Esta increíble experiencia tuvo lugar hace casi 15 años. Fue en el pueblo de mi madre. Un pueblo extremeño alejado de cualquier sitio, tan bucólico como remoto, y en el que parecía que el tiempo se había detenido. Íbamos muy poco, de hecho, desde que se murió mi abuela, no habíamos vuelto y de eso ya habían pasado diez años. Yo aquel verano cumplía 20 tacos y realmente no tenía ganas de ir, pero mi madre necesitaba que yo la llevase en coche, ya que mi padre no se podía permitir muchas vacaciones aquel verano, tenía demasiado trabajo. Así que no me quedó más remedio que acompañar a Mamá. En el viaje, mi madre me había dicho que, en el reparto de lla herencia, a ella le habían tocado unas tierras y que ahora un cacique local se las quería comprar. A mí me daba bastante lo mismo, tan solo esperaba que los trámites se terminaran lo antes posible, para volver a mi casa.
Tras un palizón en la carretera, llegamos al pueblo. Dormiríamos en la casa de mi abuela, que había heredado mi tía, divorciada y con dos hijos, mis primos, bastante más pequeños que yo. La familia nos recibió con los brazos abiertos. La casa era amplia. Constaba de cocina, baño, comedor y una habitación en la planta baja; cinco habitaciones en la planta superior; desván y sótano. A mí me tocó la habitación de la planta baja. Me pareció perfecto, dado que tendría más libertad y si entraba o salía nadie se iba a dar cuenta. Mi tía nos había preparado una cena opípara que, junto con el cansancio del viaje, hizo que me entrase un sueño terrible después de comer. Educadamente di las buenas noches y me fui a dormir. Esa noche podría haber caído una bomba al lado de casa, que no me hubiese enterado de nada.
A la mañana siguiente, mi madre me pidió que la acompañase a realizar las protocolarias visitas a amigos y familiares. Sabía que era importante para ella, así que no me negué. Almuerzo en familia, siesta y, por la tarde, nueva ronda de visitas. Toda gente mayor a la que no recordaba. Mi esperanza de reencontrarme con alguna “prima” de la infancia se desvanecía cada vez que cruzaba el quicio de una puerta. Aquellos días prometían ser mortalmente aburridos. Vuelta a casa, cena pantagruélica y un rato de tele y charla familiar. A eso de las 12, di las buenas noches y me fui a la cama. No tenía sueño, pero quería leer un poco. Al cabo de una hora, empecé a oír un ruido extraño. Era como una máquina: zoom-zoom, zoom-zoom, zoom-zoom. No quise darle importancia. Pero el ruidito se me estaba metiendo en la cabeza y no me iba a dejar dormir. Así que me levanté. Vi que la luz de la cocina estaba encendida. Pensé que mi tía o mi madre se habrían dejado alguna especie de electrodoméstico encendido. Así que fui a fisgonear. Pero, para mi sorpresa, lo que me encontré fue a mi tía sentada en la mesa de la cocina: con las tetas al aire y ¡con una máquina sacaleches succionándole uno de los pezones!!
- ¡Uy, tía, perdona! Es que he oído un ruido y no sabía lo que era.
Mi tía se quedó mirándome de arriba abajo. En ese momento, me di cuenta de que yo tan solo llevaba los calzoncillos tipo bóxer que me pongo para dormir y que no son nada discretos disimulando mi anatomía. Su siguiente reacción fue taparse los pechos con un trapo de cocina.
- Ay, Carlos, ¿te molesta la maquinita? No me extraña. Pero es que me tengo que sacar la leche.
- ¿Aún tienes leche materna?
- La verdad es que sí. Es una especie de enfermedad rara, que dicen, Síndrome de Phils-Dorden, o algo así. Les pasa a muy pocas mujeres y, ya ves, a mí me ha tocado. Tu tía es una central lechera.
Me contó que tras el primer embarazo empezó a sacar leche y que ya no se le detuvo. El médico le dijo que no era una enfermedad grave y que a todas las mujeres se les pasa cuando les llega la menopausia. Que había hecho de nodriza a casi todos los bebés del pueblo, pero que ahora casi nadie tenía bebés y, por las noches, se veía obligada a quitarse la leche con aquella máquina, ya que si no se le podría enquistar la leche dentro de los pechos y aquello se convertiría en un problema más serio. Siempre se quitaba la leche a esa hora, en la que sus hijos ya dormían en el piso de arriba. La historia era sorprendente, pero entendía que era un fastidio. Le pregunté que qué hacía con la leche y me dijo que, al principio, si ningún bebé la podía aprovechar, la congelaba, pero tenía tanta que ahora ya directamente la tiraba.
- Menudo desperdicio- bromeé.
- Tranquilo, que de momento no se acaba- me respondió con una sonrisa.
- Bueno, me voy a la cama. Buenas noches.
Al meterme en la cama, me di cuenta de lo excitado que estaba. Las descomunales tetas de mi tía me habían puesto a cien, con aquellas aureolas, oscuras y unos pezones enormes y salidos que debían estar duros como piedras, mmm… pero sus descaradas miradas a mi paquete me habían puesto a mil. Por suerte, no había tenido una erección ante ella, pero me tuve que hacer una paja para quedarme dormido.
El día siguiente transcurrió con el mismo aburrimiento que el anterior. En esta ocasión, mi madre me llevó a ver las tierras que se quería vender por si yo las quería. Le dije que qué iba a hacer yo con eso. Y me presentó al señor que las cuidaba. Un simpático abuelete que se encargaba de tener el terreno limpio y cuidar de los olivos. Me explicó que el aceite que tomábamos en casa procedía de aquellas aceitunas y que, además, nos llegaba a casa parte del dinero de la venta de lo que sobraba. Pero yo solo tenía en la cabeza las tetas de mi tía. Quería que volviese a caer la noche para volver a verlas en la cocina. Y así sucedió. A eso de las doce y media, volví a oír la máquina de sacaleches. Aquel zoom-zoom que me estaba llamando. Esperé unos minutos y me levanté. Iba a por las tetas, y volví a presentarme en calzoncillos.
- Anda, qué sorpresa, ¿mi sobrinito otra vez?
- Es que con el calor que hace, me muero de sed.
En esta ocasión, mi tía no tenía trapo de cocina a mano y se tapó la teta que estaba libre con la mano. Me serví un vaso de agua y me lo tomé delante de ella, que no se perdía detalle de como el bulto de mis calzoncillos empezaba a crecer.
- Ya que estas de pie, ¿me sirves un vaso de agua? – obedecí y se lo dejé sobre la mesa- Espero que no te importe… - y con la mano que tenía se cubría la teta, cogió el vaso y se tomó su contenido. Yo estaba como una moto.
Estuvimos un rato charlando de tonterías, pero nuestra intención era la de alargar la conversación para disfrutar de las respectivas vistas. Al cabo de un rato, me pidió un trapo y se cambió de la máquina de teta. Con el trapo de secó la teta que había sido exprimida. Mi erección empezaba a ser evidente, así que di las buenas noches y me fui a acostarme… o mejor dicho, a dedicarle una señora paja a mi tía. Este jueguecito duró tres días más. Al cuarto, sucedió algo inesperado. Algo que cambiaría nuestras vidas. Empecé a oír el zumbido de la máquina y, como era costumbre, me levanté para charlar con mi tía (bueno, ya sabes para qué). Pero, de pronto, el zumbido se detuvo. ¡Qué pronto!, pensé. No puede ser. Pero la luz de la cocina seguía encendida, así que fue para allí. Me encontré a mi tía sentada en su silla, con las dos tetazas al aire y mirando la máquina sacaleches con preocupación.
