¿que hace una mujer como tu en un infierno? 6 parte)

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Virgen
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Ene 2, 2009
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Después de 2 semanas el VERDUGO , me contactó por medio de un EMAIL donde ofrecía servicios de SADO, al igual que otras chicas, donde habría una cena de ejecutivos , A LOS QUE LE GUSTABA EL SEXO FUERTE .Me lo pese y repensé y le envié la respuesta que acudiría a la cena .El vestido que él me proporcionó se prestaba para eso. Es más, cuando lo vi por primera vez y cerramos el trato me pareció demasiado provocativo. Era un vestido largo de licra de color rojo y ante. La zona delantera a modo de corsé, cuenta con costuras verticales que enfatizan tu silueta, tirante al cuello y cremallera central, mientras una pieza de tul semitransparente cubre sutilmente la espalda. La falda, en ante de color rojo, incorpora una gran abertura lateral para que enseñes piernas hasta las caderas que de poco me servía. Si lo vieras te infartas y unos zapatos con tacón y plataforma, para los que cualquier adjetivo que utilicemos se queda corto. Tienen una base realizada con un tejido, tipo raso con brillo de color rosa, sobre la que se ha tejido . una capa de encaje negro de dibujo floral, sandalias preciosas de tacón de 17 cm y Altura plataforma: 4cm. Que me hacían ver una figura súper estilizada.Me puse el vestido y me mire al espejo estaba buenísima con los labios rojos de come pollas , pezones con los aros se marcaban claramente y a cada paso los pechos cimbreaban ,la falda mostraba mis piernas largas hasta la cadera y en la espalda el escote llegaba hasta el comienzo de las nalgas....De tanto insistir me presente en el punto de reunión me recogió un Mercedes azul que traía su chófer negro en el que me recogió en mi casa y me contestó que subiera , y me invito un par de copas.DE ahí recuerdo que eran como las 1:00 pm… Todo lo que recuerdo es que me mareé y me empecé a sentir mal con la pulsación débil, desubicada… Es todo lo que recuerdo.Cuando desperté, no sé cuánto tiempo pasó, no podía ver nada,De repente no terminaba de despertar cuando sentí un chorro de agua fría a presión en todo mi cuerpo desnudo, el cual se erizó por lo frío del agua, además de que comencé a temblar de pies a cabeza sin control. Era como con una manguera por la presión y además por la posición de mi cabeza me entraba agua por las fosas nasales.De repente no terminaba de despertar cuando sentí un chorro de agua fría a presión en todo mi cuerpo desnudo, el cual se erizó por lo frío del agua, además de que comencé a temblar de pies a cabeza sin control. .mis ojos cerraran, EL HOMBRE parecía un vengador galáctico,
oscuro y peligroso, estúpido a la vez, con esas enormes
hombreras, y los leotardos negros, abiertos por delante y
por detrás, como esos pantys agujereados –pantys para follar,
la cruda realidad es que ningún mito dura eternamente–,
que ahora venden hasta en las mercerías más corrientes
con la excusa de que no te los tienes que quitar para ir
al baño, y así es más difícil hacerse carreras. Su sexo depilado
colgaba aburrido sobre el látex que se pegaba a sus
muslos como una segunda piel. Está ridículo, pensé, aunque
en realidad me gustaba mirarle. Estaba ridículo pero
muy pronto yo misma ofrecería un aspecto parecido al suyo.
Me pusieron unas botas negras muy altas, que me llegaban
hasta la mitad del muslo, estrechas hasta la rodilla,
más anchas después, con una plataforma salvaje, y los
tacones más finos y empinados que había visto en mi vida.
–Yo no voy a poder andar con esto –les advertí, ellos se
rieron–. En serio, que vosotros no me conocéis, pero yo
me mato, fijo que yo con estas botas me mato...
Los restantes accesorios eran más cómodos, pero igual
de estrambóticos, un cinturón adornado con tachuelas plateadas,
que se prolongaba en varias tiras de cuero también
