Tiempo en Casa de mi Tía Virginia 001

heranlu

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Hacía una calor que se derretían las rocas. Sentí a Manolo Escobar cantar en la radio de mi tía Virginia. Me llevaba bien con ella y con su hija Juana. No era la primera vez que entraba sin llamar en aquella casa de planta baja... Al subir el peldaño de la escalera de la puerta ya se entraba en la cocina, que era cocina y sala de estar, de aquella casa vieja de alquiler, hecha con piedras y barro. La radio estaba en la pared, en un estatante. Manolo Escobar debía estaba cantando para los vecinos. Al lado de la radio, en un cuadro, había una foto en blanco y negro y ampliada de mi tía Virginia con 17 años menos. Lucía una melena negra y larga y una preciosa sonrisa. Esa fotó no me cansaba de mirarla, ya que en ella mi tía Virginia tenía 19 años, no me cansaba de mirarla ni de pajearme con su recuerdo... Como no vi a nadie eché un vistazo en la habitación de mi primo y vi que no estaba. Abrí la puerta de la habitación de mi tía Virginia y sí estaba. Desnuda sobre la cama con las manos en la nuca, desnuda como vino al mundo, sólo que ahora tenía un bosque negro entre las piernas y unas tetas que parecían dos melones. Yo, que nunca había visto una mujer desnuda, pillé un empalme del 16. Cerré la puerta, y en la cocina quité la polla. Cerré los ojos y ya no era lo mismo. Volví a abrir la puerta y la sacudí mirando para sus tetas y para su almeja peluda. Un minuto tardé en correrme, si no lo hice antes. Al correrme debí gemir porque mi tía Virginia se despertó. Vio la leche salir de mi polla. Se sentó en la cama. Tapó con una sábana blanca su delgado cuerpo, y me dijo:

-Te acabas de dar un buen homenaje, Quique.

Yo estaba caliente, pero sentí como mi cara se encendía con el rubor de la vergüenza.

-Lo siento-. -guardé la polla- Lo siento mucho.

-¿Para qué mientes? Lo vas a volver a hacer pensando en lo que has visto.

Mentí como un bellaco.

-No, de verdad que lo siento.

-Ven aquí que quiero asegurarme de una cosa que vi.

Fui a su lado. Me metió la mano en la bragueta, que seguía abierta, sacó mi polla, la quiso descapullar y la piel no le dejaba.

-Lo que yo pensaba. Tienes fimosis. Te debías operar.

Mi tía Virginia era curandera y sabía más que muchos mata sanos. Asustado, y empalmado de nuevo, le pregunté:

-¡¿Es grave?!

-No, sólo te tienen que cortar algo de piel. Eso pasa, por tener la cabeza de la picha demasiado gorda.

Y como si mi polla fuese un palo, poniéndola hacia arriba, la devolvió a su sitio.

Yo, que pensara que me la iba a chupar, o que me iba a hacer algo, le pregunte:

-¡¿Ya está?!

-¿Te habías hecho ilusiones?

A mi tía Virginia, al coger mi polla, se le cayera la sábana y sus tetas estaban muy cerca de mí. No me pude resistir. Me abalancé sobre ella, le agarré las tetas y se las comencé a chupar. Empujándome, me dijo:

-¡Cómo no pares acabas mal!

Me acordé de lo que me dijera ni amigo Germán, un tipo que se follaba a todo lo que se movía, "Si alguna vez tienes debajo de ti a una mujer desnuda y se hace la remolona, cabeza entre sus piernas y a por la pepitilla. Lame, lame, lame cada vez más rapido..." Y me hiciera con un palo un dibujo en la tierra del camino, un dibujo de la almeja, del agujero del gozo y de la pepitilla. Metí la cabeza entre las piernas de mi tía Virginia y la vi, reinaba en la colina sobre la negra vegetación. Empecé a lamer. Mi tía Virginia, tirándome de los pelos, quería sacar la cabeza de su punto débil. Me dijo, mientras tiraba:

-¡¡Quieto, diablo!!

Lamí, lamí, lami y lamí, cada vez más aprisa.... A los pocos segundos mi tía Virginia dejó de tirarme de los pelos, flexionó las rodillas, abrió más las piernas, y del tirón de pelos pasó a acariciarme la cabeza. Me di cuenta de que la tenía. Mi tío hacía un año que se fuera para Alemania y eso creo que me ayudó. Me arriesgué. Volví a magrear y chupar sus tetas, y sus pezones. Sus manos siguieron acariciando mi cabeza. Busqué su labios y nos besamos con lengua. Quise meter mi polla en su almeja, y me dijo:

-Ahí no que puedo quedar preñada.