- Hola, tía. ¿qué ocurre?
- La maquinita de los cojones se ha estropeado.
- Vaya -bromeé- pensaba que la máquina era de las tetas, no de los cojones – me respondió con una sonrisa de circunstancias y me pidió que le echase un vistazo. Seguía con las tetas al aire. Difícil concentrarse.
Me contó que estas máquinas, de tanto usarlas, se acaban estropeando. Pero el problema es que al día siguiente era domingo y que ya no podría comprar otra hasta el lunes:
- Y no puedo estar con la leche de tres días acumulada en las tetas.
- ¿No hay otro sistema para quitarla?
- Hay mujeres a las que les sale masajeando las tetas, pero a mí no me sale así.
Y empezó a darse una especie de masaje sobre una de las tetas, lo que hizo que mi polla empezara a reaccionar tan descaradamente como su mirada se quedó fija sobre mi creciente bulto. Me teuve que poner la polla de lado, pero aquello fue peor. Mi tía tenía los ojos que se le salían de las órbitas. Y la cosa no iba a mejorar cuando me dijo:
- Lo único es succionar con la boca, que me llego, pero, te hará gracia, mi leche me da un poco de asco- dicho esto, se agarró esa misma teta y se llevó el pezón a su boca. Sacó la lengua y empezó lamerse el pezón. Mi erección ya era evidentísima.
- Me voy a beber agua. ¿Quieres?
- Estoy sedienta. Sí, por favor.
Aproveché que le di la espalda, para colocarme la polla hacia arriba, pero se salía parte del tronco y todo el capullo, así la coloqué de manera en diagonal, de manera que solo se veía una parte del capullo. Me iba a explotar. Cuando me dirigí hacia ella, su cara era un poema. Yo estaba descaradamente empalmadísimo. Y, encima, bien dotado, 18 buenos centímetros de rabo. La cara de mi tía era de total alucine.
- Pues yo no sé cómo arreglar la máquina tía, ojalá pudiera ayudarte.
- Mira, solo se me ocurre una cosa. Pero si me dices que no, lo entiendo, que es muy raro.
- Dime - estaba deseando que me lo pidiera.
- Es un poco embarazoso, pero ¿quieres succionarme un poco del pecho izquierdo? Del derecho ya me he podido sacar un poco de leche y no me duele tanto, pero el izquierdo… la verdad es que me molesta. Y yo sola no puedo…
- Claa.. claro, tía, yo te ayudo, ¿cómo nos ponemos?
Entonces mi tía se puso en pie. Tan solo llevaba unas braguitas. No eran precisamente sexys, pero hasta ese momento yo no me había percatado de ese detalle. Estuvimos probando diferentes opciones, hasta que vimos que lo mejor era que estaríamos de pie, uno frente al otro. Ella era bastante más bajita que yo (yo mido 1,75 y ella debería rondar el 1,65, por lo que me tuve que agachar un poco). Le cogí su tetaza izquierda por debajo, cómo pesaba, por cierto, y acerqué mis labios a su pezón.
- Perdona, tía, pero es que ya no me acuerdo como se hace… - volví a bromear, con una risa algo nerviosa.
- Tú tan solo ten cuidado con los dientes, corazón, que tengo los pezones muy sensibles.
A esas alturas, no hace falta decir que mi polla estaba a punto de explotar. Ya no sabía como colocármela, mientras mis labios empezaban a saborear su durísimo pezón y mi lengua lo recorría traviesamente. Su pecho reaccionó expulsando un chorro de leche. Era muy dulce. Empecé a bebérmela, mientras oía los suspiros de mi tía, que tuvo que apoyar la espalda en la pared (como ahora baje mi madre… pensé), mientras alternaba la succión con el jugueteo. Creo que ninguno de los dos sabíamos cómo reaccionar, si debíamos dar un paso más. Mi tía me acariciaba el pelo, la espalda… en un momento dado, parecía que estaba perdiendo el control y una de sus manos se puso sobre mi pecho y bajo por mi abdomen, pero no continuó más abajo. Yo estaba a punto de explotar, iba cachondísimo, ya no sabía si sacarme la polla y empezar a pajearme. La leche me caía de la boca y resbalaba por mi cuerpo. No sé cuánto tiempo estuve así. Al final, mi tía, me cogió de la cabeza y, entre jadeos, me separó de su teta:
- Ay, ya está, ya está… Buff, menudo trabajazo que has hecho. Voy a dormir como una reina.
- ¿Quieres que siga con la otra?
- No, no – respondió azorada – la otra está bastante bien. Creo que ya es hora de irse a la cama – sentenció sin dejarme de mirarme los bóxers.
Tratamos de hacer alguna broma para bajar la tensión del momento y me fui directo al baño del piso de abajo. No tardé en correrme. La paja más rápida de la historia. Pero no me fui a mi habitación. Tan sigilosamente como pude, me fui al piso de arriba y me acerqué a la habitación de mi tía. Tenía la puerta cerrada, pero la oí jadear intensamente. Ella también había disfrutado de la experiencia.
A la mañana siguiente, planeé dar una vuelta de tuerca a lo sucedido. Pero me encontré con la sorpresa que mi tía me estuvo esquivando casi todo el día. Apenas la vi y cuando coincidimos, ni me miraba. Por la mañana, mi madre me había pedido que la acompañara a comprar fruta en el mercadillo del pueblo de al lado. Allí, que también había paradas de ropa, se me ocurrió comprarme unos calzoncillos tipo slip. ¡5 a 3 euros, señora! Aquello me dio una idea. Compré un pack. Blancos. Y cayó la noche. Durante la cena, mi madre le llegó a preguntar a mi tía si le pasaba algo, que estaba muy callada, pero solo respondió que no se encontraba demasiado bien. Temí que aquella noche ya no tendría “fiestecilla” y que había tirado 3 euros a la basura. Bueno, tampoco iba a ser la ruina. Al cabo de un rato, nos fuimos a la cama. Evidentemente, aquella noche no oí el zumbido de la máquina sacaleches. Pero estuve atento y sí oí que alguien bajaba las escaleras y que encendía la luz de la cocina. Yo llevaba uno de los slips nuevos. El paquete se me marcaba perfectamente. Salí. Pensé que si era mi madre, diría que iba a por agua. No creo que se extrañase de verme tan ligerito de ropa. Pero no era mi madre, era mi tía. Cuando me vio entrar, pareció asustarse. Llevaba puesto un camisón negro de encaje.
- Hola, tía – susurré.
- Hola, sobrino.
- ¿Cómo te encuentras?
- Me duelen un poco… Pero lo de ayer… No lo podemos repetir – pero su mirada estaba de nuevo clavada en mis calzoncillos.
- Si se te ocurre otra manera de arreglarlo...
- Es un fastidio, por que mañana por la mañana tengo que ir a trabajar y no podré comprar el sacaleches nuevo hasta última hora de la tarde.
- Bueno, tía, ayer tampoco pasó nada malo. No nos pongamos dramáticos. Y, al fin y al cabo, te alivié el malestar – ella asintió con la cabeza, ya estaba a punto de convencerla. - Probemos una cosa si te parece. Continuamos como ayer y si te sientes incómoda, paramos.
