Siento deseos por mi Hijo Jonathan

heranlu

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Mi hijo se llama Jonathan. Fue cosa de su padre lo de ponerle un nombre inglés. Él es bilingüe y, aunque yo estudié sociología, e hice un máster en Reino Unido, nunca se me dieron bien los idiomas, así de que inglés voy justa, muy justa. Sobreviví como pude cuando estuve allí, ayudada por compañeros que se portaron de maravilla conmigo. Aun así, quise darle el capricho a mi marido que se llama Alberto, nombre español donde los haya, de ponerle Jonathan.

Jonathan había empezado 2º de sociología, no es que le obligara a estudiar la misma carrera que yo, Alberto es arquitecto, pero mi hijo prefirió estudiar una carrera más sencilla a priori que arquitectura, pero que tan buenos sabores de boca le dejaría en su vida. Como me los había dejado a mí.

Durante el bachillerato pese a su edad, Jonathan fue el niño mimado de la casa. Tiene una hermana, Valeria, un año menor que mi hijo, pero para mí siempre fue mi niño.

Cuando empezó la carrera, me costó que pasara más tiempo fuera de casa, pero en 2º los acontecimientos nos llevaron a otro nivel de relación entre nosotros.

Debo decir, como si lo que pasó se pudiera justificar, que la relación con mi marido era fantástica. Nos queríamos desde que éramos novios, y más aún cuando nos casamos y tuvimos a nuestros hijos.

Nuestra vida sexual también era maravillosa. Había días donde lo hacíamos hasta tres veces, una por la mañana, otra por la tarde, y finalmente una tercera antes de acostarnos.

Andrés como yo, tenía ganas de hacerlo a todas horas. Aunque digan que con el matrimonio se pierde la pasión, en nuestro caso no fue así, si no todo lo contrario.

Jonathan era muy tímido respecto de hablar sobre su vida sexual, si es que la tenía. Cuando tuvo edad suficiente, no dudé en que le gustaban las chicas. A nosotros no nos importaba para nada su orientación sexual, y siempre le apoyaríamos en lo que eligiera, solo que fue a mí a quien le tocó conversar con él sobre sexo. Al principio de cómo se hacían los niños, y más tarde sobre tener una relación con una chica.

Debo decir también que a mi hijo le gustaba jugar al futbol, por lo que desde antes de empezar bachillerato incluso, jugó en varios equipos juveniles donde se le daba bastante bien jugar, e incluso en algún partido fue capitán, para orgullo de su madre.

A mi tocó acompañarle a varios partidos, donde le animaba hasta casi desgañitarme animándole y celebrando con sus compañeros y otros padres los goles.

En unos de estos encuentros, un contrario le hizo una buena falta que le supuso tarjeta amarilla, pero mandó a Jonathan al banquillo.

El fisioterapeuta le dio un buen masaje, pero le aconsejó a mi hijo que abandonara el partido, pese a que iban ganando con un par de goles suyos.

-Una ducha y para casa. -le dijo él. El entrenador estuvo de acuerdo. Felicitó a mi hijo, y me dio las gracias por haberle acompañado.

-Mamá, acompáñame al vestuario. No puedo caminar bien yo solo. -me rogó.

-Si estuviera tu padre aquí… Pero yo no puedo entrar hijo. Soy mujer y el vestuario es de hombres.

-Solo hasta la puerta. Ya me apaño yo solo. -me dijo-. Estaba tan acostumbrado a que tantas veces le ayudara yo a bañarse, sobre todo cuando iba con prisa a jugar o a clase. Pero esta vez no podía acompañarle. Por un momento me quedé parada a un palmo de los vestuarios.

-Si necesitas ayuda hijo, dímelo. -le pedí.

-Claro mamá. -me contestó.

Durante un tiempo empezó a salir con una chica, aunque creo que pronto se dejaron. No me dijo los motivos, y yo tampoco se los pregunté. Tampoco quise indagar en su vida sexual, que seguro que la tenía con ella, ni si después de dejarla se masturbaba o no.

Lo que hizo que mi vida empezara a tambalearse fue algo inesperado, algo simple, que muchas veces son las cosas más importantes.

Un día Jonathan volvía de la universidad. Dejó la mochila en su cuarto después de darme las buenas tardes, su padre estaba en un congreso y volvería al día siguiente, y Valeria había quedado con sus amigas.

-Voy a darme un baño mamá. Necesito lavarme y relajarme un poco. -me dijo.

-De acuerdo hijo. Dime que quieres para merendar y lo tendrás preparado cuando salgas.

-No te esfuerces demasiado mamá. Un par de tostadas con mermelada y mantequilla serán suficientes. Y tal vez una taza de cacao. El café solo me pondría más nervioso.

-Perfecto. Lo tendrás cuando salgas. -le dije.

Me entretuve en la cocina preparando también mi desayuno y lo que me había pedido Jonathan. No se me ocurría nada para cenar y le di vueltas un rato.

Después de terminar, subí a nuestro a cuarto a recoger la ropa sucia y vi la luz del baño que estaba frente a nuestra habitación. No sé qué se me pasó por la cabeza, pero me asomé a la rendija de la puerta que había quedado entreabierta.

Algo en mi cabeza me dijo que no debería hacerlo, pero otro algo me hizo abrir un poco más la puerta.

