Se Corre, Mamá 001

heranlu

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Rosa, untando una tostada con mantequilla en la cocina de su casa, le dijo a su hijo:

-¿Hoy tampoco vas a clases, Daniel?

Daniel, que era un joven moreno, de ojos negros, alto, flaco y bien parecido, usó su silencio cómo respuesta. Alfredo, el padre de Daniel, que se estaba acabando de tomar un café antes de ir a trabajar, le dijo:

-Si dejas los estudios, te pones a trabajar. En esta casa no se mantiene a vagos.

Daniel seguía en silencio. Rosa le dijo a su marido:

-Dale un tiempo para solucionar lo que tenga que solucionar.

-Se me está acabando la paciencia y...

No dejó que acabara la frase.

-Vete a trabajar, Alfredo, vete a trabajar.

Rosa era una mujer de cuarenta años, de estatura mediana, morena, de ojos oscuros, con buenas tetas, buen culo y mejores piernas, y Alfredo, un hombre de cuarenta y ocho años, de estatura normal..., un hombre del montón.

No sabían lo que le había pasado a su hijo, de ser un joven risueño, cariñoso y buen estudiante, había pasado a ser una persona taciturna. Pensaron que podría ser cosa de faldas, o peor aún, de drogas, pero cómo no les contaba lo que acaecía, las pasaban putas con él.

Al rato de irse el marido, Rosa fue a hablar con su hijo, pero ni la puerta de la habitación le abrió.

Le dieron un tiempo, pero Daniel seguía en su mundo y ya ni por teléfono hablaba con Hugo, que era su mejor amigo. Vivía en su habitación y solamente salía de ella para desayunar, comer y cenar, pues tenía baño y aseo allí dentro. Empezaron a preocuparse por si hacía alguna tontería.



Una mañana, Rosa, vestida con un pantalón de tergal, con una blusa blanca con los dos botones superiores abiertos y calzando unas bailarinas negras, le fue a hacer la cama a su hijo. Daniel salió del baño en pelotas y a su madre se le fue la vista para el cipote que le colgaba entre las piernas.

-¿Qué miras, mamá? ¿Tú también me vas a llamar monstruo?

Rosa estaba roja cómo un tomate maduro, pero ante todo era madre y lo que le había dicho explicaba su actitud.

-Tápate, hijo, tápate. Así que era eso, una chica te dijo que eras un monstruo por tener el miembro grande.

Daniel se sentó en el borde de la cama, puso las manos sobre el cipote y rompió a llorar.

-Soy un monstruo.

-No eres ningún monstruo, tu polla es grande y gorda, es una verga, pero tampoco es una cosa del otro mundo.

-¿Has visto alguna igual?

-Tu ves poco porno. ¿Verdad?

-¿Tú ves mucho?

Rosa no le respondió, fue al cajón de la cómoda, cogió un calzoncillo y se lo dio.

-Deja de llorar y ponte esto.

Al ponerse en pie volvió a ver su cipote y de nuevo se puso roja, le dijo:

-Muchas mujeres darían un ojo de la cara por tener una verga cómo la tuya entre las piernas.

-Mientes, no les cabría.

-A alguna le cabría tu polla y tus huevos.

-¡Qué exagerada!

-No exagero.

-¿A ti te cabría?

-La polla sí, los huevos y la polla, no.

Daniel ya estaba empalmado, se puso en pie, se bajó los calzoncillos y le preguntó:

-¿Estando así de gorda y de grande?

A Rosa aquella situación la tenía descolocada, por un lado, se sentía madre y por la otra se sentía mujer, y como mujer estaba excitada. Mirándole para el cipote, le dijo:

-Sí, hijo, sí, me cabría, pero no te hagas ideas raras que soy tu madre.

Daniel se volvió a sentar.

-Ojalá, no lo fueras.

-Pero lo soy, hijo, lo soy. Dime. ¿Te encuentras mejor?

-Si, madre. Me has quitado un peso de encima, pero ahora me quedó otro que me tendré que quitar cuando te vayas.

-Mejor no me digas que peso es ese. Hago la cama y ya te dejo con tus cosas.