- Acércame un vaso de agua y me lo pienso. Y tú te podrías poner una camiseta o algo, ¿no?
- Con el calor que hace, creo que llevo demasiada ropa… jejeje.
Bebimos un vaso de agua. Yo me senté a su lado. La visión de aquellas tetazas, aún tapadas con el camisón, me empezaban a calentar. Al final, accedió:
- Bueno, solo un par de minutos en cada pecho. Para que se me baje un poco la presión. Que es que mira como las tengo. Creo que lo de ayer me las ha puesto peor… - Y se quitó el camisón, dejando aquellos melones gigantes ante mis ojos. Contuve la respiración. Mi polla empezaba a reaccionar.
- ¿Nos ponemos como ayer?
- Va, venga, pero rápido, no te recrees.
- ¿Por cuál empiezo?
- Por la que quieras, las dos están a punto de explotar.
Ella, en braguitas, se puso de pie, con la espalda en la pared. Yo me coloqué frente a ella y le agarré la teta derecha. Y, a pesar de lo que me pidió me tía, me recreé. Vaya si me recreé. Antes de empezar a succionarlo, lo estuve lamiendo concienzudamente, hasta que lo noté durísimo en mi boca, fue entonces cuando empecé a succionar, llenando mi boca con su leche, la excusa perfectamente para detenerme brevemente. Cuando volvía a la carga, primero era mi lengua ya que recorría el pezón, que luego mordía suavemente. Mi tía empezaba a jadear y yo a empalmarme. Y ese día, mis manos no se quedaron clavadas en la pared, le acariciaba las caderas y el culo. Notaba como se iba poniendo cachonda. Me agarró de la cabeza, hundiéndomela en su teta. De pronto, mi polla dijo basta, y salió disparada por uno de los laterales del slip, chocando con la pierna izquierda de mi tía. Nos separamos un instante. Se me quedó mirando la polla, admirándola.
- ¡Menudo tronco, sobrino! Eso ya no te lo puedes volver a meter en el slip. Ya da igual que te lo he visto, tú sigue con lo tuyo.
Y me abalancé sobre la teta izquierda. Mis caricias eran cada vez más atrevidas. Mis manos se metieron dentro de sus bragas, por la parte de detrás. No hubo queja. Ella, me volvió a acariciar el pelo, el pecho, bajo y se detuvo en mi abdomen, como si dudase si seguir bajando o no. Para aclararle la situación, mi mano cogió su antebrazo y lo dirigí hacia mi polla. Ella, obediente, sin rechistar, la agarró. Estaba durísima. Creo que nunca la había tenido tan grande y tan hinchada. Una de mis manos le agarraba la teta derecha, mi boca no dejaba de succionar la teta izquierda y mi mano libre, se metió en sus bragas. Esta vez por delante. Mi tía dio un respingo, pero no se quejó, se dejó hacer entre suspiros. Estaba mojadísima. Dos de mis dedos entraron sin problemas dentro de su coño, aunque la postura no era fácil, ya que ella, además, empezaba a temblar de placer. Échate sobre el suelo, le susurré. Ella me miró como diciendo: nos estamos pasando, pero estaba tan cachonda como yo. Se estiró en el suelo con las piernas abiertas, y yo me puse a su lado. Ella no dejaba de agarrarme la polla, pajeándola tímidamente. Mis dedos se movían mucho más rápidos en el interior de su coño, hurgando en su hinchadísimo clítoris, mientras que mis labios pasaban de un pezón al otro sin para. No tardó en correrse. Me agarró la muñeca para que no quitase la mano de su coño y ahogó un grito de placer. Se quedó exhausta.
- Ahora me tienes que sacar la leche a mí…
Mi tía se incorporó levemente y me empezó a pajear con más rapidez. Yo me intenté mover para colocarme encima de ella, pero me paró. Con la mano, te lo hago con la mano. No tuve más remedio que aceptar la restricción. Pero yo solo quería correrme. Me puse de rodillas a su lado. Ella mantenía fija la mirada en mi polla, incrementando el ritmo del pajeo. Con mis manos seguía jugueteando con su coño, aún mojado. Y no tardé en llenarle las tetas con mi leche. Fue una de las mayores corridas que he tenido en mi vida.
- Por dios, Carlitos, si has sacado casi más leche que yo - dijo con admiración.
- Es que me has puesto muy cachondo.
Nos quedamos un rato jadeando en el suelo de la cocina. Instantes después, ella se levantó para limpiarse los melones y, seguidamente, me pidió que me incorporase para limpiarme la polla con el trapo que usaba para taparse las tetas. Después, nos pareció oír ruido en la planta de arriba y, de un salto, me metí en mi habitación.
Al día siguiente, contaba que con la nueva máquina de sacaleches ya se acabarían las travesuras nocturnas con mi tía. Pero sucedió algo inesperado. Yo me había pasado el día fuera de casa y mi madre y mi tía se fueron por la tarde a comprar la máquina de sacaleches. Llegaron casi a la hora de la cena muy contrariadas:
- ¿Te puedes creer que en todo Cáceres no hemos encontrado la maquinilla de las narices? – anunció mi madre… para mi satisfacción.
- ¿Qué ha pasado?
- Pues que las tiendas que no están cerradas no tenían el modelo que uso. Y la verdad, para comprar un modelo que no me guste o que no me vaya bien, prefiero esperarme. En una de las tiendas me han dicho que lo tendrán el jueves.
Aquello me encendió por dentro. La diosa Fortuna me daba tres noches más para intentar llegar más lejos con mi tía o, en cualquier caso, tres noches más para seguir disfrutando de sus tetas. Como habían tardado en llegar, aquella noche había preparado yo la cena. Había preparado mejillones al vapor y una dorada al horno. Me preocupé de que a mi tía no le faltase vino en la copa en ningún momento. Y cayó la noche. Me estiré en la cama con otro de mis slips blancos y esperé a que mi tía bajase a la cocina. Con el oído atento y la polla con ganas de juerga. A eso de las doce, oí como mi madre le daba las buenas noches y subía las escaleras. Mis primos hacía rato que se habían acostado. Impaciente, supe esperarme unos prudenciales diez minutos. Cuando ya no podía más, saqué la cabeza por la puerta de mi habitación, me aseguré de que en el piso superior reinaba un silencio sepulcral y me fui a la cocina.
- Vaya, sobrino, sí que has tardado.
- ¿Cómo estás?
- Pues te lo puedes imaginar. Me duelen… - reconoció mientras se las tocaba ligeramente con las manos por encima de la camiseta que llevaba. – Tú podrías taparte un poquito, ¿no? Que como baje alguien y te vea con ese slip, te va a caer una bronca.
- Si quieres me pongo unas bermudas. Pero creo que ya has visto todo lo que había que ver. Además, ya sabes que mi madre cuando se queda dormida ya puede caer una bomba que no se entera.
- Va, total, lo que tú quieras. La bronca te la vas a llevar tú.
- ¿Quieres que te ayude?
- Oye, que nos estamos pasando mucho de la raya. Si quieres, me puedes ayudar, pero descargadito, que así no te entrarán más tentaciones.
- ¿Descargadito? ¿Quieres que me pajee?
- Joder, sí.
Así que me saqué la polla y me puse a pajearme.
