Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 12

heranlu

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Nunca terminé de entender el motivo por el cual ella publicaba esas historias. Incluso después de que Lucio la había descubierto, siguió haciéndolo. Imaginaba que lo había vuelto a hacer por órdenes de él, pero eso nunca terminó de cerrarme. Quizás ahora que yo también publico mis historias, me doy cuenta de que más allá del desahogo que puede producir confesarse ante un montón de desconocidos, también hay algo de morbo en todo esto.

Pero como iba diciendo. A pesar todo lo que estas historias me removían en mi interior, también me resultó terapéutico sacar todas estas cosas afuera. Sobre todo después del regreso de Lucio, dos años atrás, en la vida de mamá, que por momentos me hizo sentirme otra vez como aquel chico impotente de entonces.

No tuve noticias de él por un buen tiempo. Pero a juzgar por lo tensa que veía a mamá a veces, cosa que no pasaba hacía años, me daba cuenta de que su presencia no se había desvanecido de la vida de la exprofesora Cassini.

Pero era hora de hacer algo al respecto. Ya no solo por mamá, quien de hecho dejaba que su examante se aprovechase de ella, sino por mí mismo.

Una cosa curiosa, e incluso contradictoria, era el hecho de que, como dije más arriba, no comprendía las actitudes de mamá, pero sin embargo las de mis excompañeros no llegaban a resultarme descabelladas. No es que los justificase, ni mucho menos. Pero la fantasía sexual de unos adolescentes con su profesora era algo muy recurrente en los hombres. Hasta me animaría a decir que es una de las fantasías más comunes. Me preguntaba cuántos chicos no se aprovecharían de una situación como esa. Pero en fin, aunque en parte los comprendiera, no por eso dejaba de detestarlos.

Desde que creé la cuenta en la página de relatos eróticos, todo lo que había sucedido en la escuela me venía a la mente a diario. En aquella época había hecho todo lo posible por librar a mamá del embrollo en el que estaba metida. Pero todo había resultado infructuoso. Desde un principio había sido un error intentar evadir y escapar de lo que estaba pasando. A veces la mejor defensa era el ataque. De chico no supe verlo, pero ahora sí.

Pero las cosas no eran tan simples como uno se las imagina en la cabeza. Ciertas cosas requieren de mucho tiempo para concretarse. Todas las piezas debían encajar.

Lucio me era muy esquivo. Lo había contactado por redes sociales, pero nunca me había aceptado, y además su cuenta permanecía privada, por lo que no tenía información de él. No me olvidaba de que seguramente sabía que yo había irrumpido en su casa aquella vez. En ese momento la prioridad era borrar las pruebas que tenía de mamá, y deshacerme del pendrive donde guardaba las copias. Hasta ese punto todo había salido a la perfección, por lo que me importaba bien poco si su madre le decía que yo anduve en su cuarto. Aunque no pocas veces me pregunté qué cara había puesto mientras ella le informaba de ese inusual evento. ¿Habría sabido disimular? En todo caso Lucio había salido bien parado de aquello. Había estado muy cerca de vencerlo, pero mamá había movido sus fichas por su cuenta, acudiendo a Ricky, y Lucio había sabido convencerlo, a él y a sus amigos, de que, en lugar de ser enemigos, compartieran a su profesora. Una seguidilla de elucubraciones y casualidades que dieron como resultado mi rotunda derrota.

Pero más allá del hecho de que Lucio se mantenía fuera de mi alcance, por el momento en mi intensa búsqueda virtual, me encontré con mis viejos compañeros de escuela. Ricky, Gonzalo y Enzo. Los otros cuatro que habían estado con mamá poco me importaban. Por su parte, de estos tres, Enzo era el que menos rencor me generaba. Era cierto que había tratado a mamá como a una puta, pero era la típica actitud de un macho troglodita cuando tenía a una hembra totalmente entregada a él. Sin embargo, no podía evitar sentir rencor por los otros dos. En el caso de Ricky, lo que me enervaba era el hecho de que siempre me había mirado por encima del hombro. Si yo no tuviera cierto temperamento, me hubiera pasado por arriba. Pero aunque en el aula, en general, había sabido librarme de él, fuera de ella, había encontrado la manera de mojarme la oreja de la forma más humillante. Gonzalo, por su parte, era un alcahuete, un segundón, pero sobre todo, no me olvidaba del desprecio con el que trataba a mamá. En comparación con Ricky y Lucio no lo odiaba tanto, estaba en un segundo plano, pero no le vendría mal un buen escarmiento.

Gracias a la información que Ricky mostraba en ese incipiente mundo virtual, pude obtener datos valiosos, hasta el punto de llevar a cabo un plan, que si bien no me terminaba de convencer por lo bajo que me vería obligado a caer al ejecutarlo, dada su personalidad, era la mejor forma de devolverle la gentileza.

Desde que me decidí a regresarle los golpes (o al menos uno de ellos) que me había dado, hice contacto con él, y en algunas ocasiones tuvimos charlas amenas. Después de todo, a pesar de que habíamos tenido aquella pelea, no dejábamos de ser dos personas que pasaron una de las etapas más importantes de sus vidas juntos. La historia oficial había sido que yo le rompí la cara porque se había ido de boca, hablando mal de mamá, pero supuestamente él desconocía que yo sabía lo que había pasado entre ellos.

No obstante, no tardé en darme cuenta de que mantenía el aire de superioridad y desdén de siempre. Y si mantenía una charla conmigo, era solo porque quería saber qué era de la vida de la profesora Cassini, cosa que no tardó en preguntar.

Me lo imaginaba frente a la computadora, con una sonrisa sobradora en sus labios, recordando cómo había abusado de mamá, a la vez que fingía naturalidad mientras me preguntaba por ella en el chat. A pesar de que se trataba de algo que estaba en mi imaginación, esa escena me hizo hervir la sangre.

A lo largo de dos años hablamos varias veces. Cuando él se daba cuenta de que yo no soltaba información con respecto a mamá, dejaba de mostrar interés por conversar conmigo. Luego de un tiempo yo volvía a escribirle, preguntándole alguna cosa relacionada con la plomería, ya que a eso se dedicaba él, y le largaba alguna que otra información sobre mamá para que quedara contento. A diferencia de Lucio, el imbécil de Ricky no podría hacer la gran cosa con esos datos.

Finalmente las cosas se dieron de tal manera que logré concluir con el plan. Había tenido que armarme de paciencia, pero al fin las piezas del rompecabezas terminaron por unirse de tal manera, que pude hacer que los hechos se dieran como yo quería que lo hicieran. Fue ahí cuando decidí invitarlo a mi departamento. Le dije que tenía unos problemas con las tuberías, y que necesitaba alguien de confianza para que me ayudara con eso. Además, una vez que terminara podíamos aprovechar para tomar unas cervezas.

Cuando llegó a mi departamento no pude evitar sentir repulsión hacia ese tipo. Pero guardé la compostura, aferrándome a la idea de que ya casi le había ganado. Lo que sí me preocupaba era que todo se fuera a la mierda. De hecho, era lo más probable. Y aunque también tuviera un plan para eso, nada me aseguraba que en ese día no correría sangre.