Vi a mi hijo de espaldas completamente desnudo. Unas gotas de agua salpicaban su espalda bien formada y tonificada. Entonces se giró y se puso de pie. Lo vi de frente, con su torso igual de tonificado que su espalda, donde se marcaba eso que llaman ahora su “tableta de chocolate”. Pero lo que me dejó sin palabras fue ver su miembro mientras alcanzaba la toalla colgada a su lado.

Su pene estaba medio erecto. Debía medir, no sé, al menos 12 cms en ese momento, lo que debía hacer que cuando estuviera erecto, midiera al menos 17 cms, o que se yo.

Comenzó a secarse con la toalla las piernas y luego las ingles, hasta que llegó a su pene. Se recreó en secar bien su glande y luego la base, donde comenzaba el prepucio. No estaba circuncidado porque poco a poco y como me recomendó el médico, le había estado tirando hacia atrás la piel, por lo que al poco tiempo consiguió descubrir el todo el glande.

Cuando terminó con el glande, pasó al tronco. Era venoso, lo suficientemente venoso para que me pareciera que tenía un bosque ahí abajo. Ni siquiera su padre lo tenía así.

Una amiga me contó una vez que hacerlo con un hombre con el tronco venoso te daba el mejor placer del mundo, pero yo no lo había probado, ni creí entonces que pudiera probarlo alguna vez.

Me puse tan nerviosa por la situación, que sin querer golpeé con la cadera la lampara del pasillo y Jonathan lo oyó.

-Mamá. ¿Eres tú? -preguntó.

-Si hijo. Perdona estaba recogiendo ropa sucia de nuestra habitación y pensé que tal vez hubiera también en el baño. -le contesté hablando lo más bajo que pude, aunque solo estábamos los dos en casa.

-Puedes entrar. Ya he terminado de bañarme.

Entré en el baño abriendo la puerta despacio, y para mi alivio mi hijo ya estaba cubierto completamente con la toalla, aunque podía distinguir claramente el bulto en su entrepierna que destacaba bajo esta.

Dios, como debía ser tener eso dentro de una. -pensé de repente sin importarme que fuera mi propio hijo el que tuviera ese miembro.

-Ya lo tengo todo. -le dije cogiendo su ropa y saliendo del baño apresuradamente.

Casi a la carrera volví a nuestra habitación y me senté en la cama. La ropa quedó a mi lado olvidada.

Jonathan mi niño, mi amor, te deseo. Pensé de repente. ¿Qué es esto que siento en mi pecho? Y más abajo todavía. ¿Es lascivia? ¿es lujuria? Es un deseo prohibido por mi hijo.

No, no puedo pensar esto. Es lo que todas las mujeres que han deseado alguna vez a su hijo, o incluso a su hija han pensado alguna vez.

He leído muchos relatos donde muchos padres y madres sienten lo mismo por sus hijos o hijas, pero ahora mismo no podía creer que esto me estuviera pasando a mi precisamente.

Oí a Jonathan bajar al salón. No me atreví a salir de la habitación, porque tendría que pasar por delante de él para llevar la ropa a la lavadora. Él me sonreirá, pero ¿con que cara le miraré yo? Es más, ni siquiera podría mirarle ahora mismo pensando en el estado en el que estoy.

Pero era la hora de la merienda. Mi hijo estará esperándola. Dios, en ese momento no sabía que hacer.

Tiré la ropa al suelo sin querer al levantarme. Miré alrededor y me acordé de un pequeño diario que escribí cuando era pequeña. Abrí uno de los armarios, y al fondo del todo había una bolsa de deporte donde lo guardé.

Me senté de nuevo en la cama y abrí el cuaderno. Querido diario, comenzaba.

Le eché un vistazo por encima y leí las pequeñas cosas que hice cada día y que quedaron reflejadas en el.

Ahora lo volveré a usar para escribir lo que siento. Nadie lo verá, solo yo. Lo esconderé bien como estuvo escondido hasta ahora.

Bajé las escaleras con la ropa en la mano y vi a Jonathan sentado en la mesa de la cocina, se había preparado él la merienda, supongo que al ver que no bajaba.

Me incliné a meter la ropa en la lavadora, y por un segundo pensé que él se quedaría mirando mi culo en pompa. La verdad es que mi marido siempre lo ha deseado, y en mis pensamientos, creo que a mi hijo le gustaría también como a mi marido.

Merendamos en silencio, más por mi parte que por la suya, ya que Jonathan intentaba contarme que tal le habían ido las clases de hoy.

Yo miré la taza de café como si la cosa no fuera conmigo, hasta que oí una palabra que me sacó de mi ensimismamiento.

-…incesto. -me dijo Jonathan.

-¿Qué dices hijo? Perdona, me he quedado ensimismada mirando el café.

-Que si podrías ayudarme con un trabajo de la universidad, mamá. Es sobre el incesto, sus repercusiones a lo largo de la historia, y si actualmente hay países donde se pueda dar. Como tú también estudiaste sociología, he pensado que podrías echarme una mano.

-En mi época no se hablaba de eso. Ni siquiera se les pasaba por la cabeza hablar del incesto. Tal vez en los pueblos se diera algo de eso. Probablemente en la antigüedad se diera bastante, pero en la actualidad…

-No te preocupes, tampoco ha de ser muy extenso. -me dijo quitándole hierro al asunto.

-Está bien. -le contesté levantándome de la mesa y retirando la merienda. Me fijé en que apenas había bebido café.

Mientras Jonathan fue al salón a ver la tv, yo le eché un vistazo a la lavadora para ver cuánto tiempo le quedaba, y después subí de nuevo a nuestra habitación.

