-Mami, ¿puedo correrme en tu cara?
Ahora que ya pasó un tiempo, creo entender por qué le pregunté.
Había estado pajeándome en mi habitación durante las últimas cinco horas, llegando al borde la eyaculación sin permitirme concretarla. Usualmente, me encerraba en mi habitación al caer la tarde para hacer la tarea, ver televisión o leer una revista o escuchar la radio o, por supuesto, masturbarme. Era lo normal durante los años de mi adolescencia. Pero estirar una paja por cinco horas no era usual, para nada.
Sin una razón en particular, ese día me sentía demasiado cachondo. Durante las horas de escuela, desconecté mi cerebro y no hice más que repasar mentalmente mis revistas porno preferidas, tratando de disimular el bulto en mi entrepierna. Volví lo más rápido que pude a casa y, luego de una merienda apresurada, fui volando a mi dormitorio.
Lo que siguió fueron cinco horas de placer sin remordimientos. Hacía dos días había conseguido dos revistas muy, muy guarras de más de 200 páginas cada una, y estaba haciendo valer mi inversión. Se sentía muy bien pajearme hasta estar a punto de soltar la leche, solo para parar de golpe y esperar un rato hasta que “la bestia se calmara”. Cada vez que llegaba al límite, se sentía mejor que la anterior. Mi nivel de excitación llegó a límites absurdos. Era un éxtasis. Cuando comencé a sentir dolor en el brazo, decidí que había llegado la hora de acabar.
Aumenté el ritmo de la puñeta. Mi ritmo cardíaco estaba por los cielos. Mis jadeos eran los de un maratonista. Mi frente estaba empapada de sudor. En ese momento pensé que no existía droga que pudiera otorgar esa euforia que sentía. Me pajeaba como un poseído. Ya estaba cerca, la lechada se acercaba. ¡Seguro iba a ser fenomenal! Pero unos segundos antes de poder eyacular…
-¡La cena ya está lista, mi vida!
Mi madre me llamaba desde la cocina, y lo mejor era no hacerla esperar.
¡Pero no quería desperdiciar todas esas horas de trabajo duro en un final decepcionante! Con un gran pesar (más grande aún que mis huevos), decidí posponer mi orgasmo hasta después de la cena, cuando pudiera disfrutar sin obstáculos lo que llevaba preparando.
Me levanté de la cama y me vestí con el primer par de pantalones cortos que encontré, tarea que se me complicó gracias a la tremenda erección que tenía. La carpa que mi verga formaba era más que notoria, así que la sujeté con los elásticos de mi ropa interior y del pantalón.
Apenas salí de mi habitación, supe que tendría un problema. Uno grande. Mi corazón aún galopaba, mi respiración estaba agitada y el sudor frío cubría mi cuerpo. Aún estaba excitadísimo. Tanto, que resultaba incómodo hacer cualquier otra cosa.
A cada paso que daba, imágenes de cuanta depravación conociera se aparecían en mi mente como flashes. Quizás es oportuno aclarar que, en ese entonces, era virgen. Nunca había estado con una hembra real. Solamente había besado a una compañera de escuela y a la hija de una amiga de mamá que conocía de la iglesia. Encima, habían sido besos de adolescente, llenos de inexperiencia y timidez. Para lo sexual, sólo tenía mis manos y la bendita pornografía de internet, e incluso eso empezaba a parecerme monótono.
Bajé las escaleras. Sentía mi verga pulsando. Mis manos estaban temblorosas. Podía sentir mi corazón palpitando bajo mi pecho, aunque lo más perceptible era el escándalo de mi respiración. ¡Mis hormonas adolescentes estaban tomando el control, anulando mi capacidad de pensamiento racional! En ese punto, era más animal que hombre.
Apenas podía caminar, pero me obligué a llegar a la cocina. Había dos platos en la mesa, como todos los días, ya que vivíamos solos. Ella estaba de espaldas a mí, agregando un poco de condimento de última hora al pollo que acababa de sacar del horno.
-Esto ya casi está, cariño – dijo, sin volverse a mirarme.
Todo pensamiento razonable se había ido. Cada centímetro de mi cuerpo estaba siendo controlado por mi verga. Mi boca estaba seca cuando la abrí.
-Mami, ¿puedo correrme en tu cara?
Dejó lo que estaba haciendo.
Al instante me arrepentí. La racionalidad se cayó sobre mí como un tsunami. No podía creer que en realidad había dicho lo que había dicho. Mis ojos se abrieron como los platos sobre la mesa y mi percepción del tiempo se detuvo. Quería correr escaleras arriba a mi habitación y tirarme por la ventana, pero estaba demasiado petrificado por el miedo para moverme.
