parejabondage
Virgen
Habían pasado ya casi tres semanas desde mi maravillosa experiencia haciendo de sumisa con aquel chico atractivo y seductor que conocí en el gimnasio de la playa. Algunas noches, cuando la tele es un aburrimiento y en los momentos de descanso en casa, había comentado con mi pareja detalles de aquella experiencia que me habían encantado, porque tal como os expliqué en el primer relato de esta serie somos pareja abierta y liberal que practicamos tríos y contactos casi desde los primeros meses de relación, ¡y ya llevamos más de 20 años juntos!
Un fin de semana decidimos hacer el rol de Amo y sumisa entre mi pareja y yo, pero salió un fiasco y al final parecía ya todo una escena cómica de risas y bromas. Supongo que será por la confianza, o por el vínculo amoroso, pero no es lo mismo. Fue mucho más morboso con ese chico cuya relación es sólo BDSM. Quizá es más fácil sumergirse en el rol. Lo cierto es que no sé por qué, pero jugando con mi pareja no me sale el rol de sumisa, y a él tampoco le sale el rol de Amo. No me impone disciplina. Yo tampoco se lo dejo fácil y no le hago mucho caso para ser sincera. ¡Cosas de pareja!
De todos modos, nos gusta de vez en cuando romper la rutina sexual como pareja. Nos gusta fantasear, y aprovechando que era verano y hace un tiempo tórrido mi novio propuso ir a alguna playa nudista desierta. Buscando por google, lo más cercano de nuestra casa estaba a poco más de 80 km, pero valía la pena, porque quedaba recóndita y de difícil acceso en una población de muy poco turismo. Además estaba apartada de poblaciones. Decía que era grande y muy espaciosa, y tres días después decidimos probar a ver si era verdad.
Fuimos en coche. Aparcamos en una pequeña explanada donde sólo había un coche. Un camino que transcurría entre matorrales que hacían de paredes llevaba a la zona baja de un acantilado, y de pronto asomaba la playa, preciosa, tranquila, solitaria. Sólo se veía al fondo, a unos doscientos metros, otro matrimonio como nosotros, y a la izquierda, a unos cincuenta metros de distancia, un chico que parecía dormido tumbado boca abajo.
Nos pusimos a esa distancia. Tumbamos las toallas, nos quitamos toda la ropa, la guardamos en la mochila de la playa, y ya desnuda le pedí a mi pareja que me pusiera crema por la espalda. Su masaje, la brisa del mar, y el juego travieso de que me puso crema por encima de los pechos acariciando mis pezones, me excitaron hasta el punto de emitir un sensual suspiro. Nos abrazamos, y aunque ya ardía en nosotros las ganas de sexo nos gusta ir despacio. Nos besamos. No acariciamos. Sin prisa. A veces parábamos, tomábamos el sol un rato, y por sorpresa, tomando la iniciativa él o yo, nos volvíamos a acariciar y besar. El proceso lento de la excitación a mí me encanta.
A la media hora, siguiendo en ese ambiente casi desértico, decidimos ir a bañarnos. Me incorporé, y al mirar a mi novio vi que había sacado de la mochila el teléfono móvil y el antifaz de cuero que tenemos en casa. Lo tenía escondido, y no me había dado cuenta que lo había traído.
“Gírate” – me dijo, y al hacerle caso me dejó de inmediato con los ojos vendados.
Hicimos una serie de fotos eróticas en la orilla del mar. Posados puse varios, y entonces mi novio puso el modo vídeo. Me puse como me dijo, recta de pie, toda recta, muy recta, mis tetas bien firmes, piernas muy abiertas, como si fuera un triángulo, las manos tras la nuca, los ojos vendados, de cara al mar, y quieta y callada sin moverme mientras él se daba un baño.
Así podía verme bien nítido y visible desde el mar.
Dejó de grabar, y excitada le oí meterse en el agua. Le oí nadar, y zambullirse, y jugar con el agua, y yo cada vez estaba más excitada. No aguantaba mi impulso sexual, y le pregunté si iba a tardar mucho en salir. Entonces oí una voz a mi espalda.
“Te han dicho que estés callada” – oí.
