Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 06

heranlu

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El miércoles fue un día terrible. Entré al aula, sabiendo que entre los que estaban a mi alrededor, había uno que el día anterior había sometido sexualmente a mamá. Así es. En efecto, tal y como lo había supuesto, esa salida intempestiva de mamá que, según dejaba entrever, era para ir a encarar al sospechoso, había terminado con ella complaciendo al chantajista. En ese sentido, nada nuevo bajo el sol. Pero a pesar de ser un día que hubiese preferido pasar de largo, sabía perfectamente que lo peor sería el jueves, cuando la profesora Cassini debía presentarse a clases. Ahí ya no solo estaría ocupando el mismo espacio que aquel sujeto, sino que con mamá también. Diría que la cosa no podía ser más humillante, pero a esas alturas ya tenía en claro que siempre podía irme peor. Cuando ocurría esto yo apenas contaba con dieciocho años, por lo que la situación me superaba por completo, aunque tampoco pensaba quedarme de brazos cruzados.

—¿Me puedo sentar acá? —preguntó Ernesto, cuando llegó al aula. Estaba parado al lado del pupitre que usaba todos los días, pero ni siquiera se había animado a apoyar su carpeta.

—Sentate donde quieras, eso es cosa tuya —le respondí, sin mirarlo siquiera.

Estaba claro que había entendido perfectamente por qué le había dado una piña el lunes en el baño. Siempre se caracterizó por ser un chico despierto y discreto, así que esperaba que no fuera tan estúpido como para andar contando el motivo de nuestro encono. Mucho menos que me sacara el tema a mí. Si lo hacía, era muy probable que le diera otro golpe.

—¿Se enteraron? Las amiguitas se pelearon —lo escuché decir a Gonzalo, con tono burlón, refiriéndose a Ernesto y a mí. Un coro de risas aprobó el chiste.

Ernesto se dio media vuelta, con cara de pocos amigos, para poner en su lugar al imbécil. Lo cierto era que mi compañero de banco no era ningún debilucho. El golpe que le había propinado había sido de pura suerte, ya que lo había agarrado desprevenido. Pero si tuviéramos una verdadera pelea, la tendría muy difícil, y lo mismo le pasaría a Gonzalo. Esperé ansioso a ver el desenlace de ese duelo de miradas, pero no fue Ernesto quien habló.

—Callate —lo escuché decir a Ricky.

Una sola palabra, cortita y contundente. Pero con eso bastó para que el otro cerrara la boca. Gonzalo, estupefacto, quedó con la boca abierta, viendo a Ricky, como esperando una explicación de por qué no le permitía que nos molestara. Por lo visto, aún no le había dicho a nadie de la muerte de su padre, así que ahora teníamos una extraña complicidad. Quizás fue por eso que mantuvo a raya a su amigo, o quizás fue como agradecimiento al hecho de que había ido a darle mis condolencias. La cuestión es que la posible trifulca con Gonzalo quedó zanjada. Aunque no estaba muy contento que digamos por eso. Gonzalo seguía siendo uno de los sospechosos, y no me faltaban ganas de darle unas cuantas trompadas a esa cara de gesto permanentemente arrogante. Incluso hubiera sido bueno que Ernesto concretara ese duelo de miradas en un enfrentamiento real. De esa manera, resarciría, al menos en parte, el daño que había causado.

Ricky y Ernesto. Ahí estaban quienes en principio habían sido los principales sospechosos de la extorsión a mamá. Pero ahora sabía que ninguno de los dos era el responsable. A Ernesto la propia profesora Cassini lo había exonerado, aduciendo que el chico no necesitaría de ese chantaje si se la quería tirar de nuevo. Y a Ricky lo descarté yo personalmente, cuando comprobé que, mientras mamá iba, en teoría, a su encuentro, él estaba en su casa, la cual se encontraba llena de gente, debido al reciente fallecimiento de su padre.

Pero los demás chicos, todos eran potenciales culpables.

El día anterior mamá había salido de casa vestida de manera muy sensual, pero a la vez, su semblante reflejaba preocupación y tristeza. Esa había sido la señal que me indicaba que algo raro estaba sucediendo. Sin embargo, cuando volvió a casa, por la noche, mucho tiempo después de que yo regresara de lo de Ricky, apareció con un aire distinto. No puedo decir que estaba alegre, ni nada parecido. Pero eso que ensombrecía su rostro ya no estaba. No tenía idea de qué pasaba por la cabeza de mamá en ese momento, pero aventuré a especular con que realmente había caído en las garras de su extorsionador. Este la había cogido a su gusto, y mamá, insaciable cuando se trataba de sexo, no la había pasado tan mal como en un principio lo suponía. Eso era un alivio, por raro que parezca. La adicción de la profesora Cassini la hacía tomar las cosas de una manera mucho mas tranquila en comparación a como las tomaría una mujer normal.

