Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 07

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,250
Likes Recibidos
2,360
Puntos
113
 
 
 
Disimulaban muy bien. Tanto que ninguno de mis compañeros, ni si quiera utilizando toda su imaginación, pensarían que aquel chico tímido de gafas de cristales gruesos, estaba ejerciendo un control tal sobre su profesora. Pero a mí no se me escapaba la verdad. Ya había leído los relatos de mujerinsaciable, y luego el de alumnoperverso, Y aunque mamá parecía estar dando una clase como cualquier otra, no se me escapaba que sentía un estrés mucho mayor a lo normal. Aunque también suponía que toda esa historia ya no la tenía tan contrariada como hacía apenas unos días.

La profesora Cassini no paseó entre las filas de pupitres para ver que sus alumnos estuvieran haciendo las cosas bien, como hacía normalmente. Imaginé que quería evitar que alguien descubriera que no llevaba ropa interior —aunque yo ya lo había hecho—. De todas formas, en varias ocasiones repitió la escena erótica en donde se inclinaba para escribir en la parte más baja del pizarrón, haciendo que la falda se pegara a su trasero, y así dejar en evidencia la ausencia de su ropa íntima. Era un movimiento corto, que supuse que lo hacía exclusivamente para el deleite de Lucio, pero no se me escapaba que de todas formas estaba corriendo un riesgo al hacerlo, ya que no eran pocos los chicos que disfrutaban de ver su culo, y probablemente notarían el detalle.

La mayor parte de la clase, sin embargo, mamá se mantuvo detrás de su escritorio. En más de una ocasión la descubrí lanzando miradas subrepticias hacia donde estaba su chantajista. Recordé algo que había puesto él en el relato que había subido hacía un par de días. Había dicho algo así como que le parecía que a mamá le gustaba que la dominen. Ese era un temor que crecía cada vez más en mí, porque cuando la veía observando a Lucio, si bien durante un instante su semblante parecía envuelto de oscuridad, también durante un efímero momento parecía disfrutar del sometimiento de alumnoperverso. Aunque lo cierto era que esperaba que fueran ideas mías y nada más.

Lucio, por su parte, se hacía el tonto, con la misma actitud apocada y silenciosa de siempre. Pero sí pude ver que en más de una ocasión su rostro reflejaba el regodeo interno que lo estaba atravesando. Y no era para menos, después de haber sometido sexualmente a su profesora, ella aún le seguía la corriente. Seguramente estaba convencido de que podría cogérsela por segunda vez muy pronto, y seguramente no estaría muy errado al creerlo.

Pasada la mitad de la clase, había cometido el error de ser tan ingenuo como para creer que aquel degenerado se conformaría con haberla doblegado hasta el punto de hacerla ir a clase sin bombacha. Pero por supuesto, me había equivocado. Sin embargo, esta vez no se la iba a hacer tan fácil.

—Profe ¿puedo ir al baño? —preguntó Lucio.

—Déjelo ir profe, a ver si se hace encima el nene —dijo Gonzalo, metiéndose en donde no lo llamaban.

—¿Vas a hacer del primero o del segundo? —preguntó después Ricky, quien ya comenzaba a recuperar su actitud burlona y soberbia.

Lucio mantuvo la compostura, no se encogió como solía hacerlo en situaciones similares, y si bien su rostro tomó color, no se puso tan colorado como lo hacía normalmente. Estaba claro que el polvo que le había sacado mamá le dio una gran confianza en sí mismo. No pude evitar pensar en que si había progresado de esa manera en apenas unos días, cómo sería Lucio dentro de algunos meses, después de haberse montado a su profesora de todas las maneras imaginables. No estaba seguro de cuál sería el resultado, pero nadie me sacaría la sensación de estar viendo el nacimiento de un monstruo.

—A ver, se callan. ¿Acaso tienen cinco años? —dijo mamá, irritada, dirigiéndose a Gonzalo y a Ricky. Era la primera vez la veía verdaderamente molesta durante una clase. Estaba seguro de que no se había enojado realmente por los chistes bobos de los chicos del fondo, sino que toda la estresante situación que estaba atravesando la hacían estallar por cualquier cosa—. Y usted Alagastino, también parece un niño, no me tiene que pedir permiso para ir al baño, solo tiene que avisar que necesita hacerlo —terminó de decir.

Un brillo de rencor apareció en los ojos de Lucio. Me di cuenta de que mamá había cometido un grave error al humillarlo de esa manera frente a toda la clase, y por lo visto ella también se había percatado de eso, porque cuando él la fulminó con la mirada, pareció empalidecer. Pero lamentablemente ya era muy tarde para arrepentirse.