Saqué el diario que por el momento había guardado debajo del colchón, y comencé a escribir:

Mi hijo me ha pedido que le ayude con un trabajo de la universidad. Precisamente va sobre el incesto.

No sabía que más escribir por el momento, y cerré el diario y volví a meterlo debajo del colchón.

Al día siguiente Alberto volvió del congreso. Nos contó que tal le había ido. No le conté nada del trabajo con que el iba a ayudar a nuestro hijo, y Jonathan estaba de acuerdo en que él tampoco le hablaría nada sobre ello.

Por la tarde cuando volvió de la universidad me enseñó un libro que encontró en la biblioteca y que hablaba en parte sobre el incesto. Pensó que podría ayudarnos.

Saqué el diario de su escondite y volví a escribir mis pensamientos.

Cuando bajé al salón mi hijo estaba frente a la pantalla del portátil con el libro abierto a su lado. Para la ocasión llevaba un vestido vaporoso que solía usar en verano, y debajo solo la ropa interior. Me había peinado como si fuera a salir de fiesta. Solo para saber si despertaba el deseo en mi hijo.

Me senté a su lado y eché un vistazo a lo que llevaba escrito. Crucé las piernas como si fuera de forma involuntaria, pero aposta para que él se fijara en mis muslos.

No diré aquí como comenzaba lo que había escrito mi hijo hasta entonces. Me contó que lo encontró en internet, y aunque no fuera a copiarlo literalmente, le daría su estilo, y lo adaptaría al momento actual, y a la asignatura que estaba estudiando.

Di un pequeño salto en el sofá al leerlo, que justifiqué con un tirón que me había dado en la espalda, para que mi hijo no se diera cuenta. En ese escrito se relacionaba el incesto con un abuso, no con lo que yo sentía en ese momento por mi hijo. Un deseo que iba en contra de la naturaleza, pero que para mí no era un abuso, era simplemente el culmen de algo que estuvo escondido hasta entonces, hasta que aquel día en el baño salió a la luz.

Para mí el deseo que sentía por mi hijo no era abuso, era algo que él también debería compartir conmigo, a mi entender, y que ambos disfrutaríamos de ello, sin pensar en el pecado o castigo. Estaba vestida precisamente así para él se diera cuenta y me deseara también.

Pero ese primer día mi vestuario no ejerció el efecto deseado, tal vez todo lo contrario. Jonathan se concentró tanto en su trabajo que apenas se fijó en mí.

Todo esto lo reflejé en mi diario concienzudamente. Lo escondí de nuevo, esta vez a buen recaudo en la bolsa al fondo del armario.

Al día siguiente volví a la rutina y parecía que mis pensamientos del día anterior se habían esfumado.

A Valeria le gustaba chinchar a su hermano con la carrera que estaba estudiando, y como las chicas se sienten más cerca de sus padres que de sus madres, en más de una ocasión le habló a Jonathan de estudiar la misma carrera que su padre. A este le daba igual que carrera estudiara su hermana siempre que le gustara tanto como le gustaba a él.

Por la tarde después de las clases, nos sentábamos en el salón a continuar el trabajo de Jonathan. Como esos días mi marido y mi hija estaban en casa, evité vestirme de forma comprometedora. Usaba la ropa que solía llevar en casa siempre, nada de vestir sexy, ni mucho menos.

De todas formas, a los pocos días, empecé a sentir la necesidad de quedarme a solas con mi hijo. No sabía qué hacer para ello. Ni siquiera estar a solas en su habitación me consolaba mientras Alberto y Valeria estuvieran en casa.

Una de esas tardes mientras mi hijo tecleaba en el ordenador, me puse detrás de él y puse mis manos sobre sus hombros. Algo volvía a arder en mi interior.

-Así mamá. -me dijo Jonathan-. Necesito un buen masaje. Siento tensión en los hombros. -Y se rio tomándoselo a broma.

Yo le devolví la sonrisa sin saber muy bien que decirle. Me sentía frustrada porque no sabía cómo avanzar con él, y sobre todo por cómo lidiar con lo que estaba sintiendo. Quería que me hiciera suya, pero él ni siquiera se daba cuenta de que lo estaba pasando por mi cabeza, el deseo que sentía de nuevo desde aquel día, y que estaba dispuesta a sacrificar mi feliz matrimonio si allí mismo daba rienda suelta a mi lujuria, y me abalanzaba sobre él, y le dejara que me follara sobre el sofá.

Acababa de pensar en la palabra follar. Yo que era recatada a la hora de hablar de sexo y siempre lo llamaba hacer el amor, tener sexo y todas esas cursiladas. No podía parar mi deseo. Comencé a masajearle los hombros de forma sensual, aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo bien para que él se excitara y pudiera sentir su rabo duro bajo el pantalón. Dios, he vuelto a hacerlo. He pensado en la palabra rabo. ¿Lo escribiré también así en mi diario?

Noté como mis bragas empezaron a humedecerse mientras le masajeaba, y aunque intenté parar y salir del salón, él sin duda notaría que me pasaba algo, me quedé parada detrás de mi hijo completamente absorta en el masaje.

Un rato después mientras él seguía tecleando en el ordenador, y en mi cabeza solo se oía el tac tac suave del teclado, yo estaba chorreando.

Necesitaba hacer algo o perdería la oportunidad de poseer a mi hijo. Pensé.

En ese momento Valeria me sacó de mis pensamientos lujuriosos.

-Mamá. Mañana es la reunión de padres de alumnos. -me dijo-. Es la orientación para saber que carrera podríamos estudiar el año próximo.