Mientras trabajaba en la cocina, yo me moría de nervios. La primera parte del plan había concluido exitosamente, pero ahora venía la parte más importante. La parte en donde yo lo vería humillado frente a mí.

—Listo, era una pavada. Ni siquiera te pienso cobrar —dijo, casi con desprecio, cuando se irguió.

Llevaba puesto una camisa y un pantalón, ambos azules, bastante desgastados. Por fin se deshizo de su famosa melena, cosa que hacía resaltar aún más su enorme mentón. A pesar de que no llevaba la vida del triunfador que uno hubiera vaticinado al conocerlo en su versión adolescente, rebosante de seguridad y con ese liderazgo natural que lo caracterizaba, todavía quedaban ciertos vestigios de aquel pendejo engreído que fue alguna vez.

—Estás grandote —me dijo, mientras apoyaba su trasero en la mesada—. Si me diste una paliza en ese entonces, no me quiero imaginar ahora —agregó, recordando nuestro encontronazo.

En efecto, yo había ganado mucha masa muscular debido a que había empezado a ir periódicamente al gimnasio. Mientras que Ricky, si bien no parecía inofensivo, no había evolucionado mucho que digamos desde la escuela. Ni física ni intelectualmente, claro está. Aunque sí se había ganado unos quilos, que se reflejaban en su panza prominente.

Sonreí, sin darle mucha importancia al comentario. Aunque estaba seguro de que para un macho alfa como él, enterarse de que alguien a quien consideraba un cuatro de copas, había llegado a la adultez en un estado muchísimo mejor al suyo, no debía ser algo fácil de asimilar. Y mi progreso no solo se veía en mi físico, sino también en el pequeño pero lindo departamento en el que vivía, como así también en la ropa de marca que utilizaba. Y sin embargo el tipo seguía con su sonrisa sobradora, y yo sabía muy bien por qué era. “No importa lo exitoso que parezcas. De chico eras un pelele y tu mamá una puta a la que todos se cogían”, lo imaginaba diciendo.

Fui hasta la heladera y saqué una botella de cerveza bien fría.

—Uf, no hay nada mejor que eso después de un arduo trabajo —dijo irónicamente, pues no había estado más de unos minutos con las cañerías de la cocina.

—Bueno, supongo que te tengo que pedir disculpas por aquello ¿No? —le dije, mientras llenaba los vasos de cerveza.

—¿Disculpas? —preguntó, confundido, pero luego de hacer un esfuerzo con las pocas neuronas que tenía, agregó—. ¡Ah, por eso! —y sin agregar nada más, agachó la cabeza como para esconder la pronunciada sonrisa que se le estaba formando en los labios.

—Claro, digo… Me pasé de la raya ¿No? —dije—. Bueno, es que me pareció escuchar que estaban hablando mal de mi mamá. Pero la verdad es que ni siquiera estoy seguro de eso. Simplemente estaba nervioso, y me la agarré con ustedes.

—No pasa nada. Fue hace mucho tiempo. Casi una década ¿No?

—dijo él, restándole importancia.

—Sí, sí, pero hay cosas que quedan grabadas para siempre. Y no quería ser un mal recuerdo para vos.

—Quedate tranquilo Luquitas. Está todo bien con vos. Con vos y con tu mamá —dijo él, ahora sí, soltando una risita.

—Así que está todo bien con mamá —repetí yo—. Si, lo cierto es que todos sus alumnos la querían mucho. En realidad, ustedes nunca dijeron nada malo de ella ¿cierto?

—No, claro que no. Como vos decís, nosotros la queríamos mucho —dijo él, y ahora, para ocultar su sonrisa, se tomó un trago de cerveza. Pero le salió el tiro por la culata, porque igual no pudo contener la risa que le daba el hecho de que yo le hablara de mamá mientras seguramente recordaba todas las cosas que le habían hecho, por lo que se atragantó con la cerveza, y terminó tosiendo y largando todo el líquido por la nariz—. Perdón, perdón —dijo.

Cuando se recompuso agarró papel de cocina y limpió el piso, a pesar de que yo le decía que no se preocupase por eso. Era obvio que mientras mantenía la cabeza gacha, mirando el piso que iba dejando reluciente, se estaba muriendo de risa. Todo esto no me molestaba en absoluto, más bien me parecía mejor. Como dicen, el que ríe al último ríe mejor.

—Bueno, aunque haya pasado mucho tiempo, no está mal que me lo digas. SI no dijeron nada de mamá, entonces tengo que pedirte disculpas de nuevo, porque no solo me excedí con el ataque, sino que directamente no estaba justificado. Algunos dirían que entre ustedes tres tendrían que habérselas arreglado para defenderse de un solo atacante, pero a mí no me interesan esas poses de macho. Condeno la agresión, sobre todo cuando no está justificada.

—Ya te dije que te olvides —dijo Ricky. Ahora no parecía nada jocoso. El último comentario, donde hacía alusión a que lo había vencido no solo a él sino que a sus dos amigos, no le sentó nada bien. Aunque de todas formas, conservaba el color rojo de su piel—. ¿Y tu mamá? ¿En qué anda ahora? —preguntó después. Quizás en su subconsciente sabía que me afectaba que me hablara de ella. Aunque en este caso no hizo ningún efecto en mí.

—Bien. Está casada con un cirujano. Tienen una relación rara. Son zwinger —le dije.

—¿Qué? ¿En serio? —preguntó él, sorprendido—. Y a vos no te importa —agregó después, con cierto aire de indignación.

—¿Y por qué iba a importarme? Son adultos. Tienen derecho a vivir su sexualidad como quieran. Soy de creer que las personas pueden hacer lo que quieran mientras no perjudiquen a nadie —expliqué, remarcando la última frase—. Lo que detesto con toda mi alma es cuando la cosa no es consensuada, cuando alguien se aprovecha de las debilidades de la otra persona para instarla a hacer lo que ellos quieren —dije.

Ahí sí que no pude evitar enfurecerme, al recordar la vez que él y sus amigos abordaron a mamá en nuestra casa, y luego la chantajearon en la escuela. Ella había acudido a él por ayuda, y él se la terminó cogiendo.

—Sí, claro —dijo él—. Aunque… —agregó después—. Viste como son las mujeres.

—¿Y cómo son las mujeres? —pregunté.

—Ya sabés —dijo, dándome una palmada en el hombro—. Primero dicen que no, pero después…

—Después se dejan coger —completé yo.

Ricky festejó el hecho de que coincidamos en esa parte.

—Así que se acuestan con otras parejas —comentó después, pensativo.

—Bueno, en realidad no es así —aclaré yo.

—¡Cómo que no! ¿No me dijiste que eran zwingers?

—Sí, sí. Lo son. Pero hay varios tipos de zwingers. Ellos son de los que se conocen como un consentidor y una hotwife. Es decir, ella se acuesta con los tipos que quiere, pero él no tiene otras parejas sexuales.

—Me estás jodiendo —se sorprendió él—. ¿Y dónde vive tu mami con el cirujano? —preguntó después, bromeando, aunque se notaba que en el fondo toda la situación le generaba mucho morbo.

