Ración de yogur en el autobús

roman74

Pajillero
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No me podÃ*a creer el dÃ*a que se hizo mi fantasÃ*a realidad. Era viernes y salÃ* tarde del trabajo, asÃ* que decidÃ* ir con mis compañeros a tomar unas cervezas. Esto me supuso coger el último autobús, que me llevarÃ*a hasta mi casa. Bueno, el caso es que a las 23:55 estaba como un clavo en la parada, esperando a que viniera el bus. No habÃ*a ni un alma esperando junto a mÃ* y el frÃ*o de enero arreciaba. Me subÃ* el abrigo todo lo que pude y en ese momento fui consciente de que me habÃ*a tomado alguna cerveza de más.
Pronto vi aparecer el medio de transporte que deberÃ*a llevarme hasta mi casa. Paró frente a mÃ* y se abrieron las puertas. SubÃ* las escalerillas y saludé amable al conductor, que no era otro que aquel chico de unos 26 o 27 años, delgadito, con cara algo aniñada a pesar de su sombra de barba y su pelo marrón, largo y rizado recogido atrás con una coleta. Aquella media melena que tanto me ponÃ*a en un hombre. Con aquel uniforme de conductor me ponÃ*a realmente cachondo.
El caso es que no me fui muchas filas hacia atrás. Me senté, me acomodé, me seguÃ* acomodando y, adormilado a causa del alcohol y del calorcito que hacÃ*a dentro del autobús, me quedé dormido. El problema es cuando quise despertar.
Un grito y una palmada en el aire me devolvieron al mundo real de forma abrupta. Confuso, miré a mi alrededor y me descubrÃ* en el autobús, detenido junto a otros muchos. Estábamos en las cocheras. Frente a mÃ*, habÃ*a tres tipos, uno de ellos era el conductor jovencito del pelo largo y rizado, otro era un conductor de la misma lÃ*nea que tendrÃ*a la misma edad pero que era mucho más corpulento, con una cara obcecada, de rasgos rudos, y el tercero en discordia también un compañero de los anteriores, con cara ruda como el anterior pero de más edad. Éste último pasaba ya de los cuarenta.
—Te has quedado dormido, amigo —me sonrió el moreno rudo— y éste ni se ha dado cuenta —señaló al chico del pelo largo.
—Y además hemos acabado el turno —dijo el mayor.
—Lo siento, tÃ*o. No me di cuenta. Pensé que te habÃ*a bajado en la última parada. Como te has recostado, pues no te he visto hasta ahora —se explicó el jovencito.
—Joder —miré el reloj.
Me fijé en el asiento en el que reposaba mi bolsa del trabajo. Se habÃ*a abierto y mis cosas sobresalÃ*an de ella. Un boli, un cuaderno de sudokus, un trozo de mi bufanda y… y la carátula de la pelÃ*cula porno que habÃ*a recogido esa mañana en correos. Gracias a Dios continuaba envuelta en el sobre marrón con su acolchado interior de plástico de burbujas.
—Oye, tú eres ese que un dÃ*a se dio un beso con otro tÃ*o en la parada y unos viejos os empezaron a insultar —recordó el jovencito.
Me quedé perplejo. No habÃ*a elegido peor momento para dejarme en evidencia.
—SÃ*, puede que fuera yo —respondÃ* poniéndome en pie y echándome mi bolsa al hombro.
—¿Éste es aquel que nos contaste? —preguntó el rudo jovencito mirando a su compañero—. ¿Entonces tú eres el marica aquel?
Los tres me cortaban el paso. Les miré sin saber que responder, asÃ* que, resolvÃ* que no responderÃ*a.
—¿Sabéis dónde puedo coger un taxi? —esquivé la pregunta.
—SÃ*. Pero tienes que esperar para salir. La verja esta cerrada y nosotros tenemos que recoger unas cosas de la oficina. Después salimos y si quieres te acercamos a la parada de taxi —se ofreció el mayor de todos.
La verdad es que me habÃ*an tocado dos de los conductores más antipáticos de la lÃ*nea de autobuses. El único que se salvaba era el del pelo rizado, pero era tan capullo y estaba tan en su mundo que no me habÃ*a despertado para que me bajara en la última parada. ¡Menudo cabrón!
Éste comenzó a recoger sus cosas mientras el más mayor echaba un vistazo a todos los asientos por si alguien se habÃ*a dejado algo olvidado. El jovencito de ruda mueca continuaba mirándome con una sonrisa jocosa.
—No has contestado a mi pregunta —insistió.
—Déjale en paz —dijo el mayor desde el fondo del bus.
—¿Te gusta chupar pollas? —continuó haciendo caso omiso a su compañero.
Carraspeé antes de contestar.
—Oye, no te importa lo que a mÃ* me gusta chupar —solté borde.