Realmente estaba muy linda con esa pollerita gris y la blusa blanca. El pelo suelto la hacía ver más joven. Como me pasaba cuando era un niño, la vi como a una hermana mayor antes que como una madre. Una hermana mayor muy sexy, a la que todos los chicos de mi edad se la querían coger.

—¿Y cómo te fue mami? —le pregunté cuando llegó.

—Todo bien —dijo—. No lo veo como tu futuro padrastro, pero no estuvo mal —bromeó después.

Ese chiste me tomó desprevenido. Pero luego recordé que yo le había preguntado si se iba a una cita. Esbocé una sonrisa forzada, una sonrisa más artificial que la que ella misma tenía, que si bien iba acompañada de cierta tristeza, no dejaba de tener una ración de satisfacción en ese gesto.

Se fue directo a la ducha. No pude evitar notar que se había puesto mucho perfume. Supuse que seguramente había sido para tapar otros olores: transpiración, fluidos, el perfume del chantajista, y quién sabía qué más.

Como de costumbre, esperé toda la noche a que Mujerinsaciable subiera su relato. Revisé su perfil una y otra vez, pero solo estaba el relato en donde explicaba que estaba siendo chantajeada por un alumno. Me parecía raro, pues, después de la cena —una cena en la que hablamos poco, pero mamá se veía de un humor normal—, se había encerrado en su habitación. Estaba seguro de que se había puesto a escribir sobre la experiencia que acababa de vivir. Pero no había nada. Sin embargo, cuando entré a la sección de novedades de la página me encontré con algo que casi paso por alto, pero por suerte —o por desgracia—, no lo hice. Se habían publicado treinta relatos ese día. Ninguno era de ella, de Mujerinsaciable. Sin embargo, unos de los títulos que vi apenas de pasada, llamó mi atención. El relato se llamaba “Emputeciendo a mi profesora”, y estaba escrito por un tal alumnoperverso. El título era muy sugerente. ¿Podía ser una mera casualidad? Desde que había descubierto los relatos de mamá, había incursionado en ese sórdido mundo de relatos pornográficos, y sabía perfectamente que la dominación de profesoras por parte de sus alumnos era uno de los temas más populares de ese tipo de páginas, por lo que no resultaba del todo raro que estuviera ese relato colgado ahí. Salvo por el hecho de que fue subido justamente el mismo día en el que mamá había ido al encuentro de su extorsionador. Abrí el relato, temiendo que estaba a punto de encontrarme con una obra en donde mamá sería denigrada como nunca antes.

Emputeciendo a la profesora

¿R….? que no soy R, le puse a la zorra. La profe me contestó enseguida. “¿Y entonces quién sos?”. Luego yo le puse: “Si quiere saberlo, venga a mi casa profe. Pero venga sola. Tengo un dedo sobre el mouse, como si fuera el detonador de una bomba. Ya preparé el email, y coloqué los destinatarios. Sólo tengo que darle clic y pum. Los directivos de la escuela, los padres del chico al que se comió, y su propio hijo, se enteran de lo puta que es. Venga a T… 6789 del Barrio… venga rápido y sola profe. Y no se moleste en contestar este mensaje. No pienso leer ninguna excusa. Tiene una hora. Ya que en su relato dijo que está saliendo para lo de R… estoy seguro de que tiene tiempo se sobra para venir. Venga profe. Venga linda y sola, y no detonaré la bomba que puede destruir su vida”.

Estaba muy ansioso, pero también muy resuelto, además, el ánimo que me dieron algunos miembros de esta linda página me daban fuerzas para mantenerme firme. Vi que la profe me mandó mensajes, pero, haciendo un gran esfuerzo, no los leí. Ella debía saber que las cosas eran así, como yo decía. Es muy puta la profe. Le saqué la ficha al toque, desde la primera clase. Pero una cosa es fantasear con que la trola de tu maestra se deje coger, y otra cosa es ver con tus propios ojos un cuento en donde ella explica cómo se comió a uno de tus compañeros. Qué envidia me dio el wacho de E…, pero por otra parte, gracias a eso se me ocurrió todo este plan.

Ahora que todo salió como yo quería que salga, no me da vergüenza reconocer que además de ansioso estaba con algo de miedo. No sabía cómo iba a actuar la profe. Además, los adultos suelen tener armas que los pibes no conocemos. No es fácil manipularlos. Pero la profe se dejó manipular. Creo que le gusta que la manipulen, que la dominen, o como se diga.

Ese día estaba solo en casa. No era algo que pasara todos los días. Pero cada tanto se da la casualidad de que tanto mamá como papá se van a trabajar para volver muy tarde. Papá hacía horas extras, y mamá se fue a limpiar unas oficinas en el centro, de unas personas que la llamaban un par de veces a la semana y la hacían trabajar cuando ellos ya se iban. Así que sabía que tenía por mucho tiempo la casa para mí solo. Pero por otra parte mamá aparecía a veces más temprano de lo que se suponía, porque le cancelaban el trabajo a última hora. Así que eso era algo que me preocupaba, pero a la vez me generaba mucho morbo.

