Danysping
Virgen
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- Sep 17, 2025
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Después de ese primer contacto con Jhon, mi mundo cambió. Cada noche, antes de dormir, recordaba sus manos en mi cuerpo y esa sensación extraña pero rica que me hacía reír y temblar al mismo tiempo. A mis 8 años, todo era un juego inocente; jamás pensé que tocarnos fuera malo. Solo quería repetirlo.
Pero Jhon se fue a estudiar lejos. Los meses pasaban lentos como caracoles. Cuando volvía, apenas nos cruzábamos en el patio o la cocina. "¿Qué tal, Danielito?", decía con esa sonrisa que me hacía sentir cosquillas en la panza. Desde eso punto comenzó para él una temática nueva, manosearme.
Y para mí, era algo normal por que creía que eso era solamente un juego. Él aprovechaba segundos robados: un pellizco rápido en las nalgas mientras mi mamá servía café o las muchachas se descuidaban él aprovechaba con un roce contra mi cadera en el pasillo.
Asi que un día de esos, se acerco a mi -"Así como tú me tocaste mi pene, yo tocaré tus nalguitas", susurraba mientras yo me ponía rojo como tomate. Yo lo tome como simple juego, pero si algo de curiosidad, por que luego soltaba una risa nerviosa. "¡Deja de moverlas!", le reclamaba jugando mientras sus dedos apretaban mi short.
Una tarde de ésas que el cielo se pone color naranja, todos estaban en la sala viendo películas. Yo lo observó a Jhon, y el me hizo una señal con los ojos, que me indicaba que vaya hacia el patio trasero.
El se levantó primero, y fue al patio, y yo lo seguí después, estando ahí, me dijo "Asómate a la puerta", ordenó bajito. Corrí como ratoncito, espiando a izquierda y derecha. "¡Nadie!", avisé. Él se sentó en el banco de madera, patas abiertas, y señaló entre sus piernas. "Párate aquí, dame la espalda".
Obedecí sin pensar, creí que era otro juego, así que lo hice, yo riéndome aún, cuando sentí que sus manos subieron por mis muslos. "¿Te gusta que te agarre las nalguitas, enano?", preguntó mientras hundía sus dedos en mi carne. "¡Sí! ¡Pero haz cosquillas!", chillé, sintiendo cómo bajaba mi short hasta los tobillos.
De repente, el aire fresco me dio en las nalgas, y antes de que pudiera reaccionar, sus palmas calientes ya me las apretaban como masaje. "Qué ricas están... blanditas como gelatina lo tienes Danielito", murmuró Jhon, apretando con más fuerza. Yo me retorcía de risa, pero algo dentro de mí empezó a cambiar cuando él añadió: "Son como de muñequita, tus nalgas parecen de niñas".
Inmediatamente sentí sus dedos que se abrieron, separando mis nalgas, y yo contuve la respiración, miraba hacía la puerta y al otro lado. "¿Y esto? ¿Te gusta que te toquen aquí?", susurró a mi oído, rozando con el pulgar en mi agujerito. Un escalofrío me recorrió la espalda, sentí cosa extraña, pero me gustó, no puedo explicar esa sensación nueva que percibí en mi cuerpo.
"No sé... pero... si me gusta", balbuceé, sintiendo cómo su dedo presionaba suavemente mi anito. "Eres un diablito travieso", gruñó Jhon de repente. Antes de que pudiera responder, me levantó en vilo como si fuera pluma. "¡Ey!", protesté entre risas, pero él ya me depositaba boca abajo sobre la mesa de jardín. "Ahora, gatito... en cuatro patas ponte", ordenó, voz ronca.
Dudé un segundo—¿para qué?—pero la curiosidad me ganó. Me arrodillé, manos apoyadas en la madera áspera, sintiendo el aire en mi trasero desnudo.
Sus manos volvieron a mis caderas, bajando mi calzoncito hasta mitad de los muslos. "Quédate quieto...", advirtió mientras yo sentía su aliento caliente entre mis nalgas. Me empezó a masajear mis nalgas por varios minutos, pasando sus dedos por mi ano y jugando, él intentaba meterlo ya que lo presionaba con gentileza, pero aún así no entraba.
De repente, algo húmedo y suave me rozó el centro. "¡Ah! ¿Eso es tu lengua?", pregunté, sorprendido. Él no contestó, solo hundió su cara entre mis pompis, lamiendo con fuerza mi agujerito como si fuera un helado.
Yo intentaba agarrarme fuerte a la mesa, sus chupadas en mis nalgas eran algo que nunca(hace ése entonces) no había sentido, era una mezclas extraña y fuerte, pero me gustaba mucho.
Ése entonces me había reído de todo, por que en sí me daba cosquillas lo que él me hacía, pero cuándo comenzó hacerme éso dejé de reírme de golpe. Un cosquilleo eléctrico me subió desde las nalgas hasta la nuca. "Jhon... eso... eso está raro", gemí, aferrándome al borde de la mesa. Cada lengüetazo era más insistente, como si quisiera entrar dentro de mí.
Sentí sus manos agarrándome las nalgas para abrirlas más, y su lengua empujando contra mi ano con una presión que me hizo arquear la espalda. "Relájate... abre más...", jadeó él entre lamidas húmedas que sonaban obscenamente.
Me entró la curiosidad, entrecerrados mis ojos de la excitacion que estaba sintiendo, miré hacía atrás y vi su cabeza enterrada en mis pompis, los ojos de jhon cerrados en concentración, mientras su mano derecha se movía frenéticamente en su pene, se estaba masturbando con una velocidad que parecía que quería quitarle la carne.
De pronto un nuevo sonido surgió—gemidos ahogados de él—y al instante un chorro tibio y espeso de su semen me salpicó las piernas y la mesa. Observé como en su glande se abría para botar gran cantidad de líquido blanco. Nos quedamos en silencio por un momento, mientras nos miramos del uno al otro, él reía con una gran satisfacción.
"¡Uf! Mira lo que me hiciste hacer, diablillo", respiró Jhon con voz quebrada, mostrándome su mano llena de semen pegajoso. Yo solo miraba fascinado el líquido blanco goteando de su verga todavía palpitante. "Wow... salió mucho", susurré, sintiendo mi propio corazón acelerado.
Él sonrió cansado mientras limpiaba su mano en mi muslo. "Lávate rápido antes de que vengan", ordenó, dándome un cachete juguetón en la nalga izquierda antes de ayudarme a bajar. Corrí al baño de servicio, todavía sin shorts, sintiendo su saliva fría entre mis pompis y el aroma a semen fresco pegándose a mi piel. Al salir, me encontré con la mirada de Jhon desde el patio—oscura, prometedora—y supe que este juego apenas comenzaba.
En la sala, todos seguían viendo la película. Mamá me lanzó una mirada distraída. "¿Te bañaste, Danielito? Estás coloradito". Asentí rápido, escondiendo las manos que todavía olían a jabón y algo más... algo salado y masculino que no reconocía pero que me hacía sonreír por dentro.
En mi cuarto esa noche, no pude dormir. Cada vez que cerraba los ojos, sentía otra vez las manos calientes de Jhon apretando mis nalgas, su aliento en mi espalda, y ese líquido blanco tan extraño chorreando. Me toqué el muslo donde había caído—la piel ya estaba limpia, pero en mi cabeza seguía ahí, brillando bajo la luz de la luna que entraba por la ventana. "¿Por qué me gustó?", susurré a mi almohada, frotando las piernas una contra otra. No entendía nada, solo que quería que Jhon volviera a tocarme así.
Pasaron días sin verlo. La universidad lo tenía ocupado.
Pasaron días largos, semanas eternas. Jhon desapareció en sus estudios universitarios. Yo, me quedé en casa lo extrañaba mucho, Extrañaba esos juegos nuestros, esas corrientes eléctricas que me recorrían el cuerpo cuando estábamos solos, que él me hacía sentir, y eso me gustaba. Un mes entero sin verlo pasó. Hasta que llegó el día: fiesta familiar en la finca de mis abuelos maternos.
