Por Pedir un Favor, mi Madre es Abusada 001

heranlu

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Diana era un bombón, una morenaza despampanante a pesar de sus 42 años. La madurez le estaba sentando fenomenal. Era alta y delgada con un cuerpo escultural. Tenía el cabello negro, largo y ondulado, con mucho volumen, piel bronceada, ojos verdes oscuros y labios gruesos. Poseía unos pechos muy redondos y erguidos, con pezones diminutos y aureolas de un tono blanquecino, y un culo perfecto con forma de corazón, con la piel de las nalgas duritas y doraditas. Su físico impresionaba, así es que era raro el hombre que no terminaba piropeándola. Solía vestir bien, de manera juvenil y a la última moda, y además era coqueta para el uso de maquillajes y complementos. Siempre iba bien conjuntada. A pesar de su espléndida belleza, era una mujer muy corriente, muy familiar, simpática y agradable. Le encantaba salir con sus amigas a charlar o tomar algo. Llevaba veintidós años casada con Jorge y era muy feliz con él, era el hombre de su vida, en realidad siempre lo había sido porque llevaban juntos desde los quince años. Jorge era un tipo entregado a su trabajo como director general de un laboratorio químico, pero la quería mucho y la trataba como a una reina. Jorge también era un tipo apuesto que se conservaba joven a pesar de sus cuarenta y cinco años, aún así jamás había tenido un desliz y tanto uno como otro habían sido fieles al matrimonio. Era consciente de cómo la miraban, pero alardeaba de tener una esposa tan guapa, con un aspecto tan juvenil y tan elegante. La conocía demasiado como para estar tranquilo, sabía que nunca le sería infiel. En cuanto a su vida sexual, como todo, a veces resultaba muy rutinaria y a veces muy divertida, a veces más salvaje y a veces más romántica, dependiendo del momento y la situación, pero todo dentro de la normalidad. Tanto uno como otro estaban satisfechos. Vivían en un ático en el centro de Madrid con su hijo Cristian, de dieciocho años, y eran vecinos de Claudia, la hermana menor de Diana, de treinta y cinco años y recién casada. Todo transcurría sin graves alteraciones, como cualquier familia normal, hasta que sucedió un hecho escandaloso que iba a resquebrajar el destino de la familia. Son hechos fortuitos que nadie se espera, pero que destrozan un matrimonio, una amistad o el amor.

Jorge viajaba muy a menudo al extranjero, concretamente a Nueva York, sede central de la empresa donde trabajaba. Se acercaban las navidades y debía cerrar el ejercicio con sus jefes, así es que un lunes a primera hora partió su avión rumbo a los Estados Unidos. Su regreso estaba previsto para el siguiente lunes, por lo que Diana y Cristian pasarían solos la semana antes de la Nochebuena. De lunes a jueves la semana transcurrió como otra cualquiera, pero el viernes por la mañana una amiga de Diana la llamó para invitarla a cenar, una cena de amigas, todas las de la pandilla, sin maridos, una comida de mujeres que solían celebrar todos los años por esas fechas. Ese mediodía, su hijo Cristian y su novia, Adela, estudiante de medicina, viajaban a Segovia a ver a los padres de ella y regresarían tarde. Se tiró cerca de media hora hablando por videoconferencia con su marido, se dieron besitos por la pantalla y se prometieron una noche loca de sexo cuando regresara. Tras cortar la comunicación, se puso a arreglarse. Eran las siete y media y habían quedado a las nueve menos cuarto. Como siempre, se puso preciosa y guapísima. Se colocó un jersey largo tipo vestido de color rojo, cortito y ajustado que definía ese precioso culito con forma de corazón, dándole un efecto de glamour asegurado, con un cuello ancho y grueso con cremallera al lado, y con remates de canalé en las mangas y en toda la delantera. En la cintura un grueso cinturón negro con hebilla plateada acentuaba su exquisita figura. Para las piernas unas medias negras muy brillantes y unos zapatos de charol a juego con el vestido. Iba radiante. Su trasero se contoneaba con estilo y sus pechos se balanceaban con morbo. A la hora fijada, su hermana Claudia, miembro también de la pandilla, se pasó a recogerla. Cenaron en un lujoso restaurante y se lo pasaron en grande, una velada animada sin maridos, una velada de mujeres casadas, maduras, guapas y elegantes. Terminaron en un disco pub para bailar. Bebieron demasiado, mezclaron vino con chupitos y whisky, y más de una tuvo que marcharse a casa antes de perder la cabeza, entre ellas Claudia. Diana no estaba acostumbrada a beber, pero aquella noche estaba entonada y ya llevaba varias copas, ya sus ojos comenzaban a apagarse y ya empezaba a hablar tonterías. El alcohol no le sentaba muy bien y sabía que iba a tener una resaca de escándalo. Sólo quedaban ella y dos amigas más que querían irse a casa, pero vivían cerca y podían irse andando.