La profe tocó el timbre justo cuando pasó una hora de que yo le mandara el mensaje. Se ve que estuvo hasta el último momento dudando. Abrí la puerta. Creo que estaba bastante colorado, y transpirado por los nervios.

—¿Vos? —dijo la profe.

Estaba muy linda, con una pollerita bastante corta, bien maquillada. Me hice a un costado como para que pasara. Pero la profe se quedó del otro lado de la puerta.

—No pienso entrar. Más bien quiero que me expliques qué carajos tenés en la cabeza —dijo la profe—. ¿Cómo podés hacerle esto a una mujer?

Le cerré la puerta en la cara. Entré a la casa, pensando que el plan había fallado. En ese caso, debía hacer lo que debía hacer. No me quedaba otra. Había perdido, pero no pensaba dejarla sin el castigo prometido. Pero cuando estuve a punto de mandar el email, la profe tocó el timbre de nuevo.

—Si me quiere decir algo, mejor que lo haga adentro —le dije cuando abrí la puerta. Me hice a un lado, y abrí la puerta de par en par. Esta vez la profe entró.

Tenía el ceño fruncido. Me miraba como si estuviera muy decepcionada de mí, como si no me reconociera. Qué tonta. Si ella ni siquiera me conocía. Además, todos los chicos soñaban con estar con una mujer así. Y a todos les gustaría intimidarla y dominarla. La única diferencia era que yo tenía las cartas correctas para ganar la partida, y además contaba con la cabeza lo suficientemente sucia como para hacerlo y no sentirme mal por eso.

La profe no se quiso sentar. Tampoco quiso acercarse mucho. Se quedó adentro, sí, pero muy cerca de la puerta. Lista para irse.

—Decime que todo esto es una broma de mal gusto, y quizás no te acuse —dijo.

Como dije, se la notaba enojada, pero también asustada. Esa amenaza que me hizo no se la creía ni ella. ¿Acusarme a mí? Jejeje. Que lo haga, pensé. La que saldría perdiendo era ella. Pero tengo que reconocer que en vivo y en directo no soy tan elocuente como intento serlo cuando escribo. Así que las palabras que me salieron fueron más simples, aunque ciertas.

—Mire profe. Ahí tiene la puerta. Puede irse si quiere —le dije.

—Y si me voy ¿qué va a pasar? —preguntó ella.

—Eso ya se lo dije. Puede irse o quedarse. Usted decide.

—Y si me quedo ¿qué va a pasar?

—Eso usted ya lo sabe —le dije.

—Nunca pensé que fueras tan perverso —dijo—. ¿De verdad estás dispuesto a obligarme a que haga algo que no quiero hacer? Y no me digas que no me estás obligando. Sos lo suficientemente inteligente como para saber que lo que estás haciendo está mal. Que no uses la fuerza física no cambia nada. Estás usando la psicología para doblegarme.

—Pero el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón —dije.

—Sos un cínico.

—No sé qué significa eso. Pero puede ser que lo sea —respondí.

La profe hizo el mismo gesto que hace mi mamá cuando me permite hacer algo solo porque le insisto tanto, que con tal de que no la moleste más, me autoriza a hacerlo. Aunque claro, a mamá le pido que me compre algún juego de PlayStation, o que alguna zapatilla que me gustó mucho. A la profe le iba a pedir algo bien distinto, pero por su cara de mujer derrotada, me di cuenta de que al fin iba a hacerlo.

—Sos apenas un nene. No tendrías idea de qué hacer con una mujer —dijo la profe, como si con eso me haría sentir mal y la dejaría irse.

—Simplemente voy a hacer lo que quiera —dije.

La profe apretó los dientes. Se daba cuenta de que nunca me iba a convencer de dar marcha atrás. Se cruzó de brazos. Aunque estaba vencida tampoco se quería entregar. Iba a tener que actuar yo. La agarré de la mano, y la llevé conmigo. Fuimos a mi cuarto. Cuando subíamos por la escalera, le dije que ella fuera por delante, y entonces le metí la mano por adentro de la pollerita y empecé a manosearle la cola, adelantando el placer que pronto llegaría. La profe no dijo nada. Siguió subiendo los escalones, como si no le estuviera estrujando como loco el orto. Así que seguí haciéndolo, total, a ella parecía no molestarle.

Realmente había empezado todo como una broma pesada, así como la propia profe lo dijo. No pensé que me respondería, y mucho menos que justo ese día en el que estaba solo en mi casa lograría atraerla. Como dije, tenía todas las cartas, y solo tenía que jugarlas bien. Y hasta ahora estaba ganando la partida.

La profe se paró, con los brazos en jarras, frente a la cama. Vio mi cuarto, lleno de posters de animé, los comics y mangas abarrotados en un mueble, y la computadora llena de stikers.

—De verdad sos un nene. ¿Al menos arreglás vos tu cama? —preguntó la profe.

—Claro. Si no lo hago, mi mamá me mata —le respondí.