Todos fuimos en carros separados. Yo miraba por la ventana, buscando el auto donde iba Jhon. Quería sentarme con él, pero mamá dijo que ya estaba lleno. Cuando llegamos a la finca, lo vi enseguida: rodeado de primos y tíos, el centro de atención como siempre. Me acerqué a él, pero él solo me lanzó una mirada rápida, seria. Un mensaje claro: "Ahora no". Me aparté. ¿Por qué tenía que escondernos, solo quiero jugar con él? Me preguntaba a mi mismo.
Más tarde, cuando por fin se libró de la familia un momento, Jhon me agarró del brazo y me susurró al oído: "Danielito, no podemos hacer nada hoy. Hay demasiada gente. Sé cuidadoso". Su voz era firme, pero suave. Asentí, pero por dentro no quería eso. La fiesta siguió: música alta, risas, el olor a lechón asado mezclado con cerveza y tierra mojada. Juegue un poco con mis primos, comí. Los juegos y la comida fue fuerte que sin darme cuenta, me desplomé dormido en una cama el mueble. Para que horas más tarde, sin darme cuenta ya estaba en la recámara, que quedaba en el primer piso.
Al día siguiente amaneció con ese silencio pesado del campo después de la fiesta. En la mañana, a la primera hora, mi hermana Sarah se acercó a mí, me movía fuertemente mi hombre -levántate daniel, por que nos vamos al río, que no vas-, me mencionaba mientras seguía sacudiéndome fuerte.
Yo todo enojado le grite, -!no voy, quiero seguir durmiendo!-, solo escuché el gritó de mi mami diciendo que bajará Sarah, que ya se iban a ir, mi hermana salió de la recamara cerrando la puerta, yo volví a dormir de nuevo.
Pasaron, creo que unas horas. Yo seguía medio dormido, boca abajo, cuando sentí algo cálido y húmedo en mi nalga izquierda. Abrí los ojos lentamente y miré hacía atras, y vi a Jhon agachado detrás de mí, chupándome con esa intensidad que ya conocía. "¿J-Jhon?", murmuré, confundido pero sintiendo ya esa corriente familiar subiéndome por la espalda. Él ni siquiera levantó la cabeza. "Silencio y ponte en cuatro", ordenó entre lamida y lamida. Obedecí al instante, apoyando las manos en el colchón de algodón viejo que crujió bajo mi peso. Jhon se ajustó mejor, agarrándome las caderas con fuerza mientras su lengua recorría cada centímetro de mi raya, desde el coxis hasta el ano. "Ahh...", me escapó un gemido involuntario al sentir la punta húmeda presionando mi agujero. Él soltó una risa baja. "Te gusta, ¿verdad? Dilo". "Sí... sí, Jhon", jadeé, enterrando la cara en la almohada mientras él seguía, implacable, chupando, mordisqueando, metiendo la lengua adentro con un ritmo que me hacía temblar.
De repente, un dolor agudo me hizo arquearme. "¡Ay! Jhon, ahí duele...", protesté cuando su lengua empujó demasiado fuerte. Pero él solo gruñó, agarrandome más fuerte las caderas. "Aguanta, Danielito. Es parte del juego". Cerré los ojos otra vez, concentrándome en la mezcla de cosquillas y placer que me inundaba, en el sonido húmedo de su boca trabajando, en el olor a sudor y a él que llenaba la habitación.
Sentí cuando dejó de chupar, escuché sus pasos rápidos hacia la puerta. El clic del cerrojo al cerrarla. "Tu abuela sigue dormida abajo", dijo Jhon, volviendo hacia mí con esa mirada oscura que me aceleraba el corazón. "Y los demás se fueron al río. Tenemos tiempo". Me acomodó, y me sentó al borde de la cama, mis piernas colgando. Él se paró frente a mí, tan cerca que su pantaloneta de deporte rozaba mis rodillas. El bulto enorme que se marcaba ahí, a centímetros de mi cara... me hipnotizó. "¿Otro juego, Jhon?", pregunté con voz temblorosa, aunque ya sabía que esto era diferente. Más peligroso. Más emocionante.
Sin responder, Jhon desabrochó su pantaloneta y la bajó. Su pene salió de golpe, erecto y grueso, oscilando apenas a centímetros de mi cara. Un olor intenso, salvaje, me golpeó las fosas nasales: sudor concentrado, algo dulzón, y ese aroma fuerte, animal, a oríne seco mezclado con piel masculina. "Huele fuerte...", murmuré instintivamente, pero no era queja. Era mas gusto extrañó. Era como el olor de la tierra después de llover, pero humano. Adictivo.
Jhon sonrió con un lado de la boca mientras empezaba a masturbarse lentamente, sus dedos grandes recorriendo el largo palo desde la base hasta la punta húmeda. "Sácame la lengua, Danielito", ordenó de pronto, su voz ronca. Dudé un segundo. "¿Qué?". "¡La lengua, ahora!", repitió fuerte. Obedecí, sacando la lengua temblorosa como un perrito sediento.
Al instante, Jhon acercó la punta de su verga que colgaba el juego preseminal, eso cayó a mi lengua. El contacto fue eléctrico: cálido, salado, suave como terciopelo mojado. Un gemido ahogado me salió sin querer. Jhon gruñó satisfecho y empezó a frotar la cabeza contra mi lengua, cada vez más rápido, más fuerte.
La saliva se mezclaba con el líquido claro que brotaba de él, creando un brillo viscoso. "Quedate quieto", susurró mientras empujaba hacia adelante. De pronto, ya no era solo la punta. Todo el glande entró en mi boca, rozando mis labios, llenando mi espacio con esa textura viva y pulsante.
Mis ojos se abrieron como platos. Nunca había sentido algo así: caliente, pesado, palpitando contra mi lengua. El olor se intensificó dentro de mi boca, envolviéndome. Yo seguía sentado al borde de la cama, manos clavadas en mis muslos, paralizado entre el asombro y ese cosquilleo eléctrico que ahora subía desde la lengua hasta el estómago.
Jhon aceleró la mano en su base mientras movía las caderas hacia mi cara. "Más lengua", ordenó entre dientes. Obedecí, curvando la lengua hacia arriba para rozar ese hoyuelo bajo el glande. Su gruñido fue profundo, animal. "Así... así, Danielito".
De repente, una mano me agarró la nuca con fuerza. No hubo tiempo para reaccionar. Jhon empujó hacia adelante y su pene entero deslizó por mi lengua hasta golpear mi garganta. Ahogué un grito. El sabor a sal y piel se volvió abrumador. Mis ojos lloraron al instante mientras él empezaba a bombear lento pero profundo, cada empuje metiendo más de esa carne gruesa en mi boca. "Relaja la garganta", jadeó, sus dedos hundiéndose en mi pelo. Intenté obedecer, tragando saliva entre cada embestida, pero era muy difícil, por que su pene era muy gureso para mi boquita. El sonido húmedo de su fricción llenaba la habitación.
Sentí sus bolas pesadas golpeando mi mentón con cada movimiento. El ritmo se aceleró. Jhon dejó de masturbarse y usó ambas manos para sujetar mi cabeza, "abre todo la boca lo que mas que puedas", ordenó, yo intente abrir mi boca, pero era difícil, lo hice, el colocó su pene, y de a poco me lo fue metiendo en mi boca, un oene muy pesado y complicado de chupar. El seguio mintiendolo y sacándolo, por unos minutos, el sabor a pene ese sabor, era algo adictivo no lo sentí malo, ni sabor, pero esa sensación me hizo sentir bien, aunque la boca me empezó a doler. Pero...
