Putitas de mi Sobrino Capítulo 04

heranlu

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-Putitas de mi Sobrino Capítulo 04-

Yo era otra persona, amaba a Carmen, pero mi sobrino me había vuelto maricón con su morbo especial. Le deseaba con mucha fuerza, aunque sólo fuera para lamerle los pies como un perrito. Aquella noche, Carmen y yo, fruto de nuestras pecaminosas sensaciones, íbamos a traspasar los límites de la perversión, Diony quería prostituirnos, aprovecharse de nuestra sumisión.

Carmen sacó a pasear a sus padres por los alrededores del cortijo y yo traté de distraerme en el huerto. Vi llegar a Gabi, el chico que se corrió en mi cara, el chico que se masturbó con unas bragas de mi mujer. Me daba mucha vergüenza cruzarme con él. Seguro que Diony le había contado. Se encerraron en la alcoba y no les vi salir en toda la tarde.

Cenamos en el porche con mis suegros, Carmen y yo. Diony no acudió, seguía encerrado con su amigo en la alcoba. Después acostamos a mis suegros y estuvimos viendo un rato la tele. Seguía sin aparecer. Ni Carmen ni yo sacábamos el tema a relucir, como si nos abochornáramos de nosotros mismos. Íbamos a tener un hijo en breve y arriesgábamos el embarazo por una ninfomanía fugaz e inesperada. Eran momentos tensos, era evidente para ambos que nuestro matrimonio no marchaba por el buen camino, que nuestro comportamiento era del todo anormal.

Sobre las once de la noche, nos subimos a nuestra habitación. Queríamos aparentar cierta normalidad, aunque el silencio entre ambos se imponía y nos hablábamos lo justo y necesario. Carmen se metió a ducharse y yo me quedé en calzoncillos. Salió ataviada con la bata blanca de seda, abrochada, aunque por la soltura, se notaba que no llevaba nada debajo. Tenía la melena negra remojada. Se sostenía la barriga con ambas manos.

- ¿Te duele?

- Un poco.

Le dolía por las incómodas posturas al someterse a las exigencias de nuestro sobrino. Empezó a retocarse el pelo húmedo ante el espejo y yo me senté en el borde de la cama. Me sentía incómodo con mi propia esposa. Parecíamos un matrimonio normal y corriente, como lo habíamos sido siempre, como si no estuviera pasando nada. Pero la puerta se abrió de repente y apareció Diony. Sólo llevaba su pantalón corto de ciclista. Yo me levanté y Carmen le miró por encima del hombro, pero enseguida se volvió para cepillarse el cabello.

- Hola, Diony.

El chico fue hacia ella y la abrazó por detrás, rodeándola por la cintura, sobándole el vientre por encima de la tela sedosa. La besuqueó por el cuello y ella se relajó apoyando la cabeza en su hombro. Pensé que iba a pasar otra noche con ella y que yo tendría que mantenerme al margen.

- ¿Cómo está mi perrita? ¿Está caliente mi perrita?

- Ummmm, sí… - jadeó ofreciéndole la cara para que la besara.

- Tengo un amigo al que le gusta que le chupen el ojete, ¿sabes?

Ella seguía ofreciéndole su cara para sentir sus labios, aunque abrió más los ojos.

- ¿El ojete?

- El culito, le gusta que le chupen el culito, le he dicho que a mi perrita no le importaría chupárselo. No te importa, ¿verdad?

- ¿Quién es?

- Mi amigo Gabi. Es buen tío y tú le conoces. No sabes lo que le gusta que le mamen el culo. ¿Quieres chupárselo?

- No sé, Diony, contigo me gusta, pero…

- Le debo algunos favores – la interrumpió -, hazlo por mí, eres mi perrita, chúpale un poco el culito y ya está. Vas a hacerlo, ¿verdad?

- Si tú me lo pides, no sé, sí, bueno – le contestó con la voz algo temblorosa, como si fuera consciente de que la estaba prostituyendo.

- Muy bien -. Se volvió y le pasó un brazo por los hombros, luego le desató el cinturón de la bata y se la abrió hacia los lados, dejándola desnuda en su parte delantera, con el vientre redondeado sobresaliendo considerablemente de la bata y las tetas por fuera. Me fijé en la mata de vello del coño bajo la curvatura de la barriga -. Así, que te vea como una putita -. Abrazados, mi mujer con la bata abierta, me miraron -. Tú vas a venir con nosotros, ¿de acuerdo?

- Sí.