-Está bien. -le contesté, pero como si no fuera yo la que hablara.

-¿Me has oído mamá? -me preguntó casi enfadada de que no le hiciera caso.

-Estoy ayudando a tu hermano con un trabajo de la universidad. ¿Por qué no vas con tu padre si quieres estudiar la misma carrera que él?

-Parece buena idea. -dijo.

Jonathan ignoró a su hermana y no le contestó.

-De todas formas, estáis muy raros los dos. -dijo Valeria, y se fue a la cocina.

Había encontrado la forma sin pensarlo de quedarnos los dos solos en casa en buen rato, ya que esas reuniones de orientación solían durar bastante, y podría tentar a mi hijo, y que finalmente me poseyera.

Ese mismo día, más tarde, llegó a la parte del trabajo en que debía presentar su opinión sobre si el incesto se daba actualmente en la sociedad occidental, y Jonathan quiso saber mi opinión.

-Pues no sé hijo. -le dije, pero no me salió mirarle a la cara. En ese momento estaba muy nerviosa y agarraba mis manos una contra la otra. -¿Tú sabes de algún amigo o amiga que se haya sentido atraído por algún familiar?

-Bueno mamá. Me da vergüenza decírtelo. Pero en el instituto a Ricardo y a Tomas les parecía que tú estabas buenísima.

Di un respingo en el sofá. Pero no era eso lo que quería escuchar. Que les pusiera a sus amigos no me importaba. Me daba igual ser la fantasía de sus mentes juveniles, y seguro, la inspiración de muchas de sus pajas, ahora quería saber la opinión de mi hijo.

-¿Y a ti que parezco? -le pregunté directamente.

-Eres mi madre. Eso no cuenta. -me contestó como quitándole hierro al asunto.

-Pero estamos haciendo un trabajo sobre el incesto, hijo. En serio, dime si te atraigo. ¿Alguna vez te ha excitado tu madre? -le dije poniéndome en pie.

Mis pechos apuntaban directamente a su cara, y Jonathan se quedó callado sin atreverse a contestarme.

-Tierra llamando a mi madre y a mi hermano. ¿No tenéis hambre? Anda, parad un rato. He preparado una merienda fantástica. Papá también se apunta. -nos interrumpió Valeria.

-Vale, ahora vamos. -le contestó Jonathan-. ¿Vienes mamá?

-Voy hijo.

Cuando Valeria entró en la cocina le dije a mi hijo:

-Te ha salvado la campana. Pero me debes una respuesta.

No volvimos a sacar el tema durante el resto del día. Tampoco hubo ocasión porque ninguno de los dos nos quedamos solos en ningún momento, aunque Valeria estaba fuera en casa de una amiga.

Tal vez por el hecho de la tensión de la situación, yo quería que mi hijo me hubiera confesado que le había excitado alguna vez, y ya si hubiera confesado que se hubiera masturbado pensando en mí, o con mis bragas, ya puestos a pensar, al no poder confesarlo, a última hora de la noche cuando me acosté, me dolía un poco la cabeza, y yo no era propensa a que me doliera.

Di vueltas en la cama mientras mi marido comenzaba a roncar sin parar.

En medio de la noche, calculé que debían de ser las 2 de la madrugada, me levanté con la respiración agitada. Pensé que tenía ganas de orinar, pero en realidad era otra cosa. Había recordado mientras oía a Alberto roncar la conversación que quedó pendiente entre mi hijo y yo, y un deseo interno ardía en mí.

Me incorporé en la cama, me puse las zapatillas y me fui derecha al baño donde me senté en la taza después de bajarme el pantalón del pijama y las bragas apresuradamente, y comencé a masturbarme pensando en mi querido hijo.

Mis dedos se recreaban en mis labios mayores y menores, mientras que a veces cerraba los ojos y luego los volvía a abrir y echaba la cabeza hacia atrás muerta de gusto. Mi coño se humedeció rápidamente, y decidí introducir un dedo dentro, mientras con un dedo de la otra mano me acaricié el clítoris.

La mezcla de follarme con un dedo y masturbarme el clítoris con el otro se sentía lo mejor del mundo.

Estaba de nuevo con los ojos cerrados llegando al paraíso, muy cerca del orgasmo y de correrme como nunca, cuando al abrirlos mi mirada se encontró con la de Jonathan que estaba de pie junto a la puerta del baño. Daba saltitos porque sin duda tenía ganas de orinar, y también se le había ocurrido ir al baño de arriba en lugar del de abajo. Era lógico teniendo en cuenta que las habitaciones estaban en el piso de arriba.

Jonathan salió casi a la carrera a su cuarto, y a mí no se me ocurrió otra cosa que perseguirle, eso sí, desnuda de cintura para abajo.

Me encontré con mi hijo sentado en su cama y con la cabeza gacha. Me senté a su lado y no me di cuenta de que mi muslo derecho estaba pegado al suyo.

-Lo siento hijo. No deberías haberme visto así, pero ya que me has visto me disculpo por ello, debería haber cerrado la puerta del baño, aunque pensé que estarías durmiendo.

-No pasa nada mamá. Es normal que te masturbes. -me contestó.

Aunque seguramente no pensaría que fuera normal que su madre se masturbara si tenía una vida sexual satisfactoria, pero no le dije nada.

Seguía pegando mi muslo al suyo, e incluso me acerqué a él todavía más haciendo que su respiración se acelerara.

