Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 09 parte 2

heranlu

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-Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 09 parte 2-

Por fin entendía, al menos en parte, lo que había ocurrido la otra semana. Por eso los chicos se habían mostrado tan decididos a poseerme, incluso cuando en principio me había negado. Lejos de haber asustado a Lucio, este último los había convencido de lo fácil que sería acostarse conmigo, y hasta les había dado consejos para lograrlo. Y ahora era él el responsable de que las cosas se dieran de esta manera.

Se fueron colocando cada uno en sus asientos. No se me escapó el detalle de que por esta vez no se sentaron en el fondo, como de costumbre, sino que eligieron pupitres que estaban a mitad del salón, y algunos se pusieron muy cerca de la primera fila. Yo miré la puerta, sin poder evitar sentir el impulso de salir corriendo, pero el miedo a las consecuencias que podría generar mi huida me impedían dar el primer paso.

—Me voy a poner de campana, por las dudas —dijo Enzo, percatándose de lo que pasaba, yendo hasta la puerta, cubriendo la única salida que había para esa cárcel que en ese momento era el aula donde debería estar dictando clases. De todas formas, no iba a tener el valor de escaparme.

—Profesora —dijo Lucio. La voz le salió algo temblorosa. El mocoso estaba nervioso. Pero de todas formas, tenía una determinación que pocas veces había visto. Esa misma determinación con la que había logrado someterme la vez que fui a su casa, resuelta a terminar con todo esa locura de una vez—. Vaya a aquel rincón —ordenó después, señalando la esquina más alejada de la puerta.

Me imaginé que ahí sería donde, uno a uno, me violarían. Evidentemente Lucio lo pensó todo con lujo de detalle. En ese rincón nadie podría ver desde afuera, incluso si algún curioso se pusiera de puntas de pie para mirar hacia adentro, le sería imposible alcanzar a visualizar ese sector del aula.

—Aunque no se pueda ver desde afuera, si entra alguien ¿Qué? —pregunté—. ¿Y si me hacen gritar? ¿De verdad piensan que podemos hacer algo acá? El sexo es ruidoso y ustedes son como animales. ¿Piensan que se van a poder controlar? En menos de quince minutos va a entrar alguien a ver qué está sucediendo acá.

Miré, suplicante, a Juan Carlos y a los otros dos, quienes parecían ser los eslabones más débiles de esa cadena. Pero esta vez ni siquiera agacharon la cabeza. Me miraban arriba abajo, con hambre, y eso que estaba usando ropas para nada sexys. La mayoría de ellos debían de ser vírgenes, y tenían la oportunidad de iniciarse en la vida sexual de la mano de su joven y linda profesora. Un adolescente alzado nunca desaprovecharía una oportunidad como esa. Fui una necia al pensar que podía persuadirlos.

—No se preocupe, no vamos a correr ningún riesgo —aseguró Lucio, que, por la manera que hablaba, parecía haberse tragado a un villano de una película de espionaje—. Tiene diez segundos para ir hasta allá —Advirtió después.

Por primera vez me di cuenta de que detrás de esos anteojos había una mirada rebosante de locura. Muy a mi pesar, obedecí. Mientras caminaba hacia ese rincón que sería mi perdición, sentí que las piernas me temblaban, y que mi sexo palpitaba. Mi hipersexualidad salía a jugarme otra mala pasada. El miedo a ser descubierta, el hecho de verme rodeada de tantos machitos alzados, la certeza de saber que pronto entrarían en mi cuerpo tantas vergas erectas, la curiosidad de saber qué sería lo que me harían, y el sentirme totalmente sometida a la voluntad de esos niños, sobre todo a la de Lucio. Todos esos factores hacían que mi sexo largara flujos. Sentí, avergonzada, que mi ropa interior se había mojado.

—El pibe anda muy bien —dijo Fabián, en aprobación a la manera en que Lucio me estaba dominando. Ricky asintió con un gruñido.