Escrito no veis la diferencia, pero yo sí que noté lo que ocurrió. No era la voz de mi novio. Era la voz del chico que conocí en la playa, y que había tenido mi rol maravilloso de sumisa y Amo. Me quedé gratamente sorprendida, y no supe reaccionar. Sólo supe pensar en su imagen de cuerpo atlético con unos músculos muy bonitos y definidos, y su porte dominante.
Producto del espasmo por el susto y la emoción mis brazos cayeron por instinto reflejo, y una convulsión sexual me recorrió todo el cuerpo, pero el Amo rápidamente me corrigió.
Inmóvil y quieta, noté que colocaba alrededor de mi cuello un collar de perrita. Lo ajustó a la perfección para que no me molestara, y oí que se cerraba con un candado, haciendo imposible que yo me librara del collar.
“tu novio me ha contado lo mal que te has portado”.
Yo me quede callada aún bajo la conmoción de la sorpresa.
“Necesitas disciplina, mucha disciplina, y mereces ser castigada”.
Sus manos comenzaron a acariciarme por las costillas, y yo me sacudí de excitación.
“No te muevas” – me impuso estricto - “y a partir de ahora no hablarás sin mi permiso, no dirás ni una palabra, no preguntarás nada, ni tan siquiera la hora, no dirás si tienes hambre, ni si tienes ganas de mear, o te pica la nariz, ¿lo oyes, sumisa?” – y respondí “sí Amo”.
Durante unos minutos sus manos recorrieron mi cuerpo sin censura. Acarició mis pechos, mis pezones, su lengua empezó a relamer con mimo los laterales de mi cuello, y sin dejar de darme lametones que me derretían de placer bajó sus manos hasta la cima de mi clítoris. Frotó como quien frota con esmero la lámpara mágica buscando el mago que lleva dentro, y un gemido de placer brotó de mí.
“No te muevas, no hables, no gimotees” – volvió a imponerme.
Frotaba mi clítoris que mis nalgas se endurecieron. Con los ojos vendados esbocé en mi imaginación la imagen de mi novio sonriente y cómplice mirando la escena mirando se bañaba en el mar, y sentí una presión en toda mi pelvis que me llevó al orgasmo. Mordisqueé mis labios por no gemir tal como ordenó el Amo, clavé las piernas por no moverme, aguanté los brazos tras la nuca como si estuviera empujando de una pared, y las convulsiones del orgasmo las controlé al máximo de lo que pude.
De todos modos, mis resoplidos y algún bufido delató mi orgasmo.
El recorrido fue largo, pero anduve a cuatro patas por la arena en absoluto silencio. Las olas sonaban distinto. El chapotear de mi novio no se oía, y supe que nos habíamos alejado y estaba a solas con el Amo.
De repente paramos. Supuse que debía de ser donde debía de tener el Amo su toalla, y que debía de ser el chico tumbado boca abajo que habíamos visto lejos al llegar, y que yo no había reconocido.
“Túmbate boca arriba. Piernas muy abiertas, y brazos extendidos totalmente rectos a los lados”.
Yo obedecí de inmediato. La pose, para poder describirla, vendría a ser como si fuera una estrella de mar, o de las estrellas que brillan en el cielo por la noche.
En ese estado donde mi cerebro estaba totalmente sumergida en el gozo de ser sumisa, su polla se puso en la entrada de mi vagina, y con todo el flujo que me empapaba por estar excitada le fue muy sencillo penetrarme. Yo lo estaba deseando. Lo quería con todas mis ganas, y comenzó a follarme que aquello era como excavar una torre petrolífera. Su lengua lamía mi cuello, y a mí me costó mil horrores mantener la posición inmóvil. Los impulsos me conducían a querer abrazarlo, a querer mover las piernas, y en los primeros minutos lo conseguí, pero en el momento del orgasmo fue imposible contener un leve movimiento. Mis brazos se doblaron cuando el Amo llegó al orgasmo, y fruto del contagio yo también tuve mi orgasmo, los dos al unísono, que me provocó flexionar muy ligeramente las piernas.
Recuperé la posición rápidamente, pero el Amo se dio cuenta.