La profe soltó una carcajada. De verdad parecía divertida. Aunque ahora me doy cuenta de que se sentía una tonta por dejarse mandar por quien ella consideraba un niño. Esa risa en realidad era de nervios e impotencia.

—Hablando de tu mamá ¿dónde está? —me preguntó, de repente parecía asustada.

Le dije lo que ya expliqué al principio del relato.

—¿Y si algún vecino me vio entrar, y después le dice a tu mamá que estuve acá? —preguntó.

La verdad que no había pensado en eso, y la verdad que no me parecía algo muy importante. Como la profe vio que no tenía respuesta para eso, respondió por mí.

—Digamos que soy una encuestadora del ministerio de salud.

La profe resopló, como si ya no hubiera nada que pudiera hacer. Se daba cuenta de que finalmente pasaría lo que yo quería que pase. Me senté al borde de la cama. Nunca había estado con una mujer, y mi primera vez resultaba ser con la profe que más me calentaba en el mundo. Decir que tengo suerte es poco. La profe se me acercó. La abracé. Tenía mi cara a la altura de sus pechos. Se la notaba desganada, algo irritada, dejando en evidencia que estaba haciendo eso por obligación y no por placer. Pero eso no me molestaba. Lo que me importaba era que estuviera ahí. Metí ahora las dos manos adentro de la pollera. Acaricié sus gambas, que se sentían muy bien. Pero su hermoso orto atraía a mis manos como la miel a las moscas. Se sentía demasiado rico. Realmente podría estar todo el día así, manoseando el orto de la profe, mientras mi cara se frotaba con sus tetas. Me di cuenta de que además de que su desgana no me desanimaba, me calentaba más y más, porque la idea de poder hacer con ella lo que quisiera, aunque no tuviera ganas de ello, me hacían sentir muy poderoso. La tenía para mi como si fuera una esclava. Nunca me había sentido tan bien.

—Es usted una profe muy puta —le dije.

Pensé que podría llegar a ofenderse. Pero a las putas parece gustarles que le digan putas. O al menos no le molesta.

—Leí todas sus historias. Y después la veía en clases. Es usted muy hermosa, y muy puta —le dije.

—Se nota que lo único que sabés de sexo lo aprendiste viendo pornografía —dijo la profe—. A todos los hombres les gusta decirnos puta mientras están con nosotras. Pero a ninguna mujer le excita escuchar esas palabras.

—Pero lo que hoy importa es lo que a mi me guste, profe —le contesté, pensando que me importaba bien poco si ella se excitaba o no cuando le decía puta.

—¿Tanto te gusta mi culo? —me preguntó.

—Me gusta mucho. Lo miro todo el tiempo que está en clase. La próxima vez, por favor lleve esta pollerita, así recuerdo este momento.

—Sos un nene caprichoso —dijo la profe—. Eso sos.

La hice acercarse más a mí. Tuvo que sentarse en mi regazo, con las piernas abiertas.

—Esto le empieza a gustar ¿Eh profe? —le dije, cuando mi verga dura se frotó en ella.

—Para nada —me dijo. Me miró a los ojos muy seria—. Todo esto lo hago porque me estás obligando ¿Lo entendés?

—Quítese la blusa profe —dije, como si no la hubiera escuchado. Ya que estaba tan obediente, iba a aprovechar.

La profe se sacó la blusa, y la tiró en la cama. Tenía sus buenas tetas la profe. No soy fanático de las tetas, pero con una mano las apreté. Se sentían muy suaves las tetas de la profe. Tenía un brasier blanco, muy lindo. Pero se lo quería quitar. Corrí un tirante a un costado, hasta que se cayó del hombro. La profe me miró con fastidio, y negó con la cabeza, como hace papá cuando me ve haciendo algo mal. Puso sus dos manos a la espalda, y desabrochó el corpiño. Me hubiera gustado decirle que yo podía hacerlo, que si lo había hecho de esa otra manera solo era porque no podía dejar de tocarle el culo, así que solamente tenía una mano libre. Pero bueno, cuando vi ese par de tetas desnudas ya no tuve ganas de decirle nada.

Las besé, y chupé. Aunque la profe decía que yo había aprendido de las películas porno, no estaba seguro de cómo chupar una teta. Pero no importaba. No me tenía que preocupar porque a ella le gustase, sólo tenía que disfrutar de su cuerpo que me estaba entregando la muy puta. Mientras le mamaba las tetas, como si fuera un bebito que le quería sacar toda la leche, empecé a tirar para abajo el elástico de la bombacha. Como ella estaba encima de mí, iba a ser difícil sacársela, así que se paró. Se la iba a bajar ella, pero la frené, porque yo quería quitarle la braguita, como dicen los amigos españoles de esta página jejeje. Así que se la bajé despacito, viendo como la telita blanca bajaba por las piernas hasta llegar a los talones. Por fin la tiré a un costado. La profe me miró con disgusto, porque cayó al piso en lugar de caer en la cama. Lo que no sabía la profe era que ese día volvería a su casa sin ropa interior.