Apenas unos segundos después de que Lucio abandonó el salón, el celular de mamá sonó sobre el escritorio. Ella vio la pantalla. Me dio la impresión de que estaba pensando en si debía leer el mensaje o no. Finalmente deslizó el dedo hacia arriba sobre la pantalla del aparato y leyó el texto que le había llegado. Vi como fruncía el ceño. Pero si era un mensaje de Lucio no era conveniente ignorarlo. Eso lo sabía la profesora Cassini tan bien como yo. Sentí cómo la impotencia me embargaba, a la vez que estaba seguro de que a ella la dominaba el mismo sentimiento.

Como era de esperar, la actitud reacia de mamá se quebró en cuestión de segundos —En ese momento su rebeldía no podía durar más que eso—, y fue reemplazada por la resignación. No necesitaba leer ningún relato para entender lo que sucedía. Lucio le había prometido a mamá darle un respiro, y no le exigiría sexo de manera frecuente. Lo de la pollera y el hacer que no usara bragas era algo que ya había elucubrado la primera vez que se la había cogido, pero era probable que no tuviera pensado hacer nada más que eso de momento. Pero la profesora fue imprudente al decirle aquellas palabras, y ahora el chico se había molestado tanto, que le estaba exigiendo verla fuera del salón. Pero ¿verla para qué? No creía que fuera para reprenderla simplemente.

Pero yo le iba a arruinar la jugada. Apenas mamá salió del aula, me puse de pie y salí detrás de ella. La vi doblar un pasillo, y la imité, sigiloso. Si bien casi todos los alumnos estaban en clases, en la escuela había mucho movimiento: empleados de limpieza pasando un enorme escobillón por el piso, chicos de otros turnos que venían a la clase de educación física, etc. Si a Lucio se le había dado por hacer algo con mamá en ese contexto, se había vuelto loco. A él tampoco le convenía correr tal riesgo, porque de esa manera se le podía terminar el juego. Pero yo le iba a escupir el asado. Aparecería detrás de mamá justo cuando ella se encontrara con él. Ambos se verían en la obligación de hacer de cuenta que no estaba pasando nada, y volverían al aula. Mi objetivo, de momento, era ese: evitar que mi tímido compañero volviera a abusar de mamá.

Mis sospechas se vieron dolorosamente reforzadas, cuando me di cuenta de que mamá se estaba acercando al baño de hombres. Se detuvo un momento, dubitativa. De manera instintiva, me escondí a la vuelta de los baños, cuando noté que ella hacía un movimiento para dar media vuelta. Estaba claro que pretendía comprobar que no hubiera moros en la costa. Más tarde me arrepentiría de haber sido tan cuidadoso en mi plan. Lo mejor hubiera sido que me viera y listo, daría marcha atrás con lo que fuera que estaba a punto de hacer y su calvario se vería interrumpido, al menos por un rato. Pero en ese momento yo tenía la idea fija de querer verle la cara al imbécil de Lucio cuando se viera forzado a abortar su plan. Además, de esa manera, quizá, mamá no correría el riesgo de padecer la ira de su alumno, pues no era que ella se había inventado una excusa, sino que la mala suerte le había jugado en contra.

Cuando volví al camino que daba a los baños, ya no había rastros de la pobre profesora que padecía de hipersexualidad. Ahora sí, debía moverme con rapidez. Seguramente los dos estaban hablando. Él intentando convencerla de que hicieran alguna porquería en el baño. Ella dejándose convencer por miedo a que el mocoso detonara la bomba que podía destruir su vida. Pero cuando me vieran…

No estaban por ningún lado.

El baño de la escuela era muy grande. Una hilera de mingitorios, y una hilera de cubículos con inodoros separadas por una larga pared. Me pregunté si estarían en otra parte. Pero la verdad es que no había muchos lugares secretos en donde pudieran estar cómodos, como la oficina del profesor Hugo. Además, si bien sabía que Lucio había leído todos los relatos de mamá y conocía ese lugar, dudaba de que fueran allá, porque justamente correrían el riesgo de ser descubiertos por el profesor.

Pero inmediatamente después de pensar en esto, escuché ruidos en uno de los cubículos más alejados. Se trataba del más amplio de todos, ya que estaba reservado para discapacitados. Me acerqué, haciendo un esfuerzo enorme para que mis pasos no se oyeran. Era increíble. ¿Tan rápido la había convencido de encerrarse ahí? Al igual que en muchas otras ocasiones, me sentí molesto con mamá por ser tan fácil.

