Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 08

heranlu

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Me quedé un rato detrás de la puerta. Si bien me encontraba embargado por un sentimiento de derrota que hasta el momento no había sentido, no pude despegar el oído de ahí. Creo que la enorme necesidad de saber la verdad, o mejor dicho, de confirmarla, me hacía imposible retirarme. Me rehusaba a irme como un soldado que huye de una batalla que se sabe perdida. Al menos no hasta que tuviera en claro qué estaba sucediendo.

Ahora que lo recuerdo tantos años después, también me doy cuenta de que la conmoción que sentía, no me hacía percatarme del riesgo que corría quedándome ahí. Y no solo me mantuve al otro lado de la habitación de la profesora Delfina Cassini, sino que me incliné para ver a través de la rendija de la cerradura. No obstante, no pude ver gran cosa. Pero sí pude oír. Y lo que escuché fue mucho más de lo que cualquier adolescente debería escuchar de la boca de su madre. Los gemidos de mamá mientras estaba siendo penetrada eran inconfundibles. El goce que sentía mientras aquellos sujetos —quienes eran al menos tres—, la penetraban, o le hacían quién sabía qué cosa, dejaba en evidencia que no estaba actuando bajo coerción, sino que lo hacía porque le gustaba.

También se oía claramente ese familiar sonido, tan parecido al de un aplauso, que se producía cuando la penetración era total. Los jadeos de quien la estaba montando eran muy agitados, como si ya estuviera muy agotado. Me di cuenta de que estuve ausente por casi hora y media, por lo que era probable que ya se la estuvieran cogiendo desde hace un buen rato. Pero para mi desgracia eso no necesariamente significaba que estuvieran terminando. Eran chicos tan jóvenes como yo, y por lo que había escuchado decir a mamá, se estaban turnando de a uno. Así que para cuando uno de ellos hubiera terminado, los otros dos ya estarían descansados y calientes, dispuestos a poseerla de nuevo.

De repente noté que unas gotitas caían al piso, justo debajo de donde yo estaba inclinado. Eran mis propias lágrimas. Lágrimas de impotencia, las cuales ni siquiera me había percatado de que habían empezado a brotar. No podía contenerme más. Todo mi esfuerzo había sido en vano. Lucio no necesitaba de ningún chantaje para obtener lo que quería de mamá. Ella se lo daría gustosa. Esa certeza me partía el alma.

Pero entonces caí en la cuenta de algo en lo que no había pensado. Había escuchado varias voces. Tres para ser exactos. Pero ninguna de ellas parecía ser la de Lucio. Quizás, simplemente estaba callado. Después de todo, nunca fue de mucho hablar. Pero no era solo eso. Mientras que los otros interactuaban entre ellos, tampoco lo nombraban. Ahí había algo raro.

—Acabale en las tetas Ricky —exclamó alguien.

Esa frase me bastó para confirmar que mi primera impresión había sido acertada. El que se la estaba cogiendo era Ricardo Luna, quien hasta hacía poco fuera mi archienemigo, y luego pasó a convertirse en un potencial amigo. Pero bien poco había durado la tregua que tuvimos desde la muerte de su padre. Ahora le estaba dando maza a mamá sin ninguna contemplación. Aunque a decir verdad, no podía negar que no tenía ninguna razón para negarle un buen polvo a la profesora que desde un primer momento tuvo entre ceja y ceja.

También me di cuenta de que el que pronunciaba aquella frase era el troglodita de Gonzalo. Un abusón que no era más que una pobre imitación de su líder Ricky. Por lo visto, ser un alcahuete y segundón no le había dado malos resultados, ya que ahora el otro compartía a su deseada profesora con él. Vaya hijos de puta.

—No, basta de enchastrarme con tanta leche —escuché decir a mamá—. No, soltame Enzo —dijo después.

¿Enzo? Otro de los revoltosos del fondo. No lo podía creer. Justo que había derrotado al degenerado de Lucio, ahora había caído en las peores manos posibles. Estaba siendo poseída por el grupo más prepotente, misógino, violento, y repulsivo del salón. ¿Con qué cara volvería a las aulas la profesora Cassini? Si la clase de la mañana había sido por demás escandalosa, no me quería imaginar lo que sería una clase después de la orgía que estaba presenciando.

Pero nuevamente me pregunté ¿Qué carajos pasó con Lucio? Me quedé un rato más. Pero lo único que escuchaba era a los tres chicos pronunciando palabras denigrantes a su profesora, mientras descargaban el semen en ella.

—Bueno ahora dale maza así como está —dijo Ricky.

Supuse que se refería a que Gonzalo debería cogerla así como estaba, con las tetas manchadas con semen. Una cosa bastante desagradable, que rozaba la homosexualidad, cosa que para esos machotes sería un insulto. Pero sin embargo Gonzalo no pareció inmutarse ante tal situación, ya que en cuestión de segundos escuché sus jadeos y los gemidos de mamá, mientras los otros dos festejaban la hazaña.

Me alejé, totalmente asqueado. No podía hacer nada para evitar que sucediera lo que ya estaba sucediendo. Lo único que ganaría si los interrumpía, sería que aquellos tres hijos de puta estuvieran conscientes de que yo sabía que se cogían a mi mamá, cosa que lejos de amedrentarlos, los haría regodearse de mi humillación. Aunque tenía en claro que de todas formas se regodearían del hecho de haberse enfiestado con su profesora, que además era la madre de uno de sus compañeros. Pero una cosa era que lo hicieran a mis espaldas, y otra que la cosa fuera en mis narices.

Salí de mi casa. En la calle había bastantes vecinos dando vueltas, cosa que me indignó aún más. La profesora Cassini había recibido a varios adolescentes a plena luz del día. Bueno, suponía que quien los hubiera visto entrar habría asumido que se trataban de amigos míos. Eso me hizo sonreír. Con amigos como esos, ¿quién necesitaba enemigos?