Le levanté la pollerita. Tenía una selvita oscura debajo del ombligo. Imaginé que hacía poco se había depilado, porque el pelo parecía que recién estaba creciendo. ¿Por quién se habría depilado la puta de la profe? Bueno, en realidad no importaba, porque ahora era mía. No me iba a andar poniendo celoso cuando la tenía con la pollerita levantada en frente mío. La agarré de las caderas y la hice darse media vuelta. Ahí estaba ese orto que tanto disfrutaba tocar. Pero esta vez era otra cosa la que quería hacerle. La profe entendió mis intenciones, así que se inclinó, como si acabara de encontrar algo en el piso que tenía que levantar sí o sí. Las nalgas se separaron. Le dije otra vez que era una puta, y esta vez no pudo decir nada, porque realmente lo era. Besé sus glúteos, pero enseguida me sentí tentado de meterme en ese agujero tan pequeño. Eso sí lo había visto en películas. Tipos comiéndose el culo de las actrices. Una vez, tío Martín me dijo que hasta las prostitutas se negaban a hacer ciertas cosas. A algunas no les gustaba hacer petes, o dejar que le comieran el culo. Pero mientras mi lengua babeaba la reya de su orto, la profe no se quejaba, así que era más que una puta. Es más, cada tanto, cuando le pasaba la lengua con bastante fuerza, parecía que la sensación era muy fuerte para ella, y se erguía un poquito. Me dio la sensación de que la cosa le estaba gustando. A mí que no me vega con esas tonterías de que lo hacía por obligación, que nadie se deja comer el culo por obligación.

Estuve unos buenos minutos con la geta enterrada en el trasero de mi querida profe. Y pensar que en unos días tendríamos que vernos en la escuela. Me moría de ganas de que ese momento llegara. Le diría que lleve esa misma pollerita que ahora tenía levantada, para rememorar este lindo encuentro.

—¿Tenés preservativos? —me preguntó la profe, interrumpiendo mi examen oral.

Como dije, en realidad no imaginé que todo se me diera como yo quería que se me diera, así que no llegué a comprar forros. Condones para los amigos de otros países. Confieso que nunca lo había hecho, y me daba cosas ir al kiosko o a la farmacia a comprar. Y eso que no estaría haciendo nada malo. Pero bueno, así soy yo. Me da vergüenza comprar forros, pero no me de vergüenza aprovecharme de mi profe. Cosas de la vida jejeje.

—Yo tampoco traje. No pensaba coger con nadie hoy, y si llevaba alguno en la cartera sería como que me estaba entregando de antemano —me dijo la profe.

—Bueno, que ya estamos haciendo cosas ricas sin usar preservativos —le dije.

—Entonces ¿No me pensás coger? —preguntó la profe, y casi parecía desilusionada.

—Hay muchas maneras de coger, profe. Eso sí lo aprendí de las películas porno. Y bueno, ahora es su turno de chupar —dije.

Me bajé el pantalón y me tiré a la cama, mirando el techo. La profe miró mi computadora con mucha atención.

—No se gaste profe. Aunque borre los archivos de la compu, yo tengo copias bien guardadas —le avisé.

Ella me miró, como cuando mamá me mira porque hice algo mal, pero no me pude retar, porque si se entera papá, a ella también la reprenden.

—Pero, después de esto. Vas a borrar todo ¿No? —preguntó.

—¿Quiere que le diga la verdad o que le mienta? —dije, un poco fastidiado porque tenía la verga al aire y la profe todavía no se había dignado a mamar.

—La verdad —dijo ella.

—Creo que voy a querer comérmela otras veces profe. Así que voy a guardar todas las pruebas en su contra.

—¡Pero no puedo ser tu juguete sexual para siempre! —se quejó la profe.

Se estaba retobando, pero tampoco podía exigirle cosas imposibles. Ella tenía su vida, y yo la mía.

—No se preocupe, que no la voy a estar molestando todos los días —le dije—. Pero si pasa un mes entero sin que se entregue, la voy a castigar, y ya sabe cómo.

—Para ser un mocoso, todo este chantaje lo planeaste muy bien —dijo.

Me reí, porque lo que le acababa de decir apenas se me había ocurrido hacía un rato. La profe, con las tetas al aire y la pollera ahora acomodada, se arrodilló al borde de la cama. Agarró mi verga. Apenas la envolvió con su mano, sentí el placer. Escupió sobre su otra mano la muy warra, y frotó a la cabeza de la pija con ella. Me miró. Y por fin empezó la mamada.

Era como estar en el cielo. La cabeza de la profe bajando y subiendo a cada rato. Eso era lo único que veía. Su cabeza moviéndose, mientras se tragaba mi verga. Lo que sentía era mil veces mejor que cuando me masturbaba. Y pensar que un montón de veces me había masturbado pensando en ella. Desde la primera vez que entró al aula, con esas ropas con las que fingía no ser una puta, me había vuelto loco la profe.

