Por Pedir un Favor, mi Madre es Abusada 002

heranlu

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Iba a separarse cuando la besó, le pegó los labios resecos a los suyos y le metió la lengua gorda morreándola, agarrándole la cabeza con ambas manos. Sintió pavor ante el contacto y le temblaron las piernas, arrepentida de haber propiciado aquel descaro con su actitud complaciente. No se atrevió a empujarle y resistió el morreo y la invasión de la lengua en su boca. Fran aprovechó la mansa actitud de Adela para deslizar las manazas por su espalda y así poder abrazarla, aplastar la blandengue barriga contra su cuerpecito. Separó la boca para mirarla, vertiendo todo su aliento sobre el rostro de la chica.

Te deseo tanto… - jadeó Fran.

Tengo que irme, Fran, esto no es buena idea…

Vamos dentro…

No, Fran, por favor…

La sujetó del brazo y la adentró en el hall del edificio, en penumbra, sólo iluminado en algunas zonas por el reflejo de las farolas de la calle. La colocó de espaldas contra la pared y se lanzó a morrearla de nuevo, esta vez manoseándola por todos lados. Ella trató de apartar la cabeza, pero Fran se la volvió para continuar besándola. Le metía la lengua en la boca a la fuerza, achuchándole las tetas por encima del jersey.

Déjame, Fran, joder, qué estás haciendo…

Me has puesto cachondo, deja que me desahogue…

Fran…

Bruscamente, la sujetó de los hombros y la puso contra la pared, de espaldas a él, con la mejilla pegada al frío mármol. Adela mantenía una mirada de espanto ante lo que estaba a punto de suceder. Le tenía una mano en la nuca para mantenerla inmovilizada mientras que con la otra se desabrochaba a toda prisa el cinturón y se bajaba la bragueta.

Fran, cálmate, por favor, voy a gritar si no me dejas y llamarán a la policía…

Grita, a tu novio le gustará saber que te he traído a tu casa después de haberme follado a su madre, le gustará ver las fotos de esa zorra…

Fran, por favor…

Ya tenía la verga erecta por fuera del slip cuando le tiró de la falda hacia arriba dejándolas arrugadas en la cintura. Llevaba un panty y bajo el nailon unas bragas negras. Le bajó el leotardo en varios tirones y acto seguido deslizó sus bragas hasta las rodillas, dejándola con su culo blanco a la vista, un culo de nalgas pequeñas y blanditas. Enseguida se agarró la polla y la condujo a los bajos del culo, acariciándole la rajita rasurada con la punta, aplastándole la barriga en la espalda y jadeando sobre su nuca.

¡Qué buena estás, cabrona! Sé buena conmigo, te deseo mucho…

Le fue dilatando el coño poco a poco, hundiéndola despacio hasta los mismos huevos. Adela exhaló con los ojos cerrados. La besuqueaba por la mejilla y la oreja, vertiendo la excitante respiración sobre el ondulado cabello. Percibía bastante dolor ante el gravedoso estiramiento de sus labios vaginales, la polla era de una anchura muy superior a la de Cristian y la postura tampoco la había probado con su novio. Y comenzó a follarla, removiéndose sobre su culo, sólo ahondando, sin apenas sacarla, presionándola contra la pared, acezando como un perro salvaje sobre su mejilla y cabello. Ella mantenía las bragas y el panty enrollados a la altura de las rodillas y él sólo tenía el pantalón abierto con la verga por fuera. No paraba de removerse sobre ella. Le metió las manos por debajo del jersey y le acarició las tetas, cada una con una mano. Adela se cobijó en la lujuriosa sensación, no podía evitarla, no podía liberarse de ella y su chocho chorreaba flujos ante el continuo deslizamiento de la verga. Fran cada vez acezaba con más intensidad y se meneaba sobre su culo con más potencia. Ella también acompañaba sus movimientos agitándose sobre la pared, al son de las clavadas, emitiendo ahogados gemidos en la penumbra. Así hasta que notó un gran derramamiento de leche caliente en el interior de su coño, una corriente intensa que se desbordó goteando al suelo. Fran se escurrió embistiéndola secamente un par de veces más, luego extrajo la polla y dio un paso atrás. Goteaba leche incesantemente del chocho. Ella le miró por encima del hombro respirando trabajosamente. Vio que se guardaba la verga y que se abrochaba los pantalones, entonces se inclinó para subirse las bragas, el panty y bajarse la falda. Mientras se alisaba la tela, vio que él sacaba las llaves del coche, como dispuesto a marcharse.

