Putitas de mi Sobrino Capítulo 02

heranlu

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-Putitas de mi Sobrino Capítulo 02-

Su perversión resultaba insaciable. A la mañana siguiente, vi cómo la seguía cuando ella se dirigía al baño a ducharse, con la intención de espiarla, pero por suerte Carmen cerró la puerta. El hijo de puta ahora la mimaba más, le hacía caso a lo que ella le decía, se comportaba de manera más sociable y ella inocentemente caía en su trampa. Yo me sentía atrapado sobre todo porque el tío poseía el arma de las grabaciones, un arma que podía utilizar contra mí por consentir aquello. No quería ni pensar en la reacción de Carmen.

Nos pusimos a almorzar como todas las mediodías bajo la sombra de la parra en el porche. Se sentaba al lado de ella para coquetear y lanzarle algún piropo. Carmen vestía un pareo largo, esta vez sin transparencias. Iba bien tapada. Pero ella misma despertó la retorcida mente de mi sobrino.

- ¿Por qué no vas a por la ensalada, Diony?

- Claro, ¿me acompañas, tío Curro?

- Anda, acompáñale – me ordenó ella.

Fui tras él y nos adentramos en la cocina. Había varios cuencos plateados dispuestos en una bandeja, llenos de una ensalada de lechuga. Iba sin camisa, con su torso delgado. Se desabrochó el botón de loa pantalones y se bajó la bragueta.

- Joder, Diony, ¿qué vas a hacer, tío? -. Se sacó la verga y se la empezó a machacar -. Eres un pervertido…

- Me pone que la puta de tu mujer se beba mi leche -. Cogió un cuenco y me lo entregó -. Sujétalo, me voy a correr en la puta lechuga.

Embobado y asustado, sostuve el cuenco con las dos manos y lo acerqué hacia su polla. Él se la sacudía afanosamente, mirando hacia mi mujer a través de las rendijas de la persiana.

- ¿Cómo puedes hablar así de tu tía, Diony? -. Trataba de hacerlo entrar en razón por las buenas -. ¿Con lo que ella ha hecho por ti?

- Me pone cachondo… Ah… Desde que le vi el culo, cada vez que la veo se me pone la polla tiesa… No pasa nada, hostias… Coloca bien el puto cuenco…

Extendí más los brazos hasta dejarlo bajo el capullo. Me había convertido en partícipe de su perversión, y esa actitud era mi desgracia. Pero seguía empeñado en mitigar su incestuosa lujuria. Me daba pánico mosquearle.

- Sé que la has grabado con el móvil, Diony, te he visto, y eso no está bien…

- La he grabado para hacerme pajas, coño, peor sería si las publicara en internet, ¿no?... Y cállate, coño…

Sus palabras sonaron a amenazas. Sin dejar de mirar hacia la persiana, comenzó a verter chorros de leche muy espesa en la lechuga. Un salpicón me cayó en la mano y me revolvió las tripas. Le di vueltas con una cuchara y le serví el cuenco a mi mujer. Volvió a tragarse el semen de su sobrino mezclado con la lechuga.

---------- O ---------

Por suerte, esa siesta Carmen no se fue a tomar el sol a los setos y se acostó a la siesta con la puerta cerrada. A Diony le llamó un amigo y salió de casa. Pude pasar una tarde tranquila, aunque los terribles temores no me abandonaban. Decidí que debía entretenerme y fui al pueblo a echar una partida con los amigos en el casino.

Regresé en torno a las ocho y media de la tarde. Carmen conversaba con su madre en el porche. Vestía de manera adecuada con un pantalón suelto y una camisola. Se notaba que llevaba sostén.

- ¿Y Diony?

- En su alcoba con su amigo Gabi.

Fui hacia el interior de la casa y me dirigí hacia el ala donde mi sobrino tenía su alcoba. Tenían la puerta cerrada y se oía el ruido del monitor. Acerqué la oreja. Oí a mi sobrino.

- Mira el coño que tiene la muy cerda…

- Hija de la gran puta, madura y embarazada – añadió el amigo.

Abrí precipitadamente. Se reproducían las imágenes de mi mujer en el monitor. El muy cabrón se las estaba enseñando a su amigo. Permanecían los dos sentados en unas sillas plegables ante la pantalla. Gabi era bajo y regordete, con la cabeza rapada, camiseta negra con las mangas recortadas y botas militares. Me miraron los dos a la vez sin alterarse mucho.

- ¿Qué hacéis? – les pregunté abochornado.

- ¿Tú qué crees? -. Saltó mi sobrino -. Mirando los encantos de tu mujer. A mi amigo Gabi se le hace la boca agua, ¿verdad, Gabi?

- Está buena, y así embarazada.

- Joder, Diony, qué coño haces enseñando esas grabaciones…

- Sólo queremos hacernos unas pajas, no tiene nada de malo, ¿no? Deberías sentirte orgulloso de tener un pibón maduro tan rico…

- Diony, esto no, hombre… - supliqué.

- Trae unas bragas de tu mujer, anda, hazme ese favor…

- Diony…

- Venga, coño, trae unas putas bragas, no seas marica, hombre, sólo queremos pajearnos mirándola…

Un mocoso dándome órdenes, delante de su amigo. Como un mequetrefe, fui al cesto de la ropa sucia y les llevé dos bragas sucias de Carmen. Y presencié cómo se la cascaban con las vergas rodeadas por las bragas, cómo se las frotaban por los huevos, cómo las olían, cómo se limpiaban el culo con ellas. A veces, Gabi, sacudiéndosela con la prenda, miraba hacia mí.

