Un Chavalín hace Conmigo lo que Quiere – Capítulos 01 al 03

heranlu

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Un Chavalín hace Conmigo lo que Quiere – Capítulos 01

A pesar de lo que pueda parecer me apetecían mucho estas vacaciones. Con veinticinco años no pega nada que quisiera volver al pueblo, pero en realidad estaba huyendo. Mi novio se estaba poniendo muy pesadito con lo de casarnos y en cuanto mis padres me pidieron que los acompañara acepté encantada. No es que no quisiera a Rafa, mi novio, pero me veía demasiado joven para casarme, demasiadas cosas todavía por hacer y, aunque en un futuro sí me gustaría casarme con él, me parecía que era muy pronto para el matrimonio. Total, había terminado mi carrera, el master posterior y empezaba un nuevo trabajo, me parecía como si el mundo se abriera ante mí. Por eso un mes de verano en el pueblo me daba un descanso en la relación que, creía sinceramente, nos vendría muy bien a Rafa y a mí.

Mis padres se conocieron en el pueblo, cada uno heredó la casa familiar y ahora tenían dos. Poco dispuestos a mantener dos casas volvimos al pueblo para arreglar una de ellas y venderla. Nos quedaríamos con la de mi madre, que era algo más grande, de dos plantas y tenía un patio bastante mayor.

Llevaba bastantes años sin venir, pero en cuanto nos acercamos al pueblo y contemplé desde la ventanilla de atrás del coche las primeras casas, me asaltaron los recuerdos. La plaza, la fuente, incluso algunos árboles me resultaron familiares. Hasta los catorce años veraneábamos en el pueblo, hasta que murieron los abuelos. Recordé el pinar cercano, el río, los pequeños rebaños de ovejas que pastaban en el prado, hasta me acordé de los vecinos y el crío que me hacían cuidar a menudo.

Así que llegamos a la casa, abrimos las ventanas para ventilarla, preparamos las habitaciones y deshicimos las maletas y pasamos la primera noche. Hoy mamá haría la compra y papá y yo revisaríamos su casa para ver qué arreglos necesitaba.

—¿Qué te parece, hija, las ventanas están bien? — me preguntó. Papá era muy organizado y llevaba una lista de cosas que revisar.

—Creo que sí, al menos todas abren y cierran, jajaja.

—Eso me parece a mí también, vamos a ver las puertas.

Durante toda la mañana inspeccionamos la casa como si fuéramos expertos albañiles, pintores, fontaneros y carpinteros. Con nuestra increíble sabiduría en obras y reformas llegamos a la conclusión de que había que repasar el tejado, cepillar algunas puertas que no cerraban, limpiar el tiro de la chimenea del salón, reparar algunas partes del suelo que se habían levantado y pensar en algún sistema de calefacción. Por suerte la fontanería y la electricidad parecían estar bien.

—Creo que eso es todo, Paloma — concluyó papá después de revisar cada apartado de su lista.

—¿Qué crees tú que hay que poner para calefacción? — le pregunté.

—No estoy seguro. Lo más fácil sería poner radiadores eléctricos, pero también es lo más caro de mantener. Preguntaré por ahí qué tiene la gente. No me parece que tengamos que levantar todo el suelo para poner radiadores de agua, antes nos calentábamos con estufas de butano, quizá la gente ahora las ponga de pellets.

—Más ecológico por lo menos. ¿Lo venderán en el pueblo?

—Seguro, tan poco es tan pequeño.

Comparado con otros pueblos de la zona, San Benito no había menguado demasiado con los años. Mantenía una población de unas mil quinientas personas que se duplicaba en verano.

Volvíamos comentando que tendríamos que vaciar la casa de papá de los recuerdos de la familia, la ropa vieja y demás cosas que todavía estaban cuando al llegar a casa un chaval salió de la de al lado.

—Buenos días, don Félix — le dijo a mi padre.

—Buenos días, ¿quién eres? — contestó.

El chico me resultaba familiar, pero no caía en ese momento. En lo que sí caí es en que iba a ser muy guapo. Era todavía un crío, delgaducho y con brazos y piernas muy largos, pero se le empezaba a notar un buen chasis, probablemente iba al gimnasio. Tenía unos labios gruesos que parecían de mujer, pero que ciertamente le quedaban muy bien, el pelo rubio y largo y los ojos azules. Algunos pelos sueltos adornaban su barbilla. Cuando terminara de formarse iba a ser un tiarrón espectacular.

—Soy Santi, el hijo de Germán — contestó sonriéndome de forma maliciosa. Me había pillado repasándole con la mirada.

—Caray Santi, lo que has crecido — repuso mi padre —, no te veo desde que tenías cinco o seis años. ¿Te acuerdas de él, Paloma?

—Vagamente — respondí. Sí que me acordaba, pero después de que me pillara admirándole no quería que se pensara lo que no era.

—Tú le cuidabas de pequeño. Le has cambiado los pañales muchas veces. ¿Cómo está tu familia, Santi?

Se pusieron a hablar entre ellos. Yo estaba incómoda con las miradas que me dirigía el crío así que me despedí y me metí en casa. Mamá ya estaba preparando la comida.

—Hola cariño, ¿ya habéis visto lo que hay que arreglar?

—Sí, mamá, ahora hay que buscar a los artistas.

Según comíamos papá nos contó lo de Santi. Resulta que sus padres se habían separado y su madre, muy afectada, se había venido al pueblo con el chico buscando tranquilidad. Después de comer mis padres se echaron la siesta, cosa que a mí no me gustaba nada. No entendía la necesidad de dormir dos veces al día, además, era un aburrimiento. Tras enredar un rato con el móvil salí a dar una vuelta. Me apetecía recorrer el pueblo y visitar algunos sitios que recordaba. Al regresar me encontré a mis padres saliendo de casa.

—Vamos a la plaza grande a tomar algo, ¿vienes? — me propuso mamá.

—Claro, no conozco a nadie y me aburro un poco — contesté.

—Pues venga.

—Oye, conoces a Santi — me dijo papá —. Queda con él y así no estás tan sola.

—Jajaja, Santi es un crío, no me apetece mucho aguantar a un adolescente.

—Ya lo sé, pero al menos tendrías con quién salir por ahí.

—Estoy de acuerdo con tu padre — le apoyó mamá.

—No sé, ya veré — dije para que dejaran el tema.

En la plaza nos sentamos en la terraza del bar a la sombra de dos enormes arces y pedimos algo de beber. Charlábamos tranquilamente cuando papá se levantó e hizo señas a alguien.

—¡Lola! ¡Santi!

Los aludidos entraban a la plaza y nos miraron. Enseguida saludaron con la mano y se acercaron.

—¡Qué alegría veros! — exclamó la que debía ser Lola, la madre de Santi, repartiendo besos y abrazos entre nosotros. Santi la imitó y cuando llegó a mí me dio dos sonoros besos agarrándome de la cintura.

—Sentaos con nosotros — ofreció mi padre —. Así nos ponemos al día.

—Claro, será un placer.

Les hicimos un hueco y se sentaron. Santi a mi lado.

—Hay que ver lo que has crecido, Paloma — me dijo Lola —. Estás guapísima, aunque ya se veía venir.

—Gracias, doña Lola.

—De doña nada, solo Lola.

—Sí que estás muy guapa — dijo Santi y prosiguió en un susurro para que le oyera solamente yo —, y muy crecida.

Como me estaba mirando las tetas entendí enseguida a lo que se refería. La naturaleza me había dotado de unos grandes pechos y estaba acostumbrada a que los chicos me los miraran. Era molesto, pero tan habitual que ya no me molestaba. Ignoré al crío y me metí en la conversación de los mayores. Poco a poco me fui distrayendo pensando en mis cosas, hasta que me nombraron y presté atención.

—Te puede ayudar Santi — dijo papá.

—¿A mí? ¿A qué?

—Como te decía hay que llevar las sillas de jardín de mi casa a la de mamá. Podrías ir mañana con Santi.

—Eso está hecho — se apuntó el crío —. Mañana te recojo temprano.

—Eh… claro — respondí.

—Bien, luego podemos ir al río, a ver si hay cangrejos.

—¿Quieres que yo coja cangrejos?

—Pues claro, ¿o ya no te acuerdas de lo que me hiciste rabiar una vez amenazándome con un cangrejo? Menudo trauma, todavía tengo pesadillas — fingió un estremecimiento, pero su mirada socarrona desmentía el supuesto horror que yo le había ocasionado.

—Te recuerdo — dije yo señalándole con el dedo — que tú una vez me pusiste una rana en la cabeza.

—Ah, ¿así que sí te acuerdas de mí?

Los padres se rieron al vernos discutir y Santi los acompañó. Cuando me uní a ellos el chico me agarró del muslo y me dio un apretón. El camarero llegó en ese momento para servir otra ronda y dejamos el tema, pero la mano de Santi todavía estuvo un rato sobre mi pierna. Me parecía inapropiado, pero en el fondo yo le había torturado con un cangrejo, así que lo dejé pasar, jajaja.

A las nueve de la mañana ya estaba llamando a la puerta. Me avisó papá, que siempre se levantaba pronto. Refunfuñando con que eran vacaciones y quería dormir más me levanté, me aseé rápidamente y bajé a la cocina. Me tomé un café mientras Santi tomaba un cola—cao. Debido al calor del verano me había puesto unos pantalones cortitos y camiseta de hombreras, y cada vez que mi padre no miraba los ojos del chico recorrían mi anatomía. Como ya he dicho no le di importancia, estaba acostumbrada.

Al entrar en la casa de papá, busqué las sillas. Santi se quedó en el salón, y cuando volvía para decirle que las había encontrado, me enseñó una foto que tenía en la mano. La reconocí nada más verla aunque hacía años que no la veía. Era yo con un par de años, desnuda y tumbada boca abajo en la cama. En la adolescencia odié esa foto. Todo el que la veía decía lo guapa que estaba, y yo solo pensaba en que todo el mundo me veía en pelotas.

—Tienes un culito estupendo — me dijo mostrándome la foto con una sonrisa de oreja a oreja —. Aunque he de decir que ha mejorado muchísimo con la edad.

—Trae eso, idiota — se la arrebaté ruborizada y la puse boca abajo en una estantería —. Vamos a por las sillas y déjate de tonterías — maldita foto. La iba a destruir.

—Vale, vale, no quería ofenderte. No sabía que te ibas a poner de esa manera.

—Tienes razón, perdona — le contesté después de pensarlo un poco. Quizá me había pasado.

—Estás perdonada, pero lo mejor sería que me enseñaras el culito para poder apreciar la mejora.

Y yo que le había pedido disculpas pensando que me había excedido.

—Eres un imbécil. Vamos, coje las sillas y haz algo útil.

Dejé que cargara con las cinco sillas hasta la casa de mamá. Aunque no estaba lejos, cuando llegamos y las soltó, hizo un gesto de dolor y sacudió los brazos para aliviar los músculos sobrecargados.

—Podías haberme ayudado con alguna silla — protestó al soltarlas en el patio.

—Era para que trabajaras un poco ese culo flaco que tienes.

—Pues si era por eso muchas gracias — me dedicó una amplia sonrisa —. Me parece genial que te preocupes por mi culo.

—Yo no… ¡idiota! — me di la vuelta y me dirigí a beber algo fresco mientras Santi se reía. El jodido crío me sacaba de quicio.

A punto estuve de cancelar lo del río, pero pensando en que tampoco había mucho que hacer para divertirse, transigí y dejé que Santi me llevara a coger cangrejos.

—Lo suyo es cogerlos con una red — me explicaba por el camino —, pero no tengo ninguna, nos tendremos que conformar con cogerlos a mano e irlos echando aquí — me enseñó la bolsa que llevaba.

—¿No pican? — le pregunté.

—Jajaja, picar, picar, no. Lo que si hacen es pellizcarte con las pinzas. Hay que tener cuidado, pero no te preocupes que yo te enseño — me pasó un brazo por los hombros y me dio un achuchón. No me molestó, pero sí el que no le quitara después.

—Quita — le dije zafándome.

—De verdad Paloma, eres muy rarita. ¿Tú no tienes amigos? — me dijo ofendido.

—¿Por qué no voy a tener amigos?

—¿Y no les dejas que te toquen? ¿Les tienes prohibido el contacto? — me miraba como si me pasara algo malo.

—Pues claro que no.

—Entonces es que no quieres que seamos amigos.

—No es eso, es que no tenemos confianza.

—Pero si me cuidabas de pequeño, qué más confianza quieres.

—Visto así…

En cuanto cedí a su razonamiento volvió a rodearme con el brazo, pero ahora por la cintura. Caminamos la distancia hasta el río de esa manera. Tampoco es que me incomodara, era agradable y me hizo recordar lo majo que era de pequeño.

El río llevaba muy poca agua y Santi me explicó que en invierno crecía bastante, no como cuando éramos pequeños, pero sí bastante más que ahora. Recorrimos la orilla hasta que Santi encontró un buen sitio. Al verle descalzarse le imité. Se metió en el agua y me llamó con un gesto. El agua estaba fría y se agradecía, pero me iba pinchando con las piedras.

—La próxima vez nos traemos unas zapatillas de goma — me dijo —. Es más fácil.

—Sí, porque me estoy haciendo polvo.

—Ven.

Me volvió a coger de la cintura y, despacito, anduvimos por el agua sin dejar de mirar bajo la vegetación. Santi me señaló algo.

—Mira, ahí.

—No veo nada.

—Vamos a acercarnos.

Pegados a los hierbajos que señalaba seguía sin ver nada, pero Santi se agachó, metió una mano en el agua y la sacó con un cangrejo. Mediría unos diez centímetros y era marrón oscuro. Tenía un montón de patitas y dos pinzas delanteras. Me lo enseñó. El crustáceo no dejaba de mover las patas.

—Mira, si le coges así no te puede enganchar con las pinzas. ¿Te has fijado?

—Sí, parece fácil.

—Pues el siguiente le coges tú.

Lo guardó en la bolsa que llevaba en la cintura y seguimos buscando. Ahora era yo la que me agarraba a él para no perder el equilibrio entre tanta piedra. Enseguida me señaló algo en el cauce.

—No veo nada.

—Que sí. Mira bien. Está ahí mismo.

Por suerte se movió y lo pude distinguir. La verdad es que estaba muy bien camuflado. Santi me agarró de la cintura y me animó.

—Venga, Paloma, que ese es tuyo.

Me agaché despacito para no caerme y metí la mano en el agua. El maldito crío aprovechó para, sin soltarme, ponerse detrás de mí y pegarme el paquete al trasero. Debí regañarle, pero lo cierto es que estaba emocionada por coger mi primer cangrejo y decidí ignorarlo. Me agaché un poquito más aunque aumentara la presión sobre mi culo y lentamente cogí al cangrejo por el cuerpo.

—¡Le cogí, lo he cogido! — exclamé enseñándolo como si fuera un trofeo.

—Muy bien, Paloma, a la bolsa.

Me dejó coger diez o doce más. Cada vez repetía la jugada y me arrimaba el paquete. Me terminó haciendo gracia. “Se va a ir con un buen dolor de huevos”, pensé. Volvimos por el agua recogiendo alguno más hasta donde teníamos las zapatillas. Sin salir del agua, Santi hizo un nudo en la bolsa y la tiró a la orilla, luego hizo lo mismo con la camiseta. Tenía un tronco delgado y se le notaban las costillas, pero a pesar de eso, se le veía fibroso y fuerte.

—Hace calor, me voy a mojar un poco — me dijo —. ¿Te apetece?

—No, mejor me salgo.

—Vale, ten cuidado no te tropieces.

En cuanto di dos pasos, el maldito niño me atacó por la espalda. Recogiendo agua con las dos manos me la lanzaba poniéndome perdida. Me giré y contraataqué. Al principio se sorprendió. Luego con una carcajada redobló su ataque. Pasamos unos minutos muy divertidos peleando.

—Bruja, más que bruja — me decía.

