Sexo con unas Gemelas – Capítulos 01 al 03

heranlu

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Sexo con unas Gemelas – Capítulo 01


La familia se compone de cuatro integrantes: nuestra abuela, nuestro padre Elykner, mi hermana Edith y yo, Naty. Edith y yo somos gemelas idénticas, de diecinueve años. Somos rubias, de ojos azul cobalto, largas cabelleras platino y cuerpos voluptuosos. Salvo nuestro padre y nuestra abuela, a quien cariñosamente llamamos Mamá Victoria, no hay ente viviente que sepa diferenciarnos a simple vista.
Papá es alto, bronceado, con una ascendencia entre sefardí y africana que le proporciona unas facciones atractivas, estructura física de músculos compactos bien definidos y una profunda voz de tenor. Aún siendo escritor, desmiente el estereotipo del Nerd o Friki eternamente sumergido entre libros y alejado del ejercicio. Junto con nosotras, practica Krav Magá, equitación, tiro y deportes extremos. En casa nos tomamos en serio aquello de “mente sana en cuerpo sano”.
Nuestra madre nos abandonó cuando mi hermana y yo teníamos cinco años. Aparte del trabajo en los talleres artesanales de Mamá Victoria y en su tienda de antigüedades, papá luchó arduamente en el mundo literario. Sería ocioso contar sobre los miles de amaneceres en que lo sorprendimos pegado al ordenador, redactando obras como negro literario para beneficio de otros autores, corrigiendo tesis universitarias o haciendo trabajo propio, después de largas noches en vela a base de tabaco y café. Gracias a su paciente lucha, al fin hubo una editorial que reconoció sus esfuerzos y le publicó una trilogía de Ciencia Ficción.
Mi relación con Edith era y es muy especial. A diferencia de otras gemelas, mi hermana y yo siempre nos quisimos mucho. Papá fomentó el cariño entre nosotras, de él aprendimos que estábamos juntas para “compartir, no para competir”. Crecimos respetando nuestras individualidades, pero conscientes de nuestras equivalencias. Nuestro padre y nuestra abuela nos enseñaron que nos amaban exactamente igual, respetando y atendiendo nuestras necesidades particulares, pero en el mismo grado de cariño. Nunca una de nosotras quiso tomar lo que correspondiera a la otra, siempre compartimos y velamos porque a las dos nos tocara de todo parejo. Somos como una Bestia Gestálica; misma alma encarnada en dos cuerpos idénticos a la vez, con dos identidades y mentes, creadas para amar a su reflejo por sobre todas las cosas.
Al cumplir dieciocho años, acudimos a una clínica de depilación láser para someternos al tratamiento permanente y eliminar el vello pubico, de axilas y delinear nuestras cejas. Para entonces, nuestro cariño rebasaba el nivel de lo que siente una hermana por otra. Durante las sesiones no nos mostramos los resultados, cuando estas concluyeron nos encerramos para comparar nuestros cuerpos. Así, de un modo casi inconsciente, nos encontramos examinando mutuamente nuestra anatomía. El vernos desnudas y explorar nuestras intimidades nos llevó, de la mano del inmenso amor que compartíamos, a iniciar una relación lésbica filial.
Edith y yo nos enamoramos de nuestros reflejos, idolatramos nuestra semejanza y adoramos lo que nos hace distintas una de otra. Juntas experimentamos, descubrimos y aprendimos, siempre desde la perspectiva de igualdad, respeto y unión. Poco después de comenzar, hablamos con Mamá Victoria quien, lejos de escandalizarse, nos comprendió, apoyó e incluso compartió con nosotras sus conocimientos de amor lésbico. Quedó pendiente el tema de explicar a nuestro padre la naturaleza de nuestra relación. En ningún momento temimos que no nos comprendiera o se desgarrara las vestiduras, sencillamente quisimos que todo madurara antes de comunicárselo. Por esos días surgió lo de la redacción y publicación de su trilogía, por lo que decidimos dejarlo trabajar en paz.
Contrariamente a lo que muchas personas piensan, el ser lesbianas no nos convierte en seres andróginos o masculinos. Edith y yo somos incluso más femeninas que otras mujeres, ya que conocemos muy profundamente los misterios de nuestro sexo. Mamá Victoria supo orientarnos en cuestiones amatorias, nos compartió sus consejos, sus conocimientos e incluso nos obsequió nuestros primeros consoladores.
Mi gemela y yo nos planteamos el tema de incluir en nuestra vida sexual a un hombre (he dicho uno, no dos) y conocer el sexo hetero. Cortejamos a un chico maravilloso, muy guapo, lleno de valores, virtuoso, alegre, divertido y emocionante. El problema fue que, a pesar de que siempre le insinuamos que ambas éramos distintas y equivalentes, que ambas éramos libres y dueñas de nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestros corazones, él se decidió sólo por una, menospreciando a la otra.
No diré quién fue la preferida, ni las razones que hundieron a la desfavorecida, simplemente añado sus palabras textuales: “estoy pensando más en ti que en tu hermana, tómalo como un cumplido”.
Era de esperar en un hombre educado en un ambiente heterosexual y monógamo, pero nos dolió mucho que hiciera comparaciones entre nosotras y una de las dos resultara vencedora sobre la otra. Lo dicho, estamos educadas para “compartir, no para competir”. Descartamos a nuestro amigo, no niego que hayamos sido un pelín injustas en el modo que lo rechazamos, pero nos hirió la comparación.
El corazón de una mujer es un universo lleno de misterios. Los corazones de dos mujeres duplican los enigmas y el amor compartido de dos gemelas implica el reto más grande de la creación.
Así llegamos a los hechos que arropan esta historia.
La trilogía de novelas escritas por nuestro padre, titulada “Vapor Estelar”, es una saga correspondiente al subgénero del Steampunk, con elementos retrofuturistas. La trama se desarrolla en un distante futuro cuya tecnología espacial se basa en máquinas impulsadas por vapor e hidrógeno, y cuyos elementos sociológicos y antropológicos recuerdan al lector los usos y costumbres de los siglos XVII al XIX.
Jethro Gedther, el protagonista, es un oficial de la Armada Estelar que, tras descubrir los malos manejos de los Reinos Globulares, deserta y se une a las bandas de pillaje que buscan recursos para detonar una guerra de independencia con el fin de liberar las colonias del Brazo Sagitario. Devna Urbeysh, capitana de la Armada Estelar, pasa de ser amante de Jethro a convertirse en su más acérrima perseguidora. Durante el desarrollo de la acción, el protagonista conoce a Rivka Galder y establece una relación sentimental con ella. Juntos conseguirán la libertad de las colonias oprimidas.
El proyecto fue bien recibido en la editorial. Los jefes de papá no censuraron las escenas más cruentas. El contenido bélico, erótico y de sexo explícito superó todos los filtros y llegó completo a los lectores. Con pocos meses de publicada, la saga tenía ya una comunidad de seguidores en Internet, así como clubes de admiradores en varias ciudades. Edith y yo, siempre orgullosas de papá, fuimos y somos sus más grandes admiradoras.
Teníamos en puertas dos celebraciones, el cumpleaños de nuestro padre y la firma de sus obras en la Convención De Fantasía, Terror Y Ciencia Ficción. El evento literario se llevaría a cabo el 24 de Septiembre, en Guadalajara. El onomástico, dos días después.
La editorial organizó todo para que papá y nosotras llegáramos, Mamá Victoria no pudo acompañarnos. Nos hospedamos en el hotel y dispusimos de tiempo para presentarnos en el salón de eventos. Permaneceríamos en el hotel toda una semana.
La estrategia publicitaria consistía en disfrazar a papá como Jethro Gedther, dos edecanes contratadas encarnarían a Devna Urbeysh y Rivka Galder. Nos instalamos en la suite que constaba de dos habitaciones, una para papá y otra para nosotras. Las “edecarnes” llegaron acompañadas de la editora y todos descubrimos el gran problema técnico que teníamos encima.
El atuendo de papá fue confeccionado a medida, por lo que no debía representar mayor problema. Lo que nadie pudo prever fue que las copas de los corpiños de los disfraces femeninos eran mayores al tamaño de los bustos de las modelos contratadas. Con la firma encima, el evento ya comenzado y todos los stands llenos, estábamos a punto de perder una buena jugada de mercadotecnia.
Edith, práctica como siempre, sugirió que ella y yo usáramos los atuendos. A nuestro padre y a su editora les regresó el alma al cuerpo e incluso cayeron en la cuenta de que sería aún más atractivo para los admiradores el hecho de que fuéramos gemelas.
Así fue como, sin esperarlo ni buscarlo, Edith se convirtió temporalmente en Devna Urbeysh y yo personifiqué a Rivka Galder.
02 Edith
Naty y yo estábamos muy cachondas. Nos excitaba la perspectiva de exhibirnos públicamente como dos de las fantasías sexuales de papá. Entramos a nuestra habitación con los paquetes de ropa entre los brazos.
Nos encantó el espejo de cuerpo entero que iba de un muro a otro. Nos colocamos juntas para mirarnos.
—Tenemos unos minutos —susurró Naty en mi oído.
—Me apetece jugar —comenté pasando un brazo sobre sus hombros.
Con la mano libre fui desabotonando su blusa mientras ella jugaba con el botón de mis jeans. Entre suspiros y comentarios en voz baja nos desnudamos mutuamente. Sin prendas ni pudores nos abrazamos. Nuestros senos, ya con los pezones erectos, se unieron para compartir su calor mientras nuestros sexos se humedecían excitados.
Nos besamos con ganas. Abrí mi boca para recibir su lengua, la cual lamí mientras mi hermana clavaba sus uñas en mis nalgas. Por el rabillo del ojo miré nuestros reflejos y moví a Naty para situarla pegada al espejo.
Nos contemplamos. Cuatro mujeres idénticas que unidas formaban un bosque de piernas torneadas y una colosal cordillera de senos orgullosos. Naty tocó mi coño y me introdujo un dedo por la entrada vaginal.
—¡Deja que te devore, te necesito! —rogué.
Sin esperar sur respuesta me arrodillé ante ella, dando la espalda al espejo. Llevé mi boca a su vagina en un movimiento miles de veces practicado. Mi gemela se estremeció cuando lamí su clítoris. Afuera de la habitación, papá charlaba animadamente con su editora.
Las piernas de Naty parecieron flaquear cuando introduje dos dedos en su coño e inicié un rápido movimiento de entrada y salida que involucraba profundos roces en su “Punto G”. En ningún momento dejé de estimular su nódulo de placer con mis labios y lengua; sólo acertó a estirar los brazos y apoyar las manos contra el espejo para dejarse hacer. Sus caderas se movían involuntariamente, haciendo que sus senos se balancearan.
—Afuera está papá —me recordó—. ¿No te das cuenta que puede descubrirnos?
—Sí, y me excita mucho —respondí haciendo una breve pausa.
Seguí con el juego. Esta clase de “asaltos sexuales sorpresivos” era parte de nuestra relación. Cuando llegábamos a algún lugar nuevo, lo primero que hacíamos era darnos placer para “marcar el territorio”. En este caso, el fetiche que tenemos por los espejos ayudaba a subir nuestra fiebre sexual.
Mis dedos entraban en su vagina, se separaban en su interior para retirarse rozando las zonas más sensitivas, coordinando esta maniobra con una fuerte succión de mis labios en su clítoris. Mi hermana agitaba la cabeza y movía la pelvis contra mi rostro. De esta manera conseguí hacerla llegar al primer orgasmo de la tarde.
Jadeando, Naty se arrodilló frente a mí. Nos miramos con deseo y volvimos a besarnos, compartiendo el sabor de sus jugos vaginales.
—Mi turno... mi turno —jadeó con sus labios pegados a los míos.
—¿No tenías miedo de que Papá nos descubriera? —pregunté divertida.
—¡Tengo más miedo de quedarme con las ganas de probarte hoy!
Con esta respuesta se acomodó a mi espalda y me colocó de rodillas frente al espejo. Sostuvo mis tetas desde atrás, como ofreciéndoselos a mi reflejo. Por un instante sentí como si las chicas al otro lado del espejo fuéramos nosotras dos, pero en papeles invertidos. Naty besó mi cuello y lamió el lóbulo de mi oreja derecha.
—Te marcaría un chupetón si no temiera que nos descubrieran —señaló jadeante.
—Te lo devolvería, para que estuviéramos parejas —respondí.
Descendió con su boca por mi espalda, en una candente cadena de besos. Me empujó para dejarme en cuatro puntos, con mi rostro pegado al espejo. Mi mirada topó con la de una joven que bien podría ser Naty o yo, en cuya expresión se notaban las ganas de marcha. Finalmente, mi hermana se acostó sobre la alfombra con la cabeza entre mis muslos. Me hizo separar las piernas y descender la pelvis para poner mi vagina sobre su boca.
Temblé de placer cuando lamió mi coño. Enseguida mordisqueó con sus labios bucales mis labios vaginales. Yo estaba casi sentada sobre el rostro de mi hermana, me sostenía con los brazos extendidos y miraba las muecas de gozo de mi reflejo. Naty me penetró con dos dedos, hurgando para estimularme por dentro mientras succionaba mi clítoris. Extendía y contraía las falanges en mi intimidad, pulsando mi “Punto G” mientras ríos de jugo vaginal empapaban su cara.
Sabía cómo llevarme al éxtasis, pues siendo idéntica a mí, mis puntos erógenos eran los mismos que la hacían gozar a ella. Un orgasmo electrizante me recorrió entera, mi amada gemela succionó y lamió todo mi jugo vaginal que cayó en su boca.
Nos incorporamos jadeando. Volvimos a besarnos frotando nuestros senos para compartir el calor de las pieles femeninas.
—¡Estoy enamorada de ti! —exclamé con su cuerpo entre mis brazos.
—¡Te amo con el alma, no podría ser menos! —respondió—. ¿Podemos apurarnos? Papá nos espera afuera y hay unos disfraces que tenemos que estrenar.
Fuimos de la mano al baño y Nat abrió la llave de la ducha. Entre besos y risas nos bañamos juntas. Enjabonamos nuestros cuerpos mutuamente, sintiendo la caricia del agua que nos empapaba. Éramos como dos ninfas, como dos valkirias, como dos fuerzas elementales femeninas enamoradas entre sí para amar al universo.
Con las pieles resbalosas nos frotamos entre nosotras. Nuestros pezones enhiestos exigían atenciones, por lo que sostuve las tetas de Naty y los lamí por completo. En ocasiones succionaba ruidosamente uno de los pezones y luego pasaba al otro. Mi gemela me abrazaba, bajando las manos para abrir y cerrar mis nalgas.
Casi la mordí cuando uno de sus dedos picoteó mi culo y lo penetró con la primera falange. Dejé sus senos para copiar la postura y también hurgué en el orificio posterior de mi hermana. El agua, el jabón y nuestras ganas me facilitaron la tarea de meterle el índice.
Frente a frente nos devoramos las bocas. Nuestros sexos se besaban a la misma altura. Sin dejar de penetrar nuestros respectivos anos, iniciamos una danza de frotación que estimulaba nuestros clítoris y nos hacía jadear.
—¿Chicas, están bien? —preguntó papá desde afuera —. Me pareció que alguien lloraba.
Sin dejar de frotarnos, Naty y yo nos miramos con lascivia. Nuestro padre estaba a escasos dos metros de nosotras, en el escenario de nuestro anterior follada lésbica. Se encontraba rodeado por las ropas que habíamos dejado tiradas en el suelo. Había escuchado nuestros jadeos y gemidos.
—Ahora vamos, papá —respondió Naty—. Nos estamos bañando.
—¿Juntas?
Nos excitaba mucho estar hablando con nuestro padre mientras nuestros sexos se frotaban y nos encaminaban al ya cercano clímax.
—Sí —respondí—. Es para ahorrar tiempo. Estábamos jugando e hicimos algo divertido, creo que eso fue lo que escuchaste.
Aceleramos nuestro roce. No sabíamos si el sonido del agua disfrazaba el chapoteo que producía vagina contra vagina y ese riesgo de ser descubiertas sumaba puntos de morbo a nuestra escala pasional.
—Vale, pero no demoren mucho —zanjó Elyk.
—¡Si quieres puedes entrar y tallarnos la espalda para que nos apuremos! —bromeó Nat.
La sola posibilidad hizo que mi gemela y yo alcanzáramos el orgasmo que nuestros sexos habían estado desarrollando. Al no poder gritar, nos besamos en la boca para devorar la manifestación de nuestro gozo.
—¿Les molesta si me visto en esta habitación? —preguntó papá sin haber captado la insinuación sexual —. Ustedes tienen un espejo de cuerpo entero.
Esta pregunta consiguió alargar nuestra corrida. Imaginar que papá se desnudaba a pocos pasos de donde nosotras estábamos haciendo el amor nos reencendió.
—¡Eres bienvenido! —grité en pleno éxtasis— ¡Todo es tuyo, despáchate como quieras!
Naty y yo caímos de rodillas, aún abrazadas.
—¡Que sabroso! —exclamó mi hermana—. ¿Crees que sospeche algo?
—No, pero es muy caliente hacer esto —le susurré al oído—. ¿En qué pensabas cuando lo invitaste a pasar? ¿Y si te tomaba la palabra?
—Él no es así. Se nota que es muy viril, pero nunca nos ha visto con morbo —me sonrió pícaramente—. ¡A lo mejor es lo que necesitamos!
—¿A papá? —pregunté—. ¿Crees que aceptaría?
—¿Quién mejor para amarnos a las dos al mismo nivel, para respetar nuestras individualidades y adorar nuestras similitudes?
—Esto hay que pensarlo —sugerí—. Me parece un poco fuerte, pero así completaríamos el círculo de “compartir, no competir”.
03 Naty
Edith y yo tuvimos que darnos una tregua sexual. Si seguíamos tocándonos, besándonos y susurrándonos frases ardientes no estaríamos listas para la Convención.
Terminamos de bañarnos en minutos. Nos envolvimos en las minúsculas toallas de hotel, que apenas si nos cubrían desde el pubis a la mitad de las tetas, y pasamos a la habitación.
En mi fuero interno deseaba que papá estuviera medio desnudo, pero ya se había puesto los ropajes que preparó la editorial.
El disfraz de papá consistía en casaca azul, pantalones negros, botas de alto cañón, capa gris, a juego con la camisa y tricordio negro. Lo completaba con una barba de candado que le daba un aire entre osado y lascivo. En resumen, se veía guapísimo ataviado como navegante espacial retrofuturista.
Se turbó al vernos cubiertas sólo por las toallas. Se volvió de espaldas a nosotras mientras Edith y yo quedábamos totalmente desnudas en medio de la habitación. Para mala o buena suerte de papá, él quedó frente al espejo, por lo que pudo ver perfectamente nuestros reflejos. Murmuró (o se atascó con) una disculpa, caminó de lado con los ojos cerrados y salió del cuarto seguido de nuestras risas.
A mi hermana le tocaba personificar a Devna Urbeysh. Su disfraz consistía en un ceñido corpiño, con motivos de engranes y estrellas decagonales, que hacía lucir el volumen de las tetas en toda su magnitud y ceñía la cintura, minifalda de corte asimétrico con franjas militares y botas de tacón alto. Sobre su cabeza, una boina militar con insignias de plata y bronce.
Para mí, en mi papel de Rivka Galder, tricordio rojo, un corpiño de cuero marrón tan ajustado y favorecedor como el de mi hermana, minifalda y botas de cañón medio. Ambas nos maquillamos delineando mucho los ojos, dejamos libres nuestros largos cabellos y nos ajustamos las pistoleras donde descansaban los trabucos láser de utilería.
Papá nos esperaba en la estancia de la suite. Se maravilló al vernos aparecer, no quedaba rastro de su turbación de minutos antes.
—¡Mis Gemas! —exclamó con voz cálida—. ¡Son un sueño materializado!
Ambas lo abrazamos, una a cada lado. Juntamos nuestras frentes en ángulo de quince grados y él nos besó al mismo tiempo, tal como hacía desde que éramos niñas para que ninguna de las dos se sintiera excluida.
—¡Te amamos, papá! —exclamamos al unísono.
A causa de la convención, los pasillos del hotel estaban atestados de criaturas fantásticas. Había Clone Troopers ataviados con armaduras de fibra de vidrio, Narutos escandalosos que jugaban a “las traes”, un Chavo Del Ocho, una Mafalda y otros personajes que no pude identificar. Nos tocó compartir el ascensor con una parvada de driadas de orejas afiladas, papá bromeó diciendo que parecían las hijas del Señor Spock.
El salón de eventos quedaba a un lado del hotel. Se trataba de una estructura de media hectárea de terreno, atestada de locales y stands donde se vendía o publicitaba todo tipo de artículos. Había autores de Novelas Gráficas de poca difusión, herreros de arte antiguo que vendían réplicas de armas de “Ice And Fire Song”, “Dragon Lance” o de “The Time Wheel”. Curadores que pregonaban sus pergaminos escritos con sentencias, hechizos o poemas medievales, neveros que vendían helados dentro de cráneos de Trolls, gitanas que leían la mano o las cartas gracias a un moderno programa de PC y, desde luego, autores de Ciencia Ficción que vendían y autografiaban sus obras.
En el stand de “Vapor Estelar” había al menos doscientos admiradores apretujados. Todos esperaban escuchar las palabras de papá, estrechar su mano, conocerlo brevemente y recibir un autógrafo en las primeras ediciones de la trilogía. Los admiradores, adolescentes y adultos, vestían, hablaban y ejecutaban gestos imitando a los personajes literarios de Elykner. Al vernos, abrieron un pasillo para dejarnos pasar.
Papá dio un discurso sobre la importancia del hábito de la lectura entre los jóvenes, lo agradecido que se sentía por que todos ellos estuvieran ahí y lo importantes que sus lectores eran para él. Conozco a mi padre, así como él sabe distinguir a sus hijas gemelas, ambas sabemos distinguir cuando dice la verdad o miente; en este discurso fue totalmente sincero.
Así fueron desfilando los seguidores. El personal de la editorial los acomodó a todos en una larga fila, pasaban, compraban los ejemplares de las obras que les faltaban, papá hablaba unos momentos con cada uno de ellos y se tomaban fotografías.
Casi ninguno dejaba pasar la oportunidad de tomarse una foto con Edith, conmigo, con papá o con los tres. De este modo amagué a un par de Legionarios Globulares con un trabuco de juguete, desmantelé un Golem y fui amarrada de pies y manos por una pandilla de corsarios desubicados. Con Edith y Elykner pasó algo parecido.
La tarde voló entre juegos de fantasía, risas y la magia de materializar el sueño de los lectores. Por la noche se unieron a nuestro stand los seguidores de otras obras o películas. En esa nueva hornada se revolvieron los tópicos, pero todos fueron bienvenidos. Me tomé fotos con un Hulk al que se le caían los pantalones, con un Chucky al que se le había perdido su cuchillo de neopreno e incluso con un Bob Esponja de botarga percudida. El acabose fue la foto que me hice con un Thor de piel cobriza y rasgos indígenas que no paró de intentar besarme y pedirme mi número del celular. Este chico me inspiró un calentón especial, pero no llegamos más allá.
Cuando miré a Edith, mi gemela se retrataba, tomada por la cintura entre un Darth Vader achaparrado y un Spider Man de barriga pulquera.
Papá estaba un poco lejos de nosotras. Charlaba con Megan T. Williams, una hermosa británica de raza negra, autora de la Novela Gráfica “Light Snake”. Mi mirada se cruzó con la de Edith y en este gesto nos dijimos todo.
Elykner tenía una vida muy ocupada. Repartía su tiempo en escribir, atendernos a nosotras, ayudar a Mamá Victoria con su taller de artesanías y el negocio de antigüedades. Sabíamos que debía tener alguna amiga cariñosa, pero realmente no le conocíamos a nadie.
Nos sentimos incómodas. No nos dolía que nuestro padre pudiera pasar un buen rato, más bien nos hería que otras mujeres pudieran recibir de él unas atenciones especiales que a nosotras nos hubieran venido bien, sobre todo porque a nuestros diecinueve no nos habíamos estrenado en el amor heterosexual.
Tomé una decisión mientras un Roland Deschain estrechaba mi cintura y hacía el amago de darme un beso para que su amigo C-3PO nos tomara la foto. Teníamos que seducir a Elykner antes de que fuera demasiado tarde. Transmití por señas esta idea a mi gemela y ella estuvo de acuerdo.
Edith habló al oído con Darth Vader y luego con el Spider Man pulquero. Los muchachos batieron palmas y solicitaron la atención de todos los presentes.
—¡Amigos! —gritó Darh Vader—. Nos falta tomar algunas fotos de los personajes de “Vapor Estelar”.
Las conversaciones cesaron. Alienígenas, robots, humanoides, dioses y súper héroes nos miraron fijamente.
—¡Yo quiero una donde Jethro Gedther se bese con Devna Urbeysh! —gritó el “Peter Porker” de Edith.
—¡Estaría bien una donde también esté con Rivka Galder! —reconoció Thor, quizá resignado a perderme.
Papá meneó la cabeza. Evidentemente era un hombre muy hormonal, pero jamás nos había visto con morbo. Éramos sus hijitas, sus niñas, sus Gemas, como él nos llamaba. Hasta esa tarde en que nos vio desnudas “accidentalmente”, nunca se había planteado la posibilidad de que ya fuéramos unas mujeres. Megan le habló al oído y friccionó su antebrazo izquierdo en un gesto de confianza.
—¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! —gritaron los amigos de Edith.
—¡Sexo! ¡Sexo! ¡Sexo! —intercalaron C3 P—O, Roland Deschain y el Thor de bronce.
Nuestro padre tuvo que rendirse a la evidencia. Sus admiradores querían ver “algo más” que los acercara a “Vapor Estelar”. Lo miré y asentí, procurando no parecer ansiosa. Jethro Gedther se ubicó frente a mí mientras los entes fantásticos despejaban un espacio a nuestro alrededor.
—¿Estás segura? —preguntó mi padre mientras me tomaba por la cintura.
—Sí —susurré—. Ellos lo piden y será bueno para la publicidad. Tiene que ser real, de lo contrario, no se lo van a creer.
—¿Y tu hermana? —preguntó mientras yo estrechaba mi cuerpo con el suyo. Su entrepierna quedó sobre mi vientre y me agité entre sus brazos.
—¡La capitana Devna Urbeysh también debe besarte!
Palabras y acciones se fusionaron. Sentí que la verga de mi padre se endurecía contra mi vientre. Puse mis manos en su nuca y nuestras bocas se encontraron en un beso apasionado mientras las criaturas de ensueño y pesadilla gritaban, unas exigiendo besos, otras esperanzadas con el sexo.
El subidón hormonal me dejó mareada. Papá besaba como un maestro. Y mi primer beso heterosexual se estaba convirtiendo en toda una revelación. Me olvidé del ADN que compartíamos, de mi nombre, del planeta que nos cobijaba, de todos los testigos y me habría olvidado de respirar si no hubiera necesitado seguir viviendo para continuar con aquello.

