Putitas de mi Sobrino Capítulo 01

heranlu

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-Putitas de mi Sobrino Capítulo 01-

Me llamo Curro y voy a contar lo que me pasó por culpa de mi personalidad apocada, cómo mi matrimonio se disolvió de la manera más insospechada y en qué nos convertimos tras aquellas perversiones con mi sobrino Diony. Carmen y yo llevábamos casados diez años y por fin había logrado quedarse embarazada. Íbamos a tener un hijo. No dejaba de ser un embarazo de riesgo, porque ya había cumplido los cuarenta y dos años, como yo, pero ya estaba de siete meses y todo marchaba fenomenal. Éramos profesores de primaria en un centro de Madrid. Ella llevaba las riendas de la casa, era una mujer dominante, mandona, incluso a veces bastante impertinente, y mi carácter era todo lo contrario, tímido, serio, llegando a ser cortante por esa abultada timidez. A veces me echaba broncas escandalosas y una vez incluso llegó a pegarme una bofetada.

Era una señorona, una vaga, yo tenía que ocuparme de las labores del hogar en mis ratos libres y también de la comida, mientras ella salía con sus amigas o se tiraba horas en el gimnasio. No me atrevía a contrariarla, yo era lo que se conoce como un pelele, debo reconocerlo. Ella administraba el dinero y afrontaba los problemas domésticos. No teníamos escasez económica con nuestros sueldos, vivíamos en Madrid y nuestra relación, salvo esos típicos altibajos por su amargo carácter, funcionaba dentro de la normalidad. Hacíamos el amor cuando a ella le apetecía, elegía la ropa que debía comprarme, todo lo organizaba ella. Era una sargenta. A pesar de su fuerte carácter, yo la amaba, era la única mujer con la que había estado. Nos éramos fieles, salíamos en pandilla, de vacaciones, nuestras vidas eran corrientes, como cualquier otro matrimonio sin hijos, cada uno con sus defectos, pero corrientes. Pero un hecho se me fue de las manos.

Todos los veranos nos íbamos al cortijo de sus padres. Ya eran personas mayores, ambos rozaban los ochenta años y tenían los achaque propios de la edad. Yo allí me relajaba, respiraba aire puro, me alejaba del mundanal ruido de la gran ciudad. Tenía mi propio huerto con varios cultivos, solía ir de pesca cada mañana, montaba en bici cada día y por las tardes me iba al casino del pueblo a echar la partida con los lugareños. Volvíamos como nuevos. Tanto Carmen como yo desconectábamos del stress diario, vivir en el campo nos llenaba de vida.

Para el embarazo, ya estaba en el séptimo mes, nuestros dos meses de descanso en el cortijo iban a venirle fenomenal. Ella seguía tan holgazana como siempre, se dedicaba a tomar el sol en el patio y a tomar café con las amigas del pueblo, como una señorita. No hacía ni las malas, si acaso a veces se ocupaba de cuidar a sus padres y como mucho quitaba la mesa después de comer. Poco más. Yo tenía que limpiar y barrer todo el cortijo, hacer las camas y organizar la comida. Un día que se me quemaron las tortillas, me lío la de San Quintín.

- ¡Eres un perro malo! ¡No vales para nada!

Sólo le faltó pegarme. Pero yo aguantaba sus broncas como un pelele, no tenía agallas para enfrentarme a su fuerte carácter. En realidad, me sentía protegido por ella.

Con mis suegros vivía mi sobrino Diony, sobrino carnal de Carmen, hijo de su hermana Manola, fallecida por una larga enfermedad cuando el chico sólo tenía dos años. Su padre vivía en Francia y si acaso le veía una vez al año. Diony tenía dieciocho recién cumplidos y era un macarra, un chico rebelde e indomable. Mis suegros no podían con él. Faltaba a las clases del instituto, fumaba porros, vestía como un heavy y tenía malas influencias, sus amistades no eran de nuestro agrado, sobre todo su amigo Ramiro, del que se hablaba que traficaba con drogas en el pueblo, pequeños menudeos, y que regentaba un club de putas muy cutre.

Carmen le mimaba mucho por ser su único sobrino, creía en el deber de mirar por él al morir su hermana en aquella fatídica enfermedad. Trataba de aconsejarle por las buenas, a veces tenían brocas, le faltaba el respecto a mi mujer, pero por no tenerlas, Carmen se achicaba y le dejaba a su aire. Sé que le pedía dinero y que mi mujer se lo daba. Alguna vez lo discutí con ella, pero simplemente me mandó al carajo, me dijo que no era asunto mío.

Pero aquel verano del embarazo se produjo una situación morbosa con mi sobrino que no supe manejar con responsabilidad, todo fruto de mi carácter retraído, una situación que cambiaría nuestras vidas para siempre. Diony había asistido a las broncas que me echaba mi mujer, por lo tanto sabía que yo era un puto pelele. Una vez me dijo:

- Los huevos que tiene mi tía, ¿eh, tío Curro? Te acojonas como una puta rata.

Yo le sonreía como un estúpido. Aquel verano, ya llevábamos unos días instalados en el cortijo. Mi suegro estaba un poco pachucho, con una máquina de oxígeno para respirar las veinticuatro horas, y mi suegra sufría artrosis y se pasaba gran parte del día sentada.

