Un Cuento de una Familia, La Puta Madura de Rosa – Capítulos 01 al 02

heranlu

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Un Cuento de una Familia, La Puta Madura de Rosa – Capítulos 01 al 02



Un Cuento de una Familia, La Puta Madura de Rosa – Capítulo 01


A Miguel no le gustaba nada que le interrumpiesen en casa con temas de negocios. Y menos en sábado, menos aun cuando se trataba de chorradas que tendría que haber solucionado alguno de sus subordinados. Pero en la empresa, una cadena de gasolineras que atendía al rimbombante nombre de PESA (Petróleos Españoles S. A.), hacía muchos años que todos los problemas pasaban por él. Es lo que tiene ser un tipo controlador y obsesivo que, ante la menor incorrección y el más pequeño fallo, echaba broncas desproporcionadas y sancionaba al personal sin ton, ni son.

Así y todo, aquel sábado, al escuchar el teléfono, no pudo por menos que sentir una cierta sensación de poder al darse cuenta de que era el único que podía solucionar el problema de una de sus estaciones, aunque le llevase un par de horas y le fastidiase el partido de la tarde. Al menos, gracias a las nuevas tecnologías, se podía conectar con el servidor de la estación desde casa y reparar el bloqueo de uno de los surtidores que estaba impidiendo el servicio. No era cuestión de cerrar la estación un sábado por la tarde, con todos aquellos vehículos repostando de vuelta a casa desde la playa, y menos al precio al que estaba la gasolina. Si hay que forrarse, mejor uno mismo que la competencia, pensó.

El caso es que mientras el bueno de don Miguel, un sesentón, calvo, gordo e impotente (sí, sé que no viene al caso como elemento descriptivo del personaje, pero interesa para poner en contexto los acontecimientos que luego contaremos), se encerró en su despacho, una habitación en una esquina aislada del chalet, donde además tenía las maquetas de barcos que solía montar como hobby y un pequeño taller de bricolage. Era su guarida, cómo solía decir y allí estaba su equipo informático y podía juguetear con el programa de la empresa para arreglar el desaguisado que habían liado sus incompetentes empleados.

Mientras nuestro héroe arreglaba el mundo, en la otra punta del chalet empezó el show habitual de todos los sábados (en realidad de casi todos los días, pero el sábado era especialmente entrañable, por la cosa de la comida familiar previa y tal).

En esta ocasión, el espectáculo se había adelantado un par de horas. Normalmente comenzaba en cuanto el pobre cornudo se apalancaba a ver el partido de su equipo en la macropantalla del salón. Hoy había suerte para la guarra de su mujer y podía empezar a zorrear antes y con más ganas. Bueno, más no sé, no hacía falta, estaba sobrada de motivación para hacer crecer la cornamenta del pichafloja de su esposo. Ya iba para cinco años que se follaba a su amante varias veces a la semana y no perdía ni las ganas, ni el interés.

Rosa acababa de cumplir 55 años y lucía un tipo espléndido para su edad, dentro de la gama gordibuena del género femenino. No era muy guapa, pero tenía un rostro ciertamente morboso, con unos labios de mamadora de primera clase con los que practicaba una felaciones de alto voltaje. Caderona, tetuda, jamona y bajita. Con un tamaño perfecto para ser manejada por su macho, que estaba encantado con la predisposición y el buen talante de la zorra a la hora de satisfacerle. Una de las características más llamativas de Rosa, era su melena de leona —con coleta para facilitar el manejo de la cabeza cuando le follaban la boca—. La muy cachonda, era viciosa y retorcida; amante del riesgo, las emociones fuertes y, sobre todo, de mofarse de un esposo controlador, bruto y, bastante tonto, que nunca supo satisfacerla en la cama. Ni tan siquiera cuando su pequeña pollita se le ponía lo suficientemente dura como para penetrarla. Rosa solía vestir con minifaldas y leggins ajustados, a pesar de que al pobre Miguel no le hacía ni puñetera gracia. Le hubiera gustado al pobre hombre una ropa más clásica, adecuada para una madura ama de casa, pero la guarrilla se pasaba los consejos de su esposo por el coño. Un coño que, por cierto, llevaba completamente depilado por exigencias de su macho. Algo que el cornudo ignoraba, debía hacer años que no la veía desnuda y, tal y como iban las cosas, se iba a morir sin volver a verla en bolas.

