Sexo entre la Familia 002

heranlu

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Alicia venía de la fuente con un cubo de agua en una mano, otro en la otra y un tercero en la cabeza. Un gato perseguido por un perro pasó entre sus piernas a toda pastilla, tropezó con él y mi prima probó la dureza de la tierra del camino. En medio de la tierra mojada le di una mano para que se levantara. Al estar en pie vi que le sangraban las rodillas, pero a ella lo que le preocupaba era cómo le quedara la cara. Se limpió al vestido las manos manchadas de tierra y me preguntó:

-¿Tengo la cara sucia?

Oír su voz después de tanto tiempo me dio un subidón.

-Sí, pero así aún estás más bonita.

-No digas tonterías que no es el momento.

-Te sangran las rodillas y eso no es ninguna tontería.

-Que sangren, tengo que volver a la fuente a llenar los cubos de agua.

-Voy yo, espera a que vuelva.

-¿Y cómo vas a traer el tercer cubo? Voy contigo.

Fuimos a la fuente. Mojé mi pañuelo con el agua que salía del caño y le dije:

-Deja que te limpie la tierra de las rodillas.

Levantó un poquito la falda, falda que le daba por debajo de las rodillas.

-Limpia con cuidado.

Estábamos hablando cómo si no lleváramos años sin hacerlo. Le dije:

-Esta situación me recuerda un chiste que inventé.

-No sabía que los inventabas, cuéntamelo.

-Es muy picante.

-Me gustan los chistes picantes.

Limpiando las heridas, le dije:

-Eran dos novios, ella se había caído y se había dañado las rodillas, el novio después de limpiarle la herida le sopló en ella y besando la parte interna de sus muslos, cantó: "Sana, sana, colita de rana, si o sanas hoy, sanarás mañana..." La muchacha a medida que el novio cantaba y subía besando los muslos fue subiendo la falda. Al llegar arriba el novio vio que tenía las bragas mojadas debajo del chochito, le dio un beso en la humedad. Después volvió a soplarle en la herida, y le peguntó: "¿Cura?" La muchacha le respondió: "Lo veo, lo veo" "¡Qué ves" "¡Al cura en tu entierro cómo no acabes lo que empezaste!"

Mi prima sonrió y me dijo:

-¡Qué malo!

Acabara de limpiarle la herida, me incorporé, y le dije:

-Por eso no se los cuento a nadie.

-Bueno, por lo menos fui la primera en algo.

-Eso sonó a reproche.

-Y lo es.

Llenamos los cubos, yo cogí dos y ella uno y fuimos hablando hasta su casa. Le iba diciendo:

-... Yo te sigo queriendo, Alicia.

Me miró raro.

-¿¡Qué?!

-Que siempre te quise cómo amiga.

-Déjalo, me llamaste adefesio.

-Porque me gustabas.

-¡Pues vaya manera de decir que te gustaba!

Llegó el sacamuelas de Jacinto a nuestro lado y al ver a su hermana con el vestido perdido y las rodillas rascadas, le pregunto:

-¿Te peleaste con alguien?

-No, me caí.

-Bueno, si valió para que volvierais a hablar...

Alicia le dio la razón.

-Visto así...

Al llegar a mi casa no había nadie. Era un buen momento para echarle un polvo a la barra de pan. ¿Qué cómo se le echa un polvo a una barra de pan? Pues se corta un trozo de pan duro de un tamaño cómo para hacer un bocadillo, se le mete un dedo a la miga y después se mete la polla en él y se comienza a follar. Es cómo hacer una paja, pero metiendo en algo blando. El pan era el coño de mi prima en mi imaginación. Masturbándome le comía la boca como se la comí a Conchita. Dejé de pensar en mi prima y el agujero del pan era el coño de Conchita. Poco después aceleré y me corrí dentro del pan. Solo me dio tiempo a guardar la polla antes de que entrara mi hermana en casa. Venía acompañada de su novio, un tipo que de otra aldea que no me caía bien porque era un vago y un chulo de mierda. Para disimular abrí el pan, cogí un cuchillo y esparcí la leche por el pan cómo si fuera leche condensada. Le estaba acabando de echar membrillo por encima con idea de echárselo a las gallinas en el momento que pudiera, cuando me dijo el novio de mi hermana:

-¡Cómo te vas a poner!

-¿Sí gustas?

-Sí, gusto, dame un trozo.

-El pan es duro.

-Más duro que yo no hay nada.

-Pues todo para ti, hombre duro, todo para ti.

Le di el bocadillo, le metió un mordisco, masticó, tragó y después me dijo:

-Está bueno. ¿No haces otro para ti?