Mi madre dejó lentamente el frasco de ají molido que sostenía y apoyó deliberadamente ambas manos sobre la encimera. El aire estaba cargado de tensión (y el olor a pollo asado, mucho más agradable). Cada segundo de silencio parecía como un año.
-¿Estás seguro de que quieres eso? –respondió finalmente.
Sonaba mucho menos enfadada de lo que esperaba. Bien, no iba a dormir en la calle esa noche.
Hice una pausa y decidí que, si ya había llegado tan lejos, entonces debía ser honesto:
-Sí, ¿puedo, por favor?
Ella hizo otra pausa, tratando de sopesar la situación. Se dio media vuelta para tomar un tazón para las papas al horno, pero no me miró a los ojos. Cuando volvió a hablar, su tono era más de preocupación que de disgusto.
-Sabes, vi un documental en internet televisión el otro día. Era de niños que se sienten atraídos por sus madres. Sexualmente atraídos.
-Ajá...
Dejó las papas a la mesa. Todavía no me miraba.
-Bueno, ahí me enteré de que es más común de lo que la mayoría piensa. Cuando las hormonas de un niño en crecimiento están fuera de control, pueden sentirse atraídos por casi cualquier cosa. También dijeron que se observaba con más frecuencia en hogares monoparentales, así que esta situación tiene sentido, supongo.
Llevó el pollo a la mesa. Pensé que probablemente iba a ser la cena más incómoda de nuestras vidas. Todavía consideraba la opción de arrojarme por la ventana del dormitorio…
-Tenía entrevistas con psicólogos y psiquiatras, muy interesante, realmente. Lo que más me impactó fue que citaron un estudio controvertido que evidenciaba que en realidad podría ser más saludable para el hijo llevar a cabo su fantasía, en lugar de reprimirla toda la vida. Dijeron que si lo sacas de tu sistema temprano eres mentalmente libre para convertirte en un adulto normal".
Me empecé a sentir confundido. ¿Adónde iba con esto?
-También entrevistaron a una madre y a un hijo que habían lidiado con este... problema. El hijo decía que si su madre no lo hubiera, ejem, ayudado… Probablemente se hubiera suicidado. El hijo estaba muy bien ahora, y su madre dijo que además estaban más unidos que nunca.
Hizo una pausa. Sonaba un poco nerviosa.
-Luego entrevistaron a otra madre, cuyo hijo también había expresado un interés sexual en ella. Ella trató de restarle importancia e ignorarlo al principio, pero finalmente lo envió a terapia. El pobre chico terminó quitándose la vida.
Le había costado decir la última oración.
-La recomendación de los psicólogos a todos los padres es que, siempre y cuando las peticiones de sus hijos no sean demasiado extravagantes, y si los padres son lo suficientemente abiertos y modernos, a la larga lo mejor y más saludable siempre será complacerlos –dijo al fin.
Respiró hondo y dejó escapar un suspiro. Se acercó a la mesa y apoyó ambas manos en el respaldo de la silla que había frente a mí. Volvió a quedarse en silencio, sumida en sus pensamientos, eligiendo cuidadosamente sus próximas palabras. Sus ojos miraban inexpresivamente a lo lejos.
-Así que, si estás absolutamente seguro de que quieres hacer eso, tienes mi visto bueno.
Miró hacia abajo.
-¿Puedes esperar hasta después de la cena?
No, no podía…
-Sí, claro, mamá.
...pero pensé que esperar un poco era lo menos que podía hacer.
La cena estuvo rara, pero menos incómoda de lo que esperaba. Le hablé de la escuela, ella me habló de su trabajo en el hospital. Hablamos sobre una serie que a los dos nos gustaba ver juntos y tratamos de predecir lo que sucedería en el próximo episodio. Traté de igualar mi ritmo de comida con el de ella, para no parecer demasiado ansioso.
Cuando ambos terminamos de comer, mamá se levantó y llevó los platos sucios al fregadero. Me senté en silencio en mi silla, sin saber qué sucedería a continuación, o si acaso sucedería algo.
Mamá enjuagó rápidamente los platos y los puso en el lavavajillas.
-Bien, mi vida, ¿estás listo?
Ella se giró hacia mí en espera de una respuesta. Sólo pude asentir con la cabeza. Ella respiró hondo otra vez.