Nuestras lenguas se encontraron dentro de mi boca, que rato antes había dado placer a la vagina de mi hermana; pensarlo hizo que me puso aún más cachonda. Mi coño chorreaba y mis flujos empapaban el tanga. La presión de mis endurecidos pezones contra el corpiño era casi dolorosa. Mis caderas se movían involuntariamente, friccionando su verga contra mi vientre.

Nos bañó una lluvia de destellos procedentes de las cámaras de nuestros espectadores.

Elykner intentó concluir el contacto bucal, pero no lo permití. Tomé a mi padre por los antebrazos y acomodé sus manos sobre mis nalgas, sin dejar de comerle la boca ronroneé aprobadora. Para asegurar la situación, elevé mi pierna izquierda y lo atrapé por la cintura. Eso es lo bueno del Krav Magá, o aprendes a descoyuntar articulaciones, o consigues el modo de enganchar a tu propio padre.

—¡Atáscate ahora que hay lodo! —gritó alguien, no sé si fue Blanca Nieves, La Chilindrina, Storm o Ayla, Hija De La Tierra.

Volvimos a la realidad y, con mucho pesar, me separé de papá.

—Naty, tenemos que hablar sobre esto —jadeó mi padre.

—¡Ha sido estupendo! —lo atajé, sabiendo el rumbo que hubiera tomado si le permitía continuar—. ¡Nunca imaginé que el primer beso fuera contigo!

—¡Falto yo! —exclamó Edith ya a nuestro lado— ¡Falto yo!