Repentinamente, empezo a incrementar la velocidad, ya no era lento y suave, ahora era algo gresero que ya no lo metía solo la punto, ahora llegaba hasta la metidad de su pene, fue controlando el vaivén. "Chupa... como con un helado", gruñó. Intenté hacerlo, movía mi engua alrededor del pene palpitante, pero era difícil, me estaba ahogando. El dolor agudo se mezcló con la humedad caliente que me llenaba la nariz, el sabor a precum inundando mis papilas.
De repente, sus gruñidos se volvieron más urgentes. Empezó duro en mi boca, me dolia la mandíbula, pero el siguió, metio su pene, lo sacaba y lo metía, salibas se escurrían por mi menton, boca, mejia y mis ojos llorosos, me dieron ganas de vomitar, por que era fuerte.
Hasta que, de un empujó profundo y se quedó quieto, clavado hasta la garganta. Sentí su cuerpo tensarse como un arco. Un chorro caliente y espeso golpeó mi paladar. Tragué instintivamente. El sabor amargo, salado, me hizo arcadas, pero Jhon no soltaba. "Traga", ordenó entre jadeos. Otro chorro. Y otro. Tragué con los ojos cerrados, lágrimas ardientes resbalando. Su cuerpo tembló contra mí mientras vaciaba hasta la última gota.
Finalmente, se deslizó fuera de mi boca con un sonido húmedo. Me soltó la cabeza. Me quedé arrodillado, jadeando, saliva y semen mezclados chorreando por mi barbilla. El aire frío de la habitación quemaba mi garganta inflamada. Jhon se ajustó la pantaloneta sin mirarme, su respiración aún agitada. "Limpia eso", dijo señalando mi cara con el mentón mientras caminaba hacia la ventana.
Me levanté tambaleándome y busqué mi camiseta tirada en el suelo. La usé para limpiarme la cara. El olor acre aún impregnaba mis fosas nasales. Cuando me volví hacia él, Jhon miraba hacia el camino polvoriento. " creo que tú abuela se despertó. Debe estar en la en la cocina", anunció. Y siguió diciendo "debemos bajsr antes wue suba". Ordenamos el cuarto, yo fui al baño a lavarme la boca, y las manos.
Bajamos en silencio las escaleras de madera que crujían. En la cocina, la abuela revolvía una olla de sancocho. El aroma a pollo, yuca y cilantro casi ahogaba el olor a sexo que yo creía llevar pegado. "¿Dormiste bien, mijito?", preguntó sin volverse, su voz como tierra húmeda. "Sí, abuela", sintiendo cómo el calor subía por mi cuello.
Aun sentía dolor en mi mandíbula y mi garganta me dolía.
Jhon ya estaba en la puerta, impaciente. "Vamos, Danielito. Los demás deben estar en el río". Salimos al sol de mediodía que quemaba la tierra roja del camino. En el camino me dijo que no dijera a nadie todo lo que hacíamos, por que si no, ya no se volvería hacer, yo por mi parte le contesté que eso no pasaría era nuestro secreto.
Seguimos por ése caminó, el río brillaba como vidrio roto entre los árboles. Se oían risas y chapoteos. Mis primos jugaban a empujarse en el agua baja, mientras las tías charlaban a la sombra de los mangos. Jhon se quitó la camisa de un tirón—musculos tensos, piel dorada—y se lanzó de cabeza. El agua salpicó alto. Yo me quedé en la orilla, descalzo sobre las piedras lisas. Miraba cómo nadaba.
"¿No te bañas, Danielito?" gritó mi tío Ramón desde una hamaca. Sentí que todos los ojos giraban hacia mí. Sudaba bajo el sol.
"¡Claro que sí!" respondí, desabotonando mi camisa con dedos torpes. El tejido raspó mis pezones sensibles aún del roce con la sábana. Al entrar al agua fría, me uni a mis primos pars elepzar a jugar. Jhon nadaba cerca, sumergiéndose como una foca. De repente, una mano fuerte me agarró el tobillo bajo la superficie. Tiró. Tragué agua lodosa mientras reía con los demás, pero debajo, sus dedos subieron por mi pantorrilla hasta apretar mi muslo interno con un gesto posesivo que nadie más vio.
"¡Cuidado con el niño!" bromeó tío Ramón cuando emergí tosiendo. Jhon apareció a mi lado, gotas resbalando por su pecho velludo. "Te falta práctica, Danielito", dijo riendo, pero su rodilla rozó la mía bajo el agua, dura como piedra.
Nos unimos de nuevo al juego de mis primos—una pelea de agua desordenada donde todos empujaban y salpicaban. Jhon se colocó detrás de mí, fingiendo defenderme, pero sus manos bajaron disimuladamente. Una palmeó mi nalga aún sensible bajo el traje de baño mojado. "¿Te duele todavía la garganta?", susurró contra mi oreja mientras fingía forcejear con mi primo Luis. "No...", mentí, sintiendo el ardor aún mezclado con el placer del recuerdo.
Jhon se sumergió. Sentí sus manos deslizarse por mis piernas, separándolas bajo el agua turbia. Algo cálido y firme rozó mi entrepierna—su rostro, presionando contra el traje de baño justo en mis nalgas. Contuve un gemido al sentir su nariz hundirse contra mi raja mientras sus dedos apretaban mis muslos. "¡Suelta, Carlos!", protesté, sofocado, sabiendo que Jhon aprovechaba cada segundo.
Al rato, al terminar de salir del agua.
Nos reunimos en la orilla para el almuerzo. Tías repartían sancocho en platos de plástico bajo la sombra de un guayacán enorme. Me senté en una piedra lisa, jhon vino directo hacia mí con dos platos humeantes. "Come, Danielito", ordenó, dejando el mío en mis rodillas. Sus dedos rozaron mi muslo al hacerlo—un contacto eléctrico que hizo saltar mi piel. "Gracias", murmuré, lo mire sonriendo. El caldo olía a cilantro y pollo, algo rico.
De repente, un grito agudo cortó el aire. "¡Serpiente!". Todos saltamos. Entre las piedras del río, una culebra verde oscura deslizaba su cuerpo delgado. El caos estalló: tías gritando, primos empujándose, platos de plástico volando. En el tumulto, Jhon me agarró de la muñeca. "¡Por aquí!". Me llevó hacia los matorrales espesos detrás del guayacán, lejos del alboroto. Las ramas nos arañaron las piernas al adentrarnos en la vegetación tupida.
"¿Dónde...?", jadeé, pero él me puso encima de un tronco rugoso de un árbol, me volteó dandole la espalda. Su respiración era caliente y rápida en mi cuello. "No hagas ruido", ordenó, mientras sus manos bajaban a mi traje de baño mojado. En un tirón, lo bajó hasta mis rodillas. El aire fresco me golpeó la piel desnuda mientras él se arrodillaba. "Jhon, no, alguien podría...", protesté débilmente, pero sus dedos ya separaban mis nalgas con familiaridad brutal. "Silenció, no ves que después nos descubrirán", susurró contra mi piel antes de clavar la lengua en mi agujero.
Ahogué un gemido en el puño. Era más salvaje que en la cama—áspero, urgente. Su lengua raspaba como papel de lija húmedo, abriéndome mientras yo temblaba contra la corteza. De repente, un dolor agudo me hizo arquearme. "¡Ahí duele jhon!", él me inmovilizó con un brazo alrededor de mis muslos. "Aguanta, conejito", gruñó entre lamidas profundas que resonaban húmedas en la quietud del matorral. La mezcla de dolor y cosquilleo me hizo sudar frío.
De pronto, se levantó. Sus dedos manchados de tierra me voltearon hacia él. Vi su pantalón de baño abierto, esa carne oscura y gruesa palpitando a centímetros de mi cara. El olor a río y sexo crudo me mareó. "Chúpalo", ordenó, empujando mi cabeza hacia adelante. El glande salado rozó mis labios antes de que yo abriera la boca. "Más hondo", jadeó él cuando solo tomé la punta. Sus manos en mi nuca apretaron. Tragué aire y me empujó hasta la garganta.