Pasó mucho rato. No sé cuánto porque había perdido la noción de los minutos. Oí al Amo levantarse, y no me pregunté qué estaría haciendo, ni dónde iba, ni por qué se levantaba. Yo seguía estática como si fuera un monumento de piedra. Le oí ir al agua, y al volver noté sin previo aviso que tiró un cubo de agua por encima de mí. El sol apretaba con fuerza, y es cierto que yo estaba sudando, pero no me molestaba ni me sentía débil. Estaba perfecta.
Un dedo entró por mi vagina. Empezó a moverlo, atrás, adelante, adentro, afuera, y le sumó un segundo dedo. Me esforcé por no moverme. Me esforcé por tener las piernas como clavadas en el suelo, y apreté los dientes y los labios cerrados con fuerza porque tenía prohibido hablar sin permiso, y yo estaba como loca por gemir.
Mis nalgas se endurecían. Mi cintura se quiso arquear hacia arriba que yo luché por contener, y ese esfuerzo aumentó la potencia de mi orgasmo. Me corrí al minuto diría, pero el Amo siguió. No se cansaba. Se oía el chapoteo de sus dedos en mi vagina empapada. Yo sabía que no podía moverme, y yo hacía una fuerza tremenda para mantener las piernas abiertas sin cerrarlas. Tan sólo los dedos de mis plantas de los pies rascaban y arañaban la arena de la playa, y en el segundo y el tercer orgasmo fue irremediable que se me escapara un jadeo. Estaba loca de excitación.
“perdón Amo, perdón” – me disculpé insistente tras jadear sin permiso, pero fue por el orgasmo brutal que no pude contener los jadeos.
Entonces el Amo se detuvo. Oí una cremallera de mochila, sus pasos descalzos por la arena, y tras un segundo de pausa oí el azote severo de una regla en mi culo mientras me daba la orden de contarlos.
“uno Amo”.
Me dio un segundo azote, y dije “dos Amo”.
“Tres Amo” – dije con el tercero.
“Cuatro Amo”.
Mi culo ardió muy pronto entre el sol y el enrojecimiento por los azotes, y en el octavo ya picaba notable.
“Nueve Amo” – conté con la voz temblorosa.
Turnaba la nalga derecha con la izquierda.
“Ponte de pie”.
Marchó el Amo a bañarse, y yo me quedé en la arena de pie esperando su regreso. Estaba demasiado excitada, y apenas me enteraba del paso del tiempo ni del lugar. Disfrutaba de todas las emociones.
“Ven aquí, perrita” – oí desde el agua.
Anduve a ciegas hasta llegar donde las olas del mar ya me indicaron mi posición al mojarme hasta los tobillos. Mi correa de perrita basculaba por mis andares dubitativos por los ojos totalmente vendados, y un tirón me indicó que ya estaba al lado de mi Amo. El agua me cubría hasta por debajo del ombligo, y la sal del mar me provocó un escozor muy fuerte en el culo.
“Te quedas castigada sin teléfono. Voy a quedarme yo tu teléfono mientras dure tu castigo”.
Cambió de lado, y repitió el beso detrás de la otra oreja.
“También castigada sin llaves. No podrás volver a casa”.
Hizo una pausa, y me relamió a fondo desde la orilla hasta el hombro, solo en sentido descendente.
“Castigada sin ropa. Estarás todo el tiempo desnuda. Ni tan siquiera tendrás ropa que ponerte”.
El Amo me acaricio la cima de mis pezones erectos.
“Y te vas a venir conmigo todo el fin de semana. No volverás a tu casa hasta que no aprendas disciplina”.
Me quedé perpleja y emocionada.
“¿te gustaría, sumisa?”.
Me costó reconocer la verdad, pero la verdad era indiscutible.
El recorrido fue como una extraña sensación de que al principio se me hacía largo por llegar dónde fuera, y al llegar a su coche se me hizo muy corto, y hubiese querido que fuese mucho más largo.
Abrió la puerta de su coche.
“entra” – me ordenó.
Entré encantada.
“junta las piernas” – fue su siguiente orden.