—¡Si has empezado tú!

—Ha sido sin querer.

—Ja, te voy a ahogar.

Al final salimos entre risas completamente empapados. Me senté y me puse las zapatillas. Al levantarme me lo encontré con las suyas en la mano y mirándome fijamente.

—¿Qué pasa, no te calzas?

Seguí su mirada que terminaba en mi pecho. Me miré y entendí su interés. Con el agua se me transparentaba todo. Se apreciaba perfectamente el sujetador y mis pezones, que estaban duros por el frío del agua.

—No mires idiota — le dije tapándome con los brazos —. ¿Por qué no me has avisado?

—¿Y perderme el espectáculo? — me respondió con desfachatez —. Eres preciosa, Paloma, una mujer increíble.

—Déjate de preciosa y ponte las zapatillas.

—Vale, vale, pero que conste que si no me hubieras echado agua no hubiera pasado esto.

—¡Pero si has sido tú, merluzo!

—Jajaja, anda que no te lo has pasado bien.

Me contagié de su risa, lo cierto es que me lo había pasado muy bien. Me reí un rato hasta que me di cuenta de que había bajado los brazos y los volví a subir rauda. Santi me guiñó un ojo. Él también se había dado cuenta.

Al volver me cogió otra vez de la cintura.

No esperaba ver a Santi hasta el día siguiente, pero apareció cuando menos me imaginaba. Me había acostado ya y estaba en la cama respondiendo mensajes en el móvil cuando me di un susto de muerte. ¡Alguien entraba por la ventana! Me llevé las manos a la boca a punto de gritar, pero el tipo se irguió y pude verle la cara.

—¿Qué coño haces aquí? — susurré en vez de gritar pidiendo auxilio. Repasé mi vestuario antes de que contestara. Solo llevaba unas braguitas y una camiseta vieja de hombreras que dejaba ver más de lo que tapaba. A pesar de eso me levanté indignada.

—Contesta, ¿qué haces aquí? — le espeté con los brazos en jarras.

—¡Joder, Paloma! Es la tercera ventana en la que miro. No sabía cuál era tu habitación — mientras hablaba me recorría con la mirada —. La primera ha sido fácil, pero en la segunda casi me estrello.

—No me has contestado — le dije golpeándole en el pecho con el dedo. Mi cabreo aumentaba por momentos.

—Es que necesito pedirte una cosa — me sujetó la mano entre las suyas.

—¿Y no podías esperar a mañana? — liberé la mano de un tirón.

—No, soy incapaz de dormir. No se me va de la cabeza.

—A ver, capullo. ¿Qué te pasa?

—Si es lo más natural del mundo. Desde que te he visto las tetas esta mañana no puedo pensar en otra cosa — me dijo con naturalidad, como si fuera una conversación normal entre una mujer y un crío —. Pero como no las he podido ver bien, he venido a ver si me las enseñabas. A ver si así puedo dormir.

—¿Pero tú estás loco?

—Eso es, me alegro que lo entiendas. Estoy loco por vértelas.

Abrí la boca estupefacta. ¡Como se puede tener tanta cara! Él, sin embargo, estaba tan tranquilo, incluso poniendo cara de preocupación.

—No pienso enseñarte las tetas — le dije echando chispas por los ojos —. Pues solo faltaba.

Venga, Paloma, si no te cuesta trabajo. Te levantas la camiseta un ratito y ya — me cogió el borde y lo llevó hacia arriba.

—¡Quita! — le dije dándole un manotazo.

—¡Hija! — escuchamos a mi madre que debía estar en el baño —. ¿Estás bien?

—Sí, mamá.

—¿Con quién hablas?

—Con nadie. Estaba cantando.

—Pues deja de cantar que no son horas.

—Vale. Hasta mañana, mamá.

—Casi nos pillan — susurró Santi —. Es mejor que lo hagamos rápido y así me pueda ir.

—No piensa hacerlo — me empeciné —. Márchate ya.

—A ver Paloma, que no te estoy pidiendo que caves una zanja o te aprendas el Código penal. Es algo muy sencillo, me enseñas las tetas y me voy.

—Desde luego tienes más cara que espalda — le dije apartando sus manos, que volvían a mi camiseta.

—Apiádate del hambriento — me hizo un puchero —. Si no me tendré que quedar toda la noche.

Estaba cansada de discutir con el crío. No era capaz de razonar con él. Incomprensiblemente decidí ceder a su ruego para que se fuera de una vez.

—Vale, tú ganas.

—¿De verdad? Genial — la enorme sonrisa de Santi era reveladora. Resignada me sujeté el borde de la camiseta para levantarla.

—Cinco segundos. Ni uno más.

—Vale, vale, lo que tú digas.

Sin acabar de creérmelo todavía me levanté la camiseta cerrando los ojos por la vergüenza. Mis tetas quedaron expuestas, sentí el frescor de la brisa que entraba por la ventana. Escuché un jadeo y un "clic". ¿Un clic? Miré y el capullo de Santi me acababa de sacar una foto con el móvil.

—¿Qué has hecho, gilipollas? — grité.

—Es para luego, pero no la va a ver nadie.

—De eso nada, bórrala ahora mismo — le dije más bajito recordando dónde estábamos.

—De verdad que es solo para mí, para mi consumo personal.

—Enséñamela — exigí.

Al menos fue colaborador y me enseñó la foto. Sujetaba el móvil con las dos manos temiendo que se lo arrebatara.

—Se me ve la cara. Bórrala — no estaba dispuesta a que circularan fotos mía por ahí.

—La borro con una condición, me dejas hacerte otra y te tapas la cara, aunque eres preciosa y es una pena.

—Vale — transigí. Al menos si la compartía no se sabría que era yo.

Borró la foto enseñándome cómo lo hacía. Luego me enfocó y esperó. Suspirando volví a levantarme la camiseta, esta vez tapándome la cara con ella. Mientras escuchaba varios "clics" del móvil intenté desentrañar cómo había llegado a esa situación. Enseñando voluntariamente las tetas a un puto crío para que me hiciera fotos. Incomprensible.

—Ya está bien. Habíamos quedado en una y has hecho varias.

—Es por si salen borrosas.

—Ya. Pues venga, vete a casa ya. Supongo que querrás machacártela.

—En cuanto llegue.

Yo lo había dicho para avergonzarle, pero con Santi parecía labor imposible.

—Me voy, Paloma. Déjame decirte antes que tienes unas tetas perfectas. Eres una diosa.

—Vete antes de que te dé una patada en el culo, idiota.

—Hasta mañana, ¿me das un besito de despedida?

—¡Serás... !

Me lancé a darle un golpe donde pudiera, pero riéndose se escabulló por la ventana y saltó a la higuera que crecía junto a ella. Me asomé para asegurarme de que se iba y le vi saltar ágilmente el muro encalado que separaba nuestros patios. Más tranquila, me acosté y apagué la luz. Mientras cogía el sueño le di vueltas a lo que acababa de pasar. No terminaba de comprender cómo el jodido chaval me había convencido para que le enseñara los pechos. Pasé las manos por ellos con suavidad recordando lo que había dicho Santi : eran perfectos, de diosa.

Mi padre me volvió a despertar por la mañana. ¿Es que nadie sabe lo que son las vacaciones?

—Baja, hija. Te están esperando.

En la cocina estaban mi padre y Lola, la vecina. Los acompañaba mi peor pesadilla : Santi. Mi madre se unió a nosotros en ese momento. Seguro que papá también la había tenido que despertar. Desayunamos todos juntos. Esperaba alguna jugada por parte de Santi, en cambio se portó correctamente, sin apenas mirarme.

—Pues lo que os decía — dijo Lola —. Esta noche venís a casa y nos comemos los cangrejos. Había pensado que los chicos podían ir a recoger níscalos, como llovió la semana pasada seguro que encuentran algunos. Entre los cangrejos y los níscalos cenaremos estupendamente.

—Fenomenal — dijo mi madre —, así me enseñas a prepararlos, además, Paloma estará encantada de tener algo que hacer.

¿Yo? No me importaba coger setas ni pasar la mañana en el pinar, tampoco es que hubiera otra cosa que hacer, pero esperaba estar unos días sin ver al jodido crío. Necesitaba marcar distancia.

—Si quieres — me dijo Santi mirándome —, en cuanto desayunemos vamos a ver lo que encontramos.

—¿No puedes ir tú solo? — le contesté.

—Claro que puedo, pero es más entretenido si vamos juntos.

—Hija, no seas así —me dijo papá —. Ve con él.

—Vaaaale.

Al rato íbamos de camino al pinar. No estaba muy lejos, pero media horita no nos la quitaba nadie. Para pinchar un poco a Santi decidí ser malvada.

—¿Qué? ¿Te hiciste muchas pajas anoche?

—Pues sí, mi diosa. La verdad es que hasta que mi hice la tercera no me quedé a gusto.

—¿Tres? — me sorprendió la cantidad. Cuando estaba con la regla y me calentaba con Rafa, mi novio, algunas veces nos masturbábamos mutuamente. Nunca me había pedido repetir.

—Sí, tres. Debe ser porque estoy creciendo, jajaja.

Nos reímos los dos de su ocurrencia. Creo que al verme más relajada se atrevió y me cogió de la cintura. No se lo impedí. Iba pensando en lo de las tres veces y sobre todo en lo de “mi diosa”. A pesar de ser un chaval me gustaba que me llamara así. Vanidad que tenemos las mujeres.

En cuanto llegamos al pinar y penetramos un poco en la foresta Santi me dio la respectiva sesión de formación. Me mostró varias setas, indicándome que esas no había que cogerlas. Luego me enseñó un níscalo. Era una seta bastante grande comparada con las otras y de color anaranjado. Parecía fácil de distinguir.

—Venga, Paloma, tú las coges y yo las voy guardando.

—Eso está hecho — contesté. Estaba hecha toda una mujer rural.

Me incliné para recoger la primera. Me sorprendí al principio, aunque enseguida comprendí. Santi repetía la jugada y se puso tras de mí para marcarme el trasero con su paquete. Otro dolor de huevos que se va a llevar hoy, pensé, no me extraña que luego necesite desahogarse. En vez de ofenderme o regañarle jugué con él. Cada vez que me agachaba movía más el culito y lo presionaba con más fuerza. A la cuarta seta me apretó con algo duro. Contuve una sonrisa y seguimos buscando.

Teníamos la bolsa repleta cuando Santi sacó el tema.

—Oye Paloma, podrías hacerme un favorcito.

—Déjate de favorcitos que ya sé cómo terminan.

—Si en realidad no es un favor nuevo, es más bien como completar uno antiguo.

—¿De qué está hablando? — le pregunté intrigada.

—Mira, se trata de esto.

Sacó el móvil del bolsillo y le toqueteó hasta llegar a la galería. Había una carpeta con el nombre “Diosa”. Me enseñó las fotos de la noche anterior. Me ruboricé al ver mis grandes pechos en la pantalla.

—¿Qué? — pregunté.

—Es que están un poco oscuras, no se distinguen bien los pezones.

Tenía razón, aunque los pechos se veían perfectamente la calidad no es que fuera muy buena. Los pezones se mostraban como zonas más oscuras que el resto.

—Eso no es culpa mía — le dije —, haberlo hecho mejor.

—Sí, sí, tienes razón. Te estoy muy agradecido por dejarme hacerte las fotos, pero me gustaría repetirlas ahora. Con más luz saldrán mucho mejor.

—¿Pero tú está tonto? No pensarás que te voy a dejar repetirlo, de ninguna manera.

—Venga, Paloma, si ya lo hemos hecho, si es hacerlo igual, pero de día. No te estoy pidiendo nada nuevo.

—He dicho que no.

—Pero mi diosa, no te pido nada difícil. Si vieras lo que disfruté anoche no te negarías.

Mi mente me jugó una mala pasada. Me imaginé a Santi, tumbado en la cama, meneándose el miembro y lanzando chorro tras chorro de semen. Sacudí la cabeza para que la imagen desapareciera. El crío siguió insistiendo.

—Si será cosa de un minuto, como anoche. Tres o cuatro fotos y ya está. Conservaré esas tetas perfectas toda la vida.

—Vale, pero solo un minuto — tenía que haber seguido negándome, pero cuando se ponía tan insistente me costaba mucho resistirme.

—¡Yupiiii! — pegó un salto de alegría. Contuve una sonrisa.

—Venga, Paloma, ponte que te hago las fotos — me dijo preparando el móvil y dejando en el suelo la bolsa de los níscalos.

Aunque abochornada, lo primero que hice fue quitarme el sujetador. A pesar de que le iba a enseñar las tetas, lo hice sin quitarme la camiseta. Santi esperaba expectante.

—Date prisa, Santi — le pedí agarrando el bajo.

—Sí, sí, venga, venga — dijo ansioso.

Me la levanté para ocultar la sonrisa. Su nerviosismo era notorio. En cuanto descubrí mis grandes pechos el móvil empezó a disparar.

—Gírate un poco, diosa — me pidió.

Hice lo que me pedía. Si quería varios ángulos se los daría. De perdidos al río.

—Al otro lado, cariño.

Obedecí pensando en lo de “cariño”.

—Ahora, porfa, apriétate un poco los pezones, que salgan duritos.

Le miré por un borde de la camiseta. No me parecía correcto, pero tenía los ojos tan brillantes y la sonrisa tan amplia que no tuve más remedio que complacerle. Sujeté la camiseta con una mano y con la otra me apreté los pezones. Para mi propia sorpresa se pusieron duros instantáneamente.

No fue un minuto, sino bastante más. Posé para Santi hasta que se cansó de hacer fotos, siempre asegurándome de que no se me veía la cara. Cuando terminó por fin, le pedí que me las enseñara por si en alguna me había descuidado. Las revisamos todas, unas cincuenta, con las caras juntas. Sentí vergüenza y, lo confieso, un puntito de excitación. Mis tetas se mostraban en todo su esplendor y, según iban pasando las fotos, Santi no dejaba de alabarlas y decirme lo magníficas y perfectas que eran. Respiré aliviada cuando examinamos todas y me separé de él.

—Muchas gracias, Paloma, eres genial.

—De nada. Como le cuentes a alguien esto te mato — le amenacé señalándole con el dedo.

—Por supuesto que no — contestó ofendido —. Ya te dije que eran solo para mí, yo no te haría eso jamás. No sé cómo piensas eso.

—¿Ni bajo tortura? — estaba tan indignado que intenté rebajar la tensión.

—Ni aunque me metan palillos bajo las uñas — muy serio se llevó una mano al corazón como si jurara.

—Vale, vale, pues que las disfrutes.

—Eso seguro, te lo garantizo — me alivió al devolverme la sonrisa.

—Me temo que te la vas a despellejar — quise pincharle un poco.

—Yo también, creo que es muy posible, jajaja. Anda, vámonos que le tiene que dar tiempo a mi madre a preparar las setas.

Echamos a andar para volver al pueblo cuando me di cuenta. Se me había olvidado el sujetador.

—Tenemos que volver, Santi — le dije agarrándole del brazo —. Me he dejado el sujetador.

—No, yo lo he recogido.

—Ah, menos mal. Dámelo.

—No, de eso nada.

—¿Qué?

—Es que estás mucho más guapa sin él.

—No seas capullo. Dámelo.

—Que no, Paloma. No insistas.

—Oye, cabrito, el sujetador es mío — le dije poniéndome delante de él y sujetando sus brazos.

—Te lo devuelvo con una condición.

—¿Cuál?

—Que no te lo vuelvas a poner.

—Eres un pervertido. Necesito el sujetador, no sé si te has fijado pero mi pecho no es precisamente pequeño.

—Esa es mi condición, tú decides.

Discutimos otros diez minutos. Era un cabezón testarudo y su posición fue tan inamovible que tuve que negociar. Cedí y lo dejamos en solo las mañanas cuando saliera de casa. Por las tardes lo volvería a usar. De todas maneras decidí no volver a quedar con Santi por las mañanas, así no tendría que cumplir nuestro acuerdo.