La idea de que estuvieran toda la tarde entrando por todos los orificios de mamá, no me agradaba nada. Así que decidí enviarle un mensaje, diciéndole que finalmente volvería temprano a casa. Que por favor me hiciera la cena. Le di un margen de una hora para que tuviera tiempo suficiente de terminar con lo que estaba haciendo, se bañara, y limpiara lo que tuviera que limpiar.

Me quedé un rato en una plaza que estaba a un par de kilómetros de casa, haciendo tiempo. Medité sobre el futuro. Mamá se estaba convirtiendo en la puta de sus alumnos. A partir de ahora, sería difícil que se los saque de encima. Ellos querrían más y más. Por otra parte, las posibilidades de que corriera la bolilla de que mamá tuvo una orgía con varios alumnos, eran altas. Me mantenía firme en la creencia de que era ilusorio pensar que tres personas diferentes se guardarían un secreto como ese. A alguno se le iría la boca tarde o temprano. La idea de pavonearse con lo que había sucedido era demasiado tentadora. Una anécdota como esa necesitaba ser contada. La única esperanza a la que podía aferrarme era el hecho de que aquella historia entre los alumnos y su docente era tan inconcebible, que muchos optarían por no creerla.

También pensé en Lucio. Probablemente ya estaría en su casa, y se estaría enterando de que yo había ido a buscar algo a su cuarto. Eso no me preocupaba tanto. De los problemas que ahora tenía encima, era el menor. Si venía a recriminarme algo, simplemente le contestaría que no había hecho otra cosa que proteger a mi madre. Si era necesario le daría una paliza. Aunque por otra parte, si su mamá notaba turbación cuando le contara de mi visita, sería otro cabo suelto.

Ahora lo único que me quedaba era encarar a mamá y decirle la verdad. Contarle que ya sabía de sus problemas de hipersexualidad, pero sobre todo, que ya sabía que se había acostado con al menos cinco de sus alumnos. La cosa ya no daba para más. Debía renunciar a su trabajo en esa escuela, y desaparecer antes de que todo explotara en nuestras caras. En realidad, lo ideal era que no diera clases en ninguna escuela, nunca más, ya que era un verdadero peligro que estuviera cerca de tantos adolescentes con la libido tan a flor de piel. También me pareció necesario que yo me cambiara de escuela. Quizás incluso nos convenía mudarnos. Empezar de cero.

Pero resultaba muy fácil pensar en hacer algo como eso. Llevarlo a cabo, en cambio, resultaría increíblemente embarazoso. Tal vez, solo tal vez, debería dejar que solucione sus problemas por su cuenta. Al fin y al cabo, ella era la adulta. Quizás debería hacer de cuenta que no sabía nada. Ojos que no ven, corazón que no siente, me dije. Nunca había pensado en esa posibilidad. Pero en un momento de tanta desesperanza, cualquier alternativa parecía plausible.

Vi el celular. Mamá me había contestado hacía varios minutos. “Claro Luquitas. Pero no me siento bien ¿sabés? Creo que estoy engripada. Voy a hacerte unos huevos revueltos y me voy a la cama ¿Sí?”. No pude evitar preguntarme si mientras escribía ese mensaje estaba con alguna de las pijas de mis compañeros metida en alguno de sus orificios. Lo más probable era que así fuera. La idea me dio escalofríos. Pero por otra parte, tampoco pude evitar sentir pena por ella. No me olvidaba de que lo suyo era una enfermedad. No podía odiarla por todo lo que hacía. Ella y mi abuela eran lo único que tenía. Nunca la abandonaría.

Fui caminando hasta casa, a paso lento, para hacer todo el tiempo que podía. Cuando llegué, no vi a mamá. Noté que en la cocina había pasado el trapo. No tenía que ser muy inteligente para suponer qué era lo que había caído al piso que se vio obligada a limpiar con agua, lavandina y desodorante líquido. Así que otra vez se había entregado en la cocina…

Fui arriba. Escuché el agua de la ducha caer. Todavía se estaba bañando. Seguramente necesitó de más tiempo de lo normal para sacarse todo lo que había quedado impregnado en sui piel.

—Lucas —dijo al salir.

Solo vestía una bata. Tenía el pelo mojado. No pude evitar reconocer el motivo por el que le resultaba tan fácil despertar la lujuria de los hombres. Había algo que iba más allá de su belleza física. Algo que hacía que, quien la mirara, percibiera ese insaciable apetito sexual que tenía. Era su mirada quizás. Una mirada que te atravesaba como una bala.

—Mami. Así que te sentís enferma —dije—. No te preocupes. Ya me preparo yo mismo algo para cenar. ¿Querés que te lleve algo a la cama?

—¿No será que sos vos el que está enfermo? —dijo mamá, bromeando, tocándome la frente como para ver si tenía fiebre—. No tengo nada de hambre. Solo quiero ir a la cama a dormir.

—Claro —dije.

Mamá me dio un abrazo, cosa que me tomó por sorpresa. Si bien era una madre afectuosa, no solía tener esos gestos, más que nada porque sabía que a mí no me gustaba mucho que lo hiciera. Pero por esta vez no me molestó, más bien al contrario. Así que le devolví el abrazo.

—Sabés —dijo después—. Voy a renunciar a la escuela. Digo, a tu escuela. Creo que es mejor dejarte tu propio espacio. Además, voy a ir buscando otro trabajo. Lidiar con adolescentes no es lo mío.

No pude más que estar de acuerdo con lo que decía. Pero esa escuela ya no era “mi espacio”. Pronto se lo tendría que decir.

—Si a vos te parece bien, hacelo —le dije.