- ¿Te pone que miren a tu mujer?

- No me pone, pero mi sobrino es un jodido pervertido.

- A mí me excitan los maridos maricones como tú -. Me soltó irguiéndose -. Tu mujer es una pasada -. Se levantó machacándosela -. Me gustaría follármela.

- A mi tío le pone que la miremos – añadió Diony eyaculando sobre el satén de las bragas.

Yo estaba sentado en el reposabrazos de un sofá. Tenía una polla gruesa y corta, arropada por la palma de la mano. Se colocó ante mí, atizándose velozmente, hasta que empezó a salpicarme la cara de gruesos goterones de leche espesa. Tuve que cerrar los ojos y la boca, me cayeron dos en la frente y otro por encima de los labios. Cuando abrí los ojos, se la estaba escurriendo.

- No te pases con mi tío, cabrón - le dijo Diony -. No le hagas caso, tío Curro, éste sí que está enfermo.

- Perdona, hombre, pero los maridos como tú que consienten es que me ponen a cien.

- No pasa nada…

Me saqué un pañuelo del bolsillo y traté de secarme las porciones de semen. Luego me levanté y salí de allí. Acababa de llegar a un punto tan degradante que ya me sentía un auténtico miserable. Me encerré en el baño y lloré de rabia como un angelito. El asunto ya se me había ido de las manos. Tal vez podría amenazarle con ir a la policía por haberla grabado desnuda y amenazarme con publicarlas en internet, pero me daba tanto miedo su reacción y la de Carmen. O también pensaba en armarme de valor y contarle todo a Carmen, decirle que había intentado pararle los pies por las buenas y que se había negado, y que ella tratara de resolverlo. Un chico se había corrido en mi cara. Era algo realmente vejatorio.

---------- O ---------

No me moví del baño en mucho rato, hasta Carmen se preocupó y me dio a la puerta, pero le dije que tenía el estómago flojo. Me eché un colirio para simular mis lágrimas y fui al porche. Sólo estaba Diony liándose un porro. Notó mi cara asustadiza.

- ¿Y Carmen?

- Creo que se ha ido a acostar. Perdona lo de mi amigo, tío, está salvaje, es que tu mujer le nubla la mente a cualquiera.

- ¿Cómo has podido enseñarle esas imágenes de tu tía? ¿Cómo puedes hacernos esto?

- ¿Ya estamos, joder? Me cago en la puta que parió, preocúpate que tu mujer no vaya enseñando el puto culo por ahí…

- Diony, sabes que eso fue sin querer…

- Pero tú bien que disfrutaste mientras yo me hacía una paja viéndole el culo, ¿eh, maricón?

- Lo entiendo, Diony, eres joven y te excitaste. Te dejé, vale, pero ya está, corta ya, no puedes…

- ¿Es malo que me haga una paja mirándole el culo? Imagina que hubiese sido un cabrón y hubiese mandado las fotos a su colegio, para que sus alumnos le vieran el coño, así embarazadita. No pasa nada, hostias, me gusta pajearme mirando a mi tía. Y no me toques más lo huevos, hostias, que no la voy a violar.

Traté de rebajar la tensión de su genio.

- Ten cuidado, Diony, cómo ella se entere, podría hasta denunciarte.

- Esa puta calientapollas no se entera, tú por eso no te preocupes. Y deja que me fume el puto porro tranquilo, joder…

Subí a mi habitación y empecé a desnudarme. Ella salía del baño en ese momento ataviada con un camisón de algodón de color blanco, de tirantes y escote en U. El bombo acortaba la base, dejando un hueco en la parte delantera, dejándola con sus largas piernas a la vista. No tenía transparencias, pero su embarazo acentuaba el erotismo. Vi que se quitaba las bragas y se quedaba desnuda bajo el camisón. Me preguntó cómo estaba y luego nos acostamos. Empezó a tocarme bajo las sábanas.

- Estoy calentona, amorcito, si quieres hacemos manitas…

Nos besamos, pero yo no terminaba de empalmarme, mis temores lo impedían. Tenía la mente en otro sitio, la terrible película se reproducía una y otra vez en mi cabeza.

- Tienes un gatillazo, ¿no? No consigo ponértela durita – bromeó metiéndome la mano por dentro del slip.

- No me encuentro muy bien. Lo siento.

- Bueno, tranquilo, no pasa nada.

Entrecerré los ojos para hacerme el dormido y para que así no insistiera más. Ella se volvió boca arriba. Bajó sus brazos bajo el abultado vientre y con ambas manos empezó a acariciarse el coño. La veía soltar bufidos en la oscuridad. Se estaba masturbando. Se retorcía bajo las sábanas. Necesitaba satisfacerse. La vi encogerse y aguantó inmóvil unos segundos con las dos manos en el coño. Se había corrido. Después se desarropó y se sentó en el borde. Encendió la luz de la lamparita.

- ¿Para qué enciendes la luz? – pregunté bostezando para simular que acababa de despertarme.

- Voy un momento a la cocina, tengo un antojo.

- ¿Qué antojo? – le pregunté elevando el tórax.

- Algo dulce, tú duérmete.