Mi gemela se colgó del cuello de nuestro padre y, sin darle tiempo a protestar, le besó la boca con ansias arrebatadoras.

Las criaturas de Fantasía, Terror y Ciencia Ficción jaleaban a mi padre y mi hermana. La escena era bastante estimulante. Edith comía literalmente la boca de nuestro padre, casi sin dejarlo respirar. Imitando mi ejemplo, había alzado una pierna y frotaba contra su vientre la erección que nos engendró. Entendí el porqué del entusiasmo que mostraban nuestros espectadores.

La mirada de estupefacción de Megan se clavó en mí unos instantes. Le enseñé la lengua en un gesto que intentó ser grosero y terminó pareciendo lascivo.

El mini Darth Vader y el Spider Man regordete se habían quitado las máscaras y miraban a Edith endiosados. Sus entrepiernas lucían abultadas por la excitación. Pobres, el primero acababa de comprobar que El Lado Oscuro De La Fuerza tiene horizontes inalcanzables. El segundo aprendía que “Un gran poder implica tener que mirar cómo su nueva fantasía sexual devoraba los labios de su propio padre”.

Los espectadores fotografiaban a la pareja, entre gritos de júbilo y silbidos. Cuando Edith y nuestro padre se separaron pude ver que él tenía los labios manchados del carmín de sus hijas gemelas.

Papá volvió a su lugar. Los presentes le pedían que les autografiara incluso recuerdos correspondientes a libros y películas ajenos. Playeras, máscaras, armas de juguete y afiches. Edith volvió conmigo, sonriendo con su gesto de “la gata que se comió al ratón”.

—¿Tu tanga está tan empapado como el mío? —preguntó con desparpajo.

—¡Sí! —grité—. ¡Fue de lo más extremo!

—Me alegra, porque es hora de pagar —señaló—. Debemos un favor a cierto insecto y cierto Jedy maligno.

Mi hermana me tomó de la mano y juntas caminamos atrás del stand. Darth Vader y Spider Man nos siguieron frotándose las manos.

—¡Yo no voy a hacer nada con estos! —objeté.

—¡Tu hermana nos prometió una orgía con ustedes dos si proponíamos lo del beso con el escritor! —se quejó Darth Vader.

Para ese momento ya estábamos ocultos de las miradas indiscretas.

—Y cumpliremos —aseguró Edith—. Pero no será hoy. Nos vemos el próximo 31 de Febrero en este mismo hotel. Entonces, y sólo entonces, nosotras cogeremos con ustedes hasta que tengamos que pedir que los recoja la Cruz Roja. Lo de ahora será sólo un adelanto.

Los chicos aplaudieron felices e incluso se pusieron a calcular en qué día de la semana caía el 31 de Febrero. Quise reírme de su inocencia, pero me aguanté.

—No quiero nada con estos —le susurré al oído a mi gemela.

—Relájate, al menos se ganaron el derecho a mirar.

Dicho esto, Edith me recargó en la pared y me besó. Los chicos nos miraban enardecidos. Mi gemela se arrodilló delante de mí y me subió la falda para mostrar mi pubis. Jaló hábilmente del elástico de mi tanga empapada. Sorteando los cañones de mis botas consiguió quitármela del todo, dejándome desnuda de cintura para abajo. Mi vagina, expuesta y anhelante, segregó más flujo.

Dejándome temporalmente, Edith estampó un beso de carmín en la parte más húmeda de la prenda y entregó mi tanga a Darth Vader. El chico descubrió que En El Lado Oscuro De La Fuerza también hay espacio para la lujuria.

Mi hermana volvió conmigo, entonces imité en ella su maniobra. Levanté su falda y me agaché ante ella. Al hacerlo, mi trasero desnudo quedó a la vista de los muchachos. Spider Man se sacó el miembro para cascárselo sin importar (o precisamente por) que lo estuviéramos observando.

Quité la prenda íntima a mi gemela y, aspirando su aroma femenino, también marqué un beso sobre su humedad. Enseguida la entregué al Peter “Autoplacentero” Parker, quien no dudó en aspirar su fragancia y enrollarla sobre su verga. Darth Vader trató de tocarme, pero me alejé de él mostrándole el contoneo de mis nalgas.

Edith y yo nos besamos con verdadera lujuria mientras nuestros sexos se encontraban. El aliciente de sentirnos observadas nos ponía súpercachondas y comenzamos una serie de fricciones, vagina contra vagina, que obligaron a Lord Vader a bajarse los pantalones y acompañar a “nuestro amigo y buen vecino, el sorprendente Hombre Araña” en su labor masturbatoria.

Teníamos muchas ganas de follar, pero no nos cegaríamos por los primeros chicos pajilleros que nos encontrábamos. Nunca lo habíamos hecho con un hombre, por lo que nuestra primera vez hetero tenía que ser memorable.

Fui la primera en correrme, tuve que ahogar un grito de placer en la boca de Edith. Enseguida me acompañó mi hermana en el orgasmo. Cuando abrimos los ojos, vimos que Spider Man y Darth Vader ya habían eyaculado.

Me arrodillé de nuevo frente a Edith y lamí los jugos vaginales que corrían entre su coño y sus muslos. Al decir a los chicos que podían hacerse lo mismo entre ellos, se disculparon nerviosamente diciendo que “no le hacían a eso”. Luego, mi hermana limpió mis muslos y vagina con su lengua, reacomodamos nuestras ropas y nos despedimos de los chicos hasta “el 31 de Febrero”.

Regresamos al evento sin bragas, con los sexos empapados y la lujuria a flor de piel.

04 Edith

Cuando el evento terminó volvimos a nuestra suite. La convención se acabó para los asistentes, pero nosotros teníamos una semana de vacaciones en el hotel.

Papá nos dio nuestros besos de buenas noches y se fue a su habitación. Nosotras volvimos a aprovechar el espejo y estuvimos cogiendo un buen rato. Estábamos en pleno sesenta y nueve cuando escuchamos que papá se duchaba. Nos enardeció imaginarlo desnudo, pero reímos al oírlo estornudar. Los besos en la convención no lo habían dejado indiferente, pues al parecer se estaba bañando con agua helada.

El día siguiente, 25 de Septiembre, papá tenía un desayuno con su editora. Nosotras decidimos apuntarnos a un recorrido ecoturístico a caballo. Ya en el bosque, uno de nuestros compañeros de recorrido sufrió un accidente y el guía nos hizo regresar a todos. Volvimos al hotel tres horas antes de lo programado, así que pasamos a nuestra suite.

Encontramos cerrada la puerta de la habitación de papá. Desde adentro escuchamos una serie de gemidos placenteros, seguidos de apasionadas exclamaciones de gusto en inglés. Supusimos que Elykner estaba viendo una película porno, pero luego caímos en la cuenta de que aquello sonaba demasiado real.

—¡Está cogiendo con Megan T. Williams! —dedujo Naty y yo estuve de acuerdo.

—¿Qué hacemos? —pregunté repentinamente excitada.

—O salimos de aquí y fingimos que no sabemos nada, o tramos de ver lo que están haciendo.

—Bueno, es evidente que están follando, pero me da curiosidad saber cómo lo hacen.

—¡Entonces, andando! —exclamó mi gemela.

Pasamos a nuestra habitación y abrimos la puerta que daba al balcón. Fuimos en silencio a la puerta del balcón de papá. Afortunadamente, la cortina estaba mal cerrada. Lo que vimos nos dejó sin aliento.

Megan, de piel oscura y formas esculturales, estaba acostada y montada sobre nuestro padre. Le daba la espalda y movía frenéticamente las caderas mientras la verga de Elykner desquiciaba lo más profundo de su vagina.

Desde nuestro lugar podíamos ver aquellos cuerpos perfectos sincronizarse en una exquisita unión. Sus pieles brillaban con el sudor que los cubría, las manos de él sostenían las caderas de ella para marcarle un ritmo demencial. Las tetas de Megan botaban en respuesta al movimiento de los cuerpos. Ambos exclamaban frases de aliento, de aceptación, de deseo, pero no de amor.

—Nos hemos estado perdiendo de mucho —susurró Naty en mi oído mientras me acariciaba el trasero.

—Yo creo que papá es de los que dan importancia a los juegos eróticos de preliminares —señalé besando el cuello de mi hermana.

Naty gimió quedamente y me abrazó. Nos dimos un beso profundo y anhelante mientras los amantes seguían destrozándose de placer.

—Me refiero a que nos hemos perdido la parte heterosexual del juego —informó ella cuando nuestras bocas se separaron.

—No es nuestra culpa que no haya un hombre que puedan amarnos a las dos por igual —respondí.

Levanté el top de mi hermana y me desnudé de cintura para arriba buscando que nuestros senos se frotaran entre sí. Enfrente había un edificio en obras, lleno de albañiles que hubieran podido dejar sus actividades para mirarnos, si es que alguno de ellos se hubiera dado cuenta de lo que hacíamos.

—Ahí tenemos un hombre que no hace distinciones entre nosotras y que, al mismo tiempo, respeta nuestras individualidades —señaló Naty restregando sus pezones erectos contra los míos.

Adentro, Megan gritaba su enésimo orgasmo mientras papá le anunciaba su inminente eyaculación. En un arranque de locura, la británica le ordenó que “la preñara de gemelos mulatos”.

No resistí. Me arrodillé delante de mi hermana, hurgué debajo de su falda y le bajé el tanga de un tirón. Naty separó las piernas para recibir las caricias de mi boca sobre su encharcada vagina.

Los amantes follaban y se corrían en la cama, mi hermana se retorcía de placer de pie ante mí. Mis labios pintaban paisajes sensoriales en un clítoris que era idéntico al mío mientras mi coño palpitaba pidiendo guerra.

Nat se corrió empapando mi boca de flujos femeninos.

—¡Le va a dar por el culo! —exclamó mi hermana en un murmullo.

No quise perderme el espectáculo. Me quité el tanga y volví ante la ventana. Naty se acomodó detrás de mí, para ayudarme con mi masturbación.

Megan se acomodó en cuatro puntos sobre el colchón, dándonos una vista de perfil de todo su cuerpo. Sus hermosos senos colgaban y se agitaban al ritmo de su respiración. Papá besó sus nalgas con verdadera dedicación, al parecer ya habían tenido una sesión previa de dilatación anal, pues pudo deslizar sin dificultades dos dedos por su entrada posterior.

La mujer se apoyó sobre un hombro para liberar sus manos y poder separarse los glúteos, ofreciendo sus orificios a Elykner.

—¡Dame todo eso, que no pensé que lo tuvieras así! —exigió la británica en inglés.

—¡Te vas a enterar! —exclamó papá— ¡Esta es la parte más africana de mi anatomía!

Con estas palabras acomodó su glande sobre el culo de su amante. Mientras papá penetraba cuidadosamente a Megan, Naty se agachó detrás de mí y acomodó su cabeza bajo mis nalgas. Quise gritar cuando su lengua acarició mi culo. Deslicé dos dedos dentro de mi vagina.

Despacio, pero sin detenerse, nuestro padre fue metiendo su verga en el culo de la mujer. Ella se retorcía de gusto y sacudía la cabeza mientras gritaba frases de aliento.

Naty metió dos dedos en mi orificio posterior mientras el placer crecía en mi coño. Me excitaba estar así, al aire libre en ese juego erótico con mi hermana mientras papá enculaba a una hembra de bandera delante de nosotras.

Cuando por fin introdujo la “parte más africana de su anatomía” esperó unos momentos. Ella se acomodó de nuevo en cuatro y juntos iniciaron un sincronizado movimiento de avance y retroceso. Me estremecí de placer y tuve que morderme los labios para no gritar. En el edificio de enfrente, ningún albañil nos había visto.

Los amantes parecían los componentes de un mecanismo pasional bien engrasado. El miembro viril penetraba el estrecho culo con facilidad, gracias a los jugos vaginales de Megan y al semen de mi padre. Ella lanzaba las caderas adelante y atrás, coincidiendo matemáticamente con las arremetidas de papá. Mis caderas adoptaron el mismo ritmo, yendo al encuentro de los dedos de mi hermana en mi entrada trasera. Mis dedos volaban adentro de mi vagina y estallé en un orgasmo sublime al mismo tiempo que Megan se desquiciaba bramando de placer.

Papá resistió bastante más. Su reciente eyaculación le confería un margen de “tiempo efectivo” bastante amplio. Siguió ametrallando con ímpetu, consiguiendo elevar a la mujer a nuevas escaladas pasionales. Como colofón, ambos se corrieron en un intenso concierto de gritos y suspiros. Papá no abandonó el ano de Megan hasta que hubo soltado todo el esperma de su eyaculación.

Naty y yo acomodamos nuestras ropas intercambiando los tangas, como hacíamos siempre que estábamos deseosas de marcha. Papá y Megan fumaron en silencio y nosotras volvimos a nuestra habitación, temerosas de que alguno de ellos quisiera abrir la ventana. Minutos después escuchamos la ducha. Mientras los amantes se bañaban juntos volvimos a oír que Elykner hacía gemir y gritar a la británica.

—Estoy decidida —informé a mi hermana.

—Decidida y segura. –respondió ella.

De este modo comenzamos a planear las acciones del día siguiente. Pero esa es una historia digna de ser contada en la segunda parte de esta trilogía.

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Nota de las autoras

Este relato es imaginario, pero no por ello menos ardiente. Elykner cumple treinta y nueve años este 26 de Septiembre. Ha sido nuestro maestro, guía, amante, originador y, en cierto sentido, incluso nuestro padre. Lo amamos con toda el alma y estamos seguras de que él nos ama a las dos juntas, sin preferir a una para desfavorecer a la otra. Respeta nuestros gustos, atiende nuestras necesidades individuales y conjuntas, escucha nuestros problemas, confía en nosotras y nos da todo cuanto tiene, sabe y puede.

Elykner ha sido el más grande factor de unión en nuestra relación lésbica filial. Lo amamos y nos ama. Si a esto le añadimos que es el mejor amante que hubiéramos podido encontrar, tenemos la receta para vivir muy felices los tres.

Nota de Naty (Natjaz Vasidra)

Conocí a Elykner en el momento más terrible de mi vida. Nuestra relación era de Cyber amigos, no más profunda que el contacto que pudiera tener con cualquiera de ustedes. El día en que estuve a punto de ser asesinada por mi ex esposo, conseguí enviar treinta mensajes pidiendo ayuda. Naturalmente, Edith intentó salvarme, pero nuestros mayores la encerraron, impidiéndole venir a mi casa.