Sentí cierto alivio. Si de algo había servido caer en las garras de esos tres, era que la profesora Cassini al fin se había dado cuenta de que la cosa estaba tomando rumbos que podrían ser catastróficos para ella y para mí. Lo mejor era empezar de cero. Al final, el hecho de que durante un prolongado período había sido el juguete sexual de su jefe, ya no me parecía una alternativa tan mala. Y seguramente a ella tampoco.

La dejé sola, tal como ella lo quería. Me hice unos huevos revueltos y los comí acompañados de un vaso de coca cola. Miré la tele para distraerme. Últimamente estuve tan inmerso en los problemas de mamá, que hasta había dejado de ver las series que más me gustaban. Por unas cuantas horas pude contener el impulso de entrar a la página de relatos eróticos, a ver si había alguna novedad. Pero llegada la medianoche, que era el horario en el que Mujerinsaciable solía subir sus relatos, ya no pude contenerme, así que, no sin maldecirme a mí mismo, entré.

Se suponía que mamá debía dejar de subir relatos, pues alumnoperverso podría exponerla. Pero sin embargo ahí estaba colgado, desde hacía apenas unos minutos, el nuevo relato de la profesora Delfina Cassini.

Ya de por sí me resultaba difícil contener la curiosidad de leer sus historias. Pero con esta en particular, al ver el título, me pareció imposible no hacer clic para conocer su contenido. Mamá había usado iniciales, en un pobre intento de resguardar las identidades de los participantes. Pero como yo ya sabía de quiénes se trataban, trascribo aquel relato con los nombres de todos los que intervinieron en él. El texto decía así:

Mi héroe, mi victimario

Estaba en una situación realmente desesperada. Alumnoperverso me tenía tan controlada, que hasta me había obligado a meterme en el baño de varones con él. Sí, así es. Lo que dijo este niño depravado en su relato era totalmente cierto. Pero tocaba poner fin a todo eso. Una cosa era echarse un polvo con uno de estos mocosos (bueno, yo ya me había echado polvos con dos de ellos), pero otra muy distinta era lo que él me proponía, es decir, que yo fuera su esclava sexual.

Evidentemente no tenía (ni tengo) la lucidez que debería tener para sobrellevar estas situaciones. No lo digo para justificarme, pero sí para que me comprendan. Y es que sumado al trastorno psiquiátrico que padezco, ahora estaba en una situación de mucho estrés, y sobre todo, de mucha incertidumbre. Al fin y al cabo, parecía estar condenada a ver cómo mi vida y la de mi hijo se arruinaban, y la única alternativa a esto parecía ser la de convertirme en el juguete erótico de un adolescente. En principio la decisión parecía incluso fácil. Si le daba el gusto al mocoso y se mantenía callado, qué más daba. Pero con lo del baño me di cuenta de que el chico no sería capaz de contener sus deseos. Esos deseos que excedían lo sexual, ya que también parecía disfrutar sobremanera de la dominación y la humillación. Para colmo, yo había sido lo suficientemente sumisa como para aparecer en clase sin ropa interior. Pero ¿qué seguiría después?

Y cuando me encontré en casa, dispuesta a permitir nuevamente que ese chico abusara de mi a su antojo, me di cuenta de que ya debía dejar de caer tan bajo. Ya lo sé. Más de algún lector machito me recordará en la caja de comentarios que ya me había “follado” a un alumno en mi propia casa, mientras mi hijo no se encontraba, por lo que sería difícil caer más bajo que eso. Pero la diferencia es que aquello no había sido premeditado, y en todo caso había sido algo voluntario. Lo de ahora era bien distinto.

Lo que más me generaba rechazo hacia mí misma era la certeza de que, aunque estuviera siendo obligada, en algún momento mi cuerpo me traicionaría, y empezaría a sentirse estimulado por lo que aquel mocoso me hacía.

Cuando mi hijo me anunció que se iba de casa para pasar la tarde con un compañero se me ocurrió la idea que llevé luego a cabo. Era una idea arriesgada, pero era la única que se me había ocurrido. Hago todas estas aclaraciones para que me comprendan, y no me juzguen. Había un lapso de menos de una hora entre la ida de mi hijo y la llegada de Lucio. Yo soy de convicciones tan frágiles, que necesitaba de alguien que le pusiera los puntos a mi extorsionador, pues sabía que por mi cuenta no podría hacerlo. Alguien que le explicara que lo que estaba haciendo estaba muy mal. Alguien que, si fuera necesario, le diera un susto de muerte para instarlo a dejar de acosarme.

Lo cierto es que desde el último tiempo para acá mi círculo social es bastante reducido. La mayoría de mis antiguos amantes estaban borrados de mi agenda, como de cualquier red social. Había más de uno que había jurado protegerme ante cualquier problema que tuviera. Era obvio que la promesa omitía el hecho de que luego debería pagarles con sexo. Pero de todas formas esos tipos quedaron en el pasado.

Entre mis nuevos conocidos, en el primero que pensé fue en el profesor Hugo. Pero luego lo dudé. ¿Qué pasaba si me insistía con que lo denuncie en la escuela? Me vería obligada a explicar lo que había sucedido con Ernesto. Eso sería ponerme yo misma una soga al cuello. Además, dudaba de que el profesor hiciera a tiempo para deshacerse de su obesa esposa y acudir a mi rescate. Así que no me quedaba otra. Tenía que ir por la otra opción, cosa que no me presagiaba nada bueno.

Desde hacía varias semanas que me había enterado que el padre de uno de mis alumnos estaba en una situación terminal. El director nos había recomendado a todos los docentes de ese chico que lo tratáramos con cuidado. Pero yo opté por continuar tratándolo como siempre, como el chico revoltoso y arrogante que era. Y es que imaginaba que su orgullo no le permitiría aceptar un trato diferente, y hasta corría el riesgo de que, como represalia, se pusiera aún más pesado. Sin embargo me sorprendió notar que su actitud había cambiado drásticamente. Recordé la vez en la que me había dicho, en medio de la clase, que las chicas lindas como yo lo llamaban Ricky. Recordé también la vez que me había rozado disimuladamente el trasero en plena clase. Ahora el chico se había convertido en una sombra de lo que era. Debería sentirme aliviada. No todos los días alguien como él cambiaba de actitud de manera tan radical. Pero mi vanidad me hacía extrañar a aquel pendejo descarado que en más de una ocasión había logrado hacer que mi corazón se acelerara.