Se levantó y salió de la habitación con aquel camisoncito tan acortado por su bombo, descalza y sin nada debajo. Maldita sea, seguro de que el cerdo de Diony seguía abajo. Solía acostarse tarde. Me levanté y fui tras ella. La veía caminando de espaldas. Los volantes de la base del camisón le tapaban el culo y poco más, le quedaba demasiado corto al estar embarazada. Debía haberla advertido, pero me dio mucha vergüenza que mis celos afloraran.

Diony estaba en la cocina echándose un vaso de zumo cuando ella entró y se sentó en una silla de madera. Como siempre, estaba sin camisa, luciendo sus pectorales blancos y raquíticos.

- ¿Tía Carmen? – se sorprendió al verla con aquel camisón -. Pensé que estabas acostada.

- Antojo de mujer preñada. ¿Me sacas las rosquillas?

Abrió una portezuela del mueble y le tiró encima de la mesa la caja de rosquillas. Mi mujer empezó a comer como una osa, sentada erguida en la silla, con la base del volante en la parte alta de los muslos. Mi sobrino la miraba. Yo mirando desde la escalera hacia el interior de la cocina, cómo se llevaba a efecto el acoso de aquel canalla.

- Sí que tienes hambre.

- Si es que ya estoy muy pesada – añadió ella colocándose las manitas en el vientre, como sujetándose el bombo.

- Déjame tocártela – le soltó con caradura -. A ver si se nota algo.

- Ahora no se nota nada.

- Déjame, súbete el camisón.

Me entró un ardor en la garganta por cómo pudiera reaccionar Carmen. El acoso resultaba demasiado evidente.

- Déjalo, Diony, que no llevo bragas ni nada.

- Venga, tía, no seas cortada, que no pasa nada…

Él mismo se curvó para subirle el camisón. Mi mujer juntó las piernas, en un intento por ocultar su parte más íntima. Se lo levantó por encima de las tetas, dejándole desnuda toda su parte delantera, con el camisón arrugado en el cuello. Los pechos amelonados de aureolas oscuras descansaban sobre la curvatura del vientre, muy separados y lacios. Al tener los muslos pegados, sólo una pequeña parte triangular del vello vaginal se apreciaba bajo la curvatura. Jodido hijo de perra, mi mujer desnuda ante él. Noté el rubor en las mejillas de Carmen. La miraba viciosamente.

- Qué dura la tienes – le dijo pasándole sus manazas por el bombo, como si fuera una bola de cristal gigante -. Tienes la piel muy fina.

Sus dedos pasaron bajo el vientre y llegaron a rozar algunos pelos del coño. Yo desde la escalera viendo cómo le manoseaba el bombo, veía el trocito de coño entre los muslos, y cómo el canto de las manos llegaba a rozar la base de las tetas.

- Da gusto tocarte la barriguita…

- Déjalo ya, si no se nota nada -. Trató de bajarse el camisón, pero los brazos de su sobrino no se lo permitían y dejó que se la sobara unos segundos más, después se dio un tirón hacia abajo tapándose -. Ve voy a la cama -. Dijo levantándose, tirándose de la base del camisón hacia abajo.

- Muy bien, guapetona, dame un besito -. Mi mujer se inclinó y se dieron un pequeño besito en los labios -. Qué bien te sienta estar preñada -. Le dio una palmadita en el culo, por encima de la tela de algodón -. Adiós, guapetona.

- Hasta mañana, hijo.

Cuando la vi dirigirse hacia mí, regresé a mi cuarto y me hice el dormido, tumbado de costado hacia la puerta, con los ojos entrecerrados. La habitación estaba a oscuras. Entró y fue directa hacia el baño. Encendió la luz interior y empujó un poco la puerta para que no entrara claridad en el cuarto. La oía abrir la taza. Escuché el chorrito de pis. Pero tardaba. Me levanté despacio y fui a asomarme. Estaba sentada en la taza. Con la mano izquierda se sujetaba el camisón hacia la mitad de la barriga y con la derecha se masturbaba, se presionaba toda la chocha con la palma, muy despacito, haciendo círculos. Permanecía reclinada sobre la cisterna con las piernas separadas y los ojos cerrados, como imaginando. Su sobrino acababa de sobarla y ella se masturbaba otra vez. ¿Con quién fantaseaba? Y se masturbaba después de que la hubieran tocado. Cerró las piernas para dejar su mano atrapada en el chocho y frunció el ceño con los ojos cerrados. Suspiró. Cuando retiró la mano del coño, le cayó un chorro de un líquido transparente. Se había corrido bien. Volvió a acariciarse.

Volví a la cama y al rato se echó a mi lado, mirando hacia mí, me pasó un brazo por encima y me besó en la espalda. Mi mujer masturbándose después de que la sobara, mi sobrino aprovechándose de su confianza y de mi cobardía. Otra noche sin dormir.

---------- O ---------

Transcurrieron unos días de calma donde Carmen, con su ingenuidad, no dio muchas opciones a que su sobrino pudiera aprovecharse. No había vuelto a ir a tomar el sol ni tampoco se puso ropas que llamaran la atención. Aunque el muy cabrón continuaba mimándola, estrechando esa confianza que ya existía entre los dos. A veces le pedía acariciarle la barriga y ella se dejaba, aunque sólo se elevaba la camiseta lo suficiente como para no mostrar sus partes íntimas. Tampoco yo volví a tener ningún encontronazo con mi sobrino, a pesar de que me trataba despreciativamente, como si yo fuera un cornudo consentido. Incluso Carmen le llamó la atención una vez: no trates así a tu tío, hijo.