-Muy bien, entonces… ¿Cómo lo hacemos? ¿Quieres pararte sobre mí mientras lo haces, o quieres estar sentado?
Tragué saliva.
-¿Puedo...? ¿Puedo estar de pie?
-Seguro, cariño. Entonces, ¿me arrodillo frente a ti?
-¡Eso suena perfecto mamá!
Miró hacia abajo y, sonriendo, asintió para sí misma, encontrando aceptable el plan. Me encantaba la actitud que ella estaba adoptando: sin tapujos, amorosa, tratando de ser práctica. Creo que en ese momento empecé a enamorarme de mi madre.
-Bueno, mi amor, estoy lista
Parecía más confiada de lo que parecía, y cuando se acercó a mí, me di cuenta de que estaba nerviosa. Se paró en silencio frente a mí y, sin decir una palabra, puso en el suelo uno de los almohadones que había en las sillas de la cocina y se arrodilló sobre él.
Apenas podía respirar. Tenía el pulso acelerado, mi boca estaba seca y me sentía un poco mareado. Mi pito volvía a endurecerse, estaba más duro que nunca en toda mi vida, y palpitando en sincronía con los latidos de mi corazón. Traté de ponerme de pie para poder colocarme frente a mi madre, pero mis piernas y mis rodillas se habían convertido en fideos húmedos. Tropecé y tuve que volver a sentarme para recuperar el equilibrio.
-¡Oh cariño! ¿Estás bien?
Escuchar el sonido de genuina preocupación en la voz de mi madre y que me frotara las rodillas con cuidado me hizo sentir amado. En ese momento, nuestras miradas finalmente se encontraron y lo absurdo de la situación nos golpeó a ambos al mismo tiempo.
Nos reímos largo y tendido. Esa enorme tensión finalmente se había disipado y éramos madre e hijo otra vez. Había conocido a esta mujer durante toda mi vida, y ella me había conocido durante casi quince años. Yo era su hijo, y ella era mi madre. Éramos una familia, y lo seríamos para siempre.
Ella recuperó la compostura antes que yo.
-Seguro que hemos pasado por muchas cosas juntos, ¿eh, corazón?
-Ya lo creo, mami –respondí.
Trató de borrar la sonrisa de su rostro, se arregló el cabello y se alisó la sudadera magenta que llevaba en un intento de ponerse seria.
-Está bien cariño, estoy realmente lista esta vez. Puedes correrte en mi cara ahora.
Me sentí mucho mejor, y la lujuria incontrolable que había provocado mi pregunta original estaba regresando a mí. Me sentí aliviado de haber roto el hielo para poder disfrutar plenamente de lo que estaba a punto de hacer. Me puse de pie frente a mi madre y empujé mi silla hacia atrás para tener algo de espacio. La miré, respiré hondo y me bajé los pantalones.
Mi herramienta, dura como una roca, saltó justo en frente de la cara de mi mamá. Tenía los ojos pegados a mi miembro. Creo que lo que más le llamaba la atención eran mis testículos, grandes y pesados. Alzó muy levemente la cara, brindándome una vista perfecta de ese lienzo que iba a pintar con mi semen. La posición y el ángulo eran perfectos. Ya no podía esperar el gran momento.
Retrocedí un paso para encontrar la mejor ubicación desde donde disparar mi carga, y luego envolví mis dedos alrededor de mi verga. La sensación fue increíble. Tan pronto como mi mano apretó mi pene, sentí escalofríos recorrer mi columna. Contemplé el hermoso rostro de mi mamá, extremadamente parecido al de la actriz porno C.J Laing cuando era joven y estaba en el apogeo de su carrera (aunque mamá usaba el cabello largo), colocado perfectamente frente a mi pene.
Comencé a masturbarme.
Gracias a las horas de masturbación que había pasado antes, no iba a pasar mucho tiempo hasta que soltara mi carga. Me acerqué un par de centímetros a mi madre y bombeé mi polla a velocidad media, construyendo mi camino hacia el orgasmo a un ritmo más bien pausado. Cada vez que mi miembro palpitaba, podía sentir como una pequeña descarga de electricidad en todo el cuerpo.
Mamá movió su rostro a un lado. Si lo dejaba así, mi semen impactaría de lleno sobre su mejilla derecha. Pude ver que se mordía levemente el labio y hasta empecé a escuchar su respiración, cada vez más pesada.