-Hijo, ¿recuerdas lo que te pregunté esta tarde? -volví a preguntarle de repente-. La excitación me estaba matando, y que me hubiera interrumpido cuando me masturbaba, me hacía que estuviera más caliente todavía.

-No, no lo recuerdo. -me contestó tratando de ignorar la pregunta.

-Si. Seguro que lo recuerdas. Te pregunté si alguna vez te había excitado tu madre, o sea yo. -y para acompañar la pregunta puse mi mano derecha sobre su muslo.

Jonathan se puso derecho en la cama y me miró fijamente. Sus ojos azules me atravesaron con su mirada. Si su padre no hubiera estado durmiendo en la habitación de al lado, me habría abalanzado sobre él y le hubiera dejado que me follara en la postura que él quisiera. Quizá en la postura del perrito hubiera sido la más excitante entonces tal y como estaba yo en ese momento.

Oímos un ruido que venía de mi habitación. Quizá Alberto se había despertado, o tal vez era solo que se daba la vuelta en la cama.

Volví a mirar a mi hijo y al ver que no me contestaba, me levanté de la cama y me dispuse a salir de su habitación. Me coloqué mejor una de las zapatillas que llevaba haciendo que mi culo quedara casi en pompa, y mis labios vaginales abiertos a la vista de Jonathan.

No me di la vuelta para mirarle a la cara.

Fui a nuestra habitación y me metí en la cama junto a mi marido.

-Fóllame tesoro. -le pedí a Alberto que estaba casi despierto del todo, mientras bajaba mi mano hasta su miembro.

-¿A estas horas tienes ganas? -me preguntó mientras comenzaba a besarme los labios. Mi hijo me había interrumpido mientras me masturbaba, y al no querer confesarme que me deseaba, estaba muy caliente, necesita que mi marido me follara.

-Si cariño. He tenido un sueño erótico y me he excitado bastante. Necesito que me lo hagas.

Alberto se colocó encima de mío y me quitó las bragas despacio, tomándose tu tiempo. Encendió la luz de la mesilla, y enseguida me fijó en la humedad de mi sexo.

-Veo que ya venias preparada. -me dijo sonriendo.

-Siempre lo estoy para ti. -le contesté volviéndole a besar.

Pensé en Jonathan al que había dejado despierto, y seguramente excitado y preocupado por mi pregunta en su habitación.

-No te cortes en gemir. -le pedí a mi marido.

-¿Y eso cariño? -me preguntó él un poco perdido.

-El niño ya tiene edad para oír lo que hacen sus padres. -le contesté.

-Bueno, si te empeñas. No le dejaremos dormir. Jeje.

Bajó su cabeza hasta mis labios y comenzó a lamerlos como solo él sabía hacerlo. Me volvía loca, y me agarraba a la almohada mientras Alberto me hacía gozar como una perra en celo. Porque si, ahora me sentía como una perra en celo. Sucia, y excitada por saber que mi hijo nos estaría oyendo. Era como un castigo para él porque no se hubiera atrevido a decirme que me deseaba, que se pajeaba pensando en mí, o con mis bragas, aunque nunca hubiera encontrado la prueba de ver mis bragas manchadas de semen en el fondo de la lavadora.

Alberto ya desnudo del todo, me abrió un poco más las piernas, mientras hundía su lengua en mi coño, masturbándome hasta casi hacerme alcanzar el clímax, pero entonces se detenía, no quería que me corriera tan pronto, y luego acariciaba con su dedo índice mi clítoris, rojo a más no poder, mientras yo me abandonaba al placer que me estaba dando, y la tortura de detenerse cuando yo estaba a punto de correrme. No creía que con ese método de arranque y parada pudiera aguantar sin correrme mucho más.

Pero él no iba a quedarse atrás, y tras comérmelo bien, dirigió su pene casi erecto hasta mi boca. Yo nunca había sido tan lanzada hasta ahora y me encargué de lamer bien su glande con mi lengua apasionada, mientras llevaba mis dedos a mi coño que seguía ardiendo, deseando ser penetrado por la polla de mi marido.

Cuando me cansé de lamer su glande brillante por mi saliva, me concentré en sus huevos y él echó la cabeza hacia atrás, presa de una excitación tremenda, y casi no me dio tiempo a masturbar su polla que ya alcanzaba el máximo de su erección, porque Alberto se puso entre mis piernas y con cuidado casi como si temería que fuera a romperse mi coño después de la caña que me había dado, y me la metió despacio, aunque hasta el fondo, y la dejó un rato quieta mientras oíamos nuestras respiraciones agitadas, y volvía a ver a Jonathan en mi cabeza. Por un segundo imaginé que era él el que estaba dentro de mí y no mi marido.

Alberto acarició mis pezones que estaban duros como piedras, y luego agarró mis tetas con fuerza, pero sin hacerme daño, y comenzó por fin a bombear.

Su polla entraba y salía de mi a un ritmo lento, pero constante. Tal y como cuentan en los relatos eróticos, del cual yo estaba siendo protagonista de uno, y tal vez lo escribiera no solo en mi diario, sino en el ordenador y publicarlo luego en alguna página de relatos.

Pero ahora solo quería ser follada por mi marido, que me taladrara como estaba haciendo, y más intensamente aun, para excitar a mi hijo y que acabara por masturbarse mientras nos oía. Quería que al día siguiente confesara que yo le excitaba, que le ponía mucho, como una madre guarra, una milf como la que deseaban sus amigos del instituto.

Al seguir con el trabajo sobre el incesto no tardaría en confesarme al día siguiente que yo le ponía.

