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Un Chavalín hace Conmigo lo que Quiere – Capítulos 01
A pesar de lo que pueda parecer me apetecían mucho estas vacaciones. Con veinticinco años no pega nada que quisiera volver al pueblo, pero en realidad estaba huyendo. Mi novio se estaba poniendo muy pesadito con lo de casarnos y en cuanto mis padres me pidieron que los acompañara acepté encantada. No es que no quisiera a Rafa, mi novio, pero me veía demasiado joven para casarme, demasiadas cosas todavía por hacer y, aunque en un futuro sí me gustaría casarme con él, me parecía que era muy pronto para el matrimonio. Total, había terminado mi carrera, el master posterior y empezaba un nuevo trabajo, me parecía como si el mundo se abriera ante mí. Por eso un mes de verano en el pueblo me daba un descanso en la relación que, creía sinceramente, nos vendría muy bien a Rafa y a mí.
Mis padres se conocieron en el pueblo, cada uno heredó la casa familiar y ahora tenían dos. Poco dispuestos a mantener dos casas volvimos al pueblo para arreglar una de ellas y venderla. Nos quedaríamos con la de mi madre, que era algo más grande, de dos plantas y tenía un patio bastante mayor.
Llevaba bastantes años sin venir, pero en cuanto nos acercamos al pueblo y contemplé desde la ventanilla de atrás del coche las primeras casas, me asaltaron los recuerdos. La plaza, la fuente, incluso algunos árboles me resultaron familiares. Hasta los catorce años veraneábamos en el pueblo, hasta que murieron los abuelos. Recordé el pinar cercano, el río, los pequeños rebaños de ovejas que pastaban en el prado, hasta me acordé de los vecinos y el crío que me hacían cuidar a menudo.
Así que llegamos a la casa, abrimos las ventanas para ventilarla, preparamos las habitaciones y deshicimos las maletas y pasamos la primera noche. Hoy mamá haría la compra y papá y yo revisaríamos su casa para ver qué arreglos necesitaba.
—¿Qué te parece, hija, las ventanas están bien? — me preguntó. Papá era muy organizado y llevaba una lista de cosas que revisar.
—Creo que sí, al menos todas abren y cierran, jajaja.
—Eso me parece a mí también, vamos a ver las puertas.
Durante toda la mañana inspeccionamos la casa como si fuéramos expertos albañiles, pintores, fontaneros y carpinteros. Con nuestra increíble sabiduría en obras y reformas llegamos a la conclusión de que había que repasar el tejado, cepillar algunas puertas que no cerraban, limpiar el tiro de la chimenea del salón, reparar algunas partes del suelo que se habían levantado y pensar en algún sistema de calefacción. Por suerte la fontanería y la electricidad parecían estar bien.
—Creo que eso es todo, Paloma — concluyó papá después de revisar cada apartado de su lista.
—¿Qué crees tú que hay que poner para calefacción? — le pregunté.
—No estoy seguro. Lo más fácil sería poner radiadores eléctricos, pero también es lo más caro de mantener. Preguntaré por ahí qué tiene la gente. No me parece que tengamos que levantar todo el suelo para poner radiadores de agua, antes nos calentábamos con estufas de butano, quizá la gente ahora las ponga de pellets.
—Más ecológico por lo menos. ¿Lo venderán en el pueblo?
—Seguro, tan poco es tan pequeño.
Comparado con otros pueblos de la zona, San Benito no había menguado demasiado con los años. Mantenía una población de unas mil quinientas personas que se duplicaba en verano.
Volvíamos comentando que tendríamos que vaciar la casa de papá de los recuerdos de la familia, la ropa vieja y demás cosas que todavía estaban cuando al llegar a casa un chaval salió de la de al lado.
—Buenos días, don Félix — le dijo a mi padre.
—Buenos días, ¿quién eres? — contestó.
El chico me resultaba familiar, pero no caía en ese momento. En lo que sí caí es en que iba a ser muy guapo. Era todavía un crío, delgaducho y con brazos y piernas muy largos, pero se le empezaba a notar un buen chasis, probablemente iba al gimnasio. Tenía unos labios gruesos que parecían de mujer, pero que ciertamente le quedaban muy bien, el pelo rubio y largo y los ojos azules. Algunos pelos sueltos adornaban su barbilla. Cuando terminara de formarse iba a ser un tiarrón espectacular.
—Soy Santi, el hijo de Germán — contestó sonriéndome de forma maliciosa. Me había pillado repasándole con la mirada.
—Caray Santi, lo que has crecido — repuso mi padre —, no te veo desde que tenías cinco o seis años. ¿Te acuerdas de él, Paloma?
—Vagamente — respondí. Sí que me acordaba, pero después de que me pillara admirándole no quería que se pensara lo que no era.
—Tú le cuidabas de pequeño. Le has cambiado los pañales muchas veces. ¿Cómo está tu familia, Santi?
Se pusieron a hablar entre ellos. Yo estaba incómoda con las miradas que me dirigía el crío así que me despedí y me metí en casa. Mamá ya estaba preparando la comida.
—Hola cariño, ¿ya habéis visto lo que hay que arreglar?
—Sí, mamá, ahora hay que buscar a los artistas.
Según comíamos papá nos contó lo de Santi. Resulta que sus padres se habían separado y su madre, muy afectada, se había venido al pueblo con el chico buscando tranquilidad. Después de comer mis padres se echaron la siesta, cosa que a mí no me gustaba nada. No entendía la necesidad de dormir dos veces al día, además, era un aburrimiento. Tras enredar un rato con el móvil salí a dar una vuelta. Me apetecía recorrer el pueblo y visitar algunos sitios que recordaba. Al regresar me encontré a mis padres saliendo de casa.
—Vamos a la plaza grande a tomar algo, ¿vienes? — me propuso mamá.
—Claro, no conozco a nadie y me aburro un poco — contesté.
—Pues venga.
—Oye, conoces a Santi — me dijo papá —. Queda con él y así no estás tan sola.
—Jajaja, Santi es un crío, no me apetece mucho aguantar a un adolescente.
—Ya lo sé, pero al menos tendrías con quién salir por ahí.
—Estoy de acuerdo con tu padre — le apoyó mamá.
—No sé, ya veré — dije para que dejaran el tema.
En la plaza nos sentamos en la terraza del bar a la sombra de dos enormes arces y pedimos algo de beber. Charlábamos tranquilamente cuando papá se levantó e hizo señas a alguien.
—¡Lola! ¡Santi!
Los aludidos entraban a la plaza y nos miraron. Enseguida saludaron con la mano y se acercaron.
—¡Qué alegría veros! — exclamó la que debía ser Lola, la madre de Santi, repartiendo besos y abrazos entre nosotros. Santi la imitó y cuando llegó a mí me dio dos sonoros besos agarrándome de la cintura.
—Sentaos con nosotros — ofreció mi padre —. Así nos ponemos al día.
—Claro, será un placer.
Les hicimos un hueco y se sentaron. Santi a mi lado.
—Hay que ver lo que has crecido, Paloma — me dijo Lola —. Estás guapísima, aunque ya se veía venir.
—Gracias, doña Lola.
—De doña nada, solo Lola.
—Sí que estás muy guapa — dijo Santi y prosiguió en un susurro para que le oyera solamente yo —, y muy crecida.
Como me estaba mirando las tetas entendí enseguida a lo que se refería. La naturaleza me había dotado de unos grandes pechos y estaba acostumbrada a que los chicos me los miraran. Era molesto, pero tan habitual que ya no me molestaba. Ignoré al crío y me metí en la conversación de los mayores. Poco a poco me fui distrayendo pensando en mis cosas, hasta que me nombraron y presté atención.
—Te puede ayudar Santi — dijo papá.
—¿A mí? ¿A qué?
—Como te decía hay que llevar las sillas de jardín de mi casa a la de mamá. Podrías ir mañana con Santi.
—Eso está hecho — se apuntó el crío —. Mañana te recojo temprano.
—Eh… claro — respondí.
—Bien, luego podemos ir al río, a ver si hay cangrejos.
—¿Quieres que yo coja cangrejos?
—Pues claro, ¿o ya no te acuerdas de lo que me hiciste rabiar una vez amenazándome con un cangrejo? Menudo trauma, todavía tengo pesadillas — fingió un estremecimiento, pero su mirada socarrona desmentía el supuesto horror que yo le había ocasionado.
—Te recuerdo — dije yo señalándole con el dedo — que tú una vez me pusiste una rana en la cabeza.
—Ah, ¿así que sí te acuerdas de mí?
Los padres se rieron al vernos discutir y Santi los acompañó. Cuando me uní a ellos el chico me agarró del muslo y me dio un apretón. El camarero llegó en ese momento para servir otra ronda y dejamos el tema, pero la mano de Santi todavía estuvo un rato sobre mi pierna. Me parecía inapropiado, pero en el fondo yo le había torturado con un cangrejo, así que lo dejé pasar, jajaja.
A las nueve de la mañana ya estaba llamando a la puerta. Me avisó papá, que siempre se levantaba pronto. Refunfuñando con que eran vacaciones y quería dormir más me levanté, me aseé rápidamente y bajé a la cocina. Me tomé un café mientras Santi tomaba un cola—cao. Debido al calor del verano me había puesto unos pantalones cortitos y camiseta de hombreras, y cada vez que mi padre no miraba los ojos del chico recorrían mi anatomía. Como ya he dicho no le di importancia, estaba acostumbrada.