Rosa, para hacer la cama, se tenía que agachar. Con el rabillo del ojo veía cómo su hijo le miraba para el culo y cómo se tocaba el cipote por encima del calzoncillo. Se sentía sucia, pero al mismo tiempo le gustaba sentirse deseada. En una de estas el cipote le colgó por la abertura frontal. Daniel lo volvió a guardar. Rosa sintió cómo se le mojaba el coño y miedo le dio que la humedad traspasara las bragas y se marcara en su pantalón de tergal de color amarillo. Luego se puso del otro lado de la cama y al agacharse le dejaba ver el canalillo de sus grandes tetas. Daniel ya no se tocaba, pues al tener a su madre enfrente podría verlo.

Rosa, al acabar de hacer la cama, le dijo:

-Me voy al centro comercial y luego iré al supermercado a hacer la compra. Hoy es un gran día. Cocinaré algo especial.

Nada más salir Rosa de la habitación, Daniel se bajó los calzoncillos y se la peló pensando en su madre.



Rosa llegó al centro comercial. No le salía de la cabeza el cipote de su hijo y su coño se seguía mojando. Cogió una falda, y mientras la miraba sintió una mano tocarle el culo, se giró y vio a una jovencita minifaldera con largas y moldeadas piernas, de ojos azules, con una pequeña melena rubia. La muchacha era más alta que ella y muy bonita.

-¿Qué haces, descarada?

-Cerciorarme de que la humedad en tu pantalón es flujo vaginal -olió la mano-. Lo es. ¿Cómo es que estás tan mojada?

Rosa vio que el dependiente, un chico de unos veinte años años, alto y moreno, no les quitaba el ojo de encima. Echó las manos al coño, vio que la humedad había traspasado las bragas, y exclamo:

-¡Qué situación!

Rosa, que siempre había tenido la fantasía de follar en un sitio público con algún desconocido, iba a hacerlo con una desconocida... Dejo que la minifaldera le sobara el culo, le bajara la cremallera de pantalón y le metiera la mano dentro de las bragas. La muchacha, al encontrarse con la charca de jugos, le dijo:

-Vienes de follar y no te has limpiado, guarrilla.

-Para guarra tú, guarra, golfa y atrevida.

-Sí, lo soy, soy guarra, golfa, atrevida y morbosa. Mira cómo nos vigila el nuevo vendedor. ¿No te excita verte observada en un momento como este?

-Si no me excitara ya te tenía metido una buena bofetada.

La minifaldera le metió dos dedos dentro del coño y la masturbó al tiempo que le sobaba el culo y que le besaba el cuello... Al rato, cogió un pantalón que le pareció de la talla de Rosa y después se metió en el probador. Rosa miró para el dependiente, que se estaba tocando el paquete, y decidió cometer una locura y meterse en el probador con la minifaldera. Al entrar y correr la cortina, la chavala se bajó los pantalones y las bragas, le puso los brazos en los hombros, le dio un beso con lengua y luego le llevó la boca al coño. Rosa, le dijo:

-No voy a comerte el coño.

-¿Entonces a qué has venido?

-A que me lo comas tú a mí.

-Si quieres que te lo coma, come.

Rosa empezó lamiendo el coño tímidamente, pero a medida que se iba humedeciendo se fue excitando y acabó comiéndoselo con lujuria, o sea, lamiendo cómo si no hubiese mañana. La minifaldera logró lo que andaba buscando, correrse en la boca de Rosa.

La muchacha, luego de correrse, le bajó a Rosa el pantalón y las bragas, se puso en cuclillas y le hizo un trabajo genial. Rosa, al correrse, sintió tanto placer que acabó sentada en el piso del probador tirando del aliento. Luego la minifaldera se vistió y se fue. Rosa no vio cómo la minifaldera besaba al dependiente antes de irse, ni oyó cómo le decía: "Toda tuya, hermano." Lo qué sí vio Rosa fue cómo se abría la cortina del probador, como entraba el dependiente y cómo la volvía a cerrar. No hubo palabras, el muchacho sacó la polla empalmada, la cogió por las axilas para que se levantase. Luego la levantó en alto en peso. Hizo que apoyase la espalda contra la pared del probador, se la clavó hasta el fondo del coño de una estocada y le dio caña a reventar. Rosa, rodeando con sus brazos el cuello del dependiente, le negó su boca, se la negó hasta que le vino el gusto. Al correrse fue ella la que buscó la boca del muchacho.