-Se me quitaron las ganas al verte comer.

Esa misma tarde Alicia y yo dimos un paseo por el monte y acabamos en el pequeño campo rodeado de matorrales, campo donde tantas veces hiciera ella el reparto de nuestras fechorías. Alicia llevaba puesta una blusa marrón, una falda gris de tablas que le daba bastante más arriba de las rodillas y calzaba unas sandalias cerradas. Yo llevaba puesta una camisa roja, unos Lois y calzaba unos tenis azules. Sentados Sobre la hierba me preguntó:

-¿Te gustó hacerlo con Pili, con Loli y con Marta?

Estábamos a solas en medio del monte y Alicia estaba cómo un queso, un queso con dos trenzas que olía a jabón de la Toja y a desodorante Rexona. Había que preparar el camino, así que le dije:

-Esas cosas siempre gustan, pero no me gustó tanto cómo yo esperaba.

-¿Por qué?

-Porque ninguna de ellas eras tú.

-¿Quieres decir que me buscabas a mí en ellas?

-Sí.

-Cuéntame otro cuento.

-Mis chistes son todo picantes.

-No me entendiste, pero cuenta, cuenta, ya te dije que me gustan los chistes picantes.

Había que complacerla.

-Este es de una pareja andaluza que va por el campo y se encuentran de frente a un toro. Él sale corriendo y se sube a un árbol. Ella, que va vestida de rojo, se queda paralizada. El novio le dice: "Quita la falda y la blusa a ver si así no te entra". La muchacha se quita la blusa y la falda y en queda en sujetador y bragas, que también son de color rojo. El toro baja la cabeza y bufa. El novio le dice. "Quita el sostén y las bragas a ver si así no te entra." La muchacha se quita el sujetador y las bragas y queda totalmente desnuda. Al toro se le estira la tremenda verga. La muchacha, asustada, le pregunta al novio: "¿Me entrará, Paco?" El novio le responde: "Tú sabrás, María, tú sabrás."

Alicia rompió a reír al tiempo que me daba un empujón, luego me dijo:

-¡Qué bruto!

-Y tú que bonita.

Se puso sería.

-¿Son bonitas desnudas?

Volvía a preguntar por mis aventuras. Estaba visto que no le había gustado que estuviera con otras chicas.

-Todas las mujeres son bonitas desnudas, pero tú debes ser preciosa.

-No, no lo soy, si me vieras desnuda ya no te gustaría tanto.

-Me gustarías aún más. Si te viera desnuda sería porque íbamos a hacer el amor, y serías la primera mujer con la que lo haría...

No me dejó acabar. Preguntó:

-¿Entonces qué hiciste con ellas?

-Follar. -le entré a saco- ¿Me enseñas una teta?

-¿Para qué?

-Para ver si la tienes más bonita que las que vi hasta ahora.

-Me da vergüenza.

Yo ya estaba empalmado, así que le dije:

-¿Quieres que te enseñe yo algo antes?

-¿Qué me quieres enseñar?

Miré para el bulto de mi pantalón vaquero y le dije:

-Eso.

Alicia, o era curiosa cómo ella sola, o tenía tantas ganas cómo yo. Me dijo:

-Sí, pero después la guardas.

Bajé la cremallera y saqué la polla empalmada. Se ve que solo viera la polla de su hermano, ya que al ver mi polla, dijo:

-¡Hostias que grande y que gorda es!

-¿Me enseñas ahora una teta?

-No, que ya tienes esa cosa dura, y si te la enseño vas a querer más.

Ya casi la tenía, solo había que darle cuerda.

-Me conformo con ver.

-¿Una sola?

-Si me enseñas las dos mejor.

La cosa comenzó a ponerse al rojo vivo.

-Te las voy a enseñar, pero las manos quietas, eh, las manos quietas.

Se desabotonó la camisa, se abrió el sujetador, y me enseño las tetas, unas tetas preciosas. Parecían dos pequeñas pirámides coronadas con unas areolas oscuras y unos pezones finos.

-¡Qué bonitas son!

-¿Son las más bonitas que has visto?

-¡Sin comparación! Deben estar riquísimas.

Vio mi intención y me dijo:

-No te voy a dejar que me las chupes.

-¿Ni un poquito?

Alicia con las tetas al aire y mirando para mi polla tiesa, que obviamente no había guardado, me respondió:

-Ni un poquito ni un muchito.

Acerqué mi cabeza muy lentamente a su teta izquierda. Sin moverse, me dijo:

-No.

Le pasé la lengua por el pezón, y después le dije:.

-Solo un poquito, mujer.

-Vale, pero solo un poquito, eh.

