Todos se Cogen a Mamá - Capítulo 05

heranlu

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Me quedé sin dormir, esperando a ver si mamá subía otro relato. Pero para cuando llegó el amanecer y empecé a rendirme ante el sueño, todavía no había nada nuevo.

A pesar de que pude dormir profundamente hasta entrado el mediodía, fue un sueño pésimo, repleto de pesadillas. Pesadillas que en general consistían en que todos mis compañeros de curso venían a casa a cogerse a mamá, también conocida como la profesora Cassini.

No podía sentirme más humillado. Ernesto había hecho su jugada, calladito, y le había salido más que bien. No me podía sacar de la cabeza la cogida que le había pegado a mamá en la cocina de nuestra propia casa. El título que Mujerinsaciable había elegido para el relato me parecía sumamente acertado: “No puedo ser tan puta”. Era cierto. Es decir ¿hacía falta culearse a un chico de apenas dieciocho años, y que encima era su alumno, en su propia casa? Eso estaba mal lo mirase por donde lo mirase.

Era fin de semana, por lo que tenía tiempo de conocer alguna historia más antes de que me viera obligado a volver a la escuela. Y probablemente para el jueves, cuando tocara la clase con mamá, ya me habría enterado de la mayor parte de las cosas que habían sucedido durante ese mes.

Al final, lo de leer los relatos no parecía proporcionarme ningún beneficio. Sólo me servía para conocer con lujo de detalles cómo mamá sucumbía ante la lujuria.

No me olvidaba de que Ernesto había faltado dos días seguidos a clase, utilizando la misma mentira que yo había utilizado para quedarme en casa y controlar a mamá. Sólo que él había fingido estar enfermo para venir a culearse a su profesora. Nada me iba a sacar de la cabeza que esos dos días de ausencia los había pasado en la cama de mamá.

Por un momento me invadió el mismo optimismo en el que había caído cuando me enteré de su amorío con el profesor Hugo: de todos los males posibles, ese era el mal menor. Es decir, en el caso de Ernesto, por tratarse de un chico tan reservado y maduro, era posible que supiera guardar el secreto de mamá, más aun teniendo en cuenta que si era prudente, eso lo beneficiaría, ya que ella se lo retribuiría con más sexo.

Pero a quién engañaba. Así como después de haber estado con su compañero de trabajo decidió ir a por más, era muy probable que ahora ocurriera lo mismo. Pero no podía dejar de preguntarme ¿Qué podía haber después de haberse cogido a su alumno? La única respuesta que me venía a la mente, y que me atravesaba como si fuera una descarga eléctrica, era: cogerse a otros alumnos.

En efecto, mamá había caído en lo más bajo que podía haber caído una hermosa y joven mujer como ella, pero ese pozo de degradación siempre podía hacerse más profundo.

Traté de hacer memoria. La ausencia de Ernesto había sido hacía quince días como mucho. Es decir, en el medio había quince días en los que dudaba que la profesora Cassini hubiera mantenido la castidad.

Traté de hacer memoria para dilucidar en qué momento podía haber estado cogiendo con alguien. La respuesta era la misma de siempre: cuando yo estaba en la escuela, mientras que ella no lo estaba. Pero en ese caso, tanto Ernesto como el profesor Hugo quedaban descartados. A Ernesto lo veía todos los días, salvo aquellos dos días mencionados, y con el profesor pasaba exactamente lo mismo.

¿A cuántos había ascendido la lista de amantes de mamá? No quería pensar en un número, pero estaba consciente de que alguien como ella podía hacerse de chongos con una facilidad pasmosa. Además, no es que los hombres fuéramos a hacerle asco a la posibilidad de cogernos a una hermosura como ella.

Por la tarde revisé la página. Si bien no encontré nada nuevo, me puse a leer la sección de comentarios, cosa que hasta el momento había hecho apenas de manera superficial. No había gran cosa en ella. Algunos la felicitaban por lo putita que era, y le pedían algunos datos personales, como de qué barrio era, o le solicitaban su número de teléfono y su correo electrónico. Pero mamá sólo respondía con escuetos agradecimientos. Si bien era cierto que había corrido un riesgo considerable al utilizar la mayoría de los nombres reales, también era cierto que no daba ningún otro dato, como por ejemplo, la ciudad en la que se encontraba la escuela. Como la página parecía ser leída por gente principalmente de España y de otros países de Latinoamérica, siendo los argentinos una minoría considerable, parecía que no había un riesgo alto de ser descubierta, aunque tampoco era que dicho riesgo fuera inexistente. Una vez más tuve en claro que a mamá le encantaba jugar con fuego.