Elykner, casi sin conocerme, sin siquiera haber visto una foto mía, condujo ciento veinte kilómetros, violó varias leyes, arriesgó su vida y su libertad por rescatar a una perfecta desconocida quien, por cierto, se divertía atacándolo en el foro de Trovaliterarte.

Entró a sangre y fuego, como un Uriel Vengador, como un Janus, Custodio De La Puerta. Luchó como un Macabeo, como un guerrero Benjaminita, como un Teseo o un Jasón.

Curó mis heridas físicas, me ayudó con mis heridas psíquicas. Me tuvo en sus manos y pudo haber terminado de destruirme, pudo convertirme en su esclava, en su sumisa, en su mascota o su juguete sexual. En vez de ello, me dio la fuerza y me mostró mi propio Poder Interior. Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, al punto de que hoy, siendo una mujer menudita, podría derribar y lesionar gravemente a un luchador que me duplicara en peso y años de entrenamiento.

Todos los compañeros de vida comparten lo suyo con sus parejas, bueno, Elykner me cedió todos sus bienes y puso todas sus cosas en mis manos. Pudo haberme convertido en su esclava y en vez e eso me coronó, al lado de Edith, como su Emperatriz. Pudo haberme violado, asesinado, destazado y arrojado a cualquier vertedero. En vez de eso me empoderó, me dio las claves para ser fuerte, sana, feliz y buscar esa dicha que a veces siento inalcanzable o inmerecida.

Muchos hombres (con minúscula) le condicionan el orgasmo a la mujer, Elykner procura darlo una y otra vez. En los momentos de pasión, donde algunos aprovechan para llamar “zorra”, “puta” o demás ofensas a su pareja, él da juramentos de amor, agradece por la maravilla de compartir el sexo con nosotras y expresa la felicidad que lo llena por el placer de que estemos vivos.

Cuando tengo recaídas o depresiones, él está conmigo. Me secunda en mis locuras, propone métodos de acción para liberarme de mis demonios internos o combatirlos. Está ahí, siempre presente, aún cuando (no me enorgullece), en mis malos momentos, he utilizado las mismas armas y herramientas que él me dio en contra suya.

Todo esto ha sido desde el principio. Ha soportado los ataques cobardes de la familia de Edith y mía, ya que estamos rodeadas de gente racista, cruel, indolente, clasista, ultracatólica y bien priísta.

Siempre ha tenido con nosotras el detalle perfecto, las atenciones exactas, los tratamientos adecuados para cada situación. Nos considera en todo terreno y en todo momento, desde consentirnos en los días que tenemos la regla (¡Al mismo tiempo ella y yo, JA, JA, JA), hasta ayudarnos en proyectos escolares o declaraciones fiscales.

Es tanto el amor que nos tenemos que a veces nos vemos obligados a darnos unas semanas de distancia. No se trata de falta de amor, sencillamente nos pasamos el día soñando, jugando, haciendo el amor y disfrutando tanto que perdemos la noción del tiempo y las responsabilidades que este mundo impone. A esto le llamamos el “Síndrome De John Y Yoko”. Ese es un detalle que tiene el amor verdadero, es tan liberador que se aprende a desechar todo lo que no tenga que ver con la felicidad que brinda.

Trabajar en la calidad de una relación no es tarea para las malas épocas. Es una labor diaria que implica consideración, comprensión, apoyo, compañerismo y un espíritu de entrega y valoración inquebrantable. Amar es nunca permitir que la rutina nos absorba, que la monotonía haga decaer la relación, que el tiempo de convivencia se desgaste y pierda su brillo. Amar es compartir, conocer, explorar y procurar mantener vivo el deseo por el bienestar propio y de nuestro compañero. Estas cosas las hemos aprendido de Elykner, no solo en palabras, sino en ejemplo y ejecución 24/7/12/365.

La mayoría de los hombres buscan conquistar a las mujeres, Elykner siempre procura amar y compenetrarse. Como mujer, me siento bendecida por su compañía. Lo amo desde el ángulo heterosexual de la mujer que encuentra en un hombre los valores y virtudes del amante perfecto. Lo adoro desde la perspectiva de la mujer bisexual que se sabe comprendida por un compañero que, lejos de escandalizarse, acepta y secunda las cosas que horrorizarían a casi todos los hombres. Lo idolatro desde el punto de vista de la mujer que tiene una relación lésbica con alguien de su propia sangre, relación a la que Elykner no se opone, que no le asusta ni le hace sentir amenazado. Si Elykner se desgarrara las vestiduras por algo, sería para quedar totalmente desnudo y compartir con nosotras los placeres del sexo sin complejos.

Nota de Edith

Fui la adolescente rebelde que se sentía (y era) rechazada por sus padres biológicos. Fui la criatura revoltosa, ansiosa de conocimientos, con hambre de crecer y convertirse en mujer. Fui la chiquilla que, desde la pubertad, encontró su identidad sexual y supo autodefinirse, primero como lesbiana y después como bisexual. Fui la chiquilla inquieta, necesitada de consejo, protección y un calor de familia que mis padres nunca supieron ni sabrán brindar.

Elykner fue la figura paterna que me orientó. Fue el guía que me llevó de la mano a una autonomía de pensamientos y sentimientos. Fue el HOMBRE que, sin saberlo, desnudó mi alma para liberarme de todo complejo y cargo de consciencia por mi naturaleza “diferente”.

Durante esos años de adolescencia me amó y me cuidó como un padre “normal” vela por su hija. Jamás me faltó al respeto, ni me miró con morbo o me “tocó accidentalmente”.

Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, me enseñó a conducir, montar a caballo, disparar armas de fuego y con arco, correr en motocicleta, cocinar, jugar al póker y muchísimas cosas más. Aprendí de él a ser caritativa, generosa, independiente, creativa, dinámica y a luchar por las cosas que amo.

Impulsó e inspiró mi fantasía, me regaló cuantos libros quise leer, me brindó todo el calor que faltaba en mi casa. Era inevitable que, aún considerándome lesbiana y aún enamorada de Naty, me enamorara TAMBIÉN de Elykner.

Le entregué mi virginidad en un acto de amor, siempre en presencia de Naty y con ella de acuerdo, sin mentiras ni traiciones idiotas. Él temía que nuestra relación Padre—Hija y la magia no erótica que ambos habíamos creado juntos se difuminaran. Fueron temores infundados. Con su amor desperté a nuevos niveles de felicidad.




Continuará
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heranlu

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Sexo con unas Gemelas – Capítulo 02


La mañana del 26 de Septiembre despertamos temprano. Era el cumpleaños de Elykner, nuestro padre. Edith, mi gemela, y yo nos alistamos para darle la sorpresa de su vida.

Nos bañamos y lo preparamos todo sin tocarnos. Deseábamos reservar nuestra energía sexual para la locura que habíamos planeado. Nos vestimos con los disfraces de la editorial, prescindiendo de las botas. Esta vez invertimos los papeles; Edith sería Rivka Galder, fugitiva y yo sería Devna Urbeysh, capitana de la Armada Estelar. Ambas representaríamos las fantasías eróticas de nuestro padre.

Estábamos cachondas. La perspectiva nos tenía con los nervios de punta y las vaginas ardiendo. Dos veces tuvimos que volver a asearnos las entrepiernas y cambiarnos los tangas, hasta que decidimos prescindir de ellos. Teníamos la libido a tope.

Ansiosas de marcha escuchamos que papá se levantaba en su habitación y se metía a bañar. Cuando el agua de la ducha cesó, contamos unos cinco minutos. Queríamos sorprenderlo fuera del agua, pero aún desnudo o a medio vestir.

Corrimos a su habitación. Él tenía por costumbre permanecer sin cerrojo, como en recuerdo de cuando éramos pequeñas y corríamos a su cama para dormir acompañadas. Entramos y lo encontramos recién bañado. Tenía una toalla enrollada en la cintura y se estaba peinando frente al espejo de la cómoda.

—¡Feliz cumpleaños, papá! —exclamamos las dos y corrimos a abrazarlo.

Nos recibió con gusto y juntas pegamos nuestros cuerpos contra su piel. Mis hormonas se revolucionaron por su aroma masculino, combinado con el desodorante y la frescura del reciente baño. Besamos a papá una y otra vez, primero en las mejillas y luego acercándonos peligrosamente a su boca.

—¿Nos quieres, papá? —preguntó Edith con un puchero.

—¡Las amo con toda mi alma, mis hermosas Gemas! —respondió sin dudarlo.

—Papá, hay algo muy serio que debemos hablar —señalé ensombreciendo el tono de mi voz.

—Nat, me estás asustando —se preocupó—. ¿Sucede algo malo?

—Malo no, más bien difícil de asimilar —confesó mi hermana.

—Lo que sea, siempre podemos hablarlo —concilió Elykner.

Papá se sentó en la cama y nosotras nos acomodamos a sus costados, dejándolo en medio. Edith y yo nos tomamos de las manos sobre los muslos de él.

—No es fácil para nosotras decirte esto, por eso tenemos que hacerlo juntas. Necesitaremos de toda tu comprensión —dije mirándolo a los ojos.

—No importa de lo que se trate —dijo él sin dudar—, yo estaré aquí para apoyarlas siempre que me necesiten.

Pasó sus brazos sobre nuestros hombros en gesto protector. Evidentemente estaba tenso y preocupado, pero no asustado. Así es papá, un guerrero indestructible capaz de convertirse en el cómplice de sus Gemas.

—¡Papá, somos lesbianas! —confesamos Edith y yo al mismo tiempo.

Él exhaló y se relajó. Nuestra confesión no le amilanaba. Me sentí más ligera. Al menos ahora ya no tendríamos que escondernos.

—¿Eso era todo? —preguntó calmado—. Por un momento imaginé que estaban en un problema serio, algo de drogas o, no sé. Que quede clara una cosa, nunca me asustará ni indignará ninguna situación de índole sexual que suceda con ustedes. Tampoco me habría escandalizado si alguna estuviera embarazada. ¿Las dos son lesbianas, o sólo se trata de una y la otra quiere apoyar a su hermana?

—Las dos somos lesbianas, papá —reiteró Edith—. Gracias por comprendernos y apoyarnos. Te falta saber que estamos enamoradas y somos bien correspondidas.

—¿Y el amor heterosexual? —preguntó sin empacho—. Quizá valdría la pena que también probaran con un hombre; recuerden que su abuela es bisexual, fue feliz con mi padre y lo ha sido con otras mujeres.

—Papá, no comprendiste lo que dice Edith —atajé—. Mi hermana y yo somos lesbianas, estamos enamoradas y somos bien correspondidas... ¡Ella y yo somos pareja!

Elykner abrió mucho los ojos. Antes de que pudiera decir algo, mi hermana y yo nos besamos en la boca delante de él. Nuestras cabezas quedaron pegadas de costado contra su torso. Su vello me hizo cosquillas desde el oído hasta el cuello. Escuché el acelerado latido de su corazón.

—Gemas, nada cambiará —comentó nervioso—. Si lo que necesitaban era mi aprobación o mi apoyo, lo tienen sin dudarlo. Esta situación es poco ortodoxa, pero no me importa. ¡Son mis hijas, las amo con el alma y no dejaría de estar de su parte!

Edith y yo deshicimos nuestro beso y juntamos las mejillas para mirarlo de frente.

—Antes preguntabas por el amor hetero —recordó ella—. No lo hemos probado. Lo que pasa es que no hemos encontrado a un chico que sea capaz de amarnos a las dos a la vez, con el mismo grao de cariño, sin hacer distinciones entre nosotras y respetando al mismo tiempo nuestras individualidades.

—¿Tiene que ser un hombre para ambas? —preguntó él con temblor en la voz.

Un vistazo me reveló que el bulto en su entrepierna había crecido bajo la toalla. Me pareció lógico. Nos tenía pegadas a él, juntas en franca actitud lésbica, vestidas como sus fantasías eróticas literarias y destilando feromonas a todo vapor.

—No podrían ser dos —reconocí—. Aunque los cuatro termináramos en la misma cama o incluso nos intercambiáramos, tarde o temprano ellos querrían separarnos.

—Por eso te necesitamos, papá —declaró mi hermana—. Dos hombres tratarían de separarnos y uno haría comparaciones entre nosotras.

Nos pegamos a su cuerpo. Nuestros muslos aprisionaron los suyos. Involuntariamente aspiró nuestra fragancia femenina, con toda la carga de feromonas. Lo abrazamos al mismo tiempo y él aumentó la presión de sus brazos sobre nuestros hombros.

—¡Queremos que nos enseñes los secretos del amor heterosexual! —exclamé.

—Pero eso... eso no es habitual —murmuró él—. No digo que esté mal lo de que ustedes sean lesbianas. Ni siquiera me escandalizo por que se amen y sean pareja, aún siendo hermanas. Pero el que yo participe me parece como pasarnos tres pueblos.

Nos alzamos y lo miramos retadoras. Estábamos jugándonos el todo por el todo.

—¿Quién mejor que tú? —pregunté y me abalancé a darle un rápido beso sobre la boca.

—¡Nosotras queremos y tú puedes hacerlo! —exclamó Edith y repitió mi ejemplo besando a papá también.

—¿Recuerdas loo que pasó con Vasilia Aliena? —pregunté en el tono de trivia que papá usaba con nosotras cuando quería corroborar que leíamos los libros de Ciencia Ficción.

—¿Qué hubiera pasado con el planeta Tierra si Han Fastolfe no se hubiera negado a hacer el amor con su hija?

Papá se echó para atrás. No tenía modo de escapar de nosotras sin hacernos daño. Lo empujamos y quedó acostado sobre la cama.

—El doctor Fastolfe llevó a su hija a los Juegos De Eros, en la Ciudad de Eos. Además, tenía a Guiskard Reventlov, su robot.

—O sea, un consolador con cerebro positrónico y regido por las Tres Leyes —machaqué mientras me acomodaba al lado de papá.

—Ayer nos besaste y entendimos que deseábamos esto —rememoró Edith besando a papá sobre la frente.

—Pero yo... —

No lo dejé terminar. Me lancé a besar su boca con tanta o más pasión que la tarde anterior. Su barba de candado producía un estremecimiento especial sobre la sensible piel de mi rostro. Nuestras lenguas se encontraron mientras mi vagina destilaba flujos de excitación.