Es la una y media, Diana, es tarde y estás muy borracha. Venga, te llamamos a un taxi.

Que no, que sois muy aburridas, que es muy temprano.

Venga, por favor, estamos rendidas y mi marido me va a matar.

Yo me quedo.

No había quien la convenciera y no paraba de darle tragos al cubata y de encenderse un cigarrillo tras otro. El alcohol tiene efectos devastadores en la conciencia de una persona y puede acarrear graves consecuencias. Pidió otra copa más y sacó de quicio a sus amigas, que no conseguían llevársela a casa. Permanecía sentada en un taburete con las piernas cruzadas y sin parar de reír y decir tonterías. Su amiga Consuelo decidió llamar entonces a su hijo Cristian para que pasara a recogerla.

Cristian, tienes que venir a por ella, se ha pasado bebiendo y no hay quien la lleve para casa. Nosotras no tenemos coche. Te advierto que está bastante pasada, ya sabes lo tonta que se pone cuando bebe.

Es que estoy de viaje y tardaré mucho en llegar.

¿Y qué hacemos? Nosotras nos tenemos que ir.

Vale, esperad un cuarto de hora, voy a llamar a un amigo para que se pase a recogerla.

Venga, esperamos. Un saludo.

El amigo en cuestión se llamaba Fran, dieciocho años, íntimo amigo de Cristian y casualmente vecino del piso de abajo. Fran era muy bruto, con un físico robusto, piernas gruesas, algo de barriga, culo respingón y cuerpo muy peludo. Era mas bien bajo, la cabeza muy redonda y casi siempre con barba de tres días, vestido casi siempre con tejanos y camisetas negras. No tenía novia y satisfacía sus necesidades sexuales yéndose de puta de vez en cuando, sólo o con algún amigo. Recibió la llamada de Cristian cuando recogía el coche en el garaje.

Hazme ese favor, tío, se ha pasado y está bastante bebida. Yo tardaré todavía un rato.

Venga, no te preocupes, yo me ocupo de ir a buscarla.

Veinte minutos más tarde se presentó en el disco pub. La madre de su amigo estaba para comérsela con aquel jersey tipo vestido y aquellas piernas tan sensuales. Tenía un polvazo, y encima estaba borracha y tenía que ocuparse de ella.

A ver si tú lo consigues – le dijo Consuelo -. Nosotras nos vamos que nos van a matar.

Vale, tranquilas, que yo me la llevo.

Se saludaron con unos besos en las mejillas y él arrastró un taburete para sentarse a su lado, de cara, para poder fijarse mejor.

¿Has venido a rescatarme, Superman? – bromeó ella con la voz achispada.

Quiero invitarte a otra copa.

Tú que sí no eres aburrido, pero ni mú a mi marido, ¿vale?

Tranquila, seré una tumba.

