Putitas de mi Sobrino Capítulo 03

heranlu

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-Putitas de mi Sobrino Capítulo 03-



Con aquella escena en el baño, donde yo masturbé a mi sobrino mientras ella esperaba a que se corriera encima, mi mujer se convirtió en una golfa, quería ser su putita. Capté sus intenciones enseguida. Estuve un rato arreglando el huerto y regando las plantas que rodeaban el cortijo, ensimismado en mis pensamientos, arropado por esa tremenda confusión. Vi el coche de Carmen entrar por la puerta y fui a buscarla.

Se había cambiado, se había puesto un pareo blanco muy sedoso, anudado a la nuca y con una amplia abertura delantera. Al caminar, se le abría hacia los lados y la dejaba en bragas, unas pequeñas braguitas negras apretujadas bajo la curvatura del vientre, de muselina, donde se le transparentaba todo su coño. También la forma de los pezones y la sombra de las aureolas se le notaban bajo la tela blanca. Estaba cepillándose el cabello.

- ¿Vas a bajar así, Carmen?

- Sí, ¿pasa algo? – me desafió.

- ¿Qué si pasa algo? Después de lo que está pasando con tu sobrino me preguntas si está pasando algo. ¿Qué te pasa, Carmen?

- Nada.

- Te has excitado, lo sé.

- Sí – reconoció evitando mi mirada.

- No puedes hablar en serio – sonreí.

- Te he visto así, masturbándole, él tan macho y tú tan marica, lo siento, nunca te imaginé de esa manera y sí, me he excitado. Le has hecho una paja a mi sobrino delante de mí.

- Me ha obligado, Carmen.

- De todas maneras no pasa nada, ¿vale? Son cosas de jóvenes… Vamos a comer.

La acompañé hasta el porche. Mi sobrino ya estaba sentado a la mesa con mis suegros. A Carmen se le abría la abertura del pareo y exhibía sus largas piernas, llegaban a vérseles las bragas y parte del bajo vientre, con sus tetas botándole bajo la tela. Diony la miró embobado. Para colmo, estaba en slip, un slip negro elástico que definía con claridad los contornos de sus genitales, así como una camiseta negra de tirantes.

Ella se ocupó de servir la comida, luego se sentó al lado de él y cruzó las piernas, con el pareo abierto hacia los lados. Un trozo del abultado vientre le sobresalía por la abertura, así como sus bragas transparentes. Diony la miraba, sus piernas se rozaban, pero no se habló nada durante la comida. Le estaba incitando vestida así. Y yo en un extremo, observando cómo se miraban.

Carmen se hallaba sentada a la izquierda de mi sobrino. Tras el postre, vi cómo Diony bajaba el brazo izquierdo y le acariciaba todo el muslo de la pierna que tenía montada encima de la otra. Carmen respiró hondo mirándome. Diony se inclinó hacia ella.

- Estás muy sexy, puta…

La reacción de mi mujer fue bajar el brazo derecho, extenderlo bajo la mesa y plantar la palma abierta encima de su slip. Comenzó a frotarle todo el paquete con pequeñas pasadas de arriba abajo. Diony se relajó reclinándose en la silla, mirando cómo la mano de su tía le manoseaba todo el bulto. Yo miré a mis suegros, estaban despiertos, podían darse cuenta de que se metían mano bajo la mesa. Como una posesa, le pasaba la mano por encima de la hinchazón del slip una y otra vez. Descruzó las piernas y bajó la mano izquierda. Se la metió dentro de las bragas y empezó a menearse el coño con las yemas de los dedos. Tanto Diony como yo, podíamos ver cómo lo hacía a través de las transparencias de las bragas. No paraba de acariciarle la inflamación del calzoncillo mientras se masturbaba.

- Lleva los abuelos dentro – me ordenó el chico.

- Diony, aquí…

- Vamos, hostias. Déjame a solas con tu mujer. Vamos, coño…

Busqué la mirada de Carmen, pero era una mirada perdida en la lujuria, era una mirada suplicante, respiraba por la boca y fruncía el entrecejo constantemente. Se escarbaba en el coño con la manita dentro de las bragas y ya le estrujaba el bulto del slip con fuertes pellizcos al grosor de la verga. Le estrujaba los huevos como si fueran una esponja y seguía los contornos de la verga para estrujarla.

- Vamos, perra, tócame… Así… Mi polla es tuya… - susurraba en voz baja, con tono jadeante.

Carmen se dedicaba a manosearle su paquete y a masturbarse con sus deditos. Yo continuaba mirando con los ojos desorbitados, con qué ansia le estrujaba todo el paquete.

- ¿Te gusta cómo me toca la perra de tu mujer, maricón? ¿Eh? -. Miró hacia su tía -. Sigue tocándome, perra… Saca los abuelos de aquí, ¿o quieres que vean lo puta que es su hija?

Me levanté y ayudé a mis suegros. Ellos estaban en el otro lado de la mesa, uno junto al otro, metiéndose mano, aunque sólo se veía sus rostros de lujuria. Los dos se hallaban erguidos sobres las sillas, mirándose a la cara. Conduje a mis suegros hasta el salón y les acomodé a cada uno en un sofá, como un pelele, mientras mi mujer y mi sobrino se metían mano en el porche. Era mi papel, un cornudo consentidor.

Volví al porche con cara de idiota. Carmen le había metido la mano por el lateral del calzoncillo y le sobaba la polla y los huevos por dentro. Se miraban a los ojos. Diony le había abierto más el vestido y le sobaba todo el vientre, como una bola gigantesca de billar, manoseándole las tetas por debajo de la tela. Deslizaba de nuevo la mano por la curvatura del abultado vientre y le metía la mano dentro de las braguitas, acompañándola en la masturbación.