- A mi amigo le excitan las mariconas como tú, así, maduritas y casadas. Desnúdate y vístete de puta, con unas bragas y unas medias. También unos tacones.

- Coño, Diony, me da mucho corte…

- Venga, maricón, cámbiate, coño, coge algo de Carmen.

Delante de ellos, me quedé completamente desnudo. Estaba muy ruborizado, me obligaba a vestirme de mujer para ofrecerme a su amigo. Me puse unas braguitas tanga de color crema. Me quedaban muy ajustadas y los huevos y el pene ssobresalían por los lados, con la tira metida por mi culito. Después me puse unas medias negras y un liguero de tiras laterales enganchadas a las tiras de las bragas, y por último logré encajar en mis pies unos zapatos de tacón. Llevaba el torso desnudo. Tuve que pintarme los labios de rojo y echarme sombra en los párpados. Ante el espejo, sentí bochorno de mí mismo y mucho más delante de mi esposa, parecía un transexual, pero me causaba excitación que aquel mocoso de mi sobrino nos emputeciera de aquella manera.

- Estás muy guapa – me dijo a modo de burla, aún con el brazo por encima de los hombros de mi mujer -. Pareces una puta maricona. Venga, vamos abajo.

Yo caminaba delante de ellos meneando mi culo por efecto de los tacones, con la tira metida por dentro de la raja, siendo presa de la mirada de los dos.

- Qué puta marica está hecha tu marido, ¿eh? – le decía a Carmen.

- Sí…

- Cómo le gusta al cabrón.

Nos dirigimos hacia la alcoba de mi sobrino y él se encargó de empujar la puerta. Primero pasé yo y después Carmen. Gabi se hallaba sentado en el borde de la cama de la izquierda, con unos pantalones militares y el torso desnudo, un torso de barriga blanca y blandengue con abundante vello. Nos quedamos parados a unos metros de él. Nos miró con ojos viciosos, primero a mí y después trasladó su mirada hacia el cuerpo imponente de mi mujer, con su bata abierta, su barriga expuesta, sus tetas y su coño en la entrepierna. Diony fue a sentarse en el otro camastro de la derecha. Nos exhibía como sus dos esclavos.

- ¿Te gusta mi perrita?

- Acércate, bonita -. Le pidió Gabi a Carmen. Mi mujer se acercó a él y se detuvo delante. Alzó sus manazas bastas y comenzó a sobarle el vientre como si fuera una gran bola de cristal -. Ummmm, nunca había visto una puta embarazada -. Acercó la nariz y le olió el coño, después alzó la cabeza y le pasó la lengua por los pezones a las tetas, después se puso a lamerle el vientre con la lengua fuera, por encima y alrededor del ombligo, mirándome de reojo -. Ummmm, qué rica está tu mujer, marica -. Carmen se dejaba babosear el vientre con los brazos pegados a los costados. Le pasaba la lengua por todos lados, hasta que plantó las manos en sus muslos y fue ascendiendo por debajo de la bata hasta sobarle el culo -. Qué buena estás, hija de perra -. Retiró las manos y se levantó para empezar a desabrocharse el pantalón militar. Las dos barrigas se rozaban, contrastaba la de Carmen, tersa y lisa, embarazada, con la peluda y blanda de Gabi -. ¿Le has chupado el culo a alguien alguna vez, bonita?

- No, la verdad es que nunca – le dijo ella con cierta simpatía en la voz.

Se bajó los pantalones hasta quitárselos y volvió a erguirse, cara a cara con Carmen, metiéndole la mano por los hombros para empujar la bata hacia atrás y dejarla completamente desnuda. Él lucía un bóxer negro con los contornos de su polla gorda, una polla que ya había eyaculado en mi cara.

- ¿No te gustaría probar mi culo?

- Ay, no sé, me da un poco de… No sé.

- A mí me encanta. Dime que quieres chupármelo.

- Quiero chuparte el culo – dijo Carmen con firmeza.

- Muy bien, así me gustan a mí las putas. ¿Te ocupas tú de bajarme el calzoncillo?

- Sí, sí…

- Despacito, ¿vale?

- No te preocupes.