Un mediodía de muchísimo calor, Carmen y yo nos dimos un chapuzón en una pequeña alberca de la finca. Luego nos duchamos y nos pusimos a comer fuera, en el porche decorado con parras de uva. Mi suegro en un extremo de la mesa, mi suegra en el otro, a un lado mi mujer y al otro mi sobrino y yo. Comimos un cocido espectacular. Carmen era una mujer muy jaquetona, muy esbelta y airosa. Era muy alta, me superaba bastante en altura, con piernas muy largas, tenía el culo ancho y de nalgas más bien aplanadas, pechos amelonados, blandos y lacios, facciones muy pronunciadas, sobre todo los labios y la nariz, y tenía una larga melena negra muy ondulada. Su rostro imponía ese carácter firme. Le gustaba maquillarse con tonos fuertes y dejarse las uñas largas, casi siempre pintadas de un rojo chillón. Usaba ropa cara y elegante, para ser una mujer madurita, cuarentona, no estaba nada mal.

Tras el cocido, nos pusimos a comer las deliciosas natillas caseras que había preparado mi suegra. Eran mi perdición. Me acercaba la fuente y no paraba de dar cucharadas. Como nos habíamos dado un chapuzón, Carmen se había puesto una túnica playera de algodón, blanca y cortita, con bordados y perlas en el delantero y los puños, así como aberturas laterales y un amplio escote a pico que dejaba a la vista la ranura de sus pechos. No llevaba sostén y sus pechos amelonados se balanceaban bajo la tela, incluso llegaba a apreciarse las manchas oscuras de sus aureolas y la forma de sus pezones. Para colmo, su barriga embarazada tensaba más la túnica, incluso se transparentaba su ancho ombligo. Estaba sexy embarazada con aquel vestido tan cortito y semitransparente. Me fijé en cómo mi sobrino le miraba las tetas sin que ella se percatara. Sé que la miraba muchas veces, pero bueno, esas miradas de adolescente entraban dentro de lo normal. No quise advertirla, pero me fastidiaba que fuese tan ingenua y no se percatara. Era tan poco pudorosa.

Fue la primera en terminar de comer. Se fumó un cigarro reclinada sobre la silla, hablando con su padre. Se le transparentaban sus tetas en reposo. Diony no paraba de levantar la mirada hacia su escote. Encima, el bombo acortaba más la túnica y la dejaba con sus largas piernas al descubierto. Deslió un papelillo y se puso a hacerse un porro. Estaba en vaqueros, sin camiseta. Era un chico delgado con tatuajes repartidos por el torso. Tenía la piel como rosada, con una hilera de pelillos desde el pecho hasta el ombligo.

- Cómo puedes fumarte eso ahora, Diony, de verdad, no puedo contigo – le recriminó ella.

- Y a ti qué te importa lo que yo fume, ¿te digo yo algo? Mira tú, preñada y fumando…

- Ten más respeto a tu tía – le regañé.

- Y tú cállate, nadie te ha dado vela en este entierro – me soltó.

- Eres un caso perdido, Diony, de verdad, me tienes preocupada. Yo me fumo un pitillo al día para matar el mono, nada más. -. Diony se encendió el porro y se reclinó en la silla -. Mira, chico, tú mismo, haz lo que te venga en gana. Voy a recoger esto.

Carmen estrujó el cigarrillo en el cenicero y se levantó precipitadamente. Se puso a amontonar los platos para acarrearlos a la cocina. Yo no paraba de comer natillas. Cuando cogió la pila de platos y dio media vuelta para dirigirse al interior del cortijo, casi me atraganto. De estar tanto tiempo sentada, la parte de atrás de la túnica la tenía doblada hacia dentro y la dejaba con el culo al aire. ¡No llevaba bragas!. Tenía la tela remetida por dentro. Vi cómo la miraba Diony, cómo bajaba la mano bajo la mesa para tocarse. Se le veía todo el culo ancho, de nalgas blancas por las marcas de la ropa interior, con una raja muy larga y cerrada. Se fue alejando poco a poco sin que la faldilla se le bajara, meneando su culito plano ante los ojos del joven.

No me atreví a advertirla, me puse nervioso y simulé que no me había dado cuenta. Por suerte, desapareció en la casa, pero Diony se levantó precipitadamente para seguirla.

- ¿Dónde vas? – le pregunté.

- Al baño, ahora vengo.

Y salió tras ella. Jodido cabrón, iba a verle el culo. Vi que sacaba el móvil del bolsillo. No se me ocurrió en ese momento que pudiera grabarla. No tuve cojones ni para pararle los pies ni para advertir a mi mujer que llevaba la falda mal puesta. Igual la túnica se le había bajado sola con las zancadas o ella misma se había dado cuenta. Mi suegro se levantó y se echó en una mecedora para dar una cabezada y mi suegra se mantuvo en su asiento también cabeceando de sueño. Eran instantes de tensión.