—No te hagas ilusiones. Ellos tienen sus reglas, y son mucho más estrictas que las de una pareja convencional. Nunca estaría con un outsider del mundo zwinger. Menos con alguien que conoció en un ámbito totalmente diferente al que se mueven ahora. Y ni hablar de un exalumno.

Ricky sorbió otro trago de cerveza. Estaba claro que estaba pensando en el hecho de que si había estado con tantos alumnos en el pasado, difícilmente se negaría a estar con un exalumno que ya era todo un hombre. Me di cuenta de que había puesto a trabajar las fantasías en su cabecita cuadrada.

—Pero bueno, voy a terminar pensando que viniste acá solo para tomar mi cerveza y sacarme información de mi mamá. ¿No vas a preguntar nada de mí?

—Bueno, es que enseguida me tengo que ir. Si no, mi mujer se va a poner insoportable —dijo Ricky, mirando la hora en su reloj de pulsera—. Pero, te está yendo bien como contador ¿No?

—Sí, rebien. La pareja de mamá, además de dejarla coger con quien le dé la gana, tiene miles de contactos, y no tiene drama en compartirlos. Tengo muchos clientes ricos gracias a él.

—Mirá vos, qué copado el cornudo —dijo Ricky, y ahora sí, soltó una carcajada.

Se retorció por unos minutos. Se puso colorado y de sus ojos salían lágrimas. Yo sabía perfectamente que esa risa era la que estuvo reprimiendo desde que yo le había mencionado a mamá. Ahora tenía la excusa perfecta para soltarla sin ningún miramiento. Sabía que no era mi padrastro el que le causaba gracia, sino yo, que aparentaba desconocer que muchos de mis compañeros de escuela habían metido sus miembros en todos los orificios de mamá.

—Bueno, pero aunque no puedo decir que tengo “una mujer” como vos, sí que estuve conociendo a alguien muy interesante —comenté, cuando terminó de recomponerse.

Ricky me escuchaba sin mucho interés. Agarró su caja de herramientas, vació el vaso de cerveza, y se dispuso a irse.

—Bueno, me alegro por vos, pero… —dijo, mirando su reloj de nuevo.

—Pará, pará, no te vayas. Escuchá esto —le dije, con cierto aire infantil.

Saqué el celular de mi bolcillo. Busqué un archivo de audio que tenía guardado, y le puse play. Se escuchaba una voz. En realidad, un gemido. El gemido de una mujer gozando de una penetración anal.

Como era de esperar, eso captó la atención del troglodita de Ricky.

—Uf, parece como si la estuvieran matando, pero a la vez lo está disfrutando ¿Eh? —comentó—. ¿Esa es la mina que te estás cogiendo? ¿Tenés videos? —preguntó.

—Sí, pero tampoco voy a mostrarte tanto —dije.

—Dale, ¡No seas forro!

—Nada, nada —Me rehusé yo—. Pero te digo algo que no lo vas a poder creer.

—Contá, dale —me animó. Ya parecía haberse olvidado de que era hora de irse.

—Esta mina, nunca se dejó hacer el culo por el marido. Pero a mí me lo entregó.

—¡No me jodas! Pobre cornudo —dijo Ricky—. ¿Y de dónde la sacaste a la loca esta?

—La conocí de casualidad en un café del centro. Lo mejor es que no quiere nada serio. Pero en la cama es un infierno. No sabés cómo cogen las mujeres despechadas.

—¿Despechada por qué? —quiso saber mi excompañero de escuela.

—Nada… El marido le mete los cuernos —expliqué.

—Así que la hicieron cornuda y por eso anda puteando —dijo él.

—Bueno, algo así —comenté—. Es que, el tipo se fue al carajo.

—¿En qué sentido? —preguntó Ricky dejando la caja de herramientas nuevamente en el suelo, para luego volver a apoyar su trasero en la mesada.

—Y es que no solo la cagó, sino que lo hizo con su propia hermana —afirmé.

Los ojos de Ricky se abrieron desmesuradamente, y se puso rojo, pero esta vez no era debido a su incontenible risa, sino que algo lo había abrumado mucho.

—¡Cómo que la engaña con su hermana! —dijo, medio tartamudeando, intentando mostrar compostura.

—Y sí… viste, hay cada hijo de puta en el mundo… —dije, fingiendo inocencia—. Porque una cosa es meterle los cuernos a alguien. Bueno, no digo que esté bien. Pero si lo hacés, y encima te asegurás de cuidar a tu pareja… Es decir, que no se entere, no sospeche, ni nada. Porque de última si necesitás coger con otras minas es cosa de uno. ¿No? Los hombres no podemos estar con una sola mujer, pero eso no quiere decir que no amemos a nuestras parejas. Pero bueno, como te iba diciendo, una cosa es traicionar a tu pareja, pero encima hacerlo con su hermana, y no tomarse los recaudos necesarios para que ella no se entere… Además de hijo de puta hay que ser pelotudo ¿No?

Después de mi corto monólogo, hice una pausa calculada, para esperar a que Ricky reaccione. Pero por lo visto no terminaba de convencerse de que lo que estaba sospechando no era una mera suposición. Igual no lo culpaba, supongo que si estuviera en su lugar me pasaría lo mismo.

—Y esta chica… ¿Está buena? —preguntó, tragando saliva.

Estaba claro que quería que le diera descripciones físicas de mi amante, pero no se la iba a hacer tan fácil.

—Sí, no sabés lo que es. Un hermoso culo tiene. Un culo goloso. Creo que a partir de ahora va a dejarse hacer el culo de seguido. Pobre marido, la que se perdió. Igual… —dije, y después de eso solté una carcajada. Pero no era una risa forzada. De verdad me causaba gracia las ironías de la vida.

—Igual… ¿qué? —quiso saber Ricky.

—Nada, nada. Es que me acordé de que la mina estaba tan enojada cuando se enteró lo del marido con su hermana, que me contó un montón de cosas de él. Me dijo que el tipo más de una vez no podía, y que no duraba más de diez minutos. No sabés lo indignada que estaba por haber perdido esos valiosos años de su vida con un forro como ese. Pero bueno, igual es joven, ya va a poder rehacer su vida.

—Ah, es joven… —comentó Ricky. Intentó esbozar una sonrisa, pero apenas pudo hacerlo en una mitad de su rostro. Una patética media sonrisa de labios temblorosos—. Tendrá, masomenos nuestra edad ¿Eh?

—Sí, sí, veinticuatro —respondí—. No sabés lo linda que es. Morochita, delgada, tipo modelo, y unos ojitos verdes de gatita en celo que te matan.

Ahora pude ver cómo la vena de la frente de Ricardo palpitaba. Sus dientes se apretaron. Hasta me pareció oírlos rechinar.

—Bueno… —dije, haciendo de cuenta que no me percataba del cambio brusco que había en su fisionomía—. Si tantas ganas tenés de conocerla, te puedo mostrar el video que grabé. Es más, lo puedo poner en la televisión para que veamos bien cómo se le abre el orto cuando se la meto. Después si querés te lo paso y se lo mostrás a tus amigos. Total, a mí no se me ve la cara. Pero ella va a quedar como una puta, y el marido… pobre, si se llegan a enterar sus conocidos, no va a poder salir a la calle por años.