Ahogué un grito que se convirtió en arcada. Él no retrocedió. "Relájate", gruñó mientras empezaba a bombear. Cada embestida golpeaba mi paladar, la textura de venas hinchadas raspando mi lengua. Las lágrimas en mis ojos. Afuera, las voces de mis tíos buscando la serpiente sonaban lejanas, como en otro mundo. Aquí solo existía el ritmo húmedo de su follada, el sabor a precum amargo, el calor sofocante de sus muslos contra mis orejas.
De repente, sus manos se crisparon en mi pelo. "Ahora", jadeó, empujando hasta el fondo. Un chorro espeso y caliente me llenó la garganta. Tragué a duras penas, el líquido salado bajando como lava. Seguía temblando cuando se deslizó fuera, dejando mi boca vacía y dolorida. Su semen chorreaba por mi barbilla mezclado con saliva.
"Límpiate", ordenó Jhon mientras se ajustaba el traje de baño. Busqué mi camiseta arrugada en el suelo y la usé para limpiarme la cara. El olor acre aún me quemaba las fosas nasales. Fuera, las voces de mis tíos se acercaban: "¡Danielito! ¡Jhon! ¿Dónde están?".
Jhon me levantó. "Recoge esas ramas rotas", susurró urgente mientras él mismo empujaba tierra sobre el semen que había caído al suelo. En segundos, disimulamos el desorden. Salimos del matorral justo cuando tío Ramón aparecía entre los árboles. "¿Qué hacían aquí?" preguntó, entrecerrando los ojos. "Danielito se asustó con la culebra y corrió. Lo alcancé", mintió Jhon con una sonrisa fácil mientras me daba una palmada en la espalda.
Regresamos al grupo donde las tías seguían agitadas. "¡Era una boa pequeña, nada peligrosa!" anunció abuela, pero su mirada se clavó en mis piernas llenas de arañazos rojos. "¿Te lastimaste, mijito?". Antes de que pudiera responder, Jhon interrumpió: "Se tropezó entre las piedras. Le dije que no corriera como loco". Su tono era ligero, después de eso todo siguió normal.
En eso fuimos a la casa todos. Más tarde, estuvimos en la sala hablando, viendo películas cosas asi de primos o de familia.
Pasaron horas, ya estaba oscureciendo y todos estaban cansados. Yo estaba sentado en el sofá junto a mis primos pequeños viendo una película de dibujos animados. De repente sentí una mano en mi hombro. Era Jhon. "Ven, ayúdame a buscar unas caña para el fogón", dijo con voz normal.
Me levanté y lo seguí hacia el patio trasero donde estaba el montón de leña. La noche estaba fresca y las luces de la casa apenas llegaban hasta allí.
La noche envolvía todo con su manto oscuro cuando salimos de la casa. Un frío leve rozaba mi piel, pero no tanto como el calor que empezaba a hervir dentro de mí. Jhon caminaba rápido, casi arrastrándome hacia unos matorrales espesos que quedaban lejos de la casa familiar. "¿Dónde vamos?" pregunté, la voz temblorosa. "No tardaremos", murmuró, caminando un poco mas deprisa.
Llegamos a un claro solitario donde apenas se veía la luz de la casa a lo lejos. De repente, sus manos fuertes me agarraron por la cintura y me subieron a una vieja mesa de madera que estaba bajo un árbol enorme. Las ramas nos tapaban como si fuéramos un secreto. Yo quedé ahí parado sobre la mesa, que le llegaba apenas a las rodillas a él. "Oye... esto está mal", solté una risa nerviosa, sintiendo cómo el corazón me latía tan fuerte que casi me ahogaba.
Jhon no habló. Con movimientos rápidos, como si temiera que alguien saliera a buscarnos, me bajó los shorts de un tirón. El aire frío de la noche me golpeó la piel desnuda, pero duró poco. En segundos, me puse en cuatro sobre aquella mesa, sus manos calientes me agarraron las nalgas y su boca se clavó en ellas. Gemí sin querer mientras él chupaba frenético, como si quisiera devorarme. Los sonidos del campo—grillos, lechuzas—se mezclaban con el ruido húmedo de sus lamidas y mis quejidos ahogados. Cada chupón me hacía arquear más la espalda, entregándome sin remedio.
De pronto, algo duro y caliente rozó mi trasero. Volteé la cabeza y lo vi: su pene enorme, palpitando contra mis nalgas, cubierto de líquido pegajoso. Jhon empujó, presionando la punta contra mi ano cerrado. "Relájate, Danielito", susurró ronco, pero yo sentía el miedo mezclado con el deseo. No entraba, solo frotaba contra mí mientras se masturbaba con mis nalgas, usando su propio líquido como lubricante. Cada embestida era violenta, salvaje; yo me aferraba al borde de la mesa con fuerza para no caerme mientras las piedras del suelo me cortaban las palmas.
Su mano izquierda me agarró la cadera mientras la derecha seguía guiando su verga. Sentía cada venazo contra mi piel, el calor húmedo, la presión brusca que casi me hacía perder el equilibrio. "Así... qué rico estás", gruñía él, acelerando el ritmo. Yo gemía sin control, empujando mis caderas hacia atrás para sentir más, aunque el roce me quemaba. El aire olía a sudor, y a ese aroma salado que salía de entre mis piernas.
De repente, un ruido de ramas quebrándose se paralizó. Jhon se encogió sobre mí, su cuerpo tenso como un alambre. "¿Qué es?" susurré, preguntando, sintiendo su pene palpitando contra mi agujero. Él no respondió, solo clavó los dedos en mis caderas mientras escudriñaba la oscuridad. Hasta que una lechuza ululó en la distancia. Jhon soltó un resoplido y volvió a frotarse contra mí con más fuerza, como si el susto le hubiera dado hambre.
Su verga gruesa y mojada resbalaba entre mis nalgas, empapándome de ese líquido caliente que olía a sal y a hombre. Cada embestida me hacía gemir bajo el árbol. El roce era demasiado intenso, casi doloroso pero adictivo. Yo empujaba las caderas hacia atrás buscando más presión, sintiendo cómo el glande rozaba mi agujero sin entrar. "Jhon...", murmuré, sin saber si pedía que parara o siguiera. Él respondió apretándome las nalgas con ambas manos, separándolas bruscamente para exponerme más mi ano. El aire frío en mi ano me hizo estremecer justo cuando su punta palpitante presionó otra vez ahí mismo.
De repente, un chorro caliente me golpeó la espalda baja. Luego otro. Jhon gruñía como un animal, sacudiéndose contra mí mientras me bañaba en su semen espeso. Sentí cómo corría por mis muslos, pegajoso y ardiente. "Mierda... qué rico", jadeó él, hundiendo la cara en mi cuello mientras seguía eyaculando en espasmos violentos. Yo me quedé quieto, respirando acelerado, sintiendo ese líquido correr sobre mi piel como una marca.
Cuando terminó, Jhon se desplomó contra mi espalda, su pecho subiendo y bajando como un fuelle. Su aliento caliente en mi oreja.
"Quédate quieto," gruñó mientras sus dedos resbalaban por mi espalda empapada, recogiendo su propio semen para untarlo otra vez entre mis nalgas. Sentí el líquido espeso y tibio deslizándose hacia mi agujero mientras él frotaba con insistencia. "Así... relájate." Su voz era áspera, urgente. Yo apreté los dientes, los nudillos blancos contra la madera áspera de la mesa. Las piedras bajo mis pies cortaban, pero el ardor entre mis piernas lo eclipsaba todo.
Y de repente nuevamente un chorro de semen cubría mis nalgas, era choro tras chorro, que me baño mi espalda. "Jhon ya no puedo, me duele las rodillas", le decia mintras el, se acomodaba su pantalón. Me levanto de la mesa, con un trapo que previamente el había llevado, me limpio la espalda y mis nalgas. Y nos dirigimos de vuelta a la casa.