Paró la mamada un instante. Se sacó algo de la boca. Me dio gracia ver que se le había pegado un vello púbico en la lengua. Jejeje. Pero a ella no le molestó. Se deshizo del pelito y siguió chupando. Le dije que le quería acabar en la cara. No me dijo que podía hacerlo, pero tampoco me dijo que no lo hiciera. Así que cuando ya no pude más, le tiré toda la guasca en la geta.

Fue al baño a limpiarse. Pensé que se iba a querer ir. Yo estaba satisfecho, pero todavía quería seguir jugando con ella. Además, verla así, media desnuda, me puso de nuevo bien caliente. Pero la profe, en lugar de ponerse el corpiño y la blusa, se sacó la pollera. Ahora sí, estaba como dios la trajo al mundo. Se tiró a la cama, boca arriba, al lado mío.

—Yo te hice acabar. Ahora más vale que me hagas acabar vos —me dijo.

Se abrió de piernas la profe. Era la primera vez que veía esa parte del cuerpo de tan cerca. Una conchita empapada. Me puse entre sus piernas. Si quería que le coma la concha, o el coño, o la penocha, se la iba a comer. Tenía olor fuerte el sexo de la profe. Pero no olor feo, aunque tampoco rico. Pero en fin, que era el olor del sexo, así que no podía estar tan mal. Lamí la vulva un buen rato. Pero la profe, más profe que nunca, me indicó en donde debía lamer. También me dijo que cada tanto apretara con los labios el clítoris. La profe empezó a gozar. Ahora sí, no podría decir que yo la estaba obligando a nada. Es más, era ella la que me había exigido que le comiera la concha. No era tan sabroso como su orto, pero el hecho de escucharla gemir, y de sentir cómo su cuerpo se movía mientras mi lengua hacía su trabajo, me volvía loco.

Me hizo cansar las mandíbulas la profe. Pero al fin acabó. Nunca había visto a una hembra acabar así, ni siquiera en las películas porno. Parecía que estaba poseída, y en ese momento no le molestó que mis vecinos pudieran llegar a escuchar cómo gozaba la muy puta. Así como se vendía en sus relatos era de insaciable la profe. Quedó muy agitada. Pero yo ya estaba caliente de nuevo. Verla acabar me había puesto muy al palo. Así que simplemente le metí la verga en la boca. Como le había dicho a la profe, había muchas maneras de coger. Estuve metiéndosela un buen rato, hasta que largué a mis hijos en sus tetas.

Quedamos así, un buen rato, todo sucios, aunque a ninguno nos molestaba. Me encantaba el olor que había en mi cuarto. Olor a sexo. Olor a mujer. Olor a la profesora.

—Ya podés decirle a tus fans que al final gozaste con tu alumno —le dije.

La profe no dijo nada, pero se puso a ver su celular. Vi de refilón, que había abierto la página de relatos eróticos. Yo mismo revisé la página en mi propio celular. Abrí el relato de ella, y vi que algunos querían que fuera a cogerme, mientras que otros estaban enojados, y le decían que no se dejara extorsionar por un niñato, y cosas así. Le saqué el celular de las manos, y respondí algunos de los comentarios, utilizando su cuenta. Después de un rato, ella misma me lo quitó, pero ya estaba hecho. Había puesto en su lugar a unos cuantos.

—No puedo creer que haya hecho esto —dijo la profe.

—No me venga con arrepentimientos, que bien que le gusta comerse a sus alumnos —le dije yo.

La profe pasó al baño. Se vistió. Pero no encontró su ropa interior.

—¿Dónde está? —preguntó.

—Me la quedo como suvenir —dije.

La profe no tenía ganas de discutir, así que se fue así, sin braguitas. Cuando la acompañé a la salida, ya empezaba a oscurecer. Se subió a su auto, y se fue. Al final, todo había salido como yo quería. Un sueño hecho realidad.

Fin

alumnoperverso

……………………………………………………………..

Como de costumbre, a pesar de lo denigrante que resultaba leer de primera mano cómo se cogían a mamá, no pude dejar de leer el relato, sin omitir ninguna palabra. Era cierto que este último relato era bastante diferente a los anteriores. En primer lugar, porque no había sido escrito por la ya famosa Mujerinsaciable. Pero en segundo lugar, y más importante aún, porque en esta ocasión había alguien que había coaccionado a la profesora Cassini, para que hiciera de su puta personal durante un par de horas. Y por lo visto, no pensaba dejar de hacerlo. Coincidía con mamá en una cosa, si bien alumnoperverso se mostraba como un chico infantil y caprichoso, todo lo referente a su estratagema para llevarse a su profesora a la cama, parecía planeado hasta el más mínimo detalle, como si hubiese concentrado toda su inteligencia en eso. El hecho de que le hubiera prometido no pretender cogérsela de seguido, estaba bien pensado, ya que le daba aire a mamá y le permitiría sentir cierta libertad, aunque claro, eso no quitaba que estaba en sus manos. Lo que había hecho mi compañero de escuela era abuso sexual, lisa y llanamente. Pero mamá también había hecho de las suyas, así que no le quedaba otra que cerrar la boca. Además, al menos se había ganado un orgasmo. Con razón no estaba tan contrariada cuando volvió de la casa de su abusador.