Angustiado, me levanté para ver si podía detenerle. Pero que va, cuando irrumpí en el salón le vi entrar en la cocina y me dio mucha vergüenza ir tras él. Carmen se hallaba de pie ante la encimera seleccionando los platos sucios y aún llevaba la túnica doblada por detrás con el culo al aire, aquel culazo de nalgas blancas y planas. Diony se colocó tras ella y ladeó la cabeza para verle más de cerca el culo.

- ¿Te ayudo? – le preguntó embelesado, sin que ella supiera que la miraba.

- No, déjalo, ahora meto todo en el lavavajillas.

El chico la estaba grabado con el móvil, tenía el aparato disimuladamente en la palma. Retrocedió hasta sentarse en una banqueta tras una mesa de madera. Abrió una revista y simuló que la hojeaba. Carmen se movía de un lado a otro de la encimera exhibiendo su enorme culazo. Al llevar zuecos, las nalgas le vibraban ligeramente y le otorgaban un sensual contoneo.

Vi que Diony hojeaba la revista muy despacio con la mano izquierda. Estaba frente a ella, embelesado con su culo. Yo sentía frío por los nervios y la rabia, por mi enorme cobardía. Colocó el móvil estratégicamente para grabar la escena. Bajó la mano derecha y se metió la mano por la bragueta. Se sacó la polla, una polla fina y larga, de piel muy blanca y un glande rojizo, también sus huevos, muy redondos y duros. Seducido por el culo de mi mujer, se la empezó a cascar despacio bajo la mesa, acelerando y disminuyendo los tirones.

Contemplaba cómo mi sobrino se hacía una paja mirándole el culo a mi mujer. Desbordaba placer por su mirada, se mordía el labio, bufaba en silencio sin dejar de cascársela bajo la mesa. Maldito cabrón, en vez de avisarla se pajeaba. Para colmo, Carmen se puso a meter los platos en el lavavajillas y tenía que curvarse para colocarlos en las bandejas. Ponía el culo en pompa hacia él, se le abría la raja y se le distinguía el ano, un ano grisáceo muy arrugado, también la raja del coño entre las piernas, rodeada de algunos pelillos. Diony se daba más fuerte cada vez que ponía el culo en pompa, cada vez que exponía su ano y su chocho. Estaba disfrutando el muy sinvergüenza.

Cuando terminó de meter todos los platos, continuó de espaldas, ante la encimera, enjuagando los cubiertos bajo el grifo, ya con el culo cerrado. La dichosa tela no se le bajaba. Vi cómo la polla de Diony salpicaba leche bajo la mesa, gruesos goterones que caían en las baldosas azules. Se la escurrió bien comprimiendo el capullo, luego se la guardó y se levantó. Me retiré en ese momento, regresé a la mesa del porche, donde mis suegros permanecían adormilados.

Me senté en mi sitio y encendí un cigarro para disimular. Yo apenas fumaba, pero estaba nervioso. Me sentía muy cobarde por no avisarla del incidente, maldije mi extrema cortedad. Le vi venir, me fijé en el bulto de su pantalón, se le notaba la verga hinchada y una mancha redonda al lado de la bragueta. Volvió a sentarse a mi lado y se encendió de nuevo el porro que había dejado a medias. Sudaba, el cabrón había tenido un buen calentón gracias a mi mujer.

Carmen apareció de nuevo. Vino hacia la mesa con un paño y se inclinó para limpiar las migas. Por el escote se le veían sus tetas blandas y amelonadas chocando una junto a la otra con los movimientos del brazo. Diony le daba caladas al porro mirándoselas.

- No sé cómo puedes fumar una cosa así, Diony, cómo huele…

- ¿Lo quieres probar?

- Qué gracioso -. Le dio un empujoncito a su padre -. Papá, despierta, te voy a afeitar.

Sacudió el trapo y dio media vuelta para regresar a la casa. Todavía llevaba el culo al aire. Vi cómo mi sobrino babeaba siguiéndola con la mirada. Cuando se metió en la casa, nos miramos. Me tembló la boca y como un tonto sonreí.

- Vaya descuido – dije.

- Se le ve todo el puto culo, ¿eh?

- Sí…

- Tiene un culazo, planito, joder, me ha puesto cachondo… Nunca he visto un culo de una mujer madura.

- Anda, no seas babosón, que es tu tía.

- ¿Y qué? Es que tiene un culo que joder…

- Oye, chaval – le dije con las mejillas sonrojadas -. Que estamos hablando de mi mujer…

- ¿Y qué? Ese culo me ha empalmado. ¿Qué quieres que haga?

- Contenerte, coño, Diony -. Me puse un poco más serio, aunque enseguida recordé que la había grabado con el móvil y que debía tratarlo con cierto tacto. El chico tenía mala uva -. Entiendo que los jóvenes estáis todos salidos, pero hombre, no te aproveches, joder. Es tu tía – le repetí.

- No lo puedo remediar, tío Curro – me confesó casi suplicándome, pasándose la palma por encima del bulto -. Tengo la polla que me va a reventar viéndole el culo a tu mujer. Está tan buena, la cabrona. Ufff… Y así, embarazadita… Ummmm…

Traté de hacerlo entrar en razón, me tenía de los nervios, pero no tenía agallas para dar un golpe en la mesa. Tenía material de mi mujer en el móvil y si le mosqueaba, conociendo lo macarra que era, podía publicar videos y fotos en internet o enseñarla por ahí.