Se acercó a mí tanto, que si alguien nos viera de lejos pensaría que quería besarme. Empezó a respirar agitadamente. Estaba claro que quería decir algo, pero no le salían las palabras.

—Si me golpeás va a ser peor para vos —le advertí—. En primer lugar, no la vas a sacar de arriba. Y en segundo lugar, vas a terminar preso. Porque esta es mi casa —aseguré. Vi cómo sus ojos se ponían brillosos. El macho alfa del colegio estaba a punto de largarse a llorar.

Lo cierto es que esperaba una reacción violenta de su parte. Era muy arriesgado lo que estaba haciendo, pero quería darme el gusto de humillarlo cara a cara. Si bien había caído muy bajo para tomarme esa venganza, en eso seguíamos siendo diferentes. Yo no me burlaría de él a sus espaldas, como lo hacía él, sino que lo haría en su cara.

—Tu mamá es una puta, y vos un putito —dijo él.

No se decidía a golpearme, pero tampoco parecía dispuesto a marcharse. Estaba plantado frente a mí, hecho un bodoque. Probablemente estaba esperando un mínimo gesto de mi parte para partirme la cara, pero no le di el gusto.

Y pensar que ya tenía pensado todo lo que iba a hacer si él me atacaba. Además de ir al gimnasio, había estado tomando clases de boxeo. Le daría un gancho en el estómago que lo dejaría sin aire durante varios minutos. Luego le avisaría al portero que llamase urgente a la policía. En la cuadra siempre había un oficial dando vueltas, por lo que, para cuando pudiese ponerse de pie, ya habría llegado a mi departamento. Le diría que el plomero se puso violento cuando me rehusé a pagar un monto excesivo por un trabajo que le había tomado apenas unos minutos. Ricky nunca diría el motivo real de la disputa. Su orgullo jamás se lo permitiría.

Pero en fin, que por lo visto llegó a la adultez con un poco de sabiduría. No se terminó de decidir a atacarme. Me pregunto si fue debido a que su derrota resultaba obvia con solo vernos, o porque en el fondo sabía que me la debía. O quizás por un poco de ambas. Pero sentí un profundo alivio cuando, después de dar un violento golpe sobre la mesada, agarró su caja de herramientas, y salió de mi departamento dando un portazo.

Se había hecho justicia.

………………………………………………………………….

Había conocido a Lucía gracias a una foto que Ricky había subido a Facebook. Él no era muy dado a las fotos, pero seguramente ella lo había instado a sacársela. De esa manera marcaba territorio. Ella sabía de sobra lo tramposo que era su pareja, aunque la pobre jamás hubiera imaginado que su propia hermana se metería con él.

Me da mucha lástima Lucía. Pero por otra parte, la liberé de seguir viviendo en una mentira. Eso es lo que me repito una y otra vez cuando pienso en que la utilicé como una ficha en un tablero de ajedrez.

Poder verla personalmente no había sido muy difícil. En su perfil decía dónde trabajaba. Una tarde, a partir de las cinco, anduve rondando el lugar, hasta que la vi salir una hora después de un edificio enorme del microcentro. Luego fue cuestión de seguirla. Por suerte ese día había ido, junto a unas compañeras del trabajo, a un bar de la zona.

Entrar en detalles resulta aburrido, por lo que me ceñiré a lo esencial. Ese día pude captar su atención. El hecho de que su joven pareja fuera un idiota que ya la había engañado varias veces contribuyó mucho a mi objetivo. Pero a pesar de que de vez en cuando la veía “casualmente” en ese bar con sus amigas, no terminaba de hacerme caso.

Supe que tenía que hacer algo al respecto. Necesitaba un empujoncito y ya estaba. Hacía ya bastante tiempo había hablado con Ernesto. Le había contado parte de la historia de nuestros compañeros con mamá, y le había exigido que me prometiera que me iba a ayudar con alguna venganza. Él se mostró con muchas dudas, pero no se negó. Luego pasó el tiempo y la cosa quedó en el olvido.

Pero ahora se me ocurría una idea. Ernesto era abogado. Y yo sabía que los abogados tendían a contratar a investigadores privados, sobre todo en los juicios de divorcios. Demostrar una infidelidad podía hacer la diferencia a la hora de la repartición de bienes, y sobre todo, a la hora de que el juez decidiera con quién se quedarían los hijos. Ernesto me dio un número, intuyendo quizás, por qué se lo pedía.

No pasó una semana de que el investigador me entregara fotos de Ricky entrando a un hotel alojamiento con su cuñada. Pasaba el tiempo y seguía siendo una basura.

Pero ahora quedaba la parte más difícil del plan. No ganaría mucho si simplemente le mandara las fotos a Lucía. Arruinaría el reciente matrimonio de mi antiguo enemigo, pero nada más. Y en el proceso le rompería el corazón a la pobre chica. Al final, ella terminaría más perjudicada que él. Y no me había esforzado tanto para lograr ese resultado.

Decidí esperar el momento oportuno. Lucía a veces conversaba conmigo por chat. Ese era el máximo nivel de infidelidad al que podía llegar la pobre. Ese día Ricky la había dejado sola en casa para irse a jugar al póker con sus amigotes, como parecía hacer todos los viernes. Entonces, desde otro número de teléfono le mandé las fotos.

Sabía que era una cosa muy arriesgada. No tenía idea de qué actitud podía tomar Lucía. En el peor de los casos hasta podría terminar matando a Ricky, o incluso, él podría matarla a ella, al defenderse de sus ataques. No la conocía lo suficiente como para predecir su reacción. Tampoco tenía una excusa clara como para justificar el hecho de que un desconocido le brindase esa información. Una exnovia despechada que quería arruinar su matrimonio quizás. No terminaba de convencerme esa idea, pero de ser necesario, era probable que la usara.

Eran casi las once de la noche, y Lucía hacía rato que no contestaba mis mensajes. No pude evitar recordar aquellos años en donde yo ejecutaba elaborados planes solo para darme cuenta de que eran muy endebles, y fallaban casi siempre. Una vez más me vi en manos de la suerte.

Yo ya había hecho mi jugada. Desde hacía meses que me mostraba como el tipo cariñoso que siempre la escuchaba y con el que podía contar. Asimismo, nunca le oculté que me gustaba, pero a la vez no me mostraba como esos perdedores enamorados que están a la expectativa de que la chica que les gusta se deshiciera de su pareja tóxica. Siempre le decía que tal o cual amiga me parecía muy linda, y le contaba de las chicas con las que salía. Era necesario que me viera como un posible desahogo sexual y no como alguien que se estaba enamorando de ella, porque eso podía hacer que le fuera mucho más difícil decidirse por acostarse conmigo.

De repente vi que me había vuelto a escribir. “Dame tu número de teléfono, necesito hablar con alguien”, decía. Unos segundos después de que le escribí el número, me llamó, y entre llantos me contó su triste historia. No lo digo con mucho orgullo, pero he de reconocer que no me costó mucho convencerla de que le pagara con la misma moneda.

Aunque claro, en realidad no eran cosas equivalentes, porque él había estado con su hermana.