Ver la cara de la hembra que me trajo al mundo mientras me pajeaba estaba siendo lo más excitante que había experimentado en mi corta vida. Luché contra el impulso de introducir mi verga en su boca. No quería forzar mi suerte y arruinar tan hermoso momento. Por suerte, tal idea sólo fue un destello fugaz en mi cabeza.
Me masturbaba a toda velocidad ahora. Podía sentir la presión de una enorme carga de semen abriéndose paso dentro de mí, ansiando ser liberada sobre su objetivo, que esperaba pacientemente. Empecé a jadear, y creo que mi madre se dio cuenta de que estaba cerca.
En ese momento, se lamió los labios y me miró directamente a los ojos, como si quisiera mirarme mientras la bañaba. Su rostro estaba listo para mi leche. La miré a los ojos. De repente, sentí que estaba explotando por dentro.
-Ugh... ¡Mamá...! ¡Me corro!
Apenas pude gemir esas palabras.
Mantuvo sus ojos abiertos y la boca cerrada, observando mi semblante en busca de cada pequeña reacción.
Apreté mi verga. Le di a mi instrumento los últimos sacudones con fuerza y sentí que mis bolas se contraían mientras disparaba el primer chorro de semen pegajoso. El tiempo pareció ir más lento mientras mi lefa volaba por el aire, aterrizando eventualmente entre la nariz y la mejilla izquierda de mi madre. Saltó levemente cuando mi semen caliente entró en contacto con su piel, emitió un gemido breve y luego cerró los ojos.
Le di a mi polla otra sacudida, esta vez más leve, y sentí una oleada de placer recorrer todo mi cuerpo. Vi otro chorro de semen blanco y bien espeso salir de mi glande hinchada. Fue bueno que los ojos de mamá estuvieran cerrados ahora, porque el chorro dio de lleno justo en el entrecejo. Ahora tenía un charco de semen entre los ojos y algunas salpicaduras en la nariz aguileña. Sus párpados se apretaron con un poco de fuerza bajo el charco caliente de esperma.
Traté de pararme mejor para no caerme. El inmenso placer me estaba mareando. Me acerqué a mamá, le di una fuerte sacudida a mi verga y apunté directamente a su boca. Salió un potente chorro, más abundante que los anteriores, cubriendo completamente los labios y la barbilla de mamá con mi leche pegajosa y bien blanca. Mantuvo los labios cerrados, pero emitió un sonido gutural con la garganta:
-¡Mmmmmmmmm…!
Ese sonido me emocionó casi tanto como la vista que tenía enfrente.
Mi instrumento siguió escupiendo lechazos. Perdí la cuenta entre tanto éxtasis, pero estoy bastante seguro de que fueron al menos seis. Cada uno estuvo acompañado por una ola de felicidad indescriptible.
Observé a mi madre arrodillada debajo de mí. Su cara estaba quedando casi completamente cubierta con mi semen. Fue la visión más sexy, sucia y bella que jamás hubieran contemplado mis ojos. Suspiré de placer y sacudí mi pito una vez más, ya no tan fuerte. Traté de apuntar donde no lo había hecho antes. Después de unos cuantos chorros más, más débiles y cortos, finalmente terminé. Había dejado el rostro de mi madre hecha un desastre pegajoso y caliente. Fue el orgasmo más increíble de mi corta vida, y ya no tenía energía para estar de pie. Con una respiración profunda me desplomé en mi silla y traté de recuperar mi fuerza mientras veía goterones de leche cayendo de la barbilla de mi madre.
Cuando estuvo absolutamente segura de que había terminado, y que cada gota de semen había sido vaciada de mis bolas y en su cara, se inclinó y me dio tres cariñosos besos: uno en la punta de mi verga y los otros dos en cada uno de mis huevos. Se puso de pie y se dirigió casi a ciegas hacia el fregadero de la cocina. Tomó un paño de cocina de la encimera y empezó a limpiar mi descarga de su boca.
-¡Muchas gracias mamá, necesitaba eso más de lo que crees! ¡Realmente aprecio lo que hiciste por mí! ¡Te amo!
Se limpió la lefa de los ojos y me sonrió.
-Yo te amo mucho más, mi vida. Si no te amara, ¿crees que habría hecho esto por ti? –dijo, sonriendo, aún con semen en la cara.
-La verdad, no. Te amo –dije, y una duda se formó en mi cabeza. Consideré que decirla en voz alta quizás era tentar a la mala suerte, pero tuve la sensación de que no podría dormir si no la hacía. –Mami, ¿podré repetir esto?
-¿Tú qué crees, mi vida? –respondió, guiñándome un ojo.
En ese momento, sentí que podía comerme el mundo entero.