Al entrar en la casa de papá, busqué las sillas. Santi se quedó en el salón, y cuando volvía para decirle que las había encontrado, me enseñó una foto que tenía en la mano. La reconocí nada más verla aunque hacía años que no la veía. Era yo con un par de años, desnuda y tumbada boca abajo en la cama. En la adolescencia odié esa foto. Todo el que la veía decía lo guapa que estaba, y yo solo pensaba en que todo el mundo me veía en pelotas.
—Tienes un culito estupendo — me dijo mostrándome la foto con una sonrisa de oreja a oreja —. Aunque he de decir que ha mejorado muchísimo con la edad.
—Trae eso, idiota — se la arrebaté ruborizada y la puse boca abajo en una estantería —. Vamos a por las sillas y déjate de tonterías — maldita foto. La iba a destruir.
—Vale, vale, no quería ofenderte. No sabía que te ibas a poner de esa manera.
—Tienes razón, perdona — le contesté después de pensarlo un poco. Quizá me había pasado.
—Estás perdonada, pero lo mejor sería que me enseñaras el culito para poder apreciar la mejora.
Y yo que le había pedido disculpas pensando que me había excedido.
—Eres un imbécil. Vamos, coje las sillas y haz algo útil.
Dejé que cargara con las cinco sillas hasta la casa de mamá. Aunque no estaba lejos, cuando llegamos y las soltó, hizo un gesto de dolor y sacudió los brazos para aliviar los músculos sobrecargados.
—Podías haberme ayudado con alguna silla — protestó al soltarlas en el patio.
—Era para que trabajaras un poco ese culo flaco que tienes.
—Pues si era por eso muchas gracias — me dedicó una amplia sonrisa —. Me parece genial que te preocupes por mi culo.
—Yo no… ¡idiota! — me di la vuelta y me dirigí a beber algo fresco mientras Santi se reía. El jodido crío me sacaba de quicio.
A punto estuve de cancelar lo del río, pero pensando en que tampoco había mucho que hacer para divertirse, transigí y dejé que Santi me llevara a coger cangrejos.
—Lo suyo es cogerlos con una red — me explicaba por el camino —, pero no tengo ninguna, nos tendremos que conformar con cogerlos a mano e irlos echando aquí — me enseñó la bolsa que llevaba.
—¿No pican? — le pregunté.
—Jajaja, picar, picar, no. Lo que si hacen es pellizcarte con las pinzas. Hay que tener cuidado, pero no te preocupes que yo te enseño — me pasó un brazo por los hombros y me dio un achuchón. No me molestó, pero sí el que no le quitara después.
—Quita — le dije zafándome.
—De verdad Paloma, eres muy rarita. ¿Tú no tienes amigos? — me dijo ofendido.
—¿Por qué no voy a tener amigos?
—¿Y no les dejas que te toquen? ¿Les tienes prohibido el contacto? — me miraba como si me pasara algo malo.
—Pues claro que no.
—Entonces es que no quieres que seamos amigos.
—No es eso, es que no tenemos confianza.
—Pero si me cuidabas de pequeño, qué más confianza quieres.
—Visto así…
En cuanto cedí a su razonamiento volvió a rodearme con el brazo, pero ahora por la cintura. Caminamos la distancia hasta el río de esa manera. Tampoco es que me incomodara, era agradable y me hizo recordar lo majo que era de pequeño.
El río llevaba muy poca agua y Santi me explicó que en invierno crecía bastante, no como cuando éramos pequeños, pero sí bastante más que ahora. Recorrimos la orilla hasta que Santi encontró un buen sitio. Al verle descalzarse le imité. Se metió en el agua y me llamó con un gesto. El agua estaba fría y se agradecía, pero me iba pinchando con las piedras.
—La próxima vez nos traemos unas zapatillas de goma — me dijo —. Es más fácil.
—Sí, porque me estoy haciendo polvo.
—Ven.
Me volvió a coger de la cintura y, despacito, anduvimos por el agua sin dejar de mirar bajo la vegetación. Santi me señaló algo.
—Mira, ahí.
—No veo nada.
—Vamos a acercarnos.
Pegados a los hierbajos que señalaba seguía sin ver nada, pero Santi se agachó, metió una mano en el agua y la sacó con un cangrejo. Mediría unos diez centímetros y era marrón oscuro. Tenía un montón de patitas y dos pinzas delanteras. Me lo enseñó. El crustáceo no dejaba de mover las patas.
—Mira, si le coges así no te puede enganchar con las pinzas. ¿Te has fijado?
—Sí, parece fácil.
—Pues el siguiente le coges tú.
Lo guardó en la bolsa que llevaba en la cintura y seguimos buscando. Ahora era yo la que me agarraba a él para no perder el equilibrio entre tanta piedra. Enseguida me señaló algo en el cauce.
—No veo nada.
—Que sí. Mira bien. Está ahí mismo.
Por suerte se movió y lo pude distinguir. La verdad es que estaba muy bien camuflado. Santi me agarró de la cintura y me animó.
—Venga, Paloma, que ese es tuyo.
Me agaché despacito para no caerme y metí la mano en el agua. El maldito crío aprovechó para, sin soltarme, ponerse detrás de mí y pegarme el paquete al trasero. Debí regañarle, pero lo cierto es que estaba emocionada por coger mi primer cangrejo y decidí ignorarlo. Me agaché un poquito más aunque aumentara la presión sobre mi culo y lentamente cogí al cangrejo por el cuerpo.
—¡Le cogí, lo he cogido! — exclamé enseñándolo como si fuera un trofeo.
—Muy bien, Paloma, a la bolsa.
Me dejó coger diez o doce más. Cada vez repetía la jugada y me arrimaba el paquete. Me terminó haciendo gracia. “Se va a ir con un buen dolor de huevos”, pensé. Volvimos por el agua recogiendo alguno más hasta donde teníamos las zapatillas. Sin salir del agua, Santi hizo un nudo en la bolsa y la tiró a la orilla, luego hizo lo mismo con la camiseta. Tenía un tronco delgado y se le notaban las costillas, pero a pesar de eso, se le veía fibroso y fuerte.
—Hace calor, me voy a mojar un poco — me dijo —. ¿Te apetece?
—No, mejor me salgo.
—Vale, ten cuidado no te tropieces.
En cuanto di dos pasos, el maldito niño me atacó por la espalda. Recogiendo agua con las dos manos me la lanzaba poniéndome perdida. Me giré y contraataqué. Al principio se sorprendió. Luego con una carcajada redobló su ataque. Pasamos unos minutos muy divertidos peleando.
—Bruja, más que bruja — me decía.
—¡Si has empezado tú!
—Ha sido sin querer.
—Ja, te voy a ahogar.
Al final salimos entre risas completamente empapados. Me senté y me puse las zapatillas. Al levantarme me lo encontré con las suyas en la mano y mirándome fijamente.
—¿Qué pasa, no te calzas?
Seguí su mirada que terminaba en mi pecho. Me miré y entendí su interés. Con el agua se me transparentaba todo. Se apreciaba perfectamente el sujetador y mis pezones, que estaban duros por el frío del agua.
—No mires idiota — le dije tapándome con los brazos —. ¿Por qué no me has avisado?
—¿Y perderme el espectáculo? — me respondió con desfachatez —. Eres preciosa, Paloma, una mujer increíble.
—Déjate de preciosa y ponte las zapatillas.
—Vale, vale, pero que conste que si no me hubieras echado agua no hubiera pasado esto.
—¡Pero si has sido tú, merluzo!
—Jajaja, anda que no te lo has pasado bien.
Me contagié de su risa, lo cierto es que me lo había pasado muy bien. Me reí un rato hasta que me di cuenta de que había bajado los brazos y los volví a subir rauda. Santi me guiñó un ojo. Él también se había dado cuenta.
Al volver me cogió otra vez de la cintura.
No esperaba ver a Santi hasta el día siguiente, pero apareció cuando menos me imaginaba. Me había acostado ya y estaba en la cama respondiendo mensajes en el móvil cuando me di un susto de muerte. ¡Alguien entraba por la ventana! Me llevé las manos a la boca a punto de gritar, pero el tipo se irguió y pude verle la cara.
—¿Qué coño haces aquí? — susurré en vez de gritar pidiendo auxilio. Repasé mi vestuario antes de que contestara. Solo llevaba unas braguitas y una camiseta vieja de hombreras que dejaba ver más de lo que tapaba. A pesar de eso me levanté indignada.
—Contesta, ¿qué haces aquí? — le espeté con los brazos en jarras.
—¡Joder, Paloma! Es la tercera ventana en la que miro. No sabía cuál era tu habitación — mientras hablaba me recorría con la mirada —. La primera ha sido fácil, pero en la segunda casi me estrello.
—No me has contestado — le dije golpeándole en el pecho con el dedo. Mi cabreo aumentaba por momentos.
—Es que necesito pedirte una cosa — me sujetó la mano entre las suyas.
—¿Y no podías esperar a mañana? — liberé la mano de un tirón.
—No, soy incapaz de dormir. No se me va de la cabeza.
—A ver, capullo. ¿Qué te pasa?
—Si es lo más natural del mundo. Desde que te he visto las tetas esta mañana no puedo pensar en otra cosa — me dijo con naturalidad, como si fuera una conversación normal entre una mujer y un crío —. Pero como no las he podido ver bien, he venido a ver si me las enseñabas. A ver si así puedo dormir.