—Haceme el culo —rogó ella, totalmente desnuda, boca abajo, en la cama que compartía con Ricky—. Nunca se lo entregué a él —explicó después.

—¿Querés humillarlo de verdad? —le pregunté. Ella sintió con la cabeza.

Entonces saqué el celular y empecé a grabar el momento en el que le metía mi verga en el culo. Lo demás es historia.

No me siento nada orgulloso. Siento una suciedad que no termina de quitárseme. Pero así y todo, debía hacerse. Después de casi una década, le había dado su merecido a Ricky.

Y ahora sólo quedaba el otro. Lucio.

………………………………………………………………….

Nunca creí en el karma. Si creyera en él, tendría que creer que las acciones que tomé en mi vida pasada incidieron de tal manera en mi vida actual, que me convirtieron en el hijo de una profesora ninfómana. ¿Qué cosa pude haber hecho en el pasado para que mi madre se acostara con la mitad de mis compañeros varones? Si había una respuesta a esto, no solo la desconocía, sino que era incapaz de inventarme una. No obstante sé que las actitudes de una persona pueden determinar su destino, cuanto menos en el corto plazo. Si uno es muy ingenuo, tenderá a atraer a personas que se aprovechen de él. Si uno lleva una vida delictiva, es muy probable que en algún momento termine con un balazo en la cabeza. Si uno se muestra muy inseguro con su pareja, es muy probable que termine siendo un cornudo. Y así podría estar todo el día.

Sepan disculpar mis divagues. Pero enseguida entenderán que el párrafo anterior no lo escribí después de haberme fumado un faso, sino que viene a cuento de lo que escribiré a continuación.

Había decidido contratar al mismo investigador privado que me había ayudado a derribar a Ricky, para que hurgara en la vida privada de Lucio. Alguien tan depravado como él debía tener muchos muertos en el placard, y si encontraba la manera de utilizar esa información, podía hacerle mucho daño. Pero la cosa no resultó como yo esperaba. Para empezar, Eduardo, el investigador, se estaba mostrando receloso de las tareas que le encomendaba. Con lo de la mujer de Ricky lo había convencido, aduciendo que la chica era una prima a quien consideraba casi como a una hermana, y que estaba seguro de que estaba conviviendo con alguien que era poco menos que un criminal. En el caso de Lucio tuve que inventarle que era un viejo amigo al que no veía hacía rato y no lo podía ubicar por mi cuenta. El viejo zorro de Eduardo intuía algo raro en esa historia, pero en principio no le dio mucha importancia. Después de todo, solo tenía que localizar a una persona. Se llevaría unos buenos pesos por eso (había aprovechado para arrancarme la cabeza con el precio de sus honorarios), y fin de la historia.

Nunca supe si la tardanza en la recopilación de datos había sido a propósito, para sacarme más plata, o de verdad Lucio había salido del radar. Pero lo cierto es que finalmente lo encontró en Ciudad Evita. Era dueño de un local de artículos de electrónica y computación. Algo acorde al Lucio que yo recordaba, aunque lo había imaginado más bien incursionando en el mundo de la programación. Pero en fin. Tenía una dirección.

—Bueno, ahora es cuestión de que vayas a visitarlo y listo —dijo Eduardo, luego de entregarme la carpeta con los pocos datos que había conseguido—. Mi trabajo termina acá —agregó después, para luego marcharse.

No había esperado que un tipo que se dedicaba a husmear en la vida de los demás tuviese escrúpulos. Pero bueno, al menos ahora sabía dónde estaba mi archienemigo.

Muchas veces me pregunté si después de la última vez que había estado con mamá, se habían vuelto a ver. Pero Alumnoperverso2.0 no había subido ningún otro relato sobre ella. No obstante, en esas semanas había empezado a subir otros relatos en los contaba experiencias que había tenido con otras mujeres. El encuentro con su antigua profesora lo habían instado a volver a vanagloriarse de sus aventuras sexuales.

Su fijación por las maduras estaba presente en cada una de sus historias. Las temáticas eran un híbrido entre dominación y no consentido. Me di cuenta de que su vanidad era su punto débil. Los tiempos que corrían ya no eran los mismos de cuando éramos adolescentes. El abuso sexual reiterado podía meterlo en serios aprietos. El saber que una revancha era factible me generó un inesperado sentimiento de euforia.

Pasé varias veces por su local, aunque nunca ingresé, ni tampoco lo vi a él. Había un detalle que me llamó la atención de entrada. Solo tenía empleadas. Es decir, todas eran mujeres. Había cuatro o cinco chicas en el salón, a la expectativa de que ingrese un potencial cliente. Todas eran veinteañeras bonitas de culo parado. No dudaba de que aprovechaba su posición de poder para acostarse con ellas. Pero había otra empleada que resaltaba entre todas. Era una mujer que ya pisaba los cuarenta. Pero muy bien llevados. Piel blanca, pelo lacio negro. Y aunque no podía verla de cuerpo entero, ya que estaba detrás del mostrador, se le notaba una bella y atlética figura. Recordé que uno de los relatos que había subido Lucio se llamaba “Aprovechándome de la necesidad de mi empleada madura”. En ese relato alumnoperverso2.0 contaba que, en una noche, cuando el local ya cerraba y quedaba a solas con su empleada, una vez que bajaron las persianas, él le hizo una propuesta indecente. La chica, que en el relato se llamaba Bea (y no dudaba de que realmente se llamara Beatriz), desde hacía tiempo que le insistía a su jefe con que la colocase en la categoría que le correspondía, ya que ella no solo hacía de cajera, sino que era una especie de segunda al mando. Lucio la venía esquivando hacía rato. Pero ahora la mujer estaba desesperada. Su exmarido había dejado de pasarle la cuota alimentaria, y le estaba resultando muy difícil llegar a fin de mes.

Cuando Bea le preguntó si al menos le dejaba llevar a su hija unas horas al trabajo, y así ahorrarse unos cuantos pesos que le pagaba a la niñera, Lucio le respondió que de ninguna manera, pues eso no era una guardería. Lucio relataba perversamente cómo le brillaron los ojos a la atractiva mujer. Pero antes de largar lágrimas, se puso de pie y se fue.

Pero ahí estaban de nuevo, solos. El jefe no solía ir tan tarde al local (tenía otros negocios, y a esa hora ya solía estar en su casa, cogiendo con alguna de sus amantes), así que Bea aprovechó para sacarle el tema otra vez. Esta vez tenía un nuevo y fuerte incentivo para hacerlo: su hija había enfermado, y tuvo comprarle medicamentos. Como el miserable de Lucio le pagaba en negro, no contaba con obra social. Se había visto obligada a utilizar su tarjeta de crédito, por lo que el mes siguiente ya tenía un gasto más. Si antes le costaba cubrir los gastos del mes, ahora le resultaría imposible.

—Mire Lucio. Yo acepto trabajar en negro, porque sé que registrar a todos sus empleados es un costo muy alto —había dicho la pobre Bea, empezando a chuparle las medias a su jefe—. Hago siempre horas extras, pero todos los meses cobro solamente el básico —siguió explicando—. Y nunca me quejo. Solo le pido que reconozca que tengo una jerarquía más alta que las otras chicas. No le pido algo desproporcionado. Con un veinticinco por ciento me conformo.