Mientras Miguel se peleaba con el programa de los surtidores, Rosa, tras cerrar la habitación de invitados con cerrojo (tampoco había que tentar demasiado a la suerte), estaba arrodillada ante su macho, Javier, un joven de 25 años, fuerte, fibroso y alto, que permanecía cómodamente sentado en un sillón. Era una habitación espaciosa, tenía una mesa tipo secreter con un espejo sobre ella, dos sillones de masaje, muy cómodos, y una cama enorme de dos por dos metros, ideal para las acrobacias sexuales de la pareja. El enorme ventanal tenía las cortinas abiertas y desde la ventana se podía contemplar el bucólico paisaje del final de la primavera con el que la naturaleza nos deleitaba aquella tarde sabatina. El amplio jardín era interior, por lo que ninguna mirada indiscreta podía observar el lascivo espectáculo con el que se deleitaban los amantes. Nunca habían tenido problemas con intrusos o similar. Bueno, casi nunca.

Tan solo un día, los amantes olvidaron que el jardinero estaba de servicio y se lo encontraron babeando frente a la ventana mientras Javier se corría en la jeta de Rosa. Ésta se quedó boquiabierta mirando embobada, con la leche goteándole por la barbilla, al pobre viejo que estaba paralizado con las tijeras de podar en la mano. Javier, todo reflejos, se acercó a la ventana, con la polla todavía dura y la cartera en la mano y le dijo a Dámaso, el jardinero:

—A ver Dámaso, no has visto nada ¿no? —Al tiempo, le entregó un billete de 50 euros.

—Hombre, algo sí que he visto…

Ciento cincuenta euros después, la versión era:

—Lo único que desentona un poco en la fachada es esta enredadera que ahora mismo corto… —Y se perdió por el jardín 200 euros más rico.

—¡Qué cabrón el viejo! —dijo Rosa en cuanto lo perdió de vista.

—Tranquila, guarrilla, éste no dice ni pío. Además, tampoco tiene pruebas. Olvídate y vamos a por el segundo asalto.

Aquella fue la única ocasión en que tuvieron un contratiempo reseñable. Aquel picadero solo lo usaban los sábados por la tarde, cuando echaban el polvo para humillar al cornudo. Les gustaba follar sabiendo que estaba en casa. Les ponía muy verracos a los dos. El resto de la semana, cuando el viejo cabrón estaba currando, lo hacían cómodamente en la cama matrimonial, en otro lugar más discreto de la casa. Y aunque las chicas del servicio se debían oler la tostada (esas sábanas sucias todas las tardes con manchurrones sospechosos no eran normales, no), jamás se habrían atrevido a decir nada. El sueldo era bueno, estaban aseguradas y la señora Rosa era bastante puta, sí, pero por lo demás era un encanto, no como el cabrón déspota de Don Miguel, un gilipollas presuntuoso que no le caía bien a nadie.

El caso es que allí estaba la pareja, mientras Miguel atendía sus negocios, Rosa, arrodillada sobre un cojín (tampoco es plan de fastidiarse las rodillas, que ya tenemos una edad), con una lencería negra de puerca digna de la mejor película porno (tanguita mínimo, sujetador levanta-tetas, medias, liguero y zapatos de tacón de aguja), devoraba la polla de Javier. Era un felatriz cojonuda. Le gustaba lamer la polla (una barra de unos 20 cm., muy gruesa y siempre como una piedra) desde los huevos al capullo varias veces hasta ensalivarla bien, después engullía el glande y, forzando bastante la mandíbula (¡era una tranca muy gruesa, ya te digo!), trataba de engullirla al máximo, en plan garganta profunda. De momento, nunca había pasado de dos tercios de la polla, y eso que Javier le apretaba con ganas la cabeza hacia abajo para ver si entraba más, lo que provocaba arcadas y babeos de la cerda que aguantaba con estoicismo y los ojos muy abiertos y vidriosos los violentos arreones del chico.

Javier tenía toda una colección de fotos de su cara engullendo la polla, con los ojos como platos y las aletas de la nariz bien abiertas intentando aspirar oxígeno vivificante. Le gustaba compartirlas con algunos colegas a los que también le gustaban las puercas jamonas y maduras. Hay que decir que en el grupo de Whatsapp que tenían, sus fotos eran de las más exitosas.