—No te ofendas —sonrió satisfecho por mi contestación—. Lo digo porque tengo los huevos bastante llenos desde hace unos dÃ*as y quizás te apetecÃ*a… —No acabó la frase el muy cabrón. Simplemente bajó su gruesa mano hasta el paquete y se lo apretó con ganas.
—¡No seas maricón! —gritó divertido el mayor desde el fondo del bus.
—Es verdad. Vosotros follaréis con vuestras novias o vuestras mujercitas, pero yo no tengo nada de eso. No hago asco a una boca caliente. Aunque sea de un tÃ*o.
—Eso es porque eres un poco marica —le pinchó el jovencito del pelo largo y rizado, que habÃ*a acabado de recoger sus cosas del asiento del conductor.
—No les hagas caso —me dijo aquel cabrón con cara de bestia—. ¿Qué me dices? ¿Te apetece?
Los otros dos llegaron hasta donde estábamos y estudiaron mi cara para saber qué iba a responder.
—Tengo que irme a casa —respondÃ* simple.
—¡Joder! —exclamó el afectado en cuestión.
—¿Por qué iba a querer este chico chuparte el nabo? A lo mejor ni siquiera es maricón —habló el mayor mirándome, y se giró para salir por la puerta delantera del bus.
—Yo te vi con tu novio —explicó el jovencito del pelo largo—. Os morreasteis y los viejos os gritaron.
—Si no tienes novio mucho mejor. AsÃ* no serás infiel a nadie si me la chupas —replicó el moreno.
—¿Se la chuparÃ*as? —me preguntó el del pelo largo.
—¡Vámonos! —gritó el mayor desde el último escalón de la puerta delantera.
—Si me la chupas primero luego te acerco a tu casa —sonrió el moreno cabrón ante su proposición.
—Puedo coger un taxi —repliqué.
—¡Venga! —elevó el tono de voz el mayor, esperando a que nos decidiéramos a salir.
—Según dicen el Maxi tiene una buena polla —me informó el del pelo rizado, refiriéndose al moreno. Y para qué os voy a engañar. A esas alturas ya me morÃ*a por comerle todo el trozo a ese hijo de puta.
—Si quieres te la enseño —se ofreció éste.
—No, no hace falta —simulé de mala gana. Pero finalmente me atrevÃ*—. ¿En serio quieres que te coma el nabo? —pregunté. Él tipo asintió sonriente. Solté mi bolsa y me senté en el asiento, mirando hacia el pasillo, hacia donde estaba él—. Pues venga, acércate y dámela.
—¡Eh, Damián! —llamó el del pelo rizado al mayor—. ¡Sube que aquÃ* hay tema!
El moreno dio un paso adelante y me entregó su paquete para que fuera yo el que le bajara la bragueta y le sacara la polla. Sin ningún reparo le toque el paquete con la mano, le bajé la cremallera y busqué su polla, la cual liberé sacándola por encima de la goma de los gallumbos.
—¡No me jodas, Maxi! ¡Te vas a volver maricón! —se quejó el mayor, Damián, al verme sopesando aquella tremenda morcilla en la palma de mi mano.
—Calla y disfruta. Hoy meto la polla en un agujero caliente —sonrió Maxi, que toda la cara de rudo que tenÃ*a se correspondÃ*a con sus pocas luces.
Pero no hacÃ*a mucho caso a su intercambio de frases pues estaba anonadado con el terrible calibre que se gastaba aquel tipo entre las piernas. Aquel cipote morcillón, de piel oscura, era un trabuco considerable. Era una de las mejores pollas que habÃ*a visto en mi vida y no querÃ*a ni imaginar lo grande y gorda que se pondrÃ*a cuando estuviera dura.
—Es verdad lo que decÃ*an, eh —le dio un codazo el del pelo rizado—. ¡Tienes una buena polla!
—¡Es tremenda! —exclamé.
—Venga, chúpamela —me empujó Maxi la cabeza para que me la metiera en la boca. ¡Cómo olÃ*a a verga aquel trozo de carne! Exhalaba un hedor a polla indescriptible.
ObedecÃ* y chupé la parte del capullo que estaba descubierta. Saboreé y paladeé el fuerte y rancio gusto a polla y meado que inundó toda mi boca. ¡Qué buena! Y sólo era el principio. Acto seguido me la metÃ* más a la par que le descapullaba y el saborazo a cipote inundaba mis papilas gustativas. Era uno de los nabos más deliciosos que jamás habÃ*a probado. Y es que nunca un macho como aquel me habÃ*a ofrecido su chorizo cantimpalo para degustarlo. Tras unas buenas lamidas y chupadas me la saqué y refulgió llena de saliva.
—Te gusta, eh —indicó Maxi sonriente—. Chupa todo lo que quieras.