La mujer había dicho esas palabras sin poder evitar mostrar su nerviosismo. Era evidente que Lucio la intimidaba, y él se regodeaba en eso. La pobre por momentos temblaba. Es triste lo inofensivo que se ven a veces los trabajadores. Llega un punto en el que pierden noción de lo que valen. No me caben dudas de que esa mujer podría encontrar otro trabajo. Pero cuando se tiene un hijo, aventurarse a renunciar sin tener algo seguro en el momento resulta demasiado arriesgado. El energúmeno de Lucio, por si fuera poco, se ocupaba de tenerla la mayor cantidad de horas posibles en el local, y le negaba licencias cuando intuía que Bea podía ir a una entrevista laboral. Tremendo hijo de puta. Pero como era de esperar, las cosas le salieron como esperaba.

Si no lo conociera, probablemente pensaría que ese relato entraba en el terreno de la ficción (como de hecho otros tantos usuarios lo manifestaban). Pero me constaba que mi excompañero tenía buen olfato para identificar a mujeres débiles. Lucio la mantenía cerca, como si fuera un plato que prefería cocinar a fuego lento. En más de una ocasión había aprovechado para manosear el terso culo de la cajera, pero ella jamás se había animado a reprochárselo. Solo se apartaba de él como si no hubiera pasado nada, y seguía con lo suyo. Sin embargo nunca había llegado a tener relaciones con ella, cosa que a él lo excitaba sobremanera, porque sabía que tarde o temprano aquella milf caería en sus garras. Mientras se divertía con otras tantas que ya habían sucumbido a su poder de persuasión, dejaba a Bea en ese local, como un animalito indefenso que ya había caído en su trampa, solo que todavía no lo sabía.

El mismo día que ella le dijo aquellas palabras aprendidas de memoria, fue el día en el que Lucio decidió dar el siguiente paso con esa madura.

—No lo sé —le dijo, después de haberla escuchado—. Reconozco que sos buena en tu trabajo. Pero con un poco de entrenamiento, Érica podría ocupar tu lugar.

A la mujer se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas. Pero se los secó antes de que una gota empezara a rodar por su mejilla.

—Además, hay un enorme problema con vos —le dijo después.

—Cuál —quiso saber ella, aun conteniendo el llanto debido a la enorme impotencia que sentía.

—Pensás demasiado —le había dicho Lucio.

—¿Que pienso demasiado? —le preguntó ella.

—Sí —insistió él—. Pensás mucho. Te hacés la cabeza. Te preocupás por tu hija, y por el boludo de tu ex. Llorás, sufrís. Y con eso solo lográs estancarte. No te das cuenta de que a veces la solución está al alcance de tus manos.

—¿Al alcance de mis manos? —dijo Bea.

—Claro —. Lucio acarició la mejilla de su empleada—. Ahora, lo único que tenés que hacer es no pensar —dijo después.

Esta vez Bea no dijo nada. Se quedó parada, petrificada, comenzando a entender lo que su patrón pretendía expresar. Luego hubo algo que enloqueció a Lucio. Algo que lo excitaba más que ver a una hermosa mujer desnuda. A Bea se le escapó una lágrima. Una lágrima gruesa que dejó una línea de humedad en su rostro.

Lucio se acercó a ella. Apoyó su mano en la cabeza de la cajera.

—Eso es. No pienses —dijo, empujando la cabeza hacia abajo—. No pienses —reiteró, mientras ella por fin cedía.

Bea le practicó una mamada, sin mucho ánimo, detrás del mostrador en el que atendía a diario.

—Un veinte por ciento más, a partir del mes que viene —le dijo Lucio, mientras se levantaba el pantalón.

El desgraciado narraba detalladamente cómo la pobre mujer contenía el llanto después de semejante humillación. Se había convertido en la puta de su jefe para poder darle una vida apenas un poco mejor a su hija. El relato era reciente. Seguramente ahora su jefe aprovecharía para empujarla a una vida de promiscuidad y depravaciones, y quizás, en el mejor de los casos, obtendría un aumento de otro veinte por ciento.

Luego había otros relatos tales como “La mamá putona de mi nueva novia”, “La vecina infiel cede a mis amenazas”, o “Mi mucama ladrona recibe su castigo”. Se había convertido en un maestro en la extorción y la intimidación. Y eso sumado a que tenía un excelente ojo para identificar a potenciales víctimas, lo habían hecho acreedor de un harem de mujeres asustadizas y sumisas que lo complacían en todas sus perversiones sexuales.

En ese punto me había percatado de que ya no era solo algo personal. Lucio debía recibir su merecido. Y eso iba mucho más allá de lo que hizo con mamá, y la humillación por la que me hizo pasar a mí. Un tipo como él no podía andar suelto por la calle.

Una vez, después de cuatro o cinco veces de pasar por el local de electrónica, me decidí a entrar. Compré unos auriculares y pasé por caja. Ahí pude ver de cerca a Bea. Cuando sonrió al saludarme se le marcaron las patas de gallo que evidenciaban la edad que yo había supuesto. Era una mujer en extremo atractiva. Alta, delgada, y con un trasero grande y firme.

Inicié una conversación banal con ella. Se la veía de buen humor, cosa que, por duro que suene, lo lamenté, pues si estuviera triste era más probable que lograra que se desahogara conmigo. Pero de todas formas, en ese momento, después de haberme metido en el local por una decisión impulsiva, no tenía en claro cómo entrar en confianza con esa desconocida. Me fui, decidido a que volvería cuanto antes, con algunas ideas en mi cabeza.

Desde que todo mi pasado empezó a removerse, voy a visitar a mamá con mayor frecuencia. En general lo hacía los fines de semana, pero esta vez era un miércoles feriado, y yo no pensaba trabajar ese día.

Se la veía bien a la exprofesora Cassini. Al igual que a Bea, ya se le estaban formando algunas arrugas insignificantes, que solo se veían cuando sonreía. Tenía su cabello ondulado un poco por abajo del hombro, como lo usaba en su época de docente. Pero ahora lo tenía rubio. Ahora era menos dada a las faldas, y más a los pantalones. Todavía tenía un trasero que era digno de ser mostrado, y a ella le encantaba presumirlo.

—Voy a pensar que hay algo malo que no te animás a decirme —dijo, mientras nos acomodábamos en los cómodos sofás del departamento que compartía con el doctor Equiza—. No me digas que Germán te dijo que me estoy muriendo y no me quieren decir nada —dijo después, en broma.

—Nada que ver má —le aseguré.

Lo que siguió fue la conversación de rigor. Que cómo me iba en el trabajo. Que cómo le iba a ella con su pareja. Que cuándo le iba a presentar una novia… Esto último lo preguntaba medio en broma, y a la vez en serio, porque ya a los veinticinco años nunca le había presentado una novia oficial. Pero tampoco es que me presionaba mucho por eso. Aunque notaba que se sentía intrigada por el motivo de mi persistente soltería.

