casa a lomos de un alazán. Rufino bajó del caballo, lo metió en un establo donde también había dos cerdos en una cuadra, le quitó la silla de montar, lo metió en su cuadra, entró en la casa y se sentó a la mesa, a la que ya estaba sentada su hermana y donde había pan, vino, queso, manteca y membrillo.

Rufina estaba comiendo un bocadillo con los tres ingredientes anteriores. Le preguntó:

-¿Cansado?

-Un poco.

Fue junto a ella, la besó en el cuello. Rufina le dijo:

-Hueles a coño que tiras para atrás. ¿Te follaste a una feligresa o a una monja?

El cura le respondió:

-He tenido de tres misas, una boda, un entierro...

-¿Te pregunté con quién has follado?

El cura mentía sin pestañear.

-No follé con nadie, de hecho vengo con ganas. Levántate y baja las bragas.

-Si me dices con quien follaste las bajo.

-No follé con nadie. Seguro que el olor que te llega es el de tu coño.

¿Te has hecho una paja?

-No.

El cura no creyó a su hermana

Mientes más que hablas. ¿Follamos o no?

-¿No sería mejor que comieras algo primero, Rufino?

-Es lo que voy a hacer, baja las bragas.

Rufina puso lo que quedaba de su bocadillo encima de la mesa, se quitó el vestido, quedó en pelotas y le volvió a mentir.

-Tenía ganas de follar, por eso no llevo bragas.

-Mejor.

Rufina se dio la vuelta y le puso el coño en posición para que jugara con él. Rufino se lo abrió con dos dedos y vio que estaba lleno de jugos blancos y viscosos.

-Me has mentido. No hace ni diez minutos que te has corrido.

Le lamió el coño, se tragó los jugos y a Rufina ya le daba igual con quien follara su hermano.

-Hace un poco más que me he corrido.

El cura cogió con la yema de un dedo un poco de membrillo y le untó el clítoris con él, luego metió en dedo en la manteca, con él engrasado hizo círculos alrededor del ojete y luego le folló el culo con el dedo mientras lamía el membrillo del clítoris. Rufina le echó las manos a las orejas y con ellas bien sujetas, le dijo:

-Si paras antes de que me corra te las arranco.

El cura sabía que la amenaza era una mentira, pero cómo le gustaba que su hermana se corriera en su boca, siguió lamiendo. No bajó a los labios vaginales ni a la vagina en ningún momento, solamente lamió y chupó el clítoris, esto fue suficiente para que Rufina se corriera en su boca. Al correrse le soltó las orejas y gimiendo dulcemente, temblando y acariciando su cabello, le dijo:

-Traga, diablo, traga.

Al acabar de correrse Rufina, el cura se puso en pie, se quitó la sotana. En pelotas se volvió a sentar en la silla y le dijo:

-Fóllame.

Rufina rodeó con sus brazos el cuello de su hermano y se sentó sobre la polla. La clavó toda en el coño y le dio caña. Rufino, al ratito, le dijo:

-Despacio, despacio que vas a hacer que me corra y te vas a quedar con las ganas de correrte otra vez.

Rufina humedeció dos dedos en la lengua y comenzó a frotar su clítoris con ellos. Rufino le echó las manos a las tetas y le cogió los pezones con dos dedos de cada mano y jugó con ellos. Tiempo después le dijo:

-Métela en el culo.

-¿Aguantarás? A mí aún me falta.

-Tranquila, no me correré antes que tú.

Rufina sacó la polla del coño y luego dejando caer el culo con lentitud, la metió hasta el fondo, después empezó a subirlo y a bajarlo. Metía y sacaba la polla con la misma lentitud que en la primera clavada para así frotar mejor el clítoris... Cuando sintió que le iba a venir se lo hizo saber.

-Me voy a correr.

-Y yo.

Rufino se corrió con ella y le llenó el culo de leche.

Rufina quería más.

-¿Echamos otro...?

El cura no dejó que acabara de hablar.

-Otro día.

Rufina, cabreada, le dijo:

-¡No aguantas nada, coño!

Rufina, al ponerse en pie, sacó la polla del culo. Por el sus muslos bajó la leche de su corrida y la de su hermano. Se limpió con el paño que había encima de la mesa. Se vistió, y vistiéndose vio cómo su hermano, desnudo, cenaba sin ni siquiera haberse lavado las manos. Le dijo:

-Lávate las manos, cerdo.

-Mira quien habla, la que me la iba a mamar después de habérsela metido en el culo.

Rufina cambió de tema al momento.

-¿Le echaste de comer a la yegua?

-Al caballo, Rufina, al caballo. La yegua y unos buenos dineros fue lo que me costó.

-Me había olvidado de que hoy hacías la compra.

-Vete, échale de comer y cepíllalo.

-No me conoce.

-De eso se trata, de que te vaya conociendo.

-¿Y si me da una coz y me deja tiesa?

-Es un caballo manso.

Rufina y el alazán

Rufina llegó al establo. Sacó al caballo de la cuadra, que era un alazán de color rojizo con la crin y el rabo de color pelirrojo, cogió un cepillo para las crines y peinándolas le dijo:

-¿Y tú qué tal llevas la falta de yegua, bien plantado?

El caballo le dio al rabo para espantar las moscas que lo molestaban. Después de cepillarle la crin, cogió otro cepillo más basto y se lo pasó por el lomo. Cuando se agachó para cepillarle la barriga vio que tenía dos cojones cómo dos sandías y que tenía la verga estirada.

-¡Vaya tralla que tienes ahí! Y esos huevos. ¡Joder con los huevos!

Le echó una mano a la verga, esta pulsó y le levantó la mano hacia arriba.

-Creo que voy a jugar un ratito contigo.

Fue hasta la puerta del establo, la cerró y al estar de nuevo al lado del caballo, le dijo:

-Vamos allá.

Le cogió la verga con las dos manos y comenzó a hacerle una paja. Al rato vio cómo de la cabeza de la verga goteaba aguadilla pre seminal. El coño de Rufina comenzó a lubricar.

-Voy a hacerme una paja criminal. ¿Te importa, bien plantado?

El caballo siguió dándole al rabo. Rufina se quitó el vestido. Se puso en cuclillas, le agarró la verga con una mano, tiró de ella y la frotó en las tetas, tetas que le quedaron empapadas. Metió dos dedos de la otra mano dentro del coño y comenzó a darse dedo.

-¿Quieres que te la mame?

El caballo le seguía dando al rabo.

Rufina metió la cabeza de la tralla en la boca y mamó. Mamando el caballo le dio con el rabo en la espalda. Rufina puso el culo de tal manera que cuando el caballo movía el rabo hacia el lado en el que estaba ella se lo golpeaba, era cómo si le estuviera dando con un látigo con miles de terminaciones. Ya estaba más que caliente y estos azotes la ponían mala, pero que muy mala. Poco después se levantaba, se arrimaba al caballo y acariciando su lomo frotó la verga en su coño. No tardó en decir:

-Hostias que me corro.

Frotó con más celeridad la verga en el coño. El caballo comenzó a correrse y descargó cómo medio litro de leche blanca y espesa que le anegó el coño y que luego cayó sobre la paja del suelo del establo. Rufina explotó.

-¡Me corro!

Rufina al correrse le fallaron las piernas y acabó con el culo sobre las pajas.

-¡Pedazo de corrida!

Vio cómo de la verga del caballo caían las últimas gotas de leche, se la lamió, y luego le dijo:

-Un día de estos esa tralla va a hacer maravillas dentro de mi coño.
 
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