- ¿Te gusta, perra?

- Estoy muy caliente, Diony – decía agarrándose el coño con fuerza, sacándole la verga por el lado para cascársela.

- ¿Has oído a la perra de tu mujer, maricón? ¿Eh? Contesta…

- Sí…

Le frotaba el vientre embarazado con rabia. Los pezones de las tetas asomaban bajo las copas. Le sacudía la verga con lentitud y su coñito no paraba de zarandeárselo. Impresionaba ver a tu mujer, cuarentona y esbelta, sometida ante un mocoso de la talla de Diony. Carmen acezaba. Lo abultado del vientre le impedía echarse para hacerle una mamada, pero se mordía los labios como una posesa al sacudírsela y mirársela.

- Siéntate aquí, maricón -. Obedecí y me senté a su derecha. Pude ver más de cerca cómo mi mujer le pajeaba con la polla sacada por un lateral -. Tócame los huevos, marica, vamos, acompaña a la perra de tu mujer…

Tímidamente, extendí el brazo derecho y empecé a acariciarle los huevos redondos y duros por encima de la tela del calzoncillo elástico. Mi mujer zarandeándole la verga y yo los huevos. Él continuaba sobándole el vientre con la izquierda.

- Así, perras… -. Le estrujaba los huevos levemente y mi mujer aceleraba las sacudidas. Diony resoplaba de gusto -. Ummmm… Muy bien…

Mi mujer se inclinó hacia él y empezó a lamerle por el cuello. Yo, al otro lado, la veía echada sobre él y los besuqueos que le daba. Todavía seguía hurgándose en su coño caliente. Bajó su manita por el tronco de la verga y entró en contacto con mi mano, amasándole los huevos entre los dos. La verga se zarandeaba hacia los lados por los estrujones que le dábamos a los cojones. Sentía celos al ver cómo le lamía por el cuello, pero compartir con ella aquella perversión tan inmoral me puso el pene tieso por primera vez. Aquel mocoso que podía ser mi hijo me estaba convirtiendo en un maricón y en un cornudo consentido, algo que jamás se me hubiera pasado por la cabeza.

Volvimos a agarrarle la polla, yo por la base y la mano de Carmen por encima de la mía, más cerca del capullo, y se la empezamos a machacar entre los dos. Le originamos un intenso jadeo. Continuaba lamiéndole por el cuello. Tenía todo el vientre por fuera de la abertura, la base de las tetas sobresaliéndole bajo las copas del pareo y seguía con la manita dentro de las bragas. Yo sólo miraba y le masturbaba con ella.

- Fóllame – le jadeó ella sobre el cuello -, fóllame, Diony, fóllame, por favor…

Diony le achuchó las mejillas y le zarandeó la cara.

- ¿Quieres follar, perra?

- Sí, por favor, estoy muy caliente…

Ella le soltó la verga y continué yo solo machacándosela, observando cómo le agitaba bruscamente la cara deformándole las mejillas.

- ¿Quieres follar delante de tu marido, perra?

- No puedo… Estoy muy caliente, Diony…

- Quítate las bragas, perra.

- Sí – sonrió de manera suplicante -, estoy muy caliente…

Corrió la silla hacia atrás y se puso de pie para deshacerse el nudo de la nuca. Yo seguía cascándosela muy despacio mientras la miraba. Estaba deseosa.

- Vamos, marica, dame… Dame… Voy a follarme a la perra de tu mujer…

Se quitó el pareo y exhibió sus tetas amelonadas de pezones oscuros, descansando sobre la curvatura de la barriga tersa y reluciente. A toda prisa, se bajo las bragas y se quedó con los zuecos. Se le veía todo el manojo de vello de la chocha.

- Muy bien, perra… Siéntate en la mesa…

Carmen se sentó en el borde de la mesa. El bombo le descansaba sobre los muslos. Diony se levantó. Yo seguía sentado. Le bajé el calzoncillo por debajo de su culo huesudo, preparándole para follar. Se metió entre las piernas de mi mujer y le frotó el tronco de la polla por el vientre, por la zona del ombligo, como si estuviera masturbándose. Se morrearon. Las tetas amelonadas se aplastaban contra sus pectorales raquíticos. Ella bajó las manitas por su espalda y le sobó el culo, apretujándole las nalgas huesudas, apretujándole contra ella.

- Fóllame, Diony…

- Perra asquerosa, échate hacia atrás…

Mi mujer se tendió hacia atrás con cuidado por el peso de la barriga. Levantó las piernas flexionadas, como en posición de parir, y él se las separó para que su coño se abriera. Las tetas se caían lacias hacia los lados. Ella levantaba un poco la cabeza para suplicar con la mirada. Diony la sujetó bajo las rodillas y le hundió la polla en el coño poco a poco, un coño blandito y jugoso. Yo observaba cómo se sumergía, cómo se lo dilataba. Carmen soltaba quejidos secos de placer. No pude aguantarme, la lujuria nubló mi mente. Me desabroché el pantalón, me bajé el slip y empecé a masturbarme.

Diony comenzó a contraer el culo para follarla con mucha lentitud. Carmen cabeceaba en la mesa con los ojos entrecerrados, emitiendo largos suspiros, con los brazos extendidos. Yo me la machacaba deprisa.

- Qué coño más calentito tiene tu mujer… Ummm… Qué gusto… Mírame, perra…

Elevó de nuevo la cabeza para expresar su mirada sumisa. Diony aceleró violentamente moviendo hasta la mesa. El bombo se meneaba con los empujones, igual que sus tetas, que parecían tartas de gelatina. En su estado, igual resultaba peligroso moverla así. Carmen ya gemía secamente en cada penetración. Yo no paraba de darme, fijo en cómo entraba y salía la verga del chocho de mi mujer. Con qué fuerza Diony contraía el culo.