- Joder, Diony, no me lo puedo creer que estés hablando así de tu tía… Y lo peor de todo, macho, delante mí. Que aparte de tu tía, es mi mujer.

- Pero tiene un culo que está para comérselo a bocados.

- Diony, hombre.

Carmen apareció de nuevo con un neceser. El bombo acortaba tanto la túnica que llevaba la base en la parte alta de los muslos. Cómo se le balanceaban las tetas bajo la tela de algodón. Cómo se le transparentaba el ombligo en la curvatura del bombo, incluso podía apreciarse, levemente, la sombra del coño. Lamenté su falta de pudor. Cómo podía ir sin bragas ni sostén en aquel estado. Sé que le gustaba estar cómoda en casa, pero se pasaba tres pueblos y más en presencia de un joven salido como Diony.

- Venga, papá.

Fue hacia la mecedora de su padre, de espaldas a nosotros, aún con la falda subida. Soltó el neceser encima de la mesa y sacó la espuma de afeitar y una cuchilla. Estaba al lado de mi sobrino, tenía el culo de mi mujer a escasamente medio metro y al ser tan alta, casi a la altura de su cara. Empezó a tocarse bajo la mesa. Me miró mordiéndose los labios, expresándome el morbo que sentía. Yo solté una sonrisa seca, como diciéndole que era un caso perdido, y enseguida ladeó la cabeza hacia ella. Vi que se sacaba la verga y se la empezaba a machacar otra vez. Era bien larga y afilada. Se daba velozmente con destreza. Llegaban a oírse los tirones.

Mi mujer se inclinaba para afeitar a mi suegro y se inclinaba ligeramente. El culo se le abría, se le apreciaba el ano grisáceo y tierno, con los pelillos del coño y parte de la vulva viéndosele entre las piernas. Y todo a medio metro de los ojos de mi sobrino. Y yo mirando cómo se masturbaba. A veces me miraba mordiéndose los labios, pero enseguida se volvía hacia el culo. Sudaba, el sudor le resbalaba por los tatuajes del pecho. Y mi mujer meneándole el culo casi en la cara. Yo estaba enrabietado, indignado, pero sin huevos para frenar aquella embarazosa situación. Paró en seco y la verga derramó leche hacia los lados. Se la guardó enseguida. Carmen estuvo, sin darse cuenta, exhibiendo el culo un rato más, luego se metió en casa.

- Me cago en la hostia, qué paja me he hecho viéndole el culo a tu mujer. Ummmm, qué suerte, cuánto he sentido, mejor que una peli porno… Hija puta…

- ¿No te da vergüenza, Diony? Joder, tío, esto es indignante… - le solté enojado, muerto de rabia.

- No le digas nada, tío, cualquiera se contenía viendo ese pedazo de culo. ¿Se lo has follado alguna vez?

- No te permito que hables así de tu tía, Diony, coño, me vas a cabrear y no quiero jaleos -. Me levanté con evidentes síntomas de indignación -. Ya vale, ¿de acuerdo? Dejemos esto así, punto y final, ¿ok?

Sólo asintió. El muy cabrón aún acezaba de las dos pajas seguidas que se había hecho. Fui hacia el interior de la casa y la vi saliendo de la despensa.

- Friega la cocina, deja todo listo – me ordenó -. Yo voy a echarme un rato a la siesta.

Cuando la vi dirigiéndose hacia la escalera, la falda de la túnica se le había bajado. Respiré más tranquilo, aunque estaba abochornado, cabreado conmigo mismo. Tuve que limpiar los goterones de semen que había bajo la mesa. Limpiando la leche de un jovenzuelo macarra que se había masturbado mirando a mi mujer. ¿Cómo afrontar una situación así? Me puse a fregar la cocina, pero la verga de mi sobrino se reproducía en mi mente. Qué rabia. Qué celos. El puto cabrón se había aprovechado bien.

Confiaba en que todo quedara en un incidente aislado. Sabía que había cometido una torpeza al permitirle aquella grosería y si Carmen se enteraba de lo que había consentido, me mandaría a tomar por culo. Me entró pánico, mucho miedo escénico. Recé para que todo se olvidara, yo desde luego estaba dispuesto a no referirme más al tema con mi sobrino. Pero le escuché hablar por teléfono con uno de sus amigos, Gabi, y me acojoné por contárselo a un extraño y por cómo hablaron de mi mujer.

- Joder, tío, que sí, que le he visto el culo a mi tía, al natural, hasta la he grabado con el móvil… No, no, ella no se ha dado ni puta cuenta, llevaba el vestido doblado por detrás y no llevaba bragas, mi tío sí… Ése no dice nada, es medio maricón… Tiene un coño, la muy puta… Así, madurita, y embarazada, tío, da más morbo… Qué culazo, tío, cómo me gustaría follarme a esa puta… La puta cerda me tiene la polla empalmada desde esta tarde… Sí, sí, te las enseñaré…

Me temblaron las piernas, me había llamado medio maricón. Hablaba de su tía como si fuera una cualquiera, lo compartía con su amigo y estaba seguro que terminaría enseñándole las imágenes del móvil. Mi mujer mostrando el culo en el móvil de un joven salido como mi sobrino, unas imágenes que podían caer en las manos de un canalla como Ramiro, el chulo de putas.