Se dio la vuelta, se puso a cuatro patas, me cogió la polla y la puso en la entrada del culo. La enculé y al rato le llené el culo de leche. Se volvió a dar la vuelta y me dijo:

-Vuelve a bajar.

Me volví a meter entre sus piernas. Encontré la almeja chorreando.

-Lámeme la almeja y después hazme lo que me estabas haciendo.

Se la lamí y después fui a por la pepitilla (clítoris). Lamí, lamí y lami, de abajo arriba, cada vez con más, más y más rapidez. Mi tía Virginia movía la pelvis de abajo arriba y gemia... Al final, temblando, dijo:

-¡¡¡Jesús, Jesús, Jesús, que corrida voy a echar!!

No sé a que Jesús se refería, si a mi tío Jesús o al Otro, pero la corrida fue histórica. Su almeja abriéndose y cerrándose soltó jugo para llenar un vaso, aunque lo que se llenó de jugo fue mi cara y la cama.

Al acabar de correrse, me preguntó:

-¿Quién te aprendió a hacer esas cosas?

Volví a mentir.

-Una mujer casada.

-¡¿Quién?!

-Ese secreto lo llevaré a la tumba.

-Me gusta como hablas. ¿Te aprendió a masturbarla?

-No.

-¿Quieres aprender?

-Sí.

-Bésame.

Nos besamos, bueno, más bien me besaba, ya que su boca era grande y de labios gruesos y la mía pequeña y de labios finos. Se podía decir que me estaba comiendo.

-Mete tres dedos hasta el fondo en mi almeja.

Le metí los dedos. Entraron como si tuviera la almeja untada de mantequilla.

-Al retraer los dedos haz como si estuvieran diciendo, ven aquí, -lo hizo con tres de sus dedos. ven, ven, ven aquí.

Hice lo que me había dicho.

-Cómene las tetas y bésame cuando te apetezca.

Me harté de comerle las tetas, de bajar, lamerle el jugo y compartirlo con ella al besarla... Le encantaba saborear su jugo, ahora de la lengua, ahora de los dedos. Tanto le gustaba que me dijo:

-Esto sí que es ser masturbada como es debido. ¡Eres un diablo!

-¿Te gusta mi manera de comer tu almeja?

-¡Me encanta! Debe ser la novedad. Nunca me la había comido.

Unos m¡nutos más tarde sentí una corriente de flujo en mis dedos. Mi tía Virginia estaba como poseída.

-¡Aprisa, más, más, más! ¡¡¡Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!!

Mi tía se volvio a correr con ganas atrasadas, pero no le era suficiente. Me cogió la polla y me hizo una deliciosa mamada, de la que se bebió la leche. Si yó me arriesgara, ella se iba a arriesgar más. Me quitó los zapatos, los pantalones y la camiseta. Se subió encima de mí. Metió en la almeja mi polla a media asta, y me dijo:

-No te corras dentro. Da marcha atrás, anque te diga que me llenes.

Parecía bruja y no curandera. Mi polla no tardó en ponerse tiesa. Mi tía me cabalgó como una loca. Sus grandes tetas iban de abajo arriba y de arriba abajo.... Su boca me comía... Era mi primera penetración vaginal y encima, mi fuerte no era aguantar. Le dije:

-Me voy a correr, tía Virginia.

-¡Joder! Nunca tal cosa le dijera.

-¡¡¡Y yo!!!! ¡¡¡Lléname, lléname!!!

Sentí como me llenaba los cojones con el jugo de su corrida. Se la quité. La levante por las nalgas. Se la puse en el ojete, y metiéndosela me fui corriendo. De su almeja salía flujo a chorros. Por su manera de gemir y de retorcerse, era como si estuviera sintiendo dos orgasmos al mismo tiempo.

Al acabar lo dejamos. Mi prima Juana no tardaría en llegar del monte.
Juana había notado que la última semana su madre se arreglaba más. Creía que se ponía guapa para alguien. Como tenía mucha confianza conmigo, estando en el monte, debajo de un pino manso, sentados sobre la hierba, y estando ella apastando las ovejas y yo la burra, me dijo:

-Creo que mi madre está engañando a mi padre.

Tenía que disimular.