A veces, Javier, sobre todo cuando tenía prisa y quería echar un rapidillo, le daba vidilla a la cerdita y le permitía hacerle una mamada normal y corriente, como en los viejos tiempos. Ella disfrutaba como loca, y meneando la cabeza arriba y abajo, dejaba la polla completamente ensalivada, manejando la lengua con destreza se ayudaba de su manita hasta conseguir el premio en forma de ración de leche condensada. Lo hacían sobre todo cuando no podían explayarse mucho y el cornudo estaba por la casa, pero se corría el riesgo de que apareciese, por lo que una mamada rápida en la cocina o el baño venía bien para vaciar los cojones del muchacho y satisfacer a la cerdita.

Aquel día no era el caso. Tenían tiempo de sobra y Javier pensaba recrearse con la puerca a base de bien.

—Muy bien, cerda, muy bien. ¡Qué manera de babear, cacho de guarra! ¿Has visto cómo estás dejando el suelo? —el reguero de saliva se acumulaba sobre los muslos de Rosa e iba chorreando por sus rodillas manchando el cojín. La pobre mujer solo atinó a balbucear:

—¡Uoooo… lo… agggg… lo sien… to!

-¿Lo sientes? ¿Lo sientes, pedazo de puta?

Javier sonrió y aprovechó su mirada para lanzarle un certero salivazo que le acertó en la ceja izquierda. El macho soltó la coleta con la que le marcaba el ritmo y extendió la saliva por la nariz.

—Qué pena, se te corre un poco el rímel… —comentó sarcástico.

Cada vez que la humillaba de ese modo, Javier notaba que su excitación crecía y la polla le pegaba un respingo. Por su parte, Rosa, aunque cansada de tener la tranca taladrándole la boca, también sufrió una especie de reflejo condicionado que le humedeció el coño. Era consciente de que en cuanto Javier se corriese por primera vez, vendría la segunda parte de la sesión en la que ella podría catar por sus otros orificios la virilidad del joven, garantía cierta de un par de orgasmos. Orgasmos de los que se había convertido en adicta absoluta.

Javier se recreó unos segundos más en los cada vez más esforzados y desacompasados movimientos de la cabeza de la jamona. Notando que llegaba su momento, decidió regalarle a la puerca su dosis de lefa.

Le estiró la coleta y el tirón le arrancó el rabo de la boca. Una larga hilera de espesas babas que unían la polla con los hinchados labios de la guarra chorreó en el suelo.

Rosa, jadeando por el esfuerzo, tomó aire y, sabedora de los gustos del chico, tras recuperar el aliento, agachó la cabeza de nuevo. Mientras con una mano empezaba a pajearlo, metió la cara entre las piernas de Javier, que ya las había levantado para darle acceso al ojete. Pegó su boca al agujero trasero del macho, empezando un profundo, baboso e intenso beso negro mientras lo pajeaba que preparó lo que prometía ser una copiosa eyaculación.

Mientras lamía, penetrando con la lengua en el ojete del chico, recordó la primera vez que éste la obligó a comérselo y cómo se había resistido con uñas y dientes a tan humillante práctica. Fue una tarde de invierno en la que, como hoy, Miguel tuvo que atender a la empresa. Con la salvedad de que, en aquella época, todavía no tenía instalado el kit de teletrabajo y tenía que acudir a las estaciones in situ. Rosa se quedó sola en casa, viendo un culebrón por la tele hasta que, apenas unos minutos después, apareció Javier, que había visto salir el coche del cornudo. Tras echar un polvete rápido convencional, le pidió (por favor, la educación que no falte) que le comiese el culo, una práctica que había probado hacía unos días con una guarrilla que se había ligado en una discoteca y le había puesto la polla como un burro.

Rosa, se tomó la propuesta a broma y respondió:

—Sí, hombre, y qué más…

Al chico la respuesta, aunque la dijo en tono de broma, le pareció insolente y fuera de lugar, a fin de cuentas la guarra no podía quejarse, todavía tenía reciente el orgasmo y la leche le salía del chocho a borbotones, así que, frío como un témpano, Javier contraatacó:

—Escucha, putilla, lo menos que puedes hacer es colaborar para levantar una polla que te está haciendo tan buen servicio. —Rosa le miró incrédula al notar el tono serio de la respuesta—. Por lo que, tú misma, o te pones a lamerme el ojete mientras me pajeas hasta que me pongas la tranca dura y te ganes tú premio, o aquí se termina lo nuestro. Cerdas como tú las hay a patadas.