Pensé en robarle el móvil, pero no sabía cómo hacerlo, siempre lo llevaba consigo. Después de cenar, Carmen se ocupó de acostar a sus padres. Yo hice tiempo hasta que mi sobrino se fue a la cama. Merodeaba por el porche del cortijo con la intención de quitarle el móvil y borrarle la grabación de la memoria, me daba igual lo que dijera luego, le diría que sabía lo que había hecho y que no podía permitir una cosa así. Y tenía que hacerlo esa noche, antes de que se las pasara a Ramiro, Gabi o a cualquier otra persona.

Esperé casi hasta las dos de la mañana, cuando creí que ya todos dormían. Descalzo y sigilosamente, fui hacia la alcoba donde dormía mi sobrino. La alcoba estaba en la parte trasera del cortijo, una habitación aislada donde se había instalado. Vi que tenía la luz de la lamparita encendida y oía roces. Estaba despierto. Tenía que intentarlo hablando seriamente con él, confesarle que le había visto grabarla y que debía borrar esa obscenidad. Pero aún así, primero me asomé a la alcoba.

Le vi de perfil reclinado en una mecedora, atento al monitor del ordenador, donde se reproducían las imágenes de mi mujer en la cocina con el culo al aire. Se machacaba aligeradamente la verga. Estaba desnudo de cintura para abajo. Sus piernas eran raquíticas y de piel rosada con vello negro muy repartido. Sus huevos redondos se movían al son de los fuertes tirones. No apartaba la vista del culo de mi mujer. Soltaba acezos secos.

- Ah… Ah… Ah…

Maldita sea, había copiado los archivos también al ordenador, lo que dificultaba más mi objetivo de arrebatárselos. Tenía que hablar con él, con tacto, para convencerle de que aquello era una guarrada. Los celos por abusar así de la ingenuidad de su propia tía me machacaban y me alteraron los nervios, supe que no iba a ser capaz de decirle nada en aquel momento. Seguí mirando.

- Puta… - murmuraba para sí mismo atizándose cada vez más fuerte -. Puta… Mueve el culito, puta…

Observé cómo la polla salpicaba leche como una fuente justo en una de las veces en que mi mujer se inclinaba hacia el lavavajillas. Luego se la soltó sobre el vientre, pero siguió atento a la pantalla, relajado.

---------- O ---------

No pude pegar ojo en toda la noche. La miraba a ella, dormida, inocente, sin saber que estaba siendo víctima de la perversión de su propio sobrino y que el cobarde de su marido lo estaba consintiendo. Debía resolverlo, hablar con él seriamente, si hacía falta amenazarle, aunque las previsibles consecuencias me causaban verdadero pánico. Diony era un gamberro que pasaba de todo, que estaba acostumbrado a los escándalos, incluso una vez estuvo retenido en el cuartel por escándalo público. Era un chico peligroso.

Por la mañana temprano, Carmen salió a pasear agarrada del brazo de su padre. Esos paseos matutinos le venían fenomenal para su estado. Nerviosito perdido, bajé a la alcoba de mi sobrino, pero no estaba en la habitación. Vi clínex enrollados en la papelera, se veían manchados de semen, el muy cabrón seguro que había estado toda la noche pajeándose. Encendí el ordenador para buscar el archivo, pero me pedía una clave y tuve que apagarlo. No me quedaba más remedio que hablar con él, pedírselo por las buenas, sin mosquearle.

Le busqué por todos lados, le pregunté a mi suegra, pero no le veía por parte ninguna, hasta que oí unos pasos en la planta de arriba, donde nosotros teníamos nuestro habitación de matrimonio, una habitación abuhardillada con vistas preciosas a la sierra. Subí y al torcer la escalera lo pillé al fondo rebuscando en los cajones de nuestra cómoda. ¿Qué cojones estaba buscando? Seguro que algo de dinero para sus vicios. Llevaba una toalla liada a la cintura, como recién salido de la ducha. Después se dirigió hacia el baño que teníamos en nuestro dormitorio.

Fui hacia allí y entré precipitadamente en el baño abriendo la puerta. Estaba sentado en la taza, con la toalla abierta hacia los lados, masturbándose con unas braguitas blancas de mi mujer. Tenía toda la polla rodeada con la prenda. Estaba tan concentrado, que me miró con sus ojos entrecerrados, sin parar de cascársela, como si el placer no pudiera dominarlo.

- Ah… Ah… Ah…

Miré por encima de mi hombro, acojonado, Carmen no debía de tardar mucho y podía pillarnos.

- ¿Qué coño haces, Diony? ¿Estás loco?

- Ummmm, tú mujer me pone muy cachondo, tío Curro… Ese culazo me vuelve loco… Ohhh… Ohhh…

Empezó a pasarse las bragas por los huevos sacudiéndosela con la otra mano, mirándome con los ojos entrecerrados, muerto de placer.