tachonadas que había que abrochar de una en una y se cruzaban
a distintas alturas sobre mis caderas, una especie de
sujetador vacío, tres tiras de cuero que enmarcaban en un
triángulo negro cada uno de mis pechos sin cubrirlos, y
un collar de perro a mi medida, adornado con aros metálicos.
el VERDUGO me condujo hacia un espejo, me miré y me gusté,
aquellos correajes me sentaban bien, me encontré guapa,
se lo comenté a ellos y estuvieron de acuerdo conmigo,
estás muy bien, me hubieran dicho lo mismo si hubiera
llevado puesto un saco de patatas pero era agradable oírlo.
se tensara, que mis brazos se ablandaran en cambio, inermes,
que mi sexo comenzara a engordar, no pude evitarlo
y tampoco me tomé el trabajo de intentarlo, porque ya
todo me daba igual y ellos eran tan deliciosos, eso era lo
único que no había cambiado, ellos seguían siendo deliciosos
cuando jugaban conmigo, se lanzaban mi cuerpo .Luego me sujetaron por los brazos y me condujeron a la
habitación del fondo, donde tres figuras, sentadas en una
especie de diván con adornos de falsa madera dorada, saludaron
mi aparición con estrépito.
El del centro –delgadísimo, bajito, semicalvo, la uña del
meñique derecho muy larga, las otras solamente negras,
con uno de esos ridículos bigotitos, una línea finísima que
no llegaba a cubrir los confines del labio, sobre una paradigmática
cara de vicioso– debía de ser el especulador inmobiliario
alicantino.
A su diestra, un adolescente de belleza pueblerina,
mofletes sonrosados, ,
se acariciaba la ropa sin parar. De uno de los codos de su
americana, cachemira de diseño italiano con enormes hombreras,
colgaba todavía el enganche de plástico de una etiqueta.
A su siniestra, una jovencita de mejillas macilentas, el
brazo izquierdo surcado por un rosario de pequeños puntos
sanguinolentos, no había tenido tanta suerte.
Había también un hombre muy alto, inmenso, con
pinta de culturista, al que no conocía, y una mujer de unos
treinta y cinco años, alta, robusta pero de carnes duras, guapa
a pesar del maquillaje de bruja, pestañas postizas, enormes
rabillos, labios granates y los pezones perforados por
dos anillas plateadas.
Ella fue quien más se alegró de verme. Me señaló con
un dedo, y luego arqueó las cejas, frunció los labios y me
dedicó una sonrisa pavorosa.Alguien me lo había contado, hacía muchos años, y
me había parecido un chiste muy malo, sólo duelen las
treinta primeras hostias, pero es verdad, la pura verdad todo da lo mismo.
Y sin embargo, al principio me lo pasé bien, muy bien,
la verdad es que confiaba en que se tratara de una cuestión
de puro fetichismo, cuero, hierros, argollas y punto, a juzgar
por sus comentarios iniciales, Ali era un individuo
muy simple, demasiado simple para que todo
aquello fuera mucho más allá. Por eso permanecí tranquila
cuando el inmenso desconocido fijó el extremo de la
cadena en el aro posterior de mi collar, ensartando uno de
los eslabones en un grueso clavo que había fijado antes en
la pared. Pobre
que espesaba el aire de la habitación, el deseo sólido,
denso, que distorsionaba los rostros de algunos de los presentes,
sólo dos ojos ávidos, enormes.
El culturista asumió el papel de maestro de ceremonias,
agarró a J por un brazo, le llevó al centro de la habitación
y le tiró al suelo.
JR se acercó despacio, y le puso un pie encima
de la nuca para impedir que se levantara, una pura
concesión , pensé, porque la víctima
no mostraba signo alguno de disconformidad con su
situación.
Mientras tanto, con la misma forzada parsimonia que
caracteriza los últimos contoneos de una bailarina de striptease,
aquella bestia hizo desaparecer buena parte de su
brazo derecho dentro de un largo guante de cuero rígido,
adornado con pequeños remaches puntiagudos, que le llegaba
hasta el codo.
Luego, sonriendo para sí, cerró el puño y lo miró mucho
rato, como si necesitara concentrarse para apreciar la
potencia de aquella bola erizada de puntas metálicas cuyo aspecto recordaba el de un arma medieval, antes de dirigirse
