Tía y Sobrina – Capítulos 01 al 03

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,367
Puntos
113
 
 
 
-
Tía y Sobrina – Capítulo 01


Aquella mañana de sábado desperté temprano. Desde que se marchó de casa mi antigua pareja lésbica, los fines de semana me resultaban insípidos. Viví con Amanda durante seis meses, pero tuvimos nuestras diferencias y decidió partir; le fue imposible comprender que soy bisexual y, respetando el libre ejercicio de mi orientación, no puedo evitar el sentirme atraída por la parte masculina del género humano. Entre lágrimas reconoció que, en un principio, había albergado la esperanza de que me decantara por una relación exclusivamente femenina.

Medio año de abstinencia lésbica pesaba en mi cuerpo, pero no estaba dispuesta a prometer una exclusividad, ni a Amanda ni a ninguna otra. Quien me quiera deberá aceptarme tal y como soy.

Afortunadamente no me faltaba el factor hetero. Saúl, mi antiguo profesor de Antropología, era el amante masculino perfecto. Como amigos nos llevábamos bien, como compañeros de lecho nos complementábamos de maravilla y, como cómplices, vivíamos una relación libre de ataduras. Yo sabía que él tenía otras amigas con derechos y él intuía que, en ocasiones, yo buscaba otros hombres para pasarlo bien. No obstante, siempre nos apoyábamos mutuamente.

Y, en mañanas como aquella, me encontraba sola. Trabajaba como columnista en cierta revista de contenido social, con un horario laboral que me tenía ocupada de lunes a viernes. Sábado y domingo representaban la tortura de encontrar los ecos solitarios de mi apartamento. Mi única actividad pendiente era sentarme ante la barra de la cocina con un café medio tibio, el diario de dos días antes y un paquete de Benson & Hedges.

Eran las once de la mañana cuando sonó el timbre. Fui a la puerta, vestida sólo con un tanga y una playera del concierto de Silvio Rodríguez en Puebla. Lo que vi por la mirilla cambió el rumbo de mi día, de mi soledad y de mi cordura.

—¡Tía Xio! —exclamé al abrir—. ¡Mi “Tía Buena”!

—¡Edith, “Mi Amor”! —respondió la recién llegada ofreciéndome sus brazos abiertos.

Nos abrazamos y besamos efusivamente. Al entrar noté que la hermana de mi madre venía con una maleta.

—Nena, acudo a ti porque necesito de tu ayuda —declaró entristecida—. ¡Tu tío Javi me corrió de la casa! ¡Me ha cambiado por su secretaria, una chiquilla de tu edad!

—¿Así, “sin anestesia”?

Ella asintió, tras lo cual se sentó encogida en el sofá.

Observé a Xio y meneé la cabeza sin entender. Era una mujer de cuarenta y un años, de cabello rubio rojizo y ojos verdes. Gozaba del mismo estilo de facciones aristocráticas que caracterizaba a todas las mujeres de nuestra familia. Su cuerpo, de formas generosas y bien proporcionadas, no mostraba el paso del tiempo. Éramos muy parecidas, salvo por el detalle de que yo soy rubia platino, con ojos color cobalto. Que un hombre despreciara a una mujer como ella significaba que podía existir el varón que me despreciara a mí también.

Corrí a la cocina y recargué la cafetera. Minutos después volví con los expresos y me senté a su lado. Pasé un brazo sobre sus hombros en gesto protector, ella se acurrucó a junto a mí y recostó su cabeza sobre mi pecho izquierdo. Entonces fui consciente de mi semidesnudez, su cercanía y la abstinencia de sexo lésbico que venía arrastrando; sentí el estertor de la excitación y aspiré el aroma de su cabello.

Entre lágrimas, hipos y muchas pausas, tía Xio me explicó parte del dolor emocional que había vivido.

Se casó muy joven con tío Javi. Estaba enamorada y esa fue su perdición. No notó las señales del carácter misógino, posesivo y dominante de su marido. Desde mi perspectiva los había considerado un matrimonio modelo, con él como el triunfador que sacaba la casta por el bienestar de su familia y con ella como la esposa abnegada, atenta y dócil, siempre al cuidado del hogar y las necesidades de sus dos hijos. Internamente me reproché el no haberme dado cuenta de que los comentarios de tío Javi en reuniones familiares sobre “la inocencia”, la “inexperiencia”, la “falta de conocimientos o puntos de referencia” de su esposa eran en realidad insultos y humillaciones velados.

En resumen, él gozaba menospreciándola en público, exigiéndole imposibles, rebajando sus capacidades, talentos y deseos. Ella había renunciado a sus sueños profesionales por dar forma a una familia. Había sacrificado sus ambiciones personales a cambio del bienestar de unos hijos que, para el momento en que tío Javi la corrió de su casa, ya vampirizaban su vida con desprecios y exigencias idénticos a los de su padre.

Tía Xio era la esposa perfecta, excelente cocinera e irreprochable ama de casa. Siempre tuvo la solución a los problemas domésticos, el hogar impecable, las atenciones del marido y los hijos que llegaban cansados de beber y divertirse en la calle. Ahora había sido desterrada y sustituida. Es cierto que tío Javi jamás osó golpearla, pero las palabras hirientes y el afán por restar méritos a una mujer duelen tanto o más que los golpes físicos.

Para nosotras, el dolor de sentirnos dominadas es directamente proporcional al amor que hayamos sentido por nuestro consorte. Duele la humillación, duele el desapego, duele la decepción de ver en qué clase de hombre se ha convertido el que parecía un “esposo perfecto”, se tiene la sensación de haber sido estafada con un compañero que “se vendía” como el ideal y resultó ser un patán. A este martirio hay que sumar la tragedia de saber que los propios hijos se han convertido ya en hombres que calcan las malas aptitudes paternas.

Me odié por no haberme dado cuenta de que la celeridad con que tía Xio corría a atendernos a todos en reuniones familiares era realmente el reflejo de la tensión contenida y el temor a los reproches de su esposo. Recordé una vez, a mis siete años, cuando me caí de un columpio. Tía Xio me abrazó, me tranquilizó, me curó una rodilla raspada y besó sobre la herida “para que sanara más rápido”. Decidí devolverle el buen gesto y tratar de que sus males cicatrizaran a la mayor brevedad.

—Cuentas conmigo para todo lo que necesites, sin importar de lo que se trate —declaré firmemente tomando su cabeza entre mis manos para mirarla a los ojos.

Tras esto, la instalé en el cuarto de invitados y me metía a mi habitación para hacer algunas llamadas.

Expliqué la situación a una amiga abogada, quien prometió pasar ese mismo día a la Delegación para tramitar un amparo que protegiera a tía Xio de una demanda por abandono de hogar; el lunes siguiente, a primera hora, estaríamos en el juzgado para promover la demanda de divorcio. Entre el cincuenta por ciento de los bienes, la indemnización por daño moral al haber sido maltratada psicológicamente durante años y la demanda por el agravio de haber sido echada de casa, dejaríamos a su marido con una mano adelante y la otra atrás.

El fin de semana transcurrió entre charlas, anécdotas familiares que no implicaran malos recuerdos, pizza, películas y mucho descanso. El lunes pedí permiso de faltar al trabajo. Acudimos al Juzgado y “amarramos” los aspectos legales. A medio día nos metimos en un spa.

Mi climatología sexual presagiaba tormenta. Por una parte, había estado preocupada por los problemas de mi tía; por otro lado, estaba inquieta. Me excitaba su presencia, al punto de que tuve que masturbarme en el baño la noche del sábado y la tarde del domingo. Al igual que toda la familia, mi tía ignoraba mi verdad más íntima. Es una leyenda urbana el que una lesbiana deba volverse masculina; siempre he conservado mi femineidad y la orientación bisexual que me enorgullece no tiene porqué interferir en ello.

En el spa solicitamos un servicio bastante completo para tía Xio. Un buen corte moderno, baño nutritivo capilar, pedicure, manicure, depilación corporal y masaje. Giré instrucciones para que ella fuera tratada a cuerpo de reina. La encargada miró atentamente la pulsera que suelo llevar en el tobillo derecho, pero no hizo comentario alguno ((Amig@s de TR, se los dejo de tarea)).

Corrí a “dar tarjetazo” en el Liverpool de Polanco, dejando a tía Xio en manos profesionales. Elegí de todo para ella, desde unos conjuntos formales hasta minúsculos tangas de los que suelo llevar; al ser de proporciones parecidas no tuve problemas con las tallas. En cuanto al aspecto, con su porte sería imposible que algo se le viera mal. Estaba decidida a compensarla por los agravios sufridos, pero también me pesaba en la consciencia el deseo sexual que me inspiraba. En su inocencia, ella no había dado motivos para despertar mis ansias, y, sin saberlo, había escapado del lobo para entrar en la cueva de la leona.

Volví al spa con la cajuela llena de paquetes. Seleccioné para tía Xio un conjunto de falda y torera en pana gris, zapatos de plataforma, top negro sin sujetador, medias de liguero en tono “ala de mosca” y un minúsculo tanga. Pedí a la encargada que desechara las ropas que mi tía hubiera llevado y que le alcanzaran las prendas nuevas.

Salí al jardín del spa para fumar un cigarrillo mientras esperaba. Me pareció sentir las miradas y los cuchicheos de las empleadas tras de mí. Me pregunté, como muchas veces lo he hecho, si se notaba mucho mi orientación bisexual. En realidad no importaba. “Y lo que opinen los demás, está de más. ¡Quién detiene palomas al vuelo, volando al ras del suelo, mujer contra mujer?”