Ahora que ya pasó un tiempo, creo entender por qué le pregunté.
Había estado pajeándome en mi habitación durante las últimas cinco horas, llegando al borde la eyaculación sin permitirme concretarla. Usualmente, me encerraba en mi habitación al caer la tarde para hacer la tarea, ver televisión o leer una revista o escuchar la radio o, por supuesto, masturbarme. Era lo normal durante los años de mi adolescencia. Pero estirar una paja por cinco horas no era usual, para nada.
Sin una razón en particular, ese día me sentía demasiado cachondo. Durante las horas de escuela, desconecté mi cerebro y no hice más que repasar mentalmente mis revistas porno preferidas, tratando de disimular el bulto en mi entrepierna. Volví lo más rápido que pude a casa y, luego de una merienda apresurada, fui volando a mi dormitorio.
Lo que siguió fueron cinco horas de placer sin remordimientos. Hacía dos días había conseguido dos revistas muy, muy guarras de más de 200 páginas cada una, y estaba haciendo valer mi inversión. Se sentía muy bien pajearme hasta estar a punto de soltar la leche, solo para parar de golpe y esperar un rato hasta que “la bestia se calmara”. Cada vez que llegaba al límite, se sentía mejor que la anterior. Mi nivel de excitación llegó a límites absurdos. Era un éxtasis. Cuando comencé a sentir dolor en el brazo, decidí que había llegado la hora de acabar.
Aumenté el ritmo de la puñeta. Mi ritmo cardíaco estaba por los cielos. Mis jadeos eran los de un maratonista. Mi frente estaba empapada de sudor. En ese momento pensé que no existía droga que pudiera otorgar esa euforia que sentía. Me pajeaba como un poseído. Ya estaba cerca, la lechada se acercaba. ¡Seguro iba a ser fenomenal! Pero unos segundos antes de poder eyacular…
-¡La cena ya está lista, mi vida!
Mi madre me llamaba desde la cocina, y lo mejor era no hacerla esperar.
¡Pero no quería desperdiciar todas esas horas de trabajo duro en un final decepcionante! Con un gran pesar (más grande aún que mis huevos), decidí posponer mi orgasmo hasta después de la cena, cuando pudiera disfrutar sin obstáculos lo que llevaba preparando.
Me levanté de la cama y me vestí con el primer par de pantalones cortos que encontré, tarea que se me complicó gracias a la tremenda erección que tenía. La carpa que mi verga formaba era más que notoria, así que la sujeté con los elásticos de mi ropa interior y del pantalón.
Apenas salí de mi habitación, supe que tendría un problema. Uno grande. Mi corazón aún galopaba, mi respiración estaba agitada y el sudor frío cubría mi cuerpo. Aún estaba excitadísimo. Tanto, que resultaba incómodo hacer cualquier otra cosa.
A cada paso que daba, imágenes de cuanta depravación conociera se aparecían en mi mente como flashes. Quizás es oportuno aclarar que, en ese entonces, era virgen. Nunca había estado con una hembra real. Solamente había besado a una compañera de escuela y a la hija de una amiga de mamá que conocía de la iglesia. Encima, habían sido besos de adolescente, llenos de inexperiencia y timidez. Para lo sexual, sólo tenía mis manos y la bendita pornografía de internet, e incluso eso empezaba a parecerme monótono.
Bajé las escaleras. Sentía mi verga pulsando. Mis manos estaban temblorosas. Podía sentir mi corazón palpitando bajo mi pecho, aunque lo más perceptible era el escándalo de mi respiración. ¡Mis hormonas adolescentes estaban tomando el control, anulando mi capacidad de pensamiento racional! En ese punto, era más animal que hombre.
Apenas podía caminar, pero me obligué a llegar a la cocina. Había dos platos en la mesa, como todos los días, ya que vivíamos solos. Ella estaba de espaldas a mí, agregando un poco de condimento de última hora al pollo que acababa de sacar del horno.
-Esto ya casi está, cariño – dijo, sin volverse a mirarme.
Todo pensamiento razonable se había ido. Cada centímetro de mi cuerpo estaba siendo controlado por mi verga. Mi boca estaba seca cuando la abrí.
-Mami, ¿puedo correrme en tu cara?
Dejó lo que estaba haciendo.
Al instante me arrepentí. La racionalidad se cayó sobre mí como un tsunami. No podía creer que en realidad había dicho lo que había dicho. Mis ojos se abrieron como los platos sobre la mesa y mi percepción del tiempo se detuvo. Quería correr escaleras arriba a mi habitación y tirarme por la ventana, pero estaba demasiado petrificado por el miedo para moverme.