Ya estaba cegado por la misma lujuria que mi mujer. Seguí masturbándome con la mano derecha, sentado en la silla, y con la izquierda empecé a sobarle el culo blanco que contraía para clavársela. Me miró por encima del hombro sin parar de follarla.

- ¿Te gusta mi culo, maricón? -. Le sonreí como un tonto -. Mira esta puerca cómo disfruta…

Se curvó sobre ella baboseando sobre su vientre al tiempo que contraía las nalgas. Pude meterle la mano entre las piernas y agarrarle los huevos. Me corrí con mi mano izquierda metida bajo el culo de mi sobrino. Diony se irguió, empujó severamente, rugió de placer y frenó con el culo contraído. Echó el tórax sobre su bombo para recuperarse. A mi mujer no le veía la cara, sólo la oía jadear aliviada. Reanudó las contracciones del culo echado sobre su vientre, empezaron a gemir los dos, pero volvió a pararse. Esta vez se incorporó y dio un paso hacia atrás extrayendo la verga. Carmen trataba de recuperarse respirando por la boca, aún con las piernas en alto. Brotó leche muy espesa del coño enrojecido, leche que discurrió de manera lenta hacia la rajita del culo.

- Joder, qué polvo… Hija de la gran puta… - masculló subiéndose el calzoncillo -. Voy a beber algo.

- Ayúdame… - me pidió Carmen.

Me tendió la mano y la ayudé a incorporarse. Estaba sudorosa. Hizo un gesto de dolor tocándose la barriga.

- ¿Estás bien? – le pregunté tapándome.

- Sí, muchos meneos. Abrázame.

Nos abrazamos, ella desnuda, sentada encima de la mesa, con su coño chorreando leche en la superficie. Nos besamos y luego apoyó la mejilla en mi hombro.

- Me vuelve loca, no sé qué me pasa, sé que es inmoral, pero…

- Yo también me he excitado.

- ¿Te importa que folle con él?

- No, antes sí, ahora me excita…

- Abrázame…

Y volví a abrazarla. Diony se había marchado y la había dejado bien follada y llenita de leche.

---------- O ---------

No apareció en toda la tarde, le llamaron sus colegas y salió pitando. Cómo había cambiado todo, mi mujer se comportaba como una auténtica golfa y yo como un auténtico maricón. El muy cerdo había transformado nuestras mentes con sus métodos morbosos y dominantes. Éramos sus sumisos, sus desahogos sexuales, dos personas adultas de cuarenta y tantos años, familiares, sometidos a las exigencias de un joven mocoso y macarra como Diony.

Estuve mucho rato pensando en lo que me estaba pasando, en mi transformación sexual. Carmen hacía mucho rato que había ido a ducharse y tardaba. Me levanté y fui al baño. Al abrir la puerta, me la encontré sentada en la taza, desnuda, recién duchada, reclinada sobre la cisterna, masturbándose con desesperación, abriéndose el coño peludo con ambas manos para hurgarse con varios dedos. Me miró respirando por la boca, con los ojos entrecerrados por el placer. Su bombo se contraía por los meneos de la cadera. Tal avalancha de placer podía afectar a su embarazo, pero se había vuelto una ninfómana repentinamente y nada le afectaba.

- ¿Qué haces? – pregunté embobado.

- No puedo, Curro, estoy muy caliente, no sé qué me pasa… Ahhh… Ahhh… -. Se estaba metiendo los dos dedos índices.

- Ten cuidado, puede ser malo para el embarazo.

- Necesito tranquilizarme. Chúpame un poquito, por favor…

Cerré la puerta y eché el cerrojillo. Me coloqué ante ella y me arrodillé. Separó más las piernas alzando las manos y se reclinó más sobre el borde de la taza, con un trozo de culo sobresaliendo. Le planté mis manos en las ingles, acerqué la cara y empecé a lamerle el chocho como un perrito, pasándole la lengua por toda la jugosa rajita, una y otra vez. Estaba muy húmeda, encharcada de jugos vaginales. Gemía retorciéndose, elevando y bajando la cadera, agarrándome de los pelos, sobándose ella misma la barriga, respirando forzadamente al sentir mi lengua.

- Así… Chúpame, marica… Ummm.. Ummm… Wooooooooow… - la miraba sumisamente y le veía la cara tras la curvatura del vientre, con los ojos cerrados, seguramente pensando en el polvo que le había echado su sobrino -. Chupa, maricón, ¡Chupa! -. Me tiraba de los pelos, temblando de placer. Yo me esforzaba en meterle la lengua y agitarla en el interior de su coño -. Uahhhhh… Uahhhh… -. Gemía a gritos, mis suegros podían oírnos -. Ay… Ay… Ay…

El coño me soltó en la cara un escupitajo de un líquido viscoso y transparente como un moco. Suspiraba como una loca. Le veía como una espumilla blanquinosa brotando por la vulva. Al segundo, me meó la cara, soltó un potente y disperso chorro de pis sobre mi rostro. Se cortó un segundo y volvió a mearme, gimiendo, con sus piernas temblando, como si no pudiera contenerse. Me dejó el rostro empapado y envuelto en un gesto de asco. Empezó a gotearme pis de la cara hacia la ropa. Ella se incorporó.

- Lo siento, cariño, he sentido mucho y…

- No pasa nada.

Tuve que ocuparme de limpiar la meada mientras ella se vestía. Se puso la bata de seda sin absolutamente nada debajo, sólo los zuecos en los pies. Yo tuve que ducharme, la puta ninfómana se meaba de gusto, y lo había hecho en la cara de su marido.