Gracias por el polvo, bonita, tenía ganas de follar contigo.

Vete, Fran, por favor.

Y salió disparada hacia la escalera. Ya dentro de su piso, alarmada y con el pavor circulando por las venas, se sentó en el borde de la cama tratando de calibrar el alcance del incidente. El mejor amigo de su novio acababa de follarla tras haber violado a su suegra. Sintió asco de sí misma por no pararle los pies, pero debía reconocer que ella misma había propiciado la asquerosa actitud de Fran, cuya mente descontrolada iba a arruinar la vida de todos ellos. Allí sentada, con el chocho pegajoso por el semen, atrapada entre remordimientos y confusión, pasó la noche, sin atender llamadas, sin comer ni beber, sumida en una honda incertidumbre.

El sábado por la mañana amaneció lluvioso. La tensión y los nervios caldeaban el ambiente en casa de Cristian. Ni él ni su madre habían pegado ojo en toda la noche tras los abusos sufridos por Diana. Todo había cambiado en sus vidas, un terrible incidente que iba a ser difícil superar y que no sabían cómo afrontar. Cristian trató de convencerla de que lo más conveniente era presentar una denuncia, pero Fran albergaba pruebas que podían poner en entredicho la versión de su madre. Estaba borracha, le tiró fotos muy comprometidas que iban a dificultar su versión ante la policía o ante cualquier persona. Diana quería mantener silencio, que el escándalo no trascendiera y tratar de superarlo. Se moría con sólo pensar en las consecuencias, en las dudas que pudieran surgir en su entorno, y le hizo prometer a su hijo que guardaría silencio. No pudo atender las insistentes llamadas de su marido desde Nueva York, no lograba acaparar el suficiente ánimo como para hablarle. Tampoco Cristian logró contactar con su novia, quería pedirle que mantuviera silencio por el bien de todos. El desasosiego gobernaba la mente de madre e hijo. Ambos se encontraban en la cocina. Cristian, ya vestido, le había preparado una tila para apaciguar sus nervios. Diana acababa de ducharse y vestía un pijama de raso color azul marino, con pantalones muy sueltos y una camisa holgad. Se había hecho una coleta y en su mirada se reflejaba aún el sobrecogimiento. Cristian cogió las llaves del coche.

Voy a ir un momento a casa de Adela, ¿vale? Será un momento, vuelvo enseguida, pero es que no me coge el teléfono.

Ves tranquilo, hijo, quiero que todo se normalice.

¿Estás mejor?

Sí, hijo, todo ha sido culpa mía.

Venga, tranquila.

La besó en la frente y se dirigió hacia la puerta. Al girar el pomo y empujarla hacia fuera, se encontró con Fran, que en ese momento irrumpía en el rellano. Se quedó de piedra, con el corazón desbocado y los nervios azotándole bajo la piel. Iba con un pantalón de chándal y una camiseta blanca de tirantes, ajustada y corta, a la altura del ombligo, dejando a la luz los bajos de su peluda barriga.

¡Fran! – exclamó con la voz desvanecida.

Qué pasa, tío, ¿dónde vas?

Vo…Vo…Voy a casa de Adela… ¿Y tú?

Quiero hablar con tu madre.

¿Con mi madre? – preguntó atascándose, fruto de la oleada de nervios.

Sí. ¿Está levantada?