Me preocupaba mi abstinencia de sexo lésbico. De seguir con esa excitación, quizá tendría que buscar a Amanda para darme con ella una encerrona de amigas, sin comprometerme de nuevo.

—¡“Mi Amor”, mira cómo me han dejado! —exclamó tía Xio desde la puerta sacándome de mis reflexiones.

—“Tía Buena” —respondí gratamente sorprendida.

Corrí a sus brazos y nuestros cuerpos se unieron con verdadero afecto. Las empleadas debieron darse un banquete de material para chismorreo. No importaba.

Fui consciente de su cuerpo entre mis brazos, de la frescura de su piel recién bañada, de su belleza resurgida de entre las cenizas de la decepción. Mi sexo lubricó mientras mis pezones se erectaban para hacerse notar bajo la tela de mi top. Xio me llamaba “Mi Amor” y yo me refería a ella como “Tía Buena”. Estas definiciones eran naturales dentro del contexto familiar que habíamos compartido toda la vida, pero para criterios externos debíamos parecer lo que subconscientemente yo estaba deseando.

Fue en ese abrazo donde cayó sobre mí todo el peso de mis ansias. Deseaba a la mujer que, confiada a mi cariño de sobrina, compartía conmigo un afecto limpio. Me sentía malvada y excitada al mismo tiempo. No sabía hacia dónde nos llevaría esto, pero decidí seguir por ese camino; mi sexo respaldó el veredicto humedeciéndose más aún.

Pagamos y salimos del local seguidas por las miradas de las empleadas. Tía Xio, ajena a los chismorreos que se dirían a nuestra costa, me acompañó al coche caminando incómoda. La miré con atención antes de abrir la portezuela del copiloto.

—¿Sucede algo? —pregunté preocupada.

—Nada, amor, es sólo que no estoy acostumbrada.

—No entiendo —mentí—. Espero que te hayan tratado bien.

—Es eso. No sé cómo decirlo —titubeó—. Me atendieron de lujo. Me cortaron el pelo, me acicalaron, me masajearon y me consintieron. No estoy acostumbrada. ¡Temía que en cualquier momento terminara todo eso!

—No tiene porqué terminar —aseguré tomando su cabeza entre mis manos.

Me humedecí los labios y besé su frente con intensidad. Sentí el calor hormonal que me invade cuando me transformo de mujer a Diosa Sexual.

—Además, tampoco estoy acostumbrada a esta prenda íntima —añadió ella.

Imaginé bajo su falda el tanga que yo había elegido. Temía correrme en seco, en medio de la calle y sin haberme tocado.

—Acostúmbrate, “Tía Buena” —solicité—. Vamos a quemar todos los calzones de anciana que hayas traído. Tu nueva vida merece ser vivida con estilo y los tangas son lo de hoy.

—Gracias, “Mi Amor” —suspiró—. Pero es que también me depilaron el, bueno, tú sabes.

—¡Te “deforestaron el monte”? —pregunté en broma—. ¡Excelente! Se hace por higiene y por comodidad. Yo tengo la depilación láser, si te gusta tu nueva imagen podemos pensar en hacértela también a ti.

—¿Ya no te crece vello púbico? —preguntó—. ¿No te gustaba depilarte?

—Fue por mi pigmentación —informé olfateando mis feromonas combinadas con las suyas—. Soy rubia platino, mi vagina parecía el “felpudo” de una anciana encanecida. Nunca me gustó.

—Yo ni siquiera me he mirado atentamente. No sé si se verá bien.

Mi pelvis se adelantó e hizo contacto con la suya. Vientre contra vientre nos miramos a los ojos.

—Si quieres, puedes verme a mí también —aventuré sintiéndome muy caliente—. En casa podemos comparar resultados y puede que te animes.

Mis últimas palabras dejaban una doble intención en el aire. Me abrazó por el talle y enredé mis manos entre los cabellos de su nuca. Nuestras narices se encontraron y nuestros vientres se frotaron instintivamente.

Estábamos en la calle. Aunque se supone que existe la tolerancia, los viandantes volteaban a mirarnos idiotizados. Los compadecí, pues seguramente no sabían lo que era vivir con amor.

—Muero de hambre —corté—. Conozco un bonito lugar donde podemos comer, escuchar música y compartir un rato muy agradable.

Xio había sufrido un matrimonio donde imperaba aquello que algunas mujeres buscan, la dominación bajo el yugo de un amo (con minúscula) tiránico. Me propuse destruir las cadenas que habían sujetado su vida, su libertad de ser y sentir y su individualidad.

Fuimos al Astrea, un pequeño hotel en la Colonia Del Valle donde nadie fruncía el ceño cuando aparecían parejas con orientaciones sexuales minoritarias. El lugar era muy agradable, con una fuente en el centro del patio rodeada de mesillas. Se comía muy bien, sin hablar del uso que se le daba a las habitaciones.

Mientras comíamos solicité discretamente al camarero un Cuarto Cupido. Pedí Absolut, servicio de tónicas y todo para pasarlo bien. Al entregarme la cuenta, el empleado me entregó con disimulo la tarjeta llave de la habitación.

—¡Te gusta este lugar, “Tía Buena”? —pregunté tomando una mano de Xio.

—¡“Mi Amor”, es precioso! —respondió en tono cándido—. ¿Crees que las habitaciones sean así de agradables?

—Sí, son muy bonitas. No me mires sí, he venido antes aquí.

Entrelazó sus dedos con los míos. Yo necesitaba correr a algún lugar privado, arrancarme el tanga y jugar conmigo misma un buen rato.

—Debe ser un chico muy afortunado —suspiró.

—Chicas. No una, sino varias —informé—. No es extraño que, entre amigas, a veces nos reunamos y disfrutemos de este lugar.

Nos levantamos y la abracé. Besé su mejilla, muy cerca de la comisura de los labios. Ya no podía resistirme; mis instintos me gritaban que siguiera adelante y mi sexo exigía guerra femenina. Quienes hemos practicado el salto en paracaídas sabemos del “momento umbral”, que es ese instante místico donde se entiende que debajo está el abismo y que el futuro depende de que todo funcione correctamente.

—Tenemos una habitación aquí —salté al vacío—. Ven conmigo y disfrutémosla.

No esperé su respuesta, tiré de ella y la conduje entre pasillos hasta la puerta que nos esperaba.

—En mis tiempos no se usaba que las amigas hicieran esto —comentó con voz temblorosa.

—Desde el origen de la humanidad se acostumbra —abusé del doble sentido—, pero no todos lo han sabido.

Entramos a la habitación. Los altavoces emitían “La dama negra”, de Mago De Oz. Era la canción que mejor me representaba y lo consideré una señal para seguir adelante con esto.

Me puse las manos en la nuca y contoneé mi cuerpo ante tía Xio al ritmo del coro de voces. Cuando la canción llegó al “outro” alcé y bajé la cabeza siguiendo el compás, invitándola a unirse a mí.

Nos tomamos de las manos y reímos como niñas.

Terminada la canción nos sentamos en la cama. Los empleados habían dispuesto lo que solicité, de modo que pude preparar los combinados y brindar con mi tía por un futuro lleno de sueños por cumplir.

Bebimos y charlamos disfrutando e la música, la iluminación indirecta y el decorado de la habitación. Tuve que acudir al sanitario para tocar mi vagina, no me masturbaba pues quería reservar todas mis energías para compartirlas con Xio. Mi tanga estaba tan empapado que opté por quitármelo y arrojarlo a la papelera, aproveché para refrescarme en el bidet y volví con mi acompañante.

El sistema de sonido emitió los primeros acordes de “Acaríciame”, una vieja pieza de María Conchita Alonso. Tomé las manos de tía Xio y la hice levantar. Nos abrazamos y bailamos muy juntas.

—Desde niña conozco esa canción, pero hasta ahora entiendo la letra —susurró en mi oído.

Estreché su cintura y friccioné mi pelvis sobre la suya. Quiso revolverse y callé sus objeciones con un profundo beso en la boca. Hurgué con mi lengua y succioné delicadamente para “beber su aliento”. Ronroneó apasionada mientras frotaba sus senos sobre los míos. No me sorprendió que me sujetara por la nuca para prolongar la caricia.

Nos mordimos y chupamos los labios en medio del beso, mitad lascivo, mitad amoroso, completamente pasional.

—¡Quiero besarte toda! —susurré cuando pude separarme de ella.

—La que da los besos decide dónde los pone —respondió gimiendo mientras yo acomodaba un muslo en medio de los suyos.

—Puedes cerrar los ojos y, no sé, imaginar que soy otra persona —sugerí.

Tenía miedo de que se asustara; temía que el hecho de que mis genitales y los suyos eran de la misma morfología la hiciera arrepentirse.

—¡Con los ojos abiertos! —declaró—. Siento lástima por quienes prefieren cegarse y negar lo que sienten.

Le quité la torera y acaricié su espalda por debajo del top. Ella tiró de mi falda hacia arriba para acariciar mis muslos.

—¡Te quitaste el tanga! —exclamó sorprendida.

—Está empapado. Prefiero dejarlo como propina para el camarero.

—Nunca he hecho esto y hace mucho tiempo que no estoy con nadie —confesó.

—Déjate llevar —supliqué—. Es más fácil de lo que parece y mucho más hermoso de lo que puedo describir.

Empujé a Xio sobre la cama y retiré su top para contemplar sus senos.