Fran se ocupó de que no dejara de beber ofreciéndole brindis todo el rato, por lo guapa que estaba, por lo guay que era, por un sinfín de tonterías. Cada vez estaba más borracha, cada vez más sus movimientos eran más lentos, su voz más apagada y su mirada más abstraída. Se tiró fotos con ella, abrazándola, estampándole un besito en la mejilla o riendo. Fran se aprovechaba del estado de Diana. A veces la rozaba, le pasaba la mano intencionadamente por las piernas, le colocaba el cabello tras las orejas, le acariciaba la cara, su polla fue endureciéndose ante el tremendo morbo de estar con la madre borracha de su amigo. Le ofreció unas caladas de un porro y aquello agudizó aún más su malestar. Ya comenzaba a cerrar los ojos y a tambalearse en el taburete. A veces descruzaba las piernas y Fran trataba de asomarse.

Estoy muy mareada y vamos a tener que irnos.

Como quieras.

Pagó la cuenta y se levantaron a la vez. Fran le pasó el brazo por la cintura, como si fuera su novia, y la condujo entre el gentío hasta la salida, momentos que aprovechó para bajar un poco la mano y palpar su apetitoso culito, sentir su pecho apretujado contra él, olerla, tocar una mujer tan madura y tan buena. Ella echaba la cabeza sobre su hombro, sin percatarse de los descarados tocamientos. Ya en el aparcamiento, abrió la puerta del copiloto y la ayudó a sentarse. Apenas podía mantenerse en pie. Rodeó el coche y se sentó al volante. Eran casi las tres de la mañana. La miró. Se había adormilado reclinándose de lado contra la ventanilla. Con una mujer así, cualquiera podía perder la cabeza, por muy madre que fuera de su mejor amigo. Decidió arriesgarse y le pasó la mano abierta por encima del muslo, arrastrando la base del jersey hasta el vientre y dejándole el encaje de las medias y las bragas a la vista.

¡Joder! – exclamó al verle las bragas.

Eran unas bragas negras con la delantera de gasa y se le transparentaba todo el coño, una pequeña mata de vello recortado de forma triangular. Ni se había inmutado, permanecía con los ojos cerrados y la boca abierta. Se desabrochó la bragueta y se sacó la polla para empezar a sacudírsela mirándole las bragas y pasándole de vez en cuando las manos por las piernas, por encima de las medias. Cuando notó que iba a correrse, se colocó sentado de costado, mirando hacia ella, y se tiró fuerte de la polla hasta enviarle algunos salpicones de semen, gotitas que se dispersaron por la pierna manchándole las medias. Ni se enteró. Alguna gota le resbalaba hacia la cara interna del muslo. Se fijó en una diminuta gota que le había caído en la tira superior de las bragas. Contrastaba su tono blanquecino con el tono oscuro de la prenda. Se acercó un poco más y rozó el capullo por la media, dejando impregnado un rostro de babilla blanquecina. Le tiró otro par de fotos con el móvil y un primer plano de las bragas. Se guardó la polla y se tiró todo el viaje de regreso sin parar de ladear la cabeza hacia ella, fijándose en las transparencias de las bragas, esparciendo las gotas de semen por toda la media. No se le quitaba el calentón a pesar de la paja, con una mujer así resultaba complicado. Para sacarla del coche y despertarla, la agarró por el chocho con fuerza, por encima de la braga, y la sujetó por la nuca, como si fuera a levantarla en peso. Ella se encogió cerrando las piernas ante el inesperado achuchón, abriendo los ojos y frunciendo el entrecejo, pero él ya había retirado la mano y no se percató del grosero tocamiento, ni siquiera se dio cuenta de que se le veían todas las bragas. Estrujarle el chocho le originó otra erección. La ayudó a bajar sujetándola por las caderas. Mareada, se abrazó a él y la condujo hacia el edificio. Le llevaba la mano plantada en el culo. En el ascensor pasó lo mismo, continuó abrazada al amigo de su hijo mientras la manoseaba por todos lados, sin percatarse de sus sucias intenciones. Volvió a fotografiarla abrazada a él, enfocando hacia el espejo del ascensor. Iba como dormida con la mejilla apoyada en su hombro y con las tetas aplastadas contra sus pectorales. Le tenía las manos plantadas en el culo, podía verlas gracias al espejo. Le dio un fuerte tirón a los bajos del jersey subiéndolos hasta la cintura. Era un tanga, llevaba el fino hilo metido por el culo, oculto en el fondo de la raja. Le magreó las nalgas con cuidado, las tenía duritas, se las manoseó hasta que sonó el clin del ascensor. Al retirar las manos del culo, se le bajó la base del jersey. La condujo hasta la puerta y la apoyó de espaldas contra la pared. Le cruzó la cara con pequeñas bofetadas en las mejillas, con la palma y el dorso de la mano, tratando de espabilarla.