Al caminar sentía mis nalgas mojadas, sentí como se deslizaba gotas de semen desde mi ano hasta mis piernas. A partir de ése entonces, mi vida cambió gracias a jhon.
Continúa....
Pero Jhon se fue a estudiar lejos. Los meses pasaban lentos como caracoles. Cuando volvía, apenas nos cruzábamos en el patio o la cocina. "¿Qué tal, Danielito?", decía con esa sonrisa que me hacía sentir cosquillas en la panza. Desde eso punto comenzó para él una temática nueva, manosearme.
Y para mí, era algo normal por que creía que eso era solamente un juego. Él aprovechaba segundos robados: un pellizco rápido en las nalgas mientras mi mamá servía café o las muchachas se descuidaban él aprovechaba con un roce contra mi cadera en el pasillo.
Asi que un día de esos, se acerco a mi -"Así como tú me tocaste mi pene, yo tocaré tus nalguitas", susurraba mientras yo me ponía rojo como tomate. Yo lo tome como simple juego, pero si algo de curiosidad, por que luego soltaba una risa nerviosa. "¡Deja de moverlas!", le reclamaba jugando mientras sus dedos apretaban mi short.
Una tarde de ésas que el cielo se pone color naranja, todos estaban en la sala viendo películas. Yo lo observó a Jhon, y el me hizo una señal con los ojos, que me indicaba que vaya hacia el patio trasero.
El se levantó primero, y fue al patio, y yo lo seguí después, estando ahí, me dijo "Asómate a la puerta", ordenó bajito. Corrí como ratoncito, espiando a izquierda y derecha. "¡Nadie!", avisé. Él se sentó en el banco de madera, patas abiertas, y señaló entre sus piernas. "Párate aquí, dame la espalda".
Obedecí sin pensar, creí que era otro juego, así que lo hice, yo riéndome aún, cuando sentí que sus manos subieron por mis muslos. "¿Te gusta que te agarre las nalguitas, enano?", preguntó mientras hundía sus dedos en mi carne. "¡Sí! ¡Pero haz cosquillas!", chillé, sintiendo cómo bajaba mi short hasta los tobillos.
De repente, el aire fresco me dio en las nalgas, y antes de que pudiera reaccionar, sus palmas calientes ya me las apretaban como masaje. "Qué ricas están... blanditas como gelatina lo tienes Danielito", murmuró Jhon, apretando con más fuerza. Yo me retorcía de risa, pero algo dentro de mí empezó a cambiar cuando él añadió: "Son como de muñequita, tus nalgas parecen de niñas".
Inmediatamente sentí sus dedos que se abrieron, separando mis nalgas, y yo contuve la respiración, miraba hacía la puerta y al otro lado. "¿Y esto? ¿Te gusta que te toquen aquí?", susurró a mi oído, rozando con el pulgar en mi agujerito. Un escalofrío me recorrió la espalda, sentí cosa extraña, pero me gustó, no puedo explicar esa sensación nueva que percibí en mi cuerpo.
"No sé... pero... si me gusta", balbuceé, sintiendo cómo su dedo presionaba suavemente mi anito. "Eres un diablito travieso", gruñó Jhon de repente. Antes de que pudiera responder, me levantó en vilo como si fuera pluma. "¡Ey!", protesté entre risas, pero él ya me depositaba boca abajo sobre la mesa de jardín. "Ahora, gatito... en cuatro patas ponte", ordenó, voz ronca.
Dudé un segundo—¿para qué?—pero la curiosidad me ganó. Me arrodillé, manos apoyadas en la madera áspera, sintiendo el aire en mi trasero desnudo.
Sus manos volvieron a mis caderas, bajando mi calzoncito hasta mitad de los muslos. "Quédate quieto...", advirtió mientras yo sentía su aliento caliente entre mis nalgas. Me empezó a masajear mis nalgas por varios minutos, pasando sus dedos por mi ano y jugando, él intentaba meterlo ya que lo presionaba con gentileza, pero aún así no entraba.
De repente, algo húmedo y suave me rozó el centro. "¡Ah! ¿Eso es tu lengua?", pregunté, sorprendido. Él no contestó, solo hundió su cara entre mis pompis, lamiendo con fuerza mi agujerito como si fuera un helado.
Yo intentaba agarrarme fuerte a la mesa, sus chupadas en mis nalgas eran algo que nunca(hace ése entonces) no había sentido, era una mezclas extraña y fuerte, pero me gustaba mucho.
Ése entonces me había reído de todo, por que en sí me daba cosquillas lo que él me hacía, pero cuándo comenzó hacerme éso dejé de reírme de golpe. Un cosquilleo eléctrico me subió desde las nalgas hasta la nuca. "Jhon... eso... eso está raro", gemí, aferrándome al borde de la mesa. Cada lengüetazo era más insistente, como si quisiera entrar dentro de mí.
Sentí sus manos agarrándome las nalgas para abrirlas más, y su lengua empujando contra mi ano con una presión que me hizo arquear la espalda. "Relájate... abre más...", jadeó él entre lamidas húmedas que sonaban obscenamente.
Me entró la curiosidad, entrecerrados mis ojos de la excitacion que estaba sintiendo, miré hacía atrás y vi su cabeza enterrada en mis pompis, los ojos de jhon cerrados en concentración, mientras su mano derecha se movía frenéticamente en su pene, se estaba masturbando con una velocidad que parecía que quería quitarle la carne.
De pronto un nuevo sonido surgió—gemidos ahogados de él—y al instante un chorro tibio y espeso de su semen me salpicó las piernas y la mesa. Observé como en su glande se abría para botar gran cantidad de líquido blanco. Nos quedamos en silencio por un momento, mientras nos miramos del uno al otro, él reía con una gran satisfacción.
"¡Uf! Mira lo que me hiciste hacer, diablillo", respiró Jhon con voz quebrada, mostrándome su mano llena de semen pegajoso. Yo solo miraba fascinado el líquido blanco goteando de su verga todavía palpitante. "Wow... salió mucho", susurré, sintiendo mi propio corazón acelerado.
Él sonrió cansado mientras limpiaba su mano en mi muslo. "Lávate rápido antes de que vengan", ordenó, dándome un cachete juguetón en la nalga izquierda antes de ayudarme a bajar. Corrí al baño de servicio, todavía sin shorts, sintiendo su saliva fría entre mis pompis y el aroma a semen fresco pegándose a mi piel. Al salir, me encontré con la mirada de Jhon desde el patio—oscura, prometedora—y supe que este juego apenas comenzaba.
En la sala, todos seguían viendo la película. Mamá me lanzó una mirada distraída. "¿Te bañaste, Danielito? Estás coloradito". Asentí rápido, escondiendo las manos que todavía olían a jabón y algo más... algo salado y masculino que no reconocía pero que me hacía sonreír por dentro.
En mi cuarto esa noche, no pude dormir. Cada vez que cerraba los ojos, sentía otra vez las manos calientes de Jhon apretando mis nalgas, su aliento en mi espalda, y ese líquido blanco tan extraño chorreando. Me toqué el muslo donde había caído—la piel ya estaba limpia, pero en mi cabeza seguía ahí, brillando bajo la luz de la luna que entraba por la ventana. "¿Por qué me gustó?", susurré a mi almohada, frotando las piernas una contra otra. No entendía nada, solo que quería que Jhon volviera a tocarme así.
Pasaron días sin verlo. La universidad lo tenía ocupado.
Pasaron días largos, semanas eternas. Jhon desapareció en sus estudios universitarios. Yo, me quedé en casa lo extrañaba mucho, Extrañaba esos juegos nuestros, esas corrientes eléctricas que me recorrían el cuerpo cuando estábamos solos, que él me hacía sentir, y eso me gustaba. Un mes entero sin verlo pasó. Hasta que llegó el día: fiesta familiar en la finca de mis abuelos maternos.