—Bueno, como veo que no me ofrecés nada, me voy a preparar un café —dije, poniéndome de pie para ir a la cocina.

—Sorry, pero le di el día libre a la mucama, como es natural, y yo ya pasé por mi etapa de preparar meriendas a mi niño. Además, tus manos están sanas ¿No? Vaya y hágame un café a mi también señorito —respondió ella.

—Ya voy, ya voy.

Con los años había adoptado un humor más natural, más sincero. A diferencia de antes, que solo fingía estar bien frente a mí. Mientras preparaba el café, me dije que era muy probable que no estuviera viéndose con Lucio, ya que si fuera así, su personalidad se habría visto alterada.

Llevé las dos tazas de café con unas masitas que había encontrado en la alacena. En la tele había un magazine que yo no solía ver, pues en los días de semana siempre estoy trabajando. Pero recordé que a mamá le gustaba mucho verlo, porque admiraba a la conductora, y le atraían los casos policiales que siempre pasaban al principio del programa, para luego tomar un aire más distendido.

“Bueno, comenzamos como siempre, con las noticias de la actualidad”, decía la presentadora. “Y otra vez el abuso. Otra vez una mujer vulnerable, a merced de este sistema patriarcal”, dijo después, dirigiéndose a uno de sus compañeros.

Se trataba de esos programas que contaban con un nutrido grupo de “panelistas”. En este caso eran cuatro personas (dos hombres y dos mujeres), cuyas profesiones, más allá de ese improbable título de “panelistas”, eran inexistentes. Nunca entendí cómo era que a alguien con un buen nivel de cultura como mamá le gustaba oír a esa gente que se creía con la autoridad de hablar de cualquier tema, como si fueran expertos en todos ellos. Me dieron ganas de decirle que mejor aprovecháramos el tiempo para platicar, pero recordé que ella era muy disciplinada en sus rutinas, y esos noventa minutos de programas, a la hora de la siesta, eran sagrados para esa peculiar mujer.

“Así es Marcela”, decía el tipo llamado Federico, quien era el único que contaba con cierto prestigio entre los payasos de ese programa. También era el único con título universitario. Criminalista. Por lo tanto, tenía un enorme protagonismo en esa primera etapa del magazine. “Nos vamos al barrio de Ciudad Evita, donde nos espera una historia aterradora, indignante, escalofriante, y sobre todo, increíble”, dijo después, con cierto aire teatral.

“¿Increíble por qué?”, lo interrumpió un travesti sexagenario que formaba parte del panel. “Vayamos por partes”, dijo el criminalista, al que le gustaba dramatizar todo lo que podía las historias. “Todo comienza cuando una mujer, a la que llamaremos Viviana, hizo una denuncia por abuso sexual en la comisaría de esa localidad. Bueno, en realidad, ya me tengo que corregir. Porque primero no le quisieron tomar la denuncia”.

“¿Cómo que no? ¿Con qué excusas no se la tomaron?” quiso saber la conductora. Pero antes de que el experto en el tema pudiera responder, una de sus colegas, una chica de veintipocos años, delgada, pero con unas enormes tetas operadas, dijo con voz chillona: “Es que acá si no vas sangrando, llena de moretones, y con el semen todavía en tu cuerpo, no te toman la denuncia”.

Hubo un instante de silencio debido a que las palabras crudas de la chica, que parecieron sorprender a todos. No parecía alguien particularmente inteligente, pero esta vez había dado en el clavo, y no había nadie que pudiera refutárselo.

“Bueno, por ahí viene la mano”, dijo Federico. “resulta que los oficiales salieron con lo que acostumbran: que no tendría que haberse bañado antes de hacer la denuncia. Que si no tiene ninguna prueba es mejor que no haga la denuncia, etc, etc, etc”.

El tipo se explayó con detalles legales que demostraban por qué los policías no podían negarse a tomar una denuncia.

“¿Pero qué es lo que esta pobre mujer denuncia concretamente?”, preguntó la conductora.

“Lo que manifiesta Viviana es que desde hace meses está siendo hostigada sexualmente por su jefe”, explicó Federico, haciendo un nuevo silencio teatral.

Las mujeres del programa no tardaron en mostrarse indignadas. Cómo podía ser que en el propio trabajo una fuera abusada. Además, el hecho de que se tratara de alguien de un nivel jerárquico superior, hacía que todo fuera más ofensivo para ellas. Desde hacía meses que Marcela, la conductora, se había erigido como una ferviente feminista, defensora de las mujeres desprotegidas. Y si bien esto le trajo muchos detractores, debido a su posición, a veces extremista, y además al hecho de que más de una vez utilizó su programa para escrachar a supuestos abusadores sin prueba algunas, otras muchas veces había expuesto a verdaderos delincuentes sexuales, y había animado a muchos testigos a declarar para luego poner entre rejas a esos delincuentes.

“Pero antes de seguir, escuchemos lo que dice Viviana”, dijo Federico. Al rato se oyó el audio de una mujer. En él declaraba que el dueño del local en donde trabajaba hasta hacía unos días, se había aprovechado de su extrema necesidad para someterla sexualmente.

Me quedé con la boca abierta. El suceso que describía la tal Viviana, sumado al hecho que era en la misma localidad en la que Lucio tenía su negocio, no me dejaban dudas. Viviana era en realidad Beatriz. Bea.

Miré a mamá. Según creí, ella aún no tenía datos suficientes como para relacionar el caso con Lucio. No obstante, la manera en que describía la mujer su sometimiento, seguramente la retrotrajeron a lo que le había pasado a ella misma. Un tipo aprovechándose del punto débil de una mujer para poseerla.

De repente, aquel programa berreta comenzó a interesarme mucho. Los miembros del panel empezaban a debatir si realmente debía considerarse una violación. Concluyeron que no era así, no obstante, no dejaba de ser abuso sexual, y acoso. Si bien no medió la fuerza física, estaba claro que el denunciado la había obligado usando la psicología. Federico veía a sus compañeros debatir, conteniendo una sonrisa. Era evidente que había algo más.

“¿Y si les digo que esto apenas está empezando?”, dijo, logrando que el resto del equipo hiciera silencio. “Mientras ustedes hablaban, me llegaron muchos mensajes. Mensajes de chicas que dicen haber sido empleadas de la misma tienda, y que, de alguna u otra manera, fueron acosadas, o incluso abusadas por el dueño de ese negocio”.

Ahora era difícil entender lo que decían. Los tipos se habían puesto eufóricos. Eran unos idiotas, muy poco profesionales, y demasiado dramáticos. Pero en ese momento los amaba. Cuando pudieron ordenarse un poco, se armó un nuevo debate. El más joven del grupo. Un chico de cabello corto y anteojos cuadrados de marcos gruesos, puso en duda la veracidad de las denuncias. “Quizás solo están enojadas porque fueron despedidas sin recibir la indemnización que les corresponde. No digo que eso esté bien. Pero de ahí a que sea un abusador serial…” dijo el tipo. Las mujeres del grupo le fueron a la yugular, aduciendo que siempre se ponía en tela de juicio a la víctima. Que si había tantas denuncias era aún más probable que fueran ciertas. Pensar en una teoría de conspiración era una estupidez.