—¡“Tía Buena”! —exclamé, con toda la carga del doble sentido.

Volví a besarla en la boca mientras ella se dejaba hacer. Estaba receptiva, sopesando las reacciones de su cuerpo. Mi primera vez lésbica y mi primera vez hetero fueron experiencias maravillosas, llenas de magia y placer; era justo que yo proporcionara el mismo deleite a la mujer que me estaba compartiendo su cuerpo. Esa es la diferencia entre nosotras y los hombres, en circunstancias de igualdad y amor somos más propensas a retribuir las cosas buenas que recibimos.

Acaricié sus pechos delicadamente. Me lancé a por todo al ver que no oponía resistencia. Amasé, primero el seno derecho, desde el costado al canalillo del escote, desde arriba hacia abajo, mientras succionaba el pezón. Ella misma se desabrochó la falda y bregó por quitársela para quedar sólo en tanga. Me quité el top y tía Xio me quitó la falda casi con desesperación.

—Se ve muy bien sin vello púbico —reconoció mientras yo pasaba a amasar su seno izquierdo.

Mi sexo era una destilería de flujos vaginales trabajando a pleno rendimiento. Retiré el tanga de mi tía para dejarla sólo con las medias de liguero. Me acomodé sobre su cuerpo y separé sus piernas para ubicar mi intimidad sobre la suya. Xio gimió por el contacto de nuestros genitales.

—La que da los besos decide dónde los pone —repetí sus palabras—. Ansiaba que mi vagina besara a la tuya.

Embestí con calculados golpes de cadera, tal como lo haría un hombre que la penetrara. Nuestros labios vaginales se unían para combinar los fluidos en un excitante cóctel de néctares femeninos. Su clítoris y el mío se encontraban con ansias y se separaban momentáneamente para repetir el anhelado impacto.

—¡“Mi Amor”, me pasa algo raro! —Gritó Xio en un alarido.

—¡Es un orgasmo, “Tía Buena”! —deduje— ¡Te estás viniendo! ¡Vívelo! ¡Siéntelo! ¡Es tuyo!

Yo gritaba para incentivarla. Entendí que, después de años de matrimonio y de haber tenido dos hijos, mi tía no había experimentado el clímax. Arrecié en mis movimientos para brindarle el máximo placer posible y ella convulsionó retorciéndose bajo mi cuerpo. El sexo de Xio manó riachuelos de flujo que empaparon nuestros muslos. Sus gritos se volvieron gemidos y suspiros.

—¡No sé porqué me pasó esto! —exclamó con cierto corte.



—Es natural, y no significa lo que estás pensando —la tranquilicé—. ¡Acabas de tener un orgasmo húmedo!

—¿Siempre es así?

—A veces. Ahora, “Tía Buena”, también yo quiero sentirlo.

Volví a besarla en la boca y pronto quedamos acostadas una frente a la otra, ella sobre el costado izquierdo y yo sobre el derecho. Besó mi cuello y fue descendiendo hasta lamer mi pezón izquierdo. Succionó como una niña pequeña mientras yo acariciaba su cabello rojizo.

Alcé la pierna para atrapar sus caderas. La atraje hacia mí y nuestros sexos volvieron a quedar frente a frente. Esta vez fue Xio quien tomó la iniciativa.

Mi tía friccionó su vagina sobre la mía; entendí que carecía de la experiencia de mis amantes femeninas anteriores, pero contaba con el encanto de la novicia que descubre las nuevas alternativas de placer que ofrece el sexo lésbico.

Nos besamos en la boca repetidas veces, combinando alientos y salivas mientras nuestros senos se restregaban. Mi tía me acarició desde el hombro hasta la nalga izquierda. Me clavó las uñas delicadamente y palpó la firmeza de mi carne.

Los líquidos del anterior orgasmo de Xio se entremezclaban con el flujo vaginal que manaba de mi sexo. Nuestras caderas se movían alternadamente en una cadencia que me hizo vibrar. Sentí una corriente de energía que ascendía desde mi clítoris a mi cerebro y aceleré para estimularme más. Tensé mi pierna sobre las caderas de mi tía buscando incrementar nuestro contacto. Alcancé el orgasmo en medio de jadeos y gritos de placer. La descarga de líquidos que emergió de mi vagina empapó nuestros Montes De Venus. Supongo que esto fue lo que provocó que Xio volviera a correrse, casi al mismo tiempo que yo.

—¡Amor, ha sido espectacular! —reconoció mi tía poniéndose boca arriba.

—Apenas es el principio —sonreí.

Me senté y preparé nuevas bebidas. Mi tía permaneció tumbada, con las piernas separadas. Su vagina empapada seguía presentando los signos de la excitación sexual. Nos hubiera venido bien contar con un buen consolador para penetrarla.

—¡Quiero más, no me canso de ti! —exclamé recostándome sobre su cuerpo.

—Todo esto me gusta mucho, pero me siento confundida —admitió Xio—. ¿Es malo lo que estamos haciendo? ¡Mucha gente opina que sí!

—”Tía Buena”, si tu cuerpo lo está disfrutando, significa que esto es bueno para ti —pontifiqué—. Yo te quiero mucho y, a partir de ahora, podemos hacer el amor siempre que lo deseemos.

Miré sus ojos verdes y no pude resistir la tentación de besar su boca. Lamí sus mejillas y su cuello, en camino descendente hacia los senos. Chupé su pezón izquierdo y le arranqué un suspiro de pasión mientras ella enredaba sus dedos entre mis cabellos. Cambié de pezón y seguí chupando; me gustaba ver que sus aureolas eran similares a las mías.

Repté sobre ella lamiendo su vientre. Cuando llegué al ombligo lo invadí con la lengua para hacerla gritar. Xio pataleó de placer al sentir cómo succionaba y retenía la presión para después liberarla rematando con profundos lametones.

Instintivamente, ella empujaba mi cabeza hacia abajo. Me acomodé entre sus muslos para contemplar su sexo empapado por nuestros efluvios. El tacto de sus medias me hacía delirar; era la constatación sensorial de que me encontraba haciendo el amor con otra mujer.

Hundí mi rostro entre sus piernas. Lamí desde su entrada vaginal hacia arriba, en dirección al botón de placer. Xio gritó algo que no entendí. Moví la cabeza de arriba abajo para que mi lengua explorara la totalidad de sus labios vaginales. En el sabor del flujo de Xio identifiqué un regusto similar al mío. Besé apasionadamente su entrada, abrí y cerré la boca expulsando aire tibio para estimularla; ella se retorcía de placer.

Besé palmo a palmo el sexo de mi tía hasta encontrar lo que buscaba. Envolví con mis labios su clítoris para succionarlo y tirar ligeramente de él. Deseaba penetrarla con mis dedos, pero decidí esperar a un cambio de postura. Alterné las succiones con caricias de mis nudillos en su entrada vaginal. Establecí una secuencia de succión, giro de muñeca, liberación y opresión del dorso de la mano sobre su vulva. Miré hacia arriba y noté que ella se masajeaba los senos correspondiendo a mis acciones.

Xio gritaba y sacudía la cabeza. Yo aceleré mi labor y finalmente conseguí llevarla a un nuevo clímax. Me sentía excitada y necesitaba volver a experimentar un orgasmo, pero quise ser prudente y no presionar demasiado, aquella era la tarde de iniciación de mi tía. Si todo marchaba bien, en días futuros podría desquitarme.

Me puse en pie sobre la cama, con el cuerpo de Xio entre mis piernas. Mi sexo chorreaba abundante flujo. Sus ojos se encontraron con los míos y leí en ellos la expresión del deseo. Flexioné las rodillas para acomodarme sobre mi tía, en la misma postura que un hombre adoptaría para hacerse una cubana.

Amasé sus senos entre mis muslos mientras mi flujo vaginal escurría desde mi sexo hasta su vientre. Después me puse de lado para llevar su enhiesto pezón derecho a mi entrada vaginal. Con mis manos guiaba la protuberancia frotando mis labios, colocándola en la abertura y, finalmente, friccionando mi clítoris. Deseaba montar mi vagina sobre su rostro y recibir un cunnilingus completo, pero me contuve para no asustarla. Quizá la presencia de mi femineidad sobre su boca la hubiera hecho arrepentirse de lo que estaba pasando.



Necesitaba un orgasmo más. Volví a incorporarme y tiré de las piernas de Xio para acomodar su cuerpo al filo de la cama. La coloqué en cuatro puntos, al borde del colchón. Acaricié su espalda y sus nalgas. Me fascinó la visión de su cuerpo dispuesto, como esperando la penetración posterior. Entendí porqué a los hombres les gustaba verme en esa postura.

Me situé detrás de ella. Dejé el pie derecho sobre el piso y flexioné la rodilla izquierda para apoyar el otro pie sobre la cama. Introduje en su vagina los dedos índice, medio y anular de la mano derecha. Estaba apretada, pero la lubricación era inmejorable. Acaricié mi vagina con la mano libre.

—¿Sabes contraer tus músculos internos? —pregunté estimulando su sexo con mis dedos.

—¿Cómo se hace? —inquirió.

—Aprieta como cuando quieres retener la orina.

Obedeció y sentí que su sexo ofrecía más presión a mis dedos.

—Si sabes dominar esto, podrás darle mucho placer a los hombres cuando te penetren.

Inicié un movimiento de entrada y salida de mis dedos en su vagina. A cada penetración le pedía que ofreciera resistencia, al llegar al límite liberaba la presión y volvía a apretar para acompañar el movimiento de salida. Necesitábamos ensayarlo más hasta que tía Xio controlara completamente la técnica, pero ya poseía los fundamentos.