—Ahora quítese la bombacha… —dijo Lucio. Hizo una sonrisa retorcida, como si hubiera recordado algo muy gracioso—. O como dirían nuestros amigos españoles: quítese las bragas —dijo después.

La jocosa utilización de la jerga extranjera hacía alusión al hecho de que él tenía conmigo un vínculo mucho más fuerte que el que tenía con cualquiera de los presentes. Algo que, por más que me pesara, no dejaba de ser cierto, pues es el único con el que comparto este espacio virtual.

—No. Es que… Me vino, así que no puedo hacer nada de eso —mentí, más que nada porque no quería que notaran mi bombacha mojada.

—¿Y desde cuándo el hecho de estar menstruando es impedimento para que una mujer coja? —preguntó Gonzalo, alzando la voz más de lo conveniente.

—Idiota ¿Querés que nos escuche alguien y se nos acabe la joda antes de empezar? —lo retó Ricky, furioso—. Sigamos haciendo lo que planeamos, que nos está yendo bien.

—Está bien, está bien, sigamos haciendo lo que planeó el mamerto aquel —aceptó Gonzalo, no sin atacar a Lucio. Por lo visto no podía terminar de aceptar que el marginado del salón estuviera entre ellos.

—Pero el pibe sabe lo que hace —lo escuché susurrar a Fabián—. Sigamos el plan, como dice Ricky.

Gonzalo resopló, y finalmente cerró la boca. Supongo que prefería tragarse el orgullo antes que ponerse a los demás en contra.

—Profe, déjese de estupideces y quítese la ropa interior —intervino nuevamente Lucio, implacable—. Hágalo despacio, pero empiece ahora mismo.

Le clavé una mirada de indignación. Después de todo, cada cosa que hiciera en las próximas dos horas sería porque esos chicos ejercían coerción sobre mi persona. El hecho de que yo no pudiera evitar sentirme excitada por la situación no les quitaba responsabilidad. Menos aún teniendo en cuenta que hasta el momento ellos no sabían de mis problemas sexuales. Salvo Lucio, obviamente.

Me incliné, sintiéndome una niña que era obligada a hacer una tarea que detestaba. Levanté la pollera hasta los muslos. Enzo silbó desde la puerta, al ver mis gambas cada vez más desnudas. Agarré la tela que cubría mi pelvis y empecé a tironear hacia abajo, sintiendo el elástico de la cintura apretando y arañando mi piel mientras bajaba. Cuando la ropa íntima apareció a la vista de todos, los ocho presentes se deleitaron al ver ese simple pedazo de tela. Cuando llegó a los tobillos, levanté un pie a la vez y me la quité.

—Mentirosa —dijo Gonzalo, aunque no parecía para nada disgustado.

—Agarre la prenda desde los extremos y levántela por encima de su cabeza —dijo Lucio.

De verdad parecía que el mocoso estaba leyendo un guion de una mala película de acción. Hacía muy bien su papel de antagonista. El problema es que esta historia no tenía a un héroe que me fuera a rescatar.

Me di cuenta de cómo era que funcionaba ese grupo ahora. Lucio había ideado hasta el más mínimo detalle de cómo me poseerían ese día, siempre cuidando de no llamar demasiado la atención, y así no ser descubiertos. Y Ricky, quien tenía la autoridad real sobre los demás, se aseguraría de que todos respetaran lo pactado. Sin ellos dos, los otros se estarían peleando por ser quien me cogería al primero. Entonces se armaría una trifulca y todo terminaría antes de empezar, cosa que de hecho, me beneficiaría. Pero en fin…

Agarré la ropa íntima, desde la parte que cubría las caderas, y la elevé, como hacen esas chicas en las peleas de boxeo, paseando por todo el ring con un cartel que indica el raund que va a comenzar. La verdad es que era una prenda común y corriente, nada que ver con las tangas diminutas que suelo usar cuando de verdad quiero estar con alguien. Ese acto tan simple sacó suspiros a los adolescentes presentes. Así de fácil es excitar a los hombres.