-Te noto ahora un poco ausente cariño. -me preguntó Alberto al ver que mi mente estaba en otro sitio.

-No pasa nada tesoro. Por un momento he pensado si ha sido buena idea que Jonathan nos oyera. -le contesté.

-Enseguida se te olvidará cielo. -me dijo y entonces me penetró más fuerte, elevando sus gemidos que ya no eran solo una respiración agitada, si no verdaderos y fuertes gemidos que daba en cada embestida que me proporcionaba.

-Ah, ah, ah, así tesoro, fóllame así de bien cariño. Que grande la siento, dame más, por favor, no te pares tesoro, sigue así, más, más, más. Aaaaah. -gemí sin reprimirme.

Me aferré con una mano a su nuca, mientras con la otra agarré el cabecero de la cama al ser la almohada demasiado blanda para lo que estaba sintiendo, el cabecero era más duro, aunque me hiciera daño en la mano.

Alberto no se rendía y seguía follándome como nunca lo había hecho, al menos no que yo recordara. Ninguna de las veces que lo habíamos hecho demostró tanta pasión, y también que yo me encontrara en el estado de excitación en el que estaba me había producido una excitación tal, que no recordaba haber follado de forma tan intensa.

Paró un momento, y colocó mis piernas sobre sus hombros como tantos hombres ávidos de deseo y de follarse a su mujer como auténticos actores porno hacían.

Alberto la sacó solo un momento para meneársela unos segundos, como si no la tuviera ya lo suficientemente dura, y volvió a clavármela de una sola estocada, adaptándose como la vez anterior como una espada a su vaina, de tal compenetrados, nunca mejor dicho, que estábamos.

Para entonces tuve mi primer orgasmo por fin. Incluso creí oír moverse la cama de Jonathan mientras mi cuerpo temblaba de puro placer y nuestra cama también se estremecía, mientras Alberto me decía obscenidades al oído sin parar de bombear.

Me escocia el coño del roce que me estaba dando aunque estuviera chorreando. La situación era tal excitante que, aunque acabara de correrme, sentía que otro orgasmo estaba muy cerca.

-Cariño estoy a punto. -me dijo Alberto jadeando-. No puedo aguantar más. No puedo, no puedo.

-No pasa nada cariño. Córrete cuando quieras. -le animé besándole en la boca.

-Aaaah, cariño, me corro, siiiiii, me corro, ya lo siento, la leche me sube por el tronco. Ya está aquí, ya la noto subir, aaaaaaah, jodeeeeeer, ¡me corrooooooooooooooooooooo!

-Si cariño, córrete, córrete, aaaaah. -le animé a que se corriera dentro de mi como hacía casi siempre, aunque yo no había llegado aún a mi segundo orgasmo.

Alberto siguió bombeando un poco más, agarrándome de las piernas sin hacerme daño, hasta que ya no pudo aguantar más, y después de eyacular todo lo que llevaba dentro, termino parando y sacando la polla.

Unas gotas aún se escaparon de su glande y mientras yo bajaba de nuevo las piernas pude ver como mi coño rezumaba toda su corrida mezclada con mis flujos.

-Que gusto por dios cariño. Te quiero mucho. -me dijo acercándose a mí y dándome otro beso en los labios bastante apasionado. Su polla aún conservaba algo de dureza.

-Me encanta que no se te desinfle cuando te corres. -le dije.

-Y a mí. Si no estuviera tan cansado te echaría otro polvo ahora mismo.

-Ja,ja,ja. Eres increíble amor. Te quiero mucho y lo sabes. -pero en realidad le dije eso pensando en mi hijo, aunque también quisiera a mi marido. ¿Estaría dispuesta a tirarme a mi hijo o dejar que él me follara?

-Anda, vamos a dormir. Mañana no tengo madrugar, pero tengo el día atareado.

-De acuerdo. Buenas noches, cielo. -le dije y me giré hacia la pared que daba a la habitación de Jonathan.

Al día siguiente me desperté tarde. Ahora no trabajaba, podíamos vivir de momento sin problemas con el sueldo de Alberto, pero pronto buscaría trabajo. Valeria no había vuelto de casa de su amiga.

Desayunamos los tres juntos, aunque apenas cruzamos palabra ninguno.

Alberto se fue al trabajo y Jonathan a la universidad. Yo me entretuve en escribir mis pensamientos y lo que había ocurrido en el diario. Quise leer lo que llevaba escrito mi hijo del trabajo sobre el incesto, pero, aunque no tenía contraseña en el portátil, no me atreví a leerlo al estar delante del ordenador.

Cuando Jonathan volvió de la universidad se cambió de ropa y merendó en la cocina. Yo ya lo había hecho, aunque él me invitó a acompañarle.

-¿Hicimos mucho ruido anoche? -me salió preguntarle sin pensarlo.

-No. No pasa nada. Es normal. Papá y tú os queréis mucho, casi tanto como cuando os casasteis, ¿no?

-Si cielo, pero yo no quería gemir tanto. -era mentira porque se lo había pedido a mi marido que no cortase de gemir.

-Eso es que papá te sabe hacer disfrutar mucho. Es lógico, te conoce mejor que nadie y sabe cómo…

Se cortó antes de seguir hablando.

-Sabe cómo hacerme disfrutar y que me corra como una loca. -terminé yo la frase.

-Bueno, voy a recoger la mesa y sigamos con el trabajo. -me dijo desviando la conversación.