Mi madre dejó lentamente el frasco de ají molido que sostenía y apoyó deliberadamente ambas manos sobre la encimera. El aire estaba cargado de tensión (y el olor a pollo asado, mucho más agradable). Cada segundo de silencio parecía como un año.
-¿Estás seguro de que quieres eso? –respondió finalmente.
Sonaba mucho menos enfadada de lo que esperaba. Bien, no iba a dormir en la calle esa noche.
Hice una pausa y decidí que, si ya había llegado tan lejos, entonces debía ser honesto:
-Sí, ¿puedo, por favor?
Ella hizo otra pausa, tratando de sopesar la situación. Se dio media vuelta para tomar un tazón para las papas al horno, pero no me miró a los ojos. Cuando volvió a hablar, su tono era más de preocupación que de disgusto.
-Sabes, vi un documental en internet televisión el otro día. Era de niños que se sienten atraídos por sus madres. Sexualmente atraídos.
-Ajá...
Dejó las papas a la mesa. Todavía no me miraba.
-Bueno, ahí me enteré de que es más común de lo que la mayoría piensa. Cuando las hormonas de un niño en crecimiento están fuera de control, pueden sentirse atraídos por casi cualquier cosa. También dijeron que se observaba con más frecuencia en hogares monoparentales, así que esta situación tiene sentido, supongo.
Llevó el pollo a la mesa. Pensé que probablemente iba a ser la cena más incómoda de nuestras vidas. Todavía consideraba la opción de arrojarme por la ventana del dormitorio…
-Tenía entrevistas con psicólogos y psiquiatras, muy interesante, realmente. Lo que más me impactó fue que citaron un estudio controvertido que evidenciaba que en realidad podría ser más saludable para el hijo llevar a cabo su fantasía, en lugar de reprimirla toda la vida. Dijeron que si lo sacas de tu sistema temprano eres mentalmente libre para convertirte en un adulto normal".
Me empecé a sentir confundido. ¿Adónde iba con esto?
-También entrevistaron a una madre y a un hijo que habían lidiado con este... problema. El hijo decía que si su madre no lo hubiera, ejem, ayudado… Probablemente se hubiera suicidado. El hijo estaba muy bien ahora, y su madre dijo que además estaban más unidos que nunca.
Hizo una pausa. Sonaba un poco nerviosa.
-Luego entrevistaron a otra madre, cuyo hijo también había expresado un interés sexual en ella. Ella trató de restarle importancia e ignorarlo al principio, pero finalmente lo envió a terapia. El pobre chico terminó quitándose la vida.
Le había costado decir la última oración.
-La recomendación de los psicólogos a todos los padres es que, siempre y cuando las peticiones de sus hijos no sean demasiado extravagantes, y si los padres son lo suficientemente abiertos y modernos, a la larga lo mejor y más saludable siempre será complacerlos –dijo al fin.
Respiró hondo y dejó escapar un suspiro. Se acercó a la mesa y apoyó ambas manos en el respaldo de la silla que había frente a mí. Volvió a quedarse en silencio, sumida en sus pensamientos, eligiendo cuidadosamente sus próximas palabras. Sus ojos miraban inexpresivamente a lo lejos.
-Así que, si estás absolutamente seguro de que quieres hacer eso, tienes mi visto bueno.
Miró hacia abajo.
-¿Puedes esperar hasta después de la cena?
No, no podía…
-Sí, claro, mamá.
...pero pensé que esperar un poco era lo menos que podía hacer.
La cena estuvo rara, pero menos incómoda de lo que esperaba. Le hablé de la escuela, ella me habló de su trabajo en el hospital. Hablamos sobre una serie que a los dos nos gustaba ver juntos y tratamos de predecir lo que sucedería en el próximo episodio. Traté de igualar mi ritmo de comida con el de ella, para no parecer demasiado ansioso.
Cuando ambos terminamos de comer, mamá se levantó y llevó los platos sucios al fregadero. Me senté en silencio en mi silla, sin saber qué sucedería a continuación, o si acaso sucedería algo.
Mamá enjuagó rápidamente los platos y los puso en el lavavajillas.
-Bien, mi vida, ¿estás listo?
Ella se giró hacia mí en espera de una respuesta. Sólo pude asentir con la cabeza. Ella respiró hondo otra vez.