Me lo devolvió y me lo guardé en un bolsillo. El resto del camino charlamos de banalidades hasta llegar a casa. Pasé algo de vergüenza porque al llegar lo primero que hicimos fue ir a entregar a su madre las setas. Yo llevaba una camiseta de hombreras y mis pechos se movían libres y resaltaban a la perfección. Aunque Lola, la madre de Santi, se dio cuenta enseguida, al menos no dijo nada. Me despedí en cuanto pude y me metí en mi casa derechita a mi habitación ignorando las preguntas de mamá. Cuando bajé otra vez, estaba todo en su sitio.

La cena estuvo muy bien. Aunque los níscalos no me gustaron demasiado, el guiso de los cangrejos resultó espectacular. Picantito y sabroso. Me harté de mojar pan. Nuestros padres contaron anécdotas de su infancia, cosas que pasaron en el pueblo y nos hartamos de reír. Santi se portó con corrección durante toda la cena, aunque al despedirnos hizo una de las suyas. De esas cosas que hacía en las que no sabía si enfadarme o tomarlo con naturalidad. Como los papás se despidieron con dos besos, él hizo lo mismo, con la salvedad de que me dio un par de palmaditas y un apretón en el trasero. Lo hizo con tanta espontaneidad y campechanía que no me pude enfadar.

Esa noche volvió a darme un susto cuando entró por la ventana. Tendría que cerrarla o, al menos, bajar la persiana.

—¿Qué haces aquí, merluzo? ¿Es que no tienes con qué entretenerte?

—Sssss, habla más bajito. Mira, vengo a enseñarte mis preferidas.

Con todo el morro del mundo se sentó a mi lado en la cama. Yo me incorporé rápidamente.

—Esta es genial. Tienes un perfil de vértigo.

Evidentemente no se refería a mi rostro, aunque he de reconocerle que el perfil de mis tetas sí que era estupendo.

—Mira esta, es una de las mejores. Y esta también — decía según iba pasando fotos —. Aunque con la que me he corrido ha sido con esta. Me pone muchísimo — me mostró la foto en la que me apretaba los pezones.

—Mira que eres guarro — le espeté ampliando la separación entre nosotros. Estábamos los dos sentados apoyados contra el cabecero.

—¿Por qué? ¿Es que tú no te masturbas? — me peguntó con expresión ingenua.

—¿Yo? Eso no es asunto tuyo.

—Vale, vale, pero no creo que sea nada malo.

Siguió pasando fotos y comentándolas como si fueran obras de arte. Me hacía sentir extraña, cosificada para su disfrute, aunque por otro lado no dejaba de enorgullecerme de provocar esa reacción. Para mi vergüenza se me endurecieron los pezones cuando observé un bulto considerable a la altura de su entrepierna.

—Uff, cómo me estoy poniendo otra vez — me dijo mirándome con los ojos brillantes.

Bajé la mirada avergonzada, a pesar de ser poco más que un niño me azoraba mucho la situación. Pegué un respingo cuando se metió la mano en los pantalones.

—Perdona, Paloma, que me estoy poniendo muy cachondo.

Anonadada sin poder reaccionar, contemplé cómo se bajaba los pantalones cortos hasta medio muslo y mostró su pene, lo rodeó con los dedos y empezó a masturbarse a mi lado.

—¿Estás loco? ¿Qué haces? — le grité.

—Calla, que te van a oír.

—¡Guárdate eso ahora mismo, pervertido!

—Espera Paloma, si tardo poco. Es que tus fotos me ponen muy caliente.

Protesté hasta que comprendí que no me haría caso, que no pararía hasta terminar. Su mano seguía dale que te pego. No pude dejar de mirar, contemplé en silencio, como hipnotizada, a Santi pajeándose. Él miraba de vez en cuando el móvil pasando alguna foto, yo miraba su polla, hinchada y oscura. Su glande, húmedo, asomaba la cabecita cada vez que su mano bajaba. Detuve el frotamiento de mis muslos al darme cuenta de lo que hacía, el muy cabrón me había excitado.

Noté que aceleraba. En la pantalla tenía la foto en la que me apretaba los pezones. Sin previo aviso lanzó un chorro de semen hacia arriba. Me sobresalté. Al primero le siguió otro, y luego otro más, para terminar con uno más pequeño que cayó sobre su barriga.

—Uff — susurró —, ha sido genial. Gracias por dejarme, diosa mía.

¿Por dejarle? Como si hubiera pedido permiso.

—¿Me pasas un pañuelo, por favor?

Por favor. Lo que faltaba. Ahora se ponía educado después de hacerse un pajote a mi lado y pasar de mis protestas. Me levanté para coger los pañuelos. Los tenía en la cómoda, en el cajón de abajo.

—¿Sabes que tienes un culito espectacular?

Me enderecé en un instante. Aparte de la camiseta solo llevaba braguitas y le había enseñado el culo sin querer. Le tiré el paquete a la cara.

—Toma, idiota. Límpiate y vete. No me parece bien lo que has hecho.

—Pero si ha sido culpa tuya. Es que no se puede estar tan buena. Y ya sabes que a mi edad las hormonas dan mucha guerra.

—Las hormonas y tus pensamientos sucios.

—Sí, jajaja, eso también — me dijo con cachondeo limpiándose el pecho y la tripa —. Bueno cariño, te dejo dormir. Muchas gracias por tu hospitalidad.

—Eres un cenutrio.

—Hasta mañana, cielo — se acercó a la ventana —. ¿Me das un besito de buenas noches?

Se escapó de un salto.







Continuará
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heranlu

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Un Chavalín hace Conmigo lo que Quiere – Capítulos 02


Al día siguiente no vi a Santi. Acompañé a mi padre a su vieja casa y recogimos las cosas que quería conservar. Nos dimos una buena tupa, pero conseguimos terminar la tarea antes de comer. Por la noche cenamos en casa, aunque luego nos fuimos a la plaza. Mientras charlábamos tomando un helado yo miraba alrededor, inquieta. Caí en la cuenta de que lo que en realidad me pasaba era que buscaba a Santi con la mirada. No se me iba de la cabeza.

Salíamos de la plaza cuando nos encontramos con el chico. Iba acompañado por su madre, un señor que no conocía y una jovencita.

—Hola, ¿ya os retiráis? — nos saludó Lola.

—Sí, solo hemos venido a tomar un helado — contestó mamá.

—Dejad que os presente. Este es Gerardo y su hija Alicia, viven un par de casas más allá de las nuestras.

—Hola — contestó papá —, encantado. No os he visto por aquí, ¿acabáis de llegar?

—No — repuso Gerardo estrechando la mano a mi padre —, lo que pasa es que tenemos una finca aquí al lado y solemos dormir allí.

Ellos charlaban y yo me fijé en la chica. Debía ser de la edad de Santi y era muy guapa, con la piel clarita, rubia y con una bonita cara. Santi no se despegaba de ella.

—¿Qué te parece, Paloma? — me preguntó mamá.

—¿Qué? — estaba distraída con la chica y viendo a Santi mirarla como si fuera un caramelo. Menudo imbécil.

—Que si te apetece ir a montar a caballo, ¿es que no has prestado atención?

—Sí, claro, sería estupendo — dije sin saber exactamente lo que estaba aceptando.

—Pues mañana te recojo entonces — me sorprendió Santi.

Por no atender a la conversación ahora tendría que ir con Santi, que por si fuera poco, el muy gilipollas parecía prendado de Alicia. No es que a mí me importara, claro.

Para rematar la noche, estaba quedándome dormida cuando recibí una notificación en el móvil. Era un enlace a internet de un número desconocido. Picada por la curiosidad pulsé sobre el enlace. En cuanto cargó la dirección un video se empezó a reproducir. En él se veía cómo alguien se masturbaba. Aunque no se veía quién era lo tenía clarísimo. Conocía esa polla. Tras un par de minutos de movimiento, al final terminaba lanzando su carga entre jadeos. Me pareció escuchar algún murmullo y lo volví a reproducir con el sonido más alto. Tuve que ver varias veces cómo se corría para darme cuenta de lo que decía : Paloma, Paloma.

Bufé y dejé el móvil en la mesilla, cabreada. ¡Maldito niñato! Después de eso me costó un buen rato dormirme, y encima con las bragas empapadas.

Como no había dormido bien, inquieta no sé por qué, estaba desayunando cuando llegó Santi. Entró en la cocina animado y con una sonrisa, pero en cuanto me vio se le arrugó el ceño.

—¿Qué? — le pregunté.

—Creí que eras una persona de palabra — me señaló el pecho y caí en que habíamos acordado que no llevaría sujetador. La verdad es que se me había olvidado, pero intenté salirme con la mía.

—Pensé que no era en serio.

—Claro que era en serio, Quítatelo — me dijo ceñudo.

—No — contesté resuelta.

—Vale, lo que quieras.

Sin decir nada más se dio la vuelta, salió de la cocina y enseguida escuché cerrarse la puerta. “Me he librado”, pensé. No montaré a caballo pero al menos no tengo que ver a ese cenutrio. Terminé de desayunar, pero me notaba desasosegada, estaba intranquila. Seguro que Santi se había enfadado. Tampoco es que me importara mucho. Aunque sí es cierto que habíamos hecho un trato. Me había coaccionado con no devolverme el sujetador, pero yo había aceptado sus condiciones. ¡Maldito crío! Me debatí entre pasar de todo o cumplir mi parte. Al final no quise decepcionar a Santi ni a mí misma incumpliendo las condiciones y, renegando, subí a mi habitación, me despojé del sujetador, me cambié la camiseta de hombreras por otra de manga corta que disimularía algo más la ausencia de la prenda y salí a buscar a Santi.

Llamé a su puerta y me hizo esperar. Me abrió a la tercera llamada.

—¿Qué quieres? — me dijo sin mirarme.

—¿No íbamos a montar a caballo? — le respondí meneando un poco el pecho para que apreciara la libertad de mis tetas.

Ahora sí me miró y sonrió al percatarse.

—Claro, Paloma, Espera que coja el móvil — entró y salió enseguida —. Es un paseo de una media hora, pero terreno llano, así que podemos ir deprisa.

Me cogió la mano y salimos del pueblo. Seguimos un camino ancho de tierra hasta que vimos una casa al fondo con varias instalaciones anexas.

—Gerardo es un amigo de mis padres, se dedica a criar caballos y de vez en cuando me deja venir a montar. ¿Tú sabes montar? — me preguntó cuando llegábamos.

—No. No he montado nunca.

—Verás cómo te diviertes.

Al llegar entramos directamente al establo, allí estaba Gerardo cepillando a un bonito caballo.

—Hola chicos, ¿cómo estáis? — nos preguntó sonriente.

—Bien, don Gerardo — le contestó Santi.

—Echadme una mano, anda. Alicia se ha tenido que ir a la ciudad y ando muy ocupado. Luego os preparo un par de caballos.

Me alivió que no estuviera Alicia. No me gustó nada cómo había mirado a Santi. No es que me picaran los celos, para nada. Lo que pasa es que se pegaba mucho a mi vecinito. Seguimos las instrucciones de Gerardo y les dimos pienso a los animales. Luego nos pidió que cepilláramos a dos de ellos, los que íbamos a montar, para que se acostumbraran a nosotros. Al principio pasé un poco de miedo con un caballo tan grande, pero se dejó hacer sin apenas moverse. Terminamos y Gerardo nos ensilló los caballos.

—Tú— me dijo —, vas a montar a Rayo. No te preocupes por el nombre, es un caballo muy tranquilo. ¿Te ayudo a subir?

Sacamos de las riendas a los caballos del establo y me ayudó a montar. Me dio unas pocas indicaciones de como “conducir” y a Santi le dijo por dónde debíamos ir. Así, si teníamos algún percance y tardábamos en volver sabría por dónde buscarnos. Santi le dio con los talones a su montura y yo le imité. Salimos al paso en fila india. Al poco Santi se puso a mi lado y estuvimos comentando todo. Luego azuzó a su caballo y le puso al trote. Hice lo que él y mi caballo aceleró poniéndose a la par que el suyo. La verdad es que era muy incómodo. Mi cuerpo se movía sin que yo lo controlara, mi culo chocaba con la silla cada vez que bajaba y mis pechos, sin el sujetador, rebotaban como queriendo escapar. Esto no le pasó desapercibido a Santi, que me miraba con una sonrisa pícara.

—Eres toda una amazona, Paloma.

—Y tú un mentiroso, pero gracias.

—Jajaja, lo que sí estás es preciosa.

Lo que a él le gustaba era ver el meneo de mis tetas, pero me gustaba que me piropeara. Por suerte volvimos al paso, me gustaba mucho más, y recorrimos el entorno. En una pequeña arboleda nos bajamos de los caballos y los atamos a una rama. Me vino muy bien estirar las piernas. Me masajeé el culo dolorido.

—¿Te duele el trasero? — me preguntó con cachondeo.

—Es que pasa una cosa con este caballo, no está bien calibrado o algo. Cada vez que yo bajo el sube y al revés. No paramos de chocarnos.

—Jajaja, ya le pillarás el tranquillo. Luego, si te ves segura, galopamos un poco. Es mucho mejor.

—Quizá — le respondí pensándolo.

—Ven que te alivie.

—¿Qué haces? — Santi me había abrazado y masajeaba mis nalgas a dos manos.

—Ayudarte, que si no te va a doler el culete cuando volvamos a montar.

—Lo puedo hacer yo, gracias — le dije empujándole del pecho.

—No me importa. No es molestia.

Se agarró fuerte y no conseguí desplazarlo. El muy capullo me estaba metiendo mano tan tranquilo. Su aroma masculino invadía mi nariz. Forcejeé con él hasta que me hizo una pregunta y me dejó congelada.

—¿Te gustó mi regalo? ¿Viste el video?

—Sí, lo vi. Y que sepas que eres un cerdo.

—¿Cuántas veces lo viste? — me preguntó al oído sin dejar de magrearme el culo.

—Una, lo quité en cuanto vi lo que era — le mentí pero no iba a reconocer que lo vi un montón de veces.

—No te creo.

—Puedes pensar lo que quieras — en ese momento sentí algo duro presionando mi tripa. Lo empujé más fuerte y me libré de sus brazos.

—Ven — me agarró la mano y me metió un poco más dentro de la arboleda.

Me quedé estupefacta cuando se bajó los pantalones y se agarró la polla

—Vas a verlo en directo, cariño — me guiñó el ojo.

—Eres un cerdo. ¿Es que no puedes dejarte el pajarito guardado? — contesté intentando que me soltara la mano.

—Es tu culpa. ¿Crees que se puede ver a una diosa montar con los pechos saltando sin ponerse cachondo? — su mano empezó a recorrer toda su longitud.

—Pues al menos espérate a llegar a casa, idiota.

—Mejor ahora, además, mola mucho más si estás a mi lado.

Me llevó más cerca de él y me rodeó la cintura. Tuve que ver pegada a él cómo se hacía la paja. Como la vez anterior, me quedé congelada, solo podía mirar cómo su polla crecía hasta un tamaño más que respetable y su glande poniéndose morado y liberando humedad. No supe reaccionar cuando me sacó la camiseta de los pantalones y metió la mano poniéndomela en la cintura y moviéndola en círculos. Intenté sacarla, pero el muy capullo la subió y me sujetó el pecho izquierdo. Tiré y me agarró más fuerte.

Así que allí estábamos. Santi se pajeaba mientras me magreaba una teta tan pancho. ¿Y yo? Pues yo le dejaba. Miraba cómo su mano recorría sin prisa su polla, tranquilamente, al tiempo que me acariciaba una teta dejando un rastro de calor por donde sus dedos pasaban.

—¿Te gusta verme, cariño? — me preguntó mirándome.

Levanté la vista y me encontré con sus ojos. La volví a bajar avergonzada sin contestarle.

—No puedes dejar de mirar ¿verdad? — se rio suavemente.