Gabi se giró hacia la cama y mi mujer, con las manitas en el vientre, se arrodilló costosamente ante el culo rechoncho de aquel joven. Se ocupó de bajarle el bóxer hasta las rodillas. Apareció un culo peludo de nalgas carnosas, de raja profunda, con sus huevos en reposo entre los muslos de las piernas. Alzó sus manitas y primeramente se lo acarició con las palmas, con la nariz muy cerca de la raja, como oliéndoselo. Diony se pellizcaba el paquete embelesado con la entrega de su tía. Yo observaba como un pasmarote. Gabi me miraba mientras mi mujer, arrodillada tras él, le sobaba y le olisqueaba el culo.

- ¿Te echas hacia delante? – le preguntó ella.

- Claro, bonita.

Gabi se curvó hacia delante hasta apoyar una mano en el colchón, utilizando la otra para cascarse suavemente el vergón grueso. Aún seguía mirándome, como si le excitara el hecho de que yo observara cómo mi esposa le mamaba el culo. Carmen no le abrió la raja, metió toda la cara en el culo, labios y nariz, y empezó a asentir para mamárselo, aunque no se le veía la lengua.

- Ummmm, qué mamona tu mujer… - gimió meneándosela -, qué gusto, putita…

Carmen se aferraba a los muslos de sus piernas para mantener la cara hundida en la raja. No paraba de asentir. No le veía ni la nariz ni los labios. Hizo una pausa y apartó la cara para tomar aire, pero de nuevo volvió a mamar metiendo la cara en la raja. Se me puso tieso mi pene, con la punta por fuera del tanga. Gabi me lo miró.

- Te pone cachondo ver a tu mujer chupándome el culo, ¿verdad, maricón?

- Sí.

Carmen apartó de nuevo la cara para recuperar el aliento.

- ¿Quieres probar tú? ¿Quieres mamarme el culo, maricón?

- Sí, quiero chupártelo – dije pasándome la mano por encima del tanga para sofocar mi enorme placer.

- Anda, prueba.

Mi mujer logró levantarse y retrocedió hasta sentarse al lado de Diony. Mi sobrino ladeó la cara y se morrearon, después de la mamada anal, y ella empezó a tocarle, hasta que le bajó la delantera del pantalón y se la empezó a machacar con la escena que se desarrollaba ante ellos, donde yo me convertía en el protagonista. Me miraban, Carmen le meneaba la verga con una mano y se hurgaba en el coño con la otra.

Caminé hacia Gabi y me arrodillé ante su culo. Me vino su olor a macho, su tufo maloliente. Acerqué la cara y empecé a estamparle besos por las nalgas peludas al tiempo que le acariciaba la cara externa de las piernas. Sus huevos se movían entre los muslos. Aspiré aire cuando mi nariz pasó por su raja. Le estaba besando el culo a un mocoso macarra amigo de mi sobrino.

- Así, maricón… Muy bien… Sigue, que tu mujer vea lo marica que eres…

Quería hacérselo bien, dejarle satisfecho, y no paraba de estamparle besos por una nalga y por otra. Detrás de mí sabía que me observaban. Oía los tirones de verga. Dónde había llegado, en qué me había convertido, vestido de mujer, besando el culo de un hombre en presencia de mi esposa.

Le abrí la raja del culo y vi su ano arrugado y rodeado de pelillos muy largos, humedecido por la saliva de mi mujer. Saqué la lengua y empecé a pasársela por encima del orificio muy despacio, chupándoselo de manera acariciadora. Los huevos se zarandeaban más deprisa entre los muslos. Escupía pelillos y volvía a pasarle la lengua, una y otra vez, hasta que se lo empecé a acariciar con la punta, a veces tratando de hundirla en el ano. Entonces Gabi se irguió y se le cerró el culo, me quedé arrodillado con la nariz metida en su raja, olisqueando.

- Cabrón, me voy a correr… -. Se giró y me cogió del brazo para levantarme -. Levanta, cabrón, deja que te la meta en el culo.

Al levantarme, vi que Carmen y Diony se morreaban, que aún se la sacudía, pero ya se había corrido, tenía porciones de semen por el vello. Él se encargó de bajarme el tanga a tirones y sacármelo por los pies, dejándome sólo con las medias, el liguero y los tacones. Me sentó en el borde de la cama y me tendió hacia atrás.

- Levanta las piernas y ábrete el puto culo, cabrón…

Iba a follarme de la misma manera que lo había hecho Diony. Levanté las piernas flexionadas con las rodillas en mis pechos y estiré los brazos por los costados hasta que pude abrirme la raja del culo con las manos. Gabi se colocó ante mí, se agarró la verga, pegó el capullo en mi ano y poco a poco, a base de empujones, me la fue clavando hasta hundirla entera. Acecé como un perro ante la dilatación y fruncí el entrecejo con gemidos secos cuando empezó a follarme con rabia.