—Te digo que escuché que entró alguien —dijo mamá, confirmándome que la muy tonta se encontraba encerrada en ese pequeño espacio con el degenerado de mi compañero.

Me di cuenta de que cuando había entrado, con la certeza de encontrarlos, había hecho bastante ruido con mis pies, pues en ese punto ya no veía la necesidad esconderme. Pero ahora volvía a parecer oportuno ocultar mi presencia. Si entraba ahí donde estaban ¿con qué me encontraría? Me vería en la obligación de enfrentar a Lucio de frente, y mamá se vería en la peor humillación de todas. Además, corría el riesgo de que se armara un escándalo de proporciones colosales. ¿Qué pasaría si entraba otro alumno y se daba cuenta de que sucedía algo raro? La notica saldría en todos los canales, incluso en los de otros países. Ya había perdido la oportunidad de interrumpirlos antes de que sucediera algo, ahora sólo me quedaba vigilar a que las cosas no se fueran incluso más a la mierda. En esa bizarra etapa de mi vida, me veía obligado una vez más a hacer algo que me repugnaba: cuidaría de que nadie más descubriera que un alumno estaba haciendo quién sabe qué cosa con la sensual profesora de contabilidad.

—No entró nadie —dijo Lucio—. ¿Hay alguien ahí! ¡Necesito papel!—gritó después, haciendo un evidente esfuerzo para que no se le escapara una carcajada. Por supuesto, no contesté —¿Ve? Estamos solos —reafirmó después.

—Pero puede entrar alguien en cualquier momento —la escuché apenas decir a mamá, ya que estaba susurrando.

—Entonces es mejor que nos apuremos —dijo Lucio.

—¿Qué querés hacer?

—Pídame perdón por hacerse la graciosa en clase.

—Está bien. Te pido perdón. Es que tenés que entenderme. Mi vida se está yendo al carajo. Tengo miedo y… ¿qué hacés? No metas la mano ahí. Sí, no me puse la bombacha porque me lo pediste. Debo estar loca. Deberías conformarte con eso. Lucio, ahora no… ay… despacio. No muerdas. No hay tiempo. Ahora no podemos. Te prometo que en estos días nos vemos. Pero así no. Ay… que no muerdas. Por favor perdoname. Ay. Sí, no quise dejarte en ridículo. Es que me molestaron los otros chicos con sus tonterías, y todo esto me tiene muy preocupada. Cada vez que los escucho reírse me siento perseguida. Perdoname. Sí, me gusta, pero acá no podemos. Soy tu puta, tu profesora puta, lo soy. Lucio, te prometo que mañana hago lo que quieras, pero ahora no se puede. Tenemos que volver. Por favor, tenemos que volver a clase. Está bien. Hoy… ¿qué? En mi casa no podemos. No, por favor. No mandes esas fotos. Hago lo que quieras. Solo que en mi casa no. No me hagas eso por favor. Lucas va a estar ahí. Ay. Está bien, voy a ver cómo hago para estar sola. Esto es una locura. Vos estás actuando mal y lo sabés. Sacá el dedo de ahí. Si no, voy a empezar a gemir. Y puede entrar cualquiera. Sí, me gusta. Pero ahora no se puede. Está bien. Hoy a la tarde. Te lo prometo.

—Hoy a la tarde en su casa, y no quiero excusas —lo escuché decir claramente a Lucio. Las frases anteriores que había pronunciado fueron ininteligibles. Supuse que se las decía al oído.

—Está bien. Pero tengo que buscar una buena razón para hacer que Lucas se vaya unas horas. Si no…

—Eso es su problema profe. Yo voy a ir a la hora del té, y la quiero lista.

—Está bien, alguna cosa voy a inventar —aseguró ella.

Cuando pensé que la cosa ya terminaba, me dispuse a salir del baño. Imaginé que ellos lo harían uno a la vez. Que una profesora entrara al baño de hombres era algo inusual, pero no del todo extraño. Bien podía decir que le había parecido que alguien andaba fumando ahí adentro y sintió la obligación de ver de quién se trataba. En todo caso ya se las arreglaría.