Pero justamente el día en el que tuve mi primer encuentro con Lucio sucedió algo raro. Recibí un mensaje de Ricky, agradeciéndome por el hecho de haber enviado a mi hijo a darle las condolencias por el fallecimiento de su padre. La verdad era que no tenía idea de qué estaba hablando. Pero me pareció descortés e innecesario decirle que no tenía idea de que su progenitor finalmente había muerto. Así que simplemente le dije que yo también lo sentía mucho. Enseguida me mandó otro mensaje, al que me dio pena no responder. Y después me envió otro, y otro, y otro.

Desde ya que no era buena idea estar chateando hasta la madrugada con un alumno. Pero estaba tan ofuscada por lo que había sucedido con Lucio, que esa noche me dejé llevar. Cualquier cosa que me distrajera era bienvenida. Además, si por esas casualidades de la vida alguien me echaba en cara lo que estaba haciendo, saldría del paso aduciendo que simplemente estaba siendo amable con un alumno que estaba atravesando un momento horrible.

Apenas habían transcurrido siete días, pero en todos ellos intercambiamos algún mensaje. Y en más de una ocasión la conversación se extendió por más tiempo del aconsejable. Él, cada vez que podía, dejaba caer un piropo, a lo que yo me hacía la tonta, no contestándole, o cambiando el terma hacia cuestiones académicas. Pero la intimidad se había forjado, eso no podía negarlo.

Le había hecho prometerme que pronto volvería a ser el chico alegre de siempre (por alegre me refería a todos los defectos que mencioné más arriba). Así que cuando por fin llegó el día de dar clases, no pude evitar sentir alegría cuando se burló de Lucio. Era una alegría por partida doble, por un lado, por ver que Ricky estaba recuperando su buen humor, o más bien hacía un esfuerzo para recuperarlo, y por otra parte me gustaba ver a Lucio siendo humillado. Pero para disimular mi regodeo, no me quedó otra que reprenderlo, cosa que hice de manera exagerada, y que provocó la ira de Lucio (ya que torpemente también me la había agarrado con él), con todas las consecuencias que vinieron después.

Me sorprendió mucho ver que me había llegado un mensaje suyo, justo antes del que me había enviado Lucio. “Estás hermosa profe”, me había puesto el mocoso. Tenía que admitir que había sido muy valiente. Me costó mucho no sonreír, y mucho más, no mirar hacia donde estaba sentado. Por otro lado, el chico dejaba en claro el hambre que me tenía, cosa que alimentaba mi ego, a la vez que me preocupaba.

Así que justo antes de entrar a la ducha, para prepararme para la visita de alumnoperverso, habiendo descartado al profesor Hugo, pensé en ese otro alumno. Le mandé un mensaje, el cual él respondió casi al instante. Estaba tan ofuscada, tan presionada, tan sin opciones, que me vi obligada a ir al grano. “¿Serías capaz de hacer algo por mí?”, le pregunté. El me aseguró que sí. Así que le expliqué la situación y me metí en la ducha.

Salí de ella, sin tener en claro cuál sería mi destino en los próximos minutos. Con cierta esperanza, me vestí con una remera común y corriente y un pantalón de jogging. Sobre la cama estaba separada la ropa que Lucio me había ordenado que usara. Confiaba en no tener que hacerlo.

Miré con ansiedad el celular una y otra vez. Ni Lucio ni Ricky me habían vuelto a escribir, lo que me sumía en una insoportable incertidumbre. El tiempo transcurría con mucha mayor lentitud de la que me hubiera gustado. Me pregunté si Ricky había desistido de ayudarme. No podía negar que mi pedido había sido bastante exigente y además, algo críptico. Le dije que había alguien que me estaba acosando. Que no estaba segura, pero quizás se trataba de un alumno. Que por favor lo interceptara cuando viera que se acercaba a la puerta de mi casa y le dejara en claro que debía desistir de hacerlo. Esperaba que fuera lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que para hacerlo desistir debería usar la violencia, aunque fuera solo la violencia verbal. Además, también dejaba implícito que si me hacía semejante favor, le estaría debiendo una. Sería muy injusto que desaprobara contabilidad después de eso. Pero aún no había noticias.

Vi por la ventana, y no observé nada raro. Ricky no andaba por ahí. Quizás no llegaría tiempo, y era demasiado orgulloso como para admitir que no iba a poder cumplir con su promesa. Ya estábamos sobre la hora acordada. Todo indicaba que no podía contar con él.

Me llegó un mensaje de Lucio. “En diez minutos llego. Espero que estés tal y como te dije que estuvieras”, decía.

Volví a mi cuarto, resignada. Me desvestí, y rápidamente me empecé a poner la ropa que había dejado sobre la cama. Un conjunto de ropa interior negra de encaje, medias con portaligas, zapatos de tacones altos, un top de hombros desnudos y una minifalda con un tajo al costado. Claro, él no me había dicho que usara eso exactamente, simplemente me había dicho que quería que usara medias con portaligas y una falda muy cortita. Lo demás corrió por mi cuenta. Me até el pelo. Pinté mis labios de rojo, pensando que si finalmente debía caer de nuevo en las garras de ese pervertido, no le daría motivos para que se enojara. Me miré en el espejo. Estaba hecha una verdadera puta.