- Ahhh… Ahhh… Ahhh…

- Te gusta, ¿verdad, cabrón?

Quería tocarme mi pene, pero tenía las manos en mi culo para abrirme la raja. Sentía cómo se hundía, el roce interno, el avance imparable, el dolor y el placer. Vi que mientras me follaba con fuerza, Carmen se levantaba de la otra cama y se sentaba a mi lado. Empezó a acariciarme mi cabello sudoso.

- ¿Te gusta, marica? – me preguntó.

- Sí… Sí… - traté de sonreírle, pero los dolorosos empujones me envolvían en gestos de dolor.

Estuvo mirándome a los ojos y acariciándome el pelo mientras Gabi me daba por el culo. Mi pollita vertió leche sobre mi vientre, sin ni siquiera tocarme. Gabi comenzó a clavármela mediante golpes secos, hasta que frenó y percibí cómo la leche circulaba dentro de mi ano mediante gruesos chorros. Sudaba a borbotones, mi respiración se relajaba aún con la verga dentro. Carmen aún permanecía sentada a mi lado acariciándome.

Me fue sacando la polla poco a poco. Al sentirme liberado, me palpé el culo con los dedos y noté cómo fluía semen. Volví a excitarme y me empecé a machacar la polla con la mano manchada del semen que brotaba de mi culo, allí, tendido boca arriba, con las piernas elevadas y flexionadas.

- Cómo puede ser tan maricona tu marido… - se burló Gabi.

Carmen se levantó trabajosamente y se colocó al lado del chico. También Diony se levantó. Carmen entre los dos jóvenes, mirando cómo me masturbaba desesperadamente, mirando las dos pollas y el coño que tenía ante mí. De nuevo, me corrí enseguida, volví a mancharme el vientre. Después mis mejillas se ruborizaron, estaba sirviendo de diversión para los tres, incluida mi mujer.

- El hijo puta, qué buen maricón está hecho… ¿Cómo puedes estar casada con esta puta maricona?

- No sé qué le habéis hecho al pobre… - se burló Carmen.

Me incorporé y me quedé sentado en el borde ante ellos, abochornado por las burlas y las miradas. Mi mujer tenía una mano en el hombro de Gabi y otra en el de su sobrino. Ambos le acariciaban el vientre embarazado.

- ¿Te ha gustado, cariño?

- Sí – dije en tono sumiso.

- ¿Qué habéis hecho con mi maridito? – les dijo dándole unas palmaditas en sus culos.

- Anda, lárgate – me ordenó mi sobrino -. Déjanos a solas con tu mujer. Va a pasar la noche con dos hombres de verdad.

Me levanté con obediencia, recogí el tanga y sin atreverme a mirarles, abandoné la habitación, la dejé encerrada con los dos. No me querían para tener sexo conmigo, gozaban humillándome delante de ella. Fui a ducharme, a lavarme bien los dientes y a darme con una pomada en el ano. Luego me tumbé en mi cama. Estarían hartándose de follar con mi mujer embarazada de siete meses, convertida en una ninfómana por el morbo de mi sobrino. Pasó toda la noche con ellos y yo traté de calibrar durante horas aquel exceso de masoquismo por mi parte.

---------- O ---------

Yo era otra persona, amaba a Carmen, pero gozaba sometiéndome a las perversiones sexuales de los hombres. Me masturbé pensando en mi humillación, en las miradas de Carmen flanqueada por los dos chicos. Se había vuelto una golfa y yo un maricón, todo producto de una atracción morbosa fugaz que se inició cuando aquel mediodía se quedó la falda doblada hacia dentro.

Me levanté temprano, estuve desayunando y me ocupé de levantar a mis suegros, vestirlos y lavarlos. Mi mujer seguía encerrada con ellos. Había pasado la noche con dos hombres, dos chicos jóvenes que podían ser sus hijos. Me entretuve un rato en el huerto y vi salir a mi sobrino acompañado de Gabi. Se marchaban. Tuve que esconderme para que no me vieran, me daba una vergüenza tremenda cruzarme con ellos. Entonces, solté los aperos y fui a la casa en busca de mi mujer.

Al entrar en el dormitorio, ella salía de la ducha ataviada con la bata blanca de seda y una toalla liada a la cabeza. Se tocaba el vientre con ambas manos y hacía gestos de malestar, de hecho tuvo que sentarse en la cama. Nos miramos a los ojos.