Volví al aula. Calculé que todo eso había durado poco más de cinco minutos —cinco intensos minutos—. Mamá no tardó en entrar de nuevo, y Lucio la siguió algunos segundos después. Escuché algunos susurros. Quizás alguno pensaba que algo raro había en el aire, pero de todas formas estaba tranquilo, porque ninguno de ellos sería capaz de imaginar el acuerdo que se había cerrado en el baño de hombres. Justamente el único que podría llegar a sospechar algo cercano a la verdad no había asistido a clases. Y es que Ernesto conocía muy bien el carácter atípico de la profesora. Pero el secreto parecía estar bien guardado por el momento. Por la tarde mamá sería cogida por Lucio en mi propia casa. Salvo que yo pudiera evitarlo.

Cuando terminó la clase, me quedé como un soldado, esperando a que la profesora Cassini se retirara sana y salva. La seguiría a sol y a sombra. Estaba determinado a hacer todo lo que estuviera en mis manos para evitar que aquel cuervo continuara aprovechándose de ella. Sin embargo, había otra cosa que no dejaba de darme vueltas en la cabeza: Lucio no estaría en su casa por varias horas. ¿No era ese el momento oportuno para borrar los archivos de la computadora y buscar aquel pendrive de cuya existencia sospechaba? Pero en ese caso debería sacrificar a mamá. Aunque por otra parte ¿qué le hacía una mancha más al tigre?

…………………………………………………………​

La decisión no era nada fácil. Pero por más que lo pensara una y otra vez, no se me ocurría nada mejor. Por primera vez me cuestioné el hecho de encontrarme solitario ante tal situación. ¿No era momento de buscar un aliado? Si lo tuviera, podría deshacerme de las pruebas que conservaba Lucio, sin verme en la obligación de entregar a mamá a los lobos. Tal vez Ernesto sería capaz de hacer ciertos favores para su madura amante… Pero era tarde para forjar cualquier alianza. O, mejor dicho, era tarde para evitar lo que se avecinaba dentro de algunas horas, no obstante, no descartaba la utilidad que me podía traer tener un cómplice en el futuro, aunque no tenía en claro qué uso le daría. Pero, en definitiva, en ese momento me encontraba solo.

Durante el trayecto a casa, mamá estaba rara. Se la notaba preocupada y estresada. Seguramente tenía en claro que no podría hacer nada para sacarle de la cabeza a su alumno la idea de cogérsela ese mismo día, y eso la tenía de un humor particular. Sabía que en cualquier momento la profesora Cassini se inventaría alguna excusa para hacerme desaparecer por varias horas. Seguramente lo haría a regañadientes, quizás hasta sintiéndose asqueada por tener que hacerlo. Pero la amenaza de Lucio la obligaría a obedecer. El pendejo nerd tenía una determinación que, muy a mi pesar, me generaba admiración. Tanto al leer el relato como cuando los oí en el baño de varones de la escuela, no me cabían dudas de que estaba dispuesto a arruinar la vida de mamá si ella no cumplía con sus caprichos. Una certeza que seguramente ella compartía.

Me di cuenta de que lo mejor era que yo mismo me ausente por mi cuenta. Si no lo hacía de esa manera, seguramente me enviaría a hacerle algún mandado a la abuela, y a través de ella se aseguraría de que yo estuviera lejos mientras ella se dejaba coger por su alumno. Entonces se me ocurrió una idea:

—Ah, te quería decir que a la tarde voy a lo de Mariano. Seguramente me quedo a cenar ahí —dije, como al pasar.

Pude ver que a mamá se le abrían bien grandes los ojos, y un visible alivio hizo desaparecer la tensión que había en su cuerpo —o al menos parte de ella—. Ni siquiera se molestó en preguntarme qué era lo que debía hacer en la casa de Mariano. No le convenía poner palos en la rueda. Sin embargo, sí hizo un comentario, totalmente calculado, y totalmente favorable al degenerado de Lucio.

—Bueno, pero si al final venís a cenar acá, avísame con tiempo, así preparo algo —dijo.

Era astuta mi madre. De esa manera se aseguraba de que, en caso de que yo llegara antes del anochecer, le avisara, y de esa manera le daría cierto margen como para despachar a su joven abusador, sin que yo me enterara de nada.

A las cuatro de la tarde decidí marcharme para llevar a cabo mi plan, que era una mezcla de vandalismo y de trabajo detectivesco. Me parecía un horario ideal, debido a que Lucio había mencionado que llegaría a la hora del té, lo que supuse que significaba las cinco de la tarde. Cuando le dije que me iba, mamá se metió en el baño. La profesora Cassini comenzaba los preparativos para recibir a alumnoperverso.