Cuando la puso en el piso, por el interior de sus muslos comenzaron a bajar los jugos de su corrida, el dependiente se agachó, le lamió esos jugos y el coño, después la besó con lengua. Acto seguido hizo que se agachara y le puso la polla en los labios, Rosa abrió la boca y le hizo una mamada. El dependiente, al correrse, echó una lechada brutal, lechada que Rosa se guardó en la boca y que luego echó en la palma de la mano y que acabo limpiando con un pañuelo.

Rosa se fue del centro comercial sin pagar el pantalón y aliviada.



Rosa había comprado en el supermercado unos langostinos y un conejo para comer, solamente uno porque ese día su marido no venía a comer. Estaba cocinando cuando llegó Daniel, en calzoncillos y marcando paquete. Rosa se quedó mirando para el paquete unos cinco o seis segundo, Daniel se echó un vaso de agua del grifo y la bebió. Cuando ya Rosa no le miraba para el paquete, con una media sonrisa en los labios, le dijo:

-Voy a retomar las clases, mamá.

Rosa se llevó una gran alegría.

-¡No te puedes ni imaginar lo contenta que me has puesto, hijo!

Daniel cambió de tema.

-¿Qué es eso que huele tan bien?

-Conejo.

-Tengo unas ganas locas de comer uno.

-Pues tendrás que conformarte con la mitad.

-Me refería un conejo de mujer.

A Rosa ya le estaba llegando hasta el coño la insolencia de su hijo.

-¿Y sabrías?

-No, pero...

-Ni pero, ni pera. ¡Deja de decir tonterías!

Daniel quedó cortado.

-Era una broma, mamá.

-Pues no me ha hecho ninguna gracia. Vete a vestir.

Pasaron los días y Daniel seguía provocando a su madre, aunque ahora lo hacía sin palabras... Echándose las manos al paquete, chocando con ella a propósito, y muchas cosas más.

Rosa sabía que desde que su hijo volviera a estudiar, las chicas no lo dejaban en paz. La que le llamara monstruo se fuera de la lengua queriendo dejarlo quedar mal y lo había dejado en lo más alto del podio. Por eso no entendía que viniera a por ella sobrándole chicas.



Una noche, Rosa, después de follar con su marido, se levantó de cama, y cubierta con un picardías blanco de seda, con encajes y transparente que le daba por encima del coño, se fue a la cocina a tomar un refresco frío. Allí estaba Daniel, de pie, en calzoncillos, a pecho descubierto, con el culo apoyado en el borde de la encimera y con un vaso de leche en la mano, al ver bajo el picardías las areolas y los pezones de las gordas tetas y el vello negro del coño de su madre, que estaba al descubierto, le dijo:

-¡Qué maravilla! ¡Cómo me gustaría encontrar una mujer tan bella y sensual cómo tú!

Rosa vio que la comía con la mirada.

-No me mires así, hijo.

-No se puede mirar de otra manera a una diosa.

Podría haber puesto una mano delante del coño para que no se lo viese, pero dejó que se lo siguiese mirando cuando le dijo:

-No estás mirando a un diosa, estás mirando a tu madre.

Rosa abrió la nevera y cogió un tetrabrik de jugo de naranja. Daniel le miró para el culo y se empalmó. Rosa se dio la vuelta y bebió a morro del tetrabrik mientras le miraba para el tremendo bulto del calzoncillo. Le cayó zumo por las tetas. Los pezones se le pusieron duros y se marcaron en el picardías. Daniel, mirándole para ellos, le dijo:

-¡Qué barbaridad!

-No me mires que me pongo nerviosa.

Daniel se acercó a ella y le dijo:

-Deja que los toque un poquito.

-No, Daniel, no.

-Solo un poquito.

-Te he dicho que no.

La empotró contra la pared, y frotado la verga contra su coño, buscó sus los labios con los suyos. Rosa le hizo la cobra.