Le pasé la lengua por el pezón, unas doce veces, otras tantas por la areola y después se la chupé, hasta que me apartó la cabeza y roja cómo un pimiento morrón, me dijo:

-Eso fue un muchito.

-¿Quieres saber lo rica que está?

Acerqué mi boca a su boca. Me hizo la cobra.

-No, ya llegamos demasiado lejos.

Le cogí la nuca y la besé con lengua. El beso se prolongó y Alicia acabó cogiendo mi polla, la apretó y movió su mano de arriba a abajo y de abajo a arriba. Le comí la otra teta, después le comí las dos y le dije:

-Te voy a hacer el amor.

-Mejor fóllame cómo las follaste a ellas.

Se echó boca arriba sobre la hierba. Me arrodillé entre sus piernas le levanté la falda, le eché las manos a la goma de las bragas, ella levantó el culo y se las quité. Estaban tan mojadas que poco quedaba seca de ellas. Le levanté la falda del todo, para lo que ella volvió a levantar el culo y vi su coño peludo. No había visto otro igual, el clítoris era muy grande y salía de él una pequeña polla con su cabeza puntiaguda. Comencé besando las heridas de sus rodillas. Luego fui besando y lamiendo el interior de sus muslos hasta llegar al coño. Olía a polvos de talco. Lo lamí y saqué la lengua pringada de jugos pastosos que me tragué, Alicia al lamerle el coño se había estremecido, luego le chupé la pequeña polla y me dijo:

-Sigue, sigue, no pares.

Seguí chupando y en nada se corrió, cuando dejé de chupar la pequeña polla aún era más grande que antes de chuparla. Le pregunté:

-¿Quieres llegar hasta el final?

-No, que puedo quedar preñada.

-Tengo condones.

-Los condones se rompen.

No me quedó más remedio que frotarle la polla en el coño y correrme entre sus labios vaginales. Al acabar, con el coño perdido de leche, me dijo:

-Joder, Quique, me volviste a poner cachonda.

-¿Quieres correrte otra vez?

-Sí, cómeme coño de nuevo.

Su pequeño coño ya no olía a polvos de talco, olía a semen y a jugos vaginales, olía de maravilla. Al pasar mi lengua por él se me pringó con una mezcla viscosa, tragué y después le clavé la lengua en el coño varias veces, para después lamer sus labios y su gran clítoris. Al rato, Alicia, a punto de correrse, me cogió la cabeza con las dos manos y me dijo:

-Ven.

Subí encima de ella, me cogió la polla con su mano derecha, la puso en la entrada del coño, con la otra mano empujó mi culo hacia ella y la polla fue entrando despacito en su coño estrechito. Con toda la polla dentro, me besó, y después me dijo:

-Fóllame. Quiero correrme en tu polla.

La follé al ritmo que marcaban sus dos manos en mis nalgas. Un ritmo suave que se detuvo al correrse. Se corrió convulsionándose y ahogando sus gemidos en mi boca. Sus uñas se clavaron en mi culo, su boca chupó mi lengua y su coño apretó mi polla y la baño con una corrida brutal.

Al acabar de correrse la follé un poquito más, después la quité. Me iba a correr en su vientre, pero me dijo:

-En la boca, dámela en la boca.

Se la metí en la boca y se tragó hasta la última gota.
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La habitación estaba completamente a oscuras, Me desudé y me metí en la cama. Le quité las bragas, puse las manos en el interior de los muslos. Las abrió de par en par. Tenía el coño seco, pero al rato ya era cómo una pista de patinaje por la que se deslizaba mi lengua. Lamiendo su coño le acaricié las piernas y me encontré con pelo. No las había afeitado y eso aún me gustaba más. Le trabajé el coño bien trabajado. Poco después, con mi lengua lamiendo su clítoris comenzó a temblar y se corrió cómo una burra.

Me puse a su lado y le eché una mano a las tetas. Aquellas no eran las tetas de mi tía, estaban muy blandas y eran más grandes. ¿Con quién estaba follado? A ver, mi primo me había dicho que volvían a casa de sus abuelos paternos, que su madre me esperaba esa noche en su habitación con la luz apagada y que antes de nada le comiera el coño. El caso es que ya me oliera mal la cosa cuando me lo dijo y ahora apestaba, pero seguí adelante. Jugué con sus tetas, lamiendo y chupando, mamando y magreando. Sus gordos pezones acabaron duros, después se puso de lado y me mamó la polla. La mamada fue sublime. Lamió por todos los lados. Me chupó la cabeza de la polla cómo si estuviera chupando la cabeza de un langostino... La metió entera en la boca... Me chupó los huevos y me mordió la polla sin fuerza... A salir la leche chupó solo la punta de la polla y se la fue tragando. Tanto le gustó mi leche que hasta la sentí sorber.