Me pellizcó el pezón y se me escapó un gemido. Aunque detestaba lo que me hacía, que jugara conmigo de esa manera, estaba muy excitada. Su agarre inicial en mi pecho había pasado a unas caricias tiernas que me gustaban mucho a mi pesar. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no meterme la mano bajo el pantalón y buscar mi propio placer. El gemido debió darle alas, porque tras escucharme su mano aceleró y sus caderas se movieron adelante y atrás. Su mano apretó mi pecho con más fuerza y, tras un par de fuertes meneos, se corrió.

—Paloma, Paloma, mira qué me haces — gemía mientas su polla no dejaba de manar.

Como un reflejo suyo, aunque yo no me corriera, gemí también. Verle disfrutar con mi nombre en sus labios era muy excitante. Me resultó erótico y no pude contenerme. Al oírme me apretó contra su cuerpo y sin darme cuenta lo abracé, achuchándole con la cabeza en el hueco de su cuello mientras se recuperaba del orgasmo y normalizaba la respiración.

Me separé del crío en cuanto recobré mis sentidos. Avergonzada intenté montar en mi caballo, pero hasta que no llegó Santi y me ayudó no lo conseguí. Continuamos el paseo en silencio durante unos minutos, hasta que retomamos la conversación.

—Oye Paloma, gracias por lo de antes. Ha estado genial.

—No me las des — le contesté de malos modos —, no es que haya tenido elección.

—¿Es que no te ha gustado verlo? Sé sincera. A mí me ha parecido que disfrutabas.

—De eso nada — no quise reconocerlo, no le iba a dar esa satisfacción.

—¿Ni un poquito? — el jodido niño lo sabía perfectamente —. Admítelo, no es nada malo.

—Bueno, quizá un poquito — acepté remisa.

—Genial, pues para celebrarlo vamos a galopar un poco. Aprieta las piernas y déjate llevar.

Espoleó a su montura y echó a correr. Hice lo mismo y la mía salió galopando tras él. Me asustó un poco la velocidad, si me caía me iba a hacer cisco, pero era mucho más cómodo que el trote y terminé disfrutando muchísimo.

—Al final te has divertido — me dijo Santi mientras volvíamos al pueblo. Me llevaba agarrada de la cintura.

—Sí, la verdad es que una vez que le cojes el tranquillo está muy bien.

—Me alegro que te guste cabalgar — me dijo con un guiño —. Ya lo repetiremos, pero sin caballos.

Le di una colleja al entender sus segundas intenciones. Él me respondió agarrándome el culo. Le di otra colleja y subió la mano hasta mi pecho. Cubrí su mano con la mía para apartarlo, pero cuanto más forcejeaba más me magreaba. Le escuché una risita cuando se endureció el pezón. La mierda del crío me metía mano como quería y mi cuerpo reaccionaba como si le gustara, cosa que no era cierta para nada. Solté su mano y le di otra colleja. Esta vez se quejó con un fuerte grito, como si lo hubiera matado. Mi hizo gracia, así que entre collejas y sus manos viajeras llegamos al pueblo entre risas.

Por la tarde me libré de Santi, al menos en persona. Me mandó un mensaje al móvil y resoplé al leerlo. Me avisaba de que iba a venir esta noche a enseñarme algo muy bonito. Pues lo lleva claro el crío, pensé, como seguro que se refiere a su polla le voy a bajar la persiana. Sin embargo, cuando subí a acostarme, por algún motivo no me decidí y la dejé subida.

No me asusté esta vez cuando se coló, tengo que reconocer que le estaba esperando. Con total confianza se sentó en la cama a mi derecha, apoyados ambos en el cabecero.

—¿Me has echado de menos, diosa?

—Para nada, y a ver si se te quita la costumbre de meterte en mi habitación cuando te da la gana.

—Yo creo que te gusta que venga a verte, pero dejemos eso, mira, tengo algo que enseñarte.

Sacó el móvil y me eché a temblar. ¿Me habría sacado alguna foto metiéndome mano? Pero no era nada de eso.

—Mira, cariño.

Me mostró la pantalla y fue pasando fotos. Sin que me percatara me había sacado montando a caballo. Se me veía radiante, el pelo al viento y el rostro brillante disfrutando de la cabalgada. Parecía una amazona. Me encantaron las fotos y me recriminé haber pensado mal de él.

—Luego te las paso, pero ¿te has visto? ¿Ves como eres una diosa?

—Eres un exagerado, pero gracias, me gustan mucho. Te han salido muy bien.

—No me des las gracias, van también a mi colección. Creo que van a ser mis preferidas.

—Eres un cielo — le besé en la mejilla. Que tuviera fotos mía en topless y prefiriera estas me enternecía.

—¡Guau! El primer beso — me miró con una enorme sonrisa.

—Calla, idiota —le di un manotazo cariñoso —, no hagas que me arrepienta.

—Vale, pero dame otro.

Me puso la mejilla y repetí el beso dejándolo durar un poco más. Las fotos habían sido un detalle muy bonito y estaba encantada de agradecérselo.

—Eres genial, Paloma.

—Jajaja, ya lo sé.

—Oye, ¿tú no tienes agujetas?

—Ya lo creo, cada vez me duelen más los muslos — me froté la parte interna que había empezado a molestarme hacía un par de horas.

—Si quieres te doy un masaje, seguro que te alivia — me miré las piernas desnudas. Me hubiera gustado, pero no me fiaba.

—No, no hace falta.

—¿Me lo das tú a mí entonces?

—Jajaja, dátelo tú solito , caradura.

—Vale, encantado.

—¡Eso no es un masaje! —exclamé cuando se bajó los pantalones y se agarró el miembro. Como siempre.

—Esto es el mejor ejemplo de masaje, y te recuerdo que has sido tú la que me lo ha ordenado. Sólo cumplo tus deseos, mi reina —me hizo un guiño.

—No me refería a eso y lo sabes — protesté con la mirada clavada en su polla. Estaba morcillona pero iba creciendo por momentos. Me resultaba fascinante —. Al menos date prisa, no nos vayan a pillar mis padres.

—Eso está hecho, cariño, contigo a mi lado no tardaré.

Yo no podía apartar la mirada, a pesar de ser poco más que un crío su polla era preciosa. Grande sin pasarse, rosadita con aspecto suave y con el glande algo más grueso y oscuro por la erección. Movía lentamente la mano arriba y abajo.

—¿No vas muy despacio? Así vas a tardar mucho.

—Es que es una gozada hacerlo contigo aquí, no quiero terminar rápido.

—Pero nos van a pillar.

—Si me enseñas las tetas seguro que acabo antes.

Dejé de mirar su polla para mirarlo a la cara. Tenía un sonrisa inocente. ¡Capullo! Me quité la camiseta y dejé mis pechos al aire. Su sonrisa se amplió, pero no fue más rápido.

—Acelera, Santi.

—Dame otro beso.

Le besé.

—Más largo.

Le besé durante más tiempo, a pesar de todo no aceleró. Yo no es que fuera experta en pajas, masculinas, se entiende, pero no veía que así pudiera correrse y, aunque no creía que alguno de mis padres fuera a entrar siempre existía el riesgo.

—Así no te vas a correr, idiota.

—Pues ayúdame, ven.

Súbitamente me cogió la mano y la llevó a su miembro. Al ver sus intenciones me resistí haciendo fuerza para evitarlo. Santi no me forzó, pero me sujetaba la muñeca sin dejar que me apartara. Mi mano quedó a unos centímetros de él. Miré su pene hinchado debatiéndome. ¿Qué hago? Me bastaría con estirar los dedos para acariciarlo, para tocar su preciosa polla. ¿Debo? Si normalmente me quedaba absorta mirándolo cuando se masturbaba, ahora estaba paralizada, absorta contemplando toda su longitud. Tan cerca. Fui débil, lo confieso, pero es que era superior a mis fuerzas. Al rodear su polla con la mano supe que eso era lo que realmente quería, que, en el fondo, lo estaba deseando. Una no es de piedra, joder.

—Así cariño, despacito.

Ahora que era yo la que marcaba el ritmo tampoco me di prisa. Era una gozada sentir su polla caliente, dura y suave a la vez en mi mano. Era como si palpitara entre mis dedos, como si fuera un ser vivo independiente de Santi. Entreabrí los labios y asomó la puntita de mi lengua.

—Eres estupenda, Paloma, me lo haces genial.

Le dediqué una sonrisa y seguí complaciéndole. Sus manos se movieron buscando mis pechos y los acariciaron con suavidad. Sentí un estremecimiento cuando rozaron mis pezones.

—Uuufff — suspiré bajito.

De su glande habían brotado varias gotas de líquido que ahora mojaban mis dedos. No sé por qué pero eso me excitó. Ahora deseaba que se corriera, que su polla me dedicara una buena descarga y se vaciara en mi mano. Aceleré.

—Aaaahhhh — gimió.

—Aaaahhhh — gemí.

Sus manos apretaron mis senos sin abandonar la suavidad, la mía, en cambio, apretó esa preciosa polla con fuerza sin parar de recorrer rápidamente toda su longitud. gemí otra vez cuando subió las caderas y volví a gemir cuando me sorprendió la primera descarga. Extremadamente excitada no dejé de pajear a Santi hasta que terminó de correrse, jadeante y con una expresión de satisfacción total.

—Lo que decía — me dijo después de recuperarse —, eres la diosa de las pajas. Ha sido la mejor de mi vida.

—Solo lo he hecho para que terminaras pronto — respondí, aunque me sentía muy halagada —. Ahora vete. Seguro que duermes como un niño — se me escapó una risita.

Nos limpiamos con pañuelos de papel y fue a salir por la ventana.

—¿Me das el último beso? — me preguntó volviéndose.

Me levanté para hacerlo. Solo llevaba unas braguitas. Si alguien me hubiera dicho hace solo tres o cuatro días que estaría prácticamente desnuda con Santi en mi habitación me hubiera reído de él. Le besé en la mejilla, pero giró la cara en el último momento y mis labios se encontraron con los suyos. Me atrajo hacia él y prolongó el beso. Sus labios eran suaves y frescos. Cuando su lengua salió a jugar la mía la recibió. Cuando nos separamos, me dedicó una espléndida sonrisa. Sofocada, le correspondí. Tras un nuevo guiño, salió por la ventana.

Terminaba de acostarme cuando pitó el móvil. Era un mensaje de Santi : «Me has distraído y se me ha olvidado decírtelo. Mañana nos vamos de senderismo. Lleva coche. Nos vamos a bañar. Lleva bikini. Yo llevo la comida».

Pensando en el plan, no conseguí dormirme. Al final entendí mi problema. El puñetero Santi no paraba de masturbarse, aliviando su excitación cuando le daba la gana. En cambio yo me ponía cachonda sin llegar a ningún sitio. Lo remedié masturbándome como hacía mucho, mordiendo la almohada para no gritar y viendo la polla de Santi en mi cabeza, sintiendo su dureza en mi mano.

Antes de dormirme pensé en mi chico, Rafa, y me sentí culpable. Le quería, sentía por él un amor sereno y tranquilo y no se merecía que no respetara nuestra relación, pero es que el capullo del vecino había conseguido de mí, poquito a poquito, mucho más de lo que podía darle. Tendría que remediarlo. Mañana hablaría con Santi y le dejaría las cosas claras.

Me levanté antes de lo normal para pedirle el coche a papá. No me pondría pegas, pero solo si él no lo necesitaba. Tuve suerte. Como íbamos a hacer senderismo me puse unas zapatillas de deporte con calcetines, el pantalón corto típico del verano y una camiseta de manga corta para que no cantara mucho la ausencia del sujetador. Preparé una pequeña mochila que usaba muchas veces como bolso y metí la parte de arriba del bikini para cuando nos bañáramos, la de abajo ya la llevaba puesta, un protector solar, el móvil y alguna cosa más. Desayunaba tranquilamente cuando llamaron a la puerta. Se adelantó mi padre y acudieron los dos a la cocina.

—¿Quieres un café, Santi? — le preguntó papá.

—Mejor un Cola-Cao, gracias.

—¿Dónde vais a ir?

—A la Sierra de Valdecorneja.

—Buen sitio, la subida es suave y el arroyo que baja de la sierra tiene sitios muy bonitos.

—Sí, pasaremos un buen día.

—Hija — me dijo a mí —, llévate el móvil por si os pasa algo. Vais cerca, así que no necesitas echar gasolina.

Partimos enseguida. Santi me contó que traía tortilla de patata y croquetas de jamón. Llevaba también dos botellas de agua congeladas para que llegaran fresquitas.

—Oye, Santi, quiero hablar contigo — le interrumpí.

—Qué mal suena eso — me respondió.

—Es que necesito explicarte una cosa.

—Pues tú dirás, cariño.

Hice una mueca al oír lo de “cariño”. Me gustaba que me lo dijera, pero ese era precisamente el problema.

—Tengo novio — le solté de sopetón temiendo su reacción.

—¿Y? — me dijo tan tranquilo.

—Pues que tengo novio y le quiero mucho. No quiero seguir así contigo, no quiero hacer contigo las cosas que hacemos. Me parece mal y tú me vas forzando a cosas que no deseo.

—Pero Paloma, cielo, a ver cómo me explico — hizo una pausa —. Mira, que tengas novio no me importa. Al fin y al cabo me sacas muchos años y aunque yo estaría feliz, no creo que quieras una relación seria y larga conmigo. Tú eres una mujer que trabaja y yo solo un estudiante, y por varios años todavía. Me encantaría que lo nuestro llegara a algo más serio, pero no te lo puedo ofrecer de momento.

—Está claro — le dije aliviada de que lo entendiera.

—Si. En cuanto a lo segundo, no creo haberte obligado a nada. Cierto que te hice unas fotos, pero como te aseguré no te saqué la cara y no las he compartido ni lo voy a hacer. Me he comportado correctamente y he sido honesto contigo. Cierto también que te presioné para que fueras sin sujetador, ahí te doy en algo la razón, pero recuerda que tú aceptaste el trato. Estuviste de acuerdo. Me cuelo en tu habitación algunas noches, cierto también, y no hacemos punto precisamente, pero Paloma, diosa mía, ¿no has disfrutado? ¿Hemos hecho daño a alguien? ¿Te he obligado alguna vez a hacer algo que realmente no querías?

Hizo otra larga pausa. Yo miraba la carretera pensando en lo que me decía y repasando en la cabeza todas nuestras circunstancias.

—Ahora dime, Paloma, sabiendo que no me interpondré entre tu novio y tú, ¿no te estás divirtiendo? ¿no estás disfrutando de nuestras pillerías? ¿no te gusta tener a un chico adorándote y deseándote como si fueras lo más maravilloso del mundo? Cuando acabe el verano cada uno volveremos a nuestras vidas y posiblemente no nos volveremos a ver, pero mientras, ¿no quieres ser mi diosa? Además — prosiguió cambiando el tono —, seguro que echarías de menos ir sin sujetador.

Se calló y miró la carretera dándome tiempo para pensar una respuesta, valorando sus argumentos. Aunque sí que me había medio obligado al principio, después estuve encantada de rendirme a sus manipulaciones. Recordé lo mucho que me había gustado pajearle la noche anterior. Consideré también lo que dijo sobre nuestra relación. Era cierto que lo nuestro acabaría con la misma facilidad con la que había empezado. Recorrí varios kilómetros antes de contestarle.

—Creo que tienes razón — le dije mirándole.

—¿En qué, cariño? — me dijo con una ligera sonrisa.

—En que echaría de menos ir sin sujetador.

Me reí a carcajadas aliviada al haber tomado una decisión. Santi rio conmigo y se soltó el cinturón de seguridad. Se inclinó y me dio un largo beso en la mejilla. El resto del camino lo hicimos cantando, si es que se puede llamar cantar a lo que salía de nuestras bocas. Yo canto mal, pero Santi todavía peor, jajaja.