Por lo visto la prenda solo estaba húmeda del lado de adentro, así que por el momento no se dieron cuenta de la reacción que estaba teniendo mi cuerpo ante ese padecimiento.

—Ahora entregue esa prenda a alguno de nosotros. A quien usted quiera —dijo Lucio.

A pesar de que las palabras sonaron con total claridad, no podía reaccionar. Lo que me pedía era insólito, y no le encontraba el sentido.

—Vamos puta ¿Hace falta que siempre te tengamos que apurar? —se quejó Gonzalo.

—Cinco segundos —amenazó Lucio, con la mano dispuesta a dar clic en la notebook.

Doblé la prenda, asegurándome de que la parte húmeda quedara oculta. Miré a todos, tratando de pensar a quién debía entregársela. Me di cuenta de que fingían mostrar desinterés, pero era obvio que ese juego tenía algún objetivo.

Caminé lentamente por los pasillos del aula, como solía hacer en una clase normal. Pero esa jornada escolar distaba mucho de ser normal. Incluso en los momentos más oscuros de mi enfermedad, incluso cuando ya me había acostado con Ernesto en mi casa, y con el profesor Hugo en su oficina, nunca hubiera imaginado que me iba a encontrar ahí, encerrada entre cuatro paredes, con ocho alumnos a punto de poseerme, a apenas centímetros del pasillo por donde a cada rato se escuchaba pasar a algún alumno que llegaba tarde a clases, o a otro que pasaba al baño.

Pensé que alguno me iba a pellizcar el trasero, pero nadie quería salirse de lo que fuera que habían planeado, según me pareció. Aún no tenía en claro qué significaría para ellos el hecho de ser elegidos por mí para recibir mi braga, pero cuando vi el brillo en los ojos de Gonzalo, cuando pasé a su lado, decidí que él no sería quien recibiría esa prenda íntima. Finalmente decidí entregársela a Juan Carlos, quien miró a los demás con orgullo. Las dudas y la culpa que había mostrado hacía un rato ya desaparecieron, por lo visto. Estrechó mi bombacha en su mano, como si hubiera recibido un tesoro. Se la quedó mirando un rato, y después se la guardó en el bolsillo.

—Uf, no puedo creer que esto vaya a pasar en serio —dijo, con una sonrisa de dientes apretados que evidenciaba su nerviosismo, aunque también su entusiasmo.

Se puso de pie, y se dirigió a la esquina en donde yo había estado hacía unos segundos. El rincón que no se podía ver desde afuera.

—Vaya con él, profe —dijo Lucio.

—¿Y qué fue lo que ganaste? —pregunté, mientras iba a su encuentro.

—Ya va a ver —dijo Juan Carlos, cada vez más desinhibido.

Se bajó el cierre del pantalón. Corrió el calzoncillo, y liberó su miembro. Es verdad lo que dicen de las personas de baja estatura. En general tienen genitales bastante grandes, al menos en proporción a sus cuerpos. Y Juan Carlos no era la excepción. Antes de ir al encuentro de ese falo que ya me esperaba algo hinchado, miré Lucio.

—No se preocupe. Si alguien quiere entrar de prepo, el amigo Enzo impedirá que lo haga. Y si alguien golpea pretendiendo ingresar, en cuestión de unos segundos podemos disimular lo que estamos haciendo —explicó Lucio—. Entonces usted se va a levantar rápido, y él va a esconder su verga, y después van fingir que están resolviendo aquel ejercicio que está en el pizarrón.

—El wacho pensó en todo —dijo Fabián.

—¿Y por qué no se la vas a chupar a él? —le contestó Gonzalo, exasperado.

—Bueno, no te pongas celosa —se burló Fabián—. ¿Qué problema tenés con el pibe? Mirá que gracias a él vamos a pasar este momento que vamos a recordar hasta cuando seamos viejitos.