—Somos tus Gemas —susurró Edith al oído de nuestro padre—. Somos tus quimeras, tus sueños materializados, tus fantasías, los personajes que imaginaste e hiciste aparecer en este mundo, somos la suma de tus sueños, la esencia de tus ilusiones... ¡Somos la pasión binaria, la dualidad del placer! ¡Somos la Bestia Gestálica que te ama y a la que amas con el alma! ¡No podría ser de otro modo!

Cedí la boca de nuestro padre a mi hermana, para que ella repitiera la experiencia de besarlo mientras yo reptaba por su torso. Él acarició la espalda de Edith con cierta timidez, yo dirigí sus manos a los pechos de ella y ambos se estremecieron. Finalmente papá buscó los broches del corpiño de Edith para liberar su busto y así supe que ya lo teníamos en nuestro poder. ¿Quién hubiera dicho que al principio no quería?

Me quité también el corpiño y tanteé bajo la falda de mi hermana. Su coño estaba tan empapado como el mío. De rodillas sobre el colchón me apoderé de la toalla de papá y la abrí, dejándolo totalmente desnudo entre nosotras.

Me admiré por el tamaño de su hombría. Edith y yo teníamos algunos consoladores con los que solíamos darnos placer, pero ninguno era de esos descomunales que se ven en las películas porno. La verga de nuestro padre superaba en tamaño y grosor al mejor de todos.

Recuperé mi posición al lado del rostro de papá y toqué en el hombro a Edith para que siguiéramos adelante. Mi hermana y yo nos acomodamos ofreciendo las tetas a la voracidad de nuestro padre. Se metía uno de nuestros pezones en la boca mientras masajeaba dos de los senos libres con sus manos y acariciaba el tercero con el mentón. Era una maniobra complicada, pero Elykner parecía multiplicarse para darnos placer. Nosotras montamos cada una un muslo de él y sentimos sobre nuestros sexos el calor de su piel velluda. Nos restregamos con movimientos pélvicos muy estimulantes mientras nuestras ubres se bamboleaban sobre su cara. Acomodamos su verga en medio de las dos y lo estimulamos con los costados de nuestras caderas.

Papá gemía y balbuceaba combinando frases en hebreo, Yiddish, inglés, español, catalán e italiano. Cuando pasó al gaélico y el latín decidimos cambiar de juego.

Se sentó inclinado hacia atrás, apoyando sus manos sobre el colchón. Nosotras nos acomodamos entre sus piernas para estimularlo bucalmente.

02 Edith

Tomé entre mis manos la verga de nuestro padre y le mostré mi lengua en actitud lasciva. Lentamente lamí desde la mitad de su tronco hasta el glande, ensalivándolo bien. Naty besaba mi cuello y mi espalda, pronto se acomodó tras de mí para masajear mis tetas con mucha dedicación. Entonces metí el glande de papá entre mis labios haciendo succiones intermitentes mientras adelantaba la cabeza para introducirme el tronco poco a poco. Elykner aulló de placer.

Naty dejó mi busto para mirar lo que yo hacía con la boca. Me hizo una seña para que compartiera con ella el manjar paterno y repitió mi maniobra de delación extrema.

—¡Gemas! —gritó papá— ¡Lo maman como ninguna! ¡No saben, no imaginan cuánto las amo a las dos!

Nos fuimos turnando la verga de papá. Cambiamos la dinámica y, por turnos, introducíamos más de la mitad del mástil en nuestras bocas para obsequiarle largas secuencias de entrada y salida. El consolador más grande que poseíamos medía dieciocho centímetros y nunca conseguimos meterlo entero en nuestras bocas. La verga de papá, con un largo y un diámetro muy superiores, era un reto imposible de conseguir.

—Chicas, lo estoy disfrutando mucho —concedió Elyk—. No se esfuercen en llegar a fondo, ninguna mujer ha podido jamás; no quiero que se lastimen la garganta por mi culpa.

—Te ganaste un regalo por ser tan considerado —anuncié incorporándome.

Naty siguió entre los muslos de papá. En sus ojos pude ver la misma lujuria que debía reflejarse en los míos. Me subí la minifalda para dejarla a manera de cinturón. Papá pudo apreciar por primera vez mi vagina depilada.

Me acomodé de rodillas, con la cabeza de nuestro padre entre mis muslos, orientada hacia a bajo para mirar a mi hermana. Naty también se incorporó acomodándose a horcajadas sobre el abdomen de papá. Por un momento creí que se penetraría con la verga paterna, pero en vez de eso colocó el mástil que nos dio la vida en horizontal, abarcando todo el exterior de su vagina para hacer una “sirena y marinero”. Fue mi señal para descender y estampar mi vagina sobre la boca de papá.

Naty inició un poderoso movimiento de caderas adelante y atrás mientras la verga de nuestro padre se empapaba de sus flujos y recorría todo el exterior del coño de mi hermana. El glande chocaba contra su clítoris en un chapoteo morboso mientras la lengua de Elykner lamía mis labios vaginales.

Papá me atrapó por las nalgas para marcar un suave galope de mis verijas sobre su boca. Capturó mi clítoris con sus labios y mamó con fuerza haciéndome gritar. Succionaba y lamía mi nódulo de placer, hundía su nariz en mi entrada vaginal cuando mis caderas adelantaban y soltaba un cálido chorro de aire para enloquecerme. Cuando mi pelvis retrocedía aprovechaba para respirar mi fragancia de hembra en celo. Mis flujos vaginales escurrían sin control y empapaban su cara. Sus manos volvían a adelantarme y repetía la operación en mis genitales.

Chispazos eléctricos recorrían mi cuerpo, desde mi sobreexcitado sexo hasta mi embotado cerebro. Con la vista nublada por el delirio contemplaba a Nat retorciéndose de placer, con la verga de nuestro padre entre los muslos, estimulándose salvajemente.

—¡Todavía no me la mete y ya me está matando de gusto! —gritó mi gemela en un arrebato.

—¡A mí me va a succionar la regla a chupetones! —respondí enfebrecida.

Nos miramos a los ojos y contemplamos nuestros semblantes. Éramos una entidad doble, una misma alma multiplicada en dos cuerpos, creada para amarse a sí misma en el reflejo de sus más elevados instintos pasionales. Las dos asentimos en señal de lo que se avecinaba.

—¡Nos corremos! —bramamos al unísono—. ¡Nos corremos!

Caímos desmadejadas, con nuestro padre en medio de las dos. Él, ya totalmente desinhibido, acarició nuestros cuerpos como intentando convencerse de que sus gemelas acababan de convertirse en dos guerreras pasionales dispuestas a todo por el placer.

Naty reptó a mi altura y pronto nos besamos en la boca. Estábamos muy cachondas y decidimos dar a papá el primero de innumerables espectáculos lésbicos. Terminamos de denudarnos con mucha prisa.

Mi hermana se acomodó con la pierna derecha estirada y la izquierda levantada. Yo me coloqué sobre su muslo derecho para orientar mi vagina sobre la suya. Puse su pierna izquierda entre mis tetas y arqueé la espalda hacia atrás, sosteniéndome con las manos sobre el colchón para adelantar mi pelvis y provocar la fricción de nuestras intimidades. La iniciativa dependía de mí. Adelantaba y retiraba la pelvis mientras nuestras vaginas producían un chapoteo de humedades. Nuestros nódulos de placer se encontraban una y otra vez en una danza delirante. Fuimos encadenando pequeños orgasmos que pronto desembocaron en una corrida apoteósica.

03 Naty

Mi gemela y yo terminamos el primer contacto sexual que sosteníamos ante papá. Edith se tendió sobre mi cuerpo y compartió con mi piel el calor de la suya. Nos besamos apasionadamente mientras nuestros sexos destilaban zumos de excitación. Aún habiendo tenido ya algunos orgasmos, no estábamos plenamente saciadas.

Elykner se tendió a mi lado y acarició nuestras cabezas. Nuestra demostración de amor debía ser para él una imagen de lo más excitante. Ambas restregamos nuestros sexos mientras seguíamos besándonos. Al parecer era difícil distinguir dónde terminaba el cuerpo y la piel de una para comenzar la otra, por lo tanto, papá nos acarició a ambas con decisión. Ya estaba totalmente liberado y sus temores habían desaparecido.

Fue muy excitante para nosotras sentir en nuestras pieles las manos firmes, viriles y seguras de nuestro padre. Cuando nuestras bocas se separaron, papá coló su cabeza entre las nuestras para buscar darnos un triple beso. ¿Quién es el idiota que dijo que “Es muy complicado besar en dos bocas”?

—Las amo... —jadeó papá—. ¡Las amo a las dos! ¡Estoy enamorado de ustedes, si es una locura, merezco el manicomio, si es un delito, merezco la horca!

—¡Te amamos, Elykner! —exclamé—. ¡Nunca lo dudes! ¡Nada de lo que pueda pasar en el futuro cambiará eso!

—¡Si es con amor y por amor, mereces toda la felicidad que podamos brindarte! —gritó Edith acelerando la rítmica fricción de nuestros genitales.

Volvimos a venirnos en un orgasmo sublime. Nuestros sexos estaban empapados, anhelantes y parecían destilar vapor a la par que jugos vaginales. Mi gemela se incorporó y papá, con actitud decidida, sujetó mis tetas con sus manos.

Succionó con fuerza uno de mis pezones, luego pasó al otro. Se aseguró de que estuviera bien excitada para sujetar mi seno izquierdo y sobarlo como nunca imaginé que se pudiera hacer.

—Siempre es conveniente un buen masaje mamario —señaló papá con tono académico—. Amplía el juego erótico, sirve como exploración, previene la aparición de tumores, mantiene las glándulas firmes y prolonga la salud sexual de la mujer.

Su mano derecha recorría la parte superior de mi seno mientras la izquierda lo sostenía por debajo y friccionaba hacia arriba. Cuando los cantos de sus palmas se encontraban en el pezón, presionaba sobre este en movimientos bien calculados que me hacían estremecer. Las paredes internas de mi coño se contraían en cada uno de estos apretones y de mi garganta escapaban gemidos de placer. Mi hermana aprendió rápido la técnica y se apoderó de mi otro seno para imitar los movimientos de las manos de papá.

La sensación era extraordinaria. No me daba el placer encadenado que desemboca en el orgasmo, pero cuatro manos midiendo la elasticidad, el peso, la dureza y fortaleza de mis tetas me estaban llevando a la gloria.

Con mis manos encontré los sexos de mi padre y mi hermana. Los miré a los ojos, primero a ella y luego a él, y les agradecí por tanto amor. Sopesé los cojones de papá y entendí que él aún no se había corrido; las cosas se pondrían aún más candentes cuando buscáramos darle placer a el.

Mis amantes filiales terminaron de masajearme las tetas y Edith se acomodó boca arriba en la cama para que ahora papá y yo le diéramos el mismo tratamiento. Succionamos sus pezones para endurecerlos al máximo y masajeamos con energía. La verga de papá se mostraba orgullosa, le hice una mueca juguetona entre queriendo lamerla o morderla y se encabritó con vida propia.

Terminado el masaje de Edith no quise seguir esperando. Me acosté en la cama y levanté las piernas en “V” para mostrarle a nuestro padre todo mi coño empapado.

—¡Ya probaste a mi hermana, ahora te toca lamerme a mí! —exigí en el mismo tono que nosotras usábamos de niñas cuando nos encaprichábamos con algo.

Papá acomodó su cabeza entre mis muslos y lamió mi vagina desde el clítoris hasta el perineo. Grité apasionada. El calor de su aliento, la aspereza de su barba de candado, el grosor de sus labios y la certeza de que era el hombre que nos había engendrado eran hechos que sumaban mucho morbo a la situación.

Besó, mordisqueó y succionó mis labios vaginales como si no hubiera un mañana. Creí morir cuando su boca se posó de lleno en mi orificio vaginal, con los labios bien levantados, y succionó poderosamente. El premio máximo llegó cuando su lengua ejecutó una serie de expertas rotaciones, penetrándome y retirándose de mi interior con mucha rapidez. Edith se sumó al banquete recostando su cabeza sobre mi vientre para atrapar mi clítoris entre sus labios y chuparlo con glotonería.

Hubiera querido tomar a mis dos amantes por el pelo, pero mis puños estaban crispados. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes, pues se había convertido en un receptor de placer erógeno. Gritaba, bufaba, gemía y levantaba la pelvis en busca de más y más sensaciones de placer. El orgasmo me recorrió entera, haciéndome convulsionar y revolverme sobre la cama. La corrida fue tan maravillosa que me dejó aturdida por unos momentos.

04 Edith

Nat quedó acostada a mi lado, con una lujuriosa expresión de dicha sexual. Levanté las piernas y miré a papá, mostrándole mi coño empapado.

—¡Hazme una “sirena” —solicité melosa.

Elykner se acomodó entre mis piernas y colocó su enorme verga sobre mi coño. Me estremecí de gusto al sentir el primer contacto entre nuestros genitales. Cerré las piernas y él las acarició desde las nalgas hasta los tobillos que acomodó juntos sobre su hombro derecho. Su verga era tan larga que sobresalía de mi Monte De Venus.

—¡Papá, si yo tuviera uno como este, lo estaría masturbando todo el día! —exclamé divertida.

—Edith, ya lo tienes a tu disposición —respondió—. ¡Lo mío es suyo y, si ya nos vamos a llevar así, no tienes que pedirlo, aquí está para tu placer!

Con estas palabras comenzó a embestirme con intensidad. Mi vagina estaba tan empapada que recibía sin problemas la longitud de su miembro a todo lo largo. Entrecrucé mis tobillos en su hombro para ofrecer más resistencia y así incrementar la fricción de nuestros sexos. Cada vez que papá retiraba su cuerpo, su glande rozaba mi entrada vaginal. Cuando embestía chocaba con el borde del orificio, recorría la totalidad de labios mayores y menores, impactaba contra el clítoris y sobresalía entre mis muslos. Sus cojones chocaban sonoramente contra mis carnes. La ventaja de esta postura es que los amantes pueden gozarla indefinidamente sin que haya verdadera penetración; las chicas que desean conservar su virginidad pueden dar mucho placer sexual a sus amantes sin necesidad de romperse el himen.