- Dame esas bragas, Diony, eres un puto pervertido…

- Déjame, coño, deja que me masturbe con las braguitas de tu mujer… Ummm… Qué ricas… Qué culo tiene…

Se metía las bragas por el culo y se las refregaba por los cojones, cascándosela muy velozmente. Yo permanecía ante él, sujeto al pomo de la puerta, mirando hacia atrás constantemente.

- Para ya, Diony, coño, va a venir tu tía…

- Quiero correrme con sus bragas… Me encanta su culo, madurito, y embarazada… Ah… Ah… Ah…

Se tapó el capullo con las bragas y se corrió en ellas, las dejó empapadas. Luego las tiró al suelo y se levantó para taparse con la toalla. Tenía la verga completamente empinada hacia arriba.

- Cómo me pone la hija puta…

- No hables así de mi mujer, Diony, no te lo permito. Es tu tía, joder…

- No pasa nada, coño. Sólo es una puta paja.

Hice un ademán de darle una hostia, pero me sujetó el brazo.

- ¿Me vas a pegar, maricona? ¡Eres una puta maricona! – me vociferó enfurecido -. Si la viste con el puto culo al aire y no le dijiste nada… Dejaste que le viera el culo, maricón…Quita del puto medio, coño…

Me empujó para pasar y yo me achiqué tras su cólera amenazante. Me acoquinaba ante un chaval que podía ser mi hijo. Fui tras él, temeroso por la llegada de Carmen.

- Perdóname, Diony, pero tú sabes que esto no está bien. Entiendo que eres joven, que ayer te excitaras, pero es un acto inmoral, Diony, es tu tía carnal, compréndelo.

- Tu mujer me pone cachondo, qué cojones quieres que haga. Pues me hago una paja y ya está. No la voy a violar, hombre, ni te la voy a quitar, tú lo has dicho, es mi tía.

- Pero te puede pillar, Diony, joder…

- Igual se agarra a mi polla, la hija puta…

- ¿Cómo puedes hablar así de ella, Diony? Con todo lo que te quiere, te ha tratado como si fuera tu madre…

Se paró y se giró hacia mí. Me dio unas palmaditas en la cara, un mocoso macarra como él.

- Tu mujer tiene un culo de muerte, coño, deberías estar orgulloso. Me da morbo, hostias, así madurita y embarazada. Ya sé que es mi tía, pero qué cojones quieres que haga si tiene un culo que está para comérselo. Y encima, le vi toda la puta chocha. Si es que, como para no pajearse… Ni tía ni hostias, no me jodas. Uno no es de piedra…No pasa nada, coño… Voy a desayunar, ¿quieres un café?

Me aterrorizaba su actitud amenazante y me comporté como un necio, como desquitando importancia al hecho.

- Sí, sí, vale…

---------- O ---------

Al mediodía, cuando nos pusimos a comer, también pasé un mal rato. Yo me tuve que ocupar de poner la mesa y servir el arroz. Como siempre, mis suegros se acomodaron en los extremos y Diony, sin camiseta, en un lateral de la mesa. Me puse muy nervioso cuando la vi aparecer. Era tan ingénua que pensaba que su sobrino la veía como una madre. Llevaba puesta una camiseta negra de tirantes muy cortita que la dejaba con todo el bombo a la vista, donde destacaba la tersura de su piel y su ombligo ensanchado, y para la parte de abajo unas mallas blancas muy ajustadas, pero tan usadas que ya tenía la tela muy desgastada. No llevaba bragas. Se le transparentaba la raja del culo, iba de su padre a su madre para prepararles. Diony, embobado, la seguía con la vista. Y al verla por delante, vi cómo se le apreciaba la mancha triangular del coño. Tenía un vello denso y oscuro como su melena. Cómo podía salir sin bragas y vestida así delante de un joven como él.

Se sentó frente a Diony, pero enseguida el joven rodeó la mesa para sentarse a su lado.

- Tía, ¿y la barriga así?

- Es bueno que le dé el aire y además, quiero que me dé el sol, que se ponga más morenita. Mira lo blanca que estoy, este año con el embarazo, con lo que a mí me gusta tostarme…

Observé aparte de la clara transparencia de la mancha, los pelillos del coño le sobresalían por la tira superior de las mallas por lo abultado de la barriga. Tendían a bajarse de cintura para abajo. Y Diony la miraba con descaro. Serví el arroz y me senté frente a ellos. Para colmo, la camiseta era tan corta que la base de las tetas asomaba por debajo, y al ser tan lacias, hasta la curvatura inferior de sus oscuras aureolas.

- Ya dará pataditas, ¿no?

- Ya pesa…

Y el muy cabrón le pasó la palma de la mano por la barriga, a modo de caricias, deslizándola bajo el ombligo, casi rozando con sus dedos los pelos del coño.

- ¿Lo notas? – le preguntó ella ingenuamente.

- Sí…

Dejó de tocarle la barriga y nos pusimos a comer. No paraba de tontear con ella, le decía que el embarazo le estaba sentando muy bien y que estaba excesivamente guapa. Ella se lo agradecía estampándole unos besos en las mejillas. Volvió a tocarle la barriga un par de veces más, incluso acercó la oreja. Y mi mujer ni se inmutaba. Llevo y trajo los cubiertos, y él se aprovechaba para fijarse en las transparencias traseras, donde se apreciaba con claridad la raja de su culo. Yo lo estaba pasando francamente mal, ni me atrevía a contrariarle a él ni me atrevía a contárselo a ella por lo que pudiera pensar de mí.