Xio gemía con gusto. Yo estaba muy excitada y consideré que llegaba el momento de disfrutar también. Retiré mis dedos de su vagina para invertir la posición de mi mano y volver a metérselos, esta vez con la palma hacia abajo. Di unos ligeros toques de tanteo, directamente sobre su “Punto G”. El grito de gusto no se hizo esperar.

—¿Qué me haces? —preguntó sorprendida.

—Destruyo tus ataduras —filosofé.

Pasé mi zurda bajo mi muslo izquierdo aún levantado. Introduje el índice, medio y anular dentro de mi vagina. Al flexionar los dedos encontré mi propio “Punto G”. Acerqué mi vientre al trasero de mi tía y acomodé el dorso de mi mano izquierda sobre el de la derecha. Empujé la pelvis y mis dedos avanzaron dentro de nuestros sexos.

Inicié una secuencia de rotación de caderas. Cuando embestía, los dedos de ambas manos exploraban nuestras intimidades. Al retroceder, flexionaba las falanges para acariciar al mismo tiempo ambos “Puntos G”. Xio gritaba extasiada coreando mis alaridos de placer. Su intimidad correspondía con opresiones de los músculos internos, que mi vagina repetía.

Nuestros cuerpos chocaban y se separaban para volver a encontrarse. Los senos de mi tía se balanceaban y los míos botaban en respuesta a nuestras arremetidas. Sus caderas acudían puntualmente al encuentro de mis dedos mientras las secuencias de opresiones y la fricción en las zonas más sensibles de nuestros organismos hacían estragos en las dos. Perdimos el control, ensordecidas por nuestros propios gritos de éxtasis. Juntas llegamos al orgasmo en medio de lágrimas de dicha.

Xio se dejó caer sobre la cama y yo me acosté sobre ella. Saqué mis dedos de su vagina y lamí el néctar pasional que acababa de regalarme. Le di a probar mi flujo en los dedos que habían hurgado mi intimidad. Ella aceptó con una sonrisa de complacencia.

Me sentí dichosa. Acababa de iniciar una relación con mi propia tía, me había saciado las ganas de cubrir la parte lésbica de mi sexualidad y teníamos por delante un futuro lleno de placeres extremos.


Continuará
-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,367
Puntos
113
 
 
 
-
Tía y Sobrina – Capítulo 02

Establecimos nuevos hábitos de convivencia en los días que siguieron al primer encuentro sexual entre tía Xio y yo.

Despertábamos temprano, desnudas y abrazadas. Mientras me alistaba para trabajar ella preparaba el desayuno. Durante el día acudía a la revista o salía a las asignaciones, a media tarde comíamos juntas. Hacíamos el amor un rato, veíamos alguna película y volvíamos al sexo. Tía Xio aprendía los placeres lésbicos con entusiasmo.

Despejé sus dudas con paciencia. La hice comprender que, al ser ambas mujeres, el tabú del incesto no debía preocuparnos. El tema de la femineidad quedó aclarado. Las lesbianas o mujeres bisexuales no tenemos por qué dejar de ser femeninas. Somos mujeres a quienes nos atraen otras mujeres y nada nos obliga a adoptar actitudes varoniles. Por el contrario, el nuevo modo de vestir y actuar de tía Xio era más femenino que sus maneras anteriores, cuando era la esclava sumisa de su ex esposo y sus hijos.

Así llegó el viernes de nuestra primera semana. El trabajo de liberación y empoderamiento de mi tía estaba rindiendo frutos. Ya no enrojecía cuando hablábamos de sexo e incluso comenzaba a tomar la iniciativa en nuestros juegos.

—¿Te molestaría si deseara estar con un hombre? —Preguntó mi “Tía Buena”.

—¡Me encantaría! —respondí emocionada—. ¡Los hombres pueden ser deliciosos, siempre que sepan respetar nuestros deseos y nos traten con igualdad!

—Es que siento curiosidad.

—Lo sé —asentí—. Estuviste casada veinte años y tuviste dos hijos, pero nunca hiciste el amor. Tío Javi te usaba como depósito de semen, que no es lo mismo. ¡Sería bueno que estuvieras con un auténtico hombre y que compartas con él los placeres el sexo!

—Pero esto que somos, ¿no se verá afectado? —sus dudas eran naturales.

—En primer lugar, no somos mutantes femeninos masculinizados —enumeré—. Somos mujeres que encuentran placer sexual con otras mujeres. Segundo punto, al ser mujeres, estamos hechas para gozar también con los hombres. Tercero, el o los hombres con quienes tengamos relaciones deben estar libres de complejos, celos o ansias de control. ¡No podemos permitir que vuelvas a caer en las garras de un amo!

—Amor, no quiero que te sientas celosa —midió el terreno—. Pero he pasado de ser heterosexual a lesbiana y me gustaría probar con un hombre las cosas que me has enseñado. No es que desee terminar con lo que tú y yo tenemos, pero me gustaría saber lo que se siente gozar con una “pareja de pene”.

Sonreí y la abracé efusivamente. Me encantaban sus palabras. Si Amanda, mi anterior compañera de lecho, hubiera opinado parecido, aún seguiríamos juntas.

—Conozco al ejemplar ideal —informé—. Se llama Saúl. Fue mi profesor de Antropología en la Facu. Es un mulato de metro ochenta, cuerpo de Adonis y miembro de Príapo. Él me inició en el placer heterosexual y, aunque he disfrutado con otros hombres, siempre vuelvo a llamarlo para que calme mis ganas de pene. Déjame llamarlo y organizarlo todo.

Corrí a mi habitación antes de que Xio cambiara de parecer. Llamé a Saúl y le dio gusto saludarme. Estaba en una conferencia; le pedí que viniera al apartamento en cuanto se desocupara. No expliqué lo que quería de él y dejé el tema abierto a cualquier especulación. Concertada la cita, apuré a tía Xio para que nos preparáramos.

Saúl llegó a eso de las nueve de la noche. Al verlo, Xio no supo ocultar su agrado ante la perspectiva de lo que planeábamos hacer.

—Edith, estaba en un congreso, pero me he salido antes para verte —informó el profesor desde la puerta.

—Es algo muy importante —respondí—. Pasa; te presento a mi tía Xio, hermana de mi madre.

Ellos se saludaron, Saúl entró y se sentó en el sofá.

—Mis asistentes se quedaron en el evento —informó él—. Prometí regresar lo más pronto posible.

—¡Tendrán que esperar! —sonreí seductora—. ¿Recuerdas lo que hiciste por mí cuando te pedí que me mostraras los placeres del amor hetero?

Miró a tía Xio como temiendo un reproche.

—Sí, y no me arrepiento.

—Pues quiero que repitas el milagro —me senté a su lado y me acurruqué buscando su cuerpo—. Tía Xio necesita conocer eso que me diste. Necesitamos que la enseñes a disfrutar con un hombre; yo la he capacitado en el amor lésbico, pero tiene que pasar al “siguiente nivel”.

Xio se paró delante de mí y nos tomamos de las manos, en espera de la respuesta.

—¿Es broma? —preguntó Saúl.

Parpadeó como queriendo cambiar su modo de ver a mi tía. Esta había pasado de ser la parienta de su amiga con derechos a prospecto de compañera sexual.

—No es broma —señaló Xio—. Tuve una vida de humillaciones y desprecios, pero todo cambió desde que terminé con mi marido. Quiero saber lo que siente una mujer cuando goza con un hombre.

Mi “Tía Buena” se agachó para besarme en la boca. Había cambiado mucho, evolucionando a un estado de desinhibición casi total; acariciarme delante de un desconocido la ubicaba un peldaño más arriba de su escala.

—Los chicos esperan en el evento —tembló Saúl.

—Si no tienes que prepararles el biberón o cambiarles los pañales, creo que pueden esperar —objeté.

Volteé para besar al profesor. Al principio lo sentí tenso, pero segundos después ya devoraba mi boca apasionadamente. Xio aprovechó que estaba ocupado para sentarse sobre los muslos del hombre. se la veía bastante excitada.

Me separé de Saúl y Xio ocupó mi lugar en la boca masculina, besándolo sin recato. Él correspondió gustoso y las manos masculinas recorrieron por primera vez las formas de mi tía. Me incorporé para descorrer la cremallera del vestido de ella. Bajé sus tirantes y exhibí sus senos, ofreciéndolos al hombre.

Él la abrazó con fuerza. Se notaba deseoso de hacerla gozar, pero también parecía dispuesto a darle ese condimento de consideración y afecto hetero que siempre le había faltado.

La besó y lamió en el cuello. Fue descendiendo por en medio de sus senos, haciéndola gemir. Entendí la excitación de ella; la aspereza de la barba del hombre le brindaba sensaciones que mi sedosa piel nunca podría igualar.

Gritó de gusto cuando él atrapó un pezón entre sus labios y succionó con maestría. Introduje una mano entre los muslos de ella y comprobé que su tanga estaba empapado.

—En mi habitación estaremos más cómodos —sugerí.

Mi tía y el profesor me siguieron apresuradamente. Saúl acariciaba el trasero de Xio mientras caminaban. Sonreí al ver que ambos se habían gustado.

Nos desnudamos entre besos y magreos. Mi tía se maravilló al constatar la longitud y grosor del miembro de Saúl. La hice arrodillar delante del hombre para dar comienzo a la primera felación que haría mi tía.