---------- O ---------

Cenamos con mis suegros al frescor del porche. Diony aún no había llegado. Tras la cena, Carmen se llevó a mis suegros para acostarlos y yo me ocupé de quitar la mesa. En ese momento, vi a mi sobrino por la casa. Le vi meterse en el baño. Sigilosamente, fui a asomarme. Le vi ante la taza meando, con el pantalón medio bajado. Me fijé en su culo blanco y huesudo y en su espalda estrecha. Estaba meando, sujetándose la polla. Mi pene se puso tieso. El morbo es traicionero y seduce la mente, y la mía la tenía desvirtuada. Me entraban ganas de pajearme viéndole el culo y cómo meaba. Se me hacía la boca agua.

Regresé de nuevo al porche y me senté en una butaca. Lamentaba mi distorsión mental, cómo podía sentir lo que sentía a mi edad, casado, a esperas de tener nuestro primer hijo.

Apareció a los cinco minutos. Había bebido. Me invadía su hedor a alcohol. Sólo llevaba puesto un pantalón elástico de ciclista de color negro, aparentemente sin nada debajo a juzgar por los contornos de su gran nabo y de sus cojones redondos, que botaban con los pasos. Se acomodó espatarrado en un sofá de mimbre y se puso a liarse un porro. Me fijé en sus brazos forzudos y en sus tatuajes, prestando especial atención en la hinchazón de sus pantalones. Parecía cansado y medio borracho.

- ¿Qué tal?

- Bien. ¿Y mi perrita?

- Ha ido a acostar a los abuelos.

- Ponme una copa, ron con mucho hielo.

- Vale.

Fui a la cocina y le serví al señorito la copa. Yo, su tío, que le doblaba la edad, comportándome como su esclavo. Le entregué la copa y le dio un largo sorbo. Yo también estaba sin camisa y sólo tenía el pantalón de un pijama.

- Dame un masaje en los pies.

- ¿En los pies? – sonreí tontamente.

- Sí, coño, me relaja…

- Bueno, yo nunca…

Tenía las piernas extendidas. Me arrodillé ante sus pies, me senté sobre los talones y le cogí su pie izquierdo. Me lo coloqué en mis muslos y empecé a masajeárselo con ambas manos. Los tenía algo sudados. Definitivamente, me utilizaba como su criado. Bebía y me miraba despreciativamente dándole caladas al porro. Le di un buen masaje en el pie izquierdo y le cogí el derecho. Le hundía los pulgares en la planta de manera relajante.

En ese preciso instante en que le masajeaba los pies, mi mujer irrumpió en el porche. Se quedó pasmada al verme como un esclavo. Se había vestido para él como una puta con el camisón corto de volantes de algodón. El abultado vientre le dejaba un hueco delante y las tetas sufrían ligeros vaivenes por efecto de los zuecos.

- Qué bien, ¿no? – le sonrió a su sobrino -. No te podrás quejar de mi marido.

- Este perrito sabe hacerlo, ¿verdad? -. Me miró apretando los dientes -. Chúpamelos…

Alcé el pie hacia mi cara y empecé a lamerle los dedos metiéndomelos en la boca, mirándole sumisamente.

- ¿Te preparo algo para cenar, Diony?

- No – respondió gozando con mi humillación.

Tenía todos los dedos del pie metidos en la boca, lamiéndolos con la lengua, probando el sabor a sudor, sosteniéndoselo por el tobillo. Mi mujer se sentó a su derecha, erguida, ladeada hacia él, con la base de volantes en la parte alta de los muslos. Extendió su brazo derecho y empezó a acariciarle los pectorales tatuados, metiendo sus deditos por el vello del pecho, deslizando la palma por su vientre. Se echó sobre él rozándole el costado con la barriga y los pechos, por encima de la tela del camisón, y empezó a lamerle por el cuello.

- Estoy calentona – le jadeaba besuqueándole por el cuello.

Diony permanecía relajado, fumando y bebiendo, yo lamiéndole los pies y mi mujer por el cuello. Bajó la manita hacia su paquete y le agarró la polla por encima de la tela elástica, pellizcándola, estrujándole los huevos, echada sobre él, sin dejar de lamerle el cuello.

Yo le mordisqueaba el dedo gordo. Mi mujer le metió la mano por dentro del pantalón ciclista. Vi cómo le manoseaba por dentro, cómo le sobaba los huevos, con los nudillos tensaban la tela elástica. Con la mano sobándole el paquete por dentro, fue bajando con sus labios hasta lamerle las tetillas de los pectorales, mordisqueándolas con los labios, agitándole la punta de la lengua. Diony parecía no inmutarse. Le sobaba el paquete con ansia dentro del pantalón ciclista. Yo le lamía la planta del pie con la lengua fuera.

- Échame otra copa, perrito.

Como un sumiso, deposité su pie baboseado en el suelo, le cogí la copa y me levanté para llenársela. Mi mujer le sacó la mano del pantalón y se irguió.

- ¿Quieres que me quite el camisón?

- Sí, perra, quiero verte las tetas -. Se puso de pie y se sacó el camisón por la cabeza, descubriendo el vientre y los pechos amelonados -. Quítate las bragas.

Se bajó las bragas y se quedó completamente desnuda. Después se arrodilló en el borde del sofá, de cara a él, y se curvó de nuevo hacia su tórax para besarle por el otro lado del cuello, rozándole el pecho con las tetas blandas y el vientre embarazado. Vi aparecer los dedos de Diony en la entrepierna de Carmen, escarbándole en el coño con suavidad. Ella le lamía por el cuello y el hombro, aunque iba bajando hacia las tetillas de sus pectorales, arrastrando las tetas al mismo tiempo, volviéndole a meter la mano dentro del pantalón ciclista para sobarle el paquete.