Ese miércoles, estuve todo el tiempo repasando entre mis compañeros —salvo los dos descartados—, imaginando quién había sido capaz de llevar a cabo ese plan. Pero me costaba mucho hacerlo. El lenguaje en los relatos era simple y tosco, pero eso podía aplicarse a casi todos los chicos, ya que, si bien algunos se expresaban bien cuando hablaban, a la hora de escribir solían hacer desastres.

En el recreo me perdí bien lejos de todos, ya que no me quería cruzar con Ernesto ni con el imbécil de Gonzalo. Aproveché para ver si le habían dejado comentarios al degenerado de alumnoperverso —seudónimo muy bien elegido—. En efecto, había muchos. El relato había levantado mucho revuelo. La vida sexual de la profesora Cassini ahora excedía sus propios relatos. Leí los comentarios. Se había armado una grieta entre los que consideraban que el autor era un hijo de puta, y los que festejaban la manera en la que había logrado dominar a su profesora. Aunque a decir verdad, el último grupo era mucho más numeroso, y más intensos. Al final, los defensores de la salud mental de Mujerinsaciable, se vieron superados, no solo en número, sino en vehemencia. Luego había otros tantos que creían que toda esa historia era pura ficción. En parte los entendía. Era todo demasiado insólito como para creerlo. Pero a veces la realidad superaba a la ficción, y este era un caso de esos.

Vi que alumnoperverso contestaba, orgulloso, los comentarios. En particular, se había armado una corta conversación entre él y un usuario llamado elvergalarga77. El autor del relato le agradecía el hecho de que se había tomado el tiempo de corregir su texto, y el otro le respondía que gracias a él por permitirle conocer la historia antes que nadie. Ahora quedaba claro por qué, a pesar de que el autor tenía un lenguaje bastante limitado, el relato estaba sumamente prolijo, con sus puntos y comas bien colocados, y los diálogos bien estructurados. elvergalarga77 se lo había corregido, pero respetando su impronta, dejando sus palabras infantiles y sus repeticiones constes. Ahora me quedaba en claro una de las incógnitas que me había despertado esa historia, aunque con eso no podía hacer mucho.

El último relato de mamá también estaba abarrotado de comentarios, aunque ella aún no respondía ninguno. Muchos le preguntaban si de verdad había tenido ese orgasmo, y le aclaraban que si así había sido, que luego no llore porque aquel chico se aprovechara de ella. Otros la instaban a seguir publicando, y muchos insistían con que subiera un relato contando la misma experiencia, pero ahora desde su punto de vista. Eran todos unos depravados hijos de puta. Lo único que me causaba alivio era el hecho de que la gran mayoría de los comentaristas parecían ser de otros países, por lo que sería difícil que descubrieran la identidad de mamá. Aunque claro, como bien lo sabía, no era imposible.

Hablando de identidades, la de alumnoperverso era difícil de dilucidar. Cuando terminó la clase de matemáticas, volví a casa, ansioso por leer la historia nuevamente. Quizás había cosas a las que no había prestado demasiada atención. En efecto, así era. Al releer la historia —no sin sentirme humillado nuevamente al ver cómo trataban a mi madre y cómo se comportaba ella—, me di cuenta de que sí había algunos datos del extorsionador. En primer lugar, había contado de qué trabajaba sus madre, y dejaba entrever que su padre solía hacer horas extras, lo que significaba que seguramente no trabajaba como administrativo ni tampoco en un comercio, sino más bien en una fábrica o algo por el estilo. La verdad era que no tenía idea de a qué se dedicaban los padres de mis compañeros, pero si hacía las preguntas correctas, no debería ser difícil averiguarlo. Por otra parte, alumnoperverso había dicho que su cuarto estaba lleno de posters y cosas relacionados con el anime. Esto, según creí, reducía considerablemente la lista de sospechosos. Si bien había algunos que ocultaban, por vergüenza, su pasión por ese tipo de dibujitos, creí poder deducir quienes consumían esas cosas. Luego había otro dato, que resultaba muy llamativo. Casi lo dejé de lado, sin darle importancia, pero en el último momento se me prendió la lamparita. Resultaba que alumnoperverso había dado por sentado que con una hora bastaría para que mamá fuera de la casa de Ricky —o cerca de ella, pues al parecer nunca llegó ahí—, a la casa de él. Ahora bien, una hora no dejaba de ser mucho tiempo para un viaje en auto. Supuse que le estaba dando un buen margen de tiempo, pero incluso si le tomaba media hora ir de la casa de Ricky a la casa del chantajista, era una distancia considerable. Y la verdad es que la mayoría vivía como mucho a un par de kilómetros de la escuela, de manera que llegaban a ella en, a lo sumo, diez minutos. Y la casa de Ricky estaba bastante cerca de la escuela. Eso significaba una cosa. El chantajista era uno de los alumnos que vivía más alejado de la escuela.