- ¿Estás bien?

- Es como si tuviera contracciones.

- ¿Quieres ir al médico?

- No, se me pasará. Me han follado mucho, Curro -. Dijo con una sonrisa temblorosa.

- Podríamos perder al bebé.

- Sé que es peligroso, no sé qué me pasa, y a ti, Curro, soy una ninfómana. Y mírate tú, te has vuelto un marica de la noche a la mañana. Me excita ver cómo te follan. Creo que necesitamos ayuda, Curro, alguna terapia o algo por esta adicción al sexo.

- Podemos regresar a casa, Carmen -. Me senté a su lado y le cogí las manos – Empezar de cero, vamos a tener un hijo…

Carmen asintió y me abrazó. Sentí su ternura. Sentí que se me disipaba esa sensación lujuriosa.

Diony no acudió en toda la mañana por el cortijo. Tampoco vino a comer. Nos dedicamos a preparar el equipaje, estábamos dispuestos a empezar de cero en nuestra casa. Para mis suegros supuso un disgusto, pero pusimos la excusa de que ya estaba muy pesada y que en Madrid había mejores hospitales. Por la tarde, nos arreglamos y fuimos al pueblo a contratar a una chica de forma permanente para que cuidara de mis suegros y también para despedirnos de los amigos. Carmen iba muy guapa con su melena negra al viento, en contraste con el precioso vestido que llevaba. Se puso un vestidito premamá muy ligero, plisado y con la base a la altura de las rodillas, de media manga, color azul cobalto, muy llamativo, sin apenas escote por llevarlo a la altura de los hombros. Se le notaba la curvatura del bombo y el volumen de sus tetas amelonadas tras la tela plisada del vestido. Llevaba tacones negros y unas medias de color carne. Iba guapísima en su estado con aquel vestido tan azulado.

Nos estuvimos despidiendo de algunos amigos y contratamos a una chica para que cuidara de mis suegros. Cenamos los dos solos en una tasca, convencidos de regresar para solventar nuestros graves problemas emocionales, nuestra repentina y fugaz adicción al sexo. Yo la amaba, la miraba y sentía mucha ternura, aunque era consciente de que a ella le iba a costar superar el trauma. Sabía que la mejor terapia sería el nacimiento de nuestro hijo. Sabía que entonces y sólo entonces todo volvería a la normalidad. Con respecto a Diony, lo mejor era escapar de sus garras y dejar que el trascurso del tiempo ayudara a olvidar todo.

Regresamos tarde, casi al borde de la medianoche. Nada más entrar, oímos un murmullo procedente del salón. Fuimos hacia allá. Diony estaba acompañado por Gabi y por Ramiro, el chulo de putas amigo de mi sobrino, un tipo ya de casi treinta años, alto y delgado, con barba de tres días, ataviado con pantalones y chaqueta de lino, color negro. Tenía una pinta chulesca impresionante.

Diony y Gabi estaban sentados en un sofá de tres plazas y Ramiro frente a ellos acomodado en un sillón. Nada más vernos entrar, Diony se levantó y se dirigió a Carmen.

- ¡Tía Carmen! Qué guapa – le estampó dos besazos en las mejillas y la agarró de la mano -. Ven, te voy a presentar a un colega muy amigo nuestro. Es Ramiro.

- Hola, Ramiro – le saludó ella.

- Hola, bonita.

Tuvo que ser ella quien se inclinó para darle los dos besos de cortesía. A mí ni se molestó en presentármelo. Ofrecía a mi mujer como si fuera una esclava sexual. Ni yo ni Carmen lográbamos imponer nuestras nuevas intenciones.

- Ven, tía, siéntate con nosotros un ratito -. Agarrándola de la mano, como si fuese suya, la acompañó hasta el sofá y se sentó entre los dos chicos, entre Gabi, al que saludó con una sonrisa, y mi sobrino -. Tío Curro, pon unas copas, anda.

Hice como que iba a la cocina, pero me detuve a medio camino para poder mirar. Dejaba a mi esposa desamparada ante aquellos mocosos, ante un chulo de putas como Ramiro. Vi que Diony le acariciaba la melena negra introduciéndole los dedos por el cabello.

- ¿A que tengo una tía preciosa, Ramiro? Mira qué guapa es la cabrona – le dijo achuchándole las mejillas -. Está buena la hija puta, ¿verdad?

- Me encanta tu tía – dijo Ramiro desde el sofá.

