Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 09 parte 1

heranlu

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parte 1

Como ya era de costumbre, esa noche me costó pegar el ojo. De todas formas, dormir no era una buena opción, porque cuando lograba hacerlo, horribles pesadillas me atormentaban. Lo peor que tenían esas pesadillas era que resultaban muy realistas, ya que en ellas mamá siempre aparecía siendo sometida sexualmente por mis compañeros de clase. Nada que no hubiera sucedido ya —y que no pudiera volver a suceder—.

Había cierto alivio en las palabras que había pronunciado ella el día anterior. Por fin se iba a ir de esa escuela. El daño ya estaba hecho, pero al menos no tendría que pasar por el penoso momento de estar en la misma clase en la que ella era profesora. Además, yo tampoco pensaba quedarme en esa escuela por mucho tiempo. Había una creencia generalizada de que era muy difícil cambiarse de colegio cuando ya habían empezado las clases, pero en las últimas semanas había hecho mis averiguaciones, y descubrí que no era algo imposible de hacer. Claro, estaba condenado a asistir a una escuela de baja categoría, con alumnos mucho más problemáticos que los de mi curso actual, pues esos eran los establecimientos que normalmente contaban con vacantes. Pero mientras no conocieran a mamá, nada de eso parecía ser importante.

Pensé mucho en el último relato de Mujerinsaciable. En él me enteraba de muchas cosas, pero había otras tantas que aún desconocía. ¿Qué había sucedido con Lucio? Por lo que entendí, Ricky y los demás le dieron un susto de muerte antes de que pudiera llegar a casa a chantajear a su profesora. Esto, sumado al hecho de que yo había eliminado las pruebas que tenía en su casa en contra de mamá, daba a pensar que el pobre diablo había quedado fuera de juego. Pero no podía descartar el hecho de que aún conservaba su teléfono, el cual no logré destruir. Por lo tanto, era muy probable que aún tuviera esas pruebas con las que había logrado dominar a la profesora Cassini. Si fuese así, el miedo a Ricky y sus secuaces no le duraría para siempre. Muy a mi pesar, tuve que estar de acuerdo con el detestable Enzo. Lo tendrían que tener cortito, recordándole cada tanto que debía dejar de molestar a la profesora. Lo malo era que, si los chicos del fondo continuarían con el rol de guardaespaldas de mamá, seguramente también pretenderían volver a cobrarle el favor.

Otra cosa que me intrigaba mucho era saber cuánto de la historia de Lucio con mamá era conocida por los chicos del fondo. Por lo visto ella solo le había explicado a Ricky que estaba siendo molestada por un desconocido, el cual, la inocente profesora Cassini sospechaba que podría tratarse de un alumno. Pero cuando ellos interceptaron a Lucio, el nerdo del curso algo les habría dicho. De repente recordé una frase que había pronunciado uno de ellos. “Entonces era verdad”, había dicho Enzo Mientras veían a mamá, caminando hacia la cocina, con los zapatos de tacones altos, la minifalda y el portaligas. Pero ¿Qué era eso que resultaba ser verdad? Quizás Lucio se había ido de boca y había contado la manera en que dominaba a su profesora, lo fácil que era, lo mucho que le gustaba la verga... En ese caso, ahora el problema estaría multiplicado por cuatro. Con todos esos chicos teniendo el poder de doblegar a mamá a su antojo, las consecuencias que podía tener eso me resultaban difíciles de predecir. Aunque claro, en todos los escenarios que imaginaba, mamá era sometida sexualmente de manera indeterminada por esos pendejos.

Lo ideal era que renunciara a la docencia en esa escuela lo antes posible. De esa manera le quitaría el poder a Lucio, y ya no necesitaría de los otros.

También pensé en la manera en la que ese trío de degenerados había logrado someterla. Me sentí orgulloso al leer cómo la profesora Delfina se negaba a complacerlos, e inventaba excusas para sacárselos de encima. Pero, así como Lucio había logrado dominarla con su inteligencia, estos tres lo hicieron con insistencia. No se me iba de la cabeza que incluso habían sido algo violentos. Me prometí que algún día me las pagarían. Pero por el momento lo que me preocupaba era que pudiéramos huir de ese lugar con el menor daño posible.

Releí varias veces el texto, tratando de sacar de él algo nuevo.

En una situación como esa, la idea de que todo volara por los aires no se veía tan mala. En definitiva, el sometimiento de mamá había llegado a un extremo tal, que ya no perdería mucho si ellos la denunciaban de una vez por todas, y pusieran fin a todo nuestro tormento.