Daba la casualidad de que conocía dónde quedaba la casa de Lucio porque cuando hicimos una excursión, durante el viaje de regreso, pidió que lo dejaran en su casa en lugar de la escuela. Como quedaba de paso era un pedido razonable, pero eso no evitó que se ganara las burlas de sus compañeros. Y pensar que ese chico que en ese momento me pareció un perdedor y por el que sentía lástima sería lo suficientemente astuto como para doblegar a su profesora… Si alguien me lo hubiera dicho en ese momento, me moriría de la risa ante tan absurda idea.

Me fui en colectivo, sintiéndome un agente de la CIA. Debía tener mucha suerte para que todo me saliera bien. Además no sabía cuándo me volvería a encontrar en una situación como esa, así que tenía que probar mi suerte. En el camino le mandé un mensaje a Mariano, diciéndole que si por casualidad mamá llamaba a su casa, le dijera que me encontraba ahí. Ni siquiera éramos amigos, pero como ya le había pedido un favor, decidí apelar nuevamente a él. Esta vez no tardó en responderme. Quiso saber si iba a ver a Celeste, nuestra compañera en el trabajo práctico de geografía, pero le dije que se trataba de alguien que no conocía. Un frío rencor atravesó mie cuerpo. Si no estuviera lidiando con los problemas sexuales de mamá, podría estar viviendo una vida normal de adolescente, y entonces sí, quién sabía, quizás estaría en camino a hacerle el amor a la chica que más me gustaba. Traté de aferrarme a la idea de que lo de mamá era una enfermedad, y por eso no podía juzgarla, aunque debo reconocer que me costó mucho hacerlo.

Llegué a la casa de Lucio a las cuatro y media. Tenía las manos transpiradas y el corazón me latía aceleradamente. Creo que durante los meses que duró ese calvario habré envejecido cinco años al menos. Miré la casa con detenimiento. Estaba a mitad de la cuadra. Tenía rejas negras y a un costado de la casa había un pasillo que daba con el patio del fondo, y supuse que también con alguna entrada trasera. Parecía que la casa se encontraba vacía, aunque la verdad era que no tenía manera de estar seguro de ello. Lo siguiente era simple, pero no por eso fácil: debía treparme por las rejas, meterme en ese pasillo techado que suponía que cumplía la función de cochera. Luego ingresar por la puerta de atrás, y finalmente dirigirme a la habitación del degenerado de Lucio. Un plan que pendía de un hilo, partiendo de la base de que la puerta de atrás podía estar con llave.

Pero había otro problema en el que no había pensado. El horario resultaba muy inoportuno. Había demasiado movimiento en la calle. Cada vez que creía no ver a nadie por ahí cerca, descubría que aparecía otra persona caminando por la vereda, u otro auto pasando por la calle. Y ni hablar del hecho de que alguien podría estar observándome desde alguna casa. Estaba completamente expuesto.

Muy a mi pesar, tuve que reconocer que el plan era muy rudimentario. No me quedaba más que resignarme y aplicar el plan B. Aparecería en mi casa a los pocos minutos después de que Lucio hubiera llegado, y de esa manera interrumpiría su polvo. Se me ocurrió, ya harto de tantas vueltas, que esperaría un poco más y aparecería para encontrarlos infraganti. Armaría un escándalo, y Lucio debería salir corriendo. Si quería enviar las fotos que lo hiciera, pero ya no metería sus extremidades en mi madre nunca más.

Pero justo en ese momento sucedió algo.

—Hola ¿Necesitás algo? —escuché decir a mis espaldas.

Era una mujer que ya estaba cerca de los cincuenta. Llevaba unas bolsas de compras que acababa de hacer y se disponía a meter la llave en el portón de la casa que yo estaba acechando. Era la mamá de Lucio.

—No, es que… bueno. Soy compañero de Lucio —dije, medio tartamudeando.

— Ah ¿Y tenías que verlo ahora? Él se acaba de ir. Me dijo que se iba a lo de un amigo ¿No serás vos? —dijo.

—No, seguro que se fue a la casa de alguien más —respondí, imaginando que seguramente ya estaría muy cerca de mi casa. Quizás hasta ya había llegado. Quizás hasta ya estaría desnudando a la profesora Cassini—. Yo pasaba por acá y me acordé de que le había prestado un pendrive, y justo hoy lo necesitaba. Bueno, igual no es que sea su culpa. Yo soy un colgado. Tenía que habérselo pedido antes.