Decidí hacerme una cuenta, y le dejé un comentario pidiéndole que por favor no se tardara mucho en subir un nuevo relato, ya que me había gustado muchísimo el último. Me pareció sumamente raro, y hasta gracioso, verla revisar su celular y escribir en él, para que después de unos segundos yo recibiera la respuesta en la famosa página de relatos. “Hoy a la noche subo uno”, decía.

Desde las ocho —cuando comienza la noche— estuve revisando una y otra vez el celular. Aunque lo cierto era que veía a mamá ocupada en la cocina, y después descansando frente a la tele, por lo que era obvio que no se había puesto a escribir todavía. Una vez más, tuve que esperar a llegar al umbral de la medianoche para poder ver en qué andaba la profesora Cassini.

No obstante, el nuevo relato era un juego de niños en comparación a los anteriores. Había recibido un paquete de MercadoLibre. Algo que había comprado del exterior. Mamá vio que el repartidor estaba sediento, así que lo invitó a pasar a tomar algo fresco. No le costó mucho hacer que el afortunado jovencito se tirara encima de ella, e hiciera lo posible por complacerla.

Mamá estaba desencadenada. Pero me daba cierto alivio que esta vez las cosas se dieran de esa manera. Le dejé un comentario al final del relato. “Es mejor que lo hagas con desconocidos a hacerlo en el ámbito laboral donde pueda traerte muchos problemas. Mejor andá a bares. Seguramente vas a encontrar a muchos hombres que te la quieran dar”, le escribí.

Mujerinsaciable me respondió con un montón de corazoncitos, diciendo que probablemente lo haría.

Era una idea simple pero que podía ser efectiva. Al final, su intento por recluirse en casa, y no salir, terminaban por hacer que cayera ante vergas de conocidos, cosa que podía traerle serios problemas. El remedio resultaba ser peor que la enfermedad. Mejor que volviera a las andadas, como hacía antes, buscando el placer en la bragueta de algún desconocido en un bar perdido por Buenos Aires. Una vez más tenía que pensar en el mal menor. Parecía que estaba condenado a que esa fuera mi único salvavidas, como si el hecho de que simplemente estuviéramos bien resultara imposible.

El domingo fue otro día de incertidumbre. Imaginé que si iba a publicar algo, seguramente lo haría a última hora de la noche, pero aun así no pude evitar entrar a la página una y otra vez. Cuando se estaba haciendo de noche mamá me dijo que iba a salir con unas amigas.

Me tomó por sorpresa. Hacía bastante que no salía. Era obvio que no iba a verse con ninguna amiga. Vestía una calza negra cuya costura se perdía en la raja de su culo, y botas que la hacían ver como si quisiera guerra. Arriba una camperita de cuero que hacía mucho no usaba. El pelo recogido.

— Estás irreconocible —dije yo, exagerando.

— Y espero que también esté linda —dijo mamá.

— Estás hermosa —le aseguré.

Mientras se ponía la cartera al hombro, le di un abrazo que pareció tomarla por sorpresa, pero también le agradó mucho.

— Bueno, veo que tengo que salir más de seguido, así me extrañás —dijo, con su sensual media sonrisa, mientras pasaba su mano por mi cabeza, como si fuera un peine.

— Te cuidás, eh mami —le pedí.

Ella me aseguró que así lo haría, y se fue con una expresión de extrañeza, como si no terminara de creerse que de repente me mostrase tan cariñoso.

Me quedé preocupado, pero pensé que si iba a un bar en busca de un macho que no estuviera en su círculo de conocidos, estaba bien. Aunque por otra parte no podía dejar de sentir temor ante la posibilidad de que se fuera a la cama con un psicópata, o con cualquiera que decidiera hacerle daño. Después de todo, intimar con extraños también tenía sus desventajas.

Nuestra relación era tan peculiar, que era yo el que se quedaba en la sala de estar hasta estar seguro de que ella volviera sana y salva, cosa que normalmente hacían los padres.

La profesora Cassini regresó a las once de la noche. Me preguntaba cómo le había ido. No tenía en claro si el tiempo que se ausentó había sido suficiente como para encontrar alguien que le gustara, llevárselo a un lugar cómodo y coger como animales hasta saciarse. Pero a juzgar por el buen humor de mamá, y por el pelo —que si bien estaba prolijo se lo veía un tanto diferente, como si se hubiera vuelto a peinar—, lo más probable era que había gozado al máximo.

Pero lo malo es que, por lo visto, se había agotado demasiado, y no se había tomado el tiempo de escribir un nuevo relato.