Se tomó unos segundos para calibrar la visita. Tal vez venía a pedirle perdón, a disculparse por haber abusado de ella por estar borracha, quizás a suavizar la tensión que se había originado. Era lo que su madre deseaba, olvidar el incidente. Se apartó a un lado cediéndole el paso.

Sí, pasa, está en la cocina. Bueno… Yo… Nos vemos, ¿vale? Vuelvo… Enseguida.

Adiós…

Vio que Fran se encaminaba por el pasillo hacia la cocina. Hizo como que cerraba la puerta, pero se quedó dentro, oculto tras el ancho borde del recibidor. Vio que su amigo giraba hacia la cocina e irrumpía ante el previsible asombro de su madre.

Diana se quedó perpleja al verle entrar y se levantó lentamente, como si resurgiera la pesadilla. Fran la miró con soberbia.

¡Fran, qué haces aquí! Por favor, vete…

Siéntate.

Se dejó caer de nuevo en la silla. El joven rodeó la mesa y se detuvo frente a ella. Diana levantó su mirada suplicante en busca de un poco de piedad.

Vete de aquí, por favor – le suplicó con voz espasmódica -. Olvidemos esto, ¿vale?

No quieres que le enseñemos las fotos a tu marido, ¿verdad? – le preguntó acariciándola bajo la barbilla.

No, por favor, no lo hagas, yo no diré nada…

Continuaba pasándole la mano abierta por toda la cara, suavemente, apretujándole las mejillas y pasándole las yemas por los labios.

Eres tan guapa y me gusta tanto follarte -. La mano bajó por el cuello hasta adentrarse en la zona del escote, donde comenzó a desabrocharle los primeros botones -. Seguro que anoche disfrutaste como una jodida perra, ¿verdad? -. Le abrió hacia un lado la camisa del pijama dejándole un pecho a la vista -. ¿Verdad?

Sí.

Comenzó a bajarse el pantalón del chándal, arrastrando a la vez el slip y dejando libre su gran polla empinada, una polla que se balanceó a escasos centímetros del rostro de Diana. Ella miró la gruesa espada, sus huevos gordos y duros y sus robustas y peludas piernas, con parte de la barriga sobresaliendo por los bajos de la camiseta. Fran bajó el brazo y le acarició con la palma la teta libre.

Tócame – jadeó -, vamos, tócame la polla y muévemela…

Levantó el brazo con timidez hasta rodear con su mano delicada aquel tronco duro y venoso. Y se la comenzó a sacudir despacio, deslizando la palma a lo largo de aquel mástil. Se había entregado a él por miedo a las consecuencias. Prefería someterse a sus marranadas a tener que afrontar un escándalo de semejante envergadura. Fran se relajaba jadeando despacio, con los ojos cerrados, concentrado para atrapar el placer del tacto dulce de la mano, acariciándole la teta con las yemas de la mano derecha.

¿Por qué no me la chupas? Seguro que te gusta, vamos, zorrita, chúpame la verga…

No puso reparos en acercar la boca y morder el capullo con los labios, pegando la lengua a la punta, sin dejar de sacudírsela. Saboreó la babilla que segregaba y percibió el mal olor. Pero notó que le ponía ambas manos en la cabeza para sujetarla y de repente comenzaba a follarle la boca metiéndosela entera, rozándole la garganta y provocándole graves arcadas, arcadas que se transformaban en vómitos de babas, babas que discurrían por su barbilla y goteaban sobre las tetas. A veces sacaba la polla de la boca para dejarla escupir las gruesas porciones de babas, con hilos balanceándose desde los labios hasta la punta de la verga. Le dio unas pequeñas bofetadas en la cara levantándole la mirada y la morreó baboseándola, luego volvió a meterle la polla en la boca para follarla.