-Déjame.

-Dame un beso.

Cómo no se lo daba, se arrodilló delante e ella, le echó las manos al culo y le dijo:

-Quiero aprender a comer un coño.

Rosa lo dejó con la lengua en la boca.

-¡Qué me dejes, degenerado!

Al llamarle degenerado le cortó el rollo. Daniel, se dio por vencido, se puso en pie, y le dijo:

-Perdona, madre, pero es que estás tan arrebatadoramente sensual...

Rosa le dijo:

-Me voy, me voy antes de que hagas alguna tontería más.

Al llegar a su habitación, sacudió a su marido y le dijo:

-¿Echamos otro polvo?

Alfredo abrió los ojos y le preguntó:

-¿Qué hora es?

-Es la una y cuarto de la madrugada.

-Es muy tarde, mañana echamos otro polvo.

Media hora mas tarde, Rosa, no lograba dormir. El recuerdo del frotamiento de la verga de Daniel y el aliento de su boca en su coño la ponían mala. Las manos se le fueron a las tetas. En su imaginación esas manos eran la de su marido. Luego bajó una mano y acaricio su clítoris con dos dedos, después de haberlos mojado en el coño. En su imaginación eran la lengua de su marido... Cuándo ya estaba buena de ir metió un dedo dentro del coño, pensó que era la polla de su marido y se masturbó, luego fueron dos, al poco tres y al final metió cuatro dedos. Al masturbarse con cuatro dedos la polla de Alfredo ya era la de Daniel. Luego se quitó los dedos, en su imaginación los dedos pasaron a ser la lengua de Daniel. Los dedos mojados acariciaron el clítoris y al ratito se corrió cómo una loba en la boca de su hijo.



Un día salía Rosa del baño de su habitación con una tolla en la cabeza y otra cubriendo parte de su cuerpo cuando Daniel entró en la habitación en calzoncillos y sin llamar a la puerta. Al verla, le dijo:

-Perdón, mamá, no sabía que te iba a encontrar así.

Rosa lo había sentido caminar por la habitación mientras se duchaba, así que aquello no era casual. No se anduvo con medas tintas.

-Sí que lo sabías. A ver, Daniel. ¿Por qué esa obsesión conmigo si te sobran chicas de tu misma edad?

-No es obsesión, madre, es que no quiero volver a ser la comidilla del instituto.

-Suelta lo que sea.

-Tengo miedo a hacer el ridículo si me acuesto con una mujer.

-En la cocina no tenías miedo.

-Es que contigo podría soportar cagarla, tú no irías criticándome por ahí.

-Te he dicho que sueltes lo que sea.

-Enséñame a follar.

-No, de eso nada. Yo no te voy a enseñar a follar. Soy tu madre. Mira porno.

-Yo quiero que me enseñes tú.

-Quita esa idea de la cabeza.

-Aunque sea enséñame cómo masturbar a una mujer.

-A ti se te fue la olla, para eso tendría que enseñarte mi coño.

-Ya lo he visto.

Daniel sacó los calzoncillos. Rosa vio su cipote morcillón y le dijo:

-¿Para qué has hecho eso?

-Así estaremos iguales si me enseñas a masturbar a una mujer.

Rosa comenzó a ponerse nerviosa.

-¡Guarda eso!

Se acercó a ella con la polla en la mano.

-¿No te da pena que no pueda usarla? Sé una madre complaciente.

-Tú lo que quieres es que sea tu puta.

-No, lo que quiero es que me ayudes, cómo haría una buena madre.

-Ya soy una buena madre.

Se arrodilló delante de ella y le imploró.

-Ayúdame, por favor.

-Levántate que me estás dando pena.

-No, estaré así hasta qué...

Rosa ya no aplazó más lo inevitable.

-Está bien, pero de lo que voy a hacer ni una palabra a nadie.

-Seré cómo una tumba.

Rosa se sentó en la cana, flexionó las rodillas y se abrió de piernas.

-Siéntate enfrente de mí.

Daniel se sentó enfrente de su madre.
 

draco22

Pajillero
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uffff muy excitante y caliente felicitaciones
 
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