Aparcamos el coche junto a la carretera, en una pequeña área de descanso y nos pusimos a subir la sierra con Santi encabezando la marcha. Había un sendero que se debía usar bastante por lo limpio que estaba de vegetación y nos cundió bastante. De vez en cuando veíamos a alguien a lo lejos o nos cruzábamos con algún madrugador que bajaba. Yo caminaba ligera, liberada de la desazón me sentía genial.

—Ve tú delante — me pidió Santi retrasándose.

—¿Y eso?

—Para verte ese culo bonito — me dijo tan campante.

Sonreí y obedecí. Durante unos minutos meneé las caderas provocativamente, escuchando a mi espalda alguna risita. Cuando la senda se ensanchó nos pusimos lado a lado.

—Por aquí vamos paralelos al arroyo — me explicó —, hay tres sitios ideales para parar y darse un baño. En el primero casi siempre hay gente en verano, en el segundo no suele haber nadie, solo lo conoce la gente de la zona. El tercero está bastante arriba y es muy raro que alguien suba hasta allí. Ese es nuestro destino.

—¿Cuánto vamos a tardar?

—Nos queda todavía una hora o así. ¿Vas bien?

—Sí, la verdad es que es una mañana estupenda para hacer esto — había amanecido nublado y el solo no calentaba mucho. La temperatura parecía más fresca que otros días.

—¿Quieres agua?

—Sí, un sorbito.

Sin pararnos sacó una botella y bebí lo poco que se había derretido, el resto seguía siendo hielo. Subimos siguiendo el camino, serpenteando por el monte. A veces Santi me cogía de la cintura, otras íbamos de la mano. Me parecía tan natural que ni lo pensaba. En la primera parada vimos a la gente al borde del arroyo. Nos sentamos a descansar unos minutos sobre una roca. Habría como quince personas, entre adultos y niños. Subimos después hasta la segunda parada. Una única pareja se metía en ese momento en el agua.

Mediada la mañana llegamos a nuestro destino.

—Mira — me indicó Santi señalando con la mano.

Un ensanchamiento del arroyo creaba una especie de piscina natural, pequeña pero muy bonita. Lo que me pareció mejor es que los árboles llegaban justo hasta la orilla del cauce y tendríamos sombra.

—Es precioso, me gusta mucho el sitio — le dije encantada.

—Sabía que te iba a gustar. Vamos a dejar las cosas a la sombra.

Dejamos la mochilas y bebimos agua antes de que se calentara. Santi se quitó el calzado y le imité, estuvimos un rato sentados en un tronco, descansando estirando las piernas y meneando los dedos de los pies.

—¿Un bañito, Paloma? — me propuso al rato.

—Sí, me apetece.

Se quitó la ropa quedándose en bañador. Yo me quité el pantalón y busqué en la bolsa la parte de arriba del bikini. Sin vergüenza alguna me quité la camiseta y me lo fui a poner.

—¿Qué haces, cielito? — me preguntó serio.

—Ponerme el bikini, por si viene alguien.

—De eso nada. Un trato es un trato, pero no te preocupes que aquí no viene nadie.

Lo sopesé con el bikini en la mano. Terminé aceptando.

—Vale. Aunque entonces tú deberías hacer igual — señalé su bañador.

—¿Seguro? — me miró con picardía.

—Eh… mejor no — contesté pensando en las posibles consecuencias.

—Jajaja, venga, vamos al agua. Dame la mano.

—Entramos agarrados para no perder el equilibrio con las piedras. El agua estaba realmente fría y daba grititos de la impresión. Al legar al centro el agua nos llegaba por la cintura. Conté uno, dos y tres y nos metimos hasta el cuello. Me estremecí varias veces para adaptarme al frio.

—Está helada — protesté.

—Ven.

Le abracé y rodeé con las piernas. Pegué mi pecho al suyo buscando calor. Él me rodeó con los brazos guardando el equilibrio en cuclillas.

—Así quería tenerte . me dijo con un guiño.

—Calla, tonto, que tengo frío.

—Pues yo cada vez tengo más calor.

Me restregué contra su pecho frotando los pezones duros por el frío. Tuve que separarme de él ya que empezaba a notar un bulto presionando mi entrepierna. Dedicamos un rato a jugar en el agua y terminamos haciendo el muerto, flotando boca arriba.

—Eres un espectáculo — me decía al ver mis pechos asomar a la superficie.

—Y tú un salido, jajaja.

—¿Cómo no iba a serlo?

Estuvimos hasta que me entró frío y nos salimos. Santi repasaba mi cuerpo desnudo y húmedo con la mirada, pero en vez de molestarme me sentí apreciada.

—Me ha entrado hambre, ¿comemos? — le propuse.

—Claro, es que ha sido mucho ejercicio.

La tortilla estaba buena y las croquetas mejor todavía, además todavía el agua estaba fría y daba gusto beberla. Después nos tumbamos a la sombra un rato y estuvimos charlando sin parar. Me contaba cómo era su vida de estudiante y yo le explicaba las vicisitudes de mi trabajo. Todo el rato estuve en topless y, salvo al principio, ni siquiera lo pensé. Estaba realmente a gusto. Me gustaban las miradas apreciativas de Santi y la brisa refrescaba mi piel. La sensación era muy agradable.

—Oye, cariño — me dijo cambiando de tema —. Me gustaría hacerte más fotos, es que en bikini estás tremendamente guapa.

—¿Tremendamente guapa? — contesté con retintín.

—Bueno, en realidad quería decir que estás buenísima, espectacular, como una diosa de la sensualidad y la belleza.

—Jajaja, qué pelota eres. ¿No tienes ya bastantes? — no me importaba hacerme más fotos, pero quería que rogara un poquito.

—Para nada. Tengo un disco duro externo enorme que espera ser llenado con tu belleza y simpatía.

—Jajaja, es que ahora no me apetece mucho. Estoy muy a gusto aquí tumbada — seguí resistiéndome.

—Anda, porfa, me hace mucha ilusión.

—Vaaale — cedí —. Pero sin cara, ya sabes.

—Por supuesto.

Me puse al sol donde me indicó y posé para él. Adoptaba las posturas que me iba pidiendo y el sacaba fotos incansable. De vez en cuando me las enseñaba y borraba alguna en la que se me veía parte de la cara. Me pidió que levantara mis pechos con las manos y le complací, que tirara de mis pezones y lo hice también. El asunto me estaba calentando, y a juzgar por su bulto a él también.

—Ahora de espaldas.

—Claro, Santi.

Seguí posando. Me metí las braguitas del bikini entre las nalgas a petición suya, luego lo bajé hasta la mitad del culo. El seguía tomando fotos sin parar mientras ambos nos calentábamos más y más.

—¿Quieres ponerte a cuatro patas? — me pidió con algo de timidez. Raro en él.

—Tú lo que quieres es verme con las tetas colgando — le dije.

Asintió con la cabeza y lo hice. Arqueé la espalda para que la imagen fuera más insinuante. Mi culo sobresalía claramente y mis tetas colgaban bajo mi pecho. Se quedó tan pillado que tardó un poco en seguir tomando fotos.

—Bueno, ya — dije —. Ahora te toca.

—¿Qué? — contestó sorprendido.

—Que te toca. Dame el móvil y ponte ahí.

Intrigado se puso donde le dije sin saber qué hacer.

—Levanta los brazos y saca bíceps — le pedí — . Ahora haz el egipcio.

Le hice adoptar varias posturas a cual más ridícula. Santi cumplió y entre risas de los dos posó como le dije. Solo dudó un par de segundos cuando le hice una última petición.

—Ahora quítate el bañador.

Lo lanzó lejos sin cortarse y mostró el miembro, orgulloso apuntando hacia arriba. Le hice varias fotos, de frente y de perfil pensando en lo bonito que era.

—Ahora primeros planos.

Me acerqué y me pude de rodillas. A escasos centímetros le saqué varias fotos con mucho detalle.

—Las tuyas me las tienes que mandar luego — le pedí y seguí disparando.

Santi posaba inmóvil atendiendo mis peticiones, hasta que se acercó un poco más. Ahora tenía su miembro a un par de centímetros de mi nariz. Al verlo tan cerca bajé el móvil y me quedé quieta mirándolo, apreciando todos los detalles. Con los ojos bizcos lo contemplaba deslumbrada, como un ciervo antes los faros de un coche. Con mucha lentitud se terminó de acercar y me tocó la nariz. Cerré los ojos y seguí inmóvil. Despacito, como con dulzura, me lo pasó por la frente, me tocó los ojos con la punta y recorrió mis mejillas, primera una y luego la otra. Sentía el calor que desprendía, era como un hierro candente abrasando mi piel. Mi respiración se aceleró. Cuando me tocó la boca le miré. Separó los labios haciendo un círculo. Supe lo que quería y obedecí.

Despacio, con mucha tranquilidad, metió solo el glande en mi boca. Lo rodeé con la lengua y lo lamí apretando ligeramente los labios en torno a él. Me dejó que lo lamiera un ratito antes de seguir profundizando, ahora tenía casi la mitad de su polla en mi boca. Apreté más fuerte los labios y seguí lamiendo. Me gustaba mucho, disfrutaba. Tras unos minutos volvió a adelantarse y me la metió todo lo que soporté.

Hasta ahora ninguno había usado las manos. Había sido algo lento, erótico y dulce, pero cuando me la metió entera llevé las manos a sus muslos para sujetarme y poder chupársela en condiciones. Él me sujeto la cabeza y acompañó mis movimientos. De la lentitud pasé a la urgencia, de la dulzura a la lujuria. Estaba tan cachonda con la polla de Santi en la boca que la mamaba con gula, con ansia. Mi lengua no paraba, mis labios apretaban con fuerza, mi cabeza subía y bajaba devorando el manjar. Santi perdió el aplomo que había demostrado hasta entonces. Me sujetaba la cabeza con las dos manos y me obligaba a subir el ritmo, a profundizar más y más, moviendo las caderas. Enfebrecida con su impetuosidad le seguía como podía totalmente entregada. Llevé una mano a sus testículos y los apreté suavemente sin dejar de mamar. Mi lengua se volvía loca recorriendo la preciosa polla. Deseé que no terminara nunca de lo excitada que estaba y por lo mucho que estaba disfrutando. Pero todo lo bueno se acaba.

—Me voy a correr, diosa mía, no resisto más.

—Uummppfff — respondí.

—¿Dónde? ¿Dónde? — preguntó, mi cabeza no estaba en su mejor momento y no lo entendí.

—Uuummgfff.

—¿Dónde lo echo? — ahora sí.

—En mis tetas — le dije rápidamente deteniendo la mamada solo un segundo.

Proseguí chupando y lamiendo y creo que incluso mordiendo, con la cabeza zarandeada por sus manos hasta que se salió repentinamente. Llevé las dos manos a la húmeda polla y le masturbé frenéticamente. Me recompensó con un fuerte chorro que me pringó la barbilla y el cuello. Cambié el ángulo y los siguientes regaron mis tetas con semen hirviente. Santi jadeaba como un poseso y yo gemía de la excitación. Cuando terminó de correrse nos miramos con los ojos brillantes. Acaricié sus testículos con dulzura sin dejar de mirar sus ojos.

—Voy al agua — le dije al rato sonriente —. Me parece que tengo que limpiarme.

—Gracias, Paloma, ha sido lo mejor de mi vida — me aupó de la mano y me acompañó al arroyo.

—Me alegro que te haya gustado, a mí me ha gustado mucho — reconocí.

Al llegar al centro de la corriente nos agachamos y me abrazó por la espalda. Él mismo se encargó de limpiarme. Sus manos recorrieron mi barbilla, cuello y pechos limpiando el semen. Me gustó que me atendiera.

—Ahora tú — me dijo al oído bajando la mano a mi entrepierna.

Apreté las piernas sorprendida. Me había pillado con la guardia baja.

—¿No quieres? — intenté discernir en la maraña de mis pensamientos lo que quería realmente —. No te preocupes, no te haré el amor hasta que me lo pidas.

Solo tardé un instante en separar los muslos. Santi, en vez de masturbarme como esperaba, se entretuvo en sacarme el bikini y lanzarlo fuera del agua. Completamente desnuda en sus brazos me abandoné, dispuesta a dejarme hacer lo que quisiera. Con más mimo del que necesitaba en ese momento, me acarició despacio. Separó mis labios mayores y recorrió mi coñito. Yo tenía una imperiosa urgencia por correrme, pero resistí y lo dejé en sus manos. Con una habilidad insospechada para su edad, poco a poco, me fue tocando y aumentando mi excitación. Gradualmente elevó el nivel de placer, frustrantemente despacio, hasta que llegó al clítoris. Bastó que lo frotara en círculos unos instantes para que explotara en un orgasmo demoledor.

—Aaaaaggghhhhhhh — gemí.

Sus hábiles dedos prolongaron el orgasmo con sus caricias. Cuando terminé, jadeante y sofocada, le supliqué :

—Otra vez, Santi, por favor.

Me complació al momento. Esa vez me penetró con dos dedos y me folló con ellos hasta que su otra mano abandonó mis pechos y la bajó para encargarse de mi clítoris. Si el primer orgasmo había sido fabuloso, este segundo no lo fue menos. Gemí como una perrita sintiendo que mi cuerpo se deshacía en una explosión de placer.

—Ahhh… ahh… jadeé intentando respirar.

Santi me abrazó con fuerza hasta que me repuse y volví a ser persona. Me giré y le agarré la cara con las manos.

—Ahora soy yo la que te da las gracias. Ha sido fabuloso. Gracias — le dije.

—Lo que mi diosa ordene. Estoy para complacer — me guiñó un ojo con picardía.

—Capullo — y le besé. No un beso en la mejilla. Nos comimos la boca no sé el tiempo. Mucho. Nuestras manos recorrieron ávidas nuestros cuerpos, sin saciarnos. Al final acabé tiritando y, lamentándolo mucho, tuvimos que salir.

—Voy recogiendo, empieza a ser la hora — me dijo Santi después de que pasáramos otro buen rato tumbados a la sombra.

—¡Qué pereza! Con lo bien que se está aquí.

—Jajaja, tienes razón, pero entre el camino y el coche tenemos más de dos horas de viaje.

—De acuerdo, vale — convine.

Recogimos los restos de comida y nos vestimos. Busqué mi camiseta.

—Oye, Santi, ¿has visto mi camiseta? — le pregunté mirando alrededor.

—Sí, la tengo en la mochila.

—Ah, menos mal, creí que la había perdido — extendí la mano para que me la diera. Él me vio, me dio un beso en la palma y siguió a lo suyo.

—¿Me la das, Santi?

—Eh… no, creo que no.

—¿Cómo qué no? — le espeté.

—Que no. Quiero que vayas sin ella.

—¿Cómo voy a hacer eso? Me va a ver cualquiera.

—Nah, no creo, ya no quedará casi nadie.

—¿Pero, y si queda alguien? — me escandalicé.

—Eso sería divertido, ¿verdad?

—Tú y yo no tenemos la misma idea de diversión.

—No es para tanto, cariño, y si te portas bien te la doy al llegar al pueblo. Además, te llevo la mochila para que no te roce la piel.

Conociendo a Santi y lo cabezón que era cuando se le metía algo entre ceja y ceja me di por perdida. Intentar razonar con él sería inútil. Levanté los brazos al cielo y bufé.

—Pues vamos, cuanto antes mejor.

—Ese es el espíritu —. Me contestó con todo el morro.

—De todas formas vas a tener un problema. Ese amiguito tuyo — le dije señalando su bañador —. Conociéndolo, te va a dar guerra por el camino. No puedes resistirte a ver mis tetas.

—Tienes razón — me dijo con algo de preocupación.

—Lo sé, con lo salido que estás se te van a poner los huevos azules — veía posibilidades de victoria y recuperar la camiseta.

—Sí, sí — dijo pensativo —. Bueno, si pasa eso tendremos que solucionarlo de alguna manera — meneó las cejas.

Derrota total.

