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Probando un Dulce – Capítulo 01
Estaba distraído cambiando el pendrive con mi música predilecta en la USB del carro, el semáforo estaba en rojo, así que supuse tendría tiempo de sobra para hacerlo, algo tan mecánico que ya había hecho tantas veces antes, cuando presentí una sombra en mi puerta del conductor, me sobresalté un poco ya que había escuchado que en las detenciones de los semáforos asaltaban a los conductores, como mi carro tiene cierres automáticos no me estaba tan afligido por el hecho, pero no era nada más que una nena pequeñita, sus ojos brillantes de energías, cabellos oscuros y despeinada, su faldita corta a medio muslo, con zapatillas y calcetas, una al tobillo y la otra casi a la rodilla, su rostro era precioso y su actitud, no sabría definirla con palabras, pero rebosaba de sensualidad a esa corta edad, quizás no más de diez años, el frio de la noche le hacía salir vapor de su boca y ella limpiaba su nariz con la manga de su vetusto chaleco de lana − ¿quiere un dulce señor? – me dijo con una vocecita de nena, pero vuelvo a decir que su actitud no era de niñita, más bien una pequeña mujer, quizás las vicisitudes la habían hecho madurar precozmente − ¿qué estas vendiendo chiquilla? – le pregunté, solo con el interés de saber más sobre ella – alfajores y estos de acá son chilenitos … dos en mil pesos – la volví a mirar y esos ojos oscuros, brillantes e intrigantes no me permitían alejarme de ella – cruza la calle … me voy a estacionar … ahí vemos que cosa puedo comprar – le dije comenzando a maniobrar y ponerme en un sitio seguro, mire a mi alrededor y vi otro grupo de vendedores, pero en la otra esquina, lejos de nosotros.
La nena me siguió y siempre por el lado de la puerta del conductor, me mostró su mercadería de dulces envasados en plástico – son muy ricos … no se va a arrepentir – me dijo y se mordió su labio inferior sensualmente, mi pene se puso a mil y me asusté, como esta pergenia a la que todavía se le caen los mocos me puede hacer excitar de esta manera, no lo podía comprender − ¿qué tal si hacemos un trato? – le dije y sus ojitos adquirieron más brillo − ¿quiere más de uno el señor? – me retrucó − ¿cuántos te quedan? – le pregunté, mirando siempre a mi alrededor en alerta – seis … siete … me quedan ocho, señor – me dijo en tono casi de fiesta – bueno … eso quiere decir que serían … cuatro lucas … ¿no? – le dije mostrándole mis cuatro dedos – si señor, son cuatro mil pesitos – la nena estaba contenta de vender toda su mercadería de una sola vez y movía su cuerpecito casi festejando − ¡ya! … dámelos todos … pero recuerda que tenemos que hacer un trato – le dije observándola atentamente.
− Pero no tengo más dulces – me dijo con tono de preocupación pensando me fuese a arrepentir de comprar − y no puedo rebajar el precio – agrego – ¡no! … no quiero más dulces … − le dije para tranquilizarla – mira … aquí están las cuatro lucas … y … diez lucas más si me dejas comerme un poquito de ti … − le pasé el dinero y no me importaba si se echaba a correr, ella me miró – que lindo es su auto … ¿me puedo subir? – me dijo como de lo más normal – si sube … me dije haciéndole lugar, dejando los dulces en el asiento trasero – volví a mirar hacia todos los lados para cerciorarme que no hubiese nadie en las cercanías y nos fuimos para un sector oscuro de la ciudad.
− ¿Qué edad tienes? – le pregunté a sabiendas que era muy niña, pero ella se había alzado su faldita y acomodado sus calcetas mostrándome todas sus piernas y la blancas bragas que vestía, no sabría decir si había alguna intención en todo ello, pero mi verga luchaba contra el genero de mis boxers y pantalón, tuve que acomodarla cómo pude – ocho … pero cumpliré nueve la próxima semana – me dijo denotando un cierto orgullo en el aumento de su edad – seré más grande y así nadie me comandará – dijo con un poco de bronca en la voz − ¿por qué? … ¿tienes alguien que te comanda ahora? – le pregunté – sí … mi padre que bebe todos los días y mi hermano que me quita mi dinero para drogarse – me dijo con rabia – y tu porque se lo permites – le dije ingenuamente − ¡no! … cómo yo soy chica ellos me quitan todo y si no me pegan – me dijo apretando sus puños.
Tuve una lucha interna sintiendo las duras vicisitudes que esta pequeña tenía que vivir, pero ella con su pierna plegada sobre el asiento me daba una vista espectacular de sus tiernos muslos y su ingle, llegué a un sector oscuro de la ciudad y estacioné el auto − ¡mira! … te daré diez lucas más para ayudarte con tus ganancias – le dije pasándole otro billete que ella prontamente guardó en un sucio pañuelo que escondía en su pechito − ¿y yo que tengo que hacer? – me dijo sin señas de miedo o preocupación – tienes que estar tranquilita y nada más – le dije posando mi mano sobre su gastada calceta gris, ella puso su pequeña manito sobre la mía, su piel estaba caliente, la piel de sus delgados muslos era suavecita, poco a poco fui subiendo mi mano hasta llegar al borde de su bragas − ¿me las saco? – dijo la nenita, sorprendiéndome bastante – si quieres … y si puedes … sácatelas, por favor – fue lo último que hablamos.
La pequeña ya sin calzoncito se giró hacia mí y abrió sus piernecitas, no lograba ver su chochito minúsculo, así que encendí la linterna de mi celular, su preciosa panochita brillaba con todo su esplendor, el aroma a orina me parecía una esencia deliciosa, sus labiecitos rosados eran otra perfección de la naturaleza, trate de mantener abiertos esos labiecitos húmedos y me incliné en mi asiento tratando de alcanzar ese agujerito con mi lengua, necesitaba saborear esa pequeña chuchita, pero me fue imposible, entonces me di cuenta que la nena tenía sus ojos cerrados y gemía, su rostro estaba parcialmente cubierto por el enredado manto de sus cabellos. Introduje un dedo en ese estrecho orificio y ella movió sus pequeñas caderas facilitando la penetración, era evidente que ya no era virgen y que gozaba la penetración de mi dedo, trate de penetrarla con otro de mis dedos pero no le entraba, así que desistí, entonces traté de imaginar como llegar con mi boca para comerme ese chocho infantil, mi pene estaba duro como palo y era también un impedimento para desplazarme dentro del estrecho espacio del auto, eche el asiento del conductor atrás al máximo y quedé recostado, entonces la tomé y poco a poco la hice desplazarse con su ingle sobre mi cabeza, al final ella se acomodó solita con su vagina sobre mi boca, mientras con una mano mantenía su faldita alzada para que no estorbara.