- Pero aquí no, vete a tu habitación – dijo con la mirada clavada en mi manubrio.
- Venga, tía, aquí me da más morbo y voy a terminar antes. Por fa, quítate la camiseta, que me da más morbo.
- Eres un pervertido – pero la queja fue acompañada de una sonrisa y, obediente, se quitó la camiseta. Sus tetorras se bambolearon poniéndome enfermito. Mi mano no paraba, cada vez más rápido.
- Que buena estás, tiita – susurré, acercándome a ella.
- No me vayas a salpicar, guapito, que la liamos.
- No, tranquila, que apuntaré bien. Déjame sentarme a tu lado, que me gusta tenerlas cerquita.
- Vale, pero ve terminando.
- Bufff, como estoy – y era verdad, tenía la polla a mil. Durísima enrojecida. La mirada absorta de mi tía me excitaba aún más – Acaríciame el muslo, por favor, quiero notar tu mano.
- Vale, pero solo el muslo – y puso su mano sobre mi piel. Yo notaba que no tardaría en correrme. Aquella mirada fija en mi maniobra me estaba poniendo loco. Mi mano subía y bajaba frenéticamente. Además, ella se había girado ligeramente y me clavaba uno de sus pezones en el brazo derecho (me pajeo con la izquierda).
Aproveché para pasarle mi brazo derecho por la espalda. Su pezón quedó clavado un poco por debajo de mi axila, mientras yo le acariciaba la teta derecha. Absorta en mi operación, no dijo nada.
- Tócamela un poco, porfa, que estoy a puntito.
- No, eso ya no…
En ese momento, llegué hasta su pezón derecho, dándole un pellizquito.
- Sobri, para…
Pero el sobri no hacía caso. Estaba demasiado caliente. Mis dedos índice y corazón ya se habían apoderado de su pezón. Ella no se quejaba.
- Tía, quiero notar tu mano en mi polla, porfa – supliqué.
Esta vez, cedió. Subió la mano por mi muslo hasta llegar a la base de la polla. Dejó de mirarme la polla para mirarme a la cara. Me lancé y la besé. Ella me devolvió el beso, juntándose nuestras lenguas. Y mi polla empezó a expulsar leche a mansalva. El suelo, mis muslos y su mano quedaron pringandísimos de mi semen. Pero yo en ese momento ya no iba a parar. Había desatado a mi tía. De su boca, pasé a besarle los pechos. Hubo un último conato de resistencia, pero no tardó en pegar mi cabeza a su tetamen. Mi mano izquierda fue a buscar su coño y ella, generosamente, se abrió de piernas para ofrecérmelo. Estaba mojadísima. No me costó nada hundirle dos dedos en su interior y recorrer su vagina. Mientras, mi polla, en sus manos, empezaba a recuperarse. Decidí ir un pasito más allá y me incorporé cuando mi polla ya volvía a estar tiesa.
- Joder, ¿ya te has recuperado?
- Es que me pones muy caliente, tiíta. Ven.
Y la estiré sobre el suelo. Me seguí ocupando de sus tetas (con mi lengua) y de su coño (con mis dedos), mientras ella me empezaba a pajear. Pero mi plan iba un poco más allá. Empecé a besarle el cuello, los brazos, volví a las tetas y bajé por la barriga. Con mis dedos rozándole el clítoris, ya no había resistencia posible, así que mi lengua acabó en su chorreante coño. No hubo quejas, solo gemidos. Mis dedos pasaron a sus pezones. Ella estaba excitadísima. Si queréis un secreto para un buen cunnilingus, probad a lamer y soplar (suevamente) a la vez el clítoris. Conseguí que mi tía se corriera en mi boca como una posesa, ahogando sus gritos de placer como pudo, retorciéndose como una posesa. La dejé unos segundos para que terminase de gozar de su orgasmo y acerqué mi polla a su coño, que me pedía a gritos una visita. Ella, con cara de miedo, me pidió que entrase despacio, que la tenía muy grande y ella hacía años que no follaba. Le hice caso. Empecé a jugar con mi glande en la entrada de su vagina. Pero aquel mi polla era como un cuchillo caliente cortando mantequilla, así que no me costó nada penetrarla. Fue despacio, pero se la metí hasta el fondo. Mi tía volvía a retorcerse de placer. Se acariciaba las tetas, de las que salían chorritos de leche. Mi ritmo de bombeo, lento al principio, fue aumentando en velocidad. Paralelamente, sus gemidos de placer aumentaban de volumen. Nunca me había follado un coño tan húmedo y caliente como aquel. Qué cachondos que estábamos. Pero yo no me quería correr aún. Antes me la quería follar a cuatro patas, mi posición preferida. Accedió a mis deseos y la ensarté desde detrás. Mi pelvis chocaba violentamente contra su culo, provocando que sus tetas se movieran como en una montaña rusa. Me voy a correr, me voy a correr, me avisó. Y yo aceleré el ritmo. Y menudo orgasmo tuvo… Si aquellos gritos no despertaban a nadie de la casa sería un milagro. Jadeante se tumbó sobre el suelo, bocarriba y le pregunté donde quería que yo terminase.
- Sobre mis tetas.
Así que me puse sobre ella y me empezó a hacer una cubana. La leche no dejaba de salir de sus pezones y mientras que su lengua engullía mi capullo, a punto de explotar. Y no tardó. Me eché un poco para atrás y nuestras respectivas leches se mezclaron sobre aquellos maravillosos melones, salpicándole también la cara.
- Joder, pero si tú también eres una central lechera, sobri. Qué manera de sacar leche.
Rendidos de cansancio, nos quedamos estirados sobre el suelo jadeantes. Ella fue la primera en reaccionar, arrastrándose hasta mi polla, para limpiarla con su lengua. Después me abrazó y besó. Me dijo que había sido el mejor polvo de su vida. Yo le dije que también. Minutos después nos pusimos en pie. Teníamos que lavarnos. Nuestros cuerpos estaban llenos de sudor, leche y semen. Nos duchamos juntos en el aseo de abajo. Nos volvimos a besar y nos fuimos a dormir.
Aquella fue la primera y última vez que follamos. Al día siguiente, mi madre encontró la maldita máquina sacaleches y por la noche se quedó con mi tía para comprobar que funcionase bien. Y poco después, resueltos los asuntos legales de la herencia, mi madre quiso regresar a casa, que no se fiaba de mi padre que estuviera tantos días solo. Eso sí, la última noche… Tenía la intención de echar un polvo de despedida. En la cocina, oí como mi madre le daba las buenas noches a su hermana, mientras el zoom-zoom de la máquina estaba en marcha. Esperé unos minutos de rigor y, con tan solo unos slips, me deslicé hasta la cocina. La cara de mi tía se iluminó con una sonrisa. Detuvo la máquina y sus dos suculentos melones quedaron a la vista. Con aquellas aureolas gigantes y oscuras, aquellos pezones grandes y duros como dados. Ya se me estaba poniendo la polla morcillona cuando, de repente, entró mi madre en la cocina:
- Que me he dejado el mo…
Y se quedó de piedra ante la escena. Yo con la polla aún dentro del slip, pero marcando un paquetorro gigante y mi tía con las tetas al aire.
- ¿Qué está pasando aquí? – interrogó mi madre.
- He venido a pillar una botella de agua.