Se me habÃ*a puesto durÃ*sima dentro de la boca. La tenÃ*a a reventar, aquellos 17 cm de carne que tenÃ*an un diámetro imposible,
—¡La tienes gordÃ*sima! —susurré cachondo.
—Eso no es nada —replicó Damián, el mayor—. Yo la tengo mucho más grande y más gorda que tú.
Maxi miró sonriente a Damián.
—No sabes lo que dices —habló Maxi—. Pero si mira que rabo que tengo, colega —le mostró su enhiesto cimbel mientras se desabotonaba el pantalón azul marino del uniforme y lo dejaba caer hasta sus tobillos, lo mismo que unos gallumbos sueltos y largos de cuadritos grises y blancos. Maxi dejó al descubierto una indomable pelambrera de vello púbico que recubrÃ*a la base de su polla, se extendÃ*a por todos los muslos y cobijaba dos gordas e hinchadas pelotas que se me antojaron de caballo. TenÃ*a unos cojones de auténtico semental—. Y mira que cojones más gordos tengo —se los mostró tomándolos en una mano, y casi ni le cabÃ*an.
—SÃ*. SÃ* que tienes unos buenos huevos. Pero yo los tengo igual o más grades —siguió Damián en sus trece.
—Enséñalos, venga —le retó Maxi.
—Si es que esto es una mariconerÃ*a —se quejó el mayor, pero aceptó. Yo continuaba con la polla dura de Maxi en mi mano, masturbándole lentamente. Los tres estábamos pendientes de Damián, que desabotonó su pantalón, bajó su bragueta y se levantó la camisa. Tirando hacia debajo de la goma de sus slips azules muy claros, una polla fláccida pero que apuntaba maneras quedó colgando.
—Chúpasela al Damián para que veamos todos que mi polla es más grande —dijo alegre Maxi.
Lejos de poner alguna queja, el conductor mayor se acercó a mÃ*, se terminó de sacar los huevos y me dio polla. Me metÃ* en la boca aquella salchicha que en nada y menos empezaba a ponerse dura.
—La chupa bien —dijo éste a Maxi, que le dio la razón dándome su polla también—. Vamos, Jose. Únete —animó al jovencito del pelo largo—, que éste cabrón la chupa de vicio. AsÃ* que el jovencito se desabrochó también el pantalón y me dio a probar su cipote.
Al momento me encontré de rodillas, con tres pollas frente a mi cara, pujando por entrar en mi boca y alojarse en lo más hondo de la garganta, a cual más grande y gorda. La polla de Jose también me habÃ*a sabido un montón a rabo y a meado, que era como a mÃ* me gustaba que supieran. La tenÃ*a más pequeña que sus compañeros, y más fina, pero es que lo de los otros no era normal. Al final Damián, el mayor, superaba por poco el grosor y el tamaño del nabo de Maxi, aunque éste tenÃ*a unas bolas que ninguno igualaba.
La verdad es que los tÃ*os no tenÃ*an ningún reparo en follarme la boca. Maxi se colocaba detrás de mÃ* y me sujetaba la cabeza con una mano, entonces Damián me follaba la boca a un ritmo infernal y el hijo de puta de Maxi le ponÃ*a una mano en las nalgas para animarle a que me follara más fuerte. PodÃ*a ver como Maxi le daba sonoras palmadas al culo regordete de Damián y se lo pellizcaba y apretujaba con fruición mientras que el otro no se quejaba. Aquello me ponÃ*a a cien. Después se cambiaba Damián y el que me follaba era Jose. Y por último Maxi.
Yo, desinhibido como estaba, me permitÃ*a acariciarles los peludos cojones con las manos, chupárselos, y luego escalar por sus vientres hasta sus pechos, tapados por la camisa y el jersey del uniforme de empresa. ¡Menudos cuerpos! Me gustaban. Desde el delgadito Jose y su ralo y velludo pecho, pasando por un Maxi tremendamente peludo como una bestia y con chichas de las que agarrarse, hasta un Damián con las mismas chichas que Maxi pero sin apenas vello.
Las ventanas del autobús que quedaban a nuestro lado comenzaban a empañarse, y no era para menos. Mis manos recorrÃ*an sus pectorales y estómagos por debajo de su ropa. Les sobaba las tetas a los tres, que habÃ*an comenzado una lucha por hacerse un sitio dentro de mi boca. Tres cipotes de aquellos diámetros no tenÃ*an espacio entre mis labios y mis comisuras se abrÃ*an todo lo posible, pero no era suficiente. Las babas se me escurrÃ*an por la barbilla, sus nabos estaban relucientes e incluso mi saliva escapaba hasta apelmazarse en los pelos de sus cojones.