Bajamos el monte de la mano. Al principio iba nerviosa, pero me calmé según íbamos andando. Creo que incluso disfruté de ir en topless por el campo. Era liberador. Y me gustaba la actitud de Santi. No paraba de mirar el balanceo de mis pechos y mostraba un bulto imponente bajo el bañador. Contuve la sonrisa para no darle alas.

Al pasar por la primera parada en el arroyo no había nadie, respiré aliviada y seguimos bajando. Antes de llegar a la última sí que se oyeron voces, lo que me puso muy nerviosa. Me cambié de lado con Santi para que al menos me cubriera con su cuerpo y aceleré al pasar. Me vio un chico porque se quedó mirando fijamente con los ojos como platos, pero los demás no se percataron. En cuanto pasamos me reí nerviosamente.

Fue peor al llegar al aparcamiento. Justo salía un coche en ese momento y temí que llegara algún otro inoportunamente y me viera en todo mi esplendor. Le pedí a Santi la camiseta pero se negó, así que eché a correr hasta el coche. Lo malo fue que las llaves estaban en mi mochila y ésta la tenía Santi. Tuve que esperar, dando saltitos inquieta hasta que Santi se dignó llegar caminando despacio y me dio la mochila.

La vuelta en coche me resultó divertida. Con el cinturón de seguridad puesto, mis pechos estaba separados y eran más notorios, por lo que cada vez que nos cruzábamos con un coche, que era a menudo, me escurría hacia abajo para ocultarme en la medida de lo posible. Santi ser reía jocosamente, pero yo me consolaba pensando en el dolor de huevos que estaría padeciendo. No le había bajado la erección desde que empezamos a bajar. Nos carcajeamos los dos en una ocasión, al cruzarnos con un tractor que iba muy despacio y me obligó a aminorar también para que cupiéramos los dos en la estrecha carretera. El conductor, de unos cincuenta años, estaba a mayor altura que en un coche normal y tuvo una perfecta panorámica de mis tetas. Llegó a detenerse para verme pasar sin perderse nada el cabrito. Puso una cara tan cómica que nos entró la risa y no pudimos parar en varios kilómetros.

Nos acercábamos al pueblo y empecé a temer que Santi llevara las cosas demasiado lejos. Afortunadamente la naturaleza se impuso y me pidió meterme por una caminito solitario y parar apartados de la carretera.

—No aguanto más, diosa mía. Mira cómo me tienes — levantó el trasero para bajarse los pantalones y enseñarme una amoratada polla.

—Te avisé — dije satisfecha. Una pequeña venganza.

—¿Lo hago yo o me ayudas? — me preguntó con carita de bueno.

—Mejor tú, pero no te preocupes que yo vigilo por si viene alguien.

Haciendo un puchero empezó a masturbarse. Me reí entre dientes.

—Quita, tonto — le aparté.

—Uf, creí que no me ibas a echar una mano — me dijo sonriendo por el doble sentido.

—Tengo que reconocer que me encanta hacértelo, me gusta mucho tu polla — le dije con sinceridad, quizá demasiada.

—Pues no te cohíbas que yo siempre estoy dispuesto.

—Ya me he dado cuenta, jajaja.

Le pajeé con la mano y luego me incliné para lamerle la puntita. Me recompensó con un gemido de satisfacción, así que continué masturbándole y lamiéndole a la vez. Él llevó una mano a mis pechos y me los magreó con suavidad. Me gustaba la forma que tenía de tocarme, lo bien que me trataba. Tras un rato mis esfuerzos dieron sus frutos y me avisó que terminaba. Hice que se corriera sobre su pecho sin parar de masturbarle.

Con mi amigo bastante más relajado que yo continuamos el viaje. Le volví a pedir la camiseta y se negó.

—Me dijiste que si me portaba bien me la devolverías — insistí viendo las primeras casas a lo lejos. Me agaché al pasar un coche —. Y creo que me he portado muy bien — le di dos palmaditas en el paquete.

—Tienes razón — contestó —. Sí que te has portado bien. Vamos a hacer una cosa. El día que tú quieras en vez de pantalón te pones falda. Seguro que estás preciosa.

—Vale, sin problema — le dije aliviada.

—Sin bragas, claro.

—¿Qué? Ya voy sin sujetador casi todo el tiempo, ¿ahora también sin bragas? — me escandalicé.

—Eso es, pero te dejo elegir el momento, no te quejes.

La llegada al pueblo era inminente. Tenía que tomar una decisión.

—Vale. Dame la camiseta.

La buscó en la mochila y me la pasó. Me la puse a toda velocidad. Más tranquila recorrimos los últimos metros. Al bajar del coche, que aparqué en la calle de al lado de la nuestra por ser más ancha, Santi me agarró y me besó. Me alarmé por si nos veía alguien, pero no me pude resistir y le devolví el beso.

—Gracias por un día fantástico, mi diosa — me dijo con un último piquito.

—Gracias a ti, capullín — le di otro pico.

Caminamos hacia casa y cada uno se metió en la suya.

Esa noche no fue a verme, pero recibí en el móvil las fotos de su pene y algunas de las mías, las más provocativas. Entre unas y otras me encendí y tuve que masturbarme. Santiaguito me provocaba muchas cosas y ninguna era buena.



-Continuará
 

heranlu

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Un Chavalín hace Conmigo lo que Quiere – Capítulos 03


El día siguiente lo pasé tranquila. Santi no había aparecido y no quise llamarlo. Aunque habíamos aclarado las cosas entre nosotros, no dejaba de sentir culpabilidad. Por mucho que lo nuestro fuera un rollo de verano sin trascendencia para el futuro, le estaba poniendo los cuernos a mi novio. Eso era innegable. Si él estuviera haciendo lo mismo yo estaría muy dolida. Por otro lado, la química entre nosotros era increíble. Casi siempre había sido yo la que lo había complacido a él, pero es que su polla me atraía como la luz a una polilla. No me había pasado nunca, que quisiera gozar de ella simplemente teniéndola en mis manos. Lo que era de todo punto insólito era la lujuria y el ansia que había sentido cuando le hice la mamada en el rio. Cuando se la chupaba a Rafa era más por obligación que por otra cosa. Como sabía que le gustaba le daba el gusto, pero siempre deseando acabar y terminarlo con la mano. Con Santi era… en fin, era distinto. Me había hecho hacer cosas que no hubiera imaginado, me había atrevido a cosas que jamás me hubiera permitido. Pensé que lo ideal sería una mezcla, el carácter tranquilo, sereno y cariñoso de Rafa y las travesuras y picardía de Santi. Con su dosis de malicia, que me ponía mucho. Ah, y su inacabable energía, que por mucho que le llamara salido era indudablemente halagador que siempre estuviera dispuesto. Por mí y para mí.

Estaba esa tarde en el patio enredando con el móvil cuando apareció mi padre.

—Qué bien que te encuentro, hija. Esta noche salimos de aventura.

—¿Qué? — me reí. El pueblo no parecía el sitio para correr grandes aventuras.

—Que sí, cariño. Bueno, no es que sea algo muy emocionante, pero al menos es una bonita oportunidad.

—A ver, cuéntame. ¿Tengo que sacar el sombrero de Indiana Jones? — le dije con cachondeo.

—Jajaja, es que me he encontrado al venir de la otra casa con Lola y Santi y me han dado la idea. Esta noche son las perseidas, ya sabes, los meteoritos esos que van cayendo como estrellas fugaces.

—Sí, papá, sé lo que son. Las estrellas de San Lorenzo.

—Pues eso. Que vamos a ir a verlo al campo, para que haya oscuridad y lo apreciemos bien.

—Me parece genial. ¿A qué hora son?

—Por lo visto empezarán a caer sobre la una, pero la mayor frecuencia será sobre las tres.

—Vale, por una noche sin dormir no pasa nada.

—Genial, a las doce vienen Lola y Santi y vamos todos juntos — me informó.

—¿Qué?

—¿No te lo había dicho? Vamos con los vecinos. Santi nos enseñará un sitio que dice que es perfecto para esto. El Monte Blanco, dice que se llama. Está lleno de rocas y muy cerca de la carretera. Ahora te dejo, que voy a comprar un par de linternas.

Me quedé cavilando. No me lo despego ni debajo del agua, pensé. Un hormigueo recorrió mi cuerpo. Tuve una idea y sonreí. Jajaja, seguro que eso no se lo esperaría.

A las doce, puntualmente, llegaron. Los padres pasaron a la cocina mientras mamá recogía unas bebidas. Santi me acompañó en la entrada.

—Eres una cabrona — me dio un tironcito de la falda.

—Ja, como podía elegir el momento este me ha parecido bien. De noche no me verá nadie.

—Has sido muy lista. ¿No llevarás bragas? — me acarició el trasero sobre la falda.

—Por supuesto que no. Un trato es un trato — le aparté la mano —. NI sujetador — y le guiñé un ojo.

Nuestro acuerdo sobre eso era no ponérmelo por las mañanas, pero quise darle un gusto y empezaba a molarme tenerle todo el tiempo caliente. Me miró de arriba abajo. La faldita roja era quizá un poco corta para ir al campo, hasta medio muslo, y arriba llevaba una blusa blanca con botones. Había dejado desabrochado uno de más y, si juntaba los brazos, mis pechos parecía que se querían salir. Como quien no quiere la cosa le hice una demostración.

—Estás espectacular — me dijo con una sonrisa pícara —. ¿Te has vestido así para mí?

—Claro que no — le volví a apartar la mano que buscaba mi culo —. Es para las perseidas, jajaja.

Volvieron los papás y salimos de casa. No me di cuenta en ese momento, pero todas mis reflexiones sobre Santi y mi novio quedaron en el olvido. De lo que sí me di cuenta al subir al coche era del peligro que entrañaba. Delante se sentaron mis padres, y detrás se puso Lola a un lado, Santi en el centro y yo en el otro lado. En cuanto salimos del pueblo y desapareció el alumbrado sentí una mano en mi muslo. Lancé a Santi una mirada acusadora, pero me ignoraba y hablaba con su madre. Intenté quitar su mano, pero se resistió. Conociéndole como le conocía sabía que terminaría haciendo lo que quisiera, así que me limité a poner mi mano sobre la suya para que se viera lo menos posible. Había poca luz, pero algo se veía.

Pronto empezó a acariciarme, primero sin moverse del sitio, luego subiendo hacia zonas más peligrosas. Ya había llegado bajo mi falda, aunque me alegré, sería menos visible. Apreté fuerte los muslos impidiendo que llegara donde no debía, aunque solo le costó unas pocas caricias en mi pubis para hacerme cambiar de opinión. Creo que para sorpresa de los dos, separé las piernas. ¡Ese jodido crío me estaba volviendo tan salida como él! Volvió la cara para dedicarme una sonrisita y siguió charlando con su madre y mis padres como si tal cosa.

Por fortuna Santi decidió ser bueno, o al menos poco malo, porque aunque me metió mano cuanto quiso, lo hizo de forma tranquila y cariñosa. No dejó un centímetro de mí sin explorar, ni siquiera el clítoris al que le dio un solo toquecito, pero aunque me tuvo caliente como una perra con sus caricias, no llegó hasta el final, no hizo que me corriera delante de todos los padres. Y era tal mi entrega que si se lo hubiera propuesto me habría corrido sin remedio. Ese niño maldito me convertía en una zorra con solo tocarme.

Llegamos a la zona convenida y mi padre paró el coche a un lado, separado de la carretera. Para entonces mi entrepierna era un charquito y respiré aliviada. Salimos todos, yo con las piernas flojas, charlando animadamente. Era una bonita experiencia y estábamos de buen ánimo.

—Hay que subir por ahí — nos indicó Santi —, en quince o veinte minutos hay un sitio muy bueno para esperar.

Teníamos tres linternas, una mi padre, otra Lola y otra mamá. Recogimos la bolsa de las bebidas y empezamos a subir.

—Ven conmigo, Paloma — me dijo mi torturador sacando el móvil —, yo te alumbro.

Dejamos que se adelantara el resto y los seguimos. Eso me dio oportunidad para hablar con Santi.

—Escucha, Santi. No has debido toquetearme en el coche — subíamos de la mano.

—¿No te ha gustado?

—Sabes que sí, pero no era el momento ni el lugar — le intenté explicar.

—Nadie se ha dado cuenta, cariño, he estado atento.

—Pero es un riesgo, no quiero que nuestros padres sepan lo que hacemos. ¿Qué diría tu madre?

—En eso tienes razón, te llamaría asaltacunas.

—¿Ves? Encima de que yo soy la víctima de tus manipulaciones — exageré un poquito.

—Jajaja, para ser una víctima no sufres mucho.

Me tuve que reír, el salido tenía unas salidas…

—Anda, tira para arriba que te voy a dar una colleja.

Llegamos a nuestro destino y ciertamente era un sitio muy chulo. Una gran explanada coronaba el pequeño monte. Estaba cubierta de grandes rocas blancas clavadas en la tierra. A la luz de las linternas relucían plateadas. Nos quedamos todos un rato en silencio contemplándolo.

—Lo llaman el Monte Blanco por esto. Las rocas son graníticas y el cuarzo reluce en la oscuridad — explicó Santi. Le miré pensando que quizá hubiera en él más de lo que parecía.

—Es un sitio precioso — dijo mi madre.

—Estoy de acuerdo — convino papá —. Vamos a ponernos cómodos. ¿Alguien sabe hacia dónde hay que mirar?

—Hacia arriba y un poco al este — apuntó Santi. Nos lo quedamos mirando —. Hacia allá — indicó con el brazo.

La noche era perfecta. La temperatura era buena y las estrellas, aunque no iluminaban mucho, bastarían cuando apagáramos las linternas. Nos sentamos los cinco en corro y bebimos refrescos, como si estuviéramos de campamento. Lola nos contó los problemas que había tenido con su ex. Nada serio ni traumático, pero se habían distanciado y terminaron separándose. Nos confesó que todavía lo quería, pero de forma más amistosa, como al padre de su hijo, que de forma romántica. Yo le di un apretón de mano a mi amigo. Papá nos contó una par de barbaridades que hizo de pequeño en el pueblo. Por lo visto era normal liarse a peleas de cantazos. Menos mal que la civilización había progresado.

Estábamos tan entretenidos con las anécdotas que nos sorprendió cuando Lola saltó en el sitio.

—¡Allí, veo una! — señaló.

Dirigimos todos la mirada donde indicaba y vimos la primera estrella fugaz. Un solo segundo, pero algo es algo.

—Yo voy a apoyarme en alguna piedra, así no se me rompe el cuello — dijo mamá.

Nos pareció una buena idea y nos levantamos todos buscando un buen sitio, una roca sobre la que apoyar la espalda. Papá encendió la linterna hasta que nos colocamos. En cuanto la apagó apareció Santi y me cogió la mano.

—Ven — susurró.

—No — le respondí. No quería armar ningún número ante todos.

—Ven — insistió.

Me levanté intentando no hacer ruido y le seguí. Dimos un rodeo y nos sentamos de cara al este, pero dejando que dos grandes rocas se interpusieran en la línea de visión de nuestros padres. Allí en lo alto del monte, de noche en medio de la oscuridad era como si estuviéramos solos en el mundo. Cuando Santi se inclinó y me besó me abracé a él y disfruté del beso. Me pareció muy romántico, sobre porque se limitó a besarme y a abrazarme. Durante mucho rato nos estuvimos achuchando hasta que nos miramos a los ojos con pasión en la mirada.

—Desabróchate la blusa, mi diosa. Voy a comerte entera.

Me quité los botones despacio, anticipando lo que iba a venir, escuchando a nuestros padres que de vez en cuando exclamaban : mira una, o, allí allí.

En cuanto abrí la blusa Santi me acarició los pechos con mucha dulzura, como adorándolos. Eso me gustaba mucho de él. Me hacía sentir la mujer más bella del mundo. Di un gritito al sentir su lengua en mi pezón.

—¿Pasa algo, hija? — escuché a papá.

—No, nada. Un bicho — contesté pellizcando a Santi en la cintura.