Qué bien la chupas, hija puta, seguro que a tu marido no se la chupas así… Ahhh… Sigue, cabrona…

Desde el pasillo, Cristian asistía aterrado a la tremenda mamada que su madre le hacía a su amigo, allí, sentada en la silla, ante él. Se la metía tan groseramente en la boca, que a veces tenía que sacarla para que vomitara una gran cantidad de saliva, saliva que manchaba el pijama, saliva que caía por dentro del escote o salpicaba la teta que tenía a la vista. Vio que le agarraba la cabeza, le levantaba la mirada, se inclinaba y le escupía en el interior de la boca, luego, nerviosamente, la obligaba a seguir mamando. La trataba como una vulgar ramera. Y él, como un cobarde, aterrorizado, presenciado la escena. Le sacó la verga y le azotó la cara con ella, embadurnándola de más babas. Ella apartaba la cara ante los golpes, pero él se la ladeaba hacia el frente.

¿Te gusta, guarra? Jodida, vamos, ahora vas a chuparme el culo… Venga, zorra…

Fran dio media vuelta dándole la espalda y se inclinó apoyando las manos en las rodillas y empinando el culo hacia la cara de Diana. Ella tuvo ante sí aquellas nalgas peludas y salpicadas de granos, sudorosas, con una raja inundada de un vello denso y oscuro y con los inmensos huevos colgando entre las piernas. Jamás imaginó una guarrería como aquélla, una humillación semejante.

Vamos, coño…

Plantó sus manitas en las nalgas para apoyarse y tímidamente fue acercando la cara a la raja, envuelta en muecas de asco a medida que avanzaba. Hundió su nariz y sus labios y sacó la lengua acariciándole aquel ano velludo con la punta, ensalivándolo, percibiendo las asperezas, el sabor a heces, la densidad del vello sudoroso y las arrugas pronunciadas de los esfínteres. Movía la cara en la raja como una perra. Desde el pasillo su hijo observaba impasible cómo le chupaba el culo. Podía ver sus ojos por encima de la cintura de Fran. Su madre le descubrió asomado, pero no paraba de lamer mientras Fran gemía como loco ante el hechizante cosquilleo de la lengua. Se lo lamía con suavidad, a veces envuelta en una arcada, pero sin contraer la lengua en ningún momento, mojándoselo por todos lados. Alguna gota de saliva se deslizó por la raja hasta los huevos.

Ummmm… Hija puta, qué bien lo haces… Ahhh… Au…. No puedo más…

Fran se irguió volviéndose a girar hacia ella. Tenía los labios impregnados de babas al haber tenido la cara hundida en la raja. La cogió del brazo y la levantó, curvándola contra la mesa. Diana, asustada, con la boca reseca de haberle lamido el culo, plantó las manos en la superficie, ligeramente erguida hacia la puerta donde la espiaba su hijo, ya con ambas tetas por fuera del escote. Le bajó el pantalón del pijama de un tirón, hasta los tobillos, y acto seguido le bajó las bragas deslizándolas con sus manos hasta dejarlas por debajo de las rodillas. Diana y Cristian se miraban a los ojos cuando Fran se pegó a su culo y le clavó la polla en el coño, comenzando a embestirla severamente. Diana apretó los dientes, despidiendo el aliento entre ellos, sin apenas gemir, con los ojos muy abiertos mientras le destrozaba el coño con duras embestidas. Los continuos golpes de la pelvis contra las nalgas retumbaban en la cocina. La mantenía sujeta por las caderas, jadeando como un cerdo.

Ay… Ahhh… Qué buenas estás, qué coño más rico… Ahhh…

Dio un fuerte acelerón arrastrando hasta la mesa, enrojeciéndole las nalgas y haciendo que sus tetas botaran como locas. Diana ya tuvo que chillar ante las veloces e incompasivas clavadas. La polla resbaló hacia un lado, Fran se la agarró para reconducirla al chocho, pero la verga comenzó a escupir leche y le roció toda la entrepierna de numerosas gotas gelatinosas. Se la sacudió deprisa provocando una lluvia incesante de esperma que le regó todo el culo, con un par de hileras resbalando con lentitud por la curvatura de las nalgas. La puso perdida de semen. Fatigado, dio un paso atrás e inmediatamente se subió el pantalón del chándal ocultando su arma. Diana se incorporó tapándose las tetas con la camisa y se miró el culo para comprobar las numerosas manchas. Le esperaba una buena ducha, se notaba el chocho pegajoso, muy salpicado, pero, abochornada, se acuclilló para agarrarse las bragas y el pantalón a la vez y se irguió tapándose.