Me sorprendió sentirla mover sus caderitas sobre mi boca, como es posible que una niñita así de pequeña pueda saber como moverse sexualmente, pero no me empeñaba en descubrir estos misterios, solo atinaba a mover mi lengua y tragar sus fluidos que no eran pocos, a un cierto momento ella se estremeció y con fuertes jadeos se corrió en mi boca, tembló por varios minutos, sus gemidos y quejidos eran otra fuente de excitación.
Mantuve a la nena lo más firme posible, ella seguía moviendo su ingle en mi cara, pero su mano se había desplazado al cierre de mis pantalones, sin decirme nada me abrió el cierre y metió su manita hasta tirar fuera ese palo duro en que se había convertido mi pene, la oscuridad del lugar no me permitía ver todos los detalles, pero su cabeza ahora tocaba el volante y sus tibia boca se había cerrado sobre mi glande, comenzó a chuparme la verga cuál si fuera un helado de paleta, su diminuta lengua recorría velozmente una y otra vez la cabezota lustrosa de mi pene, el sonido de las chupadas me excitaba aún más.
Me chupo la verga unos diez minutos mientras con sus manitas acariciaba mis pelotas, me chupaba la polla como una profesional del sexo y cuando me corrí en su boca, ella se tragó mi pene y aguantando algunas arcadas, se tragó todo mi semen, no se despego de mi miembro hasta que este un poco flácido salió de su boca, se sentó en el asiento del pasajero y se coloco sus braguitas, se limpio la boca con la manga de su chaleco como lo hacía de costumbre, le pase una confección con pañuelitos de higiénicos y ella solo los guardo en su pechito, donde guardaba todo, no quise hacerle ningún comentario, ella se arreglo su faldita, yo enderecé el asiento del auto y luego nos fuimos hacia el lugar donde yo la había recogido.
La nenita manipuló la radio y puso un poco de música de reguetón, no es mí favorita, pero no objeté, ella al parecer estaba tranquila y miraba hacia el exterior tarareando la música y haciendo movimientos de baile, parecía contenta, cuando llegamos a la altura de la estación Mapocho, ella me dijo – papito … déjame aquí … aquí está bien – abrió la puerta y sin más preámbulos se bajo del auto, la observé por largo rato mientras se alejaba moviendo sus caderas en modo infantil, saltando de vez en cuando como una niña
Estuve toda la semana pensando a ese fortuito encuentro con esta niña desamparada, no podía sacarme de la cabeza ese chocho minúsculo y mojadito, el goce de la pequeña al sentir mis caricias, para finalmente tener un formidable orgasmo con las lamidas de mi sedienta lengua, luego su pequeña boca cerrándose sobre mi pene hasta recibir mi descarga de esperma y engullirlo hasta la última gota, toda esta situación me mantenía con mi verga con constantes erecciones, me calmaba con una que otra chaquetica, pero las imágenes no me daban paz.
Me encontraba en una situación para nada agradable, porque soy un hombre maduro, divorciado, pero con sobrino-nietas de edades similares a la de esta pequeña, me sentía bastante en culpa, pero a su vez tenía una calentura por esa chiquita que me hacía sentir vigoroso, vivo, pero también un viejo verde e inmoral, mi conciencia me machacaba el alma, pero por las tardes mi huevos hervían al pensar en el guante aterciopelado de la pequeña concha de esta chiquilla.
Después de esa semana comencé a girar por los alrededores de la estación Metro de Cal y Canto, cruzaba el Mapocho y volvía por la misma ruta, después de girar por el sector una o dos horas, me retiraba, evidentemente se había ido a otro sector, sé que hay bandas que no permiten que interfieran con sus ventas callejeras, no admiten vendedores extraños y los amenazan y ahuyentan, pensé que algo así podría haber pasado con esta pequeña particularmente indefensa y vulnerable.
Había renunciado a buscarla, pero al regreso de mi trabajo debía pasar por el sector y no cesaba de transitar a velocidad reducida y la buscaba barriendo con la vista ambos costados de la avenida, hasta que un día que ya me iba y la divisé como saliendo de la estación del metro, era una tarde muy fría, estaba descendiendo una ligera neblina sobre la ciudad, me acerqué con mi vehículo hacia la acera y le toqué la bocina, ella un poco desorientada se volteó a mirar, pero no me vio, por lo que volví a hacer sonar mi claxon, ella se fijó en mi carro y comenzó a caminar hacia mí, baje el vidrio y ella me reconoció − ¡oh! Señor … ¿cómo esta? … − me dijo con una amplia sonrisa − ¡Hola! Nenita … ¿que estas vendiendo esta vez? – le pregunté − ¡ah! … tengo estos Super ocho … dos en mil y estas mentitas también a dos en mil – me dijo como esperanzada de hacer una buena venta conmigo − ¿y cuantos tienes? – me miró y escarbó en su caja de cartón − ¡oh! Señor … son muchos … no sabría decirle – me dijo masticando su chicle y preocupada que no le comprara nada – si subes al carro te los compraré todos – le dije apurando la situación, su carita se le iluminó instantáneamente y corrió a subir al auto, esta vez ella vestía unos jeans rosados que le andaban estrechos para su cuerpecito, un polar fucsia muy ancho, quizás era de su hermano y un cortavientos sin mangas de un verde oscuro.
La pequeña se sentó y acomodó en el asiento y me mostró sus jeans −estos me los compré con la venta que le hice a usted la última vez – me dijo como orgullosa de haber podido cambiar algo de su guardarropa, yo estaba pensando donde llevarla porque no quería estar con ella en la incomodidad del vehículo y con el peligro de que alguien nos sorprendiera, además yo la quería conmigo por un tiempo más largo, como vivo solo, me decidí a correr el riesgo y llevarla a mi departamento, total normalmente cuando yo me retiro es tan tarde que no me cruzo con vecinos fisgones ni otras personas que pudieran reparar en esta pequeña.