Le entregué la copa llena. En ese momento, Carmen estaba curvada sobre él y le agitaba la punta de la lengua dentro del ombligo, con las tetas aplastadas contra su costado y el vientre apretujado entre los muslos de las piernas.

- Desnúdate, perrito -. Me observó bebiendo mientras me bajaba el pantalón y me quedaba desnudo ante él, con mi pene tieso -. Estás empalmado, maricón. Mira el marica de tu marido, perrita -. Carmen se irguió sacándole la mano del pantalón -. Vuelve a chuparme el pie.

Antes sus atentas miradas, él sentado y reclinado y ella arrodillada a su lado, me dejé caer en el suelo, me curvé a cuatro patas y acerqué la cabeza para lamerle el pie izquierdo con la lengua fuera, por encima de los dedos y el empeine al tenerlo apoyado en el suelo. Carmen se apeó del sofá, se sujetó el vientre con ambas manos y costosamente, logró arrodillarse. Después se colocó a cuatro patas y empezó a lamerle el otro pie, de la misma manera que yo, deslizando la lengua por encima de sus dedos y por todo el empeine.

Diony, reclinado en el sofá, sostenía la copa con una mano y la otra se la había metido por dentro del pantalón para tocarse, observando cómo sus dos perritos le baboseaban los pies, ambos con nuestros culos empinados.

- Muy bien, perritas… - decía en tono jadeante -. Sois mías…

Yo ya tenía la boca seca con mal sabor de tanto tiempo con la lengua fuera deslizándola por aquellas asperezas. Tenía una mano bajo mi cuerpo para masturbarme. Vi que Carmen ascendía con su lengua por su pierna. Le chupó la rodilla, mirándole sumisamente, y después se irguió para tirarle del pantalón. Tuve que incorporarme y ayudarla a sacarle el pantalón por los pies. Ella dio unos pasitos de rodillas hasta meterse entre sus piernas raquíticas y le aplastó los huevos con el vientre embarazado. Después empezó a menear el tórax levemente, cómo queriendo masturbarle los huevos con el vientre.

- Qué bien, perra… - Resoplaba al ver el gusto que suponía rozarle los huevos con el vientre -. Sigue, perrita…

Yo estaba arrodillado detrás de mi mujer. Me pegué a ella, metí las manos bajo sus axilas y le agarré los pechos blandos. Ella cabeceó frotándole los huevos con el vientre. Le comprimí las tetas con fuerza y salió de ambas pequeños chorritos de leche aguada que empaparon la polla. El caldillo blanquinoso resbaló por el tronco hacia los huevos. Entonces Carmen se lanzó mamársela, se la levantó y se la chupó ansiosamente, probando la leche calentita recién salida de sus mamas. Yo seguía tras ella observando cómo subía y bajaba la cabeza. Diony comenzó a explotar de placer, a encogerse enloquecido por la mamada. Le comió los huevos y le lamió por las ingles, luego se irguió machacándosela, golpeándose las tetas amelonadas con el capullo.

- Jodida perra, cómo te gusta… - le decía entre dientes, mirándose a los ojos. Me miró -. Cómete mis huevos, maricón.

Me pasé de rodillas a su lado izquierdo, tras su pierna, y Carmen le soltó la verga sobre el vientre. Entre los dos comenzamos a picotearle los cojones duros, mordisqueándolos con los labios, tirando del pellejo. Después se lo lamíamos con las dos lenguas, baboseándolos. Veía la cabecita de mi mujer entre sus dos muslos. Le comíamos los huevos con mucha ansia. Él se la cascaba muy despacio, mirándonos. Tras dejarle los cojones impregnados de babas, le colocó a mi mujer una mano en la cabeza.

- Métetela, perrita…

Ambos apartamos la cabeza. Yo aguardé arrodillado tras su pierna izquierda. Carmen se levantó entre sus muslos sujetándose el bombo. Después se subió encima de él, cara a cara, asentándose sobre la verga, clavándosela en el chocho jugoso. Se asentó del todo, hasta apretujarle los huevos con el culo. Diony la agarró de las nalgas y empezó a subirle y bajarle el culo para follarla. Sus tetazas blandas bailaban como locas y su vientre abultado sufría ligeros vaivenes, rozando los pectorales del sobrino. Cabalgaba como una loca. Él le abría y le cerraba el culo, hasta que empezó a arrearle palmadas en las nalgas para que se moviera con más energía.

- Muévete, perra, muévete… - apremiaba azotándole el culo, enrojeciéndoselo -. Muévete, gorda…

Carmen trataba de saltar sobre la polla, machacándosela. Yo alcé mi mano izquierda y estuve acariciándole los huevos mientras se follaba a mi mujer. Diony comenzó a jadear secamente con los ojos entrecerrados, inmóvil. Era ella la que meneaba el culo con la polla dentro. Soltó un rugido y Carmen se detuvo sentada sobre sus muslos, con la verga encajada. Yo le tenía la mano en los huevos cuando discurrió leche del chocho, un goterón espeso que resbalón por mi mano. Aguantaron unos segundos para recuperarse de la forzada respiración y luego ella se apeó de su cuerpo hasta sentarse a su lado, frotándose la barriga con las palmas tras los severos meneos del polvo. Yo también me levanté. Me fijé en su verga llena de porciones de semen, algunas transparentes, así como salivazos.

Apuró la copa y volvió a encenderse el porro. Miró a su tía.

- ¿Te ha gustado, perrita?

- Sí, mucho, he sentido mucho.

- ¿Y tú, marica? ¿Te ha gustado?

- Sí.

- Jodido maricón, ¿te la han metido alguna vez?