Tras decir esas palabras, Javier se giró e hizo un amago de ir a recoger la ropa. Rosa entró en pánico y se acercó por detrás para retenerlo, musitando disculpas y abrazándolo. Javier se limitó a quitarse de encima las manos de la mujer que le aprisionaban el pecho y, tras inclinarse un poco hacia delante, se abrió los cachetes del culo y puso el ojete a disposición de la puerca. Ésta no necesitó más. Con bastante torpeza, pero mucha voluntad, Rosa empezó su primera comida de culo. Javier, al notar como la puerca madura movía, culebreando, su húmeda lengüecita por su agujero, se puso burro enseguida a pesar de la escasa pericia de la cerda. Empezó a pajearse y, en apenas unos minutos, se giró y envió una espesa dosis de semen a la boquiabierta Rosa que la recibió orgullosa de haber satisfecho las expectativas de su macho y contenta de haber alejado el fantasma de la ruptura.

Aquel mismo día, dos horas más tarde, tras redondear la sesión con su amante, la madura puerca, recibió muy modosita al cornudo que volvía a casa. Sentada en el sofá, sin bragas bajo la bata y notando todavía como algún residuo de esperma y fluidos salía de su lampiño coño y su caliente culo, ambos habían recibido un buen meneo como premio a su buen comportamiento, un alegre «Hola, cariño» sorprendió a Miguel, poco acostumbrado a las muestras de afecto de su esposa que, no obstante, le hizo una cobra de manual cuando se acercó a darle un beso. «No vaya a ser que note el olor a macho en mi aliento…», pensó nuestra chica.

Volviendo al presente, Rosa, con mucha práctica ya, notó que Javier estaba a punto y no tuvo que esperar sus indicaciones para dejar la comida de culo y apuntar el tieso rabo del joven a su cara que recibió una espesa carga de semen.

El gruñido de Javier fue apoteósico, menos mal que, dada la distribución de la vivienda, era imposible que el pobre cabrón de Miguel, al que le crecía la cornamenta por momentos, hubiese oído algo.

Tras el bajón de la corrida, Rosa, orgullosa de su trabajo, miró sonriente a Javier que se recuperaba de la eyaculación, todavía jadeante.

La cara de la cerda era un poema, enrojecida, con el flequillo pegado a la frente por el sudor y los escupitajos del chico, los labios hinchados de chuparle la polla y la boca seca de tanto pasear la lengua arriba y abajo. Como guinda, la desigual capa de leche que le cubría la cara había dejado unos estéticos goterones estirados desde las mejillas y la barbilla que caían suavemente sobre sus tetazas.

—¡Joder, tía, eres la mejor puta que he conocido! Me has dejado seco.

La mujer sonrió orgullosa y no pudo evitar requerirle:

—Bueno, bueno, seco del todo no, ¿eh? Que todavía falta mi parte.

Javier le acarició la mejilla y la cara, recogiendo los restos de sudor, saliva y esperma que la cubrían. Después, acercó la palma a su boca y se la dio para lamer al tiempo que añadía:

—Tú tranquila, que hoy no te escapas ni con alas de un polvazo de campeonato.

—Eso quería yo oír— contestó por último la mujer al tiempo que se levantaba trabajosamente (demasiado tiempo de rodillas) y giraba su cuerpo jamonero para ir al baño.

Javier contempló aquel enorme culazo, que se bamboleaba camino del servicio, y notó como, a pesar de llevar ya cinco años follándosela, todavía tenía la virtud de levantarle el ánimo (entendiendo por ánimo aquello que cuelga entre las piernas de los hombres) como ninguna otra. No sabía si era el morbo de ser una mujer casada y poder ponerle los cuernos al cabrón del marido en su propia casa, de que todavía a su edad tuviera una figura envidiable (en los estándares que le gustaban a él: de MILF poderosa y opulenta) o que fuera su enorme entrega y dedicación, su puterío vocacional, lo que le hacían sentirse así, cada vez, como la primera ocasión en que se la folló. Seguramente era una combinación de todos los factores, pero qué duda cabe de que el asunto funcionaba de maravilla.

Cuando volvió Rosa, Javier ya estaba recostado en la cama, viendo la televisión y fumando un cigarrillo. Había puesto una sesión de vídeos porno de Porn Hub. Recopilaciones de maduras recibiendo faciales, un subgénero que le gustaba bastante y solía entonarle rápido, no iba mal como fondo mientras se follaba a su cerda.