Pero me estaba adelantando. Quizás la orgía en la que había participado la profesora Delfina Cassini con sus tres estudiantes no tenía solo consecuencias negativas. Si de verdad podían mantener a raya a Lucio hasta que nosotros desaparezcamos del mapa, y además ella se las arreglaba para no volver a caer en las manos de ellos, quizás ese delicado equilibrio nos ayudaría a dejar todo eso atrás. En ese momento no tenía idea, pero ya en la adultez sé que es increíble lo que puede llegar a hacer un hombre por una mujer con la que está caliente, aunque esta no le entregue nada.

El viernes por la mañana le dije a mamá que también me sentía enfermo, y de esa manera me libré de ir a la escuela. El fin de semana la profesora Cassini estuvo encerrada todo el tiempo, como en las épocas de abstinencia. Aunque ahora no era el caso de que estaba en abstinencia, obviamente. Supuse que tenía miedo de lo que pudiera llegar a hacer si salía a alguna parte. Trató de disimular su estado depresivo haciendo toda clase de actividades en todo momento. Hizo una limpieza general en la casa, como no la veía hacer desde que era pequeño. El domingo cocinó suficientes empanadas como para comer durante una semana, y probó varias recetas de tortas de chocolate.

En ese momento aproveché para decirle que quería cambiarme de escuela.

—Bueno, dejame ver qué podemos hacer —me respondió ella, palpando mi mano con cariño, con una sonrisa melancólica pintada en su rostro.

A partir de ahí entramos a una peculiar etapa de nuestra relación. Estaba claro que ella sospechaba que yo sabía algo sobre su padecimiento, aunque seguramente no tenía idea de hasta qué punto conocía los vaivenes de su vida en los últimos meses. Pero la cuestión es que sabía que yo sabía que algo andaba mal, y que esa escuela era un lugar del que nos teníamos que alejar. Lo que dijo ese mismo domingo, mientras comíamos una chocotorta con té en la sala de estar, terminó pro confirmar mi teoría.

—Tus compañeros… —dijo, deteniéndose, como para pensar bien en cómo iba a formular la pregunta—. Tus compañeros ¿Dicen algo de mí?

Me encogí de hombros, tratando de disimular lo incómoda que me resultaba esa pregunta. Tragué un pedazo de torta casi sin masticarla, y tuve que tomar un largo trago de té para no atragantarme con ella.

—Creo que en general te consideran una buena profesora —dije al fin.

—Sí, pero… —insistió ella—. ¿No me ponen algún apodo? ¿No me critican por algo? Quizás no te lo van a decir a vos por ser mi hijo, pero algo habrás escuchado, al pasar.

—La verdad que no. Las chicas te admiran mucho, y algunas hasta te deben envidiar. Y los chicos, bueno… ya sabés cómo son los chicos —respondí, omitiendo la segunda parte de la frase: “Y ya sé cómo sos vos mamá”.

—¿Y cómo son los chicos?

—Ya sabés má… —respondí, algo fastidiado—. Sos joven, y a veces te vestís de una manera… Pero no, nunca me dijeron nada. Es solo que con las caras se delatan. Vos te habrás dado cuenta ¿No?

—Bueno. Tenés razón. Los chicos son así. A esa edad solo piensan en sexo. Supongo que vos sos igual en ese sentido.

—Sí mamá.

No quería hablar más del tema, porque se me iba a ir la lengua. Estaba claro que mamá quería saber si ya habían corrido rumores de que se había acostado con varios alumnos. Lo cierto es que hasta ahora no había escuchado nada. Pero después de lo del jueves, Ricky y los demás en cualquier momento se irían de boca. Que se fueran a la mierda, pensé yo. ¿Quién les iba a creer que se enfiestaron con su profesora? Era algo demasiado bueno como para que alguien lo considerara cierto.

El lunes no pude faltar de nuevo a la escuela. Si lo seguía haciendo, podrían sospechar que yo estaba al tanto de lo que sucedía. Lo único que me faltaba para sentirme un perdedor total era que ellos estuvieran conscientes de que yo sabía que se habían cogido a mamá. Era la última pizca de dignidad que me quedaba, y no la iba a tirar por la borda. Al menos así lo sentí en ese momento.

Esa misma mañana mamá me dijo que iba a ir a una entrevista de trabajo. No pude evitar sobresaltarme al escucharlo. Supuestamente la entrevista en cuestión era a las nueve de la mañana. Decidí ir a la escuela. Si Lucio no había ido a clase, significaba que era muy probable se había citado nuevamente con mamá. En ese caso, volvería a casa y evitaría por todos los medios que mamá fuera a su encuentro. Pero el patético nerd había ido a la escuela. De hecho, ese día no se ausentó nadie. Ni Ernesto, ni Ricky, ni sus amigos. Estaba rodeado de los chicos que habían poseído a mi querida madre. Me sentía como un cornudo consentido.