Todos fuimos en carros separados. Yo miraba por la ventana, buscando el auto donde iba Jhon. Quería sentarme con él, pero mamá dijo que ya estaba lleno. Cuando llegamos a la finca, lo vi enseguida: rodeado de primos y tíos, el centro de atención como siempre. Me acerqué a él, pero él solo me lanzó una mirada rápida, seria. Un mensaje claro: "Ahora no". Me aparté. ¿Por qué tenía que escondernos, solo quiero jugar con él? Me preguntaba a mi mismo.
Más tarde, cuando por fin se libró de la familia un momento, Jhon me agarró del brazo y me susurró al oído: "Danielito, no podemos hacer nada hoy. Hay demasiada gente. Sé cuidadoso". Su voz era firme, pero suave. Asentí, pero por dentro no quería eso. La fiesta siguió: música alta, risas, el olor a lechón asado mezclado con cerveza y tierra mojada. Juegue un poco con mis primos, comí. Los juegos y la comida fue fuerte que sin darme cuenta, me desplomé dormido en una cama el mueble. Para que horas más tarde, sin darme cuenta ya estaba en la recámara, que quedaba en el primer piso.
Al día siguiente amaneció con ese silencio pesado del campo después de la fiesta. En la mañana, a la primera hora, mi hermana Sarah se acercó a mí, me movía fuertemente mi hombre -levántate daniel, por que nos vamos al río, que no vas-, me mencionaba mientras seguía sacudiéndome fuerte.
Yo todo enojado le grite, -!no voy, quiero seguir durmiendo!-, solo escuché el gritó de mi mami diciendo que bajará Sarah, que ya se iban a ir, mi hermana salió de la recamara cerrando la puerta, yo volví a dormir de nuevo.
Pasaron, creo que unas horas. Yo seguía medio dormido, boca abajo, cuando sentí algo cálido y húmedo en mi nalga izquierda. Abrí los ojos lentamente y miré hacía atras, y vi a Jhon agachado detrás de mí, chupándome con esa intensidad que ya conocía. "¿J-Jhon?", murmuré, confundido pero sintiendo ya esa corriente familiar subiéndome por la espalda. Él ni siquiera levantó la cabeza. "Silencio y ponte en cuatro", ordenó entre lamida y lamida. Obedecí al instante, apoyando las manos en el colchón de algodón viejo que crujió bajo mi peso. Jhon se ajustó mejor, agarrándome las caderas con fuerza mientras su lengua recorría cada centímetro de mi raya, desde el coxis hasta el ano. "Ahh...", me escapó un gemido involuntario al sentir la punta húmeda presionando mi agujero. Él soltó una risa baja. "Te gusta, ¿verdad? Dilo". "Sí... sí, Jhon", jadeé, enterrando la cara en la almohada mientras él seguía, implacable, chupando, mordisqueando, metiendo la lengua adentro con un ritmo que me hacía temblar.
De repente, un dolor agudo me hizo arquearme. "¡Ay! Jhon, ahí duele...", protesté cuando su lengua empujó demasiado fuerte. Pero él solo gruñó, agarrandome más fuerte las caderas. "Aguanta, Danielito. Es parte del juego". Cerré los ojos otra vez, concentrándome en la mezcla de cosquillas y placer que me inundaba, en el sonido húmedo de su boca trabajando, en el olor a sudor y a él que llenaba la habitación.
Sentí cuando dejó de chupar, escuché sus pasos rápidos hacia la puerta. El clic del cerrojo al cerrarla. "Tu abuela sigue dormida abajo", dijo Jhon, volviendo hacia mí con esa mirada oscura que me aceleraba el corazón. "Y los demás se fueron al río. Tenemos tiempo". Me acomodó, y me sentó al borde de la cama, mis piernas colgando. Él se paró frente a mí, tan cerca que su pantaloneta de deporte rozaba mis rodillas. El bulto enorme que se marcaba ahí, a centímetros de mi cara... me hipnotizó. "¿Otro juego, Jhon?", pregunté con voz temblorosa, aunque ya sabía que esto era diferente. Más peligroso. Más emocionante.
Sin responder, Jhon desabrochó su pantaloneta y la bajó. Su pene salió de golpe, erecto y grueso, oscilando apenas a centímetros de mi cara. Un olor intenso, salvaje, me golpeó las fosas nasales: sudor concentrado, algo dulzón, y ese aroma fuerte, animal, a oríne seco mezclado con piel masculina. "Huele fuerte...", murmuré instintivamente, pero no era queja. Era mas gusto extrañó. Era como el olor de la tierra después de llover, pero humano. Adictivo.
Jhon sonrió con un lado de la boca mientras empezaba a masturbarse lentamente, sus dedos grandes recorriendo el largo palo desde la base hasta la punta húmeda. "Sácame la lengua, Danielito", ordenó de pronto, su voz ronca. Dudé un segundo. "¿Qué?". "¡La lengua, ahora!", repitió fuerte. Obedecí, sacando la lengua temblorosa como un perrito sediento.
Al instante, Jhon acercó la punta de su verga que colgaba el juego preseminal, eso cayó a mi lengua. El contacto fue eléctrico: cálido, salado, suave como terciopelo mojado. Un gemido ahogado me salió sin querer. Jhon gruñó satisfecho y empezó a frotar la cabeza contra mi lengua, cada vez más rápido, más fuerte.
La saliva se mezclaba con el líquido claro que brotaba de él, creando un brillo viscoso. "Quedate quieto", susurró mientras empujaba hacia adelante. De pronto, ya no era solo la punta. Todo el glande entró en mi boca, rozando mis labios, llenando mi espacio con esa textura viva y pulsante.
Mis ojos se abrieron como platos. Nunca había sentido algo así: caliente, pesado, palpitando contra mi lengua. El olor se intensificó dentro de mi boca, envolviéndome. Yo seguía sentado al borde de la cama, manos clavadas en mis muslos, paralizado entre el asombro y ese cosquilleo eléctrico que ahora subía desde la lengua hasta el estómago.
Jhon aceleró la mano en su base mientras movía las caderas hacia mi cara. "Más lengua", ordenó entre dientes. Obedecí, curvando la lengua hacia arriba para rozar ese hoyuelo bajo el glande. Su gruñido fue profundo, animal. "Así... así, Danielito".
De repente, una mano me agarró la nuca con fuerza. No hubo tiempo para reaccionar. Jhon empujó hacia adelante y su pene entero deslizó por mi lengua hasta golpear mi garganta. Ahogué un grito. El sabor a sal y piel se volvió abrumador. Mis ojos lloraron al instante mientras él empezaba a bombear lento pero profundo, cada empuje metiendo más de esa carne gruesa en mi boca. "Relaja la garganta", jadeó, sus dedos hundiéndose en mi pelo. Intenté obedecer, tragando saliva entre cada embestida, pero era muy difícil, por que su pene era muy gureso para mi boquita. El sonido húmedo de su fricción llenaba la habitación.
Sentí sus bolas pesadas golpeando mi mentón con cada movimiento. El ritmo se aceleró. Jhon dejó de masturbarse y usó ambas manos para sujetar mi cabeza, "abre todo la boca lo que mas que puedas", ordenó, yo intente abrir mi boca, pero era difícil, lo hice, el colocó su pene, y de a poco me lo fue metiendo en mi boca, un oene muy pesado y complicado de chupar. El seguio mintiendolo y sacándolo, por unos minutos, el sabor a pene ese sabor, era algo adictivo no lo sentí malo, ni sabor, pero esa sensación me hizo sentir bien, aunque la boca me empezó a doler. Pero...
Repentinamente, empezo a incrementar la velocidad, ya no era lento y suave, ahora era algo gresero que ya no lo metía solo la punto, ahora llegaba hasta la metidad de su pene, fue controlando el vaivén. "Chupa... como con un helado", gruñó. Intenté hacerlo, movía mi engua alrededor del pene palpitante, pero era difícil, me estaba ahogando. El dolor agudo se mezcló con la humedad caliente que me llenaba la nariz, el sabor a precum inundando mis papilas.