− ¿Has visto cuantos confites te quedan? – le pregunté – no lo sé Señor … espere un poco – y comenzó a contar su mercadería – Señor … son quince Super ocho y veinte bolsitas de menta – me dijo un poco compungida por la cantidad − ¿y cuánto sería eso en plata? – dije haciendo como que examinaba el contenido de la cajita − ¡oh! es mucho Señor … pero podría dejárselo en dieciséis mil pesos todo – me dijo negociando el precio de su mercancía, pero yo estaba interesado en otra cosa y no sé si ella lo percibía o no, era tan dulce su inocencia, real o no − ¿estás segura? – le pregunté levantando una ceja y frunciendo el ceño, ella me miró algo acongojada − ¡oh! Señor … por ser usted se lo dejare en quince mil todo – agregó apresurada para no perder el cliente − ¿te recuerdas que la otra vez te hice una propuesta? – le dije y ella bajo la vista mordiéndose su labiecito – Sí Señor … me recuerdo muy bien – dijo tímidamente − bueno la propuesta es la siguiente … visto que son tantos los dulces … ¿estarías dispuesta a acompañarme a mi casa? … así me ayudas a bajarlos … − le solté si saber a ciencia cierta su respuesta – además, te los compraré todos … por … digamos veinte mil pesos … y aquí tienes algo más por acompañarme … − le dije pasándole treinta mil pesos, ella ávidamente tomó el dinero, lo revisó y lo guardó – ¡gracias! Señor … ¡gracias! … − dijo, yo no quise agregar nada más, ya había aceptado de ir a mi departamento, ya habría tiempo para seguir negociando.
− ¿Me permite de escuchar música, Señor? – dijo la nena haciéndose cargo de la radio, como la vez anterior colocando una alocada música – no le subas mucho el volumen … estamos por llegar a mi casa – le dije cuando estábamos a un par de calles de mi departamento – altiro le bajo el volumen … disculpe, Señor … − me dijo la chicoca – deja de llamarme “Señor” … mi nombre es Jorge … y a propósito ¿Cuál es tú nombre? … − le pregunté – mi papá me llama Verónica … pero mi pololo me llama Vanessa … − me dijo muy suelta de cuerpo – pero como … ¿tienes nueve años y ya tienes pololo? … − le dije un poco sorprendido − ¡sí! … mi pololo se llama Manuel y conduce un colectivo de esos amarillos … de esos que van para Curacaví … − me dijo – él a veces me lleva para su casa, pero no me deja quedarme … − agregó un poco desencantada – entonces él te da dinero – aseveré − ¡no! … compramos un pollo asadito y nos vamos a la casa de él … y eso … a veces me compra la mercadería … como usted … − concluyó – pero cuando vas a casa de él ¿hacen alguna cosa? – le dije inquisitivamente − ¡pero claro! … él es mi pololo … hacemos lo que hacen los pololos … obvio – me dijo con toda seguridad.
Llegamos en las cercanías de Matucana y di toda una vuelta de manzana para ver si había alguien a la entrada del edificio, no había tráfico ni nada, así que retrocedí unos metros y entre al estacionamiento, como siempre no había nadie, tomé mi maletín y la chica bajó con la caja de mentas y chocolates, subimos al sexto piso y no nos cruzamos con nadie – no vayas a hacer ruido – le dije en voz baja – no Seño … umh … Jorge … − entramos y cerré la puerta cautelosamente.
Yo me moría de ganas de saltarle encima, pero la noche era joven y estábamos al fin solos y en la seguridad de mi casa − ¿te gustaría tomar un baño? – le pregunté − ¿a esta hora? – me retrucó, yo la quedé mirando y ella colocó sus manitos en sus caderas y con cara de niña mañosa − ¿y agua caliente tienes? – a este punto la cosa me resultaba hasta divertida – por supuesto que hay agua caliente, incluso si quieres podemos lavar tu ropa mientras nos bañamos y luego la pondremos en la secadora … ¿te parece? – ella me miró un poco perpleja − ¿de veras tienes todos esos adelantos? – me dijo dubitativa – así es Vanessa … hay de todo lo que tú quieras – le dije – debe ser muy rico usted para tener todas esas cosas tan modernas … − me dijo indagatoriamente − ¡no! … no soy rico, pero tengo un buen trabajo … ¿te va de bañarnos juntos? – le pregunte para apresurar las cosas − ¡sí! … pero quiero algo … − me dijo y yo imaginé más dinero – dime chiquilla … ¿qué es lo que quieres? – pregunté – quiero comer algo y también que me laves la ropa … umh … Jorge – me dijo con una mirada escurridiza – niña por dios … primero iremos a la ducha para bañarnos y luego comeremos unos huevito fritos con un jugoso bistec, tengo pan de molde también y una torta de ayer … ¿te parece bien como comida? – dije yo − ¡uy! que rico … porque no alcancé ni siquiera a almorzar hoy día … − me dijo sonriendo animosamente.
Me la llevé a mi cuarto y ella se desvistió en un abrir y cerrar de ojos, la tenía toda desnudita delante a mí y con una manito se tapaba su almejita, yo me desvestí con la verga dura como palo, ella me miraba e inocentemente trataba de cubrir esos senos inexistentes en su pechito, le tomé la mano y me pareció tan pequeñita al lado mío, yo soy alto 1,86 y ella poco más de un metro o quizás menos, no me resistí a tomarla en brazos como a una muñeca de porcelana, sus pezoncitos quedaron a la altura de mi boca y les pasé la lengua, ella reía divertida, lo más sorprendente es que no demostraba ningún temor, la alcé hasta tener su conchita a la altura de mi nariz, su olor era embriagador, mientras el yacusi se llenaba, la deposité en el agua y comencé a enjabonar sus muslitos y con mucha espuma en mis dedos comencé a buscar la rajita de su sexo.
Me senté en la vasca con burbujas de jabón por todos lados, ella estaba maravillada con todos esos chorros de agua caliente que salían de diferentes partes, la senté en mi regazo con mi verga entre sus delgados muslos, ella se apoyó en mí pecho y yo extraje la ducha teléfono para lavar sus cabellos, no le gustó mucho porque dijo que le iba a costar peinarse, yo le dije que no se preocupara, porque le daría dinero para que fuera a peinarse a una salón de belleza del centro, se tranquilizó inmediatamente, permitiéndome echar bastante shampo a sus gráciles cabellos, una agua oscura salió de esa maraña que tenía en su cabeza, aproveche a mirarla bien y no tenía piojos, lave su cuerpecito deleitándome con sus gemidos y chillidos de niña, una vez que estuvo bien lavada, sus cabellos tomaron un tono más claro y brillante, sus cabellos eran largos y lisos, su piel blanquísima y su carita de ángel, con unos labios casi dibujados, rosados y carnosos, le di un beso en la boca y ella la abrió permitiendo a mi lengua tocar la suya, moví mi mano a su culo, con la esponja llené sus pequeños y mullidos glúteos de jabón, luego inserté un dedo en su ano, ella se apretó a mí y me besó con más fuerzas, entonces intenté meter un segundo dedo − ¡ay! … no tan fuerte … y más despacito … si no me duele – dijo moviendo su culito en círculos.