Sé que se hacía pajas con las imágenes encerrado en su cuarto y que su amigo Gabi iba mucho por allí para pajearse, pero yo les evitaba, me daba mucho corte. Adopté el papel de inocentón, todo por miedo a mosquear a mi sobrino. El tiempo me servía de aliado, quizás el chico se estaba cansando de aquel morbo en el que sólo miraba y tocaba el vientre.

Pero Carmen, con su falta de pudor, iba a empeorar las cosas. Estuve solo en el cortijo con mis suegros casi todo el día, preparando el huerto. Mi sobrino salió muy temprano y no había venido a comer y Carmen había salido con unas amigas del pueblo para ver una obra de teatro. Regresó tarde, sobre las diez y media de la noche, sin ganas de cenar. Mis suegros ya estaban acostados. Llevaba un vestidito premamá de tela vaquera, media manga, abotonado en la parte delantera y de escote redondeado. Vi que llevaba tacones y medias negras. Me metí en la cocina para terminar de quitar el lavavajillas. Vi que ponía la televisión y se sentaba en el borde de un extremo del sofá. Acercó un puff para tender los pies. Después, atenta a la pantalla, empezó a desabrocharse los botones desde abajo. Al estar sentada y embarazada, se le tensaba mucho la tela y le resultaba incómodo.

Al llegar a la altura del ombligo, dejó de desabrocharse los botones, pero se abrió el vestido hacia los lados y se reclinó hacia el respaldo tendiendo los pies en el puff, con la melena negra a un lado, cayéndole por los hombros. Me quedé perplejo, cómo podía ponerse así. Se le veía la delantera de unas bragas negras de muselina donde se le transparentaba todo el chocho, con los pelillos apretujados contra la gasa, bajo la curvatura de la barriga. Y luego se le veían las bandas de encaje de las medias en la parte alta de los muslos, casi en las ingles. Menuda postura erótica. Apoyó las manos en los altos de su vientre. Me vi tentado a tener que advertirla, pero no me atrevía, no quería que pensara que era un imbécil.

Terminé de quitar y colocar el lavavajillas, limpié toda la encimera y me puse a fregar el suelo cuando oí la puerta del cortijo. Joder, joder, llegaba la bestia. Oí susurros, venía acompañado, a las doce menos cuarto de la noche. Me puse nerviosito perdido, se me vertió el cubo de la fregona y casi resbalo. Apagué la luz. Vi a mi mujer en el sofá, completamente dormida. Tenía la cabeza colgando hacia el hombro derecho con la boca abierta. El vientre subía y bajaba plácidamente, con sus manitas en la parte alta. Y el vestido abierto, con las bragas y el encaje de las medias a la vista.

Iba a despertarla cuando frené de golpe ocultándome. Los dos macarras aparecieron en el salón y se quedaron estupefacto al verla dormida de aquella manera. Gabi no salía de su asombro. Se miraban el uno al otro y se hacían gestos de sorpresa por haberla pillado así. Hablaban en voz baja, pellizcándose sus braguetas.

- Hija de puta – soltó Gabi -. Se le transparenta todo el coño.

- Está buena, la muy perra.

Avanzaron hacia ella y se colocaron los dos a su derecha, Gabi a la altura de su cabeza y Diony a la de su cadera. Al tener la bajada del vientre tan pronunciada, la tira de las bragas tendía a resbalar hacia abajo y algunos pelillos del coño asomaban por arriba. Se le transparentaba a la perfección toda la mancha peluda. Diony fue el primero en bajarse la bragueta, rebuscar dentro y sacarse su verga. Se la empezó a machacar de manera eléctrica, embelesado en el cuerpo. A continuación se la sacó Gabi, meneándosela con más suavidad. El cabrón acercó el capullo a los cabellos que descansaban sobre los hombros y los rozó despacio con todo el glande. Carmen dormía con la misma placidez.

- Qué polvo tiene la puta perra – acezó Gabi, dándose más fuerte.

Dos chavales jóvenes pajeándose ante el cuerpo de mi mujer. Y yo sufriendo como un imbécil en la cocina. Diony flexionó las piernas colocando el capullo unos centímetros por encima de las bragas. Paró, se oprimió la punta con los dedos y al segundo empezó a caer leche en las bragas, pequeñas gotas espesas y blanquinosas que empapaban la gasa. Se daba apretujones intermitentes, como para contener la corrida. Pero un salpicón de pequeñas gotitas le cayó en una pierna, por encima de las medias. Podía ver desde mi posición la mancha blanca en la gasa negra de las bragas. La polla de Gabi soltó un salpicón de leche sobre la melena. El semen cayó como en cascada por sus cabellos ondulados. Unas diminutas salpicaduras le cayeron sobre las copas del vestido. Iban a despertarla. Ante los cuchicheos entre ellos, Carmen se removió levemente, pero sin llegar a despertarse. Ya se habían guardado las pollas. Diony le dio una palmadita en la cara.

- Tía Carmen, tía Carmen, espabila… -. Se removió bostezando y desperezándose. La leche del cabello se había vuelto transparente y la de las bragas había empapado la gasa y había traspasado al vello del chocho. En las medias se notaban los salpicones blancos -. Espabila.

Abrió los ojos.

- ¿Qué quieres? -. Al ver a Gabi, se exaltó, se irguió enseguida bajando los pies del puff y se cerró el vestido para empezar a abrochárselo -. ¡Gabi! No sabía que estabas aquí. Me he quedado dormida. ¿Y Curro?

- Estará acostado.