- Y yo iba a vaciar la botellita de leche. Oye, Mari, no seas mal pensada, que aquí somos familia.
- Joder, es que parecía otra cosa… - respondió mi madre no demasiado convencida.
Así que en lugar de recoger el móvil e irse, se sentó al lado de su hermana. Y yo me fui a la habitación con una mezcla de vergüenza y excitación. El viaje de regreso a casa fue muy interesante. Y no porque pasara nada entre mi madre y yo, sino por las confesiones que nos hicimos durante el viaje.
Tras un palizón en la carretera, llegamos al pueblo. Dormiríamos en la casa de mi abuela, que había heredado mi tía, divorciada y con dos hijos, mis primos, bastante más pequeños que yo. La familia nos recibió con los brazos abiertos. La casa era amplia. Constaba de cocina, baño, comedor y una habitación en la planta baja; cinco habitaciones en la planta superior; desván y sótano. A mí me tocó la habitación de la planta baja. Me pareció perfecto, dado que tendría más libertad y si entraba o salía nadie se iba a dar cuenta. Mi tía nos había preparado una cena opípara que, junto con el cansancio del viaje, hizo que me entrase un sueño terrible después de comer. Educadamente di las buenas noches y me fui a dormir. Esa noche podría haber caído una bomba al lado de casa, que no me hubiese enterado de nada.
A la mañana siguiente, mi madre me pidió que la acompañase a realizar las protocolarias visitas a amigos y familiares. Sabía que era importante para ella, así que no me negué. Almuerzo en familia, siesta y, por la tarde, nueva ronda de visitas. Toda gente mayor a la que no recordaba. Mi esperanza de reencontrarme con alguna “prima” de la infancia se desvanecía cada vez que cruzaba el quicio de una puerta. Aquellos días prometían ser mortalmente aburridos. Vuelta a casa, cena pantagruélica y un rato de tele y charla familiar. A eso de las 12, di las buenas noches y me fui a la cama. No tenía sueño, pero quería leer un poco. Al cabo de una hora, empecé a oír un ruido extraño. Era como una máquina: zoom-zoom, zoom-zoom, zoom-zoom. No quise darle importancia. Pero el ruidito se me estaba metiendo en la cabeza y no me iba a dejar dormir. Así que me levanté. Vi que la luz de la cocina estaba encendida. Pensé que mi tía o mi madre se habrían dejado alguna especie de electrodoméstico encendido. Así que fui a fisgonear. Pero, para mi sorpresa, lo que me encontré fue a mi tía sentada en la mesa de la cocina: con las tetas al aire y ¡con una máquina sacaleches succionándole uno de los pezones!!
- ¡Uy, tía, perdona! Es que he oído un ruido y no sabía lo que era.
Mi tía se quedó mirándome de arriba abajo. En ese momento, me di cuenta de que yo tan solo llevaba los calzoncillos tipo bóxer que me pongo para dormir y que no son nada discretos disimulando mi anatomía. Su siguiente reacción fue taparse los pechos con un trapo de cocina.
- Ay, Carlos, ¿te molesta la maquinita? No me extraña. Pero es que me tengo que sacar la leche.
- ¿Aún tienes leche materna?
- La verdad es que sí. Es una especie de enfermedad rara, que dicen, Síndrome de Phils-Dorden, o algo así. Les pasa a muy pocas mujeres y, ya ves, a mí me ha tocado. Tu tía es una central lechera.
Me contó que tras el primer embarazo empezó a sacar leche y que ya no se le detuvo. El médico le dijo que no era una enfermedad grave y que a todas las mujeres se les pasa cuando les llega la menopausia. Que había hecho de nodriza a casi todos los bebés del pueblo, pero que ahora casi nadie tenía bebés y, por las noches, se veía obligada a quitarse la leche con aquella máquina, ya que si no se le podría enquistar la leche dentro de los pechos y aquello se convertiría en un problema más serio. Siempre se quitaba la leche a esa hora, en la que sus hijos ya dormían en el piso de arriba. La historia era sorprendente, pero entendía que era un fastidio. Le pregunté que qué hacía con la leche y me dijo que, al principio, si ningún bebé la podía aprovechar, la congelaba, pero tenía tanta que ahora ya directamente la tiraba.
- Menudo desperdicio- bromeé.
- Tranquilo, que de momento no se acaba- me respondió con una sonrisa.
- Bueno, me voy a la cama. Buenas noches.
Al meterme en la cama, me di cuenta de lo excitado que estaba. Las descomunales tetas de mi tía me habían puesto a cien, con aquellas aureolas, oscuras y unos pezones enormes y salidos que debían estar duros como piedras, mmm… pero sus descaradas miradas a mi paquete me habían puesto a mil. Por suerte, no había tenido una erección ante ella, pero me tuve que hacer una paja para quedarme dormido.
El día siguiente transcurrió con el mismo aburrimiento que el anterior. En esta ocasión, mi madre me llevó a ver las tierras que se quería vender por si yo las quería. Le dije que qué iba a hacer yo con eso. Y me presentó al señor que las cuidaba. Un simpático abuelete que se encargaba de tener el terreno limpio y cuidar de los olivos. Me explicó que el aceite que tomábamos en casa procedía de aquellas aceitunas y que, además, nos llegaba a casa parte del dinero de la venta de lo que sobraba. Pero yo solo tenía en la cabeza las tetas de mi tía. Quería que volviese a caer la noche para volver a verlas en la cocina. Y así sucedió. A eso de las doce y media, volví a oír la máquina de sacaleches. Aquel zoom-zoom que me estaba llamando. Esperé unos minutos y me levanté. Iba a por las tetas, y volví a presentarme en calzoncillos.
- Anda, qué sorpresa, ¿mi sobrinito otra vez?
- Es que con el calor que hace, me muero de sed.
En esta ocasión, mi tía no tenía trapo de cocina a mano y se tapó la teta que estaba libre con la mano. Me serví un vaso de agua y me lo tomé delante de ella, que no se perdía detalle de como el bulto de mis calzoncillos empezaba a crecer.
- Ya que estas de pie, ¿me sirves un vaso de agua? – obedecí y se lo dejé sobre la mesa- Espero que no te importe… - y con la mano que tenía se cubría la teta, cogió el vaso y se tomó su contenido. Yo estaba como una moto.
Estuvimos un rato charlando de tonterías, pero nuestra intención era la de alargar la conversación para disfrutar de las respectivas vistas. Al cabo de un rato, me pidió un trapo y se cambió de la máquina de teta. Con el trapo de secó la teta que había sido exprimida. Mi erección empezaba a ser evidente, así que di las buenas noches y me fui a acostarme… o mejor dicho, a dedicarle una señora paja a mi tía. Este jueguecito duró tres días más. Al cuarto, sucedió algo inesperado. Algo que cambiaría nuestras vidas. Empecé a oír el zumbido de la máquina y, como era costumbre, me levanté para charlar con mi tía (bueno, ya sabes para qué). Pero, de pronto, el zumbido se detuvo. ¡Qué pronto!, pensé. No puede ser. Pero la luz de la cocina seguía encendida, así que fue para allí. Me encontré a mi tía sentada en su silla, con las dos tetazas al aire y mirando la máquina sacaleches con preocupación.
- Hola, tía. ¿qué ocurre?
- La maquinita de los cojones se ha estropeado.