Sonó el timbre. Miré el celular, a ver si Ricky me había enviado un mensaje. Nada. Estaba condenada a ser la puta personal del más nerdo de mis alumnos. Abrí la puerta, y me hice a un costado, para que mi chantajista entrara y abusara de mí nuevamente. Me juré que esta vez no le daría el gusto de largar un solo gemido, pero en el fondo sabía que no podría cumplirlo. Mi cuerpo tenía voluntad propia, más allá de lo que pasara por mi cabeza, y también tenía sus necesidades.

Sucedió todo muy rápido. Tenía la vista gacha, por lo que apenas pude ver tres sombras meterse adentro. Los miré. Conocía muy bien a los tres adolescentes que ahora estaban metidos en mi casa. Ninguno de ellos era Lucio.

—Ricky, ¿qué hacen todos acá? —pregunté, dirigiéndome al líder de ese grupo de inadaptados que solían molestar en medio de la clase—. Esperaba un mensaje tuyo —agregué después.

Enzo, el último en entrar, cerró la puerta. Los tres se me quedaron mirando, hipnotizados. La falda era tan corta, que fácilmente podían ver que estaba usando portaligas.

—No tiene idea de quién era su acosador profe —dijo Gonzalo. Un chico alto y delgado, de sonrisa linda, aunque tendía a comportarse como un idiota—. Lucio —dijo después. Y como vio que no había generado en mí el efecto esperado, repitió, casi a los gritos—. ¡Lucio Alagastino!

—¿Les contaste a ellos? —le pregunté a Ricky, asombrada. Había pensado que estaba claro que mi pedido de auxilio solo iba dirigido a él. Era algo demasiado personal como para andar contándolo a todo el mundo.

—Bueno profe. Yo le dije que no sabía si iba a poder llegar a tiempo —mintió, pues él solo había mencionado que tenía que terminar con unas cosas antes de venir—. Me tenía que sacar de encima a estos dos. Pero como me insistieron en que les explique por qué tenía que salir rajando, les tuve que contar, y se ofrecieron a acompañarme.

—Quédese tranquila que no vamos a dejar que la moleste nunca más —dijo Enzo, que era un muchacho enorme y con sobrepeso—. Eso sí. No basta con el susto que le dimos recién eh. Vamos a tener que tenerlo cortito de aquí hasta que termine el año, vio profe —aclaró después, y mientras lo hacía parecía que se la hacía agua la boca, como si el hecho de tener la oportunidad de que el favor se extendiera por tiempo indefinido lo excitara.

Mientras hablaban, intercambiaban miradas entre ellos, para luego volver a mirarme a mí. Lo hacían sin poder disimular la lujuria que sentían, o quizás sin querer ocultarla siquiera. Y no era para menos. En ese momento lucía de una manera exageradamente provocadora. Ni siquiera para salir a bailar me vestiría así.

Me crucé de brazos, aunque eso no servía para cubrirme mucho que digamos. Estaba completamente expuesta ante esos tres adolescentes que evidentemente disfrutaban de mirar el paisaje que les ofrecía.

—Perdón, me voy a poner algo más cómodo —dije, resuelta a cortar con esa situación incómoda—. Realmente no imaginé que vendrían los tres. Qué vergüenza, recibir a mis alumnos así.

—Pero si a nosotros no nos importa que te vistas así —dijo Ricky, ya comenzando a tutearme, como si tuviéramos muchas confianza.

—Más bien al contrario —apoyó Gonzalo.

—Eso, profe, quédese así nomás.

Sus palabras tenían un doble sentido, no muy oculto que digamos. Decidí que lo mejor era pedirles amablemente que se fueran. Pero también debía asegurarme de que se mantuvieran de mi lado. Así que opté por hacerles una promesa que ninguna profesora debería hacer.

—Bueno. Yo les agradezco mucho lo que hicieron —dije—. Creo que lo mejor va a ser que todo esto quede entre nosotros. Está mal que les diga esto, pero la situación es bastante peculiar, así que lo voy a hacer… —expliqué, casi tartamudeando, como si fuera una niña asustadiza—. Si tienen problemas con mi materia, les prometo que los voy a ayudar. Un seis se puede convertir fácilmente en un siete. Bueno, incluso un cuatro o un cinco pueden convertirse en un aprobado. ¿Me entienden? —aseguré.

—Gracias, que copada sos profe —dijo Ricky.

Me acerqué a la puerta, dispuesta a abrirla para que se fueran.

—Bueno, de verdad, muchas gracias por todo —reiteré—. Esta situación fue muy extraña. Qué lástima que haya sido un alumno el que me estaba molestando. Pero bueno, seguro después de hoy va a dejar de hacerlo. Espero que sepan ser reservados. Y bueno, si repiten de año no va a ser por contabilidad, eso se los aseguro —prometí.

—¿Pero no querés saber los detalles? —preguntó Ricky.

—Eso. Además, yo tengo mucha sed. ¿Me convidaría un poco de agua? —pidió Enzo.

—Bueno, ya les traigo un poco de agua —dije.

Fui caminando rápidamente hasta la cocina. No pude evitar recordar el encuentro que había tenido con Ernesto. ¿No había empezado todo así? Los escuché murmurar entre ellos. Algunas palabras llegaban con mucha claridad. Incluso hasta parecía que querían que las oyera.

—Qué perra que está —decía Gonzalo.

—Entonces era verdad —me pareció oír decir a Enzo.

—Sí —dijo Ricky.

Agarré el jarrón de agua de la heladera. Me di cuenta de que me temblaba la mano. Saqué tres vasos y los llené. Me veía obligada a usar una bandeja para ir al encuentro de esos tres chicos libidinosos. Parecería una mezcla de camarera y prostituta. Por algún motivo no me parecía buena idea que me vieran en una actitud tan servicial. Tenía que despacharlos enseguida. De lo contrario, mi peculiar padecimiento me jugaría otra mala pasada.