—Este bicho te va a devorar — bajó la cabeza y se puso a ello.

No solo lamió mis pezones. Saboreó y chupó todas mis tetas sin dejar un milímetro por recorrer. Me daba pequeños mordisquitos que me hacían difícil mantener el silencio, pero estaba gozando enormemente de sus atenciones. Ahora sí, cuando lamía y apretaba suavemente mis pezones entre sus dientes tenía que taparme la boca para no emitir ningún gemido. Mis manos terminaron buscándole, posándose sobre su polla que presionaba el pantalón. Apreté sobre la tela apreciando su dureza.

—Todavía no, diosa, primero tú — me dijo poniendo las manos en mis hombros y echándome sobre el suelo.

Miré el cielo y alguna perseida recorriendo el horizonte hasta que cerré los ojos y llevé las manos a mi boca al sentir la cabeza de Santi entre mis piernas. Oh dios, no iba a resistir. Separé y levanté más los muslos para que los mordisqueara y lamiera a placer. Casi grito cuando llegó a mi rajita y la lamió de arriba abajo. Su habilidad lingual era pasmosa, la movía como un maestro consiguiendo que me derritiera en su boca. Me tuvo “sufriendo” el tiempo que quiso, hasta que pareció decidir que había llegado el momento y me metió dos dedos en el coño. Su lengua subió hasta mi clítoris y, estimulada por partida doble, follada y lamida a la vez, me corrí aguantando los gritos que necesitaba aullar a la noche. Abrí los ojos y vi estrellas pasar, no sé si fugaces o era mi cerebro celebrando una fiesta en honor de mi eufórico coño.

Santi se movió y me besó. Mi lengua se llenó de mi propio sabor y chupé la suya encantada. Las cosas que hacía con este chico nunca las hubiera hecho, pero ahora me daban morbo y excitaban mi lujuria. Pero lo primero es lo primero. Terminé el besó y busqué el botón de sus pantalones. Necesitaba su polla en mi boca. Saborearla y lamerla enterita hasta hartarme.

—Túmbate tú ahora — susurré —. Te dejo que mires las estrellas.

Su polla, ufana y enhiesta también miraba hacia la estrellas, pero siendo un poco malvada, no la hice mucho caso, al menos al principio. Como él había hecho conmigo le lamí la parte alta de los muslos hasta llegar dando suaves mordiscos hasta sus testículos. Me los metí en la boca, primero uno y luego el otro. Por lo que tensó las piernas deduje que le había gustado y lo repetí, lamiéndolos dentro de mi boca. Escuché un resoplido y me reí por dentro. Después de dedicarlos un buen rato lamí su durísima polla desde la base hasta el glande. Despacio. Sintiendo cómo palpitaba. Tenía muchas ganas de engullirla, pero me contuve. Con la mano la fui moviendo para poder degustarla por entero, lamiendo toda su piel suave y tirante. Santi me agarraba la cabeza y yo me apartaba hasta que me soltaba. Esta vez quería ser yo únicamente la que controlara, no dejarle que me forzara a hacerlo a su gusto.

Lamí y lamí, mordisqueé su glande, volví a los testículos y los dediqué nuevamente mis atenciones. Cuando ya no pude más y me tragué su polla hasta el fondo ambos gemimos de forma audible. Nos quedamos inmóviles, en silencio, pero por suerte solo escuchamos a nuestros padres hablar de las estrellas fugaces que avistaban. Me forcé un poco más y me la metí más hondo, entrando ya en mi garganta y la mantuve lo que pude. Luego la saqué despacio y dejé solo la cabecita en mi boca, jugando con mi lengua, horadando su agujerito con la puntita. De pronto la sentí palpitar. ¡Se iba a correr! La saqué rápidamente y le apreté la base con las dos manos. Noté un par de contracciones que auguraban la inminente eyaculación, pero seguí presionando hasta que se detuvo. Santi resopló.

Volví a lamer la preciosa polla y a metérmela en la boca. Esta vez no prolongué la tortura y me puse en serio. Apreté con los labios y le estimulé recorriéndola de arriba abajo. Aparté sus manos de mi cabeza y seguí con la mamada. Fue bueno y me dejó a mí. Disfruté como una loca, sentir su polla entre mis labios, temblorosa en mi boca, me encendía de formas que no controlaba. Aceleré moviendo la cabeza como un pistón hasta que contrajo las piernas y su miembro palpitó. Liberé la polla y sustituí la boca por mis manos. Con las dos a la vez le masturbé unos segundos hasta que lanzó el primer chorro al cielo, continué estimulándolo hasta que, después de seis o siete descargas, su cuerpo quedó flácido en el suelo. Increíblemente, en todo el tiempo no emitió ni un ruidito.

Con la poca luz que había, pude ver su miembro entre mis manos. Más blandito, pero sin perder del todo la erección, contemplé una gota de esperma coronándolo. No lo había hecho nunca, pero me acerqué y lo lamí. Era la primera vez que probaba el semen y lo saboreé. No era nada del otro mundo. Ni sabía tan mal como algunas amigas decían ni tan rico como decían otras. Pensando en lo que sería recibir la descarga completa en la boca me arrimé a Santi y lo besé. Ahora era él el que paladeaba su propio sabor.

Nos estuvimos besando un buen rato, hasta que me dio algo de miedo que nos pillaran y nos recompusimos la ropa. Sin movernos del sitio, achuchándonos el uno al otro con cariño, todavía tuvimos algo de tiempo para ver la lluvia de las perseidas.

Los días fueron pasando, Santi y yo salíamos a menudo al campo y aprovechábamos para darnos placer el uno al otro, aparte de sus frecuentes visitas nocturnas. Algo distinta fue la vez en que repetimos la ruta de senderismo. Nos bañamos desnudos en el arroyo y nos complacimos mutuamente con un sesenta y nueve. Lo distinto en esta ocasión, aunque no tanto, fue que Santi me escondió la ropa. Toda. Después de mucho insistir tuve que bajar completamente desnuda y esta vez sí que nos cruzamos con gente.

Primero fue una pareja de mediana edad. Ella me llamó «puta» entre dientes y le dio una colleja a su marido por no dejar de mirarme. Luego fueron tres chicas jóvenes. Le dieron menos importancia y se rieron mucho. Llegué abajo completamente abochornada y muy, muy excitada. En cuanto nos alejamos con el coche obligue a Santi a comerme el coño. Dos veces. El chico se esmeró y cumplió con creces, aunque luego vino la consabida negociación para recuperar mi ropa cuando llegábamos al pueblo.

—Venga Santi, dámela ya — insistí.

—No. No has sido suficientemente buena.

—¿Qué, estás loco? Si me he paseado en pelotas por medio monte — razoné.

—Pero luego te has corrido dos veces. Eso lo equilibra, así que no cuenta.

—Vale. Dime lo que quieres — sabía que perseguía algo y se lo acabaría dando.

—Quiero jugar con tu culito.

—¡Pero si me metes mano siempre que quieres! — contesté exasperada.

—No, eso no. Quiero jugar con el agujero de tu culito —me sonrió perversamente.

—¿No querrás meterme nada? Porque ese agujero no es de entrada, solo de salida.

Levantó la mano y juntó los dedos índice y corazón como si fuera a disparar.

—No — negué con la cabeza.

Volvió a levantar la mano.

—Que no.

Me enseñó otra vez los dedos. Desde la primera vez yo estaba convencida de que mi pobre culo estaba perdido, que cuando Santi se proponía algo siempre lo conseguía, pero no podía dejar de resistirme aunque al final tuviera que ceder. Debería comprarme algún libro de “Negociación para tontos”.

—Elige — le descoloqué.

¿Cómo?

—Elige un dedo. Solo uno.

—Vale, tú ganas. Uno solo —me devolvió la ropa y me vestí antes de llegar a las primeras casas.

Sonreí. Era la primera vez que le ganaba en una negociación. Aunque pensándolo bien, le había entregado la primera vez de mi culito. Con un dedo, sí, pero mi virgen culo dejaría de serlo. Realmente era una victoria pírrica.

Esa noche Santi me mandó las últimas fotos que nos habíamos hecho. Se me veía con su miembro en la boca haciéndole una estupenda mamada. Como la había tomado desde arriba, no se me reconocía. Cada vez me hacía más ilusión que me enviara fotos. Era excitante. Al final yo también haría una colección, jajaja.

La siguiente noche atravesó mi ventana. Le hice sitio a mi lado pero no eran esos sus planes.

—Cálzate y ven conmigo — me dijo bajito para que no se nos oyera. Lo habíamos hecho tantas veces que ya era automático.

—¿Qué? ¿Adónde?

—A mi casa. Venga, cálzate — me apremió.

—Si bajamos ahora nos verán mis padres.

—Vamos a ir por la ventana.

Lo decía en serio. Me levanté y miré por la ventana. Él utilizaba una higuera para subir y bajar. La verdad es que no parecía muy difícil.

—Vale, espera que me visto — accedí.

—No. Solo las zapatillas. Confía en mí.

Iba en bragas y camiseta de hombreras sin sujetador. No estaría bien ir así por ahí, pero confié en Santi. Me ayudó a bajar la higuera y luego a saltar el muro que separaba nuestra casa de la suya. Me cogió de la mano y entramos subrepticiamente como dos ladrones. Me llevó hasta su habitación. Yo miraba en todas direcciones preocupada por si nos pillaba su madre.

—Gracias por venir.

—Habla más bajo — susurré.

—Si mi madre no está — me dijo en tono normal —, no vuelve hasta mañana.

—¿Y por qué hemos entrado tan silenciosos? — le di un golpe en el brazo.

—Era más emocionante — sonrió.

Me abrazó y sus labios buscaron los míos. Nos besamos hasta que tiró de mi camiseta. Icé los brazos para que me la quitara. Seguimos besándonos y quitándonos la ropa hasta que estuvimos desnudos. Cuando paramos pude mirar su habitación por primera vez. Era como de niño pequeño.

—Vengo poco y no he cambiado nada en muchos años — me dijo avergonzado.

—Está muy bien.

—Bueno, pero no te he traído para eso.

—¿A no? ¿Y para qué me has traído? — la verdad es que no me parecía un gran misterio.

—Quiero grabarte mientras estamos en la cama. Ya hemos hecho muchas fotos.

Me dejó de piedra. Eso sí que no me lo esperaba.

—Sabes que no puede ser — puse las manos en su cintura —. No quiero que se vea mi cara.

Santi cogió una especie de antifaz de la mesa y me lo enseñó. Era negro, grande y me taparía casi todo el rostro. Parecía casero, seguro que lo había hecho él.

—¿Quieres que me ponga esto y rodar una peli porno?

Asintió bajando la cabeza. Creo que era la primera vez que le veía cortado.

—¿De verdad pretendes que me deje hacer toda clase de guarradas delante de una cámara? — asintió otra vez —. ¿Que sea la protagonista de un porno casero?

Se ruborizó como un tomate y volvió a asentir con gestos.

—Vale. Lo haré encantada.

—¿Sí? ¿De verdad? ¿En serio? — daba saltitos de excitación.

—Que sí, tonto, pero me tienes que dar una copia — le abracé.

—Eso está hecho —me estrechó en sus brazos —. Había pensado mover la mesa ahí y colocar el ordenador para que nos enfoque y luego la webcam y nosotros... — se aturullaba nervioso.

—Como tú quieras, cariño. ¿Y qué cosas quieres que grabemos para la posteridad?

El insólito Santi tímido desapreció y regresó el habitual pícaro y juguetón. Bajó una mano hasta mi culo y me dio un apretón.

—Quiero grabarte gritando de placer y pidiendo más.

—Pues tendrás que currártelo, chavalín — le di una palmada en el trasero.

—Jajaja, habrás tenido queja.

Movió un poco la mesa y situó el portátil al lado de la cama. Revisó la perspectiva y lo desplazó unos centímetros.

—Creo que así está bien, diosa mía, si te pones el antifaz empiezo a grabar.

—Joder, Santi. Joder, Santi...

Me tenía tumbada de espaldas y me levantaba las piernas. Su cara enterrada entre mis muslos haciéndome la mejor comida de coño de mi vida. Yo me apoyaba sobre los codos sacando pecho para dar bien en cámara, aunque con el último estremecimiento caí rendida.

—Me corro, Santi, sigue... sigue...

Sus labios, sus dientes y su estupenda lengua me precipitaron a un orgasmo tremendo, sublime. Las piernas me temblaron y vi estrellas. Gemí de placer como una perrita hasta que caí rendida, jadeando. Me sentía en la gloria. Santi se tumbó a mi lado y me agasajo con dulces besos en la cara, el hombro y en los pechos. Era genial.

Había hecho que Santi se pusiera de pie sobre la cama. Quería que la grabación fuera erótica y morbosa, que cuando la viera posteriormente se notara lo cachonda que me ponía con Santi. Por eso se la mamaba de rodillas, prostrada a sus pies. Sin dejar de chupar busqué sus manos con las mías y las coloqué en mi cabeza. Quería que me dominara, que me manejara como a una muñeca y me hiciera suya. Seguí mamando y lamiendo la polla que tanto me atraía hasta que noté una contracción en su base. Estaba a punto. Aparte la boca y la cogí con ambas manos pajeándole deprisa, justo frente a mi cara.

—Ay dios — resopló cuando se apercibió de mis intenciones.

En unos instantes me cubría el rostro con su semen. El calor de su semilla me enardeció tanto que saqué la lengua para recibir el siguiente chorro. Golpeó en mi lengua y entró en mi boca. Sin darme cuenta emití un gemido de lo excitada que estaba y me introduje su polla para recibir las restantes descargas. Santi me apretó contra él hasta que su miembro se incrustó en mi garganta. Solo pude mover la lengua con glotonería lamiendo su dureza y tragando el semen que me inundaba.

Descansaba tumbado del orgasmo mientras le cubría a besos. Había sido tan salvaje para los dos que necesitábamos unos minutos.

—¿Vemos cómo va la cosa? — propuso.

—Sí, vale — lo estaba deseando.

Se sentó al borde de la cama y manipuló en el ordenador. Enseguida apareció el video en la pantalla. Me pegué a su espalda para verlo bien.

—Mira qué carita pones.

Estábamos viendo el principio, cuando me lamía el coñito. Lo cierto es que aunque se me veía el rostro excitado y la boca abierta de placer, al llevar la máscara no se apreciaba la magnitud de lo que sentía en ese momento. Me decepcionó un poco. Pasó rápido la grabación hasta que vimos cómo se la mamaba. Eso no me decepcionó nada. Se me veía chupando con ganas su polla hasta que me agarró la cabeza. Luego parecía una marioneta en sus manos. Me follaba la boca con tantas ganas que parecía violento. Mi cabeza se movía en sus manos como si mi cuello fuera de goma. Lo que me dio rabia fue que no se veía el nivel de disfrute y excitación que yo tenía, cubierta con la máscara. Así que me la quité. Confiaba en Santi lo suficiente para que el riesgo mereciera la pena. Cachonda al ver cómo me manejaba a su antojo y cómo me tragaba su semen mis manos descendieron por su abdomen a acariciar su miembro. Cuando acabó el video estaba duro en mis manos. Volvió a ponerlo a grabar y se giró.

—Te has quitado la máscara — se sorprendió. Asentí con un gesto —. Mejor, túmbate. Boca abajo —me ordenó con una mirada intensa.

Obedecí gustosa, tan caliente que haría cualquier cosa que me pidiera. La imagen de él de pie sobre mí follándome la boca no se me iba de la cabeza. Me separó las piernas y se puso en medio. Recorrió mis muslos con las manos hasta llegar a mi culo. Me amasó las nalgas. De pronto, las separó y metió la cabeza. Sentí su lengua recorriendo mi hendidura hasta llegar al ano. Grité sorprendida cuan lo lamió.

—Levanta el culito, mi diosa — me pidió.