- No – dije un tanto ruborizado de verles a ambos juntos, mirándome.

Miró hacia su tía.

- ¿Te gusta que tu marido sea una puta maricona?

- Me excita mucho.

- ¿Te gustaría que me follara a tu marido, perrita?

- Sí – contestó mirándome.

- ¿Por qué no me invitáis a vuestra cama?

- Lo que tú quieras, Diony – se precipitó ella.

- ¿Tú qué dices, marica?

- Sí, ven a nuestra cama.

- Tu mujer es mía, no quiero que la toques, ¿entendido, marica?

- Sí.

Se incorporó y se levantó. Sujetándose el bombo, Carmen también se levantó. Nos encontrábamos dos personas adultas y cuarentonas desnudas ante nuestro sobrino, dieciocho años y macarra, con su verga baboseada por nuestras lenguas. Vi que le colgaban babas de los huevos. Me pegó una hostia en el culo.

- Venga, maricón, arreando a la cama…

Y marchamos hacia nuestro nido de amor delante de él, aligerando, contoneando nuestros culitos ante sus ojos. Carmen se sujetaba el vientre con ambas manos, como si le pesara. Se había inmerso en un estado de lujuria estando embarazada de siete meses, algo que incitaba tremendamente a nuestro sobrino.

---------- O ---------

Irrumpimos en nuestra habitación de matrimonio, los tres desnudos. Diony llevaba la copa en la mano y la colilla del porro en los labios. Nos volvimos hacia él. Tenía la polla lacia colgando hacia abajo.

- Sentaos en la cama -. Nos sentamos en el borde de la cama, frente a él, uno junto al otro. Se metió en el baño y le vimos mear, sin agarrársela, salpicando hacia todos lados. Después regresó y se colocó ante nosotros. Le miramos sumisamente. Bebió un sorbo. Aún le goteaba algo de pis de la verga -. Ponédmela dura.

Nos curvamos hacia él. Carmen se encargó de levantársela, aunque se doblegaba hacia los lados. Se la empezamos a lamer con las lenguas, ella por el capullo y yo por el tronco, machacándosela al mismo tiempo, acariciándole los cojones y los muslos raquíticos de las piernas. Probamos el amargo sabor del pis acumulado en el capullo. Yo también le pasaba mi mano por el culo huesudo. Él nos miraba fumando y bebiendo. Poco a poco, le íbamos endureciendo la verga con nuestras lamidas y caricias.

- Muy bien, perras, así…

Carmen se la mamó un poco mientras yo le besaba por el vello. Ya la tenía muy dura y empinada. Carmen apartó la cabeza machacándosela sobre las tetas, mirándole sumisamente. La acarició bajo la barbilla.

- Quieres que te folle, ¿verdad, perrita?

- Sí, Diony – suplicó -, estoy muy calentona.

- Quiero follarme a tu marido – le dijo, dejando que se la siguiera cascando.

- Y a mí – jadeó -, yo también quiero, fóllame, Diony…

- Voy a follarme al marica de tu marido…

- Por favor, Diony, a mí también – le dijo aplastándose la polla contra el vientre, con las dos manos, como desesperada.

- ¿Te han follado el culito alguna vez, perrita?

- No…

- ¿Te gustaría probarlo?

- Haré lo que tú me pidas, Diony.

- Muy bien, perrita, así me gusta. Eres mía. Echaos hacia atrás y levantad las piernas.

Obedecimos. Nos tendimos los dos hacia atrás, uno junto al otro. Carmen elevó las piernas como si fuera a parir, con sus tetas lacias caídas hacia los lados. Le veía su pronunciado y terso vientre. Yo las elevé todo lo que pude, hasta sujetármelas con las manos bajo las rodillas. Mi mujer y yo nos mirábamos a los ojos. Estábamos en disposición de ser follados por el culo.

Diony fue a soltar el vaso y el porro y vino hacia nosotros cascándosela para ponérsela más dura. Se inclinó y me lanzó dos escupitajos en el ano. Después le vi entre mis pies en alto. Percibí cómo pegaba el capullo y cómo presionaba.

- Hijo puta, tienes el culo seco…

Poco a poco me la fue metiendo, dilatando mi ano. Sentía el doloroso avance. Comencé a lanzar bufidos de dolor, arqueando las cejas, aunque sin llegar a emitir ruido. La tenía clavada por la mitad cuando empezó a follarme. Apenas sacaba un centímetro, sólo empujaba para tratar de embutirla. Mi cuerpo se movía con sus empujones y mi forzada respiración se transformó en débiles gemidos. Carmen me miraba. El cabrón me la metía con fuerza. Poco a poco me acostumbré al ensanchamiento y al roce y entonces bajé una de mis manos, manteniendo las piernas en alto, y empecé a masturbarme. Diony se burló.

- Mira cómo le gusta al maricón…

Cada vez me la embutía más. Yo me corrí, me derramé el semen sobre mi barriga, y al ver que me había corrido, me la sacó de golpe. Me palpé el ano con los dedos, me dolía. Sangraba, tenía las yemas manchadas, me había producido algún desgarro por la sequedad. Dio un paso lateral hacia mi mujer. Ella se dispuso separando más las piernas.

- Ahora tú, perrita, tú me gustas más…

Primero le acarició el chocho con el capullo hasta bajar hacia la rajita del culo. Carmen tuvo que aupar un poco más la cadera del colchón para que parte de las nalgas sobresalieran por el borde, con los muslos pegados a la abultada barriga.