-Muy bien, entonces… ¿Cómo lo hacemos? ¿Quieres pararte sobre mí mientras lo haces, o quieres estar sentado?
Tragué saliva.
-¿Puedo...? ¿Puedo estar de pie?
-Seguro, cariño. Entonces, ¿me arrodillo frente a ti?
-¡Eso suena perfecto mamá!
Miró hacia abajo y, sonriendo, asintió para sí misma, encontrando aceptable el plan. Me encantaba la actitud que ella estaba adoptando: sin tapujos, amorosa, tratando de ser práctica. Creo que en ese momento empecé a enamorarme de mi madre.
-Bueno, mi amor, estoy lista
Parecía más confiada de lo que parecía, y cuando se acercó a mí, me di cuenta de que estaba nerviosa. Se paró en silencio frente a mí y, sin decir una palabra, puso en el suelo uno de los almohadones que había en las sillas de la cocina y se arrodilló sobre él.
Apenas podía respirar. Tenía el pulso acelerado, mi boca estaba seca y me sentía un poco mareado. Mi pito volvía a endurecerse, estaba más duro que nunca en toda mi vida, y palpitando en sincronía con los latidos de mi corazón. Traté de ponerme de pie para poder colocarme frente a mi madre, pero mis piernas y mis rodillas se habían convertido en fideos húmedos. Tropecé y tuve que volver a sentarme para recuperar el equilibrio.
-¡Oh cariño! ¿Estás bien?
Escuchar el sonido de genuina preocupación en la voz de mi madre y que me frotara las rodillas con cuidado me hizo sentir amado. En ese momento, nuestras miradas finalmente se encontraron y lo absurdo de la situación nos golpeó a ambos al mismo tiempo.
Nos reímos largo y tendido. Esa enorme tensión finalmente se había disipado y éramos madre e hijo otra vez. Había conocido a esta mujer durante toda mi vida, y ella me había conocido durante casi quince años. Yo era su hijo, y ella era mi madre. Éramos una familia, y lo seríamos para siempre.
Ella recuperó la compostura antes que yo.
-Seguro que hemos pasado por muchas cosas juntos, ¿eh, corazón?
-Ya lo creo, mami –respondí.
Trató de borrar la sonrisa de su rostro, se arregló el cabello y se alisó la sudadera magenta que llevaba en un intento de ponerse seria.
-Está bien cariño, estoy realmente lista esta vez. Puedes correrte en mi cara ahora.
Me sentí mucho mejor, y la lujuria incontrolable que había provocado mi pregunta original estaba regresando a mí. Me sentí aliviado de haber roto el hielo para poder disfrutar plenamente de lo que estaba a punto de hacer. Me puse de pie frente a mi madre y empujé mi silla hacia atrás para tener algo de espacio. La miré, respiré hondo y me bajé los pantalones.
Mi herramienta, dura como una roca, saltó justo en frente de la cara de mi mamá. Tenía los ojos pegados a mi miembro. Creo que lo que más le llamaba la atención eran mis testículos, grandes y pesados. Alzó muy levemente la cara, brindándome una vista perfecta de ese lienzo que iba a pintar con mi semen. La posición y el ángulo eran perfectos. Ya no podía esperar el gran momento.
Retrocedí un paso para encontrar la mejor ubicación desde donde disparar mi carga, y luego envolví mis dedos alrededor de mi verga. La sensación fue increíble. Tan pronto como mi mano apretó mi pene, sentí escalofríos recorrer mi columna. Contemplé el hermoso rostro de mi mamá, extremadamente parecido al de la actriz porno C.J Laing cuando era joven y estaba en el apogeo de su carrera (aunque mamá usaba el cabello largo), colocado perfectamente frente a mi pene.
Comencé a masturbarme.
Gracias a las horas de masturbación que había pasado antes, no iba a pasar mucho tiempo hasta que soltara mi carga. Me acerqué un par de centímetros a mi madre y bombeé mi polla a velocidad media, construyendo mi camino hacia el orgasmo a un ritmo más bien pausado. Cada vez que mi miembro palpitaba, podía sentir como una pequeña descarga de electricidad en todo el cuerpo.
Mamá movió su rostro a un lado. Si lo dejaba así, mi semen impactaría de lleno sobre su mejilla derecha. Pude ver que se mordía levemente el labio y hasta empecé a escuchar su respiración, cada vez más pesada.
Ver la cara de la hembra que me trajo al mundo mientras me pajeaba estaba siendo lo más excitante que había experimentado en mi corta vida. Luché contra el impulso de introducir mi verga en su boca. No quería forzar mi suerte y arruinar tan hermoso momento. Por suerte, tal idea sólo fue un destello fugaz en mi cabeza.