Sentí que mi corazón se aceleraba. Ahora sí, tenía a un sospechoso. ¡Justo él! Claro, por eso me había costado tanto descubrirlo. Ahora lo entendía.

El jueves sería el día clave. Con una sola mirada debería ser capaz de confirmar mis sospechas. Pero una vez que lo hiciera ¿Qué haría? Alumnoperverso había asegurado que tenía copias de los relatos de mamá. Supuse que era cierto, pero ¿Dónde las tenía? En la computadora había algunas, pues él mismo había dicho que tenía preparado el email dirigido a la escuela y a los padres de Ernesto. En esa época no se solían subir cosas a la nube —de hecho no tengo idea si entonces existía ese tipo de almacenamiento—. Así que aparte de la computadora, seguramente solo tendría copias en el celular y quizás en algún pendrive. Si buscaba la manera de entrar a su casa, podría borrar los archivos de la PC. El celular podría sufrir algún accidente. Y el pendrive… eso estaría difícil, porque al ser un artefacto tan chico, resultaba fácil de esconder. No podía olvidarme de que el chantajista había hecho gala de mucha astucia en lo que respectaba al trazado de su siniestro plan. Era improbable que usara el mismo pendrive con el que guardaba los trabajos de la escuela. Otro problema grave sería si le había mandado las pruebas incriminatorias a otra persona. Pero me inclinaba por que no lo había hecho. Alumnoperverso parecía ser un lobo solitario. Estaba decidido a sacarle de encima a mamá a ese degenerado. Ya había asustado a Ernesto. El profesor Hugo y los adultos a los que se cogía eran más difíciles de repeler, pero ya no iba a permitir que se la siguieran tirando mis compañeros de clase.

Al otro día Ernesto faltó a clase. Supuse que quería evitar la incómoda situación de sentarse a mi lado mientras la profesora a la que se había cogido —también conocida como mamá— nos daba clase. Cuando la tocó el turno de la clase de contabilidad, sentí una ansiedad que nunca antes había sentido.

Mamá entró al aula. Apenas la vi, sentí que la derrota se cernía sobre mí nuevamente, pues ella había decidido darle el gusto a su alumno, y se había puesto la misma pollerita que había usado cuando el otro la sometió sexualmente. Vaya convicciones la de mi mami. Además, tenía el pelo recogido, y lucía otra blusa, esta vez una roja, tipo camisa, con botoncitos y un escote algo provocador.

Como de costumbre, nos pusimos a corregir los ejercicios de la clase anterior. Presté atención en cada gesto de mamá, y cada vez que posaba la mirada en uno de los alumnos, miraba al fulano en cuestión con la misma atención. Aunque al que tenía más vigilado era a ese del que ya tenía grandes sospechas. Pero la verdad es que no se lo notaba muy diferente a otras veces.

Pero antes de poder confirmar cualquier cosa, noté algo verdaderamente escandaloso. Mamá se había dado vuelta a escribir un asiento contable en el pizarrón. Se inclinó un poco para escribir en la parte más baja. Y ahí fue cuando lo noté. La pollera no era muy ajustada, pero cuando se inclinó, la tela se adhirió a su trasero. Pero cuando lo hizo, no se veía la marca de la ropa interior que debería estar usando. La tela era fina, así que cuando se pegó al trasero de mamá, la forma de su bombacha tendría que haber quedado en relieve. Pero nada. La profesora Cassini no estaba usando ropa interior.

Observé al principal sospechoso. No pudo evitar sonreír mientras le miraba el orto a mamá. Me preguntaba si alguno de los otros alumnos había notado la peculiaridad de la profe. Pero lo cierto es que yo estaba sugestionado por todo lo que pasaba, así que prestaba atención a cada detalle, mientras que la mayoría de los chicos estaba en su mundo. Además mamá se irguió enseguida.

—Bueno, ¿Les dio a todos igual? —preguntó ella al alumnado.

Y entonces cruzó la mirada con él, y pude notar un brutal estremecimiento que ocultó enseguida. Apenas había sido un instante, pero era la única prueba que me faltaba. Había considerado a todos mis compañeros sospechosos, pero en el fondo, a él lo tenía al final de la lista. Pero ya no podría engañarme. Había pensado que con Ernesto había conocido al mayor de los lobos con piel de cordero, pero ni se le acercaba a este. Vi que su sonrisa se agrandaba, mientras la profesora desviaba su mirada de él. Recordé la vez que había dibujado desnuda a mamá, y la conversación que había tenido con ella, en donde la profesora Cassini le decía que lo que aprendía de la pornografía no era real. Y sin embargo había sumido a mamá en el relato pornográfico más perverso, hasta el momento. Recordé también cuando mamá reconoció en su relato, que detrás de esas gafas de armazón cuadrado, había un chico atractivo.

Pero ya iba a caer. Lucio Alagastino, iba a caer.

Continuará

-I
 
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