Los movimientos de papá eran muy estimulantes. Yo gemía con cada embestida de su ariete. Naty miró lo que estábamos haciendo y se acercó para acomodar su cabeza de lado sobre mi pubis. Enredé mis dedos en sus cabellos, papá gimió de placer, pues mi hermana abrió la boca para recibir su glande cada vez que él penetraba. Esa debía ser la gloria para él, follar con una de sus hijas mientras la otra mamaba su verga. Naty se masturbaba frenéticamente.

—¡Papá, me corro, es delicioso! —grité desesperada

Solté el pelo de mi gemela para poder crispar los puños y golpear el colchón.

—¡Siéntelo, Edith, córrete!

Llegué al orgasmo entre gritos y gemidos. Mi hermana abandonó su masturbación para sostener los cojones de papá y acompañarlos en su viaje de placer. Pronto tomó el miembro por su base y, aprovechando un retroceso de Elykner, lo empujó para colocarlo en mi orificio vaginal. Debido a la inercia, papá me penetró con fuerza, mi hermana lo detuvo con la mano para que sólo entrara un tercio de su longitud.

—¡Con confianza! —grité— ¡Hace tiempo que nos abrimos con consoladores, puedes penetrarme sin miedo a lastimarme!

Él se lo tomó con calma. Frenó en seco para mirarme unos segundos. Nat aprovechó para lamer la parte del tronco que aún sobresalía de mi vagina y luego recorrer mi clítoris enhiesto.

El instante era sublime. Mi propio padre penetraba con delicada firmeza, haciendo avanzar su pene dentro de mi vagina. Resoplaba como en éxtasis mientras la verga que una vez nos engendró era bienvenida en uno de los recintos más prohibidos y más anhelados. Las paredes de mi conducto se fueron expandiendo para dar paso a su visitante. Sentí cómo su glande llegaba a mi “Punto G” y seguía avanzando. La curvatura de su verga también llegó al “Punto G”, en la postura ideal donde su blande alcanzaba mi matriz.

—¡Estoy llena, papá! —grité apasionadamente—. ¡Estoy llena de ti!

—¡Edith, tú estás llena y yo estoy cubierto y rodeado por tu carne! —exclamó Elyk—. ¡Gracias, amor, gracias! ¡Te amo, las amo a las dos, nunca imaginé que llegaría este día, pero ahora que las cosas se dieron así, les juro que daré mi mejor esfuerzo por hacerlas felices!

—¡Goza con mi hermana, porque enseguida quiero que me hagas lo mismo! —comentó Naty.

Papá separó mis piernas un poco para poner mis tobillos sobre sus hombros y me sujetó por los muslos mientras nuestras miradas se encontraban. Asentimos al mismo tiempo y comenzó la cópula.

Él adelantaba el abdomen para llegar al fondo de mis entrañas y detonar todas mis zonas erógenas internas al mismo tiempo. Sus cojones golpeaban con violencia contra mis nalgas, generando sonidos de húmedos impactos. Con cada arremetida yo gritaba y sentía que descargas eléctricas recorrían todo mi ser, desde mi coño hasta mi cerebro, desde mi alma hasta el infinito.

Cuando Papá retrocedía, hacía una parada exactamente sobre mi “Punto G”, para friccionarlo con maestría al reingresar en mi vagina. Era como si mi coño y el suyo hubieran sido diseñados para coincidir a medida, como la llave y su cerradura, como la guitarra y su estuche. Al ser idénticas, seguramente Nat gozaría también de esta ventaja.

Las sensaciones eran indescriptibles. Mis senos se movían al ritmo de la follada para ofrecer a papá una vista muy estimulante. Naty nos miraba con atención. Papá practicaba una de las secuencias respiratorias que utilizábamos habitualmente para correr o practicar Krav Magá. Copié su ejemplo y el universo se abrió para mí.

Dominando mi respiración me sentí mucho más dueña de mis sensaciones. Acompañé las penetraciones de papá con contracciones de mis músculos vaginales y así brindé para ambos un toque adicional de placer. Me estremecí y grité de placer cuando una corriente de orgasmos múltiples se encadenó en todo mi ser. Dejé de ser yo misma para convertirme en una Súper Nova pasional que estallaba con incontables megatones de dicha erótica. Una catarata de líquidos se derramó desde mis entrañas en el más elevado paroxismo que jamás imaginé. En ese momento mi padre me penetró a fondo y eyaculó directamente en mi matriz, irrigándome por dentro para deleite de ambos. Todo esto sin dejar de jurar un amor incondicional y eterno, en todos los sentidos a sus dos Gemas.

05 Naty

Papá y Edith se desacoplaron entre estertores de pasión. Manaban abundantes líquidos de la vagina de mi hermana, misma mezcla que cubría la poderosa verga de nuestro padre. En todas partes habíamos escuchado que los penes se “deprimen” después del primer orgasmo, pero al parecer Elykner no estaba bien informado, pues su verga se mostraba orgullosa.

—¡Regreso enseguida, ustedes sigan con “lo suyo”! —exclamó mi gemela—. ¡Nat, el sexo hetero es fabuloso, tienes que probarlo!

Se levantó escurriendo semen y flujos vaginales desde su coño hasta las pantorrillas. Su expresión de dicha no me dejó dudas respecto al placer que había sentido. Salió de la habitación de papá en dirección a la nuestra.

Me puse de rodillas y mi padre hizo lo mismo para quedar frente a mí. Nos besamos apasionadamente mientras su erección humedecida se colaba entre mis muslos. Nos abrazamos e instintivamente inicié un movimiento de caderas para restregar su hombría contra mi anhelante intimidad.

—¡Papá, tienes mucha potencia! —gemí.

—Son dos hijas. Dos gemelas que siempre han querido lo mismo —respondió jadeando—. Iguales ropas y zapatos, los mismos juguetes, idénticas oportunidades. ¡En el sexo no podía ser diferente! ¡Yo no podría desfavorecer a una por complacer a la otra!

Volvimos a besarnos y escuché desde lejos el sonido de la cadena del WC. Edith debía estar aseándose.

—Quiero algo que vi en una película —solicité.

—¡Lo que tú desees, amor!

Me separé de mi padre y me acomodé en cuatro puntos sobre el colchón.

—¡Sexo vaginal, pero en esta postura!

Elykner se posicionó detrás de mí y separó mis nalgas con sus manos. Contempló mis orificios y me sentí exaltante. Alguna vez imaginé que el día en que un hombre me viera así, tan expuesta, me avergonzaría. En esta ocasión fue todo lo contrario, con papá no sentía ninguna clase de reparos.

—¡Adelante! —invité—. ¡Estoy excitada, húmeda, abierta y espero por ti!

—¡Nat, ustedes dos son lo máximo!

Me enterneció escucharlo. Cualquier otro hombre habría dicho algo como “eres lo máximo”, en singular, excluyendo a mi hermana que se encontraba temporalmente ausente. Papá siempre nos consideraba a las dos, por eso decidimos “hacerlo nuestro”.

Acomodó el glande sobre mi entrada vaginal y con su mano fue ejecutando círculos para tantear mi vestíbulo. Tuve ganas de lanzar mis caderas hacia atrás, pero me contuve. Me penetró despacio con su verga aún cubierta de semen y flujos de Edith. Ronroneé y gemí cuando su glande rozó mi “Punto G” en busca del ansiado útero.

La curvatura y el grosor de su miembro expandían mi cavidad de una manera nunca antes experimentada. Los consoladores que hasta entonces habían entrado en mí eran rectos, entonces me di cuenta de que mi vagina prefería los penes arqueados y sospeché que Edith opinaría igual. Ya compararíamos notas.

Por fin llegó hasta el fondo. Su glande alcanzó mi matriz, su abdomen chocó con mis nalgas y sus cojones colgaron entre mis muslos.

—¡Así, papá! —grité extasiada—. ¡Me fascina tenerte dentro de mí!

—¡Gracias, Tesoro, por darme la bienvenida en tu cuerpo!

Lo que siguió fue sexo puro y duro entre padre e hija. Papá me sujetó por la cintura e imprimió un ritmo cadencioso. Su erección en plena forma llegaba a mi útero para hacerme gritar mientras mi trasero chasqueaba contra su cuerpo. Cuando se retiraba tenía cuidado de aprovechar el movimiento para pulsar mi “Punto G” con su glande, friccionarlo dos veces y volver a penetrarme con fuerza.

Mis caderas acudían a su encuentro, nuestras respiraciones se ajustaron en secuencias de resistencia y los estallidos de energía en mi interior se acumulaban. Mis tetas y sus cojones se movían en el mismo compás pasional. Éramos dos seres diseñados y creados para ser compatibles en materia sexual. Tal como Edith, yo vibraba con cada movimiento, con cada respiración, con cada roce y jadeo.

Hilos de líquido vaginal escapaban de mi entrepierna muslos abajo, el placer me hacía agitar la cabeza con el pelo enmarañado y los ojos muy abiertos. Mi primer orgasmo de follada heterosexual se manifestó en una prolongada cadena de múltiples estallidos. Mi vagina se contraía entera, como queriendo exprimir el mástil filial, como queriendo retenerlo en su interior hasta el fin de los tiempos.

Descendí de mi oleada orgásmica para ascender de nuevo al paraíso, esta vez con una intensidad que me hizo cerrar los ojos y ver las estrellas. Mi coño segregó líquidos a chorro y esta fue la señal para que mi padre tirara de mis nalgas con fuerza, me penetrara hasta el fondo y descargara incontables disparos de simiente directamente en mi matriz.

—¡Se ven tan cogiendo haciéndolo que debería tomarles una foto! —exclamó Edith a nuestro lado.

Venía fresca y aseada, su coño olía al jabón de uso íntimo. Antes de que papá se retirara de mi interior, mi hermana colocó un objeto sobre mi espalda baja.

—Papá, espero que aún tengas baterías —señaló Edith—. Traje el gel de Sico para que me lubriques bien, quiero probar la penetración anal y estoy segura de que a Nat también se le va a antojar.

Nota de las autoras

Este relato es imaginario, pero no por ello menos ardiente. Elykner cumple treinta y nueve años este 26 de Septiembre. Ha sido nuestro maestro, guía, amante, originador y, en cierto sentido, incluso nuestro padre. Lo amamos con toda el alma y estamos seguras de que él nos ama a las dos juntas, sin preferir a una para desfavorecer a la otra. Respeta nuestros gustos, atiende nuestras necesidades individuales y conjuntas, escucha nuestros problemas, confía en nosotras y nos da todo cuanto tiene, sabe y puede.

Elykner ha sido el más grande factor de unión en nuestra relación lésbica filial. Lo amamos y nos ama. Si a esto le añadimos que es el mejor amante que hubiéramos podido encontrar, tenemos la receta para vivir muy felices los tres.

Nota de Naty (Natjaz Vasidra)

Conocí a Elykner en el momento más terrible de mi vida. Nuestra relación era de Cyber amigos, no más profunda que el contacto que pudiera tener con cualquiera de ustedes. El día en que estuve a punto de ser asesinada por mi ex esposo, conseguí enviar treinta mensajes pidiendo ayuda. Naturalmente, Edith intentó salvarme, pero nuestros mayores la encerraron, impidiéndole venir a mi casa.

Elykner, casi sin conocerme, sin siquiera haber visto una foto mía, condujo ciento veinte kilómetros, violó varias leyes, arriesgó su vida y su libertad por rescatar a una perfecta desconocida quien, por cierto, se divertía atacándolo en el foro de Trovaliterarte.

Entró a sangre y fuego, como un Uriel Vengador, como un Janus, Custodio De La Puerta. Luchó como un Macabeo, como un guerrero Benjaminita, como un Teseo o un Jasón.

Curó mis heridas físicas, me ayudó con mis heridas psíquicas. Me tuvo en sus manos y pudo haber terminado de destruirme, pudo convertirme en su esclava, en su sumisa, en su mascota o su juguete sexual. En vez de ello, me dio la fuerza y me mostró mi propio Poder Interior. Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, al punto de que hoy, siendo una mujer menudita, podría derribar y lesionar gravemente a un luchador que me duplicara en peso y años de entrenamiento.

Todos los compañeros de vida comparten lo suyo con sus parejas, bueno, Elykner me cedió todos sus bienes y puso todas sus cosas en mis manos. Pudo haberme convertido en su esclava y en vez e eso me coronó, al lado de Edith, como su Emperatriz. Pudo haberme violado, asesinado, destazado y arrojado a cualquier vertedero. En vez de eso me empoderó, me dio las claves para ser fuerte, sana, feliz y buscar esa dicha que a veces siento inalcanzable o inmerecida.

Muchos hombres (con minúscula) le condicionan el orgasmo a la mujer, Elykner procura darlo una y otra vez. En los momentos de pasión, donde algunos aprovechan para llamar “zorra”, “puta” o demás ofensas a su pareja, él da juramentos de amor, agradece por la maravilla de compartir el sexo con nosotras y expresa la felicidad que lo llena por el placer de que estemos vivos.

Cuando tengo recaídas o depresiones, él está conmigo. Me secunda en mis locuras, propone métodos de acción para liberarme de mis demonios internos o combatirlos. Está ahí, siempre presente, aún cuando (no me enorgullece), en mis malos momentos, he utilizado las mismas armas y herramientas que él me dio en contra suya.

Todo esto ha sido desde el principio. Ha soportado los ataques cobardes de la familia de Edith y mía, ya que estamos rodeadas de gente racista, cruel, indolente, clasista, ultracatólica y bien priísta.

Siempre ha tenido con nosotras el detalle perfecto, las atenciones exactas, los tratamientos adecuados para cada situación. Nos considera en todo terreno y en todo momento, desde consentirnos en los días que tenemos la regla (¡Al mismo tiempo ella y yo, JA, JA, JA), hasta ayudarnos en proyectos escolares o declaraciones fiscales.

Es tanto el amor que nos tenemos que a veces nos vemos obligados a darnos unas semanas de distancia. No se trata de falta de amor, sencillamente nos pasamos el día soñando, jugando, haciendo el amor y disfrutando tanto que perdemos la noción del tiempo y las responsabilidades que este mundo impone. A esto le llamamos el “Síndrome De John Y Yoko”. Ese es un detalle que tiene el amor verdadero, es tan liberador que se aprende a desechar todo lo que no tenga que ver con la felicidad que brinda.