hacia J que, sumido en el suelo, se había perdido el
último acto.
Me descubrí a mí misma sonriendo, los dientes clavados
en mi labio inferior, y me asusté, modifiqué enseguida
la expresión de mi rostro, procuré adoptar un aire distante,
neutro, como si todo aquello no fuera conmigo, pero no
pude mantener esa apariencia de imperturbabilidad durante
mucho tiempo.
Lo hizo. Nunca hubiera creído que fuera posible, que
un cuerpo tan pequeño pudiera albergar una maza semejante,
pero lo hizo, su antebrazo desapareció casi por completo
dentro del menudo atleta, que chillaba y se retorcía,
incapaz de levantarse bajo la presión del pie que ahora ya
le aplastaba la nuca, lo hizo, y no contento con eso, comenzó
a mover el brazo dentro de su envoltorio, recibiendo
con una sonrisa los alaridos de dolor que arrancaba en
cada recorrido. Lo hizo, pero él no era el único que parecía
disfrutar con el espectáculo.
EL verdugo se acercó a su amigo, se apoyó lánguidamente en
él y empezó a acariciarle por detrás con la mano derecha,
mientras la izquierda liberaba el sexo deseado, lo encerraba
en su puño y empezaba a agitar ambas cosas, acariciando
la húmeda punta con la yema del pulgar. Pronto fue correspondido.
Sin disminuir ni un ápice la presión del pie con el
que mantenía a J pegado al suelo, el otro consiguió desabrochar
con la mano izquierda la hilera de corchetes que
atravesaba los pantalones de cuero de mi favorito y, tras acariciar
ligeramente su carne, tan dura, le hundió el dedo índice
en el culo, toma, le dijo, una voz ronca, entrecortada. Todo esto te lo voy a hacer
cuando volvamos a Ali, me vuelves loco, pero te
encerraré en el sótano y ya no volverás a ver la calle, ni a
látigo, mearé encima de tus heridas,
no volveré a darte por el culo nunca más, encontraré otros
más guapos y más jóvenes que tú y les llevaré a casa, me
los tiraré delante de tus narices, nunca más follarás conmigo,
nunca más follarás con nadie, usaré una barra de hierro
para eso, te desgarraré con ella, te la dejaré dentro toda la
noche, y te obligaré a que se la chupes a mi perro, eso será
lo primero que hagas cuando te despiertes cada mañana,
ya verás, no te servirá de nada llorar, ni suplicar, te arrastrarás
de rodillas para pedirme que te dé de comer y dejaré
que te mueras de hambre, te mataré, te destrozaré con un
guante peor que ese de ahí, porque me vuelves loco, loco,
todo esto te lo voy a hacer cuando volvamos a ...
La mujer de los pezones perforados, encaramada en
una butaca, las piernas atravesadas sobre los brazos del
mueble, los pies colgando en el aire, se masturbaba con
un consolador metálico, negro, con la punta dorada. Me
miró, sonrió, luego miró a la yonqui, le hizo una señal
con la mano, acércate, la otra no se dio por enterada, entonces
habló, acércate, le dijo, y por fin lo consiguió, la
jovencita del brazo herido se levantó y fue hacia ella, la voz
de aquella mujer acaparó toda la atención por un instante,
luego extrajo su juguete de entre los muslos y apuntó
con él a la boca de aquella torpe prostituta asustada, que mucho
tiempo en esto, pensé, y me compadecí de ella porque
no sabía calcular, la bruja la agarró entonces del pelo, la
levantó en vilo, el puño cerrado sobre la melena castaña,
ella chilló, dejó escapar un grito sobrecogedor, y mantuvo
la boca abierta hasta que el consolador se perdió entre
sus dientes. Luego, manteniéndola bien sujeta, la mujer
de los pezones perforados atrajo violentamente su cabeza
hacia sí misma, y dejé de verle la cara, sólo escuchaba
los sonidos ahogados que producía su lengua en contacto
con el sexo desnudo de la otra mujer, que, abriéndose
con una mano, usando la otra para guiar el instrumento
del que obtenía un placer cada vez más intenso, se
retorcía en su asiento, emitiendo débiles gritos que, por
un instante, la acercaban a la condición de los seres humanos.
El gigante se cansó de penetrar a J con su brazo enguantado