- Vaya -bromeé- pensaba que la máquina era de las tetas, no de los cojones – me respondió con una sonrisa de circunstancias y me pidió que le echase un vistazo. Seguía con las tetas al aire. Difícil concentrarse.
Me contó que estas máquinas, de tanto usarlas, se acaban estropeando. Pero el problema es que al día siguiente era domingo y que ya no podría comprar otra hasta el lunes:
- Y no puedo estar con la leche de tres días acumulada en las tetas.
- ¿No hay otro sistema para quitarla?
- Hay mujeres a las que les sale masajeando las tetas, pero a mí no me sale así.
Y empezó a darse una especie de masaje sobre una de las tetas, lo que hizo que mi polla empezara a reaccionar tan descaradamente como su mirada se quedó fija sobre mi creciente bulto. Me teuve que poner la polla de lado, pero aquello fue peor. Mi tía tenía los ojos que se le salían de las órbitas. Y la cosa no iba a mejorar cuando me dijo:
- Lo único es succionar con la boca, que me llego, pero, te hará gracia, mi leche me da un poco de asco- dicho esto, se agarró esa misma teta y se llevó el pezón a su boca. Sacó la lengua y empezó lamerse el pezón. Mi erección ya era evidentísima.
- Me voy a beber agua. ¿Quieres?
- Estoy sedienta. Sí, por favor.
Aproveché que le di la espalda, para colocarme la polla hacia arriba, pero se salía parte del tronco y todo el capullo, así la coloqué de manera en diagonal, de manera que solo se veía una parte del capullo. Me iba a explotar. Cuando me dirigí hacia ella, su cara era un poema. Yo estaba descaradamente empalmadísimo. Y, encima, bien dotado, 18 buenos centímetros de rabo. La cara de mi tía era de total alucine.
- Pues yo no sé cómo arreglar la máquina tía, ojalá pudiera ayudarte.
- Mira, solo se me ocurre una cosa. Pero si me dices que no, lo entiendo, que es muy raro.
- Dime - estaba deseando que me lo pidiera.
- Es un poco embarazoso, pero ¿quieres succionarme un poco del pecho izquierdo? Del derecho ya me he podido sacar un poco de leche y no me duele tanto, pero el izquierdo… la verdad es que me molesta. Y yo sola no puedo…
- Claa.. claro, tía, yo te ayudo, ¿cómo nos ponemos?
Entonces mi tía se puso en pie. Tan solo llevaba unas braguitas. No eran precisamente sexys, pero hasta ese momento yo no me había percatado de ese detalle. Estuvimos probando diferentes opciones, hasta que vimos que lo mejor era que estaríamos de pie, uno frente al otro. Ella era bastante más bajita que yo (yo mido 1,75 y ella debería rondar el 1,65, por lo que me tuve que agachar un poco). Le cogí su tetaza izquierda por debajo, cómo pesaba, por cierto, y acerqué mis labios a su pezón.
- Perdona, tía, pero es que ya no me acuerdo como se hace… - volví a bromear, con una risa algo nerviosa.
- Tú tan solo ten cuidado con los dientes, corazón, que tengo los pezones muy sensibles.
A esas alturas, no hace falta decir que mi polla estaba a punto de explotar. Ya no sabía como colocármela, mientras mis labios empezaban a saborear su durísimo pezón y mi lengua lo recorría traviesamente. Su pecho reaccionó expulsando un chorro de leche. Era muy dulce. Empecé a bebérmela, mientras oía los suspiros de mi tía, que tuvo que apoyar la espalda en la pared (como ahora baje mi madre… pensé), mientras alternaba la succión con el jugueteo. Creo que ninguno de los dos sabíamos cómo reaccionar, si debíamos dar un paso más. Mi tía me acariciaba el pelo, la espalda… en un momento dado, parecía que estaba perdiendo el control y una de sus manos se puso sobre mi pecho y bajo por mi abdomen, pero no continuó más abajo. Yo estaba a punto de explotar, iba cachondísimo, ya no sabía si sacarme la polla y empezar a pajearme. La leche me caía de la boca y resbalaba por mi cuerpo. No sé cuánto tiempo estuve así. Al final, mi tía, me cogió de la cabeza y, entre jadeos, me separó de su teta:
- Ay, ya está, ya está… Buff, menudo trabajazo que has hecho. Voy a dormir como una reina.
- ¿Quieres que siga con la otra?
- No, no – respondió azorada – la otra está bastante bien. Creo que ya es hora de irse a la cama – sentenció sin dejarme de mirarme los bóxers.
Tratamos de hacer alguna broma para bajar la tensión del momento y me fui directo al baño del piso de abajo. No tardé en correrme. La paja más rápida de la historia. Pero no me fui a mi habitación. Tan sigilosamente como pude, me fui al piso de arriba y me acerqué a la habitación de mi tía. Tenía la puerta cerrada, pero la oí jadear intensamente. Ella también había disfrutado de la experiencia.
A la mañana siguiente, planeé dar una vuelta de tuerca a lo sucedido. Pero me encontré con la sorpresa que mi tía me estuvo esquivando casi todo el día. Apenas la vi y cuando coincidimos, ni me miraba. Por la mañana, mi madre me había pedido que la acompañara a comprar fruta en el mercadillo del pueblo de al lado. Allí, que también había paradas de ropa, se me ocurrió comprarme unos calzoncillos tipo slip. ¡5 a 3 euros, señora! Aquello me dio una idea. Compré un pack. Blancos. Y cayó la noche. Durante la cena, mi madre le llegó a preguntar a mi tía si le pasaba algo, que estaba muy callada, pero solo respondió que no se encontraba demasiado bien. Temí que aquella noche ya no tendría “fiestecilla” y que había tirado 3 euros a la basura. Bueno, tampoco iba a ser la ruina. Al cabo de un rato, nos fuimos a la cama. Evidentemente, aquella noche no oí el zumbido de la máquina sacaleches. Pero estuve atento y sí oí que alguien bajaba las escaleras y que encendía la luz de la cocina. Yo llevaba uno de los slips nuevos. El paquete se me marcaba perfectamente. Salí. Pensé que si era mi madre, diría que iba a por agua. No creo que se extrañase de verme tan ligerito de ropa. Pero no era mi madre, era mi tía. Cuando me vio entrar, pareció asustarse. Llevaba puesto un camisón negro de encaje.
- Hola, tía – susurré.
- Hola, sobrino.
- ¿Cómo te encuentras?
- Me duelen un poco… Pero lo de ayer… No lo podemos repetir – pero su mirada estaba de nuevo clavada en mis calzoncillos.
- Si se te ocurre otra manera de arreglarlo...
- Es un fastidio, por que mañana por la mañana tengo que ir a trabajar y no podré comprar el sacaleches nuevo hasta última hora de la tarde.
- Bueno, tía, ayer tampoco pasó nada malo. No nos pongamos dramáticos. Y, al fin y al cabo, te alivié el malestar – ella asintió con la cabeza, ya estaba a punto de convencerla. - Probemos una cosa si te parece. Continuamos como ayer y si te sientes incómoda, paramos.
- Acércame un vaso de agua y me lo pienso. Y tú te podrías poner una camiseta o algo, ¿no?
- Con el calor que hace, creo que llevo demasiada ropa… jejeje.