Una cuerda apretó con firmeza mis tobillos juntos. Terminó, y otra cuerda en mis muslos me ató las piernas de tal manera que no podía separar ni un milímetro las rodillas.
Ya con las piernas atadas, me ordenó abrir la boca. Una gruesa y dura bola entró dentro de mi boca. Pasó las correas por cada lado de la mejilla, apretó fuerte la hebilla detrás de mi nuca, y me dejó sólidamente amordazada.
“así nadie te verá”.
Cerró la puerta, arrancó, pero ya esta parte de la historia os la explico en otro relato, para mantener la emoción, la intensidad y el interés, como yo lo viví. Seguirme por aquí el foto, por twitter que es parejabondage o escríbeme a mi email [email protected] si te ha gustado, y podréis leer la tercera parte de la historia.
Un fin de semana decidimos hacer el rol de Amo y sumisa entre mi pareja y yo, pero salió un fiasco y al final parecía ya todo una escena cómica de risas y bromas. Supongo que será por la confianza, o por el vínculo amoroso, pero no es lo mismo. Fue mucho más morboso con ese chico cuya relación es sólo BDSM. Quizá es más fácil sumergirse en el rol. Lo cierto es que no sé por qué, pero jugando con mi pareja no me sale el rol de sumisa, y a él tampoco le sale el rol de Amo. No me impone disciplina. Yo tampoco se lo dejo fácil y no le hago mucho caso para ser sincera. ¡Cosas de pareja!
De todos modos, nos gusta de vez en cuando romper la rutina sexual como pareja. Nos gusta fantasear, y aprovechando que era verano y hace un tiempo tórrido mi novio propuso ir a alguna playa nudista desierta. Buscando por google, lo más cercano de nuestra casa estaba a poco más de 80 km, pero valía la pena, porque quedaba recóndita y de difícil acceso en una población de muy poco turismo. Además estaba apartada de poblaciones. Decía que era grande y muy espaciosa, y tres días después decidimos probar a ver si era verdad.
Fuimos en coche. Aparcamos en una pequeña explanada donde sólo había un coche. Un camino que transcurría entre matorrales que hacían de paredes llevaba a la zona baja de un acantilado, y de pronto asomaba la playa, preciosa, tranquila, solitaria. Sólo se veía al fondo, a unos doscientos metros, otro matrimonio como nosotros, y a la izquierda, a unos cincuenta metros de distancia, un chico que parecía dormido tumbado boca abajo.
Nos pusimos a esa distancia. Tumbamos las toallas, nos quitamos toda la ropa, la guardamos en la mochila de la playa, y ya desnuda le pedí a mi pareja que me pusiera crema por la espalda. Su masaje, la brisa del mar, y el juego travieso de que me puso crema por encima de los pechos acariciando mis pezones, me excitaron hasta el punto de emitir un sensual suspiro. Nos abrazamos, y aunque ya ardía en nosotros las ganas de sexo nos gusta ir despacio. Nos besamos. No acariciamos. Sin prisa. A veces parábamos, tomábamos el sol un rato, y por sorpresa, tomando la iniciativa él o yo, nos volvíamos a acariciar y besar. El proceso lento de la excitación a mí me encanta.
A la media hora, siguiendo en ese ambiente casi desértico, decidimos ir a bañarnos. Me incorporé, y al mirar a mi novio vi que había sacado de la mochila el teléfono móvil y el antifaz de cuero que tenemos en casa. Lo tenía escondido, y no me había dado cuenta que lo había traído.
“Gírate” – me dijo, y al hacerle caso me dejó de inmediato con los ojos vendados.
Hicimos una serie de fotos eróticas en la orilla del mar. Posados puse varios, y entonces mi novio puso el modo vídeo. Me puse como me dijo, recta de pie, toda recta, muy recta, mis tetas bien firmes, piernas muy abiertas, como si fuera un triángulo, las manos tras la nuca, los ojos vendados, de cara al mar, y quieta y callada sin moverme mientras él se daba un baño.
Así podía verme bien nítido y visible desde el mar.