- Muy bien, perrita, te voy a dar por el culo como a tu marido…

Yo reposaba del dolor aún tendido hacia atrás, pero ya con las piernas abajo. Le abrió la raja del culo con dos dedos, y le embutió la verga en el ano. Carmen cabeceó chillando como una loca ante la extrema dilatación de su ano tiernito. Y se puso a follarla ferozmente. Carmen gritaba, se sujetaba su vientre para que no sufriera severos vaivenes, aunque a veces bajaba una mano y se daba una pasada al coño. Sus tetas temblaban alocadas en cada empujón.

Se corrió en ella. Rugió como una bestia al llenarle el ano de leche. Vi cómo rebosaba y goteaba en el suelo cuando le extrajo la verga. Diony estaba agotado, apenas podía respirar. Rodeó la cama y se acostó metiéndose por el otro lado. Nosotros nos incorporamos y nos volvimos hacia él.

- Ven acá, perrita, échate aquí conmigo -. Carmen se tumbó sobre su costado, acurrucándose, de espaldas a mí. Le pasó el brazo por los hombros. Vi cómo le salía leche del culo. -. Voy a dormir con tu mujer, maricón. Fuera de aquí, y apaga la puta luz al salir.

Eso hice. Apagué la luz y les dejé acurrucados en el centro de la cama. Cerré la puerta y me senté en el suelo, desnudo y humillado, convertido en homosexual por un incidente morboso, sabía que me quedaban horas en aquella penumbra mientras ellos dormían en la habitación.

---------- O ---------

Me quedé traspuesto sentado en el pasillo y me desperté al amanecer. Abrí despacio la puerta y les vi dormidos, cada uno a un lado de la cama, Carmen arropada con las sábanas y Diony mirando hacia el otro lado. Tenía una pierna flexionada hacia delante. Se le veían los huevos entre los muslos y me fijé en su culo estrecho, blanco y huesudo. Habían dormido juntos toda la noche, como amantes. Contrastaba verla a ella, madura y embarazada, acostada con su sobrino, mucho más joven. Me la empecé a machacar mirándole el culo y los huevos a mi sobrino, con muchas ganas de tocárselo y besárselo. Me había vuelto muy maricón, el muy canalla había conseguido transformarnos, a ella en una buena golfa y a mí en un marica.

Me corrí sobre la mano y luego les cerré la puerta. Me duché, me vestí y bajé a desayunar. Luego ayudé a mis suegros a levantarse. Estaba en la cocina con ellos cuando apareció Carmen, sobre las diez de la mañana, toda desmelenada, ataviada con un faldón de tela tejana y una blusa. Saludó a sus padres con un achuchón y luego me dio un besito en los labios, lanzándome su mirada cómplice.

- Voy a salir, tengo que ir al supermercado.

Me senté a su lado.

- ¿Habéis follado?

- Sí – dijo sin mirarme -. Al despertarnos. Se está duchando.

- ¿No nos estamos pasando, Carmen? En tu estado es peligroso…

- Ese niñato me pone muy caliente, ¿qué quieres que haga? – susurró -. Y encima tú te has vuelto tan maricón…

- Ahora lo que estamos haciendo es culpa mía, ¿no?

- Mira, Curro, no sé qué me pasa, ¿vale? Estamos follando con mi sobrino. Sé que es inmoral y que si alguien se entera, pero sólo me apetece follar con él, ser su perra… -. Se bebió el café y se levantó limpiándose -. Voy al mercado.

Y salió precipitadamente de la cocina. Quería ser su perra.

---------- O ---------

Carmen se fue al pueblo con el coche y yo me escondí cuando vi a Diony merodear por la casa. Me daba una vergüenza terrible cruzarme con él a solas, sin que estuviera Carmen delante. Le evité a toda costa. Vi que besaba a los abuelos, telefoneaba a alguien y después abandonaba la casa. El cabrón me tenía loco y excitado. Carmen quería ser su perra, pero yo también.

Fui al cesto de la ropa sucia y busqué su slip. Los olí, percibí su aroma a macho, el olor de su polla, después me empecé a masturbar con ellos, rodeándome el pene, pasándomelos por el culo, reviviendo la sensación de la penetración anal, hasta evacuar mi semen. Hasta qué punto había llegado.

Carmen llegó a la hora. Se metió en la despensa a colocar los enseres. La seguí y me metí con ella, dejando la puerta entreabierta para vigilar a mis suegros. Me acerqué a ella por detrás y le susurré al oído:

- ¿Te pone caliente?

- Ese mocoso de mi sobrino me tiene encendida.

- Quiero masturbarte.

- Ummmm, sí…

- Bájate las bragas.

Se subió la falda y se metió las manos para quitarse las bragas. Las tiró al suelo. Estaba nerviosa. Se apoyó de espaldas en unas estanterías y se subió la delantera del faldón sosteniéndosela en alto. Se le veía la parte del vientre embarazado y el chocho caliente bajo la curvatura. Me esperaba con ojos viciosos, manteniendo la falda en alto. Saqué del cesto el slip de Diony. Sus ojos se desbordaron. Me acerqué a ella y se los pasé por la nariz. Cerró los ojos para respirar la fragancia.

- Tócame… - me pedía aspirando el olor de la prenda -. Tócame…

Me arrodillé ante ella y empecé a refregarle el calzoncillo por el chocho. La miraba por encima de la curvatura de la barriga y veía su gesto de placer, soltando un aliento profundo por la boca con los ojos entrecerrados, concentrada. Le apretaba el coño con fuerza, llegando a meterle tela dentro, meneándoselo. Ella movía la cadera retorciéndose, con las manos en la barriga para sujetarse la falda. Le metí la mano entre las piernas y le limpié el culo con los calzoncillos. Bajó una mano para tocarse ella mientras le pasaba la prenda por dentro de la raja del culo.