—Sí, si, claro.

Respiré hondo. Juan Carlos sonreía como lo hacen los niños cuando les regalan un juguete nuevo.

—¿Cuántos años tenés? —le pregunté, aunque lo cierto es que la edad exacta carecía de importancia.

—dieciocho —respondió.

Me incliné. La verga del chico ya largaba líquido preseminal. El glande brillaba por la sustancia viscosa. Tenía mucho vello. Los más largos de ellos se enredaban en el tronco. En un gesto involuntario, pasé la lengua por mi labio inferior.

—¿Alguna vez te la chuparon? —le pregunté. Él negó con la cabeza—. Si pretendés que una mujer te la chupe, deberías lavarte bien la verga antes de estar con ella. Y también recortarte el vello púbico.

—Está bien —fue lo único que dijo el pendejo.

—Cinco segundos —Advirtió Lucio.

Agarré del tronco, aun semifláccido, con dos dedos. Ese simple contacto bastó para que el mocoso se estremeciera. El miembro era muy oloroso. Y ese olor a sudor y semen quedaría impregnado en mis dedos. Lo miré desde abajo.

—Así no es la vida ¿Sabés? Así no se trata a las mujeres —le dije, ya no con la intención de hacerlo cambiar de opinión, cosa que a esas alturas era imposible lograr, sino para que cuando recordara ese momento, también recordara mis palabras—. Felicidades. Estás abusando de tu profesora —le dije después.

Esto último no causó ningún tipo de culpa en él, aunque debo reconocer que el hecho de que yo estuviera en cuclillas frente a él, sosteniendo su pija, probablemente contribuía a esto.

Empecé a masajear la verga, que estaba pegajosa, sintiendo cómo se iba endureciendo en mi mano. Hice lo posible por usar solo dos dedos, para que el olor solo se me pegara a ellos. Con las uñas corrí el vello que había en el tronco. Cuando estuvo totalmente tiesa, me la llevé a la boca. Se la chupé sin ayuda de las manos. Me apoyé en sus piernas, y empecé a mover la cabeza adelante y atrás

Escuché el gemido de Juan Carlos, que se hizo eco en todos los demás, como si ellos estuvieran experimentando el mismo placer que él. Ambos estábamos de perfil, así que todos tenían una excelente visión de cómo le practicaba la felación a ese chico pequeño de pelo enmarañado. Imaginé que en algún momento me tomarían más fotografías, pero a esas alturas eso no cambiaba mucho mi situación. Así que me limité a chupársela al mocoso. Se la chupé con vehemencia, como lo hacía con los amantes por los que de verdad me sentía atraída.

Estaba indecisa. No sabía si era buena idea precipitar el orgasmo de Juan Carlos, o prolongarlo todo lo que podía. Si hacía lo primero, habría tiempo de sobra para ser poseída por todos ellos. Hasta era posible que alguno lo hiciera más de una vez. Si dilataba el tiempo, podía librarme de algún que otro polvo, y quizás también me liberaría de alguna práctica más osada que tuvieran pensado obligarme a hacer.

Pero a esas alturas ya debería comprender que nada saldría como yo quisiera que salga. Sin previo aviso, el pendejo largó una débil eyaculación cuando todavía tenía la verga adentro de mi boca.

Un hilo de semen se escapó por las comisuras de mis labios. Me lo limpié con el dedo, y sin pensármelo mucho, me tragué el semen, para luego llevarme el dedo en la boca y succionar lo que quedaba en él. Siempre evité tragar la leche de los hombres con los que estaba, pero en ese momento ¿Dónde la escupiría? Tampoco podía permitir que me acabara en la cara.

—Que warra resultó la profe —comentó Orlando, quien hasta el momento no había dicho casi nada.