Xio abría la boca para abarcar la mayor cantidad posible de mástil. Sus mejillas se hundían en profundas succiones mientras su mano derecha alojaba la parte libre y estimulaba con fuertes movimientos de muñeca. Yo le había explicado los aspectos teóricos y habíamos practicado con algún consolador, pero nada me había preparado para ver a mi nueva amante femenina entregada a la pasión oral.

Me arrodillé al lado de mi tía, con el sexo encharcado por la excitación. Mientras ella se esmeraba en la labor oral, deslicé mi mano derecha entre sus muslos, desde atrás de sus nalgas. Me apoderé de su entrada vaginal y acaricié los labios. Ocasionalmente pellizcaba los pliegues con las puntas de mis uñas, deleitándome en la calidez de su humedad. Ella gemía y se estremecía de placer.

—¿Te gusta lo que estamos haciendo, “Tía Buena”? —pregunté.

En vez de responderme tomó mi mano para dirigirla a su clítoris enhiesto. Entonces la masturbé con ahínco, haciendo el recorrido desde la entrada vaginal al botón del delirio. Besé su cuello, su mejilla y llegué a su boca ocupada con la virilidad de nuestro amante. Lamí sus labios y parte de la hombría de Saúl, combinando mi saliva con la de mi tía. Sin dejar de chupar, Xio me miró con ojos chispeantes.

—¡Esto es increíble! —dijo el hombre— ¡Pero los chicos me esperan en el evento!

—¡Si te vas ahora, déjame al menos esto! —exclamó Xio sacudiendo el miembro de Saúl—. ¡Ya me encendieron y no permitiré que me dejen así!

Con estas palabras quedó zanjado el asunto de los asistentes.

Xio compartió conmigo el pene y ambas fuimos chupándolo por turnos; tuve que dejar de masturbarla. Mientras una succionaba el glande, la otra lamía los testículos. A veces lo lamíamos en toda su extensión, ella de un lado y yo del otro.

—Esta es tu noche, “Tía Buena”, Saúl y yo vamos a darte placer a ti —señalé recuperando parte de mi cordura.

El hombre y yo incorporamos a mi tía para besarla por todos sitios. Él devoraba sus pechos mientras yo, de rodillas tras ella, lamía sus nalgas y hacía que mis dedos índice y medio de ambas manos se introdujeran en su vagina para darle placer.

Saúl se arrodilló ante ella y entre los dos la abrimos de piernas. Mis dedos en el sexo de mi tía invitaban al hombre a realizar el cunnilingus. Saúl me tomó por las muñecas y ejecutó un rítmico movimiento que provocaba que mis dedos entraran y salieran de aquella excitada intimidad. Me hice cargo de la masturbación mientras él succionaba el clítoris ruidosamente. Mis manos estaban empapadas en el néctar filial.

Ella gemía y nos exhortaba a darle más placer. En un momento dado dobló el cuerpo hacia delante para apoyar sus manos sobre los hombros del hombre. Saúl succionaba el clítoris de ella haciendo coincidir los momentos en que mis dedos estaban totalmente dentro del sexo de mi tía.

Xio llegó al orgasmo en medio de gritos ensordecedores. Mis dedos se empaparon aún más y me dio especial morbo sentir la lengas de Saúl lamiendo mis manos. Liberé la vagina de mi tía para colar mi cabeza entre sus muslos y besar en la boca al hombre, justo debajo de su intimidad.

—No volverás a ver tu sexo sin acordarte de esto —sentenció él.

—¡No podré ni respirar sin recordar esta noche! —respondió ella—. ¿Cómo se llama lo que me están haciendo? ¿Me están pervirtiendo?

—¡Estamos destruyendo tus ataduras! —exclamé incorporándome y dando una nalgada cariñosa a Xio—. ¡Si en el proceso te conviertes en una depravada, que así sea!

—¡Vale, menos charla y más acción! —sonrió Saúl sentándose en la cama.

Xio miró su erección y dudó un momento. La tranquilicé acariciando su cabello rojizo y la acerqué al hombre.

—Prueba primero con una “sirena” —sugerí—, es muy estimulante y no requiere penetración.

Acomodé a Saúl acostado y a Xio, de espaldas a él, sentada sobre el abdomen masculino, con la virilidad en medio de sus muslos a la altura de su sexo. La hice cerrar las piernas para aprisionar el mástil.

—¡Lo siento todo por fuera de mi vagina! —exclamó ella.

—Muévete como si lo estuvieras montando.

Él se apoderó de las caderas de Xio y movió su cuerpo para gozar del encierro que los muslos de ella. Mi tía gimió y me miró con los ojos entrecerrados. Sus cuerpos adquirieron velocidad en el roce. La fricción, sumada a la humedad, resultaba placentera para ambos. Mi tía gemía desesperada mientras el profesor la hacía rotar las caderas con maestría.

Yo conocía las reacciones de Xio y, cuando vi que estaba próxima al orgasmo, la obligué a separar las piernas e interrumpir el contacto. No necesitó que se lo sugirieran, ella misma se acomodó la virilidad de Saúl en la entrada vaginal y se dejó caer lentamente.

—¡Me llenas como nadie! —exclamó cuando tuvo todo el mástil dentro.

Él se aferró a las nalgas de ella y la hizo moverse con furia. Xio cabalgaba sobre Saúl en arrebatadores vaivenes de cadera, sin permitir que escapara una sola fracción de placer. Sus senos botaban con ritmo enloquecido. Aquel era el miembro más largo que yo hubiera probado jamás, sabía por experiencia que estaba llegando a la matriz de Xio.

Mi tía no tardó en recuperar la cadena de placer que yo había cortado momentos antes. Esta vez llegaría con mayor intensidad. Consiguió el orgasmo gritando y jadeando intermitentemente mientras su cuerpo se sacudía con pasión. Me miró con los ojos casi en blanco y la boca muy abierta. Se hizo hacia delante y apoyé su cabeza sobre mis senos.

—Esto es lo que yo quería para ti —susurré con amor—. Deseaba que te liberaras, necesitábamos destruir tus ataduras.

Momentos después, Xio se tranquilizó. El orgasmo, indudablemente múltiple, decreció en intensidad. Sin permitir que se desacoplaran, incliné a mi tía al tiempo que separaba sus piernas. Quedó tendida sobre Saúl, con la cabeza orientada hacia los pies del hombre y la virilidad profundamente incrustada en su vagina. Era como algunas de las “tijeras” que solíamos practicar, pero con un pene en su interior.

—¡Ustedes sí que saben divertirse! —jadeó Xio.

—¡Y lo que falta! —respondí—. ¡Cuando terminemos contigo estarás bien gozada y, si es posible, hasta preñada!

Mis palabras la hicieron temblar. Saúl aferró los muslos de Xio y empujó la pelvis para penetrarla a fondo. Ella gritó, sintiendo que nuevos puntos erógenos despertaban en su interior.

—¡Dámelo todo! —exigió Xio—. ¡Anda, que en veinte años de matrimonio jamás gocé tanto con un hombre como esta noche!

—¡Y lo que falta por hacer! —profeticé.

La postura, denominada “el remero”, parecía extraña, pero era bastante morbosa. El hombre llevaba el ritmo de las profundas penetraciones con las manos sujetas a los muslos de la mujer. Xio adelantaba o alejaba su pelvis mediante poderosos movimientos de cadera. Monté sobre el rostro de Saúl cuando el ritmo se estabilizó.

Gemí al sentir la calidez de su aliento directamente sobre mi vagina. Noté entre mis muslos el movimiento de los brazos del hombre y, por un instante, me visualicé montando a pelo sobre un brioso corcel negro. Él besó mi entrada vaginal y succionó con fuerza para absorber parte de mi humedad íntima. Aullé de placer al sentir que expelía aire tibio por la nariz.

Xio volvió a alcanzar el orgasmo. Mientras ella gritaba de placer, me agaché para quedar tendida sobre Saúl. Las nalgas de mi tía se movían ante mi rostro, abriéndose cuando era penetrada y cerrándose parcialmente cuando se alejaba para retomar impulso. Las manos del hombre la sostenían por los muslos para sincronizar los movimientos de ambos.

Lamí el canal que separaba los glúteos de Xio mientras ella aún seguía gritando su prolongado clímax. Encontré con mi lengua su orificio anal y lo humedecí con saliva. Con la uña de mi índice acaricié las rugosidades provocando que Xio se agitara de gusto. Yo movía mis caderas para friccionar mi intimidad en el rostro del hombre. Cuando arqueaba la espalda, Saúl atrapaba mi clítoris entre sus labios para succionarlo, al retroceder, hundía su nariz en mi vagina y expelía aire cálido.

Me sacudía y jadeaba, pero no perdí la concentración. Hundí toda mi lengua dentro del ano de Xio. Ella gritó y levantó la cabeza con desesperación. Sin interrumpir el ritmo de los amantes, lamí con esmero el orificio posterior de mi tía. Alternaba el juego lingual con profundas succiones que hacían gritar a Xio en un exquisito “beso negro”.

Mi “Tía Buena” descendió de su orgasmo para remontar en otra oleada de placer. Nuestro amante gritó con su boca firmemente incrustada en mi sexo y supe que también llegaba su momento.

—¡Sí, Saúl, eyacula dentro de Xio! —grité emocionada—. ¡Llénala con tu esperma, empápale la matriz! ¡Préñala y dame un primo mulato! ¡Que se entere el poco hombre que es su ex marido! ¡Desbórdala, que enseguida sigo yo!