A la mañana siguiente sentí el cuerpo más pesado que nunca. No quería lidiar con ese día. Vería a Ernesto por primera vez desde que supe que se cogió a mamá. Era una situación desagradable y sumamente incómoda. Y pensar que por momentos hasta lo llegué a considerar un aliado en mi rivalidad con Ricky. Era el único que me apoyaba abiertamente cuando el otro me molestaba, y era uno de los pocos que no solo no parecía tenerle miedo, sino que el otro hasta le guardaba cierto respeto.

Pero ahora las cosas habían cambiado diametralmente. El revoltoso del curso se había sumido en un extraño silencio, que lejos de tranquilizarme me hacía recordar a esa frase que decía que antes de desatarse una fuerte tormenta, se producía una tensa calma. Por otro lado, aquel a quien consideraba de confianza, había sido el peor Judas, aprovechando cuando yo no estaba en casa para asaltar a mi madre. Los enemigos estaban por todas partes.

Tocaba clases de matemáticas. Como de costumbre, me senté casi en el fondo. Ernesto llegó unos minutos después.

— Che, tenemos que juntarnos para terminar de una vez ese trabajo práctico. Es mejor que lo tengamos hecho con anticipación, así nos sacamos el problema de una vez —dijo.

Era el momento previo a que llegara el profesor. Particularmente el profe Del Valle solía aparecer recién pasados quince o veinte minutos del horario de ingreso, así que solíamos aprovechar para charlar de lo que habíamos hecho el fin de semana, o de cualquier otra cosa. Miré fijamente a Ernesto, como tratando de decidir si en sus palabras, y en sus gestos, había un asomo de burla, de regodeo. Traté de meterme en su cabeza. ¿Qué estaría pensando? Que yo era un estúpido, seguramente. Que mientras se hacía el amigo conmigo se cogía a mamá a mis espaldas.

—¿Y…? —preguntó Ernesto, luego largó una carcajada—. Estás distraído che. Parece que Celeste te tiene subido a una nube de pedos —agregó después, señalando a nuestra compañera con la cabeza.

Celeste se sentaba en la fila junto a la pared, delante de Lucio. Estaba hablando animadamente con sus amigas, pero pareció percibir que la estaba observando, porque se dio vuelta, y cuando se encontró con mi mirada, me saludó con una hermosa sonrisa. Después volvió a cuchichear con sus amigas. Sofía, una gordita verborrágica, le dijo algo, y todas estallaron en carcajadas.

— Sí, terminemos el trabajo cuanto antes —dije.

— Pero no me contestás lo que te pregunté, colgado ¿lo hacemos en tu casa? —preguntó Ernesto.

Ni en pedo, pensé para mí. No iba a correr el riesgo de dejarlo a solas con mamá. Si Ernesto se volvía a coger a la profesora Cassini, no iba a ser porque yo contribuí a que eso pasara. Ya suficiente había hecho por él, sin saberlo, aquella vez que me demoré en el supermercado. Es más, pensaba continuar incentivando a Mujerinsaciable para que dejara de copular con la gente de su entorno e intensificara sus encuentros con desconocidos, por más que eso tuviera sus propias desventajas. No tenía en claro cuánta influencia podía ejercer un usuario anónimo en ella, pero hasta el momento no me había ido mal.

— Mejor en la biblioteca, total, ya casi lo terminamos —respondí al fin.

Ernesto pareció entender que yo estaba de un humor apagado. Aunque no sé si sospechó que tenía que ver con él. Por el momento decidí dejar de lado cualquier tipo de enfrentamiento. ¿Qué ganaría con ello? No podía echarle en cara lo que había hecho aquel día en el que llegó temprano a mi casa. Cualquier palabra de más que dijera en la escuela, contribuiría a que la personalidad insaciable de mamá saliera a la luz. Primero necesitaba leer más relatos, para saber en qué punto estaba la relación de él con la profesora. Quizás había sido algo pasajero y nada más. Aunque la actitud descrita por mamá respecto a mi compañero de banco, me inclinaba a pensar que él estaba lejos de querer dejarla en paz. En ese relato se veía a un Ernesto como nunca lo había visto: totalmente fuera de control. No me olvidaba que había abordado a mamá incluso sin saber que ella accedería. Mi compañero de banco tenía una faceta muy oscura que no estaba seguro de querer desentrañar.

En el recreo me fui al baño. Mientras meaba en el mingitorio, me embargaron otra vez las imágenes descritas con lujo de detalles por Mujerinsaciable, sobre la vez que su alumno la poseyó en la cocina de casa, apenas unos minutos antes de que yo apareciera, rebosante de inocencia.

— ¿Todo bien amigo? —escuché que alguien preguntaba a mi lado.