La idea se me ocurrió en el momento. Si lograba que la vieja me diera el pendrive, ya sería algo, aunque mientras no entrara a su computadora, no serviría de mucho.

—Es que yo no sé nada de esas cosas. ¿Un pendrai dijiste? ¿Por qué no pasás a buscarlo vos? —propuso la mujer. En ese momento la amé más que a mi madre.

—Claro —dije, exultante.

La señora me dejó pasar a la casa. Pero lo mejor no fue eso, sino que me dijo que fuera a buscar ese tal pendrai, que ella necesitaba ponerse a colgar la ropa. Por primera vez sentía que la suerte jugaba a mi favor. Supuse que el cuarto del depravado estaba en el primer piso, así que sin pensármelo mucho me dirigí ahí.

Cuando vi los posters y el montón de comics y mangas que había por todas partes, me di cuenta de que, en efecto, era su cuarto. El mismo en el que había abusado de mamá por primera vez.

Estaba eufórico, pero sabía que tenía que mantener la calma. Si dejaba que el nerviosismo me ganara, echaría a perder la suerte que había tenido. Respiré hondo y me sequé la transpiración de las manos en el pantalón. Decidí que iría paso a paso. Ahí estaba la PC. Moví el mouse y la pantalla se encendió. Sentía que por fin la victoria se cernía sobre mí. La computadora no pedía contraseñas. Qué locura. Supuse que ese burdo descuido se debía a dos cosas: primero, a que nunca hubiera imaginado que un intruso se metería en su cuarto. Segundo, si bien no podía tener la certeza de que su madre fuera o no fuera alguien invasiva, sí estaba claro que era una ignorante en relación con cuestiones de tecnología, por lo que no necesitaba ocultarle el contenido a ella.

Había muchas ventanas abiertas. Tanto sus redes sociales como sus emails estaban a mi merced. Lo primero que hice fue revisar los emails. Concretamente los borradores. No tardé nada en encontrar los dos emails que tenía preparado. Uno dirigido a quien supuse que era la madre de Ernesto, y otro dirigido a la escuela. El texto era muy corto. “La profesora Cassini ha estado realizando actividades ilegales con uno de sus alumnos, y además hace cochinadas con otro profesor en la propia escuela. Espero que se tomen las medidas necesarias”, decía. Inmediatamente borré los archivos adjuntos, y finalmente eliminé el borrador. De la que te salvé, Ernesto, pensé con una sonrisa.

Pero la cosa recién empezaba. Era muy pronto para cantar victoria. Miré por la ventana. La bondadosa madre de Lucio seguía colgando ropa. Se veía que quería aprovechar las últimas horas de sol para secarlas. Bien por ella —y por mí—. Fui a donde estaban sus archivos. A simple vista no pude reconocer las imágenes que estaban adjuntas al email. Pero eso no me sorprendió. Pensé que seguramente estaban guardados en una carpeta. Había montones de ellas. Algunas tenían el nombre de las materias de la escuela o el título de algún trabajo práctico. Sin embargo, había otras tantas que tenían nombres sin significado aparente, formado por dos o tres letras consonantes.

Probé con estas. En la primera llamada GD había montón de imágenes y videos pornográficos. Me di cuenta de que predominaba el contenido gangbang. En otra carpeta había montones de imágenes que simulaban ser de sexo no consentido, lo cual me asqueó, a la vez que me hizo pensar que eso de forzar a las mujeres era una fantasía que Lucio tenía hacía mucho tiempo. Había visto seis o siete carpetas, comenzando a sentirme desazonado, pues no daba con lo que buscaba. Me dije que quizás lo mejor era intentar buscar el famoso pendrive que yo suponía que tenía. Pero luego me respondí que de nada serviría encontrarlo si no borraba los archivos de la computadora. Entones se me ocurrió una idea. Abrí la carpeta llamada “Contabilidad”.

En medio del nerviosismo no me había percatado del detalle de que resultaba raro que hubiera una carpeta con ese nombre en la computadora, ya que los trabajos de contabilidad solían resolverse en las carpetas. Por otra parte, mamá aún no había mandado a hacer ningún trabajo práctico. Abrí la carpeta, y finalmente me encontré con las pruebas que tenían a mamá sometida sexualmente a un adolescente degenerado. Pero no solo estaban las capturas de los relatos. Al igual que lo había hecho yo, había pasado a Word cada uno de los relatos de la profesora Cassini. Además, había muchas fotos que él le había sacado mientras ella daba clases. Estaba claro que esa carpeta no solo cumplía la función de ser un elemento para extorsionar, sino que seguramente se la pasaba masturbándose viendo las imágenes y releyendo las historias de su profesora. Pero no me puse a ver los archivos uno por uno. Simplemente me limité a eliminar la carpeta entera, para luego borrarla definitivamente de la papelera de reciclaje.