—Mierda, acabé muy rápido —dijo Juan Carlos, avergonzado, volviendo a su asiento, mientras metía su instrumento lleno de semen y saliva adentro del pantalón.

—¿Y cómo estuvo? —le preguntó Leonardo.

—Increíble. Se siente como que la verga te va a explotar. Y cuando se la mete en la boca te la devora con la lengua, y te deja un montón de baba —explicó detalladamente Juan Carlos.

—Les aviso que no me pienso tragar la leche de todos ustedes —dije, hablando en voz baja.

—Vamos, si usted tragó porque quiso —dijo Gonzalo—. Además nosotros le habíamos traído la escupidera.

—¿Qué? —pregunté.

Entonces Lucio mostró una botella de plástico azul, con el pico muy amplio.

—Cuando quiera deshacerse de la leche, puede hacerlo acá —explicó.

—Bueno, sigamos —dijo Ricky.

A pesar de que sus palabras sonaron a orden, luego de pronunciarlas quedó unos segundos mirando a Lucio, como esperando a que él marginado del curso diera su aprobación.

—Profe, qué parte de su cuerpo es la que más le gusta —dijo este último—. No tarde en contestar. Hasta ahora se portó muy bien. Siga así.

No entendía por qué no se turnaban para que se las chupe y listo. Pero por lo visto ese jueguito les resultaba muy divertido a todos. Estaba claro que eligiera lo que eligiera, alguno de ellos me haría algo.

—Mis pies —respondí.

Todos, incluso Lucio, soltaron carcajadas.

—¿Alguien había elegido los pies? —preguntó Fabián.

—Nadie ¿Quién se fija en los pies de la profe, habiendo tanto para mirar más arriba?

—Entonces diga qué es lo segundo que más le gusta de usted profe —insistió Lucio.

—Las orejas —dije.

Otra vez estallaron en carcajadas. No entendía qué era lo que les resultaba tan gracioso, pero estaba claro que mis elecciones eran acertadas, y que, de alguna manera, me beneficiaban. Al menos estaba retrasando el desenlace de ese juego. La próxima vez diría que otra parte que me gustaba mucho era la nariz.

—Bueno, tampoco nadie eligió sus orejas —dijo Enzo.

—Pero yo elegí la cara —dijo Gonzalo.

—¡Y yo también! —Se sumó Leonardo.

—Bueno, bueno. Vayan. Pero recuerden lo que acordamos —advirtió Ricky.

Por lo visto no me iba a escapar de sus jueguitos tan fácilmente. Gonzalo se puso detrás de mí, me agarró de la cintura, y empujó mi cuerpo hacia atrás. Sentí la potente erección que tenía. Me pregunté si, en caso de que alguien entrara, serían capaces ocultar esas erecciones. De nada valdría todo lo que hiciéramos para disimular, si había tantas vergas erectas a la vista al mismo tiempo.

Leonardo se arrimó a mí por delante, también haciéndome sentir su falo tieso. Me estaban apretando desde ambos lados, como si fuera un sándwich.

Gonzalo me pellizcó las nalgas con violencia.

—Yo había elegido la cara porque me la quería comer a besos —dijo Gonzalo, desilusionado—. Mirá lo que es esa carita. Esta boquita, estos ojos grandes. Una muñequita la profe.

—Bueno, pero sigamos el plan. Todavía hay tiempo. No creo que nos vayamos sin acabar —dijo Leonardo, frotando su verga sobre mi—. Además, ¿te gustaría comerle la boca aunque todavía tenga sabor a la leche de Juan Carlos? —dijo después.

—Es que no había pensado en eso.

—Bueno, igual esa boquita es muy tentadora —dijo Leonardo, agarrándome del mentón.

—No seas asqueroso —dijo Gonzalo.

—De verdad es muy linda la profe. Pobre Lucas —comentó Leonardo, quien estaba hablando más de lo que había hablado en todo el año.

—A él no lo nombres —Le aclaré, furiosa.