-¿Por qué lo dices, Juana?

-Por que se arregla mucho. ¿No lo notaste?

-Sí, pero es una mujer, normal que se arregle.

-Mi hermano no piensa como tú.

-¡Maricón de mierda! Él se arregla para que le rompan el culo y nadie le dice nada.

-Una cosa no tiene que ver con la otra.

-Ya. ¿Y si tu madre tuviese una aventura, qué?

-¡Sería un escándalo!

-Un escándalo es llevar un año sin follar.

-Yo llevo 19 y no pasa nada.

-Eso es porque nunca has probado una polla. Tu madre estaba acostumbrada a ella.

-¡Tú sabes algo, Quique!

-¡Qué voy a saber yo!

-Dime la verdad. Tú nunca me has mentido, ¿Qué sabes?

-Que tu madre está como un queso.

-Eso también lo sé yo. Me refiero a su amante.

-¿Qué amante?

-¡Vete a la mierda!

Me levanté, Juana, me preguntó:

-¿Adónde vas?

-A donde me mandaste, a la mierda.

-Que sea de vaca.

A unos metros, y dándole la espalda, saqué la polla y me puse a mear.

-Te dije de vaca, no de cerdo.

-¿A qué viene eso?

-A lo que tienes en la mano. ¿No es una mierda?

Miré mi polla. Así, baja, más que una mierda parecía una mierdecilla. Le respondí:

-No sé, no sé, darle categoría de mierda puede que sea mucho.

Mi prima rompió a reír, y después me preguntó:

-¿Por qué nunca has intentado besarme?

-¿Y me preguntas eso teniendo la polla en la mano?

-Fue un pronto. Me salió.

-No fue un pronto, fue el subconsciente. Hablamos de tu madre, de que podría estar follando, después de mi polla y pensaste con el chocho.

Juana, se ofendió.

-¡Serás cabrón!

Guardé la polla.

-Era una broma, mujer. Nunca intente besarte, pero ganas no me faltaron, y si no lo hice fue por no perder tu amistad.

-¿No fue porque somos primos?

-Ya sabes lo que dicen del primo y de la prima.

-¿Cuánto más prima más se le arrima?

Me volví a sentar a su lado.

-Exacto, y ya que estamos. ¿Quieres que te bese?

-¿Ya no tienes miedo a perder mi amistad?

-Puede que después de besarnos acabemos más unidos.

Juana se hizo la importante.

-¡Anda, anda, anda!

-Yo ya andé.

-Anduve.

Acerqué mis labios a los suyos.

-¿Con quién?

-Se dice anduvo, no andé.

La miré a los ojos, después a los labios y le respondí:

-Ya lo sé.

-¿Y por qué lo dijiste?

Giré la cabeza, y con mis labios rozando los suyos, le dije, casi susurrando:

-Por que me gusta que me corrijas.

Juana, giró la cabeza hacia el otro lado, y la besé, pero al meter mi lengua en su boca se apartó de mí, y me preguntó:

-¡¿Qué haces, asqueroso?!

-Besarte.

-Eso no es besarse, es babearse.

-Así es como se besa de verdad. Los besos sin lengua son para los niños.

-¿A quién besaste así?

-Un hombre que rebela el nombre de la mujer con la que tuvo relaciones, no es hombre.

-¡¿Ya no eres virgen?!

-No. ¿Y tú, Juana?

-Yo, sí.

-¿Quieres dejar de serlo?

-¡¡No!! Quiero llegar virgen al altar.

-Y sin saber besar.

-Bueno, eso no me importaría aprender a hacerlo. ¿Me enseñas?

-Echa la lengua fuera.

Juana echó toda la lengua fuera.

-Así no, saca la punta como si quisieras reírte de mí.

Juana la echó, se la caricié con mi lengua y se la chupé, se la metí dentro de la boca y depués de disfrutar de su dolzura, le dije

-Te voy a sacar yo la punta de la lengua. Ya sabes que hacer.

Juana era una buena alumna, una alumna que estaba mojando las bragas. Me besó mejor de lo que yo la había besado a ella. Mi polla estaba tiesa como un palo. Le llevé una mano a ella, y la acarició por encima del pantalón, pero cuando le toqué una teta, se alejó, y me preguntó:

-¡¿Qué haces?!

-¡¿Qué hacías tú con mi polla?!

-¡¿Era tu polla?! Creí que lo que latía era tu corazón.