- Ahhh… Para… Para…

No pudo contenerse, se meó en mi mano cuando la sacaba de entre sus piernas. Aún así, se lo siguió meneando con su manita, soltando pequeños salpicones hacia mi cara. Se formó un charquito entre sus zapatos. Ella se apartó dejando caer el faldón.

- Limpia esto. Voy fuera.

Dejó sus bragas tiradas y a mí al cargo de limpiar su meada.

---------- O ---------

Nos pusimos a comer, mis suegros a un lado, Carmen a otro y yo en un extremo. Las perversiones no cesaban. Nada más empezar, apareció Diony con el torso desnudo y su pantalón de ciclista ajustado donde se le notaba todo el paquete. Yo me ocupé de llenarle su plato. Besó a los abuelos y tomó asiento al lado de ella, a su derecha. Se respiraba un ambiente tenso, mi sobrino parecía como cabreado. Se inclinó hacia Carmen para susurrarle al oído.

- Quiero verte el coño mientras como, venga, perra, súbete la falda -. Carmen dejó de comer, nos miró a todos, y bajó las manos corriéndose el faldón vaquero hasta enrollarlo en las ingles, dejando expuesto su chochito bajo la curvatura del vientre. Diony se lo miró, aunque siguió dándole cucharadas a los fideos -. Ahora las putas tetas.

- Pero están ellos – dijo refiriéndose a sus padres.

- Estos no se enteran. Quiero verte las putas tetas.

Empezó a desabrocharse el blusón. Se hallaba sentada ante sus padres, pero eran mayores, estaban temblorosos y no muy bien de la vista, yo sabía que no se iban a percatar de aquella lujuria. Se abrió el blusón hacia los lados dejando sus tetas amelonadas a la vista y su vientre embarazado, con su faldón enrollado en la cintura como un fajín. Mis suegros ni se inmutaban. La base de las tetas rozaba el canto de la mesa.

- Muy bien, perra, ahora hazme una paja mientras termino de comer.

Carmen extendió el brazo izquierdo, le bajó la delantera del pantalón y se la agarró para meneársela mientras comía con la derecha. Yo observaba tenso, aunque empalmado. Diony comía echado hacia delante. Mi mujer le sacudía la verga, paraba, se la volvía sacudir. Sus tetas sufrían ligeros vaivenes por el movimiento constante del brazo. No pudo aguantarse, estaba muy caliente, bajó su manita derecha para acariciarse el coño mientras masturbaba a mi sobrino. Le miraba la polla mientras se tocaba ella misma. Diony se reclinó sobre la silla.

- Llévatelos de aquí – me ordenó.

Me levanté y ayudé a mis suegros a levantarse. Aún no habían terminado, les dije que hacía un poco de frío y les acomodé en la cocina. Les serví el postre y regresé al porche. Mi mujer aún seguía masturbándole a él y masturbándose a sí misma, con la blusa abierta y la falda arrugada en la cintura.

- Vamos ahí, perrita. ¿Me la quieres chupar un poquito?

- Sí – sonrió ella -, estoy muy calentona.

Se levantaron, él con la verga empinada por fuera del pantalón y mi mujer medio desnuda. Diony se sentó en el sofá de mimbre, reclinado y Carmen se sentó a su derecha, pero enseguida se ladeó hacia él y se echó sobre su regazo para mamársela. Se la comía subiendo y bajando la cabeza, deslizando los labios desde el capullo hasta la base, acariciándole los huevos al mismo tiempo. Le vi las tetas aplastadas contra su muslo raquítico y el vientre caído hacia un lado. Diony le sobaba el culo aplanado de manera acariciadora, a veces metiéndole los dedos en la entrepierna para escarbarle en el coño. Era una mamada relajante.

Yo miraba excitado y celoso por no formar parte de aquella lujuria. Diony se concentraba con los ojos cerrados. Estuve yendo y viniendo de la cocina quitando la mesa. Llevaban ya diez minutos de mamada, en la misma postura. A mi mujer el vientre se le caía por fuera del sofá, le colgaba hacia abajo. Diony seguía acariciándole el culo con toda la mano abierta. Me senté en una silla frente a ellos, me bajé la bragueta y me metí la mano para tocarme, viendo cómo mi mujer se la mamaba. Diony me miró.

- Chúpame los pies, maricón.

Sin sacarme la mano de la bragueta, me arrodillé ante él, me senté en mis talones y me curvé para lamerle los pies. Me conformaba con eso, con chuparle sus dedos huesudos y sus asperezas. Saqué la lengua y se los empecé a babosear, pasándosela por encima de sus dedos, pasando de un pie a otro. A veces arrastraba la lengua por el empeine y le lamía el tobillo. Otras veces, Diony levantaba el dedo gordo y yo se lo lamía como si fuera una pollita. Era lo máximo que me ofrecía. Eyaculé en mi mano. Trataba de meterle la punta de la lengua entre sus dedos cuando le oí jadear. Levanté la vista, ya se había corrido, mi mujer se la chupaba sorbiendo de la punta, tragándose los resquicios que aún fluían, con toda la boca manchada, mamándosela como si fuera un biberón.

- Tú sigue, marica.

Continué lamiéndole los pies. Ya notaba una tremenda sequedad en la boca. Vi que mi mujer se levantaba y se dirigía hacia la cocina, bajándose la falda y abrochándose la camisa mientras se alejaba. Y yo como un perrito chupándole los pies a mi sobrino. Unos minutos más tarde, elevé la cabeza y le vi dormido. Tenía el pantalón subido. Me levanté y subí a mi habitación. Carmen se había acostado a la siesta y parecía dormida. Me senté en una mecedora, cobijado en la penumbra, reflexionando acerca de lo que nos estaba pasando, donde poníamos en riesgo hasta su estado.


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