Entonces ambos arrimaron sus bocas a cada uno de los costados de mi rostro. Las lenguas no tardaron en chupar mis orejas. Leonardo succionaba y mordisqueaba el lóbulo. Pero Gonzalo metía su lengua en el agujero, y la frotaba con fruición, como si quisiera penetrarme con ella. Las manos de los chicos parecían estar en todos lados. En un momento estaban en mis muslos, y al siguiente se metían por debajo del chaleco de lana para magrear mis tetas, o por debajo de la pollera, para sentir mi trasero desnudo. Los masajes linguales me producían un cosquilleo excitante. No pude evitar sonreír mientras esas extremidades babeantes se frotaban en mis orejas, dejándolas llenas de saliva.

—No le arruguen la ropa —Avisó Lucio. Miró a Ricky, como para que el líder del grupo pusiera orden. Pero el otro, por esta vez, no dijo nada.

Los pendejos siguieron comiéndome la oreja. Sus vergas se frotaban cada vez con más intensidad en mi cuerpo, casi de manera violenta. Me sorprendía mucho que pudieran controlarse hasta ese punto. Pero no tardé en darme cuenta de que, de hecho, no podrían hacerlo. No pasaron más de dos o tres minutos hasta que Gonzalo ya no pudo con su genio.

—Me la voy a coger —Dijo, empujándome contra la pared, separándome de Leonardo, que ahora nos observaba, decepcionado, aunque no parecía dispuesto a hacer nada.

Me agarró de la muñeca y me hizo girar. Quedé con la cara pegada a la pared. Sentí cómo me levantaba la pollera.

—¡Ey, Gonzalo, calmate boludo! —dijo Ricky—. Vas a cagarnos el día.

—Pero si está entregada. ¿Por qué voy a esperar? —preguntó Gonzalo.

—Entonces yo también quiero cogérmela —dijo Leonardo.

—Después de mí —le prometió Gonzalo.

—¿Y si lo hacemos juntos?

—No sean ansiosos, dijimos que hoy no la íbamos a coger, para no hacer ruido —dijo Ricky.

—Ey, entonces yo sigo después que ellos —avisó Enzo, ignorando a su líder por primera vez.

—¿Ven? Por esto es que tenemos que seguir el plan —intervino Lucio—. Nos desviamos un poco y ya todo es un descontrol.

—Es cierto —Lo apoyó Fabián—. Hagamos lo que acordamos hacer cuando estábamos con la cabeza fría. En su momento todos estuvimos de acuerdo ¿No?

—Bueno, pero primero me la cojo y después seguimos jugando —dijo Gonzalo, que me había levantado la pollera hasta dejar a mi trasero expuesto ante toda la clase.

Hubo muchas veces en las que me sentí como un objeto, pero nunca como esa vez, en la que ocho adolescentes discutían la manera en que iban a usar mi cuerpo, como si yo no estuviera en el mismo salón en ese momento. Mis deseos no valían nada.

—Pero entonces yo también me la quiero coger —manifestó Orlando.

—Mirá el lío que hiciste —le recriminó Rocky a Gonzalo.

Entonces alguien golpeó la puerta.

—¡Rápido, rápido! —dijo Lucio.

Gonzalo me bajó la pollera, y me la estiró un poco, para disimular las arrugas que se le habían formado. Lucio se puso de pie y me entregó un pañuelo descartable.

—Séquese las orejas —dijo.

Lo hice a toda velocidad, y tiré el pañuelo en el tacho de basura.