Me senté donde siempre lo hacía, en la antepenúltima fila de pupitres. Al lado, Ernesto me miraba de reojo, como si esperara el momento oportuno para hablarme. Pero yo prestaba mayor atención a Lucio y a los tres que tenía detrás de mí, y que parecían respirar en mi nuca. El dibujante cuatro ojos parecía un pollito mojado. Estaba más encogido que nunca, como si temiera a que en cualquier momento alguien le asestara un golpe. Era inconcebible pensar que había llevado a cabo un plan extorsivo para acostarse con su profesora, una adulta que le doblaba la edad.

Los tres del fondo conversaban animadamente. Traté de escuchar lo que decían, aunque sabía que lo mejor era ignorarlos. Cualquier palabra que me pareciera fuera de lugar, podría causar un cortocircuito en mi cabeza ya de por sí desequilibrada. Aparentemente hablaban de un partido de fútbol que habían tenido recientemente. Me di cuenta de que tenía todo los músculos tensos. Hasta Celeste, sentada varios asientos adelante que yo, me miró con extrañeza en un momento. Las orejas me ardían, y el corazón parecía querer salir de mi pecho. Tuve que reconocer de que había sido un iluso al pensar que podía pasar los últimos días en esa escuela tolerando la humillación de estar tan cerquita de los que se habían aprovechado de mamá hacía unos días.

Y entonces sucedió.

Fue apenas una risita. De esas risas tontas que intentan reprimirse, pero se escapan de entre los dientes, en una mezcla de soplo y silbido. Ni siquiera supe quién había sido el que la había soltado. Solo tenía la certeza de que fue alguno de los que se sentaban en el fondo.

Ni siquiera recuerdo bien lo que sucedió después. Es como si en ese momento estuviera viendo todo rojo. Sí recuerdo la cara de asombro de Quique, el chico que se sentaba a mi izquierda, cuando me di vuelta. Ricky me miraba, también extrañado. Movía los labios, como preguntándome qué pasaba. Eso también lo recuerdo. Aunque de manera difusa, como si estuviera sumergido en un sueño. Además, no tenía idea de qué era lo que en realidad decía. Luego me contaron que le había dado una piña que había calzado justo en ese enorme mentón que tenía. Se había mordido la lengua y de su boca empezó a salir sangre. Pero eso recién había sido el principio.

De lo demás no quedó ningún registro en mi cabeza. Pero luego supe que había agarrado mi pupitre, para luego levantarlo en el aire, y finalmente tirarlo sobre Ricky y Gonzalo. Ambos recibieron un daño considerable. Fue Enzo el que estuvo a punto de vengar a sus amigos. Pero Ernesto lo detuvo en el momento justo, y yo aproveché para darle un par de golpes. Luego se metieron otros compañeros, viendo que la cosa no era una simple pelea, de esas que resulta divertido presenciar, sino que me estaba poniendo realmente violento, totalmente fuera de mí.

Lo último que recuerdo es que estaba en la dirección, temblando como una hoja, pero no de miedo, sino de los nervios. Cuando insistieron tanto en que les contara que por qué me había puesto tan violento, les conté una mentira, que contenía un poco de la verdad. Les dije que aquellos pendejos estaban diciendo cosas ultrajantes de mamá; que insinuaban qué cosas le harían si la tuvieran en la cama. El director tardó dos segundos en creerme. Los del fondo tenían fama de pendencieros y maleducados. Pero me aclaró, con vehemencia, que eso no justificaba mi falta, ni mucho menos. Llamaron a mamá, quien tuvo que interrumpir su entrevista de trabajo. Le informaron que se veían obligados a expulsarme.

La vuelta a casa fue silenciosa. Mamá intentó sacarme información. Era obvio que ese inusual estado de ira no se debía únicamente a que había escuchado algunas palabras desubicadas de esos pendejos.

—Hablaban como si de verdad se hubieran acostado con vos —le dije—. Los tres a la vez —recalqué después.

Ella me miró estupefacta. Luego puso la vista en la carretera y se mostró indignada.

—Increíble. Las locuras que se inventan los adolescentes —dijo.

—Y no sé por qué lo hacen —agregué—. Es obvio que nadie se los va a creer. Una profesora como vos, acostándose con tres chicos menores de edad… No se creen ni ellos ese cuento —dije.

Mamá estaba de mi lado en lo que respectaba al incidente de la escuela. No lo dijo, pero parecía orgullosa del hecho de que me había animado a golpear a quienes de alguna manera habían abusado de ella.

—Encima la sacaron barata. Dos días de suspensión les dieron —dijo—. Bueno, es lógico. Lo de ellos es grave, pero no tanto como lo tuyo —me acarició la mejilla con ternura—. Mañana mismo presento mi renuncia. Ya no quiero saber nada con ese lugar. Gracias por defender mi honor —terminó de decir.

Sentí que un enorme peso se me quitaba de encima, y sospechaba que ella experimentaba algo similar. Por fin el calvario llegaría a su fin.