La parte uno del plan ya se había concretado. Ansioso, me puse a buscar si había algún pendrive. Encontré uno en el mismo cajón del escritorio donde estaba la computadora. Pero no estaba la carpeta con los archivos de mamá. Vi de nuevo afuera. La madre de Lucio ya no estaba colgando ropa. No sabía a qué hora había empezado con mi tarea de búsqueda, pero ya eran las cinco de la tarde, por lo que supuse que había pasado más tiempo del aconsejable.

—¿Y…? —me preguntó la mujer, apareciendo de repente en la habitación de su hijo. Estaba claro que no tenía por qué tocar antes de pasar, pero igual me sobresaltó su irrupción.

—No lo encuentro. Pero ya lo llamo a Lucio para que me diga donde está. No quería molestarlo, pero no me queda otra —dije.

—Estás transpirado, y pálido ¿Te sentís bien? —preguntó ella, extrañada.

—Sí —aseguré, esbozando una sonrisa forzada, que seguramente me hacía ver como un psicópata—. Es que estoy un poco nervioso porque tengo que entregar un trabajo para mañana, y necesito lo que hay en ese pendrive. Pero bueno, es mi culpa, por hacer las cosas en el último momento.

—Bueno, llamalo, a ver qué te dice —dijo ella.

Parecía pretender quedarse ahí mientras yo lo llamaba. Necesitaba deshacerme de ella por unos minutos más.

—Disculpe si estoy abusando de su hospitalidad, pero… ¿No me convidaría un vaso de agua? —le pedí.

—¡Claro! —dijo la bondadosa mujer.

Se fue a buscar el agua. Miré a cada rincón del cuarto de Lucio. Me hice una pregunta: Si yo fuera un degenerado que chantajea a su profesora para poder violarla ¿dónde guardaría el pendrive con la pruebas?

No encontré una respuesta clara, pero sabía que mi compañerito no era tan precavido como debía serlo. El artefacto no podía estar muy lejos. Se me ocurrió que le gustaría tenerlo muy cerca. Muy a mano. Quizás incluso lo tenía encima con él, lo que tiraba abajo todo mi esfuerzo. O quizás…

Abrí el cajoncito de la mesa de luz. En el primero no había nada. Luego probé con el de abajo. Había unos documentos, y en una esquina ¡Bingo! Ahí estaba el sospechoso objeto.

—¡Ah, lo pudiste encontrar! —dijo la señora de la casa, apareciendo nuevamente de improviso.

Me entregó el vaso de agua, el cual realmente necesitaba.

—Sí —le dije—. Por fin lo encontré. Sabe, le pedí a Lucio se me prestaba un segundo la PC.

—Claro —dijo la señora—. Me alegra que Lucio haya hecho un nuevo amigo.

Sentí lástima por la mujer. Estaba claro que Lucio no tenía ningún amigo de verdad.

—Es un buen pibe —le aseguré.

Me dejó un rato a solas. Aproveché para confirmar que el pendrive contenía lo que yo suponía que contenía. En efecto, así era. Aproveché para revisar nuevamente la computadora, a ver si no había copia de los archivos en otra parte. Pero no encontré nada. Por fin, ya estaba cerca de sacarle de encima a ese pendejo a mamá.

Le agradecí mucho a la ingenua mujer, y volví a casa para llevar a cabo la segunda parte del plan. En el trayecto, para pasar el rato, entré a la página de relatos eróticos. Alumnoperverso ya había subido el relato sobre lo sucedido ese mismo día en clase. Pero en esta ocasión la historia ni siquiera estaba corregida, cosa que varios lectores le echaron en cara. Pero aun así el pendejo quedó como un ganador al relatar lo del baño. Ahí me enteré lo que ya sospechaba: Lucio había metido sus dedos en ambos orificios de su profesora, mientras le daba mordiscos a su trasero. Y todo eso sucedía mientras yo los escuchaba a apenas unos centímetros de distancia. Pero esto último no estaba en el texto, claro está.