Leonardo había vuelto a su asiento, al igual que Enzo, que ese día había elegido convenientemente uno de los asientos de adelante. Gonzalo se puso al lado del pizarrón. Se acomodó la verga, apretándola con el calzoncillo para que no sea tan obvia la erección, y agarró la tiza, fingiendo que estaba escribiendo en él. De verdad lo tenían todo ensayado. Incluso los que no pertenecían al grupo del fondo sabían muy bien lo que tenían que hacer. Seguramente las dos horas anteriores no habían tenido clase de literatura, debido a tantas faltas, y Lucio y los demás habían tenido tiempo de sobra no solo para convencerlos de unirse, sino para explicarles paso a paso el plan. Se habían decidido a cumplir la fantasía de follar a su profesora en el mismo salón donde daba las clases, y se habían tomado todas las precauciones para evitar tener problemas. O mejor dicho, había sido Lucio el que había pensado en todo eso, y los otros, con la experiencia que habían tenido en mi casa, vieron una oportunidad que no podían desperdiciar.

—Adelante —dije.

La puerta se abrió, y entró el profesor Hugo.

—Profesora Cassini —dijo, con el gesto de viejo baboso de siempre.

Una idea terrible se me cruzó por la cabeza. Él también estaba metido en ese complot. Después de todo, Alumnoperverso sabía muy bien de su existencia y de todo lo que había pasado entre nosotros.

—Qué hacés acá —le pregunté, con el ceño fruncido.

Abrió bien grandes los ojos, asombrado.

—Lamento interrumpir su clase profe ¿Tendrá un minuto para este humilde colega? —preguntó.

Los chicos soltaron risitas reprimidas. Me sentí una idiota. Pero viéndolo ahora, mi reacción no estuvo del todo injustificada. Estaba pasando por cosas tan anormales, que no hubiera sido raro que el profe de educación física haya ido a ese salón para sumarse a la fiestita que había en él.

Me acerqué a la puerta. Antes de salir me dirigí a Lucio, quien seguramente no estaría nada contento con la interrupción.

—Enseguida vuelvo —dije, como pronunciando una promesa.

Salí al pasillo y cerré la puerta detrás de mí. Fuera del aula todo se veía perfectamente normal. Ni el más pervertido de los profesores, como lo era Hugo, sospecharía de lo que estaba sucediendo. Pero de todas formas temí que hubiera algo que me delatara. Aún sentía las orejas húmedas, y el sabor al semen de Juan Carlos no se iba del todo de mi paladar. Tragué saliva, esperando disminuir dicho sabor, además, no quería que ese olor se percibiera en mi aliento. De repente me percaté de que mi mano derecha se sentía algo pegajosa, debido al contacto que había tenido con el miembro viril de mi pequeño estudiante. Junté ambas manos atrás de la cintura, como si le estuviera escondiendo algo a Hugo.

Sabía que mi ropa, salvo algunas arrugas en mi pollera, estaba bien. Y mi pelo recogido seguía prolijamente peinado. Eso se lo debía agradecer a Lucio, que había previsto una situación como esa. Si me estuvieran cogiendo a lo loco, como pretendían hacerlo unos segundos antes, era muy probable que quedásemos todos expuestos, y yo sería la principal perjudicada.

—Disculpá si te contesté mal —dije—. Estaba renegando con los chicos, que no saben hacer los ejercicios más fáciles.

—Sabés que a vos te perdono todo —dijo él—. Hoy te faltaron algunos chicos ¿No?

—Una rateada masiva —expliqué escuetamente.

—Ya Veo —comentó él, arrimándose a mí más de lo conveniente, considerando que estábamos a la vista de cualquiera que fuera a pasar por ahí—. Pero veo que tenés tus soldados fieles. Algunos chicos son inteligentes —agregó después.

—Qué tonto —dije sonriendo, nerviosa—. Qué necesitás.

—Mirá, te lo cuento rápido, para no hacerte perder el tiempo —dijo él, mirándome de arriba abajo, casi como si estuviera desnuda—. Qué linda que estás.

—No seas tonto, dale, decime.

—En serio —su rodilla hizo contacto con mi pierna—. Estás… no sé. Te comería a besos acá mismo.

—No podemos —le contesté.

—¿Querés ir a mi oficina cuando termine la clase? —propuso.