Ernesto se había puesto a orinar en el mingitorio de al lado. Vi de reojo su verga. Realmente tenía un buen tamaño, tal como lo había explicado mamá en su relato. Con esa verga grande se la había cogido. Sentí que la sangre me hervía.

— Sí, todo bien —contesté.

Fui a lavarme las manos. Las orejas me ardían.

— Che, sabés, estaba pensando…

No dejé que Ernesto terminara la frase. Di media vuelta y le metí una piña en el estómago. Cayó al piso, retorciéndose de dolor. No se lo había visto venir, por lo que el golpe le dio de lleno, y no pudo disminuir el impacto.

— ¿Estás loco? —alcanzó a preguntar, aunque parecía que le faltaba el aire.

A nuestro alrededor había cinco o seis alumnos, que se habían quedado mirando, seguramente esperando a que aquel golpe se convirtiera en una pelea mano a mano. Entre ellos sólo había uno que era de nuestro curso: Lucio, quien miraba alternativamente a Ernesto y a mí, como si no pudiese creer lo que veían sus ojos. Parecía que el pobre jamás había enfrentado una situación tan violenta.

Me incliné hacia Ernesto y le susurré:

— Jurame que no merecés esa piña.

Abrió bien grandes los ojos. Pareció entender por dónde venía la mano. Se puso de pie, con mucho esfuerzo.

Me había dejado llevar por la ira, pero no era estúpido. Si le pegaba en la cara podía meterme en serios problemas. Pero dudaba de que él fuera a mandarme al frente, y no habiendo marcas, no me iba a pasar nada.

Pareció querer hablarme, pero lo dejé con la palabra en la boca y salí del baño. Los otros alumnos parecieron decepcionados porque finalmente no se produjo la pelea que esperaban. Lucio, por su parte, me siguió con la mirada, con un gesto cargado de asombro e incredulidad.

Volviendo a casa me arrepentí de lo que había hecho. No había sopesado un detalle: ¿Qué pasaba si Ernesto le decía a mamá que yo ya sabía todo? Sería una situación muy embarazosa. Pero qué mierda. Yo tenía sangre en las venas, y quizás el hecho de que la profesora Cassini supiera que yo estaba al tanto de sus andadas, la hicieran recapacitar. Incluso era probable que por fin decidiera dejar esa escuela, y permitirme terminar mi adolescencia con cierta normalidad. En todo caso, si quería seguir puteando, que lo hiciera lejos de mí.

Aunque claro, eso lo pensaba con el calor del momento. Siempre que lo analizaba estando más tranquilo, me decía que era mejor tenerla cerca y conocer cada paso en falso que diera. De esa manera podría ayudarla, aunque fuera mínimamente. O en el peor de los casos, al menos tendría una clara idea de qué tan jodidos estábamos.

En el almuerzo estuve tan ensimismado, que casi no me di cuenta de que mamá también estaba extraña. Como si hubiera algo que la preocupara muchísimo. Me pregunté si se había enterado tan rápido de mi encontronazo con Ernesto, pero algo me decía que no era eso. Aunque no podía estar seguro de ello, suponía que si mamá supiera lo que yo sabía de ella, sería inevitable una conversación al respecto. Pero ahora parecía haber otra cosa que la tenía cabizbaja, algo que la hacía ignorarme, pero no porque quisiera evitarme, sino porque estaba sumida en un problema que de momento no quería compartir.

De seguro tenía que ver con la vida promiscua que llevaba. Quizá la mujer del profesor Hugo se había enterado de lo que andaban haciendo en la oficina de él. Pobre mamá, condenada a meterse en líos por no poder controlar su libido. ¿Cuántas veces habría recibido las agresiones de mujeres que le atribuían sólo a ella la responsabilidad de las infidelidades de sus maridos? Las mujeres solían ser más machistas que los propios hombres, eso lo tenía en claro.

A la noche revisé la página, pero no había subido nada. Después decidí entrar a su perfil, para ver si había puesto algo en los comentarios. Pero me encontré con una sorpresa: todos sus relatos habían sido eliminados.

Para ese entonces, yo ya había caído en la cuenta de que era conveniente copiar los textos en un archivo de Word, para que quedaran para la posteridad —aunque no tenía en claro para qué quería eso—, pues pensaba que la página podría desaparecer o algo por el estilo. Pero nunca había imaginado que la propia Mujerinsaciable hubiera borrado todas sus historias por iniciativa propia. ¿Qué carajos había pasado? Sin los relatos, era imposible dejarle un comentario. La página no tenía servicio de chat, y mamá no había colocado su email en su perfil. Así que me veía obligado a quedarme con la incertidumbre que ese hecho tan inusual me producía.