Bebimos un vaso de agua. Yo me senté a su lado. La visión de aquellas tetazas, aún tapadas con el camisón, me empezaban a calentar. Al final, accedió:
- Bueno, solo un par de minutos en cada pecho. Para que se me baje un poco la presión. Que es que mira como las tengo. Creo que lo de ayer me las ha puesto peor… - Y se quitó el camisón, dejando aquellos melones gigantes ante mis ojos. Contuve la respiración. Mi polla empezaba a reaccionar.
- ¿Nos ponemos como ayer?
- Va, venga, pero rápido, no te recrees.
- ¿Por cuál empiezo?
- Por la que quieras, las dos están a punto de explotar.
Ella, en braguitas, se puso de pie, con la espalda en la pared. Yo me coloqué frente a ella y le agarré la teta derecha. Y, a pesar de lo que me pidió me tía, me recreé. Vaya si me recreé. Antes de empezar a succionarlo, lo estuve lamiendo concienzudamente, hasta que lo noté durísimo en mi boca, fue entonces cuando empecé a succionar, llenando mi boca con su leche, la excusa perfectamente para detenerme brevemente. Cuando volvía a la carga, primero era mi lengua ya que recorría el pezón, que luego mordía suavemente. Mi tía empezaba a jadear y yo a empalmarme. Y ese día, mis manos no se quedaron clavadas en la pared, le acariciaba las caderas y el culo. Notaba como se iba poniendo cachonda. Me agarró de la cabeza, hundiéndomela en su teta. De pronto, mi polla dijo basta, y salió disparada por uno de los laterales del slip, chocando con la pierna izquierda de mi tía. Nos separamos un instante. Se me quedó mirando la polla, admirándola.
- ¡Menudo tronco, sobrino! Eso ya no te lo puedes volver a meter en el slip. Ya da igual que te lo he visto, tú sigue con lo tuyo.
Y me abalancé sobre la teta izquierda. Mis caricias eran cada vez más atrevidas. Mis manos se metieron dentro de sus bragas, por la parte de detrás. No hubo queja. Ella, me volvió a acariciar el pelo, el pecho, bajo y se detuvo en mi abdomen, como si dudase si seguir bajando o no. Para aclararle la situación, mi mano cogió su antebrazo y lo dirigí hacia mi polla. Ella, obediente, sin rechistar, la agarró. Estaba durísima. Creo que nunca la había tenido tan grande y tan hinchada. Una de mis manos le agarraba la teta derecha, mi boca no dejaba de succionar la teta izquierda y mi mano libre, se metió en sus bragas. Esta vez por delante. Mi tía dio un respingo, pero no se quejó, se dejó hacer entre suspiros. Estaba mojadísima. Dos de mis dedos entraron sin problemas dentro de su coño, aunque la postura no era fácil, ya que ella, además, empezaba a temblar de placer. Échate sobre el suelo, le susurré. Ella me miró como diciendo: nos estamos pasando, pero estaba tan cachonda como yo. Se estiró en el suelo con las piernas abiertas, y yo me puse a su lado. Ella no dejaba de agarrarme la polla, pajeándola tímidamente. Mis dedos se movían mucho más rápidos en el interior de su coño, hurgando en su hinchadísimo clítoris, mientras que mis labios pasaban de un pezón al otro sin para. No tardó en correrse. Me agarró la muñeca para que no quitase la mano de su coño y ahogó un grito de placer. Se quedó exhausta.
- Ahora me tienes que sacar la leche a mí…
Mi tía se incorporó levemente y me empezó a pajear con más rapidez. Yo me intenté mover para colocarme encima de ella, pero me paró. Con la mano, te lo hago con la mano. No tuve más remedio que aceptar la restricción. Pero yo solo quería correrme. Me puse de rodillas a su lado. Ella mantenía fija la mirada en mi polla, incrementando el ritmo del pajeo. Con mis manos seguía jugueteando con su coño, aún mojado. Y no tardé en llenarle las tetas con mi leche. Fue una de las mayores corridas que he tenido en mi vida.
- Por dios, Carlitos, si has sacado casi más leche que yo - dijo con admiración.
- Es que me has puesto muy cachondo.
Nos quedamos un rato jadeando en el suelo de la cocina. Instantes después, ella se levantó para limpiarse los melones y, seguidamente, me pidió que me incorporase para limpiarme la polla con el trapo que usaba para taparse las tetas. Después, nos pareció oír ruido en la planta de arriba y, de un salto, me metí en mi habitación.
Al día siguiente, contaba que con la nueva máquina de sacaleches ya se acabarían las travesuras nocturnas con mi tía. Pero sucedió algo inesperado. Yo me había pasado el día fuera de casa y mi madre y mi tía se fueron por la tarde a comprar la máquina de sacaleches. Llegaron casi a la hora de la cena muy contrariadas:
- ¿Te puedes creer que en todo Cáceres no hemos encontrado la maquinilla de las narices? – anunció mi madre… para mi satisfacción.
- ¿Qué ha pasado?
- Pues que las tiendas que no están cerradas no tenían el modelo que uso. Y la verdad, para comprar un modelo que no me guste o que no me vaya bien, prefiero esperarme. En una de las tiendas me han dicho que lo tendrán el jueves.
Aquello me encendió por dentro. La diosa Fortuna me daba tres noches más para intentar llegar más lejos con mi tía o, en cualquier caso, tres noches más para seguir disfrutando de sus tetas. Como habían tardado en llegar, aquella noche había preparado yo la cena. Había preparado mejillones al vapor y una dorada al horno. Me preocupé de que a mi tía no le faltase vino en la copa en ningún momento. Y cayó la noche. Me estiré en la cama con otro de mis slips blancos y esperé a que mi tía bajase a la cocina. Con el oído atento y la polla con ganas de juerga. A eso de las doce, oí como mi madre le daba las buenas noches y subía las escaleras. Mis primos hacía rato que se habían acostado. Impaciente, supe esperarme unos prudenciales diez minutos. Cuando ya no podía más, saqué la cabeza por la puerta de mi habitación, me aseguré de que en el piso superior reinaba un silencio sepulcral y me fui a la cocina.
- Vaya, sobrino, sí que has tardado.
- ¿Cómo estás?
- Pues te lo puedes imaginar. Me duelen… - reconoció mientras se las tocaba ligeramente con las manos por encima de la camiseta que llevaba. – Tú podrías taparte un poquito, ¿no? Que como baje alguien y te vea con ese slip, te va a caer una bronca.
- Si quieres me pongo unas bermudas. Pero creo que ya has visto todo lo que había que ver. Además, ya sabes que mi madre cuando se queda dormida ya puede caer una bomba que no se entera.
- Va, total, lo que tú quieras. La bronca te la vas a llevar tú.
- ¿Quieres que te ayude?
- Oye, que nos estamos pasando mucho de la raya. Si quieres, me puedes ayudar, pero descargadito, que así no te entrarán más tentaciones.
- ¿Descargadito? ¿Quieres que me pajee?
- Joder, sí.
Así que me saqué la polla y me puse a pajearme.
- Pero aquí no, vete a tu habitación – dijo con la mirada clavada en mi manubrio.
- Venga, tía, aquí me da más morbo y voy a terminar antes. Por fa, quítate la camiseta, que me da más morbo.
- Eres un pervertido – pero la queja fue acompañada de una sonrisa y, obediente, se quitó la camiseta. Sus tetorras se bambolearon poniéndome enfermito. Mi mano no paraba, cada vez más rápido.