Me masturbaba a toda velocidad ahora. Podía sentir la presión de una enorme carga de semen abriéndose paso dentro de mí, ansiando ser liberada sobre su objetivo, que esperaba pacientemente. Empecé a jadear, y creo que mi madre se dio cuenta de que estaba cerca.
En ese momento, se lamió los labios y me miró directamente a los ojos, como si quisiera mirarme mientras la bañaba. Su rostro estaba listo para mi leche. La miré a los ojos. De repente, sentí que estaba explotando por dentro.
-Ugh... ¡Mamá...! ¡Me corro!
Apenas pude gemir esas palabras.
Mantuvo sus ojos abiertos y la boca cerrada, observando mi semblante en busca de cada pequeña reacción.
Apreté mi verga. Le di a mi instrumento los últimos sacudones con fuerza y sentí que mis bolas se contraían mientras disparaba el primer chorro de semen pegajoso. El tiempo pareció ir más lento mientras mi lefa volaba por el aire, aterrizando eventualmente entre la nariz y la mejilla izquierda de mi madre. Saltó levemente cuando mi semen caliente entró en contacto con su piel, emitió un gemido breve y luego cerró los ojos.
Le di a mi polla otra sacudida, esta vez más leve, y sentí una oleada de placer recorrer todo mi cuerpo. Vi otro chorro de semen blanco y bien espeso salir de mi glande hinchada. Fue bueno que los ojos de mamá estuvieran cerrados ahora, porque el chorro dio de lleno justo en el entrecejo. Ahora tenía un charco de semen entre los ojos y algunas salpicaduras en la nariz aguileña. Sus párpados se apretaron con un poco de fuerza bajo el charco caliente de esperma.
Traté de pararme mejor para no caerme. El inmenso placer me estaba mareando. Me acerqué a mamá, le di una fuerte sacudida a mi verga y apunté directamente a su boca. Salió un potente chorro, más abundante que los anteriores, cubriendo completamente los labios y la barbilla de mamá con mi leche pegajosa y bien blanca. Mantuvo los labios cerrados, pero emitió un sonido gutural con la garganta:
-¡Mmmmmmmmm…!
Ese sonido me emocionó casi tanto como la vista que tenía enfrente.
Mi instrumento siguió escupiendo lechazos. Perdí la cuenta entre tanto éxtasis, pero estoy bastante seguro de que fueron al menos seis. Cada uno estuvo acompañado por una ola de felicidad indescriptible.
Observé a mi madre arrodillada debajo de mí. Su cara estaba quedando casi completamente cubierta con mi semen. Fue la visión más sexy, sucia y bella que jamás hubieran contemplado mis ojos. Suspiré de placer y sacudí mi pito una vez más, ya no tan fuerte. Traté de apuntar donde no lo había hecho antes. Después de unos cuantos chorros más, más débiles y cortos, finalmente terminé. Había dejado el rostro de mi madre hecha un desastre pegajoso y caliente. Fue el orgasmo más increíble de mi corta vida, y ya no tenía energía para estar de pie. Con una respiración profunda me desplomé en mi silla y traté de recuperar mi fuerza mientras veía goterones de leche cayendo de la barbilla de mi madre.
Cuando estuvo absolutamente segura de que había terminado, y que cada gota de semen había sido vaciada de mis bolas y en su cara, se inclinó y me dio tres cariñosos besos: uno en la punta de mi verga y los otros dos en cada uno de mis huevos. Se puso de pie y se dirigió casi a ciegas hacia el fregadero de la cocina. Tomó un paño de cocina de la encimera y empezó a limpiar mi descarga de su boca.
-¡Muchas gracias mamá, necesitaba eso más de lo que crees! ¡Realmente aprecio lo que hiciste por mí! ¡Te amo!
Se limpió la lefa de los ojos y me sonrió.
-Yo te amo mucho más, mi vida. Si no te amara, ¿crees que habría hecho esto por ti? –dijo, sonriendo, aún con semen en la cara.
-La verdad, no. Te amo –dije, y una duda se formó en mi cabeza. Consideré que decirla en voz alta quizás era tentar a la mala suerte, pero tuve la sensación de que no podría dormir si no la hacía. –Mami, ¿podré repetir esto?
-¿Tú qué crees, mi vida? –respondió, guiñándome un ojo.
En ese momento, sentí que podía comerme el mundo entero.