—¿Pero tú estás loco?
—Eso es, me alegro que lo entiendas. Estoy loco por vértelas.
Abrí la boca estupefacta. ¡Como se puede tener tanta cara! Él, sin embargo, estaba tan tranquilo, incluso poniendo cara de preocupación.
—No pienso enseñarte las tetas — le dije echando chispas por los ojos —. Pues solo faltaba.
Venga, Paloma, si no te cuesta trabajo. Te levantas la camiseta un ratito y ya — me cogió el borde y lo llevó hacia arriba.
—¡Quita! — le dije dándole un manotazo.
—¡Hija! — escuchamos a mi madre que debía estar en el baño —. ¿Estás bien?
—Sí, mamá.
—¿Con quién hablas?
—Con nadie. Estaba cantando.
—Pues deja de cantar que no son horas.
—Vale. Hasta mañana, mamá.
—Casi nos pillan — susurró Santi —. Es mejor que lo hagamos rápido y así me pueda ir.
—No piensa hacerlo — me empeciné —. Márchate ya.
—A ver Paloma, que no te estoy pidiendo que caves una zanja o te aprendas el Código penal. Es algo muy sencillo, me enseñas las tetas y me voy.
—Desde luego tienes más cara que espalda — le dije apartando sus manos, que volvían a mi camiseta.
—Apiádate del hambriento — me hizo un puchero —. Si no me tendré que quedar toda la noche.
Estaba cansada de discutir con el crío. No era capaz de razonar con él. Incomprensiblemente decidí ceder a su ruego para que se fuera de una vez.
—Vale, tú ganas.
—¿De verdad? Genial — la enorme sonrisa de Santi era reveladora. Resignada me sujeté el borde de la camiseta para levantarla.
—Cinco segundos. Ni uno más.
—Vale, vale, lo que tú digas.
Sin acabar de creérmelo todavía me levanté la camiseta cerrando los ojos por la vergüenza. Mis tetas quedaron expuestas, sentí el frescor de la brisa que entraba por la ventana. Escuché un jadeo y un "clic". ¿Un clic? Miré y el capullo de Santi me acababa de sacar una foto con el móvil.
—¿Qué has hecho, gilipollas? — grité.
—Es para luego, pero no la va a ver nadie.
—De eso nada, bórrala ahora mismo — le dije más bajito recordando dónde estábamos.
—De verdad que es solo para mí, para mi consumo personal.
—Enséñamela — exigí.
Al menos fue colaborador y me enseñó la foto. Sujetaba el móvil con las dos manos temiendo que se lo arrebatara.
—Se me ve la cara. Bórrala — no estaba dispuesta a que circularan fotos mía por ahí.
—La borro con una condición, me dejas hacerte otra y te tapas la cara, aunque eres preciosa y es una pena.
—Vale — transigí. Al menos si la compartía no se sabría que era yo.
Borró la foto enseñándome cómo lo hacía. Luego me enfocó y esperó. Suspirando volví a levantarme la camiseta, esta vez tapándome la cara con ella. Mientras escuchaba varios "clics" del móvil intenté desentrañar cómo había llegado a esa situación. Enseñando voluntariamente las tetas a un puto crío para que me hiciera fotos. Incomprensible.
—Ya está bien. Habíamos quedado en una y has hecho varias.
—Es por si salen borrosas.
—Ya. Pues venga, vete a casa ya. Supongo que querrás machacártela.
—En cuanto llegue.
Yo lo había dicho para avergonzarle, pero con Santi parecía labor imposible.
—Me voy, Paloma. Déjame decirte antes que tienes unas tetas perfectas. Eres una diosa.
—Vete antes de que te dé una patada en el culo, idiota.
—Hasta mañana, ¿me das un besito de despedida?
—¡Serás... !
Me lancé a darle un golpe donde pudiera, pero riéndose se escabulló por la ventana y saltó a la higuera que crecía junto a ella. Me asomé para asegurarme de que se iba y le vi saltar ágilmente el muro encalado que separaba nuestros patios. Más tranquila, me acosté y apagué la luz. Mientras cogía el sueño le di vueltas a lo que acababa de pasar. No terminaba de comprender cómo el jodido chaval me había convencido para que le enseñara los pechos. Pasé las manos por ellos con suavidad recordando lo que había dicho Santi : eran perfectos, de diosa.
Mi padre me volvió a despertar por la mañana. ¿Es que nadie sabe lo que son las vacaciones?
—Baja, hija. Te están esperando.
En la cocina estaban mi padre y Lola, la vecina. Los acompañaba mi peor pesadilla : Santi. Mi madre se unió a nosotros en ese momento. Seguro que papá también la había tenido que despertar. Desayunamos todos juntos. Esperaba alguna jugada por parte de Santi, en cambio se portó correctamente, sin apenas mirarme.
—Pues lo que os decía — dijo Lola —. Esta noche venís a casa y nos comemos los cangrejos. Había pensado que los chicos podían ir a recoger níscalos, como llovió la semana pasada seguro que encuentran algunos. Entre los cangrejos y los níscalos cenaremos estupendamente.
—Fenomenal — dijo mi madre —, así me enseñas a prepararlos, además, Paloma estará encantada de tener algo que hacer.
¿Yo? No me importaba coger setas ni pasar la mañana en el pinar, tampoco es que hubiera otra cosa que hacer, pero esperaba estar unos días sin ver al jodido crío. Necesitaba marcar distancia.
—Si quieres — me dijo Santi mirándome —, en cuanto desayunemos vamos a ver lo que encontramos.
—¿No puedes ir tú solo? — le contesté.
—Claro que puedo, pero es más entretenido si vamos juntos.
—Hija, no seas así —me dijo papá —. Ve con él.
—Vaaaale.
Al rato íbamos de camino al pinar. No estaba muy lejos, pero media horita no nos la quitaba nadie. Para pinchar un poco a Santi decidí ser malvada.
—¿Qué? ¿Te hiciste muchas pajas anoche?
—Pues sí, mi diosa. La verdad es que hasta que mi hice la tercera no me quedé a gusto.
—¿Tres? — me sorprendió la cantidad. Cuando estaba con la regla y me calentaba con Rafa, mi novio, algunas veces nos masturbábamos mutuamente. Nunca me había pedido repetir.
—Sí, tres. Debe ser porque estoy creciendo, jajaja.
Nos reímos los dos de su ocurrencia. Creo que al verme más relajada se atrevió y me cogió de la cintura. No se lo impedí. Iba pensando en lo de las tres veces y sobre todo en lo de “mi diosa”. A pesar de ser un chaval me gustaba que me llamara así. Vanidad que tenemos las mujeres.
En cuanto llegamos al pinar y penetramos un poco en la foresta Santi me dio la respectiva sesión de formación. Me mostró varias setas, indicándome que esas no había que cogerlas. Luego me enseñó un níscalo. Era una seta bastante grande comparada con las otras y de color anaranjado. Parecía fácil de distinguir.
—Venga, Paloma, tú las coges y yo las voy guardando.
—Eso está hecho — contesté. Estaba hecha toda una mujer rural.
Me incliné para recoger la primera. Me sorprendí al principio, aunque enseguida comprendí. Santi repetía la jugada y se puso tras de mí para marcarme el trasero con su paquete. Otro dolor de huevos que se va a llevar hoy, pensé, no me extraña que luego necesite desahogarse. En vez de ofenderme o regañarle jugué con él. Cada vez que me agachaba movía más el culito y lo presionaba con más fuerza. A la cuarta seta me apretó con algo duro. Contuve una sonrisa y seguimos buscando.
Teníamos la bolsa repleta cuando Santi sacó el tema.
—Oye Paloma, podrías hacerme un favorcito.
—Déjate de favorcitos que ya sé cómo terminan.
—Si en realidad no es un favor nuevo, es más bien como completar uno antiguo.
—¿De qué está hablando? — le pregunté intrigada.
—Mira, se trata de esto.
Sacó el móvil del bolsillo y le toqueteó hasta llegar a la galería. Había una carpeta con el nombre “Diosa”. Me enseñó las fotos de la noche anterior. Me ruboricé al ver mis grandes pechos en la pantalla.
—¿Qué? — pregunté.
—Es que están un poco oscuras, no se distinguen bien los pezones.
Tenía razón, aunque los pechos se veían perfectamente la calidad no es que fuera muy buena. Los pezones se mostraban como zonas más oscuras que el resto.
—Eso no es culpa mía — le dije —, haberlo hecho mejor.
—Sí, sí, tienes razón. Te estoy muy agradecido por dejarme hacerte las fotos, pero me gustaría repetirlas ahora. Con más luz saldrán mucho mejor.
—¿Pero tú está tonto? No pensarás que te voy a dejar repetirlo, de ninguna manera.
—Venga, Paloma, si ya lo hemos hecho, si es hacerlo igual, pero de día. No te estoy pidiendo nada nuevo.
—He dicho que no.
—Pero mi diosa, no te pido nada difícil. Si vieras lo que disfruté anoche no te negarías.
Mi mente me jugó una mala pasada. Me imaginé a Santi, tumbado en la cama, meneándose el miembro y lanzando chorro tras chorro de semen. Sacudí la cabeza para que la imagen desapareciera. El crío siguió insistiendo.
—Si será cosa de un minuto, como anoche. Tres o cuatro fotos y ya está. Conservaré esas tetas perfectas toda la vida.