Durante los siguientes días tuve algo de paz. Mamá me había conseguido vacante en una escuela de mala muerte, que quedaba a una hora de viaje. Si ya de por sí era difícil cambiarse de colegio a esas alturas de la cursada, con mi prontuario de alumno expulsado debía estar más que agradecido de que me recibieran en ese lugar. Según ella, lo importante era que no perdiera el año. El hecho de que fuera bastante lejos de casa me gustaba mucho. Las probabilidades de encontrarme a algún conocido eran muy bajas.

El miércoles me dijo que ya había conseguido un trabajo en el que empezaría la próxima semana. Algo avergonzada, me contó que consistía en hacer de secretaria de un reconocido cirujano. No me cabían dudas de que el reconocido cirujano le habría pedido algún favor sexual para contratar a alguien inexperimentada en ese rubro después de una sola entrevista. Pero comparado con lo que venía sufriendo, si era por mí, que la convirtiera en su puta personal. Si con eso contribuía a que ella se alejara de las aulas repletas de adolescentes pajeros, que así fuera.

Yo también empezaría las clases el lunes. Solo faltaba que nos mudáramos de barrio y listo. Una nueva vida. Yo disfrutaría de una adolescencia normal, y a ella le tocaría lidiar con su hipersexualidad a su manera. Y en todo caso, si volvía a las andadas —como parecía ser el caso—, que lo hiciera con adultos, muy lejos de mi vista, como antes lo hacía. Ojos que no ven, corazones que no sienten.

Ya se podía respirar el aire de libertad en casa. Yo me había reivindicado, al menos en parte, dándole unos buenos golpes a algunos de los que me hicieron pasar tan mal rato. Y a mamá ya se la veía mejor, con una alegría más natural, menos efímera.

Pero como sospecharán algunos, aún falta un poco para que esta historia llegue a su fin.

El jueves me desperté recién a las once de la mañana. Hacía semanas que no dormía tanto, y realmente lo necesitaba. Apenas me espabilé, revisé el celular. Me di cuenta de que tenía muchos mensajes. Mariano me decía que algunos de los chicos pensaban hacer una rateada masiva, Y me preguntaba si yo también iba a faltar a clases. Me di cuenta de que por lo visto aún no se enteraban de que había sido expulsado de la escuela. Pero tampoco quise decírselo en ese momento. No tenía ganas de que me hicieran preguntas, y mucho menos de contestarlas. También me había escrito Ernesto. Ya lo había hecho antes, felicitándome por la paliza que le había dado a esos tres. Ahora también me contaba lo de la rateada, y me preguntaba cómo andaba. A esas alturas ya no guardaba rencor por él. Me daba cuenta de que en ese momento él había sido la víctima, tanto de las circunstancias como de mi madre. Y ni hablar del hecho de que me había defendido cuando me peleé con los del fondo. Lo suyo había sido muy diferente a lo de Lucio y Ricky, que se aprovecharon de la situación y la humillaron. Pero por el momento no quise hablar con él. A la única que le contesté fue a Celeste, quien me había escrito, también preocupada por mi estado de ánimo. Le dije que estaba todo bien, que si quería, más tarde habláramos.

Pero ese día que presagiaba ser bueno, se ensombreció cuando noté la ausencia de mamá. La llamé por teléfono, pero no respondió. Esperé, nervioso, a ver si llegaba. Cada minuto que pasaba sin tener noticias de ella me alejaba un poquito más del optimismo que me dominó en los últimos días. Al final, llegó recién para las dos de la tarde.

Estaba vestida de manera muy parecida a como había lucido en su primer día de clases. Una falda que le llegaba hasta las rodillas, una camisa blanca. Encima de ella, un lindo chaleco de lana. El pelo recogido, que resaltaba sus hermosas facciones. Pero su sonrisa se había esfumado. Su hermosa sonrisa que hacía que sus mejillas se hundieran.

—¿Fuiste a dar clases? —le pregunté, sorprendido—¿No habías renunciado?

—No te preocupes. Esta fue mi última clase —dijo ella.

Empecé a atar cabos, hasta que creí darme cuenta de lo que había sucedido. Mamá fue a su cuarto, ocultando la cara, como si estuviera a punto de llorar. La seguí.

—Má, ¿Querés que pida algo para que almorcemos? —pregunté, al abrir la puerta.

Ella estaba con la cara hundida en la almohada, boca abajo. Me asusté mucho al verla así. Me acosté a su lado, y la abracé.

—Contame lo que pasó —le dije. Ella negó con la cabeza—. Entonces… escribilo. Escribí lo que pasó —le sugerí.

Sacó su rostro de la almohada. Me miró, totalmente desconcertada. Sus mejillas estaban bañadas en lágrimas.