Dejó de grabar, y excitada le oí meterse en el agua. Le oí nadar, y zambullirse, y jugar con el agua, y yo cada vez estaba más excitada. No aguantaba mi impulso sexual, y le pregunté si iba a tardar mucho en salir. Entonces oí una voz a mi espalda.
“Te han dicho que estés callada” – oí.
Escrito no veis la diferencia, pero yo sí que noté lo que ocurrió. No era la voz de mi novio. Era la voz del chico que conocí en la playa, y que había tenido mi rol maravilloso de sumisa y Amo. Me quedé gratamente sorprendida, y no supe reaccionar. Sólo supe pensar en su imagen de cuerpo atlético con unos músculos muy bonitos y definidos, y su porte dominante.
Producto del espasmo por el susto y la emoción mis brazos cayeron por instinto reflejo, y una convulsión sexual me recorrió todo el cuerpo, pero el Amo rápidamente me corrigió.
- “Las manos tras la nuca te han dicho. No te he dado permiso para moverte” – me ordenó.
- “Perdón, Amo” – dije al tiempo que volvía a recuperar la posición sumisa.
Inmóvil y quieta, noté que colocaba alrededor de mi cuello un collar de perrita. Lo ajustó a la perfección para que no me molestara, y oí que se cerraba con un candado, haciendo imposible que yo me librara del collar.
“tu novio me ha contado lo mal que te has portado”.
Yo me quede callada aún bajo la conmoción de la sorpresa.
- “me ha dicho que te puso de rodillas, y te levantaste porque te sonó el teléfono” – y tres una pausa me preguntó – “¿es eso verdad?”.
- “sí Amo, es verdad” – respondí en voz arrepentida.
- “también me ha dicho que le llamaste Amo y te pusiste a reír. ¿También es eso verdad, sumisa?”.
- “sí, Amo, también es verdad” – asentí sumisa y atrapada por mi mal comportamiento.
- “me ha contado que haces bromas, que vas de graciosa, que te mueves todo el rato, que no callas, y que hablas cuando quieres”.
“Necesitas disciplina, mucha disciplina, y mereces ser castigada”.
Sus manos comenzaron a acariciarme por las costillas, y yo me sacudí de excitación.
“No te muevas” – me impuso estricto - “y a partir de ahora no hablarás sin mi permiso, no dirás ni una palabra, no preguntarás nada, ni tan siquiera la hora, no dirás si tienes hambre, ni si tienes ganas de mear, o te pica la nariz, ¿lo oyes, sumisa?” – y respondí “sí Amo”.
Durante unos minutos sus manos recorrieron mi cuerpo sin censura. Acarició mis pechos, mis pezones, su lengua empezó a relamer con mimo los laterales de mi cuello, y sin dejar de darme lametones que me derretían de placer bajó sus manos hasta la cima de mi clítoris. Frotó como quien frota con esmero la lámpara mágica buscando el mago que lleva dentro, y un gemido de placer brotó de mí.
“No te muevas, no hables, no gimotees” – volvió a imponerme.
Frotaba mi clítoris que mis nalgas se endurecieron. Con los ojos vendados esbocé en mi imaginación la imagen de mi novio sonriente y cómplice mirando la escena mirando se bañaba en el mar, y sentí una presión en toda mi pelvis que me llevó al orgasmo. Mordisqueé mis labios por no gemir tal como ordenó el Amo, clavé las piernas por no moverme, aguanté los brazos tras la nuca como si estuviera empujando de una pared, y las convulsiones del orgasmo las controlé al máximo de lo que pude.
De todos modos, mis resoplidos y algún bufido delató mi orgasmo.
- “¿te has corrido?” – me preguntó el Amo.
- “sí Amo, me he corrido”.
- “¿y qué se dice?”.
- “gracias Amo”.
El recorrido fue largo, pero anduve a cuatro patas por la arena en absoluto silencio. Las olas sonaban distinto. El chapotear de mi novio no se oía, y supe que nos habíamos alejado y estaba a solas con el Amo.
De repente paramos. Supuse que debía de ser donde debía de tener el Amo su toalla, y que debía de ser el chico tumbado boca abajo que habíamos visto lejos al llegar, y que yo no había reconocido.