—No. Dale, decime qué querés de mi —dije, aunque oculté mi exasperación.

—Estoy organizando una excursión —explicó él por fin—. La cosa es así. Un amigo mío de Tandil desde hace rato que quiere desafiar a mis chicos de Vóley... Bueno, la idea es que vayan todos los del tercer año para apoyar a los equipos. Y necesito un grupo de profes que me ayuden. ¿Te prendés? —dijo, guiñándome un ojo.

Era demasiado obvio que solo me invitaba para cogerme. Había encontrado la excusa perfecta para estar lejos de su mujer y pasar un fin de semana entero conmigo. SI me lo hubiera propuesto en otro momento, seguramente aceptaría. Pero ahora tenía la cabeza totalmente ocupada en otras cuestiones.

La puerta del aula se abrió, y salió Lucio.

—Profe, quería hacerle una pregunta del tema amortizaciones —dijo. Miró de reojo a Hugo. No ocultó su desprecio por él, aunque suponía que ese desprecio no era porque se trataba de uno de mis amantes, sino porque me había sacado de sus garras durante larguísimos segundos.

—Tranquilo campeón. La profe está hablando conmigo ¿no lo ves? —lo retó Hugo.

—Sí, pero es clase de contabilidad, no de educación física —retrucó Ricky, que apareció detrás de Lucio.

Hugo quedó tan estupefacto que no atinó a responder.

—Te lo confirmo en estos días —Le prometí.

No quería que ellos escucharan en ese momento lo de la excursión, sino, me obligarían a ir solo para aprovecharse de mí. Dejé a Hugo con la boca abierta afuera y me metí de nuevo al aula.

—Ya pensaba que se iba a escapar —comentó Enzo.

El temor de lo que pudiese suceder en esa excursión (a la que no pensaba ir) me hizo analizar algo en lo que no había pensado detenidamente hasta el momento. Más que nada debido a que hasta entonces, apenas había podido usar las neuronas.

—No me voy a escapar. Pero me tienen que jurar que esto se va a terminar acá —dije entonces, tratando de mostrarme segura—. Voy a hacer lo que quieran, pero no pueden usar esas fotos para siempre. Júrenme que es solo por esta vez. Si me siguen molestando después de esto, me voy a negar, y los voy a denunciar, y ya no me va a importar si caigo con ustedes, porque si el precio por mis errores es que puedan abusar de mi para siempre, prefiero aceptar el castigo social a seguir siendo una cosa que usan a su antojo. Pero si esta es la última vez… si con eso me gano su silencio… entonces sí, pueden continuar usándome como hasta ahora. Eso sí, que quede claro, lo hago solo porque me obligan a hacerlo. Esto es abuso sexual. Si creen que es otra cosa, están locos.

El discurso causó cierto efecto en Juan Carlos, Orlando y Leonardo, quienes parecieron sentir algo de culpa. Quizás hasta el momento no terminaban de percatarse de que me estaban obligando a hacer todo eso. Pero de todas formas, ninguno dijo nada en mi apoyo.

—Bueno, es lo más justo —dijo Ricky.

Gonzalo y Enzo asintieron, aunque no de muy buena gana. Lucio en cambio, no dijo nada.

—Tenés que prometérmelo —lo insté.

—Claro —dijo.

Me pareció que estaba reprimiendo una risa. Pero no me quedaba otra que aceptar su palabra. En ese momento no iba dar marcha atrás.

Me senté detrás de mi escritorio, y observé al alumnado, esperando a ver con qué cosa me salían ahora. Todos miraron a Lucio, ansiosos. Por lo visto no solo era el ideólogo del grupo, sino que lo habían elegido como vocero. Habían pasado ya media hora, y apenas uno de ellos había gozado hasta llegar al orgasmo, así que seguramente pretenderían acelerar las cosas.

El suplicio apenas había comenzado.

Mujerinsaciable

Continuará




-I
 
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