—Quizás hacer un diario te ayude —dije.

—Quizás termina siendo peor —respondió ella.

Me quedé un rato, consolándola. Pasó toda la tarde dentro de su cuarto. Yo me sentía completamente impotente. Por la noche, no me sorprendió encontrarme con un nuevo relato suyo. Como de costumbre, ella solo usó iniciales, pero al trascribirlo, yo pondré los nombres reales. Además, también omitiré partes que ya fueron contadas por mí. El relato decía así:

La última humillación

Estaba llegando a un punto en el que ya ni siquiera alcanzaba a disfrutar de las relaciones sexuales. Sí en lo físico, obviamente, ya que, como saben, mi cuerpo no me pertenece cuando tengo a un macho alzado cerca de mí. Pero después de haberme dejado poseer por mis tres alumnos, me sentí una cosa. De hecho, ellos me habían tratado como a un objeto. Aunque no puedo echarles la culpa de mi estado de ánimo. No del todo. Yo era la principal responsable de lo que había sucedido. Yo, y mi maldita debilidad por la verga. Yo y mi sumisión. Doblegarme psicológicamente parecía ser más fácil que hacer un asiento contable, pues lo segundo la mayoría de los alumnos lo hacían mal, mientras que lo primero…

Pero el camino de Mujerinsaciable estaba llegando a su fin. Eso lo creía yo. De hecho, la razón por la que volví a publicar, además del hecho de que el apoyo de algunos me resulta muy reconfortante, es que pensaba volver a recuperar el control de mi vida. Sí, liberarme de alumnoperverso me había costado caro. Pero por fin había podido lograr que dejara de escribirme para extorsionarme. Hasta me había dado el lujo de contar aquí el último relato, para que supiera que ya no le tenía miedo. Si él había activado una bomba con la que podía destruir mi vida, yo había hecho algo parecido al poner en su contra a Ricky y sus amigos. Y bien calladito que se quedó el chantajista por un buen tiempo.

Ahora solo quedaba huir. Dejar que el tiempo hiciera desaparecer la obsesión que algunos tenían conmigo, y de esa manera que las armas que usaban para someterme fueran cada vez menos efectivas. Empezar en otro lugar, fuera del alcance de chicos con la ese nivel de lujuria.

Quizás algún optimista se preguntará si acaso entonces realmente este es el final para Mujerinsaciable. Bueno, al menos espero que sea el final para esta etapa en donde me dejé arrastrar por la lascivia de unos niños. Mientras escribo esto, estoy decidida a no volver a aceptar ninguna extorsión. Si algún machito dominante amenaza con poner en riesgo mi imagen y mi carrera profesional, que lo haga y punto. Ya me comuniqué de nuevo con mi bondadosa psicóloga. Ella me ayudará a contenerme. Si todo este martirio sirvió para algo, fue para decidirme a volver a tratarme. Y si acaso caigo de nuevo en la exacerbada promiscuidad que me caracterizó durante buena parte de mi adultez, no lo haría a expensas de la felicidad de mi hijo.

Mi hijo… Mi niño. No suelo hablar de él acá, porque me siento sucia de solo nombrarlo en este contexto. Pero cada día que pasa me doy cuenta de que es el único hombre del mundo que vale la pena.

Pero bueno, llegó la hora de meterme en el tema que me hizo escribir este relato.

Quizás fue el orgullo el que de empujó ir a ese último día de clases. Quizás quería ver cómo Lucio se carcomía por dentro al entender que ya no podría volver a someterme como antes, mucho menos en mitad de la clase. Estaba molesta con Ricky y los otros por haber sido tan imbéciles de hablar de más, y sobre todo, por hacer que mi hijo escuchara las tonterías que decían sobre mí. Pero todavía los necesitaba de mi lado. Quizás ese enojo me serviría si era necesario darle otro susto al diabólico Lucio. Les exigiría ese favor como recompensa por haber provocado el ataque de ira de Lucas, y ellos no podrían exigirme nada a cambio. Estaban en deuda conmigo.

Después de mucho tiempo, me puse la ropa más sobria que tenía. Una falda beige, un chaleco de lana, y una camisa blanca. Como me había señalado mi hijo en la primera clase, parecía más una seria oficinista que una maestra.

Atravesé los corredores llenos de adolescentes alborotados. Me di cuenta de que realmente necesitaba decirle adiós a ese lugar. Necesitaba estar una última vez como profesora. Mi hipersexualidad me había hecho perder la identidad hasta el punto en que, sin darme cuenta, había aceptado sin chistar mi papel de juguete sexual. Era una mujer de treinta y tres años que había perdido el control sobre mí misma. Pero ese día, esa mañana, en esa escuela, lo recuperaría.