“Federico, ¿Por qué no decimos el nombre de este engendro?”, preguntó la conductora. El criminalista le explicó resumidamente los motivos por el que era muy arriesgado exponerlo. En el peor de los casos, el propio programa se podía comer un juicio. Además, todavía tenía que confirmar que las otras personas que le escribían realmente habían trabajado para el comerciante, aunque su intuición le decía que los mensajes eran verídicos.

—Que hijo de puta ¿No? —comenté a mamá, quien estaba como hipnotizada frente a la pantalla. Me di cuenta de que era probable que Lucio le hubiera mencionado que tenía ese local de electrónica, y por eso, si bien no terminaba de atar los cabos, quería terminar de conocer toda la información que poseían esos atolondrados periodistas—. Aprovecharse de las mujeres así… —agregué.

—Sí, pero es que algunas mujeres son muy tontas. No deberían dejarse intimidar tan fácilmente —dijo ella.

A pesar de que esas palabras podrían sonar muy poco compasivas hacia mujeres que habían pasado por algo similar a lo que le sucedió a ella, me di cuenta de que se lo decía sobre todo a sí misma.

En ese momento recordé que uno de mis clientes trabajaba como maquillador en el mismo canal que pasaba el magazine que estábamos viendo. No tenía mucha confianza con él, ya que nuestra relación era estrictamente profesional, y de hecho, desde que le había realizado el último trabajo no habíamos vuelto hablar. Pero esto era también en cierto punto una ventaja. Le mandé un mensaje, preguntándole si tenía el número de teléfono de ese tal Federico. En el programa fueron a una pausa. Mamá empezó a hablarme del doctor Equiza, pero yo apenas presté atención. Cinco minutos después de haberle escrito, mi cliente me respondió. Me pareció que había pasado una eternidad, pero ahora me doy cuenta de la suerte que tuve de que el tipo estuviera disponible en ese momento. Le di mil gracias. Le mentí, arguyendo que quería contactarme con el periodista para ver si podían hacer una nota sobre la creciente inseguridad en el barrio en donde vivía. Luego le escribí a Federico. Fue un mensaje corto, para llamar su atención. Unos minutos después, me respondió, y ahí me explayé un poco más.

—¿Para qué venís si vas a estar mirando tu celular y me vas a contestar con monosílabos? —dijo mamá.

—Perdón, es que me acordé de algo importante, pero ya está —respondí.

A pesar de sus palabras, una vez que comenzó en nuevo bloque del programa, dejó de prestarme atención, para concentrarse en la televisión. La conductora se tomó unos minutos para vender unos PNT. Luego la cámara volvió a enfocar todo el piso. Los cuatro panelistas formaban un semicírculo en torno a Marcela.

“Federico, recibiste nueva información”, dijo. Federico se tomó unos segundos, en los que estuvo viendo su celular. “Sí. A ver. Me estuvieron llegando mensajes de mujeres que están dispuestas a hablar, aunque todavía se niegan a dar la cara. Pero claro, es entendible. Pero además me está llegando información de que su modus operandis no se limita únicamente a su local de electrónica, porque para empezar, tiene otros negocios. Pero uno de los mensajes que me llamó la atención es el de una mujer que sería, y digo sería porque por el momento debemos tener muchísimo cuidado con la información que damos… Como venía diciendo, esta mujer sería una persona que trabaja actualmente en su casa, y que asegura que este tipo la acusó de ladrona, y aprovechó eso para pedirle favores sexuales a cambio de que él le perdone su supuesto delito”.

El panel se alzó en un cotorreo de indignación. Federico pidió silencio para poder continuar. “Imagínense, pobre mujer. Sabemos que muchas de las personas que trabajan en casas vienen de otros países, y muchas de ellas ni siquiera tienen documentos. Noten cómo este tipo se aprovecha de las mujeres más vulnerables. Pero ¿Saben qué? Esto no es ni el comienzo”, agregó después.

“Contanos Fede. Me dijiste que recibiste un mensaje muy extraño sobre este caso”, lo instó la conductora. “Así es. Recibí un mensaje, que en principio, entre este mar de denuncias, estuve a punto de ignorar, porque me pareció intrascendente. El mensaje, que me lo envió alguien que conoce desde hace mucho tiempo a este sujeto, dice, literalmente, así: “Federico, en relación al caso que están tratando en este momento, te pido por favor que entres a la página xxx.xxxxxx.xxx. Buscá los relatos de alumnoperverso2.0, y vas a terminar de atar cabos”.

Los panelistas no entendían de qué estaba hablando. Federico los dejó especular unos minutos, con una sonrisa, ya no reprimida, en sus labios. Miré a mamá de reojo. Se había puesto pálida. Apoyé mi mano en su hombro.

—No te preocupes, va a estar todo bien —le dije.

Me miró, con los ojos abiertos como platos.

—Vos…

—Te digo que no te preocupes. Terminemos de ver el programa.

Federico ya había abierto la página web en su teléfono. Fue a buscar el perfil que le indiqué, y ahí empezó a leer al aire, los títulos de los relatos que había publicado Lucio.

“Pero este tipo está loco. Abusa de mujeres y encima cuenta todo en una página pornográfica”, dijo la veinteañera tetona.

Yo aún tenía la mano apoyada en el hombro de mamá, que empezaba a recomponerse. Era una mujer que había pasado por situaciones muy complejas, y no se iba a venir abajo ahora. Al final, como lo había pensado, la vanidad había sido el punto débil de Lucio. Ahora había en la red relatos que coincidían casi con exactitud con las denuncias que había recibido. De nada serviría eliminarlos. Yo tenía copias de todos ellos, y se los entregaría a los periodistas si fuera necesario. Conforme avanzaba el programa, se sumaban más y más denunciantes. Pero nunca fue mencionada la historia que había tenido alumnoperverso2.0 con su profesora. El panelista de anteojos cuadrados preguntó que a qué se debía ese peculiar seudónimo, pero Federico se hizo el tonto y le respondió que eso en ese momento carecía de importancia. Yo le había pedido que omitiera hacer mención de esos relatos, asegurándole que con lo demás sería más que suficiente para cerrar ese caso.

Mamá me miró, con los ojos llenos de lágrimas. Habían pasado algunos minutos de que terminara el programa. Ella se había sumido en un inquebrantable silencio, y yo la acompañaba sin preguntarle nada.

—Lucas… Fui una pésima madre ¿No? —me dijo al fin.

Más allá de las lágrimas, su rostro reflejaba que por dentro estaba destrozada. Lo cierto era que muchas veces pensé en eso, y muchas veces concluí que sí, era una pésima madre. Pero no podía odiarla. Nunca lo haría. En terapia me había dado cuenta de que lo que me impulsaba a defenderla a pesar de todos sus defectos, era una especie de sentimiento paternal. Si ella no había sabido cuidarme, yo sí lo haría con ella.

—Sí —le respondí—. Sos una pésima madre. Pero te quiero más que a nadie en el mundo. Y siempre te voy a cuidar.

Apoyé mi cabeza en su regazo, y ella se inclinó y me abrazó, como si con su cuerpo formara un caparazón encima del mío.

Fin
 
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