Eso no se lo creía ni ella. Se debió asustar. Volví al ataque.

-¿Vas a dejar que te coma las tetas o no?

-¡¡Soy muy decente!!

-Y quieres llegar virgen al altar. Pero por comerte las tetas no vas a perder la virginidad.

-Sería una depravación.

-¿Te lo pìde el cuerpo? Sólo lo vamos a saber tú y yo. Quítate la blusa.

La calentura pudo más que la decencia.

-Vale, chúpalas un poquito, y si no me gusta, paras.

-Te va a gustar.

-¡Qué presuntuoso!

-Para nada.

Juana se quitó la blusa y el sujetador. ¡Que tetazas! Eran como las de su madre. Con grandes areolas rosadas y tremendos pezones... y es que Juana era idéntica a su madre, era delgada y guapa como ella, 160, de estatura como ella, morena como ella y con ojos negros y grandes como ella... lo único que ella tenía de menos eran años y de más, su virginidad... Le acaricié, chupé y lamí las tetas y los pezones, suavemente y a conciencia. Mi prima se puso tan cachonda que me dijo:

-Joder, Quique, me estoy mojando tanto que voy a dejar las bragas para tirar.

-¿Quieres que te la coma?

-¿Qué me quieres comer?

-La almeja. Si dejas que te la coma te corres en mi boca, fijo.

-¡Qué guarrada!

La besé con lengua, y después le dije:

-También era de babosos los besos con lengua.

Le voví a comer las tetas, y le dije:

-Y de depravados comerte las tetas. ¿Quieres correrte o no?

-Si ya me estoy corriendo desde que me besaste la primera vez.

Aquello me intrigó. ¿No sabría que era un orgasmo?

-¿Te masturbas, Juana?

-No sé como se hace, pero aunque supiera como hacerlo no lo haría. No me quiero quedar ciega.

-¡Qué daño hacen los curas, coño, qué daño hacen!

-¡¿No te quedas ciego si te masturbas?!

-¿Estoy ciego?

-¡¿Te masturbas?!

-A veces tres veces al día, mañana, tarde y noche. ¿Quieres correrte de verdad? Comiéndote la almeja tampoco vas a perder la virginidad.

-Vale, un poquito, y si no me gusta, paras.

-No vas a querer que pare ni para respirar.

-¡Qué exagerado! Quítame tú las bragas que a mí me da vergüeza.



Le quité las bragas y vi que estaban para escurrir. No le dije nada, no fuera que la jodiera. Lo que le dije, fue:

-Sube la falda. Échate para atrás. Abre las piernas y flexiona las rodillas.

Juana hizo lo que le dije. Metí mi cabeza entre sus piernas. Abrí su almeja con dos dedos. Estaba encharcada. Lamí el jugo. Juana comenzó a gemir. No quise follarle la vagina con la lengua, pero en algín sitio se la tenía que meter. Le metí y saqué la punta de la lengua del ojete. Juana, exclamó:

-¡¡Sigue, sigue, sigue. Ahí puedes, ahí puedes...!!

Con la punta de la lengua le follé el culo bien bien follado, después fui lamiendo despacito del ojete al clítoris. Con el primer lametón en la perla, Juana, comenzó a temblar, y exclamó:

-¡¡Me está dando el mal de San Victor!!

Lamí despacito su pequeño clítoris, ya fuera del capuchón. Juana, al ratito, iba a explotar.

-¡Oh, Dios mío! ¡¡Qué, qué, qué me!! ¡¡¡Qué me muuuuuuuuuuuuuuuuueeeeeeeeeeeeeeeeero!!!

Juana se corrió por primera vez. ¡Y cómo se corrió! Gimiendo, temblando, sacudiéndose y estremeciéndose. Y soltando una corrida que dejó la hierba regada para todo el verano.

Al acabar de correrse, me dijo:

-Casi me muero de gusto. ¿Qué me pasó?

-Que te corriste.

-¿Y masturbándome me puedo volver a correr así?

-Con tanta fuerza, no sé, pero correr te corres, fijo.

-¿Me enseñas?

Oímos la voz de Carlos. Llamaba a su hermana:

-¡¡¡Juaaaaaaana!!!

Le dije a mi prima.

-Se acabó lo que se daba. El maricón de tu hermano siempre tiene que joderla.

-¿Seguimos mañana?

-¿No tienes miedo a perder la virginidad?

-Contigo, no.

Continuará, o no, ¡Qué se yo!
 
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