Fuimos al salón donde Jonathan abrió y encendió el portátil y cargó el documento de texto de lo que llevaba escrito hasta entonces.

Yo me quedé de pie aposta junto a él.

Me acerqué a su cara y puse literalmente mis pechos frente a ella.

-¿Necesitas que te ponga las tetas en la cara para que despiertes de una vez? -le dije.

-¿Eh? -me contestó.

-Que si necesitas que te ponga las tetas en la cara para que despiertes. -le volví a decir y las pasé literalmente arriba y abajo por su cara. No llevaba sujetador.

Mi hijo no reaccionó. Se limitó a sentirlas en su cara, pero no hizo nada. Al menos no las rechazó. Su polla estaba empezando a ponerse dura. Me di cuenta del bulto que se notaba bajo el pantalón.

Jonathan se zafó de mis tetas y giró la cabeza a la pantalla. Comenzó a escribir como si nada de lo de antes hubiera pasado.

-¿Me vas a ignorar? -le dije de mala gana.

Él siguió escribiendo como si nada.

Me sentía ignorada por mi propio hijo, pero a la vez muy excitada.

Sin saber muy bien que hacer, me quedé mirándole un rato mientras él seguía tecleando ajeno a mi presencia. Pero al cabo de unos minutos algo lo delató. Unas gotas de sudor cayeron de su frente.

Como si algo me hubiera dado, le aparté el portátil y acerqué la silla hasta mi girándola de costado de forma que quedara frente a mí. Me senté encima de mi hijo, sobre su regazo y él, aunque sorprendido por mi arranque, no dijo nada, solo se limitó a mirarme fijamente con sus ojos azules abiertos como platos ante su madre incestuosa.

Acerqué mi boca hasta la suya y al ver que no oponía resistencia, le besé primero sin lengua. Él se hizo de rogar, pero luego acompañó mi beso con el suyo, y entonces yo me empecé a frotar sobre su paquete, donde su pene ya mostraba toda su erección, aunque no pudiera verlo.

Después de frotarme bien sobre su polla, yo estaba a cien y mis bragas comenzaban a mojarse, metí su lengua en mi boca y Jonathan hizo lo mismo con la suya.

-¿Por qué has tardado tanto? -le pregunté entre gemidos cuando saqué un momento mi lengua de su boca.

-Esto no está bien mamá. Lo que estamos haciendo, quiero decir. Tengo la polla tiesa y no debería ser así. Eres mi madre y esto no está bien. -volvía a repetir.

Sin responderle me saqué el vestido por la cabeza y lo dejé sobre el sofá.

-Apenas acabamos de empezar tesoro. Ya tendrás tiempo de arrepentirte. -le dije mientras me quitaba el sujetador y me bajaba las bragas hasta los tobillos.

Jonathan me miraba hipnotizado. No era la primera vez que veía a una mujer desnuda, sin duda, pero yo era su madre, y aunque nos hubiéramos cruzado alguna mirada mientras nos cambiábamos de ropa, aquella era distinto. Ahora me tenía desnuda delante de él.

-Esto no está bien, en serio. No puedo seguir. -me dijo.

-Ahora es tarde hijo. Ya no hay marcha atrás. Mira cómo me tienes. -le dije abriéndome los labios para que viera la humedad que ya manchaba la silla y sus piernas. -Si no quieres follarme, entonces tendré que hacerlo yo. Además, estamos en la postura perfecta para hacértelo.

Luego me arrepentiría, pero desgarré el pantalón del pijama para dejar su polla erecta descubierta. Si me levantaba para bajárselo, él intentaría escapar, y probablemente lo conseguiría porque era más alto y más fuerte que yo, así que no me quedó otro remedio que desgarrárselo.

Su polla en mi mano ardía. Sin duda, y como pasa siempre en los relatos que leía, su boca decía una cosa, pero su polla decía otra. Me deseaba, era su madre, pero también una mujer hermosa. La pasión de mi marido, y ahora también iba a ser la de mi hijo.

Me recreé en el tacto de las venas de su pene, y por fin descubriría si el sexo con un hombre con el pene venoso sería tan bueno como me contó una vez mi amiga.

Me alcé un poco sin dejar que Jonathan se moviera, y dirigiendo su pene hasta mi coño, me la ensarté, solo la punta por el momento, y fui moviendo mis caderas en movimientos circulares para sentir solo el glande en la entrada de mi vagina.

Cuando sentí que había probado bien su glande, fui dejándome caer sobre mi hijo hasta que me atravesó del todo con su miembro.

Su polla, pese a su tamaño, entró perfectamente en mi coño por lo húmedo que estaba.

Le miré a los ojos una vez más, apoyé mis antebrazos sobre sus hombros, dejando caer mis manos por detrás, y comencé a cabalgarle.

Subía y bajaba sobre Jonathan siguiendo un ritmo constante. Mis tetas botaban frente a él, y al tener yo las manos detrás, tenía campo libre para hacer lo que quisiera con ellas. Pero no me las tocó, se limitó a mirarlas mientras yo seguía cabalgándole, y de vez en cuando, subía la miraba hasta mis ojos, hasta que yo aceleraba el ritmo de la cabalgada y entonces él volvía a bajar la vista hasta mis tetas.

Ninguno de los dos decíamos nada. Solo nos limitábamos a gemir acompasadamente, debo decir que yo más alto que Jonathan. Él había asumido finalmente lo que estábamos haciendo y se dejaba llevar por mí, aunque no demostrara lo que seguro estaba sintiendo mientras era follado por su propia madre.