y lo extrajo por fin de su cuerpo, manchado de
sangre. Después se sentó en el suelo con las piernas cruzadas,
justo delante de la cabeza de su víctima, quien, libre
ahora de toda presión, no se movió. No podía moverse,
apenas arrastrarse con esfuerzo por el suelo, pero la misma
mano que antes le había penetrado, desnuda ahora, se
posó sobre su cabeza, revolviéndole el pelo, y como si respondiera
a un signo convenido de antemano, el pequeño
maltratado logró entonces incorporarse a medias, echó los
brazos en torno al cuello de su torturador, le miró con ojos
húmedos, tiernos, y le besó en la boca. Después, en silencio,
dirigió los labios hacia la verga de su verdugo y empezó
a lamerla con la punta de la lengua antes de hacerla desaparecer
dentro de su boca, sin insinuar ningún reproche. Parecía
contento. No lo podía creer, pero parecía que estabacontento a pesar del pequeño torrente rojo que descendía
por sus muslos.
Las cosas comenzaron entonces a complicarse. Todo
cambió muy deprisa, el alicantino reclamó a J R
y le habló al oído, cuando éste asintió, aquél le besó en
la boca, abrazándole con repentina pasión, y se formaron
dos nuevas parejas.
El adolescente protestó al principio, miró a su protector
con ojos llorosos, alargó hacia él una mano patética,
pero no le sirvió de mucho, J R se lo llevó a una
esquina, le tumbó boca abajo encima de una mesa y le dio
un par de azotes, si te portas mal, yo me portaré todavía
peor contigo, rey, aquello pareció tranquilizar al corderito,
que se quedó inmóvil, tuve que esforzarme para distinguir
lo que ocurría después, estaban demasiado lejos, el verdugo introdujo su polla en una especie de funda de
goma con púas que incrementaba un perímetro ya de por
sí bastante respetable, y después, sin avisar, abrió con las
manos mi culo y se la metió dentro de golpe,hasta el fondo de mis entrañas,
hasta la base.
El cliente, desnudo, se había encaramado a cuatro patas
encima del diván, para contemplar mejor el tormento
de su favorito, cuando el mío, el verdugo, se acercó a él por
detrás, con cara de circunstancias y el sexo enhiesto sólo a
medias en una mano.
el verdugo me dedicaba mientras me lo follaba
al ritmo más frenetico de los posibles, no acusaba en
absoluto esa ardor, ante sus ojos, su puta pija chillando y revolviéndose
ante las embestidas de un arma terrible, cuyas
dolorosas consecuencias no era difícil calcular a la vista del
miserable calibre del sexo que mi pobre agujero estaba acostumbrado
a engullir. Sin embargo, en un momento determinado,yo
la víctima dejé de chillar para generar sonidos diferentes,
como si el dolor se hubiera diluido en sensaciones de otra
naturaleza. Yo conocía muy bien ese proceso, podía anticipar
sus consecuencias. Unos segundos después, ya era
evidente para todos que le daba gusto, ahora se lo estaba
pasando estupendamente. Apoyó las dos manos sobre la
mesa, se irguió, comenzó a moverse, y nos dejó ver su polla,
tiesa, contra el cristal.Mis pechos a cada envestida casi son arrancados mispezones de los aros era un dolor infernal
Entonces su propietario se asustó, basta ya.
Me sonreí para mis adentros, no te va a servir de nada
mandarle parar, pensé, te has pasado de listo y ya no volverá
a disfrutar contigo, ha descubierto que en este mundo
existen cosas mejores que tú, imbécil.
Los acontecimientos me dieron la razón.
El grado de conformidad que mostraba el verdugo
porque a juzgar por la expresión de felicidad que se
dibujó en su cara, la polla de mi favorito tenía que haberse
puesto como una piedra, y debía de ser capaz de llenar
por fin del todo su holgado conducto, pero eso ahora no
le importaba, porque la muñeca que se había traído
se negaba a obedecer sus órdenes, y lejos de presentarse
ante él, cruzó de rodillas, con la boca abierta, toda la habitación,
para satisfacer después con la boca al eventualamante del amante de su amante, el magnánimo ser que le
había abierto los ojos de una vez y para siempre, y se dedicó