De repente vi que los tres se habían acercado a la cocina. Sus caras no auguraban nada bueno. Había malicia en sus gestos. Malicia y cinismo.

—No lo tuvieron que lastimar ¿cierto? —les pregunté, refiriéndome a Lucio. Quería tener el control de la conversación. Que se hablara de lo que a mí me convenía.

—No te preocupes. Cuando lo apuramos casi se hace pis encima —respondió Ricky.

—Eso. Y tardó dos segundos en prometer que no lo volvería a hacer —aseguró Enzo.

—Ojalá haya recapacitado. Seguro que pensaba que se iba a salir con la suya. Estoy segura de que ya aprendió la lección. Es como un niño que no alcanza a entender la magnitud de lo que estaba haciendo —comenté.

Los tres se me acercaron. Mi corazón dio un salto. Agarré un vaso y se lo entregué a Gonzalo. Al hacerlo había marcado una distancia entre ambos. Pero los otros dos avanzaron por los lados. Retrocedí, hasta quedar pegada a la mesada. Ricky agarró un vaso que había sobre ella, y lo corrió a un costado, sin molestarse en beberlo.

—Yo estoy esperando a alguien, como se darán cuenta —dije, señalando con la vista a mi vestimenta—. SI quieren, después hablamos por mensaje y me cuentan en detalle cómo fue que me salvaron —agregué, con una sonrisa forzada.

—¿No es gracioso chicos? —dijo Enzo. Se había acercado tanto a mí, que su barriga prominente hizo contacto con uno de mis brazos. Si no fuera por eso, probablemente ya estaría frotando su pelvis en mi cuerpo—. Nosotros somos los héroes, pero otro se lleva el premio —terminó de decir.

Me miró de arriba abajo, ahora ya con una lascivia totalmente obvia. Ricky se acercó desde el lado opuesto. Ahora ambos se encontraban a una distancia absurdamente cercana a mí.

—No soy un premio —dije—. Y ya les dije, les aseguro que los recompensaré. Son unos buenos chicos. Sus padres deben estar muy orgullosos de ustedes —agregué, con la pobre ilusión de que la mención a sus padres cortara el aire tenso que se había creado.

Quise salir de esa prisión que eran esos dos cuerpos. Pero cuando lo intenté se arrimaron más. Además, Gonzalo también había dado unos pasos hacia adelante, cortándome la única salida que tenía.

—Si de verdad estaba esperando a alguien, no hubiera acudido a mí para sacarte de encima a ese pendejo —dijo Ricky.

No se estaba dirigiendo a mí, sino que les estaba explicando a sus compañeros lo falsa que resultaba mi afirmación. De todas formas, insistí.

—No. En serio. Chicos, se tienen que ir —dije—. Mi novio va a llegar. Te pedí ayuda a vos porque él no iba a poder llegar a tiempo. Tenía mucho miedo. No sabía qué me iba a pasar…

Ricky acarició mi mejilla con la cara externa de sus dedos, para luego deslizarlos hasta la barbilla. Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas, debido a la impotencia. No solo tenía a tres adolescentes decididos a satisfacer sus deseos más lujuriosos, sino que yo misma sentía cómo empezaba a ceder ante la situación.

Las manos empezaron a acechar mis piernas. Agarré con fuerza a dos de ellas, que ni siquiera estaba segura de a quién pertenecían. Pero las otras cuatro ya estaban metiéndose adentro de la pollera. Frotaban mis muslos con brusquedad.

—Chicos, por favor —dije, con la voz quebrada.

Sentí la calidez de una lágrima que se deslizaba por mi mejilla. Ricky interrumpió su caída con el dedo pulgar. Luego se llevó ese mismo dedo a la boca, para saborear la lágrima que había capturado. Las manos seguían hurgando en mi entrepierna. Se enredaban entre ellas, pero no dejaban de disfrutar de mi carne. Ricky llevó el mismo dedo que había chupado hasta mis labios. Resistí por apenas unos segundos. Luego empujó con violencia, por lo que me vi obligada a separarlos y recibir el dedo gordo de mi alumno. Sabía salado.

—Eso es profe —dijo Enzo—. Quédese así nomás. Quietita, y déjenos tomar nuestro premio —dijo después, dejando en claro que para ellos yo no era más que un objeto.

Desvié la mirada a un costado, mientras sentía cómo mi ceñida pollera ahora se iba levantando, como si no fuera ya lo suficientemente corta como para que me manosearan. Alguien empezó a frotar mi vulva por encima de la pequeña tela que la cubría. Ricky me agarró del mentón y me obligó a mirarlo. Estaba frotando su lengua en el labio superior. Realmente era un chico muy atractivo. Quizá su rostro de mentón grande era su punto débil. Pero era alto, tenía un lindo cabello largo, cosa bastante inusual en los hombres. Y a pesar de contar con apenas dieciocho años, tenía un físico de hombros anchos y abdominales marcadas.

Arrimó sus labios y me comió la boca. Besaba muy bien, casi como un adulto. Imaginé que era algo que de verdad tenía muchas ganas de hacer. Y fue acertado hacerlo cuando la cosa apenas comenzaba, porque dentro de algunos minutos dudaba de que quisiera besarme de esa manera, ya que no me cabían dudas de que querrían meterme en la boca sus babeantes falos.

—¿De verdad van a aprovecharse de mí después de que me salvaron? —dije. Tenía en claro que era una pregunta inútil. Ya tenía la falda hasta la cintura. Veía las terribles erecciones que tenían los tres. Enzo me había empezado a magrear el trasero con fruición y Gonzalo estaba corriendo mi tanga a un costado, y ahora se disponía a enterrar un dedo en mi sexo. Pero aun así, sentí la necesidad de oponer resistencia, aunque solo fuera a través de algunas débiles palabras—. No son mejores que Lucio. Y vos sos un hipócrita. Fingiendo ser un pobre niño afligido —terminé de decir, dirigiéndome a Ricky.