Comencé a culear su estrecho culo con un solo dedo, ella tomó mi verga y comenzó a masajearla como lo haría cualquier mujer, solo que su manita apena si podía con la envergadura de mi pene, cada vez me maravillaba más de cómo una nena pudiese tener toda esa experiencia, pero mi miembro estaba a punto de explotar, ahora ella estaba a horcajadas casi sobre mi verga, sin soltar mi pene Vanessa comenzó a refregar su conchita sobre mi glande y poco a poco lo iba introduciendo, no podía imaginar lo suave y estrecho de este pequeño coño, no sé cuanto de mi miembro se había adentrado en su chocho, pero no me pude aguantar y me corrí dentro de ella, ella lo sintió y se apretó a mi pecho gimiendo, mi semen inundó su vagina, lubricándola más, mi pene perdió solo un poco de la erección, gracias a esto, el resto de mi verga se clavó mullidamente en esa panocha infantil, ella movía sus caderas facilitando una profunda penetración, Vanessa se estremeció un par de veces, abrazándose con fuerza a mí, pequeños gritos salían de su boca y me mordió una oreja con la excitación de su propio orgasmo.
La mantuve apretada a mi pecho mientras ella continuaba a estremecerse y a gemir, yo también estaba gimiendo y gozando de su estrecho sexo, se separó un poco de mi − ¿te sientes bien, Jorge? – me preguntó la nena con un tono de preocupación – estoy perfectamente bien, nenita … me has hecho muy feliz – le dije, ella me beso en la nariz – estas jadeando mucho … como si estuvieras cansado – dijo ella alzándose despacito para hacer deslizar mi verga fuera de su chocho, cuando estaba saliendo la punta de mi verga, ella se abrazó a mí gimiendo – también tú me has hecho sentir muy feliz – dijo levantándose y sentándose en mi vientre, yo le tome sus pechitos planos y pasé suavemente la esponja en sus diminutos pezones, ella dócilmente abrió sus muslos y mi polla comenzó a revivir una vez más – ¡esta nenita es mejor que el viagra! – pensé lascivamente.
Estuvimos por cerca de media hora inmersos en la tibieza del yacusi, probé a meterlo en su culito, pero dada las muestras de dolor desistí por el momento, pero antes de salir del agua la chiquita se enderezó y comenzó a jugar con mi pene − ¡oh! cómo es grande … me llega al ombligo – decía con su vocecita divertida, puso sus dos manitas y comenzó a hacerme una paja, yo me relajé y la deje hacer, me puse duro como palo y ella espontáneamente se levantó y se dejo caer sobre mi miembro en un instante, puso sus manos en mis rodillas y comenzó a mover sus caderas con rapidez, sus glúteos hacían espuma subiendo y bajando en el agua, había un ruido como chapoteo y ella se deleitaba dando chillidos y risotadas, se quejaba y chillaba, pero no disminuía sus movimientos, mis ojos estaban fijos en esos dos huequitos que se formaban al final de su espalda antes de sus nalgas, su pequeño trasero tenía una forma de corazón perfecta, hizo vibrar el agua y saltó haciendo salir mi pene de su conchita, tuve la intención de tomarla por las caderas y empalarla en mi verga, pero el espectáculo de su orgasmo me tenía subyugado, miré como sus glúteos se movían con sus músculos y ella continuaba a mover sus caderitas en el agua y a gemir casi sollozando.
La deje que se recuperara de sus convulsiones y exaltación de su goce, era también para mí un gocé tremendo ver a esta mujer en un cuerpo de niña, pues ya no había razón de dudarlos, la pequeña tenía mucha experiencia sexual y había aprendido precozmente a disfrutar plenamente de una penetración a su cartuchona vagina, nos salimos de la vasca y la sequé bien, puse sus ropajes a lavar y envuelta en una gran toalla me la llevé a mi dormitorio, me parecía de transportar una muñeca, ella arrebollada en la toalla se dejaba mimar, la deposité sobre mi cama y le encendí la Tv, me había olvidado de que había dejado el lector con un video porno, así que apareció una imagen de un muchacho de color dándosela por el culo a una muchachita adolescente, le dije si quería cambiarla y ella respondió negativamente, así que le dije que iba a preparar algo de comer y que ella disfrutara del video.
Preparé una sartenada de carne picadita con huevos, calenté un poco de pan en el microondas y me fui a buscar a mi pequeña huésped, estaba con su mano tocando su conchita mirando como la muchacha que follaba con el negrote, abría sus nalgas con sus manos y se tragaba una y otra vez la gruesa verga por su estrecho culo – ¡señorita! … deberías estar viendo “La Sirenita” o “El Rey León”, no esas – le dije en son de broma − ¿por qué? … si es lo mismo que tú querías hacerme en el baño … − me dijo en forma tan sensata que me dejó sin palabras – tienes razón tesoro – le dije, luego le pasé una remera mía y también unas viejas pantuflas – vamos cariño … vamos a comer algo … − le dije, se me escapó una carcajada verla tan pequeña con esa inmensa polera que le dejaba sus hombros al desnudo y esas viejas chancletas que debía caminar arrastrando los pies para que no se le salieran, el verla tan digna en tan indigno ropaje, con esos hombros desnudos, le daba una carga erótica relevante, también el modo en que había arreglado sus largos cabellos, un moño elegante y sofisticado que la hacía lucir como una mujer adulta refinada
Nos fuimos a la cocina y nos sentamos a comer, me asombró la cantidad que podía comer esta pequeña, luego recordé que había dicho que no había ni siquiera almorzado y ya no me pareció tan sorprendente, no hablaba solo comía y comía con verdadero placer – así que tienes un novio que también te lleva a su casa … ¿verdad? – le pregunté interesado en saber más cosas de esta picara ninfa sexual – sí … él me compra toda mi mercadería y luego me lleva pa’ allá – me respondió mientras atiborraba su boca de torta – ¿y él vive solo? … así como yo … − le dije − ¡no! … el tiene señora, pero ella trabaja en el hospital y cuando tiene turnos me puede llevar a su casa … obvio, ¿no? – no quise seguir preguntando pues ya había entendido suficiente − ¿te ha gustado la comida? ¿te sientes mejor ahora? – indagué – estaba todo muy rico – me dijo la nena sorbetéando su leche chocolatada y su nariz sucia de merengue de la torta, parecía realmente una de mis nietas, excepto porque vestía una vieja remera y bajo esa prenda yo sabía que estaba sentada completamente desnuda, me volvieron los pecaminosos pensamientos – vamos a mi dormitorio … − le dije y ella bebiendo el poco de leche que le quedaba, me respondió inocentemente − ¿y no me vas a hacer lavar todas estas cosas? – me volvió a sorprender su candidez – ¡no! … Vanessa … luego en la mañana lo haré yo mismo – le dije alzándome de la mesa.