Me lo estaba pasando bien, muy bien, pero entonces,
de repente, me di cuenta de que éramos nueve, y de que
ocho, todos excepto yo, habían entrado ya en juego.
Entonces me asusté, adquirí conciencia por primera
vez de mi inmovilidad, e intuí que mi destino era ser el
plato fuerte de la velada.
Ella vino hacia mí, me cogió por las muñecas y apretó
mis manos alrededor de mis pechos perforados haciendo
lo mismo conmigo, al principio sólo me acariciaba, sus dedos,
sus uñas, producían una sensación agradable, pero sus
dedos se desplazaron sin avisar hacia mi sexo, estiraron de
mis labios hacia abajo y los pellizcaron varias veces con
sus afiladas puntas, me estaba haciendo daño, así que, aunque
intuía que el efecto de mi acción resultaría tal vez
peor que su causa, lancé una de mis rodillas contra su cuerpo
y conseguí tirarla al suelo mientras chillaba con todas
mis fuerzas, llamando a policía a mi madre a gritos, confiando todavía
en poder escapar indemne de allí, nunca más, me juré
a mí misma, nunca más, pero no vino nadie, nadie, los demás
participantes en aquella fiesta me miraron un instante
con curiosidad y ninguna intención de ponerse de mi parte,
excepto la yonqui, que tenía los ojos llenos de lágrimas
y lo intentó, aunque la detuvieron antes de que lograra
acercarse a mí, tú no te metas, le dijo alguien, esto no es
asunto tuyo, a las dos nos va a salir muy cara la dosis de es noche, me dije, entonces esa mujer se levantó por fin,
me miró, me sonrió, y agarrándome de los pies, primero el
derecho, luego el izquierdo, desgajó los tacones de mis
botas, tuve que agarrarme con las dos manos a la cadena
para impedir que la presión provocada por la súbita disminución
de mi estatura me rompiera el cuello, y conseguí
un cierto equilibrio poniéndome de puntillas a cambio de
la inmovilidad más absoluta, mi verdugo soltó una carcajada
antes de alojar su puño en mi estómago, pero ni siquiera
entonces olvidé que no podía moverme, ella también lo
sabía, sus uñas se clavaron en mi escote y se desplazaron
hacia abajo para marcar caminos largos, rojizos, más tarde
recurrió a procedimientos más sutiles, dos pequeñas pinzas agarraban
plateadas que apresaron mis pezones, unidos por una
cadenita de la cual ella estiró hacia sí para que todo mi
cuerpo fuera detrás de mis pechos, que yo sentía cada vez
más lejos, como si fueran a rasgarse de un momento a
otro, así jugó conmigo un buen rato, impulsándome hacia
delante y hacia atrás con simples movimientos de su muñeca,
forzándome a columpiarme sobre mis precarios apoyos,
las manos desolladas ya por el roce con los eslabones
de la cadena, los brazos cada vez más débiles, los músculos
casi dormidos, pero también de eso se aburrió, y me
concedió un par de minutos de descanso mientras iba a
buscar algo que no pude distinguir muy bien al principio,
luego, mientras lo golpeaba contra la palma de su mano,Me preguntó que si era puta a lo que dije que no. Como respuesta tuve un par de latigazos en mis nalgas que me hicieron gritar, llorar y suplicar… Regresó y me dijo “no llores perra”, a la vez que me pellizcaba con violencia mis pezones.