- Que buena estás, tiita – susurré, acercándome a ella.
- No me vayas a salpicar, guapito, que la liamos.
- No, tranquila, que apuntaré bien. Déjame sentarme a tu lado, que me gusta tenerlas cerquita.
- Vale, pero ve terminando.
- Bufff, como estoy – y era verdad, tenía la polla a mil. Durísima enrojecida. La mirada absorta de mi tía me excitaba aún más – Acaríciame el muslo, por favor, quiero notar tu mano.
- Vale, pero solo el muslo – y puso su mano sobre mi piel. Yo notaba que no tardaría en correrme. Aquella mirada fija en mi maniobra me estaba poniendo loco. Mi mano subía y bajaba frenéticamente. Además, ella se había girado ligeramente y me clavaba uno de sus pezones en el brazo derecho (me pajeo con la izquierda).
Aproveché para pasarle mi brazo derecho por la espalda. Su pezón quedó clavado un poco por debajo de mi axila, mientras yo le acariciaba la teta derecha. Absorta en mi operación, no dijo nada.
- Tócamela un poco, porfa, que estoy a puntito.
- No, eso ya no…
En ese momento, llegué hasta su pezón derecho, dándole un pellizquito.
- Sobri, para…
Pero el sobri no hacía caso. Estaba demasiado caliente. Mis dedos índice y corazón ya se habían apoderado de su pezón. Ella no se quejaba.
- Tía, quiero notar tu mano en mi polla, porfa – supliqué.
Esta vez, cedió. Subió la mano por mi muslo hasta llegar a la base de la polla. Dejó de mirarme la polla para mirarme a la cara. Me lancé y la besé. Ella me devolvió el beso, juntándose nuestras lenguas. Y mi polla empezó a expulsar leche a mansalva. El suelo, mis muslos y su mano quedaron pringandísimos de mi semen. Pero yo en ese momento ya no iba a parar. Había desatado a mi tía. De su boca, pasé a besarle los pechos. Hubo un último conato de resistencia, pero no tardó en pegar mi cabeza a su tetamen. Mi mano izquierda fue a buscar su coño y ella, generosamente, se abrió de piernas para ofrecérmelo. Estaba mojadísima. No me costó nada hundirle dos dedos en su interior y recorrer su vagina. Mientras, mi polla, en sus manos, empezaba a recuperarse. Decidí ir un pasito más allá y me incorporé cuando mi polla ya volvía a estar tiesa.
- Joder, ¿ya te has recuperado?
- Es que me pones muy caliente, tiíta. Ven.
Y la estiré sobre el suelo. Me seguí ocupando de sus tetas (con mi lengua) y de su coño (con mis dedos), mientras ella me empezaba a pajear. Pero mi plan iba un poco más allá. Empecé a besarle el cuello, los brazos, volví a las tetas y bajé por la barriga. Con mis dedos rozándole el clítoris, ya no había resistencia posible, así que mi lengua acabó en su chorreante coño. No hubo quejas, solo gemidos. Mis dedos pasaron a sus pezones. Ella estaba excitadísima. Si queréis un secreto para un buen cunnilingus, probad a lamer y soplar (suevamente) a la vez el clítoris. Conseguí que mi tía se corriera en mi boca como una posesa, ahogando sus gritos de placer como pudo, retorciéndose como una posesa. La dejé unos segundos para que terminase de gozar de su orgasmo y acerqué mi polla a su coño, que me pedía a gritos una visita. Ella, con cara de miedo, me pidió que entrase despacio, que la tenía muy grande y ella hacía años que no follaba. Le hice caso. Empecé a jugar con mi glande en la entrada de su vagina. Pero aquel mi polla era como un cuchillo caliente cortando mantequilla, así que no me costó nada penetrarla. Fue despacio, pero se la metí hasta el fondo. Mi tía volvía a retorcerse de placer. Se acariciaba las tetas, de las que salían chorritos de leche. Mi ritmo de bombeo, lento al principio, fue aumentando en velocidad. Paralelamente, sus gemidos de placer aumentaban de volumen. Nunca me había follado un coño tan húmedo y caliente como aquel. Qué cachondos que estábamos. Pero yo no me quería correr aún. Antes me la quería follar a cuatro patas, mi posición preferida. Accedió a mis deseos y la ensarté desde detrás. Mi pelvis chocaba violentamente contra su culo, provocando que sus tetas se movieran como en una montaña rusa. Me voy a correr, me voy a correr, me avisó. Y yo aceleré el ritmo. Y menudo orgasmo tuvo… Si aquellos gritos no despertaban a nadie de la casa sería un milagro. Jadeante se tumbó sobre el suelo, bocarriba y le pregunté donde quería que yo terminase.
- Sobre mis tetas.
Así que me puse sobre ella y me empezó a hacer una cubana. La leche no dejaba de salir de sus pezones y mientras que su lengua engullía mi capullo, a punto de explotar. Y no tardó. Me eché un poco para atrás y nuestras respectivas leches se mezclaron sobre aquellos maravillosos melones, salpicándole también la cara.
- Joder, pero si tú también eres una central lechera, sobri. Qué manera de sacar leche.
Rendidos de cansancio, nos quedamos estirados sobre el suelo jadeantes. Ella fue la primera en reaccionar, arrastrándose hasta mi polla, para limpiarla con su lengua. Después me abrazó y besó. Me dijo que había sido el mejor polvo de su vida. Yo le dije que también. Minutos después nos pusimos en pie. Teníamos que lavarnos. Nuestros cuerpos estaban llenos de sudor, leche y semen. Nos duchamos juntos en el aseo de abajo. Nos volvimos a besar y nos fuimos a dormir.
Aquella fue la primera y última vez que follamos. Al día siguiente, mi madre encontró la maldita máquina sacaleches y por la noche se quedó con mi tía para comprobar que funcionase bien. Y poco después, resueltos los asuntos legales de la herencia, mi madre quiso regresar a casa, que no se fiaba de mi padre que estuviera tantos días solo. Eso sí, la última noche… Tenía la intención de echar un polvo de despedida. En la cocina, oí como mi madre le daba las buenas noches a su hermana, mientras el zoom-zoom de la máquina estaba en marcha. Esperé unos minutos de rigor y, con tan solo unos slips, me deslicé hasta la cocina. La cara de mi tía se iluminó con una sonrisa. Detuvo la máquina y sus dos suculentos melones quedaron a la vista. Con aquellas aureolas gigantes y oscuras, aquellos pezones grandes y duros como dados. Ya se me estaba poniendo la polla morcillona cuando, de repente, entró mi madre en la cocina:
- Que me he dejado el mo…
Y se quedó de piedra ante la escena. Yo con la polla aún dentro del slip, pero marcando un paquetorro gigante y mi tía con las tetas al aire.
- ¿Qué está pasando aquí? – interrogó mi madre.
- He venido a pillar una botella de agua.
- Y yo iba a vaciar la botellita de leche. Oye, Mari, no seas mal pensada, que aquí somos familia.
- Joder, es que parecía otra cosa… - respondió mi madre no demasiado convencida.
Así que en lugar de recoger el móvil e irse, se sentó al lado de su hermana. Y yo me fui a la habitación con una mezcla de vergüenza y excitación. El viaje de regreso a casa fue muy interesante. Y no porque pasara nada entre mi madre y yo, sino por las confesiones que nos hicimos durante el viaje.