— Mami ¿Está todo bien? —le pregunté.

Era martes, pero por la mañana no habría clases ya que la escuela tenía que estar cerrada por desinfección, cosa que sucedía una vez al año, a lo sumo.

Mamá estaba con una expresión sombría, pero sin embargo se disponía a salir. Esta vez vestía una minifalda gris acampanada y una blusa blanca. Su melancolía y su sensualidad eran una combinación extraña, que la hacían ver con una belleza diferente a la habitual.

— Sí, todo bien. Voy a salir —dijo.

Fuera lo que fuera lo que le había sucedido, era seguro que necesitaba estar con algún amante para distenderse. Seguramente un orgasmo la haría sentirse mejor.

— ¿Vas a una cita? —pregunté—. Podés contarme esas cosas. Ya estoy grande —dije.

Mamá acarició mi mejilla con ternura, y luego me dio un beso.

— Sí Luquitas, voy a una cita.

Recién cuando habían pasado dos horas desde que se había ido, se me ocurrió revisar de nuevo su perfil. No veía muchas posibilidades de que Mujerinsaciable volviera a reaparecer, mucho menos tan pronto, pero el hecho de que no hubiera eliminado su perfil, al igual que había hecho con sus relatos, me daba ciertas esperanzas.

Había imaginado que ya había perdido toda capacidad de asombro en lo que respectaba a las historias de mamá, pero esto me cayó como un balde de agua fría. “Chantajeada por mi alumno”, decía el título.

La bronca atravesó cada célula de mi cuerpo. ¡Cómo mierda era que había sido chantajeada! El primero en el que pensé fue en Ernesto. El hijo de puta seguramente había quedado resentido por la piña que le había dado en el baño. Quizás mamá había cortado con él, y ahora realizaba una venganza, desquitándose con ella. ¿Podía haber caído tan bajo? Para estar seguro, tenía que leer el relato.

Respiré hondo, tratando de concentrarme en las líneas que veía en la pantalla del celular.

Chantajeada por mi alumno

Fui una estúpida. No puedo describirme de otra manera en este momento. Sé perfectamente que uno de las características que tienen las personas que sufren de hipersexualidad, como yo, es que no medimos las consecuencias a la hora de tener relaciones. En ese momento lo único que importa es sentirnos satisfechos. Los efectos que pueden causar nuestras acciones las medimos después, cuando ya es demasiado tarde. Es así como me encontré en montones de relaciones en las que a todas luces no era conveniente meterme. Pero sin embargo con los relatos siempre tuve la oportunidad de esconderme. Y así y todo, impulsada por una sensación de adrenalina, más propia de una adolescente que de una mujer que ya pasa los treinta, decidí, sabiendo lo riesgoso que era, dejar pistas sobre mi identidad.

Para alguien que no me conoce sería prácticamente imposible encontrarme entre tantas escuelas de Buenos Aires. No obstante, para alguien que me conoce, y que casualmente entra a esta web y lee mis relatos, le tomaría cuestión de segundos atar los cabos, identificarme, y entender que lo que cuento en mis relatos es la pura verdad. La probabilidad de que eso suceda es baja, es cierto, no sólo porque no son muchas las personas que entran a páginas de relatos pornográficos (la mayoría prefiere las clásicas películas), sino porque entre tantos relatos, alguien como yo, que publica cada tanto, termina sepultada entre los cientos de autores activos. Pero improbable no es sinónimo de imposible. ¿Qué pasaba si alguien de mi entorno era asiduo a esta página?

Ese miedo a ser descubierta era un plus que se sumaba a cada encuentro sexual que tenía, cosa que ayudaba a que fueran más excitantes. Saber que luego compartiría con ustedes, mis lectores, cada detalle de cómo me poseían, era casi tan placentero como ser penetrada. Pero sabía que podía traerme problemas, y ahora esos problemas vinieron antes de lo que esperaba, y de la peor manera.

Fui descubierta, sí. Un alumno leyó mis relatos. Sumó dos más dos y dedujo que se trataba de mí. Me lo hiso saber con un mensaje al celular. “Lindos relatos profesora C……. Sería una pena que los directivos de la escuela, y los padres de sus alumnos se enteraran de que escribe esas cochinadas. Sin embargo a mí me encantan sus historias, y puedo guardarle el secreto si se porta bien conmigo”.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando leí esas líneas. Me pregunté de quién se trataba. No podían ser ni E….. ni H….. (Ahora pondré solo las iniciales de los nombres. Mejor tarde que nunca). Ambos estaban a la expectativa de acostarse de nuevo conmigo, así que no necesitaban andarse con esos juegos. Algo, en la infantil forma de razonar de la persona que mandaba ese mensaje, me hacía pensar que se trataba de uno de mis otros alumnos. En el primero que pensé (y pienso) fue en R….. Ese pendejo engreído había querido molestarme desde el primer día, y ahora había encontrado la excusa perfecta para hacerlo.