—¿Te gusta? —me preguntó Jose, el delgadito de pelo largo y rizado. Yo asentÃ* con la cabeza. Después miró a sus compañeros—. Yo tengo que acabar ya porque no puedo llegar más tarde que mi novia me está esperando.
—SÃ* —estuvo de acuerdo Damián—. Yo también tengo que volver a casa. AsÃ* que será mejor que acabemos.
—Nos corremos entonces —aceptó Maxi.
—¿Puedo comerme vuestra leche? —pedÃ* inocente. Damián sonrió.
—Claro —dijo—. Has sido un buen chico —me acarició el pelo, flexionó un poco las rodillas y me encasquetó todo su rabo en el hocico.
Maxi y Jose se masturbaban enérgicamente mientras Damián me tunelaba el esófago con su tremenda salchicha. Éste gemÃ*a y echaba su cabeza hacia detrás de puro placer y yo me aguantaba las arcadas que su capullazo provocaba en mi traquea. Me sujetaba la cabeza con las manos sobre mis sienes y yo habÃ*a plantado las mÃ*as en su culo regordete y sudado para que las embestidas fueran más fieras. Una fiereza que me estaba pasando factura en cada arcada que me causaba aquel pollón que se hundÃ*a demasiado dentro. Pero pronto noté que Damián se venÃ*a sin intención de sacar ni un centÃ*metro de su cimbel de entre mis labios. AsÃ* que me preparé a tragar. El cuarentón avisó en sus últimas embestidas.
—¡Me corro! ¡Me corro, joder! ¡Me corrroooooo!
Chorrazos intensos de leche llenaron mis carrillos e hice por tragar, pero eran densos y calientes, lo que provocó que se acumularan en mi boca como si fuera una amalgama láctea. AbrÃ* la boca para dejar salir aquel trabuco y éste apareció lleno de lefazo que me disponÃ*a a limpiar. Pero ahora el que avisaba con sus jadeos era Jose, que se corrÃ*a. AsÃ* que me endiñó su nabo en mi boca ya llena de leche y degusté sus disparos, algo menos copiosos que los de Damián y algo más lÃ*quidos.
Hice que aquella leche bajara por mi garganta y liberé igualmente el rabo de Jose. Observé ambos penes, el de éste último y el de Damián. Los tomé por la base y comencé a recoger con la punta de mi lengua y mis labios la sustancia blanquecina que quedaba en ellos. Cuando ya los tenÃ*a bien limpios Maxi dio un paso hacia delante y me dio a comer su cipote. Casi no le dio tiempo, porque inesperadamente brotaron chorros de semen del gordo agujero de su gordo capullo.
Un fortÃ*simo sabor barrió mis papilas gustativas. Aquel lefazo no tenÃ*a un gusto suave como los dos anteriores, sino que por un momento me resultó hasta nauseabundo. Incluso el arenoso tacto que éste tenÃ*a en mi lengua, como si aquella leche tuviera grumazos. ¿Cuánto hacÃ*a que aquel cabrón no se corrÃ*a? Aquella corrida estaba condensadÃ*sima. Pero, siendo sincero, fue la que más disfrute.
Maxi acabó sentado en un asiento, con sus peludas piernas abiertas mientras yo le limpiaba los restos que habÃ*an quedado pegados en su gorda polla, a cada poco más fláccida. El chico sudaba profusamente e intentaba recuperar la respiración. Me miraba sonriente, satisfecho, mientras Damián y Jose recogÃ*an sus calzoncillos y se los ponÃ*an, ocultando sus también fláccidos penes.
Antes de retirarme de Maxi le besé el capullo y el ombligo. Me lanzó una nueva sonrisa y me quité, poniéndome en pie. Él hizo lo propio, buscó su calzoncillo y empezó a vestirse.
—¡Ha estado de puta madre! —exclamó José, arreglándose la maltrecha coleta que recogÃ*a su pelo.
—SÃ*, panda de maricas. Ha estado bien —aceptó Damián con sentimientos encontrados en su voz—. A ver qué le digo a mi mujer si ahora me pide cama.
—Pues dile que estás cansado —le ayudó Maxi.
—Eso lo dices porque no conoces a mi mujer —bromeó el cuarentón.
Maxi se subió los pantalones y me miró fijamente.
—La verdad es que no me importarÃ*a repetir —opinó—. PodÃ*amos hacer esto mismo algún otro dÃ*a que estemos los tres. —Los demás estuvieron de acuerdo, a pesar de que Damián intentó no pronunciarse demasiado—. Tengo ganas de que me coman el ojete —añadió.
—SÃ* —asintió Damián con la cabeza—. No estarÃ*a mal que nos comieras los culos.
—Me encantarÃ*a hacerlo —susurré.
—Bien —sonrió Damián acercándose a mÃ* y dándome unas palmaditas en la cara—. SabÃ*a que eras un buen chico.
 
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