Continuará
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Probando un Dulce – Capítulo 01
Estaba distraído cambiando el pendrive con mi música predilecta en la USB del carro, el semáforo estaba en rojo, así que supuse tendría tiempo de sobra para hacerlo, algo tan mecánico que ya había hecho tantas veces antes, cuando presentí una sombra en mi puerta del conductor, me sobresalté un poco ya que había escuchado que en las detenciones de los semáforos asaltaban a los conductores, como mi carro tiene cierres automáticos no me estaba tan afligido por el hecho, pero no era nada más que una nena pequeñita, sus ojos brillantes de energías, cabellos oscuros y despeinada, su faldita corta a medio muslo, con zapatillas y calcetas, una al tobillo y la otra casi a la rodilla, su rostro era precioso y su actitud, no sabría definirla con palabras, pero rebosaba de sensualidad a esa corta edad, quizás no más de diez años, el frio de la noche le hacía salir vapor de su boca y ella limpiaba su nariz con la manga de su vetusto chaleco de lana − ¿quiere un dulce señor? – me dijo con una vocecita de nena, pero vuelvo a decir que su actitud no era de niñita, más bien una pequeña mujer, quizás las vicisitudes la habían hecho madurar precozmente − ¿qué estas vendiendo chiquilla? – le pregunté, solo con el interés de saber más sobre ella – alfajores y estos de acá son chilenitos … dos en mil pesos – la volví a mirar y esos ojos oscuros, brillantes e intrigantes no me permitían alejarme de ella – cruza la calle … me voy a estacionar … ahí vemos que cosa puedo comprar – le dije comenzando a maniobrar y ponerme en un sitio seguro, mire a mi alrededor y vi otro grupo de vendedores, pero en la otra esquina, lejos de nosotros.
La nena me siguió y siempre por el lado de la puerta del conductor, me mostró su mercadería de dulces envasados en plástico – son muy ricos … no se va a arrepentir – me dijo y se mordió su labio inferior sensualmente, mi pene se puso a mil y me asusté, como esta pergenia a la que todavía se le caen los mocos me puede hacer excitar de esta manera, no lo podía comprender − ¿qué tal si hacemos un trato? – le dije y sus ojitos adquirieron más brillo − ¿quiere más de uno el señor? – me retrucó − ¿cuántos te quedan? – le pregunté, mirando siempre a mi alrededor en alerta – seis … siete … me quedan ocho, señor – me dijo en tono casi de fiesta – bueno … eso quiere decir que serían … cuatro lucas … ¿no? – le dije mostrándole mis cuatro dedos – si señor, son cuatro mil pesitos – la nena estaba contenta de vender toda su mercadería de una sola vez y movía su cuerpecito casi festejando − ¡ya! … dámelos todos … pero recuerda que tenemos que hacer un trato – le dije observándola atentamente.
− Pero no tengo más dulces – me dijo con tono de preocupación pensando me fuese a arrepentir de comprar − y no puedo rebajar el precio – agrego – ¡no! … no quiero más dulces … − le dije para tranquilizarla – mira … aquí están las cuatro lucas … y … diez lucas más si me dejas comerme un poquito de ti … − le pasé el dinero y no me importaba si se echaba a correr, ella me miró – que lindo es su auto … ¿me puedo subir? – me dijo como de lo más normal – si sube … me dije haciéndole lugar, dejando los dulces en el asiento trasero – volví a mirar hacia todos los lados para cerciorarme que no hubiese nadie en las cercanías y nos fuimos para un sector oscuro de la ciudad.
− ¿Qué edad tienes? – le pregunté a sabiendas que era muy niña, pero ella se había alzado su faldita y acomodado sus calcetas mostrándome todas sus piernas y la blancas bragas que vestía, no sabría decir si había alguna intención en todo ello, pero mi verga luchaba contra el genero de mis boxers y pantalón, tuve que acomodarla cómo pude – ocho … pero cumpliré nueve la próxima semana – me dijo denotando un cierto orgullo en el aumento de su edad – seré más grande y así nadie me comandará – dijo con un poco de bronca en la voz − ¿por qué? … ¿tienes alguien que te comanda ahora? – le pregunté – sí … mi padre que bebe todos los días y mi hermano que me quita mi dinero para drogarse – me dijo con rabia – y tu porque se lo permites – le dije ingenuamente − ¡no! … cómo yo soy chica ellos me quitan todo y si no me pegan – me dijo apretando sus puños.
Tuve una lucha interna sintiendo las duras vicisitudes que esta pequeña tenía que vivir, pero ella con su pierna plegada sobre el asiento me daba una vista espectacular de sus tiernos muslos y su ingle, llegué a un sector oscuro de la ciudad y estacioné el auto − ¡mira! … te daré diez lucas más para ayudarte con tus ganancias – le dije pasándole otro billete que ella prontamente guardó en un sucio pañuelo que escondía en su pechito − ¿y yo que tengo que hacer? – me dijo sin señas de miedo o preocupación – tienes que estar tranquilita y nada más – le dije posando mi mano sobre su gastada calceta gris, ella puso su pequeña manito sobre la mía, su piel estaba caliente, la piel de sus delgados muslos era suavecita, poco a poco fui subiendo mi mano hasta llegar al borde de su bragas − ¿me las saco? – dijo la nenita, sorprendiéndome bastante – si quieres … y si puedes … sácatelas, por favor – fue lo último que hablamos.
La pequeña ya sin calzoncito se giró hacia mí y abrió sus piernecitas, no lograba ver su chochito minúsculo, así que encendí la linterna de mi celular, su preciosa panochita brillaba con todo su esplendor, el aroma a orina me parecía una esencia deliciosa, sus labiecitos rosados eran otra perfección de la naturaleza, trate de mantener abiertos esos labiecitos húmedos y me incliné en mi asiento tratando de alcanzar ese agujerito con mi lengua, necesitaba saborear esa pequeña chuchita, pero me fue imposible, entonces me di cuenta que la nena tenía sus ojos cerrados y gemía, su rostro estaba parcialmente cubierto por el enredado manto de sus cabellos. Introduje un dedo en ese estrecho orificio y ella movió sus pequeñas caderas facilitando la penetración, era evidente que ya no era virgen y que gozaba la penetración de mi dedo, trate de penetrarla con otro de mis dedos pero no le entraba, así que desistí, entonces traté de imaginar como llegar con mi boca para comerme ese chocho infantil, mi pene estaba duro como palo y era también un impedimento para desplazarme dentro del estrecho espacio del auto, eche el asiento del conductor atrás al máximo y quedé recostado, entonces la tomé y poco a poco la hice desplazarse con su ingle sobre mi cabeza, al final ella se acomodó solita con su vagina sobre mi boca, mientras con una mano mantenía su faldita alzada para que no estorbara.