Él sonrió con ironía, quizás porque le parecía ridículo que dijera eso después de que le había devuelto el beso con pasión. Sentí el dedo de Gonzalo meterse adentro de mi cuerpo. Como era de esperar, se introdujo con facilidad.

—Vamos al cuarto —susurré, derrotada.

—Qué —dijo Ricky.

—Vayamos al cuarto —repetí.

Me quité la pollera y la dejé en el piso.

—Dios mío. No puedo creer lo buena que está profe —dijo Enzo, dándome una nalgada.

Ahora solo tenía el top, las medias con portaligas y la tanga. Caminando sobre mis tacones altos verdaderamente habré parecido una puta de lujo. Enzo me dio otra nalgada. Ricky acarició mi trasero con ternura.

—Lo que yo no puedo creer es que sea tan puta —dijo Gonzalo, hablando como si yo no estuviera presente.

Hice oídos sordos a ese comentario. Di por sentado que me esperaban muchas frases de ese tipo, y conociendo a los hombres como los conozco, si me mostraba indignada, solo serviría para que las repitieran una y otra vez. Después de todo, este no era un mero acto de sexo entre iguales, sino uno de dominación de tres machos a una hembra sometida. No tenía ni voz ni voto en lo que estaba a punto de suceder.

Llegamos al cuarto. Me senté en la orilla de la cama, convencida de que les iba a tener que practicar sexo oral a los tres. Por suerte tenía mucha experiencia. Si lo hacía de manera astuta los haría acabar enseguida. De lo contrario, iba a terminar con la mandíbula adolorida.

Los pendejos abusadores se desnudaron en un santiamén. Las vergas de Ricky y Gonzalo eran algo grandes, pero dentro de los parámetros normales. La de Enzo en cambio, sí que era gruesa. Ni loca empezaría a chupársela a él. Lo dejaría para lo último, para que cuando llegara su turno estuviera tan caliente después de verme en acción con sus compinches, que apenas duraría un par de minutos. No podría lidiar con eso en mi boca durante más que ese lapso de tiempo.

Pero para mi sorpresa se pusieron a cuchichear entre ellos un rato.

—Quitate el top —ordenó Ricky.

Obedecí enseguida, tirando la prenda al piso.

—Pero qué hermosas tetas —dijo Enzo, a quien parecía gustarle describir todo lo que veía.

—Acostate boca arriba —me dijo Ricky.

Por lo visto no íbamos a empezar con petes. Bueno, por suerte sus cortas experiencias sexuales los hacían ser menos predecibles que los hombres más grandes. No recordaba cuándo había sido la última vez que un hombre no quería empezar con una buena mamada.

Los chicos se subieron a la cama. Ricky me acarició el cabello y me dio otro apasionado beso. Parecía que el pendejo sentía algo por mí, que iba más allá de una atracción sexual. Me pregunté que si esa impresión era cierta, por qué me compartía con los otros dos. Su mano acariciaba mi teta con suavidad, y con una habilidad que me sorprendieron. Pero en mi otro pecho no sentía suavidad en absoluto. Dos dientes se cerraron en mi pezón.

—Despacio —le dije a Enzo que estaba prendido de mi teta derecha, como si fuera un bebé recién nacido hambriento—. Podés apretarla, pero con los labios. No uses los dientes.

Gonzalo corrió otra vez la tanga a un costado. Mi sexo quedo al descubierto. Arrimó su cara y empezó a comerme la concha.

Fueron largos minutos en donde sentí los labios y las lenguas de mis tres alumnos recorrer cada parte de mi cuerpo. Aunque claro, sus intensas lamidas se concentraban en mi sexo y mis senos. No tardé mucho en encenderme. De mi boca brotó un involuntario gemido. Las lenguas babeantes parecían estar en todas partes. Mi piel se llenó de la saliva de esos adolescentes abusones. Ricky volvió a agarrarme del mentón y hacer que lo mirara. Me dio un tierno beso en los labios.

—¿Te gusta? —me preguntó.

No dije nada. Es decir, no asentí, pero tampoco lo negué. Además, sería difícil hacer esto último, teniendo en cuenta que ahora Gonzalo se ensañaba con el clítoris y mi cuerpo era presa de espasmos de placer, que luego se traducían en gemidos.

—¿Te gusta? —insistió Ricky, apretándome el mentón con violencia. Yo asentí con la cabeza—. Entonces decilo —ordenó.

—Me gusta —dije, justo cuando otro gemido se escapaba de mis labios, haciendo que la frase sonara ronroneante—. Me gusta mucho —reconocí después.

El pezón que no dejaba de ser succionado por Enzo se había puesto duro y puntiagudo, y la teta se había hinchado. El chico parecía tan orgulloso del resultado de su arduo trabajo, que ahora lo hacía con mayor intensidad, aunque por suerte sí tuvo el suficiente cuidado como para no morderme.

—Ponete de pie —dijo Ricky.

Sus dos compinches interrumpieron la degustación que estaban haciendo de mis partes íntimas. Se los notaba molestos, pero no se opusieron a la orden de quien llevaba la batuta. Esa autoridad que demostraba Ricardo era una cualidad que para una mujer no solía pasar desapercibida.

Me ayudó a levantarme, agarrándome de la mano. Si lo hiciera en otras circunstancias, pensaría que era un caballero. Me paré a los pies de la cama. Ricky se sentó justo detrás de mí, sobre el colchón. Se inclinó. Desabrochó el broche metálico de la cintura del portaligas. Supuse que pretendía terminar de desnudarme. Lo ayudé, quitando los broches que se ajustaban en las medias. Mientras yo me deshacía de ellas, el más sagaz de mis alumnos me bajó la tanga.

—Ahora sí, tenemos a la querida profe totalmente en pelotas —dijo Enzo, mirándome como si tuviera microscopios en sus ojos.