“¿Quién sos? No me interesa lidiar con un cobarde que no da la cara” le puse.

Mientras esperaba la respuesta, empecé a borrar todos mis relatos. Sabía que había uno en particular con el que podía meterme en serios problemas. Aquel en el que narraba mi primer encuentro con mi alumno. No sólo me exponía a que me echen de la escuela y que no me permitan volver a dar clases, sino que…Bueno, a buen entendedor pocas palabras.

Traté de recordar qué datos había dejado en los relatos. No podía negar que eran muchos. Suficientes para que cualquiera que los leyera comprendiera que en ellos estaba hablando de los profesores y los alumnos con los que trataba todas las semanas. Si E…. o H…. abrían la boca, todo lo que yo había contado en esta web sería tomado como cierto, y sería el fin de mi carrera. Me metería en un pozo del que no podría salir nunca más.

Pero a pesar de mis intentos por borrar cada huella que había dejado en mi camino, la respuesta de aquel extorsionador me tiró el alma al piso. “No se gaste en borrar los relatos. Tengo capturas de cada uno de ellos. Me pregunto qué pensará la mamá de E…. sobre lo que anduvo haciendo con su hijito”, decía el mensaje. Luego llegó uno más: “Y por cierto. Soy un alumno. Pero no diré nada más por el momento”.

Un alumno. ¿Quién podía ser? Entre todos los cursos que tuve hasta el momento, sumaban un centenar. Pero todo parecía indicar que se trataba de alguien del curso de mi hijo. Si contaba solo a los varones, la lista se reducía a Veinte, y R…. era el más sospechoso de todos.

Se me ocurrió llamarlo y decirle que sabía que era él. Pero no tenía su teléfono, y el número desde donde me mandaban los mensajes no era atendido por nadie. Así que tomé una decisión arriesgada. Voy a ir a encararlo personalmente. Así que R…., si estás leyendo esto, que sepas que si yo caigo, vos también vas a caer por chantajista y acosador.

Mujerinsaciable


…………………………………………………………………..


Todo eso comenzaba a superarme ¿Ricky conocía el secreto de mamá? ¿Y la estaba chantajeando? Por algún motivo, así como le sucedía a ella, yo también lo ponía en el primer puesto de la lista de sospechosos. Pero no podía descartar otras opciones. Sus amigos, como por ejemplo Gonzalo, eran igual de taimados que él. Otra posibilidad que me hacía sentirme más aterrado de lo que ya me sentía, era que no fuera una sola persona la que le escribía a mamá, sino que fueran varias. ¿Y qué tal si todo el grupito del fondo se había complotado para abusar de ella? Esa teoría me parecía más verosímil cada vez que la pensaba. El mensaje que le había enviado aquel chantajista, parecía demasiado elaborado, algo que difícilmente podía ser escrito por alguno de esos descerebrados. Pero entre todos ellos quizás sí podrían escribir algo decente, y también elucubrar un plan para cogerse a mamá.

Mierda. Mamá se había ido a encarar a Ricky. ¿Acaso sabía dónde vivía? Yo lo desconocía, pero tenía entendido que vivía solo con su padre, quien trabajaba durante el día, y le dejaba la casa para él sólo hasta bien entrada la noche. Una de las razones de tanta precocidad en aquel engendro era esa: disponía de una casa donde podía llevar a las chicas que se le antojaba llevar.

Tenía que evitar que se encontraran. Si eso sucedía, ya sabía cómo iba a terminar la cosa. Tenía que salvar a mamá. Pero para eso primero tenía que conocer exactamente dónde vivía Ricky. Necesitaba preguntárselo a alguien.

El único con el que tenía confianza era Ernesto, pero no tenía ganas de hablar con él en ese momento. Luego recordé a Mariano, mi otro compañero en el trabajo práctico de geografía. Le envié un mensaje. Los minutos pasaban y no respondía. Para hacer tiempo fui al baño, me lavé los dientes, me cambié de ropa, por una más cómoda, fantaseando con que la necesitaría en caso de que se desatara una pelea. Revisé el celular, y vi que me había dejado el visto. Además ya ni siquiera estaba en línea.

—¡Pendejo forro! —grité en la soledad de la casa.