Los amantes se sacudieron en oleadas e placer. Escuché y sentí los suspiros del hombre en mi vagina mientras descargaba su simiente en lo más profundo del sexo de mi tía. Ella murmuraba frases entrecortadas y recibía gustosa la riada de esperma eyaculado en su honor.

Me retiré para acostarme a un lado. Xio se desacopló de mala gana y Saúl se arrodilló entre mis piernas. Su virilidad se mostraba orgullosa, erecta y empapada con los flujos vaginales de mi tía y el semen recién ordeñado. Separé las piernas para mostrarle mi sexo empapado en actitud impúdica.

—¡Al ataque! —ordené.

Posicionó su glande en mi entrada vaginal mientras me miraba a los ojos. Acomodó mis tobillos sobre sus hombros y me penetró despacio, con la maestría que demostraba su larga experiencia.

—¡Te vas a enterar! —exclamó Saúl—. ¡Querías verme así, convertido en una máquina sexual! ¡Aquí me tienes!

Con su última exclamación terminó de penetrarme. Su glande llegaba hasta mi útero, la curvatura de su virilidad pulsaba mi anhelante “Punto G” y todas mis terminaciones nerviosas estaban en alerta sexual. Me sentí dichosa; amo el sexo femenino y el placer de gozar con un cuerpo similar al mío, pero también me hace vibrar un amante como Saúl.

El profesor bombeó diestramente, con movimientos de pelvis que me arrancaban gritos de placer cada vez que su miembro me llegaba hasta el útero. Yo controlaba mis músculos vaginales para proporcionarle y darme a mí el placer adicional de unas bien coordinadas opresiones internas. Xio se acostó a mi lado, con las piernas levantadas para impedir que la mayor parte del semen de nuestro amante escapara de su sexo.

—¡Gracias, “Mi Amor”! —exclamó—. ¡Nunca he sido tan feliz!

Saúl me penetraba impetuoso y mis caderas respondían con movimientos que acompañaban a los suyos, mi calentón de toda la tarde ardía dentro de mí y no pude pensar en una respuesta a las palabras de mi “Tía Buena”.

Cobré mi orgasmo sintiendo que toda mi piel se erizaba con la descarga de energía. Espasmos de placer recorrían mi sexo mientras de mi interior surgían riadas de líquido pasional. Grité desesperada exigiendo más, no porque me fuera insuficiente, sino porque quería prolongar la sensación hasta el infinito.

Saúl sudaba, gemía, embestía con poderosos golpes de pelvis. Sus ojos expresaban el calor de cuantos incendios hubieran existido. Esa mirada, esa pasión y ese brío eran los factores que me tenían sujeta a él; sin importar la cantidad de hombres o mujeres que hubieran pasado por mi cuerpo, siempre volvía al suyo.

Descendí de mi orgasmo para respirar fuerte y concentrarme en el nuevo clímax que se insinuaba en mi organismo. Mientras fornicaba con Saúl, Xio acariciaba mis pezones y besaba mi boca con ternura.

—¡Te amo! —grité sin saber a quién de los dos me refería. Quizá a ninguno de ellos, quizá sólo estaba enamorada del sexo.

El nuevo orgasmo llegó como una Súper Nova que ilumina parcecs enteros y, como tal, sentí que me perdía en el tiempo, la eternidad y el cosmos.

Aullé como loba en celo mientras sentía que Saúl, en un majestuoso movimiento, clavaba su ariete en mi sexo para descargar su simiente en mi interior y acompañarme en un aullido pasional tan antiguo como el tiempo.

—¡Sí, así! —gritó Xio—. ¡Préñala! ¡Preña a mi sobrina! ¡Préñanos juntas para que nuestros hijos mulatos puedan jugar juntos!

Saúl salió de mi cuerpo y se tendió en medio de las dos. Puso ambas manos sobre nuestros sexos repletos de su esperma y acarició nuestras entradas vaginales.

—¿Tanto morbo les viene de familia? —preguntó sonriendo.

—Creo que sí —respondí—. Pero mi madre es una santurrona reprimida. Convendría que la invitáramos a retozar un rato. ¡O se muere de un infarto o se vuelve como nosotras!

—¡No te duermas! —exigió Xio a Saúl—. ¡Todavía me falta algo y no permitiré que me dejes sin dármelo! ¡Quiero que me des por detrás, nunca lo he hecho y necesito saber lo que se siente!

—¡Saúl es un experto desvirgador de anos! —exclamé orgullosa—. ¡A mí me lo estrenó; bueno, realmente estrenó todos mis agujeros!

Xio sonrió con el gesto lascivo que había aprendido a expresar en los últimos días. Sin más preámbulos reptó sobre el cuerpo de nuestro amante para acomodar el rostro sobre las ingles masculinas. Tomó la virilidad de Saúl y abrió la boca para chuparla.

La felación de mi tía fue profunda y dedicada; tragó desde el comienzo todos los restos de semen y flujo vaginal de ambas. Engullía el mástil a consciencia, metiéndose en la boca dos tercios de su longitud. Retiraba la cabeza con los mofletes hundidos en una succión intensa. Cuando adelantaba su cara, se agitaba de anticipación. En ocasiones liberaba el pene para frotarlo por su rostro o acariciarlo con sus cabellos. Escupía sobre sus manos para frotarlo y jugar con el glande entre sus dedos. La vi tan excitada que no quise interferir, dedicando mis energías a masturbarme con dedos que chapoteaban lascivamente entre los néctares que empapaban mi sexo.

—¿Tú no te cansas de esto? —preguntó Xio a Saúl—. Mi ex marido no podía mantener una erección ni cinco minutos y nunca fue capaz de proporcionarme un orgasmo.

El profesor y yo nos miraos con intensidad y rompimos a reír. Sin añadir más comentarios acomodamos a mi tía en cuatro puntos sobre la cama. ella se apoyó sobre los codos y arqueó la espalda en actitud de gata en celo.

—Hay que estimularte bien —informó el hombre—. ¿De verdad quieres que te sodomice?

—¡Sí, rómpeme por detrás! —exigió ella—. ¡Ábreme, desvírgame, reviéntame! ¡Hazme feliz y destruye mis ataduras!

Saúl se arrodilló tras las nalgas de Xio e introdujo dos dedos en su anhelante vagina. Ella pegó un bote al sentir la fricción directamente sobre su “Punto G”; él sabía localizar el mío y debió suponer atinadamente que el de mi tía estaría a la misma altura. La masturbó con maniobras expertas haciendo flexiones de sus dedos, metiéndolos y sacándolos de la intimidad femenina. Me acomodé a un costado de mi “Tía Buena” para acariciar su busto.

Mientras nuestro amante estimulaba a la mujer, sujeté el pecho derecho de Xio desde el nacimiento al costado y, con ambas manos, apreté para descender por la esponjosa protuberancia, en un movimiento de ordeño que la hizo gritar. Mis maniobras representaban una variante de la exploración mamaria, combinada con el masaje recomendado para conservar la salud y firmeza de los pechos. Repetí el juego una y otra vez.

Dejando a Xio al borde del orgasmo, Saúl retiró los dedos de la vagina para reemplazarlos por su glande. Le introducía un tercio de su hombría y hacía girar el tronco para arrancar sensaciones en el vestíbulo. Retiraba de golpe el miembro, lo hacía girar sobre su clítoris en suaves fricciones y volvía a la estimulación vestibular. Tras varias secuencias introdujo el índice empapado en el ano de mi amada tía.

Ella gimió roncamente al sentirse invadida, por toda respuesta, él penetró su vagina en un movimiento lento y certero. Nuestro hombre le metió también el dedo medio en la entrada posterior cuando ella sintió el glande presionando su útero. Se mantuvo quieto unos segundos.

—¿Te gusta sentir tus dos agujeros ocupados? —pregunté abandonando los senos de Xio—. ¡Quizá pronto podamos organizarte una doble penetración!

Me acerqué al abdomen de Saúl y acomodé mi boca sobre el ano de Xio. Lamí los dedos de él y los pliegues abiertos de ella hasta donde la postura me lo permitía. Después separé con mis manos las nalgas femeninas y autoricé a nuestro hombre a dar el siguiente paso.

El profesor inició un profundo vaivén pélvico que mandaba su hombría a lo más hondo del sexo de Xio. Cuando la penetraba, sus dedos dentro del ano de ella se separaban y jugaban con la resistencia del esfínter. Cuando alejaba su abdomen, incrustaba los dedos a fondo y los flexionaba provocando gritos de placer en ella.

Xio jadeaba, sudaba y se estremecía mientras su sistema nervioso juntaba fuerzas para llevarla a un nuevo clímax.

Se corrió con la virilidad de Saúl firmemente incrustada en su canal vaginal. Los dedos de él estaban bien alojados en su ano. Cuando aún se estremecía, nuestro amante desalojó sus orificios.

Separé al límite las nalgas de Xio y dediqué una última lamida al contorno anal. Por último succioné con fuerza sobre el orificio trasero y le incrusté la lengua en un morboso beso negro que la hizo saltar para apoyarse sobre las manos. Hice una señal a Saúl y me retiré.

El hombre llevó su glande empapado de flujo femenino al ano de la mujer. Separándole las nalgas con sus manos, empujó despacio para penetrarla. Xio gimió extasiada y apretó los ojos. Saúl avanzó más. Entró con delicadeza, pero fue firme e inexorable. Mi tía arqueó la espalda, alzó la cabeza, gritó y abrió los ojos cuando toda la virilidad de nuestro amante se alojó en su orificio anal.