—Vale, pero solo un minuto — tenía que haber seguido negándome, pero cuando se ponía tan insistente me costaba mucho resistirme.
—¡Yupiiii! — pegó un salto de alegría. Contuve una sonrisa.
—Venga, Paloma, ponte que te hago las fotos — me dijo preparando el móvil y dejando en el suelo la bolsa de los níscalos.
Aunque abochornada, lo primero que hice fue quitarme el sujetador. A pesar de que le iba a enseñar las tetas, lo hice sin quitarme la camiseta. Santi esperaba expectante.
—Date prisa, Santi — le pedí agarrando el bajo.
—Sí, sí, venga, venga — dijo ansioso.
Me la levanté para ocultar la sonrisa. Su nerviosismo era notorio. En cuanto descubrí mis grandes pechos el móvil empezó a disparar.
—Gírate un poco, diosa — me pidió.
Hice lo que me pedía. Si quería varios ángulos se los daría. De perdidos al río.
—Al otro lado, cariño.
Obedecí pensando en lo de “cariño”.
—Ahora, porfa, apriétate un poco los pezones, que salgan duritos.
Le miré por un borde de la camiseta. No me parecía correcto, pero tenía los ojos tan brillantes y la sonrisa tan amplia que no tuve más remedio que complacerle. Sujeté la camiseta con una mano y con la otra me apreté los pezones. Para mi propia sorpresa se pusieron duros instantáneamente.
No fue un minuto, sino bastante más. Posé para Santi hasta que se cansó de hacer fotos, siempre asegurándome de que no se me veía la cara. Cuando terminó por fin, le pedí que me las enseñara por si en alguna me había descuidado. Las revisamos todas, unas cincuenta, con las caras juntas. Sentí vergüenza y, lo confieso, un puntito de excitación. Mis tetas se mostraban en todo su esplendor y, según iban pasando las fotos, Santi no dejaba de alabarlas y decirme lo magníficas y perfectas que eran. Respiré aliviada cuando examinamos todas y me separé de él.
—Muchas gracias, Paloma, eres genial.
—De nada. Como le cuentes a alguien esto te mato — le amenacé señalándole con el dedo.
—Por supuesto que no — contestó ofendido —. Ya te dije que eran solo para mí, yo no te haría eso jamás. No sé cómo piensas eso.
—¿Ni bajo tortura? — estaba tan indignado que intenté rebajar la tensión.
—Ni aunque me metan palillos bajo las uñas — muy serio se llevó una mano al corazón como si jurara.
—Vale, vale, pues que las disfrutes.
—Eso seguro, te lo garantizo — me alivió al devolverme la sonrisa.
—Me temo que te la vas a despellejar — quise pincharle un poco.
—Yo también, creo que es muy posible, jajaja. Anda, vámonos que le tiene que dar tiempo a mi madre a preparar las setas.
Echamos a andar para volver al pueblo cuando me di cuenta. Se me había olvidado el sujetador.
—Tenemos que volver, Santi — le dije agarrándole del brazo —. Me he dejado el sujetador.
—No, yo lo he recogido.
—Ah, menos mal. Dámelo.
—No, de eso nada.
—¿Qué?
—Es que estás mucho más guapa sin él.
—No seas capullo. Dámelo.
—Que no, Paloma. No insistas.
—Oye, cabrito, el sujetador es mío — le dije poniéndome delante de él y sujetando sus brazos.
—Te lo devuelvo con una condición.
—¿Cuál?
—Que no te lo vuelvas a poner.
—Eres un pervertido. Necesito el sujetador, no sé si te has fijado pero mi pecho no es precisamente pequeño.
—Esa es mi condición, tú decides.
Discutimos otros diez minutos. Era un cabezón testarudo y su posición fue tan inamovible que tuve que negociar. Cedí y lo dejamos en solo las mañanas cuando saliera de casa. Por las tardes lo volvería a usar. De todas maneras decidí no volver a quedar con Santi por las mañanas, así no tendría que cumplir nuestro acuerdo.
Me lo devolvió y me lo guardé en un bolsillo. El resto del camino charlamos de banalidades hasta llegar a casa. Pasé algo de vergüenza porque al llegar lo primero que hicimos fue ir a entregar a su madre las setas. Yo llevaba una camiseta de hombreras y mis pechos se movían libres y resaltaban a la perfección. Aunque Lola, la madre de Santi, se dio cuenta enseguida, al menos no dijo nada. Me despedí en cuanto pude y me metí en mi casa derechita a mi habitación ignorando las preguntas de mamá. Cuando bajé otra vez, estaba todo en su sitio.
La cena estuvo muy bien. Aunque los níscalos no me gustaron demasiado, el guiso de los cangrejos resultó espectacular. Picantito y sabroso. Me harté de mojar pan. Nuestros padres contaron anécdotas de su infancia, cosas que pasaron en el pueblo y nos hartamos de reír. Santi se portó con corrección durante toda la cena, aunque al despedirnos hizo una de las suyas. De esas cosas que hacía en las que no sabía si enfadarme o tomarlo con naturalidad. Como los papás se despidieron con dos besos, él hizo lo mismo, con la salvedad de que me dio un par de palmaditas y un apretón en el trasero. Lo hizo con tanta espontaneidad y campechanía que no me pude enfadar.
Esa noche volvió a darme un susto cuando entró por la ventana. Tendría que cerrarla o, al menos, bajar la persiana.
—¿Qué haces aquí, merluzo? ¿Es que no tienes con qué entretenerte?
—Sssss, habla más bajito. Mira, vengo a enseñarte mis preferidas.
Con todo el morro del mundo se sentó a mi lado en la cama. Yo me incorporé rápidamente.
—Esta es genial. Tienes un perfil de vértigo.
Evidentemente no se refería a mi rostro, aunque he de reconocerle que el perfil de mis tetas sí que era estupendo.
—Mira esta, es una de las mejores. Y esta también — decía según iba pasando fotos —. Aunque con la que me he corrido ha sido con esta. Me pone muchísimo — me mostró la foto en la que me apretaba los pezones.
—Mira que eres guarro — le espeté ampliando la separación entre nosotros. Estábamos los dos sentados apoyados contra el cabecero.
—¿Por qué? ¿Es que tú no te masturbas? — me peguntó con expresión ingenua.
—¿Yo? Eso no es asunto tuyo.
—Vale, vale, pero no creo que sea nada malo.
Siguió pasando fotos y comentándolas como si fueran obras de arte. Me hacía sentir extraña, cosificada para su disfrute, aunque por otro lado no dejaba de enorgullecerme de provocar esa reacción. Para mi vergüenza se me endurecieron los pezones cuando observé un bulto considerable a la altura de su entrepierna.
—Uff, cómo me estoy poniendo otra vez — me dijo mirándome con los ojos brillantes.
Bajé la mirada avergonzada, a pesar de ser poco más que un niño me azoraba mucho la situación. Pegué un respingo cuando se metió la mano en los pantalones.
—Perdona, Paloma, que me estoy poniendo muy cachondo.
Anonadada sin poder reaccionar, contemplé cómo se bajaba los pantalones cortos hasta medio muslo y mostró su pene, lo rodeó con los dedos y empezó a masturbarse a mi lado.
—¿Estás loco? ¿Qué haces? — le grité.
—Calla, que te van a oír.
—¡Guárdate eso ahora mismo, pervertido!
—Espera Paloma, si tardo poco. Es que tus fotos me ponen muy caliente.
Protesté hasta que comprendí que no me haría caso, que no pararía hasta terminar. Su mano seguía dale que te pego. No pude dejar de mirar, contemplé en silencio, como hipnotizada, a Santi pajeándose. Él miraba de vez en cuando el móvil pasando alguna foto, yo miraba su polla, hinchada y oscura. Su glande, húmedo, asomaba la cabecita cada vez que su mano bajaba. Detuve el frotamiento de mis muslos al darme cuenta de lo que hacía, el muy cabrón me había excitado.
Noté que aceleraba. En la pantalla tenía la foto en la que me apretaba los pezones. Sin previo aviso lanzó un chorro de semen hacia arriba. Me sobresalté. Al primero le siguió otro, y luego otro más, para terminar con uno más pequeño que cayó sobre su barriga.
—Uff — susurró —, ha sido genial. Gracias por dejarme, diosa mía.
¿Por dejarle? Como si hubiera pedido permiso.
—¿Me pasas un pañuelo, por favor?
Por favor. Lo que faltaba. Ahora se ponía educado después de hacerse un pajote a mi lado y pasar de mis protestas. Me levanté para coger los pañuelos. Los tenía en la cómoda, en el cajón de abajo.
—¿Sabes que tienes un culito espectacular?
Me enderecé en un instante. Aparte de la camiseta solo llevaba braguitas y le había enseñado el culo sin querer. Le tiré el paquete a la cara.
—Toma, idiota. Límpiate y vete. No me parece bien lo que has hecho.
—Pero si ha sido culpa tuya. Es que no se puede estar tan buena. Y ya sabes que a mi edad las hormonas dan mucha guerra.
—Las hormonas y tus pensamientos sucios.
—Sí, jajaja, eso también — me dijo con cachondeo limpiándose el pecho y la tripa —. Bueno cariño, te dejo dormir. Muchas gracias por tu hospitalidad.
—Eres un cenutrio.
—Hasta mañana, cielo — se acercó a la ventana —. ¿Me das un besito de buenas noches?
Se escapó de un salto.
