Pasaban los días y yo seguía disfrutando de unos días de vacaciones, invitada por mí tío Alberto, en su lujosa finca en España. Piscina, paseos a caballo, visitas a los pueblos cercanos, salidas nocturnas para cenar y copear, ese fue el plan durante la primera semana. La relación con mi tío era como si los más de doce años que hacía que no nos veíamos, no hubiesen existido. La complicidad entre ambos y con mi prima Teresa era máxima, si bien es cierto que durante esos doce años habíamos hablado por teléfono en infinidad de ocasiones y estábamos en contacto a través de internet. Una noche que nos encontrábamos cansado, decidimos hacer una barbacoa junto a la piscina. Mi tío Alberto, Gisella, mi prima Teresa y yo. Tras las consabidas chuletas, chorizos criollos y demás viandas, nos quedamos charlando mientras nos tomábamos una copa.
- Sara, sabes algo de tu tío Andrés? – me preguntó mi tío Alberto.
- Bueno lo que sabe todo el mundo… que vive en Estados Unidos, concretamente en Los Angeles y poco más. – le contesté.
- La verdad es que me gustaría saber como le va… si se casó…. Si tiene hijos… y verlo… ¡me encantaría¡. – dije con un poco de nostalgia.
- Desde que hicimos el trato de esta finca, cogió el dinero y se fue a América y desde entonces habré hablado por teléfono con él un par de veces. – comentó Alberto.
- ¿Daniel cuándo viene?... que llevo aquí más de una semana y todavía no ha dado señales de vida. – pregunté.
- Pues… se encuentra en Bilbao. Ha estado trabajando la última semana en el bufete de abogados en Madrid, pero este fin de semana subía a Bilbao a recoger a Elvira, su novia, y se venían para acá, creo que se quedarán aquí un par de semanas, descansando. – me informó mi tío.
- El pobre tiene merecido el descanso. Ha tenido un año muy duro en el bufete. Le han nombrado jefe del gabinete de abogados y no da abasto. Fíjate que ahora además de llevar los casos suyos, tiene que dar la cara ante la importantísima clientela que tienen. – intercedió Teresa.
- mmm… ¡Alberto… no puedo más… me corro!