Gracias por dejar que me desahogue contigo. Te lo agradezco, guapísima -. Le acarició la cara -. ¿Estás bien?

Sí.

¿Cuándo viene tu marido?

Mañana.

Bueno, no pasa nada, ¿ok? Seguro que él se ha tirado alguna puta en ese viaje -. Se acercó y le estampó un besito en los labios -. Tengo que irme. Ya nos veremos.

Y desapareció. Cuando oyó el portazo, Diana se dirigió hacia el cuarto de su hijo. Le encontró sentado en la cama, desfallecido, casi a punto de echarse a llorar. Sus vidas pendían de un hilo y estaban a punto de derrumbarse.

- ¿Qué hacemos, Cristian? Fran se ha vuelto loco, no va a dejarme en paz.

- No lo sé, mamá, maldita sea, no lo sé… -. Se fijó en las manchas oscuras del pijama, manchas producto de la corrida -. Déjame solo, quiero estar solo.

Diana cerró la puerta y se miró. La pesadilla continuaba. De momento le quedaba una ducha, una ducha para eliminar la leche de su chocho y de su culo. Sonó su móvil. Seguro que era su marido. ¿Qué podía decirle?

No se podía calibrar la magnitud del disgusto. Ni madre ni hijo almorzaron ni volvieron a verse. Cristian no salió de su cuarto, aunque la oyó gimotear. Estaba atemorizado, y comenzaba a ser consciente de que la única alternativa era denunciar a Fran por abusos contra su madre, a pesar del estruendoso escándalo que iba a originarse, a pesar de las estruendosas dudas que iban a surgir, a pesar del estruendoso riesgo que sus vidas iban a correr cuando tuvieran que enfrentarse a su padre. Su madre se había emborrachado, había tonteado y habían abusado de ella. Había que detener a Fran por muy bochornosas que fueran las consecuencias. Fran había enloquecido y no pararía, acababa de demostrarlo esa misma mañana follándosela en la mesa de la cocina. Encendió el primer cigarro de su segundo paquete. Ya sentía calambres en el pecho entre los nervios y tanta humareda para sus pulmones. Abrió las portezuelas del balcón y salió para que le diera el fresco. Se apoyó en la barandilla y estaba inmerso en una calada cuando abajo vio que Adela llegaba en su coche. Al fin, al menos podría contar con su consejo, al menos podría acompañarles hasta la comisaría. La vio vestida con unos tejanos y un jersey de lana de color blanco, de cuello alto, con zapatos negros de tacón y el pelo recogido en una coleta, ataviada de una manera muy informal, como a ella le gustaba. La vio entrar por el portal y abandonó el balcón a esperas de que sonara el timbre.

Pero Adela se detuvo ante la puerta de Fran y alzó el brazo para pulsar el timbre. Le temblaba la mano. Tenía que hablar con aquella bestia y cortarle las alas. Debía rogarle que la dejara en paz y que mantuviera el secreto sobre el polvo que le había echado en el portal, a cambio ella no le denunciaría por los abusos hacia ella y hacia Diana. Una denuncia conjunta le metería el rabo entre las piernas. Hundió el dedo en el pulsador y sonó el timbre en el interior del piso. A los pocos segundos, Fran abrió la puerta y enseguida desplegó una sonrisa, sorprendido ante la visita. Iba cubierto por un albornoz y daba la sensación de que acababa de salir de la ducha.

¡Hombre, princesa! ¿Me echabas de menos?

Tenemos que hablar, Fran, hablar en serio de todo esto.

Pasa.