Me sorprendió sentirla mover sus caderitas sobre mi boca, como es posible que una niñita así de pequeña pueda saber como moverse sexualmente, pero no me empeñaba en descubrir estos misterios, solo atinaba a mover mi lengua y tragar sus fluidos que no eran pocos, a un cierto momento ella se estremeció y con fuertes jadeos se corrió en mi boca, tembló por varios minutos, sus gemidos y quejidos eran otra fuente de excitación.
Mantuve a la nena lo más firme posible, ella seguía moviendo su ingle en mi cara, pero su mano se había desplazado al cierre de mis pantalones, sin decirme nada me abrió el cierre y metió su manita hasta tirar fuera ese palo duro en que se había convertido mi pene, la oscuridad del lugar no me permitía ver todos los detalles, pero su cabeza ahora tocaba el volante y sus tibia boca se había cerrado sobre mi glande, comenzó a chuparme la verga cuál si fuera un helado de paleta, su diminuta lengua recorría velozmente una y otra vez la cabezota lustrosa de mi pene, el sonido de las chupadas me excitaba aún más.
Me chupo la verga unos diez minutos mientras con sus manitas acariciaba mis pelotas, me chupaba la polla como una profesional del sexo y cuando me corrí en su boca, ella se tragó mi pene y aguantando algunas arcadas, se tragó todo mi semen, no se despego de mi miembro hasta que este un poco flácido salió de su boca, se sentó en el asiento del pasajero y se coloco sus braguitas, se limpio la boca con la manga de su chaleco como lo hacía de costumbre, le pase una confección con pañuelitos de higiénicos y ella solo los guardo en su pechito, donde guardaba todo, no quise hacerle ningún comentario, ella se arreglo su faldita, yo enderecé el asiento del auto y luego nos fuimos hacia el lugar donde yo la había recogido.
La nenita manipuló la radio y puso un poco de música de reguetón, no es mí favorita, pero no objeté, ella al parecer estaba tranquila y miraba hacia el exterior tarareando la música y haciendo movimientos de baile, parecía contenta, cuando llegamos a la altura de la estación Mapocho, ella me dijo – papito … déjame aquí … aquí está bien – abrió la puerta y sin más preámbulos se bajo del auto, la observé por largo rato mientras se alejaba moviendo sus caderas en modo infantil, saltando de vez en cuando como una niña
Estuve toda la semana pensando a ese fortuito encuentro con esta niña desamparada, no podía sacarme de la cabeza ese chocho minúsculo y mojadito, el goce de la pequeña al sentir mis caricias, para finalmente tener un formidable orgasmo con las lamidas de mi sedienta lengua, luego su pequeña boca cerrándose sobre mi pene hasta recibir mi descarga de esperma y engullirlo hasta la última gota, toda esta situación me mantenía con mi verga con constantes erecciones, me calmaba con una que otra chaquetica, pero las imágenes no me daban paz.
Me encontraba en una situación para nada agradable, porque soy un hombre maduro, divorciado, pero con sobrino-nietas de edades similares a la de esta pequeña, me sentía bastante en culpa, pero a su vez tenía una calentura por esa chiquita que me hacía sentir vigoroso, vivo, pero también un viejo verde e inmoral, mi conciencia me machacaba el alma, pero por las tardes mi huevos hervían al pensar en el guante aterciopelado de la pequeña concha de esta chiquilla.
Después de esa semana comencé a girar por los alrededores de la estación Metro de Cal y Canto, cruzaba el Mapocho y volvía por la misma ruta, después de girar por el sector una o dos horas, me retiraba, evidentemente se había ido a otro sector, sé que hay bandas que no permiten que interfieran con sus ventas callejeras, no admiten vendedores extraños y los amenazan y ahuyentan, pensé que algo así podría haber pasado con esta pequeña particularmente indefensa y vulnerable.
Había renunciado a buscarla, pero al regreso de mi trabajo debía pasar por el sector y no cesaba de transitar a velocidad reducida y la buscaba barriendo con la vista ambos costados de la avenida, hasta que un día que ya me iba y la divisé como saliendo de la estación del metro, era una tarde muy fría, estaba descendiendo una ligera neblina sobre la ciudad, me acerqué con mi vehículo hacia la acera y le toqué la bocina, ella un poco desorientada se volteó a mirar, pero no me vio, por lo que volví a hacer sonar mi claxon, ella se fijó en mi carro y comenzó a caminar hacia mí, baje el vidrio y ella me reconoció − ¡oh! Señor … ¿cómo esta? … − me dijo con una amplia sonrisa − ¡Hola! Nenita … ¿que estas vendiendo esta vez? – le pregunté − ¡ah! … tengo estos Super ocho … dos en mil y estas mentitas también a dos en mil – me dijo como esperanzada de hacer una buena venta conmigo − ¿y cuantos tienes? – me miró y escarbó en su caja de cartón − ¡oh! Señor … son muchos … no sabría decirle – me dijo masticando su chicle y preocupada que no le comprara nada – si subes al carro te los compraré todos – le dije apurando la situación, su carita se le iluminó instantáneamente y corrió a subir al auto, esta vez ella vestía unos jeans rosados que le andaban estrechos para su cuerpecito, un polar fucsia muy ancho, quizás era de su hermano y un cortavientos sin mangas de un verde oscuro.
La pequeña se sentó y acomodó en el asiento y me mostró sus jeans −estos me los compré con la venta que le hice a usted la última vez – me dijo como orgullosa de haber podido cambiar algo de su guardarropa, yo estaba pensando donde llevarla porque no quería estar con ella en la incomodidad del vehículo y con el peligro de que alguien nos sorprendiera, además yo la quería conmigo por un tiempo más largo, como vivo solo, me decidí a correr el riesgo y llevarla a mi departamento, total normalmente cuando yo me retiro es tan tarde que no me cruzo con vecinos fisgones ni otras personas que pudieran reparar en esta pequeña.