Rosa entró en la habitación y tomó un largo trago de la botella de agua que estaba sobre la mesita. Estaba medio deshidratada. Normal, claro, con tanto trote. Se había quitado la ropa interior y el calzado. Así, sin tacones se notaba lo bajita que era. Las tetas, libres del sujetador, caían sobre su barriga. Podría parecer antiestético, pero a Javier le ponía cachondo. No tenía mucha tripa, lo justito para el gusto del chico, y el chochete, depilado, se veía espléndido y oferente, entre sus gruesos y firmes muslos. Cuando ponía la botella de nuevo en la mesita se giró brevemente y mostró una perfecta panorámica de su pandero, grande y con leves trazas de celulitis. Un morbazo total se apoderó de Javier, que seguía poniéndose cachondo al ver a aquella rotunda cincuentona tan desinhibida. Sobre el culo, en cursiva con las letras imitando a las de la Coca Cola, un tatuaje mostraba en dos líneas un texto explícito y claro: Rosa, la puta de Javier. Javier, el macho de Rosa. Parecía un haiku. A Javier no le hizo mucha gracia que se lo hiciese. Formalizar su relación de esa manera podría comprometer a la mujer. A fin de cuentas no dejaba de ser una mujer casada, pero ella insistió. No lo veía como una prueba de amor, sino de sumisión.

—¡Tachánnn…! —Gritó Rosa al girarse haciendo un movimiento de sus domingas. Éstas se menearon como badajos de campana e hicieron soltar una leve risa a Javier, que dio dos palmadas en la cama e indició a la jamona que se acomodase a su lado.

—¿Qué hacemos, Javi, quieres que te la chupe?

—No, mira, hoy te has ganado un premio. Te voy a comer el coño y luego, bueno, pues ya veremos.

Rosa se puso en posición, despatarrada y sujetándose las piernas dobladas. Javier metió la cara en el recién lavado perfumado coño de la puerca y empezó una sesión de lengüeteo que, combinada con algún lametazo al culo y los dedos penetrando alternativamente ambos agujeros, proporcionaron un orgasmo exprés que en cinco minutos dejó derrengada a la cachonda madura. No en vano, ya venía excitada de antes por lo que el trabajo precalentamiento ya estaba hecho.

Continua

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Un Cuento de una Familia, La Puta Madura de Rosa – Capítulo 02

En resumen, el partido estaba uno a uno y todavía les quedaba un buen rato para desempatar. Descansaron unos minutos y enseguida, el bueno de Javier, empezó a entonarse gracias a los lametones de nuestra jamona que le recorrían el pecho e iban bajando. Acurrucada junto a él, ya tenía ganas de que la polla del joven se adentrase en sus anhelantes orificios y para ello el primer paso era entonar la tranca del joven.

Javier, lógicamente, dejó hace a la guarrilla, encantado con esa boca que le iba baboseando el pecho, el costado y la barriga, camino de la meta. Tenía la polla morcillona ya antes de que la cálida boca de la madura acogiese en su húmedo seno su grueso capullo.

Los gorgoteos de Rosa, engullendo de nuevo el rabo del chico, resonaban en la habitación, imponiéndose al sonido de fondo del televisor. Esta vez, Javier, aprovechó para girar el cuerpo de la madura y así tener el culazo de la cerda a su alcance. Mientras notaba crecer su endurecida polla en la boca de Rosa, empezó a penetrarle el ojete con el pulgar mientras masajeaba el clítoris con el índice. Las ventajas de tener una mano bien grande y una amante pequeñita.

La cerda empezó a gimotear bien fuerte a pesar de tener la boca llena. Javier, que ya la conocía, se limitó a esperar que se lo pidiese, cosa que no tardó en ocurrir:

—¡Joder, cabrón, fóllame ya! ¡Métemela, ostia, me cago en la puta…!

El joven no se hizo de rogar y con su estilo agresivo y dominante de costumbre, la agarró del pelo y la movió como un pelele. La puso a cuatro patas en el centro de la cama. Rosa, aplastó la cara contra el colchón y levantó el culo lo que pudo, como una ofrenda divina para su hombre. Éste se colocó semi en cuclillas. Tras abrir bien las gordas nalgas de la cerda, escupió un par de veces y extendió bien la saliva por el ojete, al que ayudó también a lubricar con una leve penetración de los dedos que, antes había introducido en la boca de la puerca.