Fran la condujo al salón marchando delante. Una vez allí, se detuvieron en el centro y él se giró hacia ella.

¿Qué te pasa, preciosa?

Fran, lo de ayer, no puede volver a repetirse.

¿Por qué? ¿No te gustó?

Para ya, ¿vale? – Fran le acarició la cara con el dorso de la mano -. No me toques, si no me dejas en paz, se lo diré a Cristian.

¿A ese maricón? Le tengo agarrado de los huevos. ¿Sabes que me follo a su madre?

Eres un cerdo…

Fran le cortó las palabras agarrándola de la coleta y echándole bruscamente la cabeza hacia atrás.

¿Me estás amenazando, zorra? ¿No te gustó cómo follamos ayer?

Fran, suéltame…

Con la mano izquierda y sin dejar de mirarla a los ojos, fue desatándole lentamente el cinturón hasta desabrocharlo. A continuación, le quitó el botón y le bajó la cremallera descubriendo la delantera de unas bragas marrones. Aún la mantenía sujeta por la coleta y ella apenas oponía resistencia, sólo su mirada suplicante. Le bajó el tejano ajustado a tirones, hasta arrugarlo en los tobillos, y acto seguido tiró hacia abajo de sus bragas dejándola con su coño rasurado al aire. Le zarandeó la cabeza hacia los lados y le atizó unas palmaditas al coño, provocándole unos leves quejidos. La empujó hacia sofá, obligándola a caminar a pasitos al llevar enganchados los pantalones y las bragas en los tobillos, como si estuviera encadenada. Se ganó un par de cachetes en el culo.

Arrodíllate.

Lo hizo, se postró ante el sillón con las manos pegadas a los costados. La abrigaron sensaciones lujuriosas ante aquel sometimiento y respiró hondo para contener el ramalazo de lujuria que le azotaba las entrañas. Era incapaz de resistirse. Con aquellos modos tan dominantes, aquel cerdo la convertía en una sumisa que le caldeaba la vagina. Pensó en Cristian y en las consecuencias, pero las lascivas sensaciones la dominaban. Aguardó viendo cómo se despojaba del albornoz y exhibía su desnudez peluda, su polla endurecida y sus huevos gordos. La rodeó observando su sumisión. Luego, se subió en el sofá y se arrodilló, curvándose hacia el respaldo, de espaldas a ella.

Chúpame el culo, puta.