Supongo que debí percatarme de que había algo raro apenas entré al aula. Se suponía que los chicos acababan de terminar la clase de literatura, que estaba antes que la mía, y que ahora estaban en recreo. Pero en el salón solamente había un puñado de pupitres con las mochilas en los asientos. Los demás se encontraban vacíos. Se me ocurrió que quizás el profesor de literatura se había ausentado de manera imprevista, y entonces la mayoría de los chicos había decidido volver a sus respectivas casas. Pero si ese fuera el caso, alguien de secretaría se hubiera comunicado conmigo, para que adelantara mi clase y así evitar justamente lo que yo imaginaba que había sucedido. Pero nadie me había llamado…

Esperé unos minutos en mi escritorio. Entonces entraron dos chicos. Gonzalo y Fabián. Este último era otro de los chicos del fondo. Era un muchacho de risos rubios y montones de pecas. Me puse nerviosa al estar casi a solas con uno de los chicos con los que me había acostado hacía una semana. Más aun teniendo en cuenta que el otro era su amigo, y era muy probable que se hubiera enterado de algo. Era obvio que les convenía guardar el secreto, ya que si me delataban perderían cualquier posibilidad de repetir la orgía de aquella vez (no es que la tuvieran, pero ellos debían pensar que sí). Pero con unos adolescentes nunca se sabía. Lo saludé con seriedad. En su pómulo derecho todavía había una hinchazón, producto del salvaje golpe recibido hacía tres días.

—Hola Profe. Qué bueno verla —dijo, con su sonrisa fanfarrona de siempre.

Luego entraron Leonardo, un chico tan delgado y alto como Gonzalo, pero que a diferencia del primero rara vez causaba problemas, y además tenía un extraño peinado que hacía que parte de su cara permaneciera oculta; Orlando, un rubio musculoso (demasiado para ser un chico de quince años) de ojos verdes; y Juan Carlos, un petiso de dientes separados y cabello enmarañado.

Sentí cierto alivio ante la presencia de estos tres alumnos, que no eran unos lamebotas de Ricky.

—¿Alguien me puede explicar qué pasa que hay tantos ausentes? —pregunté.

Los presentes se limitaron a encogerse de hombros.

—Por lo visto alguien organizó un faltazo —dijo Ricky, entrando por la puerta. Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda al ver que detrás de él ingresaban Enzo y Lucio—¿No habrá sido obra tuya, degenerado? —dijo después, golpeando con la palma de la mano al chico de anteojos.

Lucio pareció encogerse, totalmente intimidado por el otro.

—Nosotros somos sus alumnos fieles —dijo Enzo, mientras ponía su enorme cuerpo en el pupitre. Me guió el ojo. Un guiño que seguramente reflejaba el recuerdo de ciertos momentos que habíamos compartido—. Aunque los vagos quieran faltar, nosotros siempre estaremos acá.

—Bueno, dejemos las payasadas de lado, y díganme si pudieron hacer los ejercicios de la clase pasada —dije, cortándolo en seco.

Me ponía muy nerviosa estar frente a esa clase tan reducida. La presencia de los tres chicos que habían ingresado antes que Ricky ahora no alcanzaba para ponerme tranquila. De los presentes, exactamente la mitad había tenido relaciones sexuales conmigo. Empezaba a pensar que había sido una pésima idea eso de ir una vez más a la escuela. Y lo de la ausencia del resto de estudiantes me inquietaba muchísimo.

—Yo quería preguntarle si estaba bien este ejercicio —dijo Ricky, poniéndose de pie.

Me acordé de la vez que me había llamado para que revisara su tarea, y había aprovechado para, disimuladamente, acariciar mis nalgas. Pero no, no podía hacer eso en mi propio escritorio, frente a toda la clase. Así que de hecho era mejor que él viniera a mí, antes de que yo fuera a su asiento. Y sin embargo, el pendejo tenía esa sonrisa fanfarrona en su cara.

—Ah, es el mismo ejercicio que no pude hacer yo —dijo Juan Carlos, y también se acercó al escritorio.

Todos se veían nerviosos, y sobre todo, muy sospechosos. Incluso los otros tres se miraban unos a otros continuamente, como si pretendieran que los otros hicieran algo. Sentí que estaba a punto de caer en una trampa, pero estaba completamente equivocada, pues en realidad, ya había caído en ella.

Salvo Lucio, todos los chicos se levantaron de sus pupitres, y uno a uno fueron acercándoseme. Me rodeaban, como una manada de animales rodea a su presa. Miré a mi alrededor, sobresaltada.

—Chicos, no hace falta que vengan todos juntos —dije, tratando de ocultar mi turbación, mientras ellos se cerraban en un círculo a mi alrededor—. Si ninguno pudo hacerlo, lo hago en el pizarrón y listo.