De repente sentí un mordisco en mi trasero.

—A él no le dice que tenga cuidado eh —me recriminó Enzo, viendo como su amigo cerraba sus dientes en mi carne.

—Es que ahí no duele tanto —le expliqué—. Si se hace despacio no duele tanto.

Como si quisiera molestarme, al escuchar lo que decía, Ricky mordió con más violencia, haciéndome pegar un grito.

—Habías empezado bien. No lo arruines —le dije.

Gonzalo se arrodilló frente a mí, dispuesto a seguir comiéndome la entrepierna. Ricky había desistido de morderme, y ahora sentía cómo su lengua se metía entre ambas nalgas, hasta alcanzar mi ano, para luego frotarse sobre él con vehemencia. Si había algo que me gustaba era que me dieran un beso negro. Eso combinado con los estímulos que estaba recibiendo en el clítoris, me generaban un goce que hacía que todos mis músculos se tensaran y que mi piel se erizara. Agarré de la cabeza a Gonzalo y empecé a hacer movimientos pélvicos, restregando mi sexo en toda su cara.

La gruesa verga de Enzo me parecía demasiado tentadora en ese momento. Así que estiré la mano y la empecé a masturbar, mientras recibía los masajes linguales de los otros dos.

No puedo negar que se comportaron con mucho esmero. Podrían hacerme lo que quisieran, y sin embargo ahí estaban, provocándome placer, y no daban señales de tener las mandíbulas cansadas después de tantos minutos de abrirlas y cerrarlas una y otra vez mientras me comían.

Nunca hubiera imaginado que ese día iba a acabar incluso antes que ellos. Pero así fue. Ricky tuvo que sostenerme para que no me cayera, porque la sensación que atravesó todo mi cuerpo mientras aún tenían sus caras enterradas en mis partes íntimas, fue tan electrizante que no podría mantener el equilibrio por mi cuenta.

Cuando acabé, Ricky se corrió de detrás de mí, y yo simplemente me desplomé sobre la cama, totalmente agitada y complacida. En ese momento Enzo retiró su cara de entre mis piernas. Los otros dos se rieron al verla totalmente empapada, tanto por su propia saliva como por mis fluidos.

Los tres estaban parados al pie de la cama. Las tres vergas erectas como mástiles. Ahora sí, me resultó muy tentadora la idea de llevármelas a la boca. Además, seguramente estaban tan calientes después de todo lo que habían hecho, que no durarían tanto tiempo, por lo que no tendría que hacer mucho trabajo para saborear la tibia y espesa leche de esos pendejos atrevidos.

Me erguí, quedando sentada en donde me había colocado apenas entramos al cuarto. Ellos parecieron entender lo que quería. Se acercaron tanto, que las tres vergas quedaron a apenas unos centímetros de mi cara. Todas habían largado mucho presemen. Todas tenían las venas marcadas en su tronco. La de Enzo era muy gruesa, y nacía desde un abundante vello negro. Las bolas peludas también eran de un tamaño poco ordinario.

—Miren como le gusta mi verga grande a la profe —dijo el chico, orgulloso, al darse cuenta de que había quedado hipnotizada ante tal instrumento.

Las tres pijas se hincaron en mi rostro, impacientes. Agarré la gruesa verga de Enzo y la masajeé. Pero fue la de Ricky la que me llevé a la boca, ayudándome con la mano izquierda. Sin embargo, enseguida la sacó, en una actitud extrañamente solidaria, para que Gonzalo pudiera metérmela.

—A ver quién aguanta más —dijo Gonzalo, con una actitud infantil que solo sirvió para recordarme que eran casi unos niños.

Durante algunos minutos, sus falos entraron y salieron incontables veces de adentro de mí. El sabor del presemen era cada vez más intenso, evidenciando que salía con mayor abundancia y que pronto estallarían los orgasmos. El primero en descargar su eyaculación fue Enzo. Soltó dos intensos chorros de leche espesa en mi cara. Mientras sentía cómo el semen se deslizaba lentamente por mi piel, las otras dos vergas seguían entrando y saliendo de mi boca, que ahora se encontraba ridículamente babeante. Ricky y Gonzalo decidieron acabar al mismo tiempo. Agitaron sus vergas frente a mi cara, hasta que soltaron un gemido animal que fue seguido de los orgasmos.

Mi cara quedó hecha un enchastre, aunque a ellos no parecía importarles. Antes de que se les ocurriera la idea de hacerme tragar todo eso, me fui al baño a limpiarme. Me gustaba el sabor del semen, pero normalmente lo escupía. A pesar de que tenía el pelo recogido, este se había manchado un poco. Ver este pequeño detalle de decadencia me deprimió increíblemente. Estaba consciente del lío en el que me estaba metiendo. Pero ya estaba hecho.

Volví al cuarto. Lo que siguió fue algo que apenas es digno de contar. Los pendejos se turnaron para cogerme en la cama. Cada vez que lo hacían, eyaculaban sobre mí, y el siguiente me poseía así como estaba.

En un momento pude escuchar, casi de casualidad, que me había llegado un mensaje. Estaba boca abajo, y Enzo por fin me metía su prodigiosa verga en mi sexo (ni loca le daba el culo). Se reusó a dejar de penetrarme, solo se limitó a disminuir la intensidad de sus movimientos, por lo que, con mucho esfuerzo, le respondí el mensaje a mi pobre niño.

Por suerte no tuve que insistir en que se fueran. En ese par de horas que estuvieron, hicieron todo lo que quisieron con su profesora.

—No vemos el jueves profe —dijo Enzo, con una sonrisa estúpida antes de que se fuera.

—Esto nunca ocurrió —les dije, mientras salían de mi habitación.

Estaba agotada y adolorida. Me metí en la ducha. No pude evitar largarme a llorar.

Mujerinsaciable



Continuará



-I
 
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