Se levantó. Podía verle su melena manchada y la salpicadura en las copas del vestido. Se vio las manchas del vestido al abrocharse el último botón, pero se abstuvo de decir nada.

- Bueno, subo, ¿vale?

- Adiós, guapetona, ¿no me das un beso?

- Sí, sí… -. Le estampó un besito en los labios y luego otro a Gabi en la mejilla -. Hasta mañana.

Y se encaminó hacia las escaleras mientras ellos se dirigieron hacia el ala donde dormía Diony. Cabrones, era muy posible que Carmen se diera cuenta cuando notara sus bragas manchadas y las gotas de las medias. Aguardé escondido un buen rato y cuando oí que Gabi se marchaba, subí a mi cuarto.

Al entrar no la vi. Cerré la puerta y, al oírme, salió del baño muy alterada, con la bata de seda blanca abierta y sin nada debajo. Le vi el pelo remojado y se estaba pasando una esponja húmeda por el chocho.

- ¿Dónde estabas, Curro?

- Fui a las cuadras a buscar…

- ¿A estas horas? Estoy de los nervios…

- ¿Qué haces? ¿Qué ha pasado?

Tiró la esponja enojada y se sentó en el borde de la cama con la bata abierta.

- Me he quedado dormida en el sofá y ha llegado mi sobrino con su amigo Gabi. Maldita sea, qué sinvergüenza, creo que se han masturbado mientras dormía y han eyaculado encima de mí. El puto baboso, se va a enterar… -. Me quedé pasmado, sin capacidad de reacción -. ¿No piensas hacer nada?

- Amor, eres muy ingenua, te tomas muchas confianzas con ese cabrón de tu sobrino. Vi cómo te grababa con el móvil cuando tomabas el sol en los setos y cómo se masturbaba.

- ¿Qué? – preguntó con los ojos desorbitados -. ¿Y no hiciste nada? ¿Miraste como un pasmarote?

- Fui a hablar con él, pero me amenazó.

- ¿Qué te amenazó? ¿Con qué?

- Con publicarlo en internet -. Se llevó las manos a la boca, atemorizada -. Pagan por publicar fotos caseras, y más de una mujer embarazada como tú de siete meses.

- No, Curro, es mi sobrino, soy como su madre, él no haría una cosa así…

- Ves y se lo dices, igual tú logras pararle los pies. Me dijo que mandaría las imágenes a todos tus alumnos y conocidos si no dejaba de joderle. Tú no sabes lo que yo estoy pasando, Carmen.

- Joder, joder, ¿y qué hacemos?

- No lo sé, cariño – Le dije sentándome a su lado, cogiéndola de las manos. Era la primera vez que veía su agrio carácter derrumbado por las circunstancias -. Le he amenazado con denunciarle, pero ya le conoces, es un gamberro, pasa de todo. Quizás lo mejor sea presentar una denuncia…

- ¿Y si manda las imágenes, Curro? ¿Y si se las ha pasado a sus amigos? No, no podemos hacer eso. Imagina que aparezco por todos sitios, así, desnuda y embarazada. No, no, no. Me muero si alguien las ve…

- ¿Y qué hacemos, cariño? Está perturbado, completamente perturbado. Está obsesionado contigo, tú no le has oído hablar…

- Hablaré con él, verás cómo le convenzo, pero vamos a estarnos quietos, no quiero ese tipo de escándalo sexual, Curro, imagínate, mi propio sobrino. Mis padres están muy mayores. Hablaré con él…

Nos abrazamos y traté de consolarla. Nos acostamos hablando del tema durante mucho tiempo, evidenciando nuestros temores. Una mujer tan fuerte como ella y se había derrumbado como un castillo de naipes. Al final se quedó dormida acurrucada sobre mi hombro, con la bata puesta, sin nada debajo, de espaldas a la puerta. Me sentí un tanto más tranquilo de que ella fuera consciente de la gravedad de los hechos, sé que mi mujer tenía más valor y estaba mejor capacitada para afrontar aquella terrible deshonra.

---------- O ---------

Me quedé traspuesto al amanecer. La luz de la mañana invadía la estancia abuhardillada. Carmen seguía echada sobre mi regazo, dormida. Yo le tenía una mano sobre los hombros y su carita descansaba en mi hombro. El ruido del pomo de la puerta me alertó. Giré la cabeza y Carmen abrió los ojos.

- ¿Qué pasa? – preguntó en voz baja.

- Es él.

- No.

- Tranquila.

Continuamos sin alterar la postura. La puerta se fue abriendo lentamente hasta que Diony apareció desnudo, con su polla empinada completamente hacia arriba. Me fijé en su cuerpo blanco y raquítico, de piernas largas y finas, sin mucho vello. Vi que se mordía el labio y que avanzaba despacio hacia la cama.

- ¿Qué haces, Diony, por favor? -. Carmen me miraba sin mover un músculo, notando la presencia de aquel pervertido a su espalda.

- Tu mujer me tiene muy cachondo, necesito verle el culo – dijo en voz baja.

- No, Diony, por favor, sal de aquí…

- Súbele la bata, quiero verle el culo.

- Por favor, Diony…

- Venga, coño… Sólo un poquito.

- Se va a despertar, Diony…

- Venga, tío Curro… - susurraba.