Me hizo retorcer del dolor. No me atreví a sollozar ni gritar ni quejarme. Me dijo “tengo un hierro para marcarte como a los caballos, puta, ¿eso es lo que quieres?”. Contesté que no… “¿Vas a seguir llorando y gritando?”, me preguntó, a lo que conteste que no y él insistió:
advertí que se trataba de un objeto bastante corriente, un
calzador de metal montado sobre una caña de bambú, y
no vi nada más, ella me dio la vuelta con las manos, volviéndome
contra la pared, para dar comienzo a una nueva
fase, y entonces fue cuando recordé aquel viejo chiste malo,
porque sólo me dolieron las treinta primeras hostias,Respiraba agitadamente, traté de gritar pero la mordaza me lo impedía. Al gritar solo hacía ruidos con el interior de mi estómago, pero sí se daba cuenta que me estaba lastimando y que su estrategia había funcionado… Me sentía a punto del desmayo…


Acto seguido se me acercó y me dijo: ¿Qué quieres decir? ¿No te entiendo? Recuerdas que hubo un tiempo para negociar, perra, te voy a dejar así para que escarmientes de una vez por todas…


No sé cuanto tiempo continuó mi silenciosa tortura, quizás 15 o 20 minutos... Alguien se compadeció de mí y me quito la mordaza… ¡¡Ya!!, grité impotente llorando, ya basta voy a acceder a todo lo que me pidan, quítenme eso de mi cuerpo…


No sé que sea, el dolor no me dejaba concentrame en lo que quería decir… ¡¡Me duele, perdón, les pido perdón!! Yo no podía ver nada ni mover la cabeza por la cuellera que llevaba puesta. Se me acercó de nuevo y me dijo: ¿Me hablas?


– Sí, sí, sí, voy a acceder a lo que me digas, pero quítame esto, no lo soporto, lo que tú mandes u ordenes a todo a todo obedeceré, pero quítame esto, yo decía, a la vez que temblaba sin control.


Me dejó sola como 10 minutos… Después que terminaron de retirarme todo volvió a preguntarme y me dijo: Recuerda de aquí en delante tu promesa de obedecer, recuerda que ya no hay nada para atrás y recuerda el hierro que se esta calentando…


Sí, sí, la recordaré, pero ya no me castigues, por favor te lo suplico, me duele todo el cuerpo…


– No supliques, perra, me dijo a la vez que me bofeteaba de nuevo en mi cara: “las putas como tú no suplican, sí se venden y toleran todo… Además, eso no funciona conmigo, te compré y puedo hacer de ti lo que me plazca… ¿Te gusta el dolor y el castigo?”
descargó el primer golpe contra mis pantorrillas y fue ascendiendo poco a poco a lo largo de mis muslos, concentrándose
en el tramo que se extendía al borde de las botas,
no me pegaba con las aristas, sino con el dorso del calzador,
no me rompía la piel, pero el dolor era insoportable,
sobre todo cuando, después, en contra de lo que yo imaginaba,
se detuvo poco tiempo en mis nalgas para desencadenar
a cambio una espantosa avalancha de golpes un
poco más arriba, a la altura de los riñones, pero eso no era
suficiente todavía, volvió a darme la vuelta y repitió el proceso
en sentido inverso, de arriba abajo esta vez, azotando
salvajemente mis pechos en primer lugar, me di cuenta de
que eso le gustaba y me asombré al comprobar que todavía
era capaz de pensar, en aquel momento el gigante se
acercó a nosotras, y rodeó mis costillas con un brazo, para
levantarlos e impedir que temblaran después de cada golpe,
ella desprendió la pinza de mi pezón izquierdo, cerró
los dientes alrededor de él, y yo pensaba que la carne estaría
tumefacta, insensible ya, pero no era así, su mordisco
vino a demostrarme que el estado de inconsciencia en el
que confiaba sumirme de un momento a otro estaba todavía
muy lejos, los golpes se redoblaron, y al final, él hizo
pasar sus brazos bajo mis corvas y me sujetó con firmeza,
liberando por el momento mis manos de la dolorosa obligación
de sujetar la cadena, para que ella se ocupara de la
piel interior de mis muslos, aproximándose poco a poco a
mi sexo, lo esperaba, y esperaba desmayarme entonces de
una vez, pero sentí el impacto del calzador sobre la carne
contraída, temblorosa, y no pude escapar del dolor, tuve
que soportarlo íntegramente, durante minutos lentos como
siglos, mientras me consolaba pensando que aquello no iba
a durar mucho más, porque si el calzador no me mataba,
cuando él dejara de sujetarme, abandonándome otra vez a
mi suerte, no iba a tener fuerzas para sujetar la cadena media hora más, y acabaría rompiéndome el cuello dentro
del rígido collar de perro.
 
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