Me puse de pie. Miré a los lados. Ellos parecieron cerrarse aún más. Ahora había poco espacio entre uno y otro. Ricky, que estaba detrás de mí, me agarró de ambos hombros e impidió que me diera vuelta.

—Pero no hace falta, si ya estamos todos acá. Mejor corrija mi carpeta y listo —dijo, apretando mis hombros con una fuerza exagerada.

Señaló sobre mi escritorio, donde estaba su carpeta. Decidí corregir el ejercicio de su carpeta, tal como él lo había dicho. Lo haría rápido, y me desharía de ellos. Me incliné apenas, para poder ver mejor el asiento contable. Entonces dejé de sentir la presión que la fuerte mano de Ricky ejercía en mi hombro derecho. Pero después de unos instantes, esa misma presión se trasladó a mi espalda, que la sintió en todo su largo, para luego llegar a la cintura, y al final, a mis nalgas.

Mi alumno me estaba masajeando el culo con fruición. Hacía movimientos circulares en él, y enterraba con violencia sus dedos. Lo primero que pensé fue que era más estúpido de lo que creía. Aunque fuera el único que se encontraba a mis espaldas, alguno de los otros alumnos, como por ejemplo Leonardo, que estaba a mi izquierda, podría ver claramente cómo metía mano en mi trasero.

Sobresaltada, me aparté de él. Aunque no había mucho espacio para alejarme tanto como me hubiera gustado hacerlo. Los otros hacían de muro que me impedía mover libremente. Aunque no hubieran dicho nada, estaba claro que esa era su intención. Miré uno a uno a mis jóvenes alumnos, sólo para encontrarme con miradas de creciente excitación y de un extraño asombro (principalmente de parte de los chicos que no pertenecían al grupo de Ricky). Varios de ellos dieron un paso adelante, para rodearme desde más cerca. Ricky me agarró de la cintura con mucha fuerza, como si quisiera evitar que me escapara.

—¿Qué es esto? —dije, con apenas un hilo de voz—. ¡Me sueltan inmediatamente! —exigí, aunque las palabras salieron tan débiles, que los pendejos ni se inmutaron. Toda autoridad que alguna vez había obtenido como docente, se esfumó en esos pocos minutos.

—Mostrale —dijo Ricky, dirigiéndose a Lucio.

Este último se puso finalmente de pie. Sacó de su mochila una pesada notebook. La abrió y la encendió. La colocó sobre el escritorio, frente a mí, mientras Ricky seguía inmovilizándome y los otros hacían de obstáculo para evitar cualquier tipo de huida. Lo único que me quedaba era gritar. Pero aunque por dentro lo deseaba, había algo que me detenía. Algo que me decía que me convenía esperar a ver qué era eso que querían mostrarme. Lucio era un chico de ideas fijas, y si me quería hacer daño no iba a dudar en hacerlo.

Y ahí estaban las imágenes. Había caído como si no fuera más que una inexperta colegiala. Unos niños de quince años me tenían en sus manos otra vez.

—Pero ¿Cuándo? —pregunté, estupefacta.

Lucio usó el cursor, para pasar de una foto a otra. Eran ocho fotos hechas hacía una semana, en mi propia casa. En todas ellas yo salía desnuda, siendo penetrada por alguno de los tres chicos que ese día habían ido a visitarme.

Ninguno de ellos respondió la pregunta. Estaba claro que las hicieron cuando estaba distraída gozando con sus vergas. Incluso había una en la que aparecía con los ojos achinados, más no cerrado, mirando a cámara. Seguramente tenía la visión borrosa. En ella Ricky estaba encima de mí. Nuestras pelvis estaban juntas y los sexos no estaban en cámara. Aunque sí había otra en la que estaba boca abajo, con el culo al aire.

—Hay más, pero estas son las mejores, porque en ellas sale muy bien —dijo Ricky, aprovechando mi estupefacción para manosear mi culo otra vez—. Así no va a poder decir que no es usted —me susurró en el oído, mientras hundía sus dedos en mi glúteo.

—Ustedes… —alcancé a decir, a pesar de que sentía cómo las energías abandonaban mi cuerpo. Deseé desmayarme, pero no lo hice—. Ustedes están con él —terminé de decir, señalando a Lucio.

—Bueno, él fue el de la idea… —dijo Enzo. Se arrimó a mí e imitó a su amigo, magreando mi trasero junto a él.

—A ver a ver —lo interrumpió Gonzalo—. Que esto no es una película mala en donde los personajes cuentan cómo sucedió cada cosa. Lo que importa son las fotos, y que ahora está en nuestras manos.

Este último se acercó por adelante. Agarró la falda desde abajo y comenzó a levantarla, hasta que quedó bastante por encima de las rodillas. Luego empezó a frotar mi muslo con vehemencia.