—¡Me tiene toda abierta! —gritó—. ¡Lo siento hasta el estómago! ¡Parece que me fuera a salir por la boca!

Yo lo había probado en innumerables ocasiones y sabía lo que tía Xio estaba sintiendo. El miembro de Saúl era de considerables dimensiones, guardarlo entero en el ano representaba una proeza para cualquier mujer.

Nuestro hombre ejecutó un movimiento de vaivén. Penetraba el ano de mi tía hasta el fondo y sus testículos chocaban con los empapados labios vaginales. Cuando retrocedía, jugaba con la curvatura de su miembro para dilatarla aún más y penetrarla nuevamente.

—¿Te duele? —preguntó él.

—¡No pares! —gritó Xio—. ¡Me encanta! ¡No duele, no molesta! ¡Lo estoy disfrutando mucho!

Ya más confiado, Saúl aceleró los movimientos. Sus testículos chocaban violentamente contra el sexo de Xio, para retroceder empapados e flujo vaginal. el pene se perdía en las profundidades anales de ella mientras abría camino y desvirgaba un territorio “nunca antes tocado por el hombre”.

Me sentía febril. Arrodillada al lado de Saúl no dejaba de acariciarme. Me mantenía en estado de excitación. Pero sin buscar un orgasmo; se me había antojado recibir el mismo tratamiento y decidí esperar.

Los cabellos de Xio se pegaban a su rostro, sus caderas acudían puntualmente al encuentro de la hombría que taladraba su recto. Hombre y mujer parecían deidades antiguas; un Príapo de ébano que sodomizaba a una Afrodita de refulgentes ojos verdes.

Xio gritó en un orgasmo apoteósico y se dejó caer nuevamente sobre los codos. Golpeaba el colchón con los puños apretados mientras Saúl pistoneaba con brío. Él la montaba ya enérgicamente, ella correspondía haciendo chocar sus nalgas sobre el abdomen masculino. Ambos gritaron en un alarido bestial. Cuando el clímax de Xio llegó a su punto máximo, Saúl la atrajo por la cintura y le incrustó su ariete en lo más profundo. Eyaculó dentro de ella irrigando sus entrañas con espesos chorros de semen.

Permanecieron acoplados un par de minutos. Él gozaba con la calidez del orificio y ella disfrutaba de la sensación indescriptible que proporciona el semen en los intestinos y un buen miembro viril en el ano dilatado.

Cuando se separaron, Saúl se acostó con la hombría aún en pie de guerra. Yo lo conocía muy íntimamente y sabía que, para él, la noche pasional apenas comenzaba. Me recosté sobre su torso y él me abrazó con ternura, como si hubiera sido yo quien lo recibiera segundos antes en el ano. Xio se nos unió y nos besó en la boca alternadamente.

—¿Todavía resistes, Saúl? —preguntó mirando la erección.

—Conozco las técnicas respiratorias, practico el sexo Tántrico desde muy joven, tengo una salud de hierro y me encuentro en medio de dos hembras de bandera. ¡Sería un delito quedarme dormido y terminar la noche!

La enumeración no sonó presuntuosa, más bien excitante. Mi “Tía Buena” se excusó y salió de la habitación para asearse. Saúl y yo nos quedamos abrazados, acariciándonos y diciéndonos cosas tiernas; él también necesitaba asearse después de desvirgar el ano de Xio, pero podíamos esperar unos momentos. Escuchamos el ruido de la cisterna del WC y luego el rumor de la ducha.


Continuará
-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,367
Puntos
113
 
 
 
-

Tía y Sobrina – Capítulo 03



Me estremecí al ver la mirada de tía Xio. En sus ojos ardía el fuego del deseo más carnal. Saúl acababa de sodomizarla; en vez de verse relajada o distendida, se la notaba vigorizada.

La mujer se sentó a mi lado e inclinó su rostro para besarme apasionadamente. Me sentí atrapada por el ramalazo pasional; su cabello húmedo abarcaba todo mi campo de visión. Su aroma, de piel fresca y recién bañada, encendió mis sentidos lésbicos.

En nuestra relación, yo siempre había llevado la batuta sobre nuestras acciones. Ocasionalmente ella tomaba la iniciativa, pero sólo por breves momentos y nunca hasta entonces había mostrado tanta seguridad en sí misma. Sentí que se invertían los papeles y la idea me gustó.

—No sólo los hombres pueden ser máquinas sexuales, “Mi Amor” —declaró.

Xio me tomó por la cintura e hizo que me pusiera de costado. Sentí que escurría semen y flujo vaginal desde mi sexo. Sin preámbulos, mi tía levantó mi pierna izquierda y se acomodó para montar sobre mi muslo derecho. Nuestras vaginas se encontraron en un beso de “X”. la “tijera” se concretó cuando la mujer adelantó la pelvis para estrechar el contacto.

Embistió con fuerza, frotando violentamente su sexo sobre el mío. Grité apasionada; mi clítoris reaccionó dándome un tirón de placer. Moví mi vientre en una danza copulatoria que buscaba coordinarse con sus movimientos. Ambas jadeamos, la humedad de mi vagina empapó el espacio entre nuestros muslos.

Xio empujaba y retrocedía con mucha fuerza. Su expresión me recordó mis propios gestos cuando he hecho el amor ante un espejo. La fricción resultaba exquisita y pronto me escuché jadear mientras ella no paraba de moverse.

—¿Esto querías de mí, Edith? —preguntó—. ¡Me llevaste a ese hotel y me enseñaste que no necesito a ningún hombre para gozar! ¡Después trajiste a casa a tu semental y lo compartiste conmigo! ¡Me penetró! ¡Me hizo correr! ¡Le pedí que desvirgara mi ano y me lo concedió!

Yo sólo asentía con la cabeza. El placer que me daba la nueva faceta de mi tía era exquisito. Saúl volvió con nosotras, recién bañado y desnudo. Su erección permanecía en estado de alerta máxima.

—¡Mira en lo que me has convertido! —jadeó Xio al borde del paroxismo—. Destruiste mis ataduras! ¡Él destruyó mis ataduras!

Gemíamos, jadeábamos, nos agitábamos como fieras en celo. Éramos dos hembras de la misma manada, cuyos puestos como Alfa y Beta se habían intercambiado.

—¡Yo destruyo mis ataduras! —gritó Xio cuando el orgasmo recorrió todo su cuerpo.

La vibración sexual me alcanzó también y la acompañé en el clímax. Aullé en un grito liberador. Me invadió la energía del clímax, pero también la dicha de saber que mi amada “Tía Buena” acababa de aceptarse, definirse y expresarse por sí misma. Estaba empoderada, crecida, fuerte y guerrera. Algunas lágrimas de emoción escaparon de mis ojos.

—Hay mucha belleza en el morbo, o mucho amor en la belleza, o mucho morbo en el amor —filosofó Saúl acercándose a nosotras.

El profesor se sentó en la cama. Xio se levantó para mirarlo a los ojos.

—No me malinterpretes —dijo—. Me pondré de rodillas para estar más cómoda, no porque necesite rendirle pleitesía a ningún hombre.

Saúl me miró como solicitando información, pero ambos entendimos las palabras de mi tía cuando esta se arrodilló entre las piernas de él, tomó su miembro con una mano y se introdujo el glande en la boca.

Succionó lascivamente. Subía y bajaba la cabeza en enérgicos movimientos. No quedaba nada de la timidez o las barreras interiores de aquella mujer. Saúl sonreía extasiado, acariciaba su cabello con verdadero afecto y me miraba con ojos entornados. Sentí ternura y amor verdadero por mis compañeros de lecho. Con ella y él a mi lado estaba complementada, entera y fuerte.

Xio volvió a levantarse para subir a los muslos de Saúl. Se acomodó a horcajadas y ella misma dirigió la potente virilidad a su entrada vaginal.

—¡Hasta el fondo, semental, pero no te corras porque quiero que sodomices a mi sobrina!

Los amantes se besaron en la boca. Él sujetó las caderas de ella y le ofreció su apoyo en el descenso. Repté para quedar al lado de la pareja.

—¡Saúl, me tocas el fondo! —gritó Xio con la boca pegada a los labios de él.

—Eres hermosa, eres deliciosa y me alegra que estrenes una nueva faceta de mujer poderosa —respondió él—. ¡Me alegra ser parte de tu despertar.

Concretaron el acoplamiento. Me situé de rodillas en la alfombra, detrás de Xio. Tenía ante mí un primer plano de las nalgas de ella, los muslos y testículos de él y los genitales de ambos en el contacto más íntimo.

Mi “Tía Buena” inició un frenético galope sobre nuestro semental. La virilidad de Saúl se incrustaba completa en el sexo de ella para resurgir entre chapoteos de flujo vaginal. Los dedos oscuros del profesor contrastaban con la piel blanca de la mujer. Me excitaba ver cómo se contraían las nalgas de Xio al ascender, para luego separarse impúdicamente cuando descendía. Ella dejaba escapar exclamaciones de placer a cada inmersión de la herramienta masculina.

—¡Saúl, me corro! —gritó ella—. ¡Me corro, pero tú no te vengas todavía! ¡Tienes que sodomizar a Edith!

El hombre y yo nos miramos y sonreímos. Ambos sabíamos que, en aquellas circunstancias, él podía resistir mucho tiempo sin eyacular. Además, en caso de correrse, tenía bastantes “municiones” para volver a la batalla.