No conocía mucho a Mariano, pero nos llevábamos bien, así que dudaba de que lo hiciera a propósito. Seguramente era de esos pibes colgados que no suelen contestar a nadie, especulé. Aunque no pude dejar de putearlo un rato más.

Decidí llamarlo. Después del segundo intento, atendió.

—Che, te quería preguntar —dije, yendo al grano—. ¿Tenés idea de dónde vive Ricky? Es que le presté un libro de historia y ahora lo necesito.

—jeje yo ni loco le prestaría algo a ese pibe —comentó Mariano.

—Y… ¿sabés donde vive? —insistí.

Mariano me dio unas indicaciones que en ese momento me parecieron muy engorrosas, pero fueron suficientes como para salir de una vez de mi casa, con un destino en la cabeza.

Entre los minutos que perdí sumado al hecho de que mamá tenía auto, mientras que yo debía moverme en transporte público, la profesora Cassini me llevaba por lo menos media hora de ventaja. Tiempo suficiente para que todo se fuera a la mierda. En el relato ella se veía resuelta a no dejarse amedrentar por su chantajista, pero yo ya conocía muy bien lo vulnerable que se encontraba en ese momento. ¿Su orgullo se antepondría a su lujuria y sumisión? Lo dudaba.

Pero si me parecía de improviso en la casa de Ricky podría interrumpir los que estuviera pasando. Calculaba que entre una cosa y otra, si bien mamá ya se encontraría ahí, probablemente estaba todavía a tiempo antes de que empezaran a hacer algo de lo que luego se arrepentiría.

Mariano me había dicho que la casa quedaba a diez cuadras de la escuela, que luego debería doblar dos cuadras, hasta llegar a una esquina donde había una enorme ferretería, y finalmente dos cuadras más a la derecha. Luego encontraría la casa, que era un pequeño chalet de rejas negras que estaba en el medio de la cuadra, al lado de una casa enorme hecha de piedra.

Me di cuenta de que las indicaciones de Mariano habían sido mucho más precisas de lo que me habían parecido al principio. Sentí vergüenza al recordar que solo había atinado a darle un seco gracias antes de cortarle. Pero ese sentimiento duró apenas unos segundos, pues tenía cosas más graves en mi cabeza. Estaba parado en la vereda, frente a la casa de mi enemigo. En realidad, no tenía idea de cómo iba a proceder. Solo tenía en claro que debía poner en alto a toda esa locura.

Antes de que pudiera decidir cuál sería el paso a seguir, una mujer salió de la casa.

—Hola —dijo.

Se trataba de una mujer de cuarenta y tantos años. Vestía todo de negro. Supuse que se trataba de la mamá de Ricky, pues tenía un rostro un tanto alargado, como él. Pero según tenía entendido, ella estaba separada del padre de Ricky, así que me llamó la atención verla ahí.

—¿Venís a ver a Ricky? —preguntó.

—Sí. Yo… —dije, ya sin estar seguro de absolutamente nada.

—Pasá, pasá. Le va a hacer bien ver a un amigo —dijo la señora, abriendo el portón—. Pasá querido. Y yo que pensé que no le había dicho a nadie en la escuela. Es tan orgulloso…

Estaba confundido. No tenía idea de qué carajos pasaba. Pero pronto empecé a atar los cabos, y a darme cuenta de cómo me había equivocado —una vez más, e iban…—. Con razón Ricky estuvo tan diferente en las últimas semanas.

En la sala de estar de la casa había varios adultos, todos vestidos de negro, y todos rodeaban a quien hasta hacía unos minutos consideraba mi enemigo.

—¿Qué hacés acá? —preguntó Ricky. Se puso de pie y se dirigió a mí. Parecía algo molesto, pero enseguida su rostro se desfiguró por la tristeza—. ¿Cómo te enteraste?

Esa era una pregunta difícil de contestar, más que nada debido a que parecía haber agotado toda mi astucia al deducir que el padre de Ricky acababa de fallecer.

—Bueno, es que… —dije, esperando que se me ilumine la cabeza.

—Fue tu mamá ¿no? —dijo al final él—. Les dije a esos boludos de secretaría que no quería que nadie se entere. Pero supongo que entre los empleados de la escuela corre la bolilla. Bueno, de todas formas, gracias por venir —agregó después, extendiendo su mano para luego estrechar la mía.

—De nada. Y lamento mucho tu pérdida —dije.

Lo que siguió fueron los minutos más angustiantes que viví —hasta el momento—. Pero no podía ser tan maleducado como para irme inmediatamente. En un momento me di cuenta de que tendría que haberme fijado si el auto de mamá estaba estacionado cerca de ahí para confirmar mis sospechas. Si hubiera hecho eso, probablemente no estaría metido en ese embrollo. Para colmo, la mamá de Ricky, convencida de que yo era su mejor amigo, no dejaba de preguntarme cosas sobre su hijo y sobre la escuela.