Aquello hizo recordar a Rosa las primeras folladas por el culo y cómo le costó acostumbrarse al grosor de la polla del muchacho y la violencia de sus emboladas. Rememoraba, con especial cariño, la primera vez, al poco de haber empezado a ser amantes. Ella quería que la desfloración anal fuera algo especial y para ello decidió esperar a un día tranquilo en el que supiese que el cornudo no iba a aparecer por casa bajo ningún concepto. Fue en uno de sus viajes de negocios. Así que preparó la habitación de matrimonio para recibir a su macho. Para dar más morbo al asunto, tuvo la brillante idea de volver a vestirse de novia, para entregar su virginidad, tal y cómo hizo con el primer hombre que se la folló (follar sería dar una categoría excesiva a los patéticos polvos que habían jalonado su matrimonio). Desafortunadamente, el agraciado no fue otro que el inútil de Miguel, que se desempeñó de un modo tan ridículo que no consiguió desvirgarla definitivamente hasta la cuarta o quinta vez que se acostaron en la luna de miel y, así y todo, ella no sintió absolutamente nada.

Ya habían pasado alrededor de treinta años de la boda y, ya se sabe, los años no pasan en balde, por lo que aquel vestido que le quedaba como un guante en aquel momento, ahora no había manera de ponérselo. Algo parecido a lo que le pasó a Kim Kardashian hace poco con el vestido de Marilyn Monroe. En el caso que nos ocupa, Rosa no llegó a reventar el vestido porque no pudo llegar a embutírselo del todo. Así que, antes de destrozarlo, lo llevó a una modista que conocía y le pidió que se lo arreglase para poder usarlo, por lo menos una noche. La modista, una cotilla de órdago, intentó interrogarla acerca de para qué diablos quería ponerse un traje de novia a estas alturas. Rosa se salió por peteneras argumentando algo así como una renovación de votos matrimoniales en la catedral, bla, bla, bla. La modista no se debió creer la milonga, y menos cuando le compro un juego de lencería que haría enrojecer a una actriz porno, para la susodicha ceremonia de renovación de votos, pero, dado el alto precio que pidió (y obtuvo) por el trabajo, calló como una tumba, algo que iba implícito en el cheque que extendió Rosa. Por cierto, como es lógico, se trataba de dinero ganado con el sudor de los cuernos del pichafloja de su esposo.

Aquella lejana noche sí que podemos decir que sorprendió plenamente a su amante. En cuanto Javier la vio sobre el tálamo nupcial vestida como una novia añeja y virginal con velo y todo, el rabo se le tensó como una cuerda de piano. Ella se levantó, ceremoniosa, se quitó el velo y le pegó un morreo intenso. A continuación, se arrodilló para rendir honores a su tranca. Javier, fue consciente, más que nunca, de que una puta como esa merecía la pena de todas, todas. Como remate, tras quitarse la falda del vestido, se quedó con la parte de arriba que apretaba con fuerza sus tetas como si de un corsé se tratase. Estaba claro que una parte importante de los kilos de más que había engordado desde la boda se habían acumulado en sus tetas y en su potente pandero.

Rosa se giró, se acomodó a cuatro patas al borde de la cama y levantó el culo, cubierto por un mínimo tanguita blanco de encaje que a los treinta segundos estaba roto y hecho un gurruño en el suelo. Javier aceptó la ofrenda encantado de la sumisión de la jamona y tras rociar generosamente con lubricante el estrecho ojete de la mujer y su endurecida polla, empezó, con esfuerzo e indudable placer, la penetración en el virginal agujero trasero de la puerca. Un culo que había permanecido incólume durante cincuenta años esperando este apoteósico instante.

La pobre mujer, sufrió horrores aquella primera vez, y tardó mucho en notar que la polla, la gruesa polla de Javier, estaba totalmente dentro del culo y sus huevos rebotaban sobre su coño. Un coño que, a pesar de todo aquel dolor, se había humedecido como siempre. Eso sí, no manifestó demasiado ostentosamente su padecimiento. Agachó la cabeza como una campeona y permaneció con los dientes apretados, soltando algunos lagrimones, resoplando y soportando los insultos y los esfuerzos de Javier, al que le acabó costando bastante atravesar la barrera del orto adultero de la mujer.