Continuará
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Un Chavalín hace Conmigo lo que Quiere – Capítulos 01
A pesar de lo que pueda parecer me apetecían mucho estas vacaciones. Con veinticinco años no pega nada que quisiera volver al pueblo, pero en realidad estaba huyendo. Mi novio se estaba poniendo muy pesadito con lo de casarnos y en cuanto mis padres me pidieron que los acompañara acepté encantada. No es que no quisiera a Rafa, mi novio, pero me veía demasiado joven para casarme, demasiadas cosas todavía por hacer y, aunque en un futuro sí me gustaría casarme con él, me parecía que era muy pronto para el matrimonio. Total, había terminado mi carrera, el master posterior y empezaba un nuevo trabajo, me parecía como si el mundo se abriera ante mí. Por eso un mes de verano en el pueblo me daba un descanso en la relación que, creía sinceramente, nos vendría muy bien a Rafa y a mí.
Mis padres se conocieron en el pueblo, cada uno heredó la casa familiar y ahora tenían dos. Poco dispuestos a mantener dos casas volvimos al pueblo para arreglar una de ellas y venderla. Nos quedaríamos con la de mi madre, que era algo más grande, de dos plantas y tenía un patio bastante mayor.
Llevaba bastantes años sin venir, pero en cuanto nos acercamos al pueblo y contemplé desde la ventanilla de atrás del coche las primeras casas, me asaltaron los recuerdos. La plaza, la fuente, incluso algunos árboles me resultaron familiares. Hasta los catorce años veraneábamos en el pueblo, hasta que murieron los abuelos. Recordé el pinar cercano, el río, los pequeños rebaños de ovejas que pastaban en el prado, hasta me acordé de los vecinos y el crío que me hacían cuidar a menudo.
Así que llegamos a la casa, abrimos las ventanas para ventilarla, preparamos las habitaciones y deshicimos las maletas y pasamos la primera noche. Hoy mamá haría la compra y papá y yo revisaríamos su casa para ver qué arreglos necesitaba.
—¿Qué te parece, hija, las ventanas están bien? — me preguntó. Papá era muy organizado y llevaba una lista de cosas que revisar.
—Creo que sí, al menos todas abren y cierran, jajaja.
—Eso me parece a mí también, vamos a ver las puertas.
Durante toda la mañana inspeccionamos la casa como si fuéramos expertos albañiles, pintores, fontaneros y carpinteros. Con nuestra increíble sabiduría en obras y reformas llegamos a la conclusión de que había que repasar el tejado, cepillar algunas puertas que no cerraban, limpiar el tiro de la chimenea del salón, reparar algunas partes del suelo que se habían levantado y pensar en algún sistema de calefacción. Por suerte la fontanería y la electricidad parecían estar bien.
—Creo que eso es todo, Paloma — concluyó papá después de revisar cada apartado de su lista.
—¿Qué crees tú que hay que poner para calefacción? — le pregunté.
—No estoy seguro. Lo más fácil sería poner radiadores eléctricos, pero también es lo más caro de mantener. Preguntaré por ahí qué tiene la gente. No me parece que tengamos que levantar todo el suelo para poner radiadores de agua, antes nos calentábamos con estufas de butano, quizá la gente ahora las ponga de pellets.
—Más ecológico por lo menos. ¿Lo venderán en el pueblo?
—Seguro, tan poco es tan pequeño.
Comparado con otros pueblos de la zona, San Benito no había menguado demasiado con los años. Mantenía una población de unas mil quinientas personas que se duplicaba en verano.
Volvíamos comentando que tendríamos que vaciar la casa de papá de los recuerdos de la familia, la ropa vieja y demás cosas que todavía estaban cuando al llegar a casa un chaval salió de la de al lado.
—Buenos días, don Félix — le dijo a mi padre.
—Buenos días, ¿quién eres? — contestó.
El chico me resultaba familiar, pero no caía en ese momento. En lo que sí caí es en que iba a ser muy guapo. Era todavía un crío, delgaducho y con brazos y piernas muy largos, pero se le empezaba a notar un buen chasis, probablemente iba al gimnasio. Tenía unos labios gruesos que parecían de mujer, pero que ciertamente le quedaban muy bien, el pelo rubio y largo y los ojos azules. Algunos pelos sueltos adornaban su barbilla. Cuando terminara de formarse iba a ser un tiarrón espectacular.
—Soy Santi, el hijo de Germán — contestó sonriéndome de forma maliciosa. Me había pillado repasándole con la mirada.
—Caray Santi, lo que has crecido — repuso mi padre —, no te veo desde que tenías cinco o seis años. ¿Te acuerdas de él, Paloma?
—Vagamente — respondí. Sí que me acordaba, pero después de que me pillara admirándole no quería que se pensara lo que no era.
—Tú le cuidabas de pequeño. Le has cambiado los pañales muchas veces. ¿Cómo está tu familia, Santi?
Se pusieron a hablar entre ellos. Yo estaba incómoda con las miradas que me dirigía el crío así que me despedí y me metí en casa. Mamá ya estaba preparando la comida.
—Hola cariño, ¿ya habéis visto lo que hay que arreglar?
—Sí, mamá, ahora hay que buscar a los artistas.
Según comíamos papá nos contó lo de Santi. Resulta que sus padres se habían separado y su madre, muy afectada, se había venido al pueblo con el chico buscando tranquilidad. Después de comer mis padres se echaron la siesta, cosa que a mí no me gustaba nada. No entendía la necesidad de dormir dos veces al día, además, era un aburrimiento. Tras enredar un rato con el móvil salí a dar una vuelta. Me apetecía recorrer el pueblo y visitar algunos sitios que recordaba. Al regresar me encontré a mis padres saliendo de casa.
—Vamos a la plaza grande a tomar algo, ¿vienes? — me propuso mamá.
—Claro, no conozco a nadie y me aburro un poco — contesté.
—Pues venga.
—Oye, conoces a Santi — me dijo papá —. Queda con él y así no estás tan sola.
—Jajaja, Santi es un crío, no me apetece mucho aguantar a un adolescente.
—Ya lo sé, pero al menos tendrías con quién salir por ahí.
—Estoy de acuerdo con tu padre — le apoyó mamá.
—No sé, ya veré — dije para que dejaran el tema.
En la plaza nos sentamos en la terraza del bar a la sombra de dos enormes arces y pedimos algo de beber. Charlábamos tranquilamente cuando papá se levantó e hizo señas a alguien.
—¡Lola! ¡Santi!
Los aludidos entraban a la plaza y nos miraron. Enseguida saludaron con la mano y se acercaron.
—¡Qué alegría veros! — exclamó la que debía ser Lola, la madre de Santi, repartiendo besos y abrazos entre nosotros. Santi la imitó y cuando llegó a mí me dio dos sonoros besos agarrándome de la cintura.
—Sentaos con nosotros — ofreció mi padre —. Así nos ponemos al día.
—Claro, será un placer.
Les hicimos un hueco y se sentaron. Santi a mi lado.
—Hay que ver lo que has crecido, Paloma — me dijo Lola —. Estás guapísima, aunque ya se veía venir.
—Gracias, doña Lola.
—De doña nada, solo Lola.
—Sí que estás muy guapa — dijo Santi y prosiguió en un susurro para que le oyera solamente yo —, y muy crecida.
Como me estaba mirando las tetas entendí enseguida a lo que se refería. La naturaleza me había dotado de unos grandes pechos y estaba acostumbrada a que los chicos me los miraran. Era molesto, pero tan habitual que ya no me molestaba. Ignoré al crío y me metí en la conversación de los mayores. Poco a poco me fui distrayendo pensando en mis cosas, hasta que me nombraron y presté atención.
—Te puede ayudar Santi — dijo papá.
—¿A mí? ¿A qué?
—Como te decía hay que llevar las sillas de jardín de mi casa a la de mamá. Podrías ir mañana con Santi.
—Eso está hecho — se apuntó el crío —. Mañana te recojo temprano.
—Eh… claro — respondí.
—Bien, luego podemos ir al río, a ver si hay cangrejos.
—¿Quieres que yo coja cangrejos?
—Pues claro, ¿o ya no te acuerdas de lo que me hiciste rabiar una vez amenazándome con un cangrejo? Menudo trauma, todavía tengo pesadillas — fingió un estremecimiento, pero su mirada socarrona desmentía el supuesto horror que yo le había ocasionado.
—Te recuerdo — dije yo señalándole con el dedo — que tú una vez me pusiste una rana en la cabeza.
—Ah, ¿así que sí te acuerdas de mí?
Los padres se rieron al vernos discutir y Santi los acompañó. Cuando me uní a ellos el chico me agarró del muslo y me dio un apretón. El camarero llegó en ese momento para servir otra ronda y dejamos el tema, pero la mano de Santi todavía estuvo un rato sobre mi pierna. Me parecía inapropiado, pero en el fondo yo le había torturado con un cangrejo, así que lo dejé pasar, jajaja.
A las nueve de la mañana ya estaba llamando a la puerta. Me avisó papá, que siempre se levantaba pronto. Refunfuñando con que eran vacaciones y quería dormir más me levanté, me aseé rápidamente y bajé a la cocina. Me tomé un café mientras Santi tomaba un cola—cao. Debido al calor del verano me había puesto unos pantalones cortitos y camiseta de hombreras, y cada vez que mi padre no miraba los ojos del chico recorrían mi anatomía. Como ya he dicho no le di importancia, estaba acostumbrada.