---------- O ---------

Tras la comida, Carmen subió a la habitación después de acomodar a mis suegros para la siesta. Diony se tumbó en el sofá a ver la tele y yo tuve que ocuparme de quitar la mesa y limpiar la cocina. Me daba asco mirarle allí tirado, jodido cerdo.

Subí arriba justo cuando Carmen salía de la ducha ataviada con una bata blanca de seda, una bata larga hasta los tobillos, anudada en la cintura.

- ¿Te has duchado? – le pregunté.

- No, después. Tiende la ropa.

- ¿Dónde vas?

- Voy a tomar el sol un rato y a ver si me duermo un poquito, estoy cansada.

- ¿Por qué vas a tomar el sol?

- Porque estoy muy blanca, además, a ti qué te importa. ¿No sabes que todos los días me gusta tomar el sol por la siesta?

- Es que hace mucho calor, cariño. Te puede sentar mal.

- Baf, tampoco es para tanto. Tiende la ropa ahora, que se seque enseguida.

La vi dirigirse hacia las escaleras. Yo cogí el cesto y me subí a la terraza. Me puse a tender las prendas. Entonces la vi por el porche con la crema protectora en una mano y una tumbona plegada en la otra. Se metió por una pequeña arboleda y se paró entre unos setos de mediana estatura con formas de dos T seguidas. Me acerqué al borde de la terraza para observarla. Casi todas las tarde solía tomar el sol allí, en aquel jardín apartado del cortijo. Colocó la tumbona de cara al sol y después se deshizo el nudo de la bata para abrírsela.

Joder, estaba desnuda. Las dos tetas amelonadas de aureolas muy marrones y gruesos pezones descansaban sobre la curva del bombo, un vientre muy abultado y redondo, y donde terminaba la curva se le veía toda la chocha peluda. Se embadurnó de crema las dos tetas blandas, los brazos, el bombo y las piernas. Entonces vi a mi sobrino tras la primera fila de setos, grabándola con el móvil. Hijo de puta, era tan gallina que me quedé paralizado, prefería no enfrentarme a aquella situación otra vez a tener que defenderla de aquellos abusos.

Carmen soltó el bote de crema y se acuclilló para mear en la hierba. Seguía con la bata puesta, pero abierta de par en par. Diony la grababa, iba a grabar cómo meaba. Le salió el chorrito de pis, pero se le cortó enseguida, aunque aguantó acuclillada hasta que se le cortó el goteo. Se limpió el coño con un clínex. Luego se levantó, se sentó en la tumbona, la reclinó un poco y se abrió más la bata. Luego se dejó caer hacia el respaldo y se colocó unos protectores en los ojos. Ella pensaba que en aquel escondite estaba segura, que nadie la vigilaba.

Joder. Las tetas lacias se le caían hacia los lados. El bombo le relucía por la crema y al tener sus largas piernas separadas, se le veía el chocho abierto bajo la curvatura del vientre, con el clítoris sobresaliendo de la vulva. Diony la grabó en esa postura unos segundos, después se metió el móvil en el bolsillo y empezó a desabrocharse el cinturón del pantalón, dando pasitos hacia ella, arriesgándose a que le pillaran. Maldita sea, y yo como un mirón, observando cómo aquel chico se aprovechaba de mi mujer. Sé que Carmen se había quedado dormida y cuando dormía, aunque fueran diez minutos, dormía profundamente.

Se acercó casi hasta sus rodillas. Y mi mujer exponiendo la almeja abierta y peluda al sol. Se bajó la parte delantera del slip y se empezó a machacar la polla larga y blancuzca con la mirada pendiente de la desnudez de mi mujer. Tenía que advertirla, dar una voz, cortar con aquella guarrada, pero se armaría un escándalo, y encima mi sobrino me tenía entallado, podía contarle que le dejé mirar, que le dejé masturbarse viéndole el culo y después con sus bragas, y podía costarme un gran disgusto, aparte de la vergüenza si llegaba a oídos de la gente lo que yo había permitido. No tuve agallas, lo mejor era que ninguno se enterara de que yo había presenciado aquella escena.

Se la cascaba nerviosamente. Sus huevos redondos botaban muy rápido. Llegó a curvarse y acercar la cara para olerle el chocho. Parte de la rajita del culo le sobresalía por el borde del asiento. Sus pechos permanecían en reposo caídos hacia los lados. El bombo le brillaba. Mi mujer con la cara ladeada, dormida. Se la cascó hasta encogerse de gusto, frenar y verter un chorro de leche sobre la hierba.

Miró a su alrededor y tuve que encogerme para que no me descubriera mirando. Cuando pude asomarme, ya se había guardado la verga y se abrochaba el pantalón, aunque la seguía mirando. Le tocó la rodilla dándole unas palmaditas.

- Tía Carmen… -. Se removió bostezando, saliendo del sueño -. Tía Carmen…

Se quitó el protector de los ojos y al verle, enseguida condujo su mano izquierda bajo el vientre para taparse el chocho y se plantó el brazo derecho encima de las tetas para taparse.