Sólo hacia el final pudo Rosa sentir algo de placer, sobre todo cuando cayó en la cuenta de que podía acercar su manita al coño y pajearse mientras el chico resoplaba metiendo y sacando el rabo de su estrecho y apretado culo. No llegó a tener un orgasmo, pero por lo menos pudo aguantar algo mejor los últimos momentos en los que Javier se corrió como una animal desplomándose sobre ella agotado, con la polla aún dentro del culo. Se nota que el chico había disfrutado porque se quedó meloso y agradecido acariciándole el cuello y dándole besitos, algo nada habitual en él, mientras su polla, aún alojada en el culo de la cerda, iba perdiendo rigidez. Rosa, orgullosa de su hazaña, estaba contenta de haber entregado su virginidad anal a un hombre de verdad y no dudó en absoluto cuando Javier le pidió que le limpiase el rabo, obviamente con la boca. Le gustó hacerlo y notar como la polla morcillona, tenía ese regusto a culo. Un sabor que con el tiempo le iba a gustar tanto, a pesar de que le repelió en un primer instante.

Después de aquella primera experiencia estuvo varios días dolorida, aguantando la irritación a base de cremitas y demás, pero no tardó en repetir. No pasó mucho tiempo antes de que el sexo anal se convirtiera en una de sus variedades favoritas. De hecho, podríamos decir que a estas alturas era lo que más le gustaba. Prefería muchas veces que Javier le diese bien por el culo antes que un polvo convencional. Sobre todo si sabía que el cornudo estaba en la casa. Muchas veces, recién follada acudía a verlo, con restos de esperma todavía saliendo a borbotones del ano, resbalando por sus piernas tras pequeños pedetes.

—¡Uy, tengo unos gases hoy! —solía decirle al cornudo mientras soltaba algún cuesco silencioso.

—Al menos no huelen —solía responder el cornudo ignorante.

Además, si algo tenía claro, es que con la polla de Javier en el culo, ella tenía las manos libres para estimularse el clítoris y no había mayor gloria para Rosa que alcanzar un orgasmo simultáneo con una corrida del chico. Había aprendido a apretar el recto en el momento en el que Javier empezaba a eyacular y esto volvía loco al cabroncete, que le agarraba los muslos con fuerza, mientras vaciaba sus cojones.

Volviendo al presente, el polvo anal de aquel sábado siguió los cánones habituales de la pareja, ahora que la gruesa polla de Javier entraba con facilidad en el culo de Rosa. Un culo que se adaptaba como un guante al grueso intruso.

Todo seguía su curso habitual. Lo único que varió un poco era que el chico estaba aquel día ligeramente creativo y decidió intentar algo que había probado varias veces sin éxito pero que, dado el pequeño tamaño de la jamona y su propia envergadura, no debería ser muy complicado de hacer. Se trataba de hacer una llave Nelson con ella mientras le follaba el culo. Era algo que había visto en internet y siempre le había llamado la atención. Quizá hoy era el día.

Así que, sin sacar la polla del ojete la fue arrastrando hacia el borde de la cama. Consiguió sacar a la mujer de la cama todavía con el rabo dentro. Permaneció con Rosa de pie, ligeramente inclinada. La mujer que estaba más feliz que una lombriz a cuatro patas, le preguntó angustiada qué coño estaba haciendo. Javier, sin contestar, la levanto en peso. Debía pesar unos sesenta kilos (algo gordita para sus uno cincuenta y cinco de altura, pero tenía la carne muy bien repartida, como ya hemos dicho). Y así, en volandas, se fue con la desconcertada mujer, que apretaba los dientes asustada, dando pasitos cortos hasta el sillón. Se acomodó en el mismo y tras cruzar sus brazos al cuello de la puerca recobró el dominio de la situación volvía a tener a su merced el control de la puerca. Todo un éxito, había conseguido sentarse sin sacar la polla del ojete. Está claro que Rosa era muy manejable y, por suerte para él, también le gustaba sentirse manejada así que en cuanto vio de qué iba el asunto y las intenciones del chico, se relajó y se dejó hacer tranquilamente. Al menos no le habían sacado el rabo del culo que es lo que ella quería. El único hándicap era que, en esa extraña postura no podía pajearse. Pero bueno, todo sea por hacer feliz al machote…

El caso es que Javi, animado por su éxito, procedió a intensificar el meneo de la cerda que se sintió como un auténtico pelele en manos del hombre, dando botes sobre sus muslos con la polla entrando y saliendo del culo intensamente. No es que la cosa le disgustase a Rosa, al contrario, tan solo tenía algo de miedo porque con tanto movimiento se le saliera el rabo del culo.