Él mismo se curvó y le subió la bata de seda hasta la cintura. La dejó con el culo en pompa, tumbado de lado, con sus nalgas aplanadas y su rajita cerrada, aunque por la posición fetal en la que estaba, seguro que le veía la almejita entre las piernas. Se la empezó a machacar seducido por la visión. Carmen me miraba horrorizada con el ceño fruncido. Yo seguía abrazándola, observando cómo se pajeaba. Los tirones de verga resultaban muy intensos. Acezaba secamente, Carmen podía oírle a su espalda. Le vi agacharse para olerle el culo. Oíamos cómo aspiraba, cómo conducía la nariz del ano al chocho. Le olisqueó el culo durante varios segundos, luego se incorporó agitándosela tan velozmente que no se veía ni la mano.

- Qué culo tiene la puta perra, me vuelve loco…

- Cállate, Diony, y sal de aquí, te lo ruego…

- Ah… Ah.. Ah…

Se encogió sin parar de cascársela y al segundo fluyó leche dispersa salpicándole todo el culo. Carmen sentía cómo la regaba, podía verlo en su mirada. Los goterones le caían en la nalga superior y resbalaban en gruesas hileras hacia la raja del culo y el chocho. Por el espejo de la cómoda, pude ver cómo se le inundaba la raja de blanco. Le puso el culo perdido. Se la acarició un momento, oprimiéndose el capullo.

- Tendrás que limpiarla antes de que se despierte, no he podido controlarme.

- Vete, por favor.

- Quiero follarme a mi tía Carmen.

- Sal, joder.

- Qué puto maricón estás hecho. Me encanta correrme en el culo de tu mujer.

- Diony, vete, se va a despertar…

- Mariconazo.

Dio media vuelta y se alejó hacia la puerta. Vi su culo blanco de nalgas huesudas. Salió y cerró la puerta, entonces Carmen irguió el tórax y se miró el culo. Tenía varias hileras corriéndole por la nalga anegando la raja del culo. Se tocó el coño y luego se miró los dedos, con las yemas impregnadas del líquido viscoso.

- Qué cerdo, mira cómo me ha puesto. ¿Cómo puede estar tan pervertido? Estos jóvenes cada vez están peor de la cabeza -. Me brillaron unas lágrimas en los ojos -. Tú cálmate, ¿vale? Lo solucionaré, hablaré seriamente con él.

- Habría que denunciarle.

- Tampoco es para tanto -. Se acercó los dedos a la nariz y olió el semen -. A su edad, seguro que tú hacías lo mismo.

- ¿Yo? -. Vi que sacaba la lengua y probaba el semen con la punta -. ¿Qué haces?

- Probarlo, nunca me había dado por probar el semen. – sonrió volviéndolo a oler -. ¿No te da morbo?

- ¿Morbo? – me sorprendí -. ¿Estás loca, Carmen?

- No te pongas así, mi sobrino se ha corrido en mi culo y tú sólo has mirado. No me digas que tú a su edad eras un santo -. Se levantó de un salto -. Voy a lavarme.

Me dejó con las cejas arqueadas. La vi de espaldas, con todo el culo manchado. Las hileras se habían vuelto transparentes, aunque dentro de la raja se le notaban porciones blanquinosas. Se había excitado con la escena, cómo podía ser. El embarazo la había vuelto más calentona, ella misma lo reconocía. Entró y cerró tras de sí, aunque dejó una delgada ranura por la que pude asomarme al notar sólo silencio, ni un solo grifo abierto.

Se hallaba sentada en el bidé, reclinada contra la pared de azulejos, con los ojos cerrados. Se masturbaba nerviosamente agitándose el coño con las yemas de la mano derecha como si estuviera lijándoselo. Con la izquierda se sobaba una teta. Le vi los pelos del coño impregnados de pegotes de semen al acariciárselo con tanta rudeza y por su entrepierna le vi goteándole babas blanquinosas desde el culo. Despedía un acezoso aliento y mantenía las piernas muy separadas. No me lo podía creer, masturbándose con el semen de su propio sobrino después de haberse corrido sobre ella.

No supe cómo reaccionar. Retrocedí unos pasos y carraspeé, como para anunciar mi entrada. Empujé la puerta. Continuaba sentada en el bidé, aunque encogida, con las manos sobre los muslos. Me coloqué ante el lavabo para lavarme las manos. Entonces ella se levantó hacia mí. Pude verle de reojo los pelos del coño manchados de pegotes. Se pegó a mi costado y empezó a acariciarme la espalda con una mano y me metió la otra dentro del calzoncillo para menearme mi pene.

- Me he puesto muy caliente, ¿tú no?

- ¿Piensas que me puede excitar ver cómo tu sobrino eyacula sobre ti?

- Es morboso – me sacó la polla por fuera zarandeándomela -. ¿Por qué no me follas un poquito, Curro? Hace mucho tiempo, necesito un desahogo, estás muy mustio y mi sobrino me ha calentado.

- Pero, Carmen…

- Fóllame, coño – me interrumpió enojada -, que tenga yo que suplicarte…

- Pero, entiende…

- Ni se te pone dura, joder…

Continuó meneándome mi pene blando, con su vientre apretujado contra mi costado. Flexionó un poco las piernas y encogió el culo para poder refregar el coño por mi pierna. Cerró los ojos, masturbándose con mi muslo, tocándome mi pene, expulsando el aliento sobre mi cara, seguro que reviviendo la corrida de mi sobrino, seguro que imaginándose que tocaba su polla en vez de la mía. Me frotaba el coño con fuerza, manchándome de semen, hasta que soltó un bufido y fue parando lentamente. Después me soltó y se separó de mí.