- Y preñadita, está más guapa todavía -. Carmen sonreía mientras su sobrino le pasaba la mano por el vientre, por encima de la tela plisada del vestido -. Mira qué barriguita tiene. ¿Te importa que le enseñemos a mi amigo Ramiro tu barriguita? ¿eh?

- No sé, me da corte…

- Chsssss, deja que te la vea…

Poco a poco, plantó su mano encima de la rodilla y la fue arrastrando por encima de las medias color carne hacia el muslo, arrastrando con ello la base del vestido, descubriendo las bandas de encaje en la parte alta de los muslos. Carmen resoplaba mirando al frente, mirando hacia los ojos de Ramiro mientras su sobrino le metía mano. Al llegar a la ingle, la mano ascendió por la curvatura del vientre, empujando a su vez el vestido azul cobalto, descubriendo lentamente su barriguita embarazada. La dejó en bragas. Llevaba unas bragas de color lila, de muselina, donde se le transparentaba todo el coño. La mano siguió subiendo, pasó por encima del ombligo y le dejó todo el vestido arrugado por encima de las tetas. Ambos pechos amelonados se balanceaban levemente tras el paso de la mano, con los pezones empitonados.

- ¿Te gusta mi tía, Ramiro?

- Me encanta – jadeó mordiéndose el labio.

Le dejó el vestido arrugado bajo la barbilla y la mano volvió a descender. Pasó por encima de las dos tetas blandas, se deslizó por la curvatura de la barriga y bajó hasta meterse dentro de las bragas. Carmen abrió la boca lanzando una bocanada de aire. Frunció el entrecejo. Le empezó a menear el coño, estrujándoselo y agitando la mano, tensando con los nudillos la muselina lila de las bragas. Carmen fruncía y desfruncía el entrecejo, meneando la cadera para soportar los achuchones en el chocho. Vi que Gabi se sacaba la polla por la bragueta y extendía su brazo para manosearle la barriga y las tetas. Ramiro sólo miraba.

- Muévete, perra – le jadeó mi sobrino -. Mueve el coño, perra…

Carmen se esforzaba en menear la cadera con la mano de su sobrino sujeta a su chocho dentro de las bragas, sintiendo cómo Gabi le sobaba el vientre y las tetas. Le agitaba el chocho tan fuerte que los pechos comenzaron a columpiarse. Carmen comenzó a lanzar alaridos de placer con los ojos desorbitados, sin dejar de mirar hacia Ramiro, que no paraba de sobarse el paquete con la palma de la mano.

- Así, perra… Muévete, cabrona…

Gabi se levantó sacudiéndose su verga aceleradamente, como si no pudiese más. Se giró hacia ella, se la machacó más fuerte y al segundo comenzó a salpicarla de leche. Algunos escupitajos le cayeron por la cara, uno de ellos dentro de la boca, y numerosas gotitas más pequeñas sobre el vientre, gotitas que resbalaron por la curvatura como las patas de una araña.

Diony le sacó las manos de las bragas, se levantó y, de manera desesperada, comenzó a desabrocharse los pantalones. Carmen respiró por la boca sin dejar de mirar hacia Ramiro. El semen le resbalaba por el rostro. Tenía las bragas apartadas. Diony se la sacudió apuntándola tal y como lo había hecho Gabi. Enseguida le llovió más leche sobre el vientre, las tetas y la cara, con algún pegote cayéndole sobre la muselina de las bragas.

Se miró las manchas, se miró las hileras de leche corriéndole hacia abajo. Después, por iniciativa propia, se levantó y caminó hacia Ramiro. Éste empezó a desabrocharse el cinturón. Luego el botón y después se bajó la bragueta. Acto seguido, se abrió el pantalón hacia los lados y se bajó la delantera del slip mostrando una afilada y larga polla.

Mi mujer se arrodilló ante él y se curvó para hacerle una mamada. Yo la veía subir y bajar el tronco mientras Ramiro se relajaba y los otros dos observaban sentados en el sillón de enfrente. Ya era una puta sin remedio y nuestro hijo a punto de nacer. No sabía qué iba a ser de nosotros, pero una cosa estaba clara, las cosas ya no volverían a ser como antes. Hice las maletas y bajé a despedirme de ella, pero no pude, se había encerrado con los tres en la habitación de mi sobrino y la oí gemir como una perra. Cómo habían cambiado las cosas por un simple desliz, por dejarse involuntariamente la falda doblada hacia dentro.


-Fin-


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