− ¿Has visto cuantos confites te quedan? – le pregunté – no lo sé Señor … espere un poco – y comenzó a contar su mercadería – Señor … son quince Super ocho y veinte bolsitas de menta – me dijo un poco compungida por la cantidad − ¿y cuánto sería eso en plata? – dije haciendo como que examinaba el contenido de la cajita − ¡oh! es mucho Señor … pero podría dejárselo en dieciséis mil pesos todo – me dijo negociando el precio de su mercancía, pero yo estaba interesado en otra cosa y no sé si ella lo percibía o no, era tan dulce su inocencia, real o no − ¿estás segura? – le pregunté levantando una ceja y frunciendo el ceño, ella me miró algo acongojada − ¡oh! Señor … por ser usted se lo dejare en quince mil todo – agregó apresurada para no perder el cliente − ¿te recuerdas que la otra vez te hice una propuesta? – le dije y ella bajo la vista mordiéndose su labiecito – Sí Señor … me recuerdo muy bien – dijo tímidamente − bueno la propuesta es la siguiente … visto que son tantos los dulces … ¿estarías dispuesta a acompañarme a mi casa? … así me ayudas a bajarlos … − le solté si saber a ciencia cierta su respuesta – además, te los compraré todos … por … digamos veinte mil pesos … y aquí tienes algo más por acompañarme … − le dije pasándole treinta mil pesos, ella ávidamente tomó el dinero, lo revisó y lo guardó – ¡gracias! Señor … ¡gracias! … − dijo, yo no quise agregar nada más, ya había aceptado de ir a mi departamento, ya habría tiempo para seguir negociando.
− ¿Me permite de escuchar música, Señor? – dijo la nena haciéndose cargo de la radio, como la vez anterior colocando una alocada música – no le subas mucho el volumen … estamos por llegar a mi casa – le dije cuando estábamos a un par de calles de mi departamento – altiro le bajo el volumen … disculpe, Señor … − me dijo la chicoca – deja de llamarme “Señor” … mi nombre es Jorge … y a propósito ¿Cuál es tú nombre? … − le pregunté – mi papá me llama Verónica … pero mi pololo me llama Vanessa … − me dijo muy suelta de cuerpo – pero como … ¿tienes nueve años y ya tienes pololo? … − le dije un poco sorprendido − ¡sí! … mi pololo se llama Manuel y conduce un colectivo de esos amarillos … de esos que van para Curacaví … − me dijo – él a veces me lleva para su casa, pero no me deja quedarme … − agregó un poco desencantada – entonces él te da dinero – aseveré − ¡no! … compramos un pollo asadito y nos vamos a la casa de él … y eso … a veces me compra la mercadería … como usted … − concluyó – pero cuando vas a casa de él ¿hacen alguna cosa? – le dije inquisitivamente − ¡pero claro! … él es mi pololo … hacemos lo que hacen los pololos … obvio – me dijo con toda seguridad.
Llegamos en las cercanías de Matucana y di toda una vuelta de manzana para ver si había alguien a la entrada del edificio, no había tráfico ni nada, así que retrocedí unos metros y entre al estacionamiento, como siempre no había nadie, tomé mi maletín y la chica bajó con la caja de mentas y chocolates, subimos al sexto piso y no nos cruzamos con nadie – no vayas a hacer ruido – le dije en voz baja – no Seño … umh … Jorge … − entramos y cerré la puerta cautelosamente.
Yo me moría de ganas de saltarle encima, pero la noche era joven y estábamos al fin solos y en la seguridad de mi casa − ¿te gustaría tomar un baño? – le pregunté − ¿a esta hora? – me retrucó, yo la quedé mirando y ella colocó sus manitos en sus caderas y con cara de niña mañosa − ¿y agua caliente tienes? – a este punto la cosa me resultaba hasta divertida – por supuesto que hay agua caliente, incluso si quieres podemos lavar tu ropa mientras nos bañamos y luego la pondremos en la secadora … ¿te parece? – ella me miró un poco perpleja − ¿de veras tienes todos esos adelantos? – me dijo dubitativa – así es Vanessa … hay de todo lo que tú quieras – le dije – debe ser muy rico usted para tener todas esas cosas tan modernas … − me dijo indagatoriamente − ¡no! … no soy rico, pero tengo un buen trabajo … ¿te va de bañarnos juntos? – le pregunte para apresurar las cosas − ¡sí! … pero quiero algo … − me dijo y yo imaginé más dinero – dime chiquilla … ¿qué es lo que quieres? – pregunté – quiero comer algo y también que me laves la ropa … umh … Jorge – me dijo con una mirada escurridiza – niña por dios … primero iremos a la ducha para bañarnos y luego comeremos unos huevito fritos con un jugoso bistec, tengo pan de molde también y una torta de ayer … ¿te parece bien como comida? – dije yo − ¡uy! que rico … porque no alcancé ni siquiera a almorzar hoy día … − me dijo sonriendo animosamente.
Me la llevé a mi cuarto y ella se desvistió en un abrir y cerrar de ojos, la tenía toda desnudita delante a mí y con una manito se tapaba su almejita, yo me desvestí con la verga dura como palo, ella me miraba e inocentemente trataba de cubrir esos senos inexistentes en su pechito, le tomé la mano y me pareció tan pequeñita al lado mío, yo soy alto 1,86 y ella poco más de un metro o quizás menos, no me resistí a tomarla en brazos como a una muñeca de porcelana, sus pezoncitos quedaron a la altura de mi boca y les pasé la lengua, ella reía divertida, lo más sorprendente es que no demostraba ningún temor, la alcé hasta tener su conchita a la altura de mi nariz, su olor era embriagador, mientras el yacusi se llenaba, la deposité en el agua y comencé a enjabonar sus muslitos y con mucha espuma en mis dedos comencé a buscar la rajita de su sexo.
Me senté en la vasca con burbujas de jabón por todos lados, ella estaba maravillada con todos esos chorros de agua caliente que salían de diferentes partes, la senté en mi regazo con mi verga entre sus delgados muslos, ella se apoyó en mí pecho y yo extraje la ducha teléfono para lavar sus cabellos, no le gustó mucho porque dijo que le iba a costar peinarse, yo le dije que no se preocupara, porque le daría dinero para que fuera a peinarse a una salón de belleza del centro, se tranquilizó inmediatamente, permitiéndome echar bastante shampo a sus gráciles cabellos, una agua oscura salió de esa maraña que tenía en su cabeza, aproveche a mirarla bien y no tenía piojos, lave su cuerpecito deleitándome con sus gemidos y chillidos de niña, una vez que estuvo bien lavada, sus cabellos tomaron un tono más claro y brillante, sus cabellos eran largos y lisos, su piel blanquísima y su carita de ángel, con unos labios casi dibujados, rosados y carnosos, le di un beso en la boca y ella la abrió permitiendo a mi lengua tocar la suya, moví mi mano a su culo, con la esponja llené sus pequeños y mullidos glúteos de jabón, luego inserté un dedo en su ano, ella se apretó a mí y me besó con más fuerzas, entonces intenté meter un segundo dedo − ¡ay! … no tan fuerte … y más despacito … si no me duele – dijo moviendo su culito en círculos.