Yo no daba crédito a lo que estaba pensando. Mi cabeza apenas podía procesarlo. Sentía las tres manos ansiosas invadiendo mi cuerpo, pero no atinaba a reaccionar. Tenía consciencia de que me encontraba en el salón de clases, siendo manoseada por mis alumnos, pero de alguna manera todo resultaba tan irreal que parecía estar soñando.

—Pero… ¿y ellos? —dije, cuando recuperé algo de cordura, señalando a Leonardo, Juan Carlos y Orlando. Ellos tres eran buenos alumnos, que en general pasaban desapercibidos. Nunca los había considerado parte del grupo de Ricky. Aunque ahora se veían hipnotizados viéndonos, como si estuvieran disfrutando de una película. Solo les faltaban los pochoclos.

—Estos boludos no se enteraron de que no había que venir. Y gracias a eso se sacaron la lotería —explicó Ricky.

—Chicos. Ustedes no son así —dije, acudiendo a ese trío de muchachos a quienes siempre consideré educados y poco problemáticos—. No dejen que me hagan esto —supliqué, aunque yo misma no estaba haciendo nada para que dejaran de hacerlo. Al contrario, estaba quieta como una estatua, mientras desde atrás y adelante los chicos introducían sus manos cada vez más adentro de la pollera.

Juan Carlos miró a los otros, dudando. Pero no tardó en tragar saliva y agachar la cabeza, sonrojado. Era el más pequeño de todos, por lo que imaginé que se consideraba demasiado débil como para imponerse a todos los demás. O quizás simplemente le pareció demasiado erótica la imagen que tenía ante sus ojos, y no le daba la ganas hacer algo para que se interrumpiera.

—No pueden hacer nada acá. No pueden. Cualquiera puede entrar —dije, mirando aterrada hacia la puerta, apelando vanamente a su razón. Ahora Ricky había llegado hasta donde estaba mi braga, y acariciaba mis nalgas con las manos sudorosas.

Lo cierto era que era muy raro que algún otro profesor entrara. También era cierto que desde el pasillo solo se podía ver parte del aula, a través del vidrio que tenía la parte superior de la puerta. Y aunque alguno estirase el cogote para ver qué pasaba adentro (cosa bastante improbable), no podría ver, desde ese ángulo, y sobre todo, desde esa altura, el salón al completo. Era un pequeño salón que estaba en el fondo y tenía las persianas completamente cerradas, pues el sol entraba de lleno cuando estaban levantadas, y generaba molestias. Era increíble que esos detalles edilicios y climáticos contribuyeran a que en ese momento estuviera siendo abusada por mis alumnos, sin que ellos corrieran demasiado riesgo de ser descubiertos.

—Ya se imaginará lo que puedo hacer con solo tocar este botón —dijo Lucio, que miraba fascinado mi expresión de derrota, mientras sus nuevos amigos me metían mano.

No tenía mucho en qué pensar. Me tenían acorralada. Había tenido relaciones sexuales con mis alumnos. Eso significaba mi despido deshonroso de la escuela y la prohibición de volver a trabajar en cualquier institución educativa. Además, un caso tan peculiar como ese podría convertirse en una noticia que se conocería a nivel nacional, ya que no había sido un amorío con un chico en particular, sino que había estado con cinco de ellos, y en una ocasión había participado en una fiesta sexual con tres a la vez.

Me sentí adentro de una berreta película pornográfica, de esas que tienen actrices malísimas y un guion inverosímil. Me deprime pensar que mi vida se asemeja tanto a este tipo de filmes.

—Bueno, sigamos lo planeado —dijo Lucio.

Agarró la notebook y volvió a sentarse en su lugar. Mantenía su mano muy cerca del teclado. Seguramente tenía preparado un email para ser enviado a la escuela, y a quien él consideraba necesario enviarlo para arruinarme la vida. Esa simple tecla de plástico era un maldito detonador con el que podía controlar mi voluntad.

—¿En serio vamos a dejar que él diga cómo tenemos que hacer las cosas? —preguntó Gonzalo, indignado, sacando la mano de adentro de mi falda.

—Gracias a él nos la cogimos la otra vez —dijo Ricky, que también había desistido de su ultraje, cosa que me asombró—. Además, tiene razón. Si nos la queremos enfiestar acá todos juntos, va a ser un descontrol. Tenemos que calmarnos y hacer las cosas como lo planeamos. Paso a paso, con cuidado. Además, ya la tenemos dominada a la profe.

Por fin entendía, al menos en parte, lo que había ocurrido la otra semana. Por eso los chicos se habían mostrado tan decididos a poseerme, incluso cuando en principio me había negado. Lejos de haber asustado a Lucio, este último los había convencido de lo fácil que sería acostarse conmigo, y hasta les había dado consejos para lograrlo. Y ahora era él el responsable de que las cosas se dieran de esta manera.


-I
 
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