De repente, sus gruñidos se volvieron más urgentes. Empezó duro en mi boca, me dolia la mandíbula, pero el siguió, metio su pene, lo sacaba y lo metía, salibas se escurrían por mi menton, boca, mejia y mis ojos llorosos, me dieron ganas de vomitar, por que era fuerte.
Hasta que, de un empujó profundo y se quedó quieto, clavado hasta la garganta. Sentí su cuerpo tensarse como un arco. Un chorro caliente y espeso golpeó mi paladar. Tragué instintivamente. El sabor amargo, salado, me hizo arcadas, pero Jhon no soltaba. "Traga", ordenó entre jadeos. Otro chorro. Y otro. Tragué con los ojos cerrados, lágrimas ardientes resbalando. Su cuerpo tembló contra mí mientras vaciaba hasta la última gota.
Finalmente, se deslizó fuera de mi boca con un sonido húmedo. Me soltó la cabeza. Me quedé arrodillado, jadeando, saliva y semen mezclados chorreando por mi barbilla. El aire frío de la habitación quemaba mi garganta inflamada. Jhon se ajustó la pantaloneta sin mirarme, su respiración aún agitada. "Limpia eso", dijo señalando mi cara con el mentón mientras caminaba hacia la ventana.
Me levanté tambaleándome y busqué mi camiseta tirada en el suelo. La usé para limpiarme la cara. El olor acre aún impregnaba mis fosas nasales. Cuando me volví hacia él, Jhon miraba hacia el camino polvoriento. " creo que tú abuela se despertó. Debe estar en la en la cocina", anunció. Y siguió diciendo "debemos bajsr antes wue suba". Ordenamos el cuarto, yo fui al baño a lavarme la boca, y las manos.
Bajamos en silencio las escaleras de madera que crujían. En la cocina, la abuela revolvía una olla de sancocho. El aroma a pollo, yuca y cilantro casi ahogaba el olor a sexo que yo creía llevar pegado. "¿Dormiste bien, mijito?", preguntó sin volverse, su voz como tierra húmeda. "Sí, abuela", sintiendo cómo el calor subía por mi cuello.
Aun sentía dolor en mi mandíbula y mi garganta me dolía.
Jhon ya estaba en la puerta, impaciente. "Vamos, Danielito. Los demás deben estar en el río". Salimos al sol de mediodía que quemaba la tierra roja del camino. En el camino me dijo que no dijera a nadie todo lo que hacíamos, por que si no, ya no se volvería hacer, yo por mi parte le contesté que eso no pasaría era nuestro secreto.
Seguimos por ése caminó, el río brillaba como vidrio roto entre los árboles. Se oían risas y chapoteos. Mis primos jugaban a empujarse en el agua baja, mientras las tías charlaban a la sombra de los mangos. Jhon se quitó la camisa de un tirón—musculos tensos, piel dorada—y se lanzó de cabeza. El agua salpicó alto. Yo me quedé en la orilla, descalzo sobre las piedras lisas. Miraba cómo nadaba.
"¿No te bañas, Danielito?" gritó mi tío Ramón desde una hamaca. Sentí que todos los ojos giraban hacia mí. Sudaba bajo el sol.
"¡Claro que sí!" respondí, desabotonando mi camisa con dedos torpes. El tejido raspó mis pezones sensibles aún del roce con la sábana. Al entrar al agua fría, me uni a mis primos pars elepzar a jugar. Jhon nadaba cerca, sumergiéndose como una foca. De repente, una mano fuerte me agarró el tobillo bajo la superficie. Tiró. Tragué agua lodosa mientras reía con los demás, pero debajo, sus dedos subieron por mi pantorrilla hasta apretar mi muslo interno con un gesto posesivo que nadie más vio.
"¡Cuidado con el niño!" bromeó tío Ramón cuando emergí tosiendo. Jhon apareció a mi lado, gotas resbalando por su pecho velludo. "Te falta práctica, Danielito", dijo riendo, pero su rodilla rozó la mía bajo el agua, dura como piedra.
Nos unimos de nuevo al juego de mis primos—una pelea de agua desordenada donde todos empujaban y salpicaban. Jhon se colocó detrás de mí, fingiendo defenderme, pero sus manos bajaron disimuladamente. Una palmeó mi nalga aún sensible bajo el traje de baño mojado. "¿Te duele todavía la garganta?", susurró contra mi oreja mientras fingía forcejear con mi primo Luis. "No...", mentí, sintiendo el ardor aún mezclado con el placer del recuerdo.
Jhon se sumergió. Sentí sus manos deslizarse por mis piernas, separándolas bajo el agua turbia. Algo cálido y firme rozó mi entrepierna—su rostro, presionando contra el traje de baño justo en mis nalgas. Contuve un gemido al sentir su nariz hundirse contra mi raja mientras sus dedos apretaban mis muslos. "¡Suelta, Carlos!", protesté, sofocado, sabiendo que Jhon aprovechaba cada segundo.
Al rato, al terminar de salir del agua.
Nos reunimos en la orilla para el almuerzo. Tías repartían sancocho en platos de plástico bajo la sombra de un guayacán enorme. Me senté en una piedra lisa, jhon vino directo hacia mí con dos platos humeantes. "Come, Danielito", ordenó, dejando el mío en mis rodillas. Sus dedos rozaron mi muslo al hacerlo—un contacto eléctrico que hizo saltar mi piel. "Gracias", murmuré, lo mire sonriendo. El caldo olía a cilantro y pollo, algo rico.
De repente, un grito agudo cortó el aire. "¡Serpiente!". Todos saltamos. Entre las piedras del río, una culebra verde oscura deslizaba su cuerpo delgado. El caos estalló: tías gritando, primos empujándose, platos de plástico volando. En el tumulto, Jhon me agarró de la muñeca. "¡Por aquí!". Me llevó hacia los matorrales espesos detrás del guayacán, lejos del alboroto. Las ramas nos arañaron las piernas al adentrarnos en la vegetación tupida.
"¿Dónde...?", jadeé, pero él me puso encima de un tronco rugoso de un árbol, me volteó dandole la espalda. Su respiración era caliente y rápida en mi cuello. "No hagas ruido", ordenó, mientras sus manos bajaban a mi traje de baño mojado. En un tirón, lo bajó hasta mis rodillas. El aire fresco me golpeó la piel desnuda mientras él se arrodillaba. "Jhon, no, alguien podría...", protesté débilmente, pero sus dedos ya separaban mis nalgas con familiaridad brutal. "Silenció, no ves que después nos descubrirán", susurró contra mi piel antes de clavar la lengua en mi agujero.
Ahogué un gemido en el puño. Era más salvaje que en la cama—áspero, urgente. Su lengua raspaba como papel de lija húmedo, abriéndome mientras yo temblaba contra la corteza. De repente, un dolor agudo me hizo arquearme. "¡Ahí duele jhon!", él me inmovilizó con un brazo alrededor de mis muslos. "Aguanta, conejito", gruñó entre lamidas profundas que resonaban húmedas en la quietud del matorral. La mezcla de dolor y cosquilleo me hizo sudar frío.
De pronto, se levantó. Sus dedos manchados de tierra me voltearon hacia él. Vi su pantalón de baño abierto, esa carne oscura y gruesa palpitando a centímetros de mi cara. El olor a río y sexo crudo me mareó. "Chúpalo", ordenó, empujando mi cabeza hacia adelante. El glande salado rozó mis labios antes de que yo abriera la boca. "Más hondo", jadeó él cuando solo tomé la punta. Sus manos en mi nuca apretaron. Tragué aire y me empujó hasta la garganta.