Trabajar en la calidad de una relación no es tarea para las malas épocas. Es una labor diaria que implica consideración, comprensión, apoyo, compañerismo y un espíritu de entrega y valoración inquebrantable. Amar es nunca permitir que la rutina nos absorba, que la monotonía haga decaer la relación, que el tiempo de convivencia se desgaste y pierda su brillo. Amar es compartir, conocer, explorar y procurar mantener vivo el deseo por el bienestar propio y de nuestro compañero. Estas cosas las hemos aprendido de Elykner, no solo en palabras, sino en ejemplo y ejecución 24/7/12/365.

La mayoría de los hombres buscan conquistar a las mujeres, Elykner siempre procura amar y compenetrarse. Como mujer, me siento bendecida por su compañía. Lo amo desde el ángulo heterosexual de la mujer que encuentra en un hombre los valores y virtudes del amante perfecto. Lo adoro desde la perspectiva de la mujer bisexual que se sabe comprendida por un compañero que, lejos de escandalizarse, acepta y secunda las cosas que horrorizarían a casi todos los hombres. Lo idolatro desde el punto de vista de la mujer que tiene una relación lésbica con alguien de su propia sangre, relación a la que Elykner no se opone, que no le asusta ni le hace sentir amenazado. Si Elykner se desgarrara las vestiduras por algo, sería para quedar totalmente desnudo y compartir con nosotras los placeres del sexo sin complejos.

Nota de Edith

Fui la adolescente rebelde que se sentía (y era) rechazada por sus padres biológicos. Fui la criatura revoltosa, ansiosa de conocimientos, con hambre de crecer y convertirse en mujer. Fui la chiquilla que, desde la pubertad, encontró su identidad sexual y supo autodefinirse, primero como lesbiana y después como bisexual. Fui la chiquilla inquieta, necesitada de consejo, protección y un calor de familia que mis padres nunca supieron ni sabrán brindar.

Elykner fue la figura paterna que me orientó. Fue el guía que me llevó de la mano a una autonomía de pensamientos y sentimientos. Fue el HOMBRE que, sin saberlo, desnudó mi alma para liberarme de todo complejo y cargo de consciencia por mi naturaleza “diferente”.

Durante esos años de adolescencia me amó y me cuidó como un padre “normal” vela por su hija. Jamás me faltó al respeto, ni me miró con morbo o me “tocó accidentalmente”.

Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, me enseñó a conducir, montar a caballo, disparar armas de fuego y con arco, correr en motocicleta, cocinar, jugar al póker y muchísimas cosas más. Aprendí de él a ser caritativa, generosa, independiente, creativa, dinámica y a luchar por las cosas que amo.

Impulsó e inspiró mi fantasía, me regaló cuantos libros quise leer, me brindó todo el calor que faltaba en mi casa. Era inevitable que, aún considerándome lesbiana y aún enamorada de Naty, me enamorara TAMBIÉN de Elykner.

Le entregué mi virginidad en un acto de amor, siempre en presencia de Naty y con ella de acuerdo, sin mentiras ni traiciones idiotas. Él temía que nuestra relación Padre—Hija y la magia no erótica que ambos habíamos creado juntos se difuminaran. Fueron temores infundados. Con su amor desperté a nuevos niveles de felicidad.

Gracias a Elykner hemos encontrado la mayor dicha erótica que pueda concebirse. Él nos enseñó el camino para convertirnos en las Diosas Sexuales que toda mujer debería aspirar a ser.


Continuará
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heranlu

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Sexo con unas Gemelas – Capítulo 03




Volví al lado de mis compañeros de lecho. Estaba fresca, bien aseada y dispuesta a ascender el siguiente escalón.

Mi gemela se recostó unos instantes con las piernas encogidas para sentir el semen de nuestro padre muy adentro de su cuerpo. Sentí ganas de lanzarme a su entrepierna para lamerla, pero me contuve.

—¡Papá, dame por detrás! —solicité.

—¿Estás segura? —preguntó preocupado.

—Algún día tenemos que probarlo. Prefiero que sea hoy mismo.

Con estas palabras me subí a la cama para acomodarme en cuatro. Arqueé la espalda consiguiendo que mi trasero destacara e incitara a papá.

Él se agachó detrás de mí para lamer mis nalgas con lascivia. Me estremecí cuando mordisqueó suavemente mi delicada piel.

—¡Dame placer, papá! —exigí. (¿Acaso creían que iba a decir algo como “He sido mala, castígame”?)

nuestro padre lamió toda mi hendidura, desde el clítoris hasta el ano. Perdí la fuerza de mis brazos y quedé con la cabeza sobre el colchón, por lo que mi trasero destacaba aún más. Naty se levantó y corrió a asearse también; la perspectiva de ser enculada la atraía tanto como a mí.

Papá lamió con cuidadosa maestría los contornos e mi orificio posterior mientras dos de sus dedos ensalivados se colaban por mi vagina. Su lengua me entró por detrás al mismo tiempo que sus dedos pulsaban en mi “Punto G” y grité de placer cuando inició una serie de penetraciones linguales con fricciones internas en mi coño.

Mi cuerpo era como un instrumento sensorial en sus expertas manos. Mis centros de placer estaban a tope, gozando con la sinfonía erógena que papá me obsequiaba.

—¿Me encanta, papá! —grité—. ¡No pares, por favor! ¡Ay!

Este último grito se prolongó porque repentinamente papá levantó sus labios sobre mi culo y succionó con fuerza produciéndome un placer indescriptible.

Sin dejar de estimularme lubricó su mano libre con el gel Sico e introdujo un dedo en mi ano. Lo sentí pasar, falange a falange hasta que lo tuve todo dentro. Ahora sus manos daban placer a mis dos orificios y yo me revolvía de gusto. Cuando coló un segundo dedo en mi entrada posterior ejecutó movimientos de apertura y cosquilleo; me estaba dilatando con amoroso cuidado para lo que seguiría minutos después.

Extrajo los dedos de mi vagina y me hizo volver a la posición de los cuatro puntos, sin dejar de estimular mi culo. Se acomodó detrás de mí y me penetró por la vagina. Sus dedos en mi otro agujero se separaron para distenderme.

Inició un poderoso movimiento de entrada y salida que mi coño agradeció destilando más flujo. Estos juegos eróticos me dieron la idea de lo que debía sentirse en una doble penetración. Me gustó, se me antojó y me prometí que otro día lo experimentaría con papá y un consolador. Alcancé mi enésimo orgasmo de la mañana entre contracciones vaginales y riachuelos de flujo.

Abandonó mi vagina dejándome anhelante. Noté su glande presionando contra mi ano. Con sus manos separó mis nalgas al máximo y avanzó con cuidado.

—¿Te has metido algún consolador por aquí? —preguntó papá.

—Sí —respondí en un jadeo—. Uno de dieciocho centímetros, no tan grueso como “lo tuyo”. ¿Crees que me cabrá toda tu herramienta?

—El glande ya entró. Estás bien lubricada, pero iré con cuidado. He entrado en mujeres acostumbradas a tamaños menores de los dieciocho centímetros.

Su glande abría las paredes de mi conducto posterior. Estaba bien lubricada y estimulada, por lo que no me dolía. Sentía un poco de incomodidad, pero respiré profundo y para relajarme y recibirlo “con las puertas abiertas”.

Con amor, mi padre fue avanzando dentro de mi estrecho culo. Ansiaba sentirlo todo dentro de mí, pero reprimí el impulso de lanzar mis caderas hacia atrás. Él era el experto y sabía lo que tenía que hacerse.

La curvatura de su pene traspasó el umbral y sentí que mi recto palpitaba. No era dolor, sino la primera insinuación de un placer nuevo. Completó la penetración cuando sus cojones chocaron con mi vagina.

Acarició mi espalda con toda su hombría dentro de mí. Mi recto palpitaba a la expectativa.

—Esto es un acto de amor, nunca lo olvides —jadeó papá—, lo hago con ustedes porque así me lo han pedido, pero no deben olvidar que, por sobre todas las cosas, las amo con el alma.

Naty llegó a nuestro lado, fresca y espléndida.

—¿No te duele? —preguntó acariciando mis nalgas y los cojones de papá.

—Me gusta —respondí—. Se siente distinto que con los dedos o con el consolador. ¡Estoy lista, papá, comienza con la monta!

Al oír mis palabras, Elyk retiró un tercio de su hombría para volver a clavármela despacio. Poco a poco fue acompasando sus movimientos.. mi cuerpo respondió instintivamente, haciendo avanzar y retroceder las caderas en sincronía con las profundas penetraciones que papá me brindaba. Acompañé las incursiones de su miembro con poderosos apretones de mis músculos internos. Cada vez que él se retiraba, lo oprimía como queriendo exprimirlo; al volver a entrar cerraba un poco para ofrecer mayor grado de dificultad. Papá y yo gritábamos y gemíamos sintiendo el poderoso placer de lo que estábamos haciendo.

Naty nos observaba con una mano sobre su coño, sin masturbarse. Creo que esperaba reservar energías sexuales para cumplir la fantasía de ser enculada. Su mirada seguía el bamboleo de mis tetas como en trance hipnótico.

El placer se fue acumulando en mi interior, era distinto al vaginal, pero no menos explosivo. Un orgasmo me recorrió entera, cerré los puños e incluso apreté los dedos de los pies mientras me venía en ráfagas de placer filial. Papá siguió con su labor, aumentando el ritmo en una salvaje cabalgata anal.

Grité, me sacudí y casi hago perder la concentración de nuestro padre al llegar a un segunda corrida. Él, como programado para dar y recibir deleite, eyaculó penetrándome hasta lo más profundo. Elyk gritó y aulló al sentir que su simiente se derramaba en mi orificio posterior. Aferró mis nalgas con mucha fuerza. Caímos derrengados sobre la cama.

—¡Yo también quiero por atrás! —exigió Nat devolviéndonos a la realidad—. ¡Quiero tener la misma cara de gusto que tiene Edith!

—¡Y lo tendrás, Nat! —respondió papá—. ¿Alguna vez les he negado algo?

Extrajo su hombría de mi trasero y ambas nos maravillamos al verla. Llevaba tres eyaculaciones casi al hilo y seguía en pie de guerra. Hay penes impotentes y penes potentes, pero lo de Elykner era prepotente. Digno de una película porno.

02 Naty

Papá corrió al servicio, como huyendo de mí. Dejé a mi gemela casi K.O. sobre la cama y me asomé para ver lo que hacía. De su reciente baño no quedaba nada. Sudaba por todos lados, el cabello lo tenía encrespado y tenia semen mezclado con nuestros flujos femeninos desde el abdomen hasta las rodillas.

—¿Puedo tener dos minutos de privacidad? —preguntó papá con una sonrisa.

—Papá, soy adulta —repliqué—. Nos has metido dedos, nos has sobado, has mamado nuestros senos, nos has masajeado, nos has penetrado, nos has dado varios orgasmos, has eyaculado dentro de nosotras, acabas de encular a mi hermana y estás a punto de darme por el culo a mí. ¿Qué más da que te mire cómo meas? ¡Anda, déjame ver, tengo curiosidad!

—¡Menuda faena! —suspiró resignado—. ¡Lo que hay que hacer por las hijas!

Ya desinhibido levantó la tapa Y EL ASIENTO del W.C., apuntó y disparó con certera puntería. Un punto más a su favor; siempre he pensado que los hombres que no levantan el asiento del water son idiotas y los que “no le atinan” tienen el pene muy pequeño.

Mi padre entró al cubo de la ducha y abrió las llaves para darse un rápido baño.

—¡Te quedas ahí, Nat! —sentenció adivinando mis intenciones de acompañarlo—. Quieres conocer el sexo anal y no seré yo quien te lo niegue, pero debes entender que acabo de encular a tu hermana y necesito estar limpio para ti. Me conozco; si vienes querré tocarte, te haré el amor aquí mismo, e pie y será vaginal, pues todavía no me atrevo a penetrarte de pie por detrás. Eso es lo que hay y tendrás que esperar. Yo nunca las habría tocado, ni siquiera con el pensamiento. Ustedes abrieron la Caja De Pandora, lo mínimo que puedo pedir es que tengas paciencia.

Fiel a la pulcritud, se lavó los genitales escrupulosamente. Jugando le hice muecas enseñándole la lengua en gesto lascivo, agachando la cabeza como para darle a entender lo que haría con su verga si me permitiera acercarme. Para incitarlo más le di la espalda y flexioné el cuerpo hacia adelante con las piernas bien separadas, me di un par de azotes y separé mis nalgas para enseñarle mis orificios.

—¿Así o más ansiosa? —pregunté—. ¿Así o más lasciva? ¿Te gusta lo que ves, papá? ¿Te gusta tener sexo con tus propias hijas? ¿Ya viste lo que te está esperando?

—Sí, me encanta —respondió cerrando la regadera—. Deja de incitarme y mejor pásame una toalla.

Me levanté y volví a mirarlo de frente. Tomé una toalla y la restregué por todo mi cuerpo en lúdicos movimientos. Separé las piernas y pasé el lienzo completo por debajo de mi vagina.

—Para que te seques con aroma a mí —señalé dándole la toalla—. No sé cómo nos vamos a organizar cuando regresemos a casa, pero esta noche dormimos contigo, bien desnudas para que no pienses que estás soñando.

Se acercó a mí mientras se secaba y me miró a los ojos.

—De hecho, siento que estoy soñando.

—Entonces debo pellizcarte para que despiertes.

Estiré mi mano para sujetar sus cojones y apretarlos delicadamente.

—¡Mejor te pellizco yo!

Traté de escapar, pero papá soltó la toalla y me atrapó abrazándome por detrás. Giré la cabeza y nos dimos un intenso beso de amantes. Con sus manos se apoderó de mis tetas, las masajeó y pellizcó suavemente mis pezones. Su verga se apretaba contra mis nalgas, separé las piernas y la acomodé en medio de mis muslos.

Pasamos a la habitación en esa postura, caminando a pasos cortos para no perder el contacto. Papá besó mi cuello mientras sus manos bajaban de mis tetas a mi vientre. Entonces noté que Edith no estaba en la cama. La pelvis de mi padre avanzaba y retrocedía, la curvatura de su verga friccionaba la entrada de mi vagina. Volví a segregar jugos y el calentón regresó a mi cuerpo.

—¿Lista para la inauguración de tu “túnel posterior”? —preguntó mi gemela desde la puerta.

Edith había vuelto a nuestra habitación para asearse de nuevo. Volvía con las baterías recargadas y el cuerpo pidiendo guerra. Me abrazó por delante y frotó sus senos contra los míos, en un combate de pezones que bien hubieran podido cortar cristal.