Con más acceso su lengua recorría toda la hendidura, desde arriba hasta el clítoris. Cuando pasaba por el ano, se detenía y lo lamía a conciencia. Cada vez que lo hacía me entraban escalofríos. Insistió e insistió hasta que gemí descontrolada. Era muy bueno. Cuando me metió la punta de la lengua elevé más el culito. Me gustaba mucho. Dejó de chupar y tiró de mis caderas para que me pusiera a gatas. Extendió algo frio sobre mi agujerito y lo penetró con la punta del dedo. Me asusté y me quedé rígida. Con la otra mano me acarició el trasero.

—Relájate, cariño, lo haré muy despacio — me dijo con ternura.

Como pude me relajé y le dejé hacer. Su dedo se movía dentro y fuera un par de centímetros, horadando mi culo virgen por primera vez. Poco a poco fue profundizando entrando cada vez más. En unos minutos lo metía hasta el fondo. Si bien al principio me resultaba extraño e incómodo, ahora lo estaba gozando. Cada vez que me penetraba yo movía las caderas hacia atrás para chocar con él.

—Ay, dios, ay dios — jadeé.

Era inesperado, pero el placer se iba acumulando en mi ano. Contra todas mis expectativas, Santi me estaba haciendo gozar como loca.

—Sigue, Santi, sigue — le pedí sin dejar de menear el culo.

Bufé contrariada cuando sacó el dedo. Enseguida noté más frío y que reanudaba la penetración, pero ahora con algo mucho más grueso. Volví la cara pensando que me estaba metiendo la polla y comprobé que no era eso. Debían ser los dos dedos con los que me amenazó cuando me lo propuso.

—Cabrón — le dije —, siempre te sales con la tuya.

Me sonrió y me metió más los dedos. Di un grito de dolor que afortunadamente enseguida se trocó en placer. El muy capullo me hacía gozar tanto que le permitía todo.

—No pares, sigue — supliqué.

Me penetró el culo cuanto quiso, mi placer subía y subía hasta que deslizó una mano hasta mis tetas y me estiró un pezón. Eso fue el detonante para que un fenomenal orgasmo se apoderara de mi cuerpo.

—Aaaaggghhhhh… me corro… me corro…

Aguanté a cuatro patas todo lo que pude estremecida por el clímax hasta que caí rendida al colchón. Sus dedos, todavía invadiendo mi retaguardia, se movían más lentamente hasta que terminó sacándolos y me sentí vacía. Se acurrucó a mi lado y me besó en la cara hasta que recuperé el aliento. Luego el muy imbécil me enseño los dos dedos en forma de pistola.

—Idiota — musité.

Le devolví el dulce beso que depositó en mis labios.

Me había quedado tan lánguida y relajada después del orgasmo que no me apetecía moverme. Tumbada en medio de la cama con las piernas abiertas, Santi jugaba conmigo. Tan pronto me mordisqueaba los pezones, como me lamía la rajita o me magreaba las tetas. Yo suspiraba. Me encantaba cómo adoraba mi cuerpo. Me empezó a volver la excitación cuando Santi se arrodilló a mi lado y me golpeó los labios con la polla. Mi lengua salió a buscarle. Se apartó y volvió a golpearme. El muy capullo me toreó, le buscaba pero siempre se retiraba a tiempo. No tuve más remedio que moverme por fin y agarrarle con la mano.

—Ya no te escapas, Santiaguito — le dije lamiendo su glande.

Pues se escapó. Se me escabulló y se lanzó a comerme el coñito. Bueno, pensé, tampoco es mala idea. Le bastaron un par de minutos para tenerme a punto de caramelo, gimiendo y moviendo las caderas. Cuando mi orgasmo iba a despegar, subió por mi cuerpo y se dedicó a mis pechos. ¡Capullo! Al menos dejó sus dedos acariciando mi clítoris. Me tenía otra vez al borde cuando me volvió a abandonar y me metió la polla en la boca. Gruñí frustrada pero le dediqué todos mis esfuerzos. Al poco volvió a bajar y me mordisqueó el clítoris. El muy cabrón me llevaba al borde del orgasmo para luego dejarme a punto sin mi merecida recompensa.

Gemí agradecida cuando frotó nuevamente mi clítoris. Esta vez con la punta de su miembro. Estábamos los dos tan lubricados que la sensación era gloriosa. En ese momento yo no pensaba en mi novio, en los límites que me había autoimpuesto, solo pensaba en placer, satisfacción, gozo y excitación. Por eso, teniendo la polla de Santi torturando la misma puerta de mi coño no es extraño que lo pidiera :

—Métela, Santi.

No sé si me ignoró o no me escuchó. Lo tuve que repetir.

—Métemela, Santi, por favor.

—¿Qué? — preguntó haciéndose el tonto.

—Que me la metas, idiota.

—¿De verdad? — me preguntó con malicia.

—Sí, idiota. Fóllame.

—¿De verdad quieres que te folle?

—Que sí, joder, fóllame de una puta vez — grité. Había comprendido su táctica a la primera, me había calentado tanto para que me dejara follar, para que no pudiera resistir la tentación. Pues lo había conseguido.

Esperaba que dijera alguna otra cosa pero se limitó a enterrarme la polla de un lento y único empujón. Mis paredes se dilataron cuando entró hasta el fondo. Me sentí tan satisfecha, tan completa, que lo abracé con fuerza y le rodeé con las piernas apretándolo contra mí.

—No te muevas, por favor — le pedí.

Estaba tan bien con su polla dentro que no quería que nada cambiara. Sentía como si hubiera estado perdiendo el tiempo. Como si por fin, la preciosa polla de Santi estuviera en su casa, es decir, en mí. Le abracé feliz.

—Ya, amor, muévete — susurré,

—Lo que desee mi diosa — me hizo un guiño.

Me folló lentamente, y fue magnífico. Tanto que quise cambiar de postura.

—Siéntate en la cama, quiero hacerlo de otra manera.

—¿Ahora? — preguntó extrañado.

—Sí, ponte ahí — señalé donde saldríamos mejor en la grabación.

Se sentó y me subí a su regazo. Despacio bajé sobre él clavándome en su enhiesta polla. Le rodeé con piernas y brazos. Al sentirle abrazándome supe que era perfecto. Nos movíamos despacio, acompasándonos. No era la postura más placentera pero sí en la que mejor expresaba lo que sentía en ese momento. Mis caderas subían y bajaban sobre su polla provocando el roce, sus manos recorrían mis costados y mis pechos acariciándome dulcemente. Cuando me corrí hasta se me escapó una lagrimita.

Como Santi no se había corrido no esperé. Me puse a cuatro patas ante la cámara y moví el culo.

—Vamos campeón, fóllame otra vez.

—Eso está hecho — sonrió de oreja a oreja.

Me agarró de las caderas y me la metió de un golpe fuerte y violento. Grité sorprendida. Me encantó.

—Otra vez, Santi.

Se salió y me volvió a empotrar. Volví a gritar. Con la energía que le caracterizaba esta vez no me dio cuartel. A lo bestia, de forma salvaje, me clavaba los dedos en las caderas y las movía a su antojo. Me separaba para luego tirar de mí y clavármela hasta el fondo. Mis brazos cedieron hasta quedar apoyada en los codos. Era la hostia, el mejor polvo de mi vida. Como un juguete en sus manos, notando el exagerado balanceo de mis tetas, el violento choque de mi culo contra su ingle, me corrí gritando. Santi pasó de mí y siguió follándome como un energúmeno. Cuando sentí su ardiente descarga colmando mi interior me volví a correr.

—Eres… la… diosa… del… amor — jadeó y cayó derrumbado a mi lado. Me tumbé encima de él e intenté recordar cómo se respiraba.

Habíamos descansado unos minutos y mi cabeza no dejaba de dar vueltas a un tema. Lo examinaba desde todos los ángulos sin acabar de decidirme. Santi pasaba la mano por la curva de mi trasero. Ahora o nunca, resolví finamente.

—Oye, Santi.

—Dime, diosa mía.

—¿Qué me echaste antes en el culo?

—¿Te refieres a la vaselina?

—Debe ser eso, sí. ¿Te queda?

—Claro, ¿por qué?

—¿Te apetece metérmela por el culo?

En apenas tres minutos, justo delante de la cámara, Santi me daba por culo. Al principio fue doloroso, mucho más que con los dedos, pero resistí el dolor hasta gritar como una perra del placer que me dio. No podía imaginar que fuera tan bueno. Esta vez no se puso como un berserker aunque me tenía a cuatro patas como antes. Consiguió que me corriera solo con penetrar mi culito y luego, una segunda vez, ayudado por sus dedos en mi clítoris. Esta última vez grité como loca al sentir su semen en mi recto.

A ver qué tal, Palomita — me dijo sentándose al ordenador.

Habíamos descansado un par de horas después del glorioso final. Me despertó por si quería ver el video con él. Nos situamos como la vez anterior y reprodujo la segunda parte. Yo acariciaba su pecho y abdomen mientras lo veíamos. Me gustó mucho más que al principio, al verse completamente mis expresiones incluso me avergoncé, pero es que lo que me provocaba este chico no era normal. Sin querer casi mis manos bajaron a su miembro y lo masturbé lentamente mientras nos veíamos follar en la pantalla. Lo que más me gustó fue cuando me metió los dedos en el culito y cuando me folló a lo bestia. Era increíble cómo disfrutaba cuando me “maltrataba”. A Santi también debió gustarle lo suyo, porque culminé la paja cuando terminaba la grabación. Algunos celebran las cosas lanzando las gorras al aire. Nosotros lo celebramos lanzando chorros, jajaja.

Los días que quedaron de vacaciones, Santi y yo fuimos como una pareja de conejos. Nos amamos en cada ocasión que tuvimos.

La despedida fue muy triste. Regresaba con mis padres y no le volvería a ver. El verano había terminado y nosotros también, como habíamos acordado. Aunque nos habíamos despedido la noche anterior, le di un achuchón que nuestros padres miraron con suspicacia. Me tragué las lágrimas y me metí en el coche la primera, mucho más afectada de lo que esperaba. Al principio del viaje, se me escaparon algunas lagrimitas que disimulé como pude.

Casi un año después.

Estaba en casa aburrida. Llevaba unos meses en los que no me apetecía salir. Rompí con Rafa. La relación ya no me llenaba y decidí cortar por lo sano. Luego había probado con otros dos hombres. Un compañero de trabajo y un antiguo amigo de la facultad, pero con ninguno sentí que la cosa pudiera funcionar y lo dejamos.

Al principio pensaba mucho en Santi. Me costó demasiado superarlo aunque lo hice. Ya no comparaba a los hombres con él y había días en los que no me acordaba del jodido crío. Aunque todavía algunas veces cayera en la tentación y pusiera el video que grabamos y me hiciera unas estupendas pajas viéndolo.

Pues lo dicho, otro fin de semana aburrido viendo la tele. El móvil pitó y lo ignoré. Hasta que no hubo cinco notificaciones no me entró la curiosidad. Tenía cinco mensajes de un número desconocido. Abrí el primero. Una captura del video que hice con Santi. Se me veía la cara perfectamente. Y también la polla de Santi enterrada en mi culo. ¡Oh, dios mío! Fui abriendo los mensajes uno tras otro. Cada uno adjuntaba una foto. En todas ellas se me reconocía perfectamente y en ninguna estaba haciendo punto. Sentí presión en el pecho y me quedé sin respiración. ¿Quién coño había conseguido mis fotos? Y encima en las que se me reconocía.

¡Din Dong!

¡Din Dong!

¡Din Dong!

Tuvo que sonar tres veces el timbre de la puerta para que lo percibiera. Sin siquiera fijarme en la mala pinta que tenía acudí a abrir.

Tras la puerta, era Santi el que me miraba con una enorme sonrisa.

—Hola, mi diosa.

—¿Qué… pero…? ¿Qué haces tú aquí? — conseguí decir. Si algo no me esperaba era que llamara a mi puerta.

—Ah, eso. Es que empiezo la universidad y me he mudado aquí — sin mi permiso se metió en casa. Cerré tras él —. ¿Sigues teniendo novio? Bueno, es igual, lo vamos a pasar genial — yo le contemplaba estupefacta. Estaba más guapo que antes, más hecho, más hombre —. Tengo un montón de ideas, verás cuando te las cuente, te van a encantar. Para empezar mira lo que traigo.

Sacó una mano que tenía a la espalda y me enseñó sonriente una cámara.

—El video que hicimos está bien, bueno, realmente está genial, pero me la he machacado tantas veces viéndolo que necesito otro. Ya sé hasta cuándo encoges los dedos de los pies y necesito variedad, ya me entiendes.

Exploté.

—Tú no eres más imbécil porque no entrenas. ¿Te piensas que puedes llegar así a mi casa y decirme esas sandeces? — según hablaba me iba calentando más y más —. ¿Quién te has creído que eres? — su expresión se oscurecía mientras le pinchaba el pecho con un dedo —. ¿Piensas que voy a consentir que me manipules otra vez? ¿Sabes lo que te digo? No te muevas de aquí.

Indignada fui al baño. Justo antes de entrar me giré y le repetí :

—No muevas ni una pestaña.

Cogí lo que necesitaba del baño y volví con Santi. No se había movido y me miraba apocado.

—Ten — cogí su mano y dejé en su palma el tubo. Lo miró perplejo.

—¿Vaselina?

—Vamos, idiota — me volví caminando hacia mi habitación —. Ni se te ocurra pedirme nada, ni ofrecerme ninguno de tus tratos, que nos conocemos. Es que ni siquiera te voy a tocar hasta que me des lo que me merezco — me giré para comprobar que me seguía.

—El qué, Paloma? —titubeó.

—Un orgasmo anal, idiota. Hasta eso no me pidas nada. ¿Te queda claro?

—Sí, mi diosa — sonrió —. Tus deseos son órdenes para mí.

—Pues a la cama. Y sin perder el tiempo, merluzo.


Resulta que el muy capullo se había mudado justo enfrente de mí y pasaba más tiempo en mi casa que en la suya. Aunque estudiaba en su casa para no distraerse, casi siempre dormíamos juntos. No habían pasado ni dos semanas y ya había caído en varios de sus «tratos». Podía ir a trabajar con sujetador, pero al salir me lo tenía que quitar. En casa siempre tenía que estar desnuda, y asomarme a la ventana para que me viera desde la suya cuando me lo pidiera. Había consentido también en que una vez al mes, se podía pasar por mi lugar de trabajo y se la tenía que chupar en el baño.

Por supuesto, está lo de los videos. Ya teníamos una buena colección, incluso de mí sola masturbándome con un consolador gritando su nombre. Aunque mis preferidos seguían siendo en los que se ponía en modo berserker y me follaba por todos los agujeros como si fuera su muñeca hinchable. Me excitaba enormemente ver mis expresiones de placer salvaje cuando me dominaba tan completamente. Esos los veía cuando Santi no estaba y me hacía unas pajas de campeonato.

El peor trato hasta la fecha fue porque un día apareció con un compañero de facultad. Yo estaba desnuda como era habitual y me tuve que refugiar en la cocina. El muy cabrón entró tras de mí y me amenazó con llamar a su amigo. Para que me llevara ropa tuve que consentir a su «condición».

Tardamos bastante, pero al final tuve que cumplirla. En el siguiente “Salón Erótico” fuimos a Barcelona. No sé cómo se las apañó, el caso es que nos hicimos pasar por una pareja de actores porno y me folló en un escenario delante de un montón de visitantes. El muy capullo hizo que me corriera tres veces para regocijo del personal. Al menos conseguí que me dejara llevar una capucha para mantener el anonimato. Pasé muchísima vergüenza. Todavía me mojo al recordarlo.

Así es ahora mi vida. Manipulada continuamente por un jovencito que hace conmigo lo que le da la gana, que me folla cuando quiere y como quiere, y que consigue de mí las perversiones que le apetecen. ¡Joder con mi vida!

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javalino

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El mejor relato que he leido. Deseoso de leer mas de ustedes.
 
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