Xio gritó en medio del éxtasis. Arqueó la espalda hacia atrás en un espasmo de placer; Saúl la sostuvo por la espalda mientras su vagina le empapaba los testículos en una descarga pasional.

Mi “Tía Buena” apoyó su cabeza en el torso del profesor. Él besó su frente y sus cabellos con verdadera ternura.

—¡Esto es un hombre, no la basura con la que me casé! —exclamó entre jadeos—. ¡Este es verdadero sexo! ¡Esta es verdadera pasión, no la “coprofilia” que tuve que soportar con Javi!

Me acerqué a ellos por el costado y ambos se apoderaron de mis senos para acariciarlos.

—“Mi Amor”, te tenemos muy abandonada —señaló Xio—. Es tu turno de gozar, de eso nos encargamos Saúl y yo.

Me tendieron sobre la cama. Saúl repasó sus manos sobre mi busto y sopesó mis pechos en sus palmas. Xio separó mis muslos para lamerlos y besarlos. Me sentí transportada a un universo de caricias y placeres ilimitados.

El hombre friccionaba mis senos desde el nacimiento en mis costados, oprimiendo y palpando toda su redondez. Xio llegó a mi vagina y lamió ansiosa desde la entrada hasta el clítoris. Mi lubricación femenina se combinaba con el semen que rato antes eyaculara Saúl dentro de mí.

Hice señas a Saúl para que me acercara su miembro al rostro. Lo sostuve entre mis manos y lo llevé a mi boca para lamer los restos de flujo vaginal de mi amada tía. Entre tanto, ella chupaba mi clítoris con fervor casi religioso mientras hurgaba con dos o tres dedos en mi entrada vaginal. Hice descansar la virilidad de él a lo largo de mi cara para lamer sus testículos. Gemía en respuesta a las manipulaciones de mi tía.

Cuando volví a atender el pene, mi tía levantó mis piernas hasta juntarme las rodillas con los senos; de este modo consiguió libre acceso a mis dos orificios.

Succioné el glande y me introduje en la boca más de la mitad de la hombría. Xio lamió mi orificio anal e introdujo dos dedos en mi vagina para pulsar mi “Punto G”. grité de placer.

La lengua de Xio dibujó filigranas en torno a las rugosidades de mi ano mientras sus dedos en mi cueva femenina causaban nuevos estragos. Inició una secuencia de penetraciones linguales unidas a profundas succiones con sus labios. Yo gemía y sollozaba de placer mientras Saúl metía y sacaba su miembro de mi boca en movimientos bien estudiados.

Xio me masturbaba suavemente mientras hurgaba con su boca en mi ano. Esa noche había liberado a la Diosa Sexual que estuvo prisionera en su alma. Pegué un bote cuando penetró mi orificio posterior con uno de sus dedos. Avanzó por mi segunda entrada sin dejar de estimular mi vagina.

—¡Tía, me vas a hacer correr! —anuncié sacando la hombría de Saúl de mi boca.

Un segundo dedo se incrustó en mi ano. Mi “Tía Buena” jugó con mi esfínter en movimientos de penetración profunda, dilatación y amagos de salida con los dedos haciendo la “V” de la victoria dentro de mí.

Cortó mi escalada de placer para desalojar mis orificios y estirar mis piernas. Saúl se aproximó a Xio y ella sujetó su virilidad para menearla unos momentos.

La mujer se acomodó a horcajadas sobre mi pubis, dándome la espalda. Tuve ante mí la vista que tendría un hombre que la penetrara en esa posición. Ambas separamos las piernas al filo de la cama.

—¡Danos duro y sin compasión! —exigió mi tía—. ¡Saúl, fornica con las dos al mismo tiempo!

Nuestras vaginas estaban en contacto, una sobre la otra, pero con los respectivos clítoris en ubicaciones contrarias. Saúl se acomodó entre nuestras piernas y dirigió su mástil al canal que formaban nuestros labios femeninos unidos.

Embistió con furia aprovechando la lubricación. Alguna vez me confesó que, a causa de las dimensiones e su herramienta, a veces temía llegar a lastimar a las mujeres en caso de penetrarlas de golpe. Xio y yo gemimos de placer al notar el avance del poderoso misil de carne en nuestras intimidades.

El glande recorría desde mi entrada vaginal, friccionaba los labios, frotaba mi clítoris y surgía de en medio de las nalgas de Xio. Al regresar, Saúl ejecutaba un movimiento pélvico que, aprovechando la curvatura del ariete, nos estimulaba aún más las intimidades. Aferré la cintura de mi tía y acompasé mis movimientos con las incursiones del pene de nuestro hombre. Xio y Saúl se besaron apasionadamente mientras yo sentía la recuperación de mi escalada de placer.

Las energías se acumularon en mi sistema nervioso para llevarme a un nuevo orgasmo; Xio volvió a correrse acompañando mi clímax.

—¡Llegó la hora, semental, quiero que sodomices a mi sobrina! —declaró mi “Tía Buena” al caer derrengada junto a mí.

Saúl me acomodó encima de Xio. Nuestros senos se unieron y nuestros sexos volvieron a besarse. El hombre se acomodó entre nuestras piernas y penetró mi vagina desde atrás, con un prolongado movimiento que no cesó hasta que sus testículos chocaron con el sexo de Xio.

Grité impresionada. No había sido brusco y mis paredes interiores lo alojaban bien. El glande llegaba hasta mi útero y vibré de gusto cuando empezó a bombear. Sus manos, aferradas a mis caderas, movían mi cuerpo de adelante hacia atrás, haciendo que mis senos y los de Xio chocaran y se entrecruzaran en un remolino de carne. Nuestras vaginas se friccionaban una sobre otra. Ambas gritábamos cuando Saúl empujaba, pues nos sacudíamos juntas al compás de sus ansias.

Xio yo nos estremecíamos de placer. Nos besábamos de forma febril cuando las circunstancias lo permitían. El profesor pistoneaba con brío y nosotras respondíamos mientras nuestros cuerpos vibraban. Saúl penetró con más ahínco en el momento en que mi tía y yo alcanzábamos el orgasmo.

No me dejaron descansar. Aún me estremecía de gozo cuando me colocaron en cuatro puntos sobre el colchón. Saúl se acomodó de rodillas detrás de mí y penetró mi vagina nuevamente. Lo sentí profundo. Xio se arrodilló a nuestro lado y separó mis nalgas para manipular mi orificio anal. Grité al sentir uno de sus dedos que invadía mi orificio posterior.

Saúl acomodó otro dedo y entre los dos jugaron con la resistencia de mi esfínter. Yo movía mis caderas instintivamente, percibiendo la presencia de la virilidad del hombre en mi sexo y buscando el placer que me proporcionaban digitalmente.

—¡Dámelo por detrás! —exigí—. ¡Ya no me torturen, quiero que me sodomices ahora mismo!

Xio me dio una nalgada y Saúl desalojó mi sexo para apuntalar su glande en la entrada de mi ano. Empujó despacio, con un cuidado infinito, pero sin detenerse.

Su ariete fue abriéndose paso por mi cavidad anal. Yo contraía y distendía los músculos para sentirlo y darle placer desde el principio. La lubricación se componía de la saliva de Xio, el semen de mi vagina y mis propios jugos amatorios.

—¡Te ves hermosa! —exclamó mi tía acariciándome la espalda.

—¡Esto es en tu honor, “Tía Buena”! —respondí—. ¡Para que siempre recuerdes cuánto te amo, para que tengas en cuenta lo poderosa que puedes ser y para que compruebes que, juntas, somos invencibles!

Los testículos de Saúl llegaron a mi empapada vagina. Sentí las manos del hombre acariciando mi espalda baja y mi cintura.

—¡Eres deliciosa, Edith! —reconoció Saúl—. ¡Hacerte esto es un placer que no tiene precio!

Yo misma inicié el vaivén pélvico. Él entendió mis deseos e inició un rítmico bombeo para sincronizar nuestros cuerpos. Cuando su hombría profundizaba, yo oprimía y relajaba el camino. Al retirarse procuraba siempre presionar, como queriendo retener la carne que momentáneamente abandonaba mi ano.

El abdomen del hombre se estrellaba contra mis nalgas produciendo ruidos de palmadas que eran coreados por el chasquido de la carne lubricada deslizándose dentro de la carne.

El primer orgasmo anal me electrizó cuando el profesor aceleró sus movimientos. Su glande avanzaba y retrocedía, mis rodillas se separaban de la colcha cuando llegaba al fondo, yo gritaba incoherencias mientras el placer animal me invadía, explotaba e imploraba.

Grité, me sacudí, lloré y me destrocé en esa cadena orgásmica que parecía interminable. Cuando por fin creí que descendería, Xio coló su mano bajo mi vientre y jugó con dos dedos sobre mi clítoris. Me estimuló con violencia mientras Saúl bramaba tras de mí. Remonté las cotas del placer para caer derrumbada sobre mis codos y sentir que la vida se me escapaba en el enésimo orgasmo de la noche.

Entonces Saúl clavó toda su hombría en mi ano y eyaculó con un rugido salvaje. Juntos llegamos al clímax.

El semen irrigó mis entrañas mientras las ráfagas orgásmicas me recorrían entera. Xio acunó mi cabeza entre sus muslos, no para ofrecerme su vagina, sino para acariciarme, retirar los cabellos de mi rostro y besar mi frente mientras cerraba los ojos. Tal como alguna vez hiciera cuando yo era niña.


Continuará
-
 
Arriba Pie