- No me puedo creer esto, Carmen, que permitas una cosa así y que encima…

- No seas soso, hombre, anda, salte de una vez que pueda duchar.

Fue realmente vejatorio. Mantuvo la postura. Tuve que salir, hundido en mi amargura. A mi mujer le resultaba morboso que su sobrino se excitara corriéndose encima. Diony iba a por ella, ya arriesgaba demasiado, como si no le importara que le pillara. Lo había dicho con firmeza: quiero follarme a mi tía Carmen.

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Carmen me dijo que tenía que salir a hacer la compra. Estaba indignada, no sé si por mi sobrino o por mí, por no compartir con ella esa morbosidad, no la noté tan preocupada como yo ante la perversión de Diony. Era una persona más valiente, con huevos para afrontar los problemas. Mi sobrino no había dado señales de vida, pensábamos que había salido o se encontraba en su alcoba. Tenía la bata de seda blanca abrochada, y debajo sólo llevaba las braguitas y unas medias negras, ya con los tacones puestos, sólo le hacía falta meterse el vestido.

Me dejó limpiando la cocina y se dirigió al lavabo para cambiarse. Cerró la puerta. A los cinco minutos apareció Diony, con una toalla a modo de minifalda liada a la cintura.

- ¿Dónde está mi tía?

- En el lavabo, tiene que salir.

Se dio la vuelta y fue hacia el lavabo. Yo le seguí, tembloroso, aunque me detuve a mitad de camino. Irrumpió precipitadamente y la pilló meando. Estaba sentada en la taza, sin la bata, con las tetas al aire y las bragas bajadas por las rodillas, con las medias puestas. Al verle, se ruborizó y se echó hacia delante para taparse el coño con el bombo, cruzando los brazos sobre los pechos.

- ¡Hijo! Espera, estoy meando, termino enseguida.

- Mea, sólo quiero lavarme las manos.

Se puso a lavarse las manos, aunque la miraba descaradamente, cómo tenía asentado el culo en la taza, sus bragas bajadas, sus medias, con los encajes en las ingles, y con los tacones. La postura y las prendas le daban un aspecto de prostituta. La noté muy incómoda, miraba a su sobrino de reojo. Diony se secó las manos y dio unos pasos hasta pararse ante ella, con la cabeza de Carmen a la altura de la toalla. La sujetó por la barbilla con la palma de la mano y le acarició la melena negra y ondulada.

- ¿Cómo está mi tía preferida?

- Bi… Bien… -. Contestó con una sonrisa temblorosa.

- ¿Y la barriguita?

- Cada vez me levanto más pesada.

Noté que a pesar de su fortaleza, se sentía intimidada por su presencia. Continuaba echada hacia delante, con el bombo sobre los muslos, para taparse su parte más íntima, aunque por detrás sobresalía la raja del culo por encima del borde de la taza.

- Cómo me gusta tocarte la barriguita -. Se acuclilló ante ella -. Échate hacia atrás, deja que te la toque…

- Me tengo que ir, Diony.

- Mientras meas, venga, déjame, guapetona…

- Bueno, un poquito sólo, ¿vale?

Amedrentada, se irguió apoyando la espalda en la cisterna, con las palmas de las manos sirviendo de sostén para las tetas. Mantuvo los muslos pegados, aunque parte del chocho le sobresalía bajo el vientre. Diony alzó las manos y se puso a sobarle el vientre embarazado. Yo observando desde fuera,

- Ummmm, qué suavecito y durito -. Acercó la cara y le estampó unos besitos en distintos puntos -. Qué sexy estáis las tías embarazadas, y con lo guapetona que tú eres…

- Tampoco es para tanto…

- Ummmm, que gusto tocarte la barriguita – le decía deslizando sus manos abiertas, con las yemas de los dedos a veces rozando los pelos del coño -. ¿Y las tetas? Ya las tienes muy gordas. Deja que te vea las tetas -. Él mismo le retiró las manos de los pechos, dejándolas expuestas ante sus ojos -. Las tienes muy gordas, qué ricas. ¿Ya te sale leche?

- ¿Eh?... Pues… No sé… Un poco sí… - dijo abochornada, le tenía acuclillado ante sus rodillas, medio desnuda, sobándola mientras yo miraba.

- A ver, déjame… -. Le cogió una teta con las dos manos y le comprimió la zona del pezón. Vi cómo Carmen fruncía el entrecejo. Brotaron unas gotitas de leche aguada -. ¿Me dejas probarla?

- Ay, Diony, no seas tonto…

Pero le pasó la lengua al pezón, luego volvió a comprimirle la teta y esta vez le chupó la teta, sorbiendo como si fuera un biberón, bebiéndose la leche que brotaba. Ella permitía que le mamara la teta. Apartó la cara y le vi el pezón baboseado. Unas gotitas le cayeron sobre el vientre y se deslizaron por la curvatura. Empezó a acariciarle los muslos de las piernas y bajó la cabeza para olerle las bragas.

- Ummmm, qué bien huelen tus braguitas. Qué piel tan suave. Me encanta tocarte – decía acariciándole los muslos, conduciendo una palma por la parte externa hacia la nalga asentada en la taza -. Estás tan buena que me pones muy cachondo.

- Pero, Diony, no seas tonto, cómo te voy a poner cachondo, soy tu tía, anda, déjame, que me tengo que ir…

Se levantó de repente.