Papá seguía impulsando su pelvis tras de mí. Su miembro entre mis muslos era muy estimulante. Edith se acomodó para recibir sobre su clítoris los impactos del glande de papá mientras yo me sentía rodeada de amor en el emparedado sexual que era ahora mi familia.

Mi hermana se sentó en la cama e hizo que papá detuviera su movimiento. Nos acomodó ante ella tal y como estábamos. Abrió la boca para mamar el glande y parte de la hombría de nuestro padre. Cabeceaba para estimularlo al tiempo que acariciaba mi clítoris con la punta de su nariz.

No me aguanté. Deshice la posición y acosté a Edith. Me tendí sobre ella con mi anhelante sexo besando el suyo. Volvíamos a lo habitual, pero papá no nos permitiría olvidarlo.

Mi clítoris chocaba con el de mi gemela mientras nuestro padre separaba mis nalgas para lamer todo el contorno de mi ano. Se ensalivó dos dedos y jugó a digitar sobre el orificio mientras yo me movía sobre Edith.

Su lengua me penetró el trasero hasta donde pudo y arqueé la espalda en reflejo pasional. Su lengua se estiraba y contraía. Cuando regresaba al interior de su boca, sus labios atacaban el contorno de mi ano. Succionó con fuerza simulando una venosa y aullé de placer.

Me introdujo un dedo y luego otro, jugó con ellos probando la elasticidad de mi esfínter. Acompasó sus movimientos digitales con mis vaivenes pélvicos sobre el sexo de mi gemela.

—¡Papá es todo un semental! —le dije a mi hermana—. ¡Está matándome con sus dedos!

—¡Para que no quede duda de dónde salimos tan calientes! —gritó Edith.

—¡Ya las escuché! —replicó Elykner—. ¡Se van a enterar!

Nuestro padre separó las piernas de las dos y, sin dejar de abrir y cerrar sus dedos en mi ano, acomodó su glande entre nuestras vaginas. Empujó con violencia, consciente de que estábamos muy lubricadas y de que, al no ser una penetración real, no nos lastimaría.

—¡Gracias, Gemas! —suspiró embistiéndonos con brío—. ¡Gracias por esto! ¡De haber sabido que podríamos gozar los tres juntos, se los habría pedido hace mucho tiempo!

Papá avanzaba con todas sus fuerzas haciendo chocar su abdomen contra mis nalgas mientras sus dedos se esmeraban en dilatar mi orificio posterior. Su glande, empapado en fluidos, golpeaba nuestros nódulos de placer mientras el tronco era besado por nuestros labios vaginales. Edith y yo gemíamos a coro, Elykner estaba follando con la Bestia Gestálica que juntas formábamos, al mismo tiempo, en el mismo nivel y con el mismo placer.

—¡Las amo! —gritó—. ¡De todas las maneras, con todas las ganas, con el alma, con todo mi ser, por siempre y para siempre!

Sus acciones, sus palabras, el calor de nuestros cuerpos y la incandescencia del momento provocaron que Edith y yo tuviéramos un poderoso orgasmo que nos hizo gritar a una sola voz.

Papá retiró su hombría de entre nuestros cuerpos y apuntó el glande a mi culo. En una última maniobra de dedos estiró mi ya dilatada entrada y reemplazó sus falanges con la punta de su miembro. Separó mis nalgas con las manos y empujó despacio.

Se abrió paso con cuidado y maestría. Al principio me causó cierta molestia, pero decidí seguir adelante con esto y resistí, procurando relajarme. Edith me besó los ojos, la nariz y la boca mientras nuestros cuerpos permanecían inmóviles. Pasó el glande, la curvatura y, por fin, la totalidad del pene de nuestro padre se alojó en mi culo.

—¡Que gusto! —susurré.

—Tu cara lo expresa todo —señaló Edith acariciando mi cabello—. Tienes la expresión de la mujer ardiente que acaba de recibir un pene descomunal por el trasero. El pene de su padre, para más señas.

Papá se aferró a mis nalgas e inició un rítmico vaivén. Clavaba toda su verga en mi recto y su abdomen chocaba contra mis nalgas. Al mismo tiempo, mi cuerpo se balanceaba para friccionar mi coño sobre el de mi hermana. Edith colaboraba moviendo la pelvis en sincronía con las penetraciones e papá. Entre los dos me estaban destrozando de placer.

—¿Te gusta la nueva faceta de tus hijas, papá? —preguntó Edith entre jadeos.

—¡Me enloquece! —gritó Elykner acelerando sus movimientos.

Mi culo se adaptaba bien a las dimensiones y formas del pene de nuestro padre. El placer era distinto a cuando lo tuve por delante, pero era placer a fin de cuentas. Ocasionalmente arqueaba la espalda o levantaba el trasero, Edith sostenía mi peso sobre su cuerpo y se frotaba entera frente a mí. Nuestros nódulos de placer se friccionaban, nuestros efluvios vaginales se combinaban. Besamos nuestras bocas cuando nos atravesó un nuevo orgasmo.

Aprovechando nuestra corrida, papá intensificó su follada en el interior de mi ano. Me enculaba deliciosamente y esto era un nuevo incentivo para ir acumulando temperatura. Mi gemela se debatía debajo de mi cuerpo, frotaba sus senos contra los míos, nuestros coños se besaban una y otra vez. Retorciéndonos y gritando volvimos a sentir el ascenso de la adrenalina. Primero fue Edith, quien gritando sobre mi rostro alcanzó la apoteosis del orgasmo lésbico.

Enseguida la alcancé, sintiendo que mi coño eyectaba una cantidad de fluidos que me hizo temer una deshidratación, enseguida Elykner sujetó mi cintura, penetró mi ano hasta hacer chocar sus cojones con mi coño y eyaculó poderosamente en lo más profundo de mis entrañas.

Caímos rendidos por el placer. La habitación olía a combate sexual. Papá consiguió arrastrarse hasta el baño y mi gemela y yo escuchamos nuevamente la ducha. Pedimos el desayuno a la habitación. Cuando llegó el empleado no tuvimos fuerzas para volver a vestirnos, de modo que lo recibimos tan desnudas como estábamos. El chico se fue con la cara roja y se olvidó de alargar la mano para pedir propina.

—Papá, báñate bien y ven a desayunar —solicitó Edith.

—Pedimos de todo para que repongas energías —señalé.

—Sí, Gemas. Enseguida salgo. ¿Cuál es la prisa?

—¡La prisa es que hay unas Gemelas ninfómanas que te esperan para ser saciadas! —respondí.

—¡Lo de esta mañana ha sido sólo el sexo para despertar, falta el de la tarde y el de las “buenas noches”! —informó Edith.

—¡Feliz cumpleaños, papá!

Nota de las autoras

Este relato es imaginario, pero no por ello menos ardiente. Elykner cumple treinta y nueve años este 26 de Septiembre. Ha sido nuestro maestro, guía, amante, originador y, en cierto sentido, incluso nuestro padre. Lo amamos con toda el alma y estamos seguras de que él nos ama a las dos juntas, sin preferir a una para desfavorecer a la otra. Respeta nuestros gustos, atiende nuestras necesidades individuales y conjuntas, escucha nuestros problemas, confía en nosotras y nos da todo cuanto tiene, sabe y puede.

Elykner ha sido el más grande factor de unión en nuestra relación lésbica filial. Lo amamos y nos ama. Si a esto le añadimos que es el mejor amante que hubiéramos podido encontrar, tenemos la receta para vivir muy felices los tres.

Nota de Naty (Natjaz Vasidra)

Conocí a Elykner en el momento más terrible de mi vida. Nuestra relación era de Cyber amigos, no más profunda que el contacto que pudiera tener con cualquiera de ustedes. El día en que estuve a punto de ser asesinada por mi ex esposo, conseguí enviar treinta mensajes pidiendo ayuda. Naturalmente, Edith intentó salvarme, pero nuestros mayores la encerraron, impidiéndole venir a mi casa.

Elykner, casi sin conocerme, sin siquiera haber visto una foto mía, condujo ciento veinte kilómetros, violó varias leyes, arriesgó su vida y su libertad por rescatar a una perfecta desconocida quien, por cierto, se divertía atacándolo en el foro de Trovaliterarte.

Entró a sangre y fuego, como un Uriel Vengador, como un Janus, Custodio De La Puerta. Luchó como un Macabeo, como un guerrero Benjaminita, como un Teseo o un Jasón.

Curó mis heridas físicas, me ayudó con mis heridas psíquicas. Me tuvo en sus manos y pudo haber terminado de destruirme, pudo convertirme en su esclava, en su sumisa, en su mascota o su juguete sexual. En vez de ello, me dio la fuerza y me mostró mi propio Poder Interior. Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, al punto de que hoy, siendo una mujer menudita, podría derribar y lesionar gravemente a un luchador que me duplicara en peso y años de entrenamiento.

Todos los compañeros de vida comparten lo suyo con sus parejas, bueno, Elykner me cedió todos sus bienes y puso todas sus cosas en mis manos. Pudo haberme convertido en su esclava y en vez e eso me coronó, al lado de Edith, como su Emperatriz. Pudo haberme violado, asesinado, destazado y arrojado a cualquier vertedero. En vez de eso me empoderó, me dio las claves para ser fuerte, sana, feliz y buscar esa dicha que a veces siento inalcanzable o inmerecida.

Muchos hombres (con minúscula) le condicionan el orgasmo a la mujer, Elykner procura darlo una y otra vez. En los momentos de pasión, donde algunos aprovechan para llamar “zorra”, “puta” o demás ofensas a su pareja, él da juramentos de amor, agradece por la maravilla de compartir el sexo con nosotras y expresa la felicidad que lo llena por el placer de que estemos vivos.

Cuando tengo recaídas o depresiones, él está conmigo. Me secunda en mis locuras, propone métodos de acción para liberarme de mis demonios internos o combatirlos. Está ahí, siempre presente, aún cuando (no me enorgullece), en mis malos momentos, he utilizado las mismas armas y herramientas que él me dio en contra suya.

Todo esto ha sido desde el principio. Ha soportado los ataques cobardes de la familia de Edith y mía, ya que estamos rodeadas de gente racista, cruel, indolente, clasista, ultracatólica y bien priísta.

Siempre ha tenido con nosotras el detalle perfecto, las atenciones exactas, los tratamientos adecuados para cada situación. Nos considera en todo terreno y en todo momento, desde consentirnos en los días que tenemos la regla (¡Al mismo tiempo ella y yo, JA, JA, JA), hasta ayudarnos en proyectos escolares o declaraciones fiscales.

Es tanto el amor que nos tenemos que a veces nos vemos obligados a darnos unas semanas de distancia. No se trata de falta de amor, sencillamente nos pasamos el día soñando, jugando, haciendo el amor y disfrutando tanto que perdemos la noción del tiempo y las responsabilidades que este mundo impone. A esto le llamamos el “Síndrome De John Y Yoko”. Ese es un detalle que tiene el amor verdadero, es tan liberador que se aprende a desechar todo lo que no tenga que ver con la felicidad que brinda.

Trabajar en la calidad de una relación no es tarea para las malas épocas. Es una labor diaria que implica consideración, comprensión, apoyo, compañerismo y un espíritu de entrega y valoración inquebrantable. Amar es nunca permitir que la rutina nos absorba, que la monotonía haga decaer la relación, que el tiempo de convivencia se desgaste y pierda su brillo. Amar es compartir, conocer, explorar y procurar mantener vivo el deseo por el bienestar propio y de nuestro compañero. Estas cosas las hemos aprendido de Elykner, no solo en palabras, sino en ejemplo y ejecución 24/7/12/365.

La mayoría de los hombres buscan conquistar a las mujeres, Elykner siempre procura amar y compenetrarse. Como mujer, me siento bendecida por su compañía. Lo amo desde el ángulo heterosexual de la mujer que encuentra en un hombre los valores y virtudes del amante perfecto. Lo adoro desde la perspectiva de la mujer bisexual que se sabe comprendida por un compañero que, lejos de escandalizarse, acepta y secunda las cosas que horrorizarían a casi todos los hombres. Lo idolatro desde el punto de vista de la mujer que tiene una relación lésbica con alguien de su propia sangre, relación a la que Elykner no se opone, que no le asusta ni le hace sentir amenazado. Si Elykner se desgarrara las vestiduras por algo, sería para quedar totalmente desnudo y compartir con nosotras los placeres del sexo sin complejos.

Nota de Edith

Fui la adolescente rebelde que se sentía (y era) rechazada por sus padres biológicos. Fui la criatura revoltosa, ansiosa de conocimientos, con hambre de crecer y convertirse en mujer. Fui la chiquilla que, desde la pubertad, encontró su identidad sexual y supo autodefinirse, primero como lesbiana y después como bisexual. Fui la chiquilla inquieta, necesitada de consejo, protección y un calor de familia que mis padres nunca supieron ni sabrán brindar.

Elykner fue la figura paterna que me orientó. Fue el guía que me llevó de la mano a una autonomía de pensamientos y sentimientos. Fue el HOMBRE que, sin saberlo, desnudó mi alma para liberarme de todo complejo y cargo de consciencia por mi naturaleza “diferente”.

Durante esos años de adolescencia me amó y me cuidó como un padre “normal” vela por su hija. Jamás me faltó al respeto, ni me miró con morbo o me “tocó accidentalmente”.

Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, me enseñó a conducir, montar a caballo, disparar armas de fuego y con arco, correr en motocicleta, cocinar, jugar al póker y muchísimas cosas más. Aprendí de él a ser caritativa, generosa, independiente, creativa, dinámica y a luchar por las cosas que amo.

Impulsó e inspiró mi fantasía, me regaló cuantos libros quise leer, me brindó todo el calor que faltaba en mi casa. Era inevitable que, aún considerándome lesbiana y aún enamorada de Naty, me enamorara TAMBIÉN de Elykner.

Le entregué mi virginidad en un acto de amor, siempre en presencia de Naty y con ella de acuerdo, sin mentiras ni traiciones idiotas. Él temía que nuestra relación Padre—Hija y la magia no erótica que ambos habíamos creado juntos se difuminaran. Fueron temores infundados. Con su amor desperté a nuevos niveles de felicidad.

Gracias a Elykner hemos encontrado la mayor dicha erótica que pueda concebirse. Él nos enseñó el camino para convertirnos en las Diosas Sexuales que toda mujer debería aspirar a ser.
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