Al entrar en la casa de papá, busqué las sillas. Santi se quedó en el salón, y cuando volvía para decirle que las había encontrado, me enseñó una foto que tenía en la mano. La reconocí nada más verla aunque hacía años que no la veía. Era yo con un par de años, desnuda y tumbada boca abajo en la cama. En la adolescencia odié esa foto. Todo el que la veía decía lo guapa que estaba, y yo solo pensaba en que todo el mundo me veía en pelotas.
—Tienes un culito estupendo — me dijo mostrándome la foto con una sonrisa de oreja a oreja —. Aunque he de decir que ha mejorado muchísimo con la edad.
—Trae eso, idiota — se la arrebaté ruborizada y la puse boca abajo en una estantería —. Vamos a por las sillas y déjate de tonterías — maldita foto. La iba a destruir.
—Vale, vale, no quería ofenderte. No sabía que te ibas a poner de esa manera.
—Tienes razón, perdona — le contesté después de pensarlo un poco. Quizá me había pasado.
—Estás perdonada, pero lo mejor sería que me enseñaras el culito para poder apreciar la mejora.
Y yo que le había pedido disculpas pensando que me había excedido.
—Eres un imbécil. Vamos, coje las sillas y haz algo útil.
Dejé que cargara con las cinco sillas hasta la casa de mamá. Aunque no estaba lejos, cuando llegamos y las soltó, hizo un gesto de dolor y sacudió los brazos para aliviar los músculos sobrecargados.
—Podías haberme ayudado con alguna silla — protestó al soltarlas en el patio.
—Era para que trabajaras un poco ese culo flaco que tienes.
—Pues si era por eso muchas gracias — me dedicó una amplia sonrisa —. Me parece genial que te preocupes por mi culo.
—Yo no… ¡idiota! — me di la vuelta y me dirigí a beber algo fresco mientras Santi se reía. El jodido crío me sacaba de quicio.
A punto estuve de cancelar lo del río, pero pensando en que tampoco había mucho que hacer para divertirse, transigí y dejé que Santi me llevara a coger cangrejos.
—Lo suyo es cogerlos con una red — me explicaba por el camino —, pero no tengo ninguna, nos tendremos que conformar con cogerlos a mano e irlos echando aquí — me enseñó la bolsa que llevaba.
—¿No pican? — le pregunté.
—Jajaja, picar, picar, no. Lo que si hacen es pellizcarte con las pinzas. Hay que tener cuidado, pero no te preocupes que yo te enseño — me pasó un brazo por los hombros y me dio un achuchón. No me molestó, pero sí el que no le quitara después.
—Quita — le dije zafándome.
—De verdad Paloma, eres muy rarita. ¿Tú no tienes amigos? — me dijo ofendido.
—¿Por qué no voy a tener amigos?
—¿Y no les dejas que te toquen? ¿Les tienes prohibido el contacto? — me miraba como si me pasara algo malo.
—Pues claro que no.
—Entonces es que no quieres que seamos amigos.
—No es eso, es que no tenemos confianza.
—Pero si me cuidabas de pequeño, qué más confianza quieres.
—Visto así…
En cuanto cedí a su razonamiento volvió a rodearme con el brazo, pero ahora por la cintura. Caminamos la distancia hasta el río de esa manera. Tampoco es que me incomodara, era agradable y me hizo recordar lo majo que era de pequeño.
El río llevaba muy poca agua y Santi me explicó que en invierno crecía bastante, no como cuando éramos pequeños, pero sí bastante más que ahora. Recorrimos la orilla hasta que Santi encontró un buen sitio. Al verle descalzarse le imité. Se metió en el agua y me llamó con un gesto. El agua estaba fría y se agradecía, pero me iba pinchando con las piedras.
—La próxima vez nos traemos unas zapatillas de goma — me dijo —. Es más fácil.
—Sí, porque me estoy haciendo polvo.
—Ven.
Me volvió a coger de la cintura y, despacito, anduvimos por el agua sin dejar de mirar bajo la vegetación. Santi me señaló algo.
—Mira, ahí.
—No veo nada.
—Vamos a acercarnos.
Pegados a los hierbajos que señalaba seguía sin ver nada, pero Santi se agachó, metió una mano en el agua y la sacó con un cangrejo. Mediría unos diez centímetros y era marrón oscuro. Tenía un montón de patitas y dos pinzas delanteras. Me lo enseñó. El crustáceo no dejaba de mover las patas.
—Mira, si le coges así no te puede enganchar con las pinzas. ¿Te has fijado?
—Sí, parece fácil.
—Pues el siguiente le coges tú.
Lo guardó en la bolsa que llevaba en la cintura y seguimos buscando. Ahora era yo la que me agarraba a él para no perder el equilibrio entre tanta piedra. Enseguida me señaló algo en el cauce.
—No veo nada.
—Que sí. Mira bien. Está ahí mismo.
Por suerte se movió y lo pude distinguir. La verdad es que estaba muy bien camuflado. Santi me agarró de la cintura y me animó.
—Venga, Paloma, que ese es tuyo.
Me agaché despacito para no caerme y metí la mano en el agua. El maldito crío aprovechó para, sin soltarme, ponerse detrás de mí y pegarme el paquete al trasero. Debí regañarle, pero lo cierto es que estaba emocionada por coger mi primer cangrejo y decidí ignorarlo. Me agaché un poquito más aunque aumentara la presión sobre mi culo y lentamente cogí al cangrejo por el cuerpo.
—¡Le cogí, lo he cogido! — exclamé enseñándolo como si fuera un trofeo.
—Muy bien, Paloma, a la bolsa.
Me dejó coger diez o doce más. Cada vez repetía la jugada y me arrimaba el paquete. Me terminó haciendo gracia. “Se va a ir con un buen dolor de huevos”, pensé. Volvimos por el agua recogiendo alguno más hasta donde teníamos las zapatillas. Sin salir del agua, Santi hizo un nudo en la bolsa y la tiró a la orilla, luego hizo lo mismo con la camiseta. Tenía un tronco delgado y se le notaban las costillas, pero a pesar de eso, se le veía fibroso y fuerte.
—Hace calor, me voy a mojar un poco — me dijo —. ¿Te apetece?
—No, mejor me salgo.
—Vale, ten cuidado no te tropieces.
En cuanto di dos pasos, el maldito niño me atacó por la espalda. Recogiendo agua con las dos manos me la lanzaba poniéndome perdida. Me giré y contraataqué. Al principio se sorprendió. Luego con una carcajada redobló su ataque. Pasamos unos minutos muy divertidos peleando.
—Bruja, más que bruja — me decía.
—¡Si has empezado tú!
—Ha sido sin querer.
—Ja, te voy a ahogar.
Al final salimos entre risas completamente empapados. Me senté y me puse las zapatillas. Al levantarme me lo encontré con las suyas en la mano y mirándome fijamente.
—¿Qué pasa, no te calzas?
Seguí su mirada que terminaba en mi pecho. Me miré y entendí su interés. Con el agua se me transparentaba todo. Se apreciaba perfectamente el sujetador y mis pezones, que estaban duros por el frío del agua.
—No mires idiota — le dije tapándome con los brazos —. ¿Por qué no me has avisado?
—¿Y perderme el espectáculo? — me respondió con desfachatez —. Eres preciosa, Paloma, una mujer increíble.
—Déjate de preciosa y ponte las zapatillas.
—Vale, vale, pero que conste que si no me hubieras echado agua no hubiera pasado esto.
—¡Pero si has sido tú, merluzo!
—Jajaja, anda que no te lo has pasado bien.
Me contagié de su risa, lo cierto es que me lo había pasado muy bien. Me reí un rato hasta que me di cuenta de que había bajado los brazos y los volví a subir rauda. Santi me guiñó un ojo. Él también se había dado cuenta.
Al volver me cogió otra vez de la cintura.
No esperaba ver a Santi hasta el día siguiente, pero apareció cuando menos me imaginaba. Me había acostado ya y estaba en la cama respondiendo mensajes en el móvil cuando me di un susto de muerte. ¡Alguien entraba por la ventana! Me llevé las manos a la boca a punto de gritar, pero el tipo se irguió y pude verle la cara.
—¿Qué coño haces aquí? — susurré en vez de gritar pidiendo auxilio. Repasé mi vestuario antes de que contestara. Solo llevaba unas braguitas y una camiseta vieja de hombreras que dejaba ver más de lo que tapaba. A pesar de eso me levanté indignada.
—Contesta, ¿qué haces aquí? — le espeté con los brazos en jarras.
—¡Joder, Paloma! Es la tercera ventana en la que miro. No sabía cuál era tu habitación — mientras hablaba me recorría con la mirada —. La primera ha sido fácil, pero en la segunda casi me estrello.
—No me has contestado — le dije golpeándole en el pecho con el dedo. Mi cabreo aumentaba por momentos.
—Es que necesito pedirte una cosa — me sujetó la mano entre las suyas.
—¿Y no podías esperar a mañana? — liberé la mano de un tirón.
—No, soy incapaz de dormir. No se me va de la cabeza.
—A ver, capullo. ¿Qué te pasa?
—Si es lo más natural del mundo. Desde que te he visto las tetas esta mañana no puedo pensar en otra cosa — me dijo con naturalidad, como si fuera una conversación normal entre una mujer y un crío —. Pero como no las he podido ver bien, he venido a ver si me las enseñabas. A ver si así puedo dormir.