- Uy, Diony, perdona, estaba tomando el sol – dijo incorporándose, tratando de taparse sus partes con las manos -. No sabía que estabas aquí…

- No pasa nada, tía, sólo quería pedirte si me puedes prestar algo de dinero…

- Sí, sí… - le dijo ruborizada y levantándose para abrocharse la bata, aunque para ello tuvo que retirar las manos de sus partes y dejar que la viera desnuda, pero se la abrochó enseguida -. Vamos a la casa…

Y se fueron juntos hacia el sendero. No sé qué pensó Carmen, pero conociéndola, tampoco le preocupó mucho, pensaba que Diony la veía como a una madre.

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Diony ya estaba obsesionado con ella y yo carecía de agallas para pararle los pies. Era un caradura y ya arriesgaba demasiado, sabía que tarde o temprano terminarían pillándole y temía mucho las consecuencias. Estaba exasperado y celoso, ver a un chico cómo abusa de la ingenuidad de tu mujer y que tú seas un cobarde resulta patético. La pesadilla no había hecho más que comenzar.

Ya habíamos cenado. Tomábamos el fresco los tres en el porche. Mis suegros ya se habían ido a acostar. Carmen estaba decentemente vestida y permanecía viendo la televisión. Diony merodeaba bajo la parra preparándose un porro.

- Diony, cariño, ya que estás de pie, ¿me traes un vaso de leche fría, por favor? Tengo que tomarme esta pastilla.

- Ahora mismo.

Dejó el porro en el cenicero y se dirigió hacia la cocina. Le miré con desprecio. Noté que tardaba, entonces me levanté y fui a ver qué pasaba. Lo encontré de pie junto al frigorífico, masturbándose de manera frenética. Tenía el vaso entre las piernas y los huevos sumergidos en la leche, cascándosela con rabiosos tirones. La leche se vertía por el zarandeo de los huevos. Me quedé estupefacto. Levantó la mirada hacia mí, pero enseguida prestó atención a su marranada.

- ¿Qué coño haces, Diony?

- Cállate coño, quiero que esa zorra pruebe el sabor de mis huevos y de mi puta leche…

Me asomé al porche, la vi sentada, y de nuevo me volví hacia él.

- Por favor, Diony, te lo ruego, esto no puede seguir…

- Vete a tomar por culo, coño, que me desconcentras…

Cerré la puerta, temeroso de que nos oyera, y aguardé observando cómo se la cascaba. A veces me miraba.

- Hoy le he visto otra vez el chocho… Ummm, cómo está la muy cerda… Ni tía ni hostias, a esa cabrona le rompía yo el coño… Oh… Ah… Ohhh…

Retiró el vaso de sus huevos, colocó la verga en horizontal y siguió cascándosela, con el capullo apoyado en el borde. La leche le goteaba de los cojones. Algunos pelillos flotaban en el vaso. Paró de repente, se comprimió el glande y evacuó dentro del vaso mediantes gruesos goterones. El semen viscoso se mezcló con la leche líquida.

- Por favor, Diony… - le supliqué casi llorando -. No me hagas esto…

- Que no pasa nada, hostias, si en el fondo seguro que te gusta…

Traté de apaciguarle para que no se mosqueara en aquellos momentos.

- Anda, no seas cabrón, cómo se va a beber eso, es una guarrada…

- Deja que esa puta se beba mi leche…

Metió la verga dentro del vaso y le dio vueltas a la leche, luego se la sacó y extendió el brazo hacia mí.

- ¿Yo? ¿Cómo le voy a dar yo esto?

- Dáselo, coño, quiero ver cómo tu mujer lo prueba… Seguro que le gusta el sabor – sonrió con malicia.

- Joder, macho, cómo te pasas…

Miré el interior del vaso. Tenía varios pelillos de los huevos y se notaba alguna porción de semen flotando. Me acompañó de nuevo hasta el porche y le entregué el vaso a mi mujer. Diony observaba la escena a mi lado. Se metió la pastilla en la boca y acto seguido se bebió toda la leche en un par de tragos. Llegaba a su estómago el semen y la esencia de sus huevos. Yo era un cagueta que me dejaba amedrentar por aquel cerdo, el hijo de puta disfrutaba humillándome de aquella manera. Era sabedor de mi cobardía, había asistido muchas veces a las broncas que me echaba mi mujer. Cada vez lo tenía más difícil para cortar con aquella pesadilla, Diony estaba completamente obsesionado con mi mujer y yo me hundía en un mar de celos. Y me tenía agarrado de los huevos por no haber sabido actuar a tiempo. Cada personalidad es un mundo, y la mía era demasiado endeble. Llevaba dos días sumido en un auténtico infierno de impotencia. Y todo originado por un simple desliz involuntario, como era el hecho de que la falda de la túnica playera se le hubiera quedado doblada hacia dentro exponiendo su culo a los ojos de un salido macarra como Diony. Me tocaba mucho sufrir, consentir las obscenidades de mi sobrino, era consciente de ello, como sabía de sobra que Carmen terminaría pillándole.

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