Luego me montó y me cabalgó... Metía y sacaba la polla moviendo el culo de atrás hacia delante a toda hostia, paraba, la sacaba hasta dejar solo la punta de la cabeza dentro. Su coño se abría y se cerraba. Era como si su coño fuese una diminuta boca que chupaba mi polla. Así estuvo unos cinco o seis minutos hasta que me corrí. Descargué mientras su coño se abría y se cerraba en la punta de mi polla. Con el coño lleno de leche me volvió a follar a toda hostia y no paró hasta que se corrió. Corriéndose se derrumbó sobre mí. Tenía la boca pegada a mi oído y pude sentir sus gemidos y también sentí su cuerpo temblar sobre el mío.

Al acabar de gozar se quitó de encima, se dio la vuelta, me dio la espalda y encendió la luz. Era mi tía abuela Camila, que sonriente me dijo:

-Vales las mil pesetas que dijo Jacinto, por valer vales mucho más.

Me interesaba saber cómo me la jugara el hijo puta.

-¿Y qué más te dijo Jacinto?

-Que a él no le cobras porque te busca clientas, que te gusta mucho el vino tinto, y muchas cosas más.

El cabrón me había hecho pasar por puto. En mis adentros me cagué en la puta madre que lo parió. Esta vez le caía una camada de hostias que le ponía la cara del revés. Camila se inclinó hacía un lado de la cama, cogió del piso una botella de vino tinto, le quitó el tapón y me la dio:

-Toma, que no se diga que no tuve un detalle.

Cogí la botella, le di un tragó largo, la puse en el piso, me eché el alma a la espalda y le pregunté:

-¿Qué te gustaría que te hiciera?

-De todo.

Mi tía abuela Camila era una mujer de sesenta años que llevaba tres años viuda. Tenía el pelo blanco, en la cabeza, ya que en el coño tenía una tremenda mata de pelo negro, por tener tenía pelo en el coño, en las axilas, en las piernas y en los brazos, por tener hasta tenía un pequeño bigote, poco más que de pelusilla, pero lo tenía. Las únicas arrugas que tenía en su cara morena eran las patas de gallo de sus ojos negros. Sus tetas eran meloneras y decaídas. Delgada no estaba, por eso tenía un tremendo culo y grandes caderas. A ver, para su edad no estaba mal, o sea que aún estaba potable... Me iba a ganar las mil pesetas. Lo primero que hice fue comerle la boca al mismo tiempo que acariciaba su ojete con la yema de mi dedo medio después de haberla mojado en su coño. Camila se derretía con los besos y las caricias en su ojete, de acariciarlo con la yema del dedo pasé a metérselo despacito, despacito pero hasta el fondo. Sin dejar de comerle la boca le follé el culo con él. Se puso tan cachonda que me dijo:

-Quiero que me metas tu polla en el culo el culo.

No me lo tuvo que pedir dos veces.

-Date la vuelta.

Camila se dio la vuelta y se puso a cuatro patas. Le abrí las nalgas con las dos manos y le lamí el periné y parte del ojete. Camila no era cómo su hija, gemía y gemía aún con más ganas cuando mi lengua penetró en su ojete y mis manos le aplaudieron las gordas nalgas. Comenzó un rosario de lamidas, folladas, cachetes y gemidos que acabaron cuando, cachonda cómo en su juventud, me dijo:

-¡Métemela en el culo de una puta vez!

Se la metí, pero se la metí en el coño, la follé y le llené el coño de leche, luego la saqué y ates de que la polla perdiera algo de cuerpo, le clavé el glande en el culo, exclamó:

-¡Diooos! ¡¡Toda, métemela toda!

Se la clavé en el culo hasta el fondo y después echándole una mano al coño encharcado, le di a mazo, le di a romper mientras mi mano se rozaba con su clítoris. Poco después con su culo apretando mi polla, dijo:

-¡Me corro!

Sentí sus jugos mojando la palma de mi mano y me volví a correr, esta vez le llené el culo de leche. Mi tía abuela, al igual que su hija, sufrió una especie de ataque de epilepsia, con la diferencia de que la espuma la echaba por el coño.

Al acabar me eché otro trago de vino, e iba a seguir follándola, pero Camila cogió la cartera que tenía encima de la mesita de noche, la abrió, me dio un billete de mil pesetas, y me dijo:

-Vuelve a casa no vaya a ser que despierten y vean que no estás.

Cogí el billete y le dije:

-Cuando necesites polla, avisa.

-Tengo mucha leña que partir, ya te avisaré.
 
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