Adela tenía el culo gordo ante ella, a la misma altura de su cara. Nunca se había prestado a algo así, ni siquiera lo había imaginado ni lo había oído. Olía mal, pero acercó la cara y con los pulgares le abrió la raja para abrir un hueco. Vio su ano áspero rodeado de vello. Primero, le pasó por encima la yema del dedo índice, a modo de caricia. Se chupó el dedo y se lo volvió a pasar por encima provocando su delirio. Fran jadeaba y meneaba el culo ante su cara. El muy cabrón la hacía sentirse como una puta, pero le encantaba. Tras acariciarle el ano con el dedo, volvió a abrirle la raja y esta vez acercó la boca para lamérselo. Primero saboreó el orificio con la punta de la lengua, pero después comenzó a pasarle la lengua entera por encima, dejándolo bien mojado. Fran, echado sobre el respaldo, con la cabeza colgando hacia abajo, gemía electrizado. Adela bajó un poco más la cabeza y le mordió los huevos con los labios, escupiendo sobre ellos y esparciendo la saliva con la lengua. Tras mojarle los huevos, le bajó la polla y se la ordeñó unos segundos antes de chuparle la punta, succionando como una perrita bajo sus piernas, como una perrita que mama de su madre. Su novio Cristian comprobaba petrificado su entrega desde la puerta del salón. Había bajado para advertir a Fran de la denuncia. Tenía una copia de las llaves del piso que en su día le entregó su amigo como seguridad. Se la mamaba con desesperación, como hambrienta de polla. Las babas le colgaban de la barbilla y le goteaban en el jersey. Le pasó la lengua de nuevo por los huevos y le besó el culo varias veces, acariciándole los muslos de las piernas. Su amigo jadeaba como loco ante el desbordante placer. Volvió a golpearle los huevos con los labios, pegando la cara a su culo y deslizando las mejillas por sus nalgas, cachonda como una cerda. Fran bajó del sillón y se arrodilló tras ella. La misma Adela se echó hacia delante y él le pegó la cara al cojín, con la cabeza ladeada hacia la entrada donde su novio presenciaba la terrible escena. Abrió los ojos cómo platos justo en el momento en que Fran se la clavaba en el culo y comenzaba a follarla a una velocidad apresurada, golpeándole violentamente el culo con la pelvis y manteniéndole la cabeza presionada contra el cojín. Mientras la follaba, supo que allí se terminaba la relación con Cristian. Le vio llorar mientras su cuerpo convulsionaba por las embestidas y gemía sin contenerse. Fran chillaba entre jadeos enloquecidos sin desacelerar. Cristian permanecía inmóvil viendo cómo su mejor amigo se follaba a su novia. Permaneció inmóvil hasta presenciar cómo le salpicaba el culo de una leche viscosa y amarillenta, hasta ver cómo se echaba sobre su espalda para abrazarla y besuquearla. Punto y final al amor. Fue la última mirada. Retrocedió resignado y destrozado. Ya fuera del piso, una profunda rabia se apoderó de su mente y subió al ático a toda prisa. Irrumpió empujando violentamente la puerta, dominado por una extrema indignación, y corrió hacia el cuarto donde permanecía encerrada su madre. Ni siquiera se percató de que había dejado la puerta abierta. La indignación y los celos dirigían sus movimientos y le convertían en un monstruo. Abrió la puerta bruscamente y pilló a su madre en bragas, sin sostén, tendiendo la ropa que iba a ponerse sobre la cama. Cruzó los brazos para taparse los pechos y advirtió enseguida el mosqueo de su hijo.

¡Cristian, qué pasa!

¡Zorra, has arruinado mi vida!

¿Qué?

Querías follar, ¿verdad, zorra?

Cristian, cálmate…

La sujetó zarandeándola hasta que la tiró sobre la cama. Las tetas botaban alteradas. Diana se dio la vuelta e intentó arrastrarse para escapar, pero su hijo se echó encima de ella inmovilizándola. Le colocó un brazo encima de la nuca y con la otra mano comenzó a desabrocharse los pantalones.

Hijo, por favor, cálmate…

Eres una puta y a las putas hay que follárselas… Es lo que querías, ¿no, zorra?

En cuanto tuvo la verga por fuera del slip, le tiró de un lado de las bragas y la dejó con medio culo a la vista. Inmediatamente se agarró la polla y la hundió en su entrepierna en busca del chocho. Inmovilizada, Diana cerró los ojos cuando notó cómo la polla de su hijo avanzaba dentro de su coño, cómo poco a poco se menaba sobre su culo follándola. Ambos comenzaron a gemir, gemidos que entraban por los oídos de Jorge, padre de Cristian y esposo de Diana, quien había cogido un vuelo nocturno y había adelantado su viaje para presentarse en casa por sorpresa. Les vio en la cama, a ella tumbada boca abajo y a su hijo encima follándola nerviosamente. Cayó arrodillado ante la atrocidad que se desarrollaba ante sus ojos y fue cuando Cristian frenó volviendo la cabeza hacia su padre. Asustado, se apartó enseguida tapándose y Diana miró hacia atrás por encima del hombro, enfrentándose a los despavoridos ojos de su marido. Terminaba la felicidad de una familia sencilla y corriente, el amor de una pareja fiel que por circunstancias quedaba resquebrajado. Aquel favor que Cristian le pidió a su amigo Fran para que recogiera a su madre borracha había derivado en una situación patética que arruinaba sus vidas para siempre. El morbo puede llegar a ser fascinante, pero en ocasiones, resulta destructor para el amor y la felicidad.​
 
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