- ¿Por qué no meas? Deja que vea cómo meas…

- Pero, Diony, vaya cosa, verme mear… Anda, vete ya, no seas tonto…

- Venga, mea, tía Carmen… Separa las piernas… Deja que te vea… Nunca he visto cómo mea una tía embarazada.

Vi cómo Carmen separaba las piernas, tensaba las bragas y mostraba todo su chocho. Descaradamente, Diony se pasó la mano por la toalla. Le salió un débil chorrito de pis que se le cortó enseguida.

- ¿Satisfecho, guapo? – le preguntó ella tratando de ser natural -. ¿Puedes salir para vestirme?

- Me encanta verte el coño. Deja que me haga una paja mirándote, ¿vale? Estoy muy caliente.

- ¿Qué te deje hacerte una paja mirándome? – le dijo con cierta sonrisa de sorpresa -. ¿Qué dices, Diony?

- No puedo -. Se deslió la toalla y la dejó caer al suelo. Tenía la verga empinada y se la sujetó enseguida para machacársela ante la cara perpleja de mi mujer -. Sólo un poquito, tía, así… Estás muy buena y muy sexy embarazada… -. Jadeaba cascándosela despacio -. Ummmm, qué gusto mirarte…

- Diony… - murmuró erguida sobre la taza, expuesta a la polla, con las piernas separadas, mirándole sumisamente.

- Calla, deja que te mire… Ummmm, qué coño más rico tienes, tía Carmen… Tócate, tócate un poquito…

Alzó su manita derecha y la plantó encima del coño frotándoselo muy despacito. Él se la machacaba ante su cara, diminutas gotitas saltaban sobre su rostro. Entonces entré, me sujeté al pomo de la puerta mirando hacia ellos. Carmen giró la cabeza hacia mí, pero recibió una pequeña bofetada que le volvió la cara hacia él.

- Mírame, puta… Así, no pares de tocarte… -. Ella obedecía obsequiándole con su mirada sumisa y sus pequeñas caricias en el coño. Diony me miró -. Acércate, ven con nosotros… -. Di unos pasos hacia ellos y me detuve a la derecha de mi sobrino -. ¿Quieres machacármela, maricón? ¿Eh? -. Se la soltó -. Vamos, agárrame la polla…

Como sus esclavos, yo empecé a masturbarle meneándole la verga larga, encañonando a mi mujer, que no paraba de frotarse el coño, con la mirada sumisa dirigida a su sobrino. Él apretaba los dientes.

- Más deprisa, coño…

Aceleré velozmente y unos segundos más tarde comenzó a salpicar leche sobre el vientre de Carmen. La leche empezó a resbalarle hacia todos lados como si fueran las patas de una araña, inundándole el ombligo y llegando a los pelos del coño. Resopló aliviado mientras yo disminuía los tirones, hasta que se la solté. Yo también me había manchado la mano. Las hileras viscosas le corrían por el vientre. Aún tenía la mano en el coño, aunque quieta. Diony la acarició bajo la barbilla.

- ¿Estás bien?

- Sí.

- Qué morboso, ¿verdad? Estás tan rica que no he podido controlarme. No pasa nada, sólo es una paja -. Se curvó hacia ella -. Dame un besito.

Le correspondió con un besito, luego recogió la toalla y salió desnudo del cuarto de baño. Carmen permaneció sentada en la taza. Se miró la barriga, las hileras viscosas de semen, y después me miró.

- Es joven, Curro, se cansará de esto. No podemos arriesgarnos a que publique esas imágenes, piensa en todo lo que podría pasar. Es un pervertido, ya lo sé, pero se le pasará -. Me quedé de piedra, me había obligado a masturbarle para que eyaculara encima de ella, y trataba de quitarle maldad al acto. Quizás sentía el mismo pánico que yo y lo hacía para protegerme -. Salte, voy a ver si me visto y termino de arreglarme. Tú no te alteres, ¿vale? Ya sabes cómo son los jóvenes de hoy en día con tanto internet.

Retrocedí hasta salir del lavabo, enmudecido por el comportamiento de mi esposa, y empujé un poco la puerta, aunque me quedé plantado ante la ranura que había dejado. Seguía sentada en la taza, mirándose el vientre. Alzó sus manitas y empezó a sobárselo, esparciendo el semen por el bombo, impregnándose la piel, embadurnándose también las tetas, como si el semen fuera una crema. Me entró un sudor frío, el hijo de puta la había calentado. Estaba cachonda como una perra. Se chupó las tetas subiéndoselas hacia la boca, lamiendo el semen embadurnado en los pezones. La puta golfa. Luego bajó las manos y se empezó a acariciar el coño. Cerró los ojos, viendo cómo se introducía dos dedos. Soltaba bufidos sin abrir los ojos, hasta que la vi cerrar las piernas con las manos atrapadas y encogiendo todo el cuerpo. La hija de puta se había masturbado. Separó las piernas. Fluyó un líquido transparente entre sus dedos que empezó a gotear dentro de la taza. No sé si se estaba meando o corriéndose intensamente, pero mantuvo las caricias sobre su coño.

Subí a mi habitación anonadado. Las técnicas morbosas de mi sobrino habían surtido efecto a pesar del tono amenazante. Igual había sido una sensación irreprimible al ver cómo yo le masturbaba a él. No sabía qué hacer. La confusión me mataba. Igual estaba muy necesitada, desde que se quedó preñada, nuestras relaciones se habían reducido al mínimo y cuando a ella le apetecía, yo la rechazaba. Me esforzaba en entenderla, pero me resultaba tan inmoral.


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