-¿Te gusta cómo te follo, hijo? -le pregunté al saber que no iba a hablar nada mientras lo hacíamos.

-Si mamá. -me contestó con la respiración aún más agitada que antes.

-Veras que bien te vas a correr. -le dije-. Mira como acelero el ritmo. -y boté un poco más rápido sobre él apoyando entonces las manos sobre sus hombros, que hasta ahora había tenido sueltas. Puedes tocarme las tetas si quieres. -le dije mientras seguía subiendo y bajando sobre su polla que me taladraba sin piedad.

-¿Puedo? -me preguntó tímidamente.

-Claro tesoro. Ahora son tuyas. Recuerdo me chupabas bien los pezones cuando te daba de mamar. Nunca te quedabas satisfecho del todo, y a veces luego me escocían los pezones.

-Pero si papá o Valeria se enteran…-me dijo.

-Anda, no seas así. Ya estás en segundo de carrera, no eres un crio. Tienes a tu madre deseosa de ti. Te estoy follando como seguro que ninguna de tus novias te ha follado nunca. Mis tetas son ahora para ti. Tu padre y tu hermana nunca sabrán nada de esto. Tócamelas, son tuyas, chúpalas, haz lo que quieras con ellas. Y me detuve un momento.

Acercó temeroso las manos, hasta que finalmente se decidió y las agarró suavemente con sus manos que ahora sudaban presa de la excitación que sentía.

Las palpó como si fuera un médico, más que un amante libidinoso, y cuando se cansó de examinarlas, acercó su boca hasta ellas y me las comió a besos, luego las lamió y finalmente las amasó como si fuera masa de pizza o algo así.

Me miró fijamente, y luego me besó en la boca. Por fin habían caído las barreras entre nosotros. Ahora era mi amante además de mi hijo, y volví a follármelo, aunque la silla temblara y creyera que fuera a romperse en cualquier momento.

Al cabo de un rato me cansé un poco de cabalgarle. Estoy delgada, aunque soy de curvas generosas, pero las constantes subidas y bajadas me estaban dejado agotada, y cambié la postura. El lugar de seguir cabalgándole, cambié el sube y baja, por movimientos de cadera de atrás a delante que hicieron que me corriera sujeta de las manos de mi hijo. Él no me dejó caer mientras me estremecía por el orgasmo.

Cuando me recuperé, no sé cómo Jonathan seguía aguantando, cuando me follaba así a mi marido, él no duraba más de 7 u 8 minutos, y con mi hijo ya llevábamos casi 15, volví a cabalgarle lento, muy despacio, saboreando lo que ya llevaba tiempo sintiendo, las venas de su tronco que recorrían mi vagina húmeda y mezclada con el líquido preseminal de mi hijo.

Entonces Jonathan me agarró de nuevo, pero más fuerte a mis muñecas, abrió la boca y exhaló algo parecido a una mezcla entre una respiración fuerte y un gemido casi ahogado, y se corrió. Se corrió mirándome a los ojos, casi sorprendido de lo que estaba sintiendo, como si fuera la primera vez que lo hacía.

Noté como su polla eyaculaba chorros casi como si lo hiciera despacio. Primero uno fuerte, el primero, como siempre que se corre un hombre, y más si lleva tiempo sin hacerlo, y luego el resto, que llenaron mi vagina, como si fueran saliendo poco a poco, como si apretaras un tarro de kétchup del que casi no queda nada dentro.

Con el ultimo lechazo que sentí en mi interior, tuve mi segundo orgasmo. Abrí la boca y gemí bien alto para que mis gritos llenaran la casa vacía, salvo por nuestra lujuria, y cuando terminé de correrme, me dejé caer sobre mi hijo, apoyando mi cabeza en su hombro y mi pecho sobre el suyo.

Me incorporé sin decir nada, y saqué su pene de mi interior, mientras los dos tratamos de recuperar la respiración.

La silla había quedado empapada de flujos y nuestras piernas también. Nos recompusimos como pudimos y nos dispusimos a darnos una ducha, cuando oímos las llaves en la puerta de la calle. Era Valeria que por fin volvía a casa, y en el momento más inoportuno.

Le hice un gesto a Jonathan para que se llevara la silla a su habitación, y le dije que yo me iría directa a la ducha para que su hermana no se enterara de nada. Bajé la pantalla del portátil cerrándolo, y lo dejé en la postura en que estaba antes de nuestro polvo incestuoso.

-¡Hoooolaaa! ¿Hay alguien en casa? -oí que preguntaba Valeria al cerrar la puerta de casa.

-Estoy en el baño hija, y tu hermano está en su habitación estudiando. -casi le grité a Valeria desde el baño.

-Ok, mamá. Ya me preparo yo la merienda. No os molestéis ninguno.

Notaba a mi hija tirante por su tono de voz, pero ella no sabía nada ni sabría de lo nuestro.

De vez en cuando mi hija tenía como ataques de celos de que fuera más cariñosa con su hermano que con ella, pero ya tendría solución para eso. Había pensado hacia días, cuando dijo Valeria que la acompañara a la orientación para la carrera y nos dijo a Jonathan y a mí que estábamos muy raros, en una comida juntos los tres fuera de casa para el siguiente fin de semana, y mi marido estaba de acuerdo en eso.

Vamos a ver como lo afrontaría en esa comida…

Van a comer y luego al cine, la madre viste vestido rojo ceñido que marca todas sus curvas. Luego en el cine se sienta junto al hijo y se sube un poco el vestido y el hijo le mete mano
 
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