No fue así. Ambos podían ver la escena que estaban protagonizando en el espejo que estaba frente a ellos, lo que acrecentaba el morbo y la excitación de la pareja. Antes de un minuto de estar practicando el Half full Nelson, Javier se corrió como un auténtico animal. Rosa notó los borbotones de leche que resbalaban por la tensa polla de Javier e iban saliendo del apretado culo. Pronto, todo terminó tras aquel orgasmo eléctrico y, como de costumbre, Javier, con ella todavía encima, la abrazó con normalidad y empezó a besuquearle el cuello. Rosa se sintió como una reina. Haber dejado tan satisfecho a un joven semental de 25 años era algo que no dejaba de llenarle de orgullo, por mucho que fuese una escena que se venía repitiendo desde hacía ya algunos años.

Después de reposar un minuto o dos acurrucados, Rosa notó que la polla ya estaba saliendo del culo. Se incorporó y procedió a realizar una perfecta limpieza de sable, sólo que, en esta ocasión, bajó una manita y aprovechó para pajearse mientras lo hacía, oliendo y saboreando la polla del macho.

Estaba tan excitada que no tardó mucho en correrse, mientras Javier le acariciaba la carita. Al terminar, le lanzó un buen salivazo a la boca abierta de la cerda. Un lapo que se tragó con una sonrisa de satisfacción.

Después, Rosa le dio un par de besitos a la polla y miró al chico que se mostraba completamente satisfecho de la magnífica sesión de sexo que acababan de tener.

—¡Joder, vaya polvazo que hemos echado! ¡Eh, guarrilla!

—Y tanto —respondió ella levantándose y empezando a ordenar la habitación—, ¿qué hora debe ser ya? Se ha hecho de noche. —No entraba luz del exterior. Solo estaban iluminados por la luz azulada de la pantalla del televisor, donde una eterna sucesión de maduras recibían faciales en bucle y sonreían a la cámara con la cara repleta de leche.

Javier miró el reloj y respondió:

—Las ocho y media.

—¡Mierda, es tardísimo! —Replicó Rosa, repentinamente alterada— A las nueve tienen que venir los Martínez a cenar y está todo manga por hombro. Tú padre ya debe haber terminado y seguro que está por la casa buscándonos. Me vas a tener que ayudar a preparar las cosas de la cena antes de salir. Ya sé que es sábado, pero…

—¡Joder, mamá, cómo eres…! De verdad, es que no puedes disfrutar tranquila…

—A ver, Javier, claro que puedo. Pero cada cosa tiene su momento y nos hemos pasado de la hora. Así que me echas una mano para preparar la mesa y luego te vas. Que a tu novia no le va a pasar nada si espera un rato, hijo.

—Bueeeno, vale… Si acaso, dejamos esta habitación así y nos centramos en el comedor. Yo pongo la mesa y tú acabas de preparar la cena, ¿ok?

—Vale, trato hecho. Anda ve a ver si ves a tu padre por ahí y le cuentas alguna milonga, dile que tú estabas en el garaje y yo he ido a comprar vino. Lo que se te ocurra, vamos. Que seguro que está nervioso. Venga va, espabila.

Javier se levantó perezosamente, se vistió deprisa y corriendo y se dirigió hacia la puerta, no sin antes pegar una buena palmada en el pandero enrojecido de su madre que tembló como un flan.

Ella le miró, con una sonrisa bobalicona y le lanzó un besito, después siguió recuperando su ropa, esparcida por toda la habitación.

—Hasta luego, guarrilla —dijo Javier.

—Adiós, sinvergüenza, voy enseguida.

Javier estaba a punto de cerrar la puerta cuando su madre le hizo una última observación.

—¡Espera, Javi, una última cosa! Seguramente tu padre comerá como un gorrino, le dará al vino, los gin tonics y demás, así que esta noche se quedará frito como una puta marmota en cuanto pille la cama. Siempre le pasa lo mismo. Además, el Martínez es de su escuela de pichaflojas borrachines, que me lo contó su mujer—. «Otra maruja insatisfecha», tomó nota Javier mentalmente— El caso es que, si la novia te deja con energías, dame un toque con el whatsapp cuando llegues y me acerco a tu habitación. Dejaré el móvil con sonido.

—Descuida, mamá, tengo energía de sobra. Además, me encantan las putas jamonas como tú. No hay mejor forma de rematar la jornada.

—¡Qué malhablado eres! Anda, lárgate ya, que si no, nos vamos a liar otra vez.


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draco22

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muy bueno y con un final inesperado buenisimo y muy riko
 
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