Ahogué un grito que se convirtió en arcada. Él no retrocedió. "Relájate", gruñó mientras empezaba a bombear. Cada embestida golpeaba mi paladar, la textura de venas hinchadas raspando mi lengua. Las lágrimas en mis ojos. Afuera, las voces de mis tíos buscando la serpiente sonaban lejanas, como en otro mundo. Aquí solo existía el ritmo húmedo de su follada, el sabor a precum amargo, el calor sofocante de sus muslos contra mis orejas.
De repente, sus manos se crisparon en mi pelo. "Ahora", jadeó, empujando hasta el fondo. Un chorro espeso y caliente me llenó la garganta. Tragué a duras penas, el líquido salado bajando como lava. Seguía temblando cuando se deslizó fuera, dejando mi boca vacía y dolorida. Su semen chorreaba por mi barbilla mezclado con saliva.
"Límpiate", ordenó Jhon mientras se ajustaba el traje de baño. Busqué mi camiseta arrugada en el suelo y la usé para limpiarme la cara. El olor acre aún me quemaba las fosas nasales. Fuera, las voces de mis tíos se acercaban: "¡Danielito! ¡Jhon! ¿Dónde están?".
Jhon me levantó. "Recoge esas ramas rotas", susurró urgente mientras él mismo empujaba tierra sobre el semen que había caído al suelo. En segundos, disimulamos el desorden. Salimos del matorral justo cuando tío Ramón aparecía entre los árboles. "¿Qué hacían aquí?" preguntó, entrecerrando los ojos. "Danielito se asustó con la culebra y corrió. Lo alcancé", mintió Jhon con una sonrisa fácil mientras me daba una palmada en la espalda.
Regresamos al grupo donde las tías seguían agitadas. "¡Era una boa pequeña, nada peligrosa!" anunció abuela, pero su mirada se clavó en mis piernas llenas de arañazos rojos. "¿Te lastimaste, mijito?". Antes de que pudiera responder, Jhon interrumpió: "Se tropezó entre las piedras. Le dije que no corriera como loco". Su tono era ligero, después de eso todo siguió normal.
En eso fuimos a la casa todos. Más tarde, estuvimos en la sala hablando, viendo películas cosas asi de primos o de familia.
Pasaron horas, ya estaba oscureciendo y todos estaban cansados. Yo estaba sentado en el sofá junto a mis primos pequeños viendo una película de dibujos animados. De repente sentí una mano en mi hombro. Era Jhon. "Ven, ayúdame a buscar unas caña para el fogón", dijo con voz normal.
Me levanté y lo seguí hacia el patio trasero donde estaba el montón de leña. La noche estaba fresca y las luces de la casa apenas llegaban hasta allí.
La noche envolvía todo con su manto oscuro cuando salimos de la casa. Un frío leve rozaba mi piel, pero no tanto como el calor que empezaba a hervir dentro de mí. Jhon caminaba rápido, casi arrastrándome hacia unos matorrales espesos que quedaban lejos de la casa familiar. "¿Dónde vamos?" pregunté, la voz temblorosa. "No tardaremos", murmuró, caminando un poco mas deprisa.
Llegamos a un claro solitario donde apenas se veía la luz de la casa a lo lejos. De repente, sus manos fuertes me agarraron por la cintura y me subieron a una vieja mesa de madera que estaba bajo un árbol enorme. Las ramas nos tapaban como si fuéramos un secreto. Yo quedé ahí parado sobre la mesa, que le llegaba apenas a las rodillas a él. "Oye... esto está mal", solté una risa nerviosa, sintiendo cómo el corazón me latía tan fuerte que casi me ahogaba.
Jhon no habló. Con movimientos rápidos, como si temiera que alguien saliera a buscarnos, me bajó los shorts de un tirón. El aire frío de la noche me golpeó la piel desnuda, pero duró poco. En segundos, me puse en cuatro sobre aquella mesa, sus manos calientes me agarraron las nalgas y su boca se clavó en ellas. Gemí sin querer mientras él chupaba frenético, como si quisiera devorarme. Los sonidos del campo—grillos, lechuzas—se mezclaban con el ruido húmedo de sus lamidas y mis quejidos ahogados. Cada chupón me hacía arquear más la espalda, entregándome sin remedio.
De pronto, algo duro y caliente rozó mi trasero. Volteé la cabeza y lo vi: su pene enorme, palpitando contra mis nalgas, cubierto de líquido pegajoso. Jhon empujó, presionando la punta contra mi ano cerrado. "Relájate, Danielito", susurró ronco, pero yo sentía el miedo mezclado con el deseo. No entraba, solo frotaba contra mí mientras se masturbaba con mis nalgas, usando su propio líquido como lubricante. Cada embestida era violenta, salvaje; yo me aferraba al borde de la mesa con fuerza para no caerme mientras las piedras del suelo me cortaban las palmas.
Su mano izquierda me agarró la cadera mientras la derecha seguía guiando su verga. Sentía cada venazo contra mi piel, el calor húmedo, la presión brusca que casi me hacía perder el equilibrio. "Así... qué rico estás", gruñía él, acelerando el ritmo. Yo gemía sin control, empujando mis caderas hacia atrás para sentir más, aunque el roce me quemaba. El aire olía a sudor, y a ese aroma salado que salía de entre mis piernas.
De repente, un ruido de ramas quebrándose se paralizó. Jhon se encogió sobre mí, su cuerpo tenso como un alambre. "¿Qué es?" susurré, preguntando, sintiendo su pene palpitando contra mi agujero. Él no respondió, solo clavó los dedos en mis caderas mientras escudriñaba la oscuridad. Hasta que una lechuza ululó en la distancia. Jhon soltó un resoplido y volvió a frotarse contra mí con más fuerza, como si el susto le hubiera dado hambre.
Su verga gruesa y mojada resbalaba entre mis nalgas, empapándome de ese líquido caliente que olía a sal y a hombre. Cada embestida me hacía gemir bajo el árbol. El roce era demasiado intenso, casi doloroso pero adictivo. Yo empujaba las caderas hacia atrás buscando más presión, sintiendo cómo el glande rozaba mi agujero sin entrar. "Jhon...", murmuré, sin saber si pedía que parara o siguiera. Él respondió apretándome las nalgas con ambas manos, separándolas bruscamente para exponerme más mi ano. El aire frío en mi ano me hizo estremecer justo cuando su punta palpitante presionó otra vez ahí mismo.
De repente, un chorro caliente me golpeó la espalda baja. Luego otro. Jhon gruñía como un animal, sacudiéndose contra mí mientras me bañaba en su semen espeso. Sentí cómo corría por mis muslos, pegajoso y ardiente. "Mierda... qué rico", jadeó él, hundiendo la cara en mi cuello mientras seguía eyaculando en espasmos violentos. Yo me quedé quieto, respirando acelerado, sintiendo ese líquido correr sobre mi piel como una marca.
Cuando terminó, Jhon se desplomó contra mi espalda, su pecho subiendo y bajando como un fuelle. Su aliento caliente en mi oreja.
"Quédate quieto," gruñó mientras sus dedos resbalaban por mi espalda empapada, recogiendo su propio semen para untarlo otra vez entre mis nalgas. Sentí el líquido espeso y tibio deslizándose hacia mi agujero mientras él frotaba con insistencia. "Así... relájate." Su voz era áspera, urgente. Yo apreté los dientes, los nudillos blancos contra la madera áspera de la mesa. Las piedras bajo mis pies cortaban, pero el ardor entre mis piernas lo eclipsaba todo.
Y de repente nuevamente un chorro de semen cubría mis nalgas, era choro tras chorro, que me baño mi espalda. "Jhon ya no puedo, me duele las rodillas", le decia mintras el, se acomodaba su pantalón. Me levanto de la mesa, con un trapo que previamente el había llevado, me limpio la espalda y mis nalgas. Y nos dirigimos de vuelta a la casa.
Al caminar sentía mis nalgas mojadas, sentí como se deslizaba gotas de semen desde mi ano hasta mis piernas. A partir de ése entonces, mi vida cambió gracias a jhon.
Continúa....