Comencé a culear su estrecho culo con un solo dedo, ella tomó mi verga y comenzó a masajearla como lo haría cualquier mujer, solo que su manita apena si podía con la envergadura de mi pene, cada vez me maravillaba más de cómo una nena pudiese tener toda esa experiencia, pero mi miembro estaba a punto de explotar, ahora ella estaba a horcajadas casi sobre mi verga, sin soltar mi pene Vanessa comenzó a refregar su conchita sobre mi glande y poco a poco lo iba introduciendo, no podía imaginar lo suave y estrecho de este pequeño coño, no sé cuanto de mi miembro se había adentrado en su chocho, pero no me pude aguantar y me corrí dentro de ella, ella lo sintió y se apretó a mi pecho gimiendo, mi semen inundó su vagina, lubricándola más, mi pene perdió solo un poco de la erección, gracias a esto, el resto de mi verga se clavó mullidamente en esa panocha infantil, ella movía sus caderas facilitando una profunda penetración, Vanessa se estremeció un par de veces, abrazándose con fuerza a mí, pequeños gritos salían de su boca y me mordió una oreja con la excitación de su propio orgasmo.
La mantuve apretada a mi pecho mientras ella continuaba a estremecerse y a gemir, yo también estaba gimiendo y gozando de su estrecho sexo, se separó un poco de mi − ¿te sientes bien, Jorge? – me preguntó la nena con un tono de preocupación – estoy perfectamente bien, nenita … me has hecho muy feliz – le dije, ella me beso en la nariz – estas jadeando mucho … como si estuvieras cansado – dijo ella alzándose despacito para hacer deslizar mi verga fuera de su chocho, cuando estaba saliendo la punta de mi verga, ella se abrazó a mí gimiendo – también tú me has hecho sentir muy feliz – dijo levantándose y sentándose en mi vientre, yo le tome sus pechitos planos y pasé suavemente la esponja en sus diminutos pezones, ella dócilmente abrió sus muslos y mi polla comenzó a revivir una vez más – ¡esta nenita es mejor que el viagra! – pensé lascivamente.
Estuvimos por cerca de media hora inmersos en la tibieza del yacusi, probé a meterlo en su culito, pero dada las muestras de dolor desistí por el momento, pero antes de salir del agua la chiquita se enderezó y comenzó a jugar con mi pene − ¡oh! cómo es grande … me llega al ombligo – decía con su vocecita divertida, puso sus dos manitas y comenzó a hacerme una paja, yo me relajé y la deje hacer, me puse duro como palo y ella espontáneamente se levantó y se dejo caer sobre mi miembro en un instante, puso sus manos en mis rodillas y comenzó a mover sus caderas con rapidez, sus glúteos hacían espuma subiendo y bajando en el agua, había un ruido como chapoteo y ella se deleitaba dando chillidos y risotadas, se quejaba y chillaba, pero no disminuía sus movimientos, mis ojos estaban fijos en esos dos huequitos que se formaban al final de su espalda antes de sus nalgas, su pequeño trasero tenía una forma de corazón perfecta, hizo vibrar el agua y saltó haciendo salir mi pene de su conchita, tuve la intención de tomarla por las caderas y empalarla en mi verga, pero el espectáculo de su orgasmo me tenía subyugado, miré como sus glúteos se movían con sus músculos y ella continuaba a mover sus caderitas en el agua y a gemir casi sollozando.
La deje que se recuperara de sus convulsiones y exaltación de su goce, era también para mí un gocé tremendo ver a esta mujer en un cuerpo de niña, pues ya no había razón de dudarlos, la pequeña tenía mucha experiencia sexual y había aprendido precozmente a disfrutar plenamente de una penetración a su cartuchona vagina, nos salimos de la vasca y la sequé bien, puse sus ropajes a lavar y envuelta en una gran toalla me la llevé a mi dormitorio, me parecía de transportar una muñeca, ella arrebollada en la toalla se dejaba mimar, la deposité sobre mi cama y le encendí la Tv, me había olvidado de que había dejado el lector con un video porno, así que apareció una imagen de un muchacho de color dándosela por el culo a una muchachita adolescente, le dije si quería cambiarla y ella respondió negativamente, así que le dije que iba a preparar algo de comer y que ella disfrutara del video.
Preparé una sartenada de carne picadita con huevos, calenté un poco de pan en el microondas y me fui a buscar a mi pequeña huésped, estaba con su mano tocando su conchita mirando como la muchacha que follaba con el negrote, abría sus nalgas con sus manos y se tragaba una y otra vez la gruesa verga por su estrecho culo – ¡señorita! … deberías estar viendo “La Sirenita” o “El Rey León”, no esas – le dije en son de broma − ¿por qué? … si es lo mismo que tú querías hacerme en el baño … − me dijo en forma tan sensata que me dejó sin palabras – tienes razón tesoro – le dije, luego le pasé una remera mía y también unas viejas pantuflas – vamos cariño … vamos a comer algo … − le dije, se me escapó una carcajada verla tan pequeña con esa inmensa polera que le dejaba sus hombros al desnudo y esas viejas chancletas que debía caminar arrastrando los pies para que no se le salieran, el verla tan digna en tan indigno ropaje, con esos hombros desnudos, le daba una carga erótica relevante, también el modo en que había arreglado sus largos cabellos, un moño elegante y sofisticado que la hacía lucir como una mujer adulta refinada
Nos fuimos a la cocina y nos sentamos a comer, me asombró la cantidad que podía comer esta pequeña, luego recordé que había dicho que no había ni siquiera almorzado y ya no me pareció tan sorprendente, no hablaba solo comía y comía con verdadero placer – así que tienes un novio que también te lleva a su casa … ¿verdad? – le pregunté interesado en saber más cosas de esta picara ninfa sexual – sí … él me compra toda mi mercadería y luego me lleva pa’ allá – me respondió mientras atiborraba su boca de torta – ¿y él vive solo? … así como yo … − le dije − ¡no! … el tiene señora, pero ella trabaja en el hospital y cuando tiene turnos me puede llevar a su casa … obvio, ¿no? – no quise seguir preguntando pues ya había entendido suficiente − ¿te ha gustado la comida? ¿te sientes mejor ahora? – indagué – estaba todo muy rico – me dijo la nena sorbetéando su leche chocolatada y su nariz sucia de merengue de la torta, parecía realmente una de mis nietas, excepto porque vestía una vieja remera y bajo esa prenda yo sabía que estaba sentada completamente desnuda, me volvieron los pecaminosos pensamientos – vamos a mi dormitorio … − le dije y ella bebiendo el poco de leche que le quedaba, me respondió inocentemente − ¿y no me vas a hacer lavar todas estas cosas? – me volvió a sorprender su candidez – ¡no! … Vanessa … luego en la mañana lo haré yo mismo – le dije alzándome de la mesa.
Continuará
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