El velorio sería en unas horas, pero yo no pensaba ir. Eso Ricky seguramente lo entendería, ya que no éramos íntimos amigos precisamente.

—Bueno, ya te podés ir —me dijo, cuando estuvimos a solas nuevamente, intuyendo mi incomodidad—. Esto es un embole, si yo pudiera irme también me iría.

—¿Por qué no están tus amigos acá? —le pregunté.

—No se lo dije a nadie. Sólo avisé a la escuela que tenía a mi viejo mal, así no me rompían las bolas cuando faltaba —explicó él.

—Ah, ya entiendo —dije—. ¿Pero no querés que vengan?

—No, que embole, que todos me tengan lástima... Ya se enterarán.

—Si no querés, no les cuento. Contales vos, cuando quieras hacerlo.

—Gracias, en serio —me dijo, dándome otro fuerte apretón de manos.

Me tomó un par de minutos más sacarme de encima a su mamá. Había perdido media hora más en esa casa. Estaba claro que había fracasado frente a aquel chantajista. Pero de todas formas, la suerte ya estaba echada. ¿Sería capaz mujerinsaciable de no dejarse someter por aquel pervertido?

Pero ahora que lo pensaba ¿A dónde había ido mamá? Se suponía que ella también tenía sospechas de Ricky. Pero por lo visto no había pasado por ahí. Si así fuera, se encontraría con el mismo chasco que yo, y además él me hubiera mencionado ese detalle. ¿Sería que R…. no era Ricky? Imposible. La profesora Cassini lo había descrito como un pendejo que la había molestado desde el primer día de clases. Además, no había ningún otro alumno que tuviera esa inicial. Debía haber estado refiriéndose a él. La única explicación era que ella también se había equivocado.

Volví a la casa, con la esperanza de que estuviera ahí. Pero no estaba. Y pasaban los minutos, y las horas, y no volvía. Mi mente pasó lista por todos los miembros masculinos de la comisión. Los más sospechosos estaban descartados. Ricky estaba atravesando una tragedia familiar, por lo que no tenía tiempo para hacer esas maldades. Ernesto, según lo había relatado ella misma, estaba en buenos términos con su lujuriosa profesora, y era muy probable que ella se entregara nuevamente al él en el futuro, así que no tenía por qué andar molestándola. Una vez más pensé en los amigos de Ricky. El que más mala espina me daba era Gonzalo. Recordé cómo mamá lo había hecho callar en frente a toda la clase, cuando quiso burlarse del pobre de Lucio. ¡Mierda! No se me había ocurrido preguntarle a Ricky dónde vivía su amigo. Pero la verdad era que, dadas las circunstancias, no iba a poder encontrar una buena excusa para hacerle esa pregunta.

Ya era tarde. Lo único que quedaba era esperar que mamá realmente pusiera un alto a toda esa locura. Era cierto, se había metido en un lío, sobre todo cuando se dejó coger por un alumno. ¡Pero ella era una adulta! Y además, muy inteligente. Debía encontrar la manera de poner un límite al pendejo que la estaba molestando.

Abrí la página de relatos. Le dejé un comentario en el último relato. “No te dejes intimidar por ese hijo de puta. Hacete valer. Vos podés estar con los tipos que quieras. Lo que escribas en una página de relatos pornográficos no prueba nada”, le escribí.

Leí los otros comentarios que le habían dejado. Era por lejos, el relato más comentado. Algunos le escribían cosas similares a la que yo le puse, pero la mayoría la instaba a dejarse coger por el chantajista. Todos querían más historias de mujerinsaciable, y les importaba bien poco las consecuencias que eso podía traer. Parecía que el hecho de que la realidad irrumpiera de tal manera en esa web les generaba mucho morbo.

Después de unos minutos, vi que mamá me había contestado el comentario que había dejado. Tragué saliva. Al igual que me pasaba cada vez que me metía en esa extraña página para leer algo relacionado con ella, sentí cómo el corazón empezaba a latirme de manera más acelerada.

Pero otra vez me había equivocado. La respuesta al comentario estaba hecha desde la cuenta de mujerinsaciable, era cierto. Pero no fue mamá la que había escrito lo siguiente:

“Pues lamento informarte que la profe se dejó intimidar, y mientras escribo estas líneas me está haciendo una buena mamada”.

—¡La reputísima madre que me parió! —grité, totalmente impotente.

Continuará
 
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