“Túmbate boca arriba. Piernas muy abiertas, y brazos extendidos totalmente rectos a los lados”.
Yo obedecí de inmediato. La pose, para poder describirla, vendría a ser como si fuera una estrella de mar, o de las estrellas que brillan en el cielo por la noche.
- “no te muevas nada. No cierres los brazos. No cierres las piernas. Te quiero quieta, inmóvil, y callada, y no quiero oírte ni una palabra, ¿lo has oído?”.
- “sí Amo”.
En ese estado donde mi cerebro estaba totalmente sumergida en el gozo de ser sumisa, su polla se puso en la entrada de mi vagina, y con todo el flujo que me empapaba por estar excitada le fue muy sencillo penetrarme. Yo lo estaba deseando. Lo quería con todas mis ganas, y comenzó a follarme que aquello era como excavar una torre petrolífera. Su lengua lamía mi cuello, y a mí me costó mil horrores mantener la posición inmóvil. Los impulsos me conducían a querer abrazarlo, a querer mover las piernas, y en los primeros minutos lo conseguí, pero en el momento del orgasmo fue imposible contener un leve movimiento. Mis brazos se doblaron cuando el Amo llegó al orgasmo, y fruto del contagio yo también tuve mi orgasmo, los dos al unísono, que me provocó flexionar muy ligeramente las piernas.
Recuperé la posición rápidamente, pero el Amo se dio cuenta.
- “Te dije que no te movieras”.
- “perdón, Amo, estaba muy excitada, Amo” – me justifiqué.
- “Castigada” – me dijo – “ponte de rodillas, cabeza gacha, mirando al suelo, y manos a la espalda” – me impuso por castigo.
- “estarás así quieta y callada en total silencio hasta que yo te dé permiso para moverte o para hablar. No tienes permiso ni para preguntar la hora. ¿Me has oído?”.
- “sí Amo” - y tumbándose el Amo detrás de mí para tomar el sol me quedé sumisa disfrutando del castigo.
Pasó mucho rato. No sé cuánto porque había perdido la noción de los minutos. Oí al Amo levantarse, y no me pregunté qué estaría haciendo, ni dónde iba, ni por qué se levantaba. Yo seguía estática como si fuera un monumento de piedra. Le oí ir al agua, y al volver noté sin previo aviso que tiró un cubo de agua por encima de mí. El sol apretaba con fuerza, y es cierto que yo estaba sudando, pero no me molestaba ni me sentía débil. Estaba perfecta.
- “¿qué tienes que decir?”.
- “gracias Amo”.
- “Ponte boca abajo” – me ordenó.
Un dedo entró por mi vagina. Empezó a moverlo, atrás, adelante, adentro, afuera, y le sumó un segundo dedo. Me esforcé por no moverme. Me esforcé por tener las piernas como clavadas en el suelo, y apreté los dientes y los labios cerrados con fuerza porque tenía prohibido hablar sin permiso, y yo estaba como loca por gemir.
Mis nalgas se endurecían. Mi cintura se quiso arquear hacia arriba que yo luché por contener, y ese esfuerzo aumentó la potencia de mi orgasmo. Me corrí al minuto diría, pero el Amo siguió. No se cansaba. Se oía el chapoteo de sus dedos en mi vagina empapada. Yo sabía que no podía moverme, y yo hacía una fuerza tremenda para mantener las piernas abiertas sin cerrarlas. Tan sólo los dedos de mis plantas de los pies rascaban y arañaban la arena de la playa, y en el segundo y el tercer orgasmo fue irremediable que se me escapara un jadeo. Estaba loca de excitación.
“perdón Amo, perdón” – me disculpé insistente tras jadear sin permiso, pero fue por el orgasmo brutal que no pude contener los jadeos.
Entonces el Amo se detuvo. Oí una cremallera de mochila, sus pasos descalzos por la arena, y tras un segundo de pausa oí el azote severo de una regla en mi culo mientras me daba la orden de contarlos.
“uno Amo”.
Me dio un segundo azote, y dije “dos Amo”.
“Tres Amo” – dije con el tercero.
“Cuatro Amo”.