Me bajé del colectivo unas cuadras antes de llegar a casa. Debía pensar en lo que iba a hacer a continuación. Ahora estaba convencido de que Lucio solo conservaba las pruebas en el celular. Debía deshacerme de él, y por fin no tendría poder sobre ella. Pronto se enteraría de que yo había entrado en su casa para eliminar los archivos. Recordé a la buena mujer que me había recibido y nuevamente sentí lástima por ella. Me dije que una vez que me deshiciera del celular, fingiría que acababa de entrar a la casa, haciendo bastante ruido. Daría tiempo para que Lucio se escapara. Como tendría que salir a las apuradas, no tendría tiempo de ponerse a buscar su teléfono.

Se le iba a acabar la fiesta. Aunque, de todas formas, ya había pasado casi una hora, tiempo más que suficiente como para disfrutar a su gusto de su profesora. Pero bueno, ese era el sacrifico que decidí entregar. Me pregunté si lo mejor era entrar a mi casa por la puerta del fondo. Pero lo cierto era que esa puerta era vieja, y tendía a hacer mucho ruido porque se arrastraba en el piso. Además, se me ocurrió que difícilmente se encontrarían cogiendo en la sala de estar. Lo mejor era entrar por la puerta principal, haciendo el menor ruido posible.

Así lo hice. Entré, y me encontré solo con el silencio. Por suerte, tampoco se le había ocurrido a mi querida madre comerse a su alumno en la cocina, como ya lo había hecho. Miré a todos lados, a ver si no había dejado el celular por ahí. Pero no lo vi por ningún lado. Tanta suerte no tenía. Me di cuenta de que estaba temblando de los nervios. Pero debía juntar valor. Ya estaba muy cerca. Por fin tendría una victoria después de tantos fracasos.

Me dirigí a la habitación de mamá. Me pareció oírla hablar, aunque no pude distinguir las palabras. La puerta estaba cerrada, pero podía ver que la luz estaba encendida. Estaba a punto de escuchar nuevamente a mamá en una situación íntima con Lucio. No tenía idea de si podría llegar al celular de ese perverso nerd, pero si no lo hacía, lo interceptaría en la calle, comenzaría una pelea con él, y me encargaría de quitárselo. A esas alturas ya estaba jugado. No tenía nada que perder. Además, él tampoco podría andar acusándome de nada, porque también había hecho de las suyas. Pero ese era un plan de contingencia. Nunca fui de pelearme, de hecho, la piña que le había dado a Ernesto había sido después de mucho tiempo de no pelear con nadie.

Debía intentarlo. En algún momento podrían ir a coger al baño, o a otra parte, y yo aprovecharía para agarrar el celular. Le sacaría el chip, lo rompería, y luego tiraría el celular a alguna parte. O quizás simplemente lo empaparía en agua y luego lo secaría y lo volvería a dejar en el mismo lugar de donde lo había sacado. Las alternativas eran muchas, pero el objetivo el mismo.

Estaba ya muy cerca de la habitación cuando escuché un murmullo. Entonces todas las alarmas de mi interior se activaron. Había algo muy raro en ese murmullo. Era como si alguien hablara a una velocidad impresionante, y pronunciaba muchas palabras a la vez. No me quedó otra que pegarme a la puerta. Escuché un gemido. Era el gemido de la profesora Cassini, el cual estaba lejos de reflejar el hecho de que estaba siendo forzada a mantener relaciones sexuales. Pero a esas alturas eso no me sorprendía. Su enfermedad la hacía no poder evitar de disfrutar cuando cogía, sea cual fuera el contexto en que esto se daba.

Y entonces escuché una voz gruesa.

— Póngase así profe. Si, así —decía esa voz.

¿Qué mierda estaba pasando? El que pronunciaba esas palabras no era Lucio.

Mamá gimió de nuevo.

—A ver dejen lugar. Vamos a hacerle un conchaculo —dijo alguien, quien increíblemente no era la misma voz que había oído al principio.

—No, doble penetración no —dijo mamá, e inmediatamente después largó otro gemido—. Esperen su turno.

—Bueno, pero podés masturbarnos mientras él te coge ¿No? —escuché decir a un tercer individuo.

Retrocedí, horrorizado. Había al menos tres hombres con mamá, y me pareció entender de quiénes se trataban. ¿Acaso Lucio había decidido compartirla? ¿Por qué haría eso, teniendo la oportunidad de disfrutarla él solo? Quizás por puro morbo. Pero lo importante era que por fin estaba sucediendo lo que tanto temía. Aquello que quise evitar desde el primer momento en el que me enteré de que mamá sufría de hipersexualidad, por fin se estaba materializando al otro lado de la puerta.

Continuará




-I
 
Arriba Pie