—¿Pero tú estás loco?
—Eso es, me alegro que lo entiendas. Estoy loco por vértelas.
Abrí la boca estupefacta. ¡Como se puede tener tanta cara! Él, sin embargo, estaba tan tranquilo, incluso poniendo cara de preocupación.
—No pienso enseñarte las tetas — le dije echando chispas por los ojos —. Pues solo faltaba.
Venga, Paloma, si no te cuesta trabajo. Te levantas la camiseta un ratito y ya — me cogió el borde y lo llevó hacia arriba.
—¡Quita! — le dije dándole un manotazo.
—¡Hija! — escuchamos a mi madre que debía estar en el baño —. ¿Estás bien?
—Sí, mamá.
—¿Con quién hablas?
—Con nadie. Estaba cantando.
—Pues deja de cantar que no son horas.
—Vale. Hasta mañana, mamá.
—Casi nos pillan — susurró Santi —. Es mejor que lo hagamos rápido y así me pueda ir.
—No piensa hacerlo — me empeciné —. Márchate ya.
—A ver Paloma, que no te estoy pidiendo que caves una zanja o te aprendas el Código penal. Es algo muy sencillo, me enseñas las tetas y me voy.
—Desde luego tienes más cara que espalda — le dije apartando sus manos, que volvían a mi camiseta.
—Apiádate del hambriento — me hizo un puchero —. Si no me tendré que quedar toda la noche.
Estaba cansada de discutir con el crío. No era capaz de razonar con él. Incomprensiblemente decidí ceder a su ruego para que se fuera de una vez.
—Vale, tú ganas.
—¿De verdad? Genial — la enorme sonrisa de Santi era reveladora. Resignada me sujeté el borde de la camiseta para levantarla.
—Cinco segundos. Ni uno más.
—Vale, vale, lo que tú digas.
Sin acabar de creérmelo todavía me levanté la camiseta cerrando los ojos por la vergüenza. Mis tetas quedaron expuestas, sentí el frescor de la brisa que entraba por la ventana. Escuché un jadeo y un "clic". ¿Un clic? Miré y el capullo de Santi me acababa de sacar una foto con el móvil.
—¿Qué has hecho, gilipollas? — grité.
—Es para luego, pero no la va a ver nadie.
—De eso nada, bórrala ahora mismo — le dije más bajito recordando dónde estábamos.
—De verdad que es solo para mí, para mi consumo personal.
—Enséñamela — exigí.
Al menos fue colaborador y me enseñó la foto. Sujetaba el móvil con las dos manos temiendo que se lo arrebatara.
—Se me ve la cara. Bórrala — no estaba dispuesta a que circularan fotos mía por ahí.
—La borro con una condición, me dejas hacerte otra y te tapas la cara, aunque eres preciosa y es una pena.
—Vale — transigí. Al menos si la compartía no se sabría que era yo.
Borró la foto enseñándome cómo lo hacía. Luego me enfocó y esperó. Suspirando volví a levantarme la camiseta, esta vez tapándome la cara con ella. Mientras escuchaba varios "clics" del móvil intenté desentrañar cómo había llegado a esa situación. Enseñando voluntariamente las tetas a un puto crío para que me hiciera fotos. Incomprensible.
—Ya está bien. Habíamos quedado en una y has hecho varias.
—Es por si salen borrosas.
—Ya. Pues venga, vete a casa ya. Supongo que querrás machacártela.
—En cuanto llegue.
Yo lo había dicho para avergonzarle, pero con Santi parecía labor imposible.
—Me voy, Paloma. Déjame decirte antes que tienes unas tetas perfectas. Eres una diosa.
—Vete antes de que te dé una patada en el culo, idiota.
—Hasta mañana, ¿me das un besito de despedida?
—¡Serás... !
Me lancé a darle un golpe donde pudiera, pero riéndose se escabulló por la ventana y saltó a la higuera que crecía junto a ella. Me asomé para asegurarme de que se iba y le vi saltar ágilmente el muro encalado que separaba nuestros patios. Más tranquila, me acosté y apagué la luz. Mientras cogía el sueño le di vueltas a lo que acababa de pasar. No terminaba de comprender cómo el jodido chaval me había convencido para que le enseñara los pechos. Pasé las manos por ellos con suavidad recordando lo que había dicho Santi : eran perfectos, de diosa.
Mi padre me volvió a despertar por la mañana. ¿Es que nadie sabe lo que son las vacaciones?
—Baja, hija. Te están esperando.
En la cocina estaban mi padre y Lola, la vecina. Los acompañaba mi peor pesadilla : Santi. Mi madre se unió a nosotros en ese momento. Seguro que papá también la había tenido que despertar. Desayunamos todos juntos. Esperaba alguna jugada por parte de Santi, en cambio se portó correctamente, sin apenas mirarme.
—Pues lo que os decía — dijo Lola —. Esta noche venís a casa y nos comemos los cangrejos. Había pensado que los chicos podían ir a recoger níscalos, como llovió la semana pasada seguro que encuentran algunos. Entre los cangrejos y los níscalos cenaremos estupendamente.
—Fenomenal — dijo mi madre —, así me enseñas a prepararlos, además, Paloma estará encantada de tener algo que hacer.
¿Yo? No me importaba coger setas ni pasar la mañana en el pinar, tampoco es que hubiera otra cosa que hacer, pero esperaba estar unos días sin ver al jodido crío. Necesitaba marcar distancia.
—Si quieres — me dijo Santi mirándome —, en cuanto desayunemos vamos a ver lo que encontramos.
—¿No puedes ir tú solo? — le contesté.
—Claro que puedo, pero es más entretenido si vamos juntos.
—Hija, no seas así —me dijo papá —. Ve con él.
—Vaaaale.
Al rato íbamos de camino al pinar. No estaba muy lejos, pero media horita no nos la quitaba nadie. Para pinchar un poco a Santi decidí ser malvada.
—¿Qué? ¿Te hiciste muchas pajas anoche?
—Pues sí, mi diosa. La verdad es que hasta que mi hice la tercera no me quedé a gusto.
—¿Tres? — me sorprendió la cantidad. Cuando estaba con la regla y me calentaba con Rafa, mi novio, algunas veces nos masturbábamos mutuamente. Nunca me había pedido repetir.
—Sí, tres. Debe ser porque estoy creciendo, jajaja.
Nos reímos los dos de su ocurrencia. Creo que al verme más relajada se atrevió y me cogió de la cintura. No se lo impedí. Iba pensando en lo de las tres veces y sobre todo en lo de “mi diosa”. A pesar de ser un chaval me gustaba que me llamara así. Vanidad que tenemos las mujeres.
En cuanto llegamos al pinar y penetramos un poco en la foresta Santi me dio la respectiva sesión de formación. Me mostró varias setas, indicándome que esas no había que cogerlas. Luego me enseñó un níscalo. Era una seta bastante grande comparada con las otras y de color anaranjado. Parecía fácil de distinguir.
—Venga, Paloma, tú las coges y yo las voy guardando.
—Eso está hecho — contesté. Estaba hecha toda una mujer rural.
Me incliné para recoger la primera. Me sorprendí al principio, aunque enseguida comprendí. Santi repetía la jugada y se puso tras de mí para marcarme el trasero con su paquete. Otro dolor de huevos que se va a llevar hoy, pensé, no me extraña que luego necesite desahogarse. En vez de ofenderme o regañarle jugué con él. Cada vez que me agachaba movía más el culito y lo presionaba con más fuerza. A la cuarta seta me apretó con algo duro. Contuve una sonrisa y seguimos buscando.
Teníamos la bolsa repleta cuando Santi sacó el tema.
—Oye Paloma, podrías hacerme un favorcito.
—Déjate de favorcitos que ya sé cómo terminan.
—Si en realidad no es un favor nuevo, es más bien como completar uno antiguo.
—¿De qué está hablando? — le pregunté intrigada.
—Mira, se trata de esto.
Sacó el móvil del bolsillo y le toqueteó hasta llegar a la galería. Había una carpeta con el nombre “Diosa”. Me enseñó las fotos de la noche anterior. Me ruboricé al ver mis grandes pechos en la pantalla.
—¿Qué? — pregunté.
—Es que están un poco oscuras, no se distinguen bien los pezones.
Tenía razón, aunque los pechos se veían perfectamente la calidad no es que fuera muy buena. Los pezones se mostraban como zonas más oscuras que el resto.
—Eso no es culpa mía — le dije —, haberlo hecho mejor.
—Sí, sí, tienes razón. Te estoy muy agradecido por dejarme hacerte las fotos, pero me gustaría repetirlas ahora. Con más luz saldrán mucho mejor.
—¿Pero tú está tonto? No pensarás que te voy a dejar repetirlo, de ninguna manera.
—Venga, Paloma, si ya lo hemos hecho, si es hacerlo igual, pero de día. No te estoy pidiendo nada nuevo.
—He dicho que no.
—Pero mi diosa, no te pido nada difícil. Si vieras lo que disfruté anoche no te negarías.
Mi mente me jugó una mala pasada. Me imaginé a Santi, tumbado en la cama, meneándose el miembro y lanzando chorro tras chorro de semen. Sacudí la cabeza para que la imagen desapareciera. El crío siguió insistiendo.
—Si será cosa de un minuto, como anoche. Tres o cuatro fotos y ya está. Conservaré esas tetas perfectas toda la vida.