Mi culo ardió muy pronto entre el sol y el enrojecimiento por los azotes, y en el octavo ya picaba notable.
“Nueve Amo” – conté con la voz temblorosa.
Turnaba la nalga derecha con la izquierda.
- “Diez, Amo” – y siguió. Llegó el once, y el doce, y se detuvo en el veinte. Tenía el culo yo tan caliente que apenas notaba los rayos del sol.
- “¿qué se dice?” – me espetó.
- “Gracias, Amo”.
“Ponte de pie”.
Marchó el Amo a bañarse, y yo me quedé en la arena de pie esperando su regreso. Estaba demasiado excitada, y apenas me enteraba del paso del tiempo ni del lugar. Disfrutaba de todas las emociones.
“Ven aquí, perrita” – oí desde el agua.
Anduve a ciegas hasta llegar donde las olas del mar ya me indicaron mi posición al mojarme hasta los tobillos. Mi correa de perrita basculaba por mis andares dubitativos por los ojos totalmente vendados, y un tirón me indicó que ya estaba al lado de mi Amo. El agua me cubría hasta por debajo del ombligo, y la sal del mar me provocó un escozor muy fuerte en el culo.
- “necesitas disciplina, y yo te voy a imponer disciplina” – y tres unos segundos de silencio añadió – “¿te gustaría sumisa?”
- - “Sí Amo, me encantaría”.
“Te quedas castigada sin teléfono. Voy a quedarme yo tu teléfono mientras dure tu castigo”.
Cambió de lado, y repitió el beso detrás de la otra oreja.
“También castigada sin llaves. No podrás volver a casa”.
Hizo una pausa, y me relamió a fondo desde la orilla hasta el hombro, solo en sentido descendente.
“Castigada sin ropa. Estarás todo el tiempo desnuda. Ni tan siquiera tendrás ropa que ponerte”.
El Amo me acaricio la cima de mis pezones erectos.
- “¿Te excitan estos castigos, sumisa?”.
- “Sí Amo, mucho”.
- “castigada sin permiso para hablar. No podrás preguntar la hora. No podrás decir ni que quieres mear. Nada. Callada totalmente. ¿Obedecerás a rajatabla?”.
- “sí Amo, se lo prometo” – confesé.
- “Castigada a oscuras. No te voy a quitar el antifaz. Tendrás los ojos vendados todo el tiempo sin descanso”.
“Y te vas a venir conmigo todo el fin de semana. No volverás a tu casa hasta que no aprendas disciplina”.
Me quedé perpleja y emocionada.
“¿te gustaría, sumisa?”.
Me costó reconocer la verdad, pero la verdad era indiscutible.
- “Sí, Amo, me encantaría” – dije con la cabeza bien agachada, como mirando a mis pies, y totalmente sumisa.
- “ahora calla. No preguntes por tu novio. Eres mi sumisa. Camina”.
El recorrido fue como una extraña sensación de que al principio se me hacía largo por llegar dónde fuera, y al llegar a su coche se me hizo muy corto, y hubiese querido que fuese mucho más largo.
Abrió la puerta de su coche.
“entra” – me ordenó.
Entré encantada.
“junta las piernas” – fue su siguiente orden.
Una cuerda apretó con firmeza mis tobillos juntos. Terminó, y otra cuerda en mis muslos me ató las piernas de tal manera que no podía separar ni un milímetro las rodillas.
Ya con las piernas atadas, me ordenó abrir la boca. Una gruesa y dura bola entró dentro de mi boca. Pasó las correas por cada lado de la mejilla, apretó fuerte la hebilla detrás de mi nuca, y me dejó sólidamente amordazada.
- “¿qué tal, sumisa, te gusta?” – me dijo con erotismo.
- “mmmmffffppphiiiiiii” – respondí yo afirmativa.
- “Estás preciosa”.
“así nadie te verá”.
Cerró la puerta, arrancó, pero ya esta parte de la historia os la explico en otro relato, para mantener la emoción, la intensidad y el interés, como yo lo viví. Seguirme por aquí el foto, por twitter que es parejabondage o escríbeme a mi email [email protected] si te ha gustado, y podréis leer la tercera parte de la historia.