—Vale, pero solo un minuto — tenía que haber seguido negándome, pero cuando se ponía tan insistente me costaba mucho resistirme.
—¡Yupiiii! — pegó un salto de alegría. Contuve una sonrisa.
—Venga, Paloma, ponte que te hago las fotos — me dijo preparando el móvil y dejando en el suelo la bolsa de los níscalos.
Aunque abochornada, lo primero que hice fue quitarme el sujetador. A pesar de que le iba a enseñar las tetas, lo hice sin quitarme la camiseta. Santi esperaba expectante.
—Date prisa, Santi — le pedí agarrando el bajo.
—Sí, sí, venga, venga — dijo ansioso.
Me la levanté para ocultar la sonrisa. Su nerviosismo era notorio. En cuanto descubrí mis grandes pechos el móvil empezó a disparar.
—Gírate un poco, diosa — me pidió.
Hice lo que me pedía. Si quería varios ángulos se los daría. De perdidos al río.
—Al otro lado, cariño.
Obedecí pensando en lo de “cariño”.
—Ahora, porfa, apriétate un poco los pezones, que salgan duritos.
Le miré por un borde de la camiseta. No me parecía correcto, pero tenía los ojos tan brillantes y la sonrisa tan amplia que no tuve más remedio que complacerle. Sujeté la camiseta con una mano y con la otra me apreté los pezones. Para mi propia sorpresa se pusieron duros instantáneamente.
No fue un minuto, sino bastante más. Posé para Santi hasta que se cansó de hacer fotos, siempre asegurándome de que no se me veía la cara. Cuando terminó por fin, le pedí que me las enseñara por si en alguna me había descuidado. Las revisamos todas, unas cincuenta, con las caras juntas. Sentí vergüenza y, lo confieso, un puntito de excitación. Mis tetas se mostraban en todo su esplendor y, según iban pasando las fotos, Santi no dejaba de alabarlas y decirme lo magníficas y perfectas que eran. Respiré aliviada cuando examinamos todas y me separé de él.
—Muchas gracias, Paloma, eres genial.
—De nada. Como le cuentes a alguien esto te mato — le amenacé señalándole con el dedo.
—Por supuesto que no — contestó ofendido —. Ya te dije que eran solo para mí, yo no te haría eso jamás. No sé cómo piensas eso.
—¿Ni bajo tortura? — estaba tan indignado que intenté rebajar la tensión.
—Ni aunque me metan palillos bajo las uñas — muy serio se llevó una mano al corazón como si jurara.
—Vale, vale, pues que las disfrutes.
—Eso seguro, te lo garantizo — me alivió al devolverme la sonrisa.
—Me temo que te la vas a despellejar — quise pincharle un poco.
—Yo también, creo que es muy posible, jajaja. Anda, vámonos que le tiene que dar tiempo a mi madre a preparar las setas.
Echamos a andar para volver al pueblo cuando me di cuenta. Se me había olvidado el sujetador.
—Tenemos que volver, Santi — le dije agarrándole del brazo —. Me he dejado el sujetador.
—No, yo lo he recogido.
—Ah, menos mal. Dámelo.
—No, de eso nada.
—¿Qué?
—Es que estás mucho más guapa sin él.
—No seas capullo. Dámelo.
—Que no, Paloma. No insistas.
—Oye, cabrito, el sujetador es mío — le dije poniéndome delante de él y sujetando sus brazos.
—Te lo devuelvo con una condición.
—¿Cuál?
—Que no te lo vuelvas a poner.
—Eres un pervertido. Necesito el sujetador, no sé si te has fijado pero mi pecho no es precisamente pequeño.
—Esa es mi condición, tú decides.
Discutimos otros diez minutos. Era un cabezón testarudo y su posición fue tan inamovible que tuve que negociar. Cedí y lo dejamos en solo las mañanas cuando saliera de casa. Por las tardes lo volvería a usar. De todas maneras decidí no volver a quedar con Santi por las mañanas, así no tendría que cumplir nuestro acuerdo.
Me lo devolvió y me lo guardé en un bolsillo. El resto del camino charlamos de banalidades hasta llegar a casa. Pasé algo de vergüenza porque al llegar lo primero que hicimos fue ir a entregar a su madre las setas. Yo llevaba una camiseta de hombreras y mis pechos se movían libres y resaltaban a la perfección. Aunque Lola, la madre de Santi, se dio cuenta enseguida, al menos no dijo nada. Me despedí en cuanto pude y me metí en mi casa derechita a mi habitación ignorando las preguntas de mamá. Cuando bajé otra vez, estaba todo en su sitio.
La cena estuvo muy bien. Aunque los níscalos no me gustaron demasiado, el guiso de los cangrejos resultó espectacular. Picantito y sabroso. Me harté de mojar pan. Nuestros padres contaron anécdotas de su infancia, cosas que pasaron en el pueblo y nos hartamos de reír. Santi se portó con corrección durante toda la cena, aunque al despedirnos hizo una de las suyas. De esas cosas que hacía en las que no sabía si enfadarme o tomarlo con naturalidad. Como los papás se despidieron con dos besos, él hizo lo mismo, con la salvedad de que me dio un par de palmaditas y un apretón en el trasero. Lo hizo con tanta espontaneidad y campechanía que no me pude enfadar.
Esa noche volvió a darme un susto cuando entró por la ventana. Tendría que cerrarla o, al menos, bajar la persiana.
—¿Qué haces aquí, merluzo? ¿Es que no tienes con qué entretenerte?
—Sssss, habla más bajito. Mira, vengo a enseñarte mis preferidas.
Con todo el morro del mundo se sentó a mi lado en la cama. Yo me incorporé rápidamente.
—Esta es genial. Tienes un perfil de vértigo.
Evidentemente no se refería a mi rostro, aunque he de reconocerle que el perfil de mis tetas sí que era estupendo.
—Mira esta, es una de las mejores. Y esta también — decía según iba pasando fotos —. Aunque con la que me he corrido ha sido con esta. Me pone muchísimo — me mostró la foto en la que me apretaba los pezones.
—Mira que eres guarro — le espeté ampliando la separación entre nosotros. Estábamos los dos sentados apoyados contra el cabecero.
—¿Por qué? ¿Es que tú no te masturbas? — me peguntó con expresión ingenua.
—¿Yo? Eso no es asunto tuyo.
—Vale, vale, pero no creo que sea nada malo.
Siguió pasando fotos y comentándolas como si fueran obras de arte. Me hacía sentir extraña, cosificada para su disfrute, aunque por otro lado no dejaba de enorgullecerme de provocar esa reacción. Para mi vergüenza se me endurecieron los pezones cuando observé un bulto considerable a la altura de su entrepierna.
—Uff, cómo me estoy poniendo otra vez — me dijo mirándome con los ojos brillantes.
Bajé la mirada avergonzada, a pesar de ser poco más que un niño me azoraba mucho la situación. Pegué un respingo cuando se metió la mano en los pantalones.
—Perdona, Paloma, que me estoy poniendo muy cachondo.
Anonadada sin poder reaccionar, contemplé cómo se bajaba los pantalones cortos hasta medio muslo y mostró su pene, lo rodeó con los dedos y empezó a masturbarse a mi lado.
—¿Estás loco? ¿Qué haces? — le grité.
—Calla, que te van a oír.
—¡Guárdate eso ahora mismo, pervertido!
—Espera Paloma, si tardo poco. Es que tus fotos me ponen muy caliente.
Protesté hasta que comprendí que no me haría caso, que no pararía hasta terminar. Su mano seguía dale que te pego. No pude dejar de mirar, contemplé en silencio, como hipnotizada, a Santi pajeándose. Él miraba de vez en cuando el móvil pasando alguna foto, yo miraba su polla, hinchada y oscura. Su glande, húmedo, asomaba la cabecita cada vez que su mano bajaba. Detuve el frotamiento de mis muslos al darme cuenta de lo que hacía, el muy cabrón me había excitado.
Noté que aceleraba. En la pantalla tenía la foto en la que me apretaba los pezones. Sin previo aviso lanzó un chorro de semen hacia arriba. Me sobresalté. Al primero le siguió otro, y luego otro más, para terminar con uno más pequeño que cayó sobre su barriga.
—Uff — susurró —, ha sido genial. Gracias por dejarme, diosa mía.
¿Por dejarle? Como si hubiera pedido permiso.
—¿Me pasas un pañuelo, por favor?
Por favor. Lo que faltaba. Ahora se ponía educado después de hacerse un pajote a mi lado y pasar de mis protestas. Me levanté para coger los pañuelos. Los tenía en la cómoda, en el cajón de abajo.
—¿Sabes que tienes un culito espectacular?
Me enderecé en un instante. Aparte de la camiseta solo llevaba braguitas y le había enseñado el culo sin querer. Le tiré el paquete a la cara.
—Toma, idiota. Límpiate y vete. No me parece bien lo que has hecho.
—Pero si ha sido culpa tuya. Es que no se puede estar tan buena. Y ya sabes que a mi edad las hormonas dan mucha guerra.
—Las hormonas y tus pensamientos sucios.
—Sí, jajaja, eso también — me dijo con cachondeo limpiándose el pecho y la tripa —. Bueno cariño, te dejo dormir. Muchas gracias por tu hospitalidad.
—Eres un cenutrio.
—Hasta mañana, cielo — se acercó a la ventana —. ¿Me das un besito de buenas noches?
Se escapó de un salto.
Continuará
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