¿Dónde tienes las llaves, bonita?

Ella entreabrió los ojos ante los golpecitos que le ladeaban la cabeza de un lado a otro. Oía su voz en la lejanía. Estaba demasiado borracha.

En… El… Bolso – tartamudeó.

Le registró el bolso, sacó las llaves y abrió la puerta. La sujetó por las caderas para conducirla al interior de la casa y cerró la puerta tras de sí. La llevó por el pasillo hasta el cuarto de baño, un cuarto de baño amplio y muy iluminado con numerosos focos repartidos por el techo. Todo estaba impecable. Ella caminaba con los ojos entrecerrados. La detuvo frente al espejo, la sujetó por la nuca y empujó obligándola a curvarse sobre el lavabo. Abrió el grifo y le lavó la cara deslizando la palma abierta por todo su rostro, luego volvió a incorporarla con la cara mojada.

Voy a quitarte el vestido.

No… - dijo débilmente, algo más despejada.

Pero sujetó el vestido por la base y tiró hacia arriba bruscamente sacándoselo por la cabeza y dejándola en bragas y sujetador, un sujetador negro de muselina con copas pequeñas, donde se transparentaban sus diminutos pezones y sus claras aureolas. También se le transparentaba el coño por la delantera del tanga y parecía llevar el culo al aire al llevar la tira oculta en la raja. Diana consiguió mirarse al espejo, un destello de lucidez donde entendió que estaba semidesnuda ante el mejor amigo de su hijo. No paraba de toquetearla por todos lados.

Salte… Fran… Trae mi pijama… Quiero mear…

Yo te ayudo.

La sujetó del brazo y tiró de ella para acercarla hasta la taza. Abrió la tapa. Ella trató de resistirse tirando del brazo, pero no pudo.

No… Fran… Yo, puedo…

Fran le atizó una bofetada en la cara volviéndole la cabeza, provocando que algunos cabellos cayeran sobre su rostro.

Cállate, zorra.

Fran.

Siéntate a mear…

Le bajó las bragas tirándole hacia abajo de la tira lateral, dejándoselas enrolladas unos centímetros por encima de las rodillas, con todo el chocho a la vista. La sujetó por los hombros y la empujó hacia atrás obligándola a sentarse en la taza. Sus tetas se balanceaban, incluso un pezón asomaba por el borde superior sin que ella se hubiera dado cuenta. A pesar de la borrachera, era consciente de que estaba meando delante del mejor amigo de su hijo. Sus mejillas se sonrojaron.

Venga, ¿no querías hacer pis?

Sí…

Parecía más espabilada ante la dureza de Fran, y le miraba con el ceño fruncido y cara de pánico. Le acarició bajo la barbilla justo cuando sonaba el chorro de pis y le tiró una foto en aquella postura, sentada en la taza, con las bragas en las rodillas y mirando hacia el objetivo.

¿Qué guapa eres? -. El cuerpo de Diana sufrió una convulsión fruto de una arcada - ¿Tienes ganas de vomitar? -. Ella asintió -. Levántate.

Yo puedo… Yo puedo sola, Fran… Puedes… Puedes irte…

La sujetó del brazo obligándola a levantarse, con las bragas bajadas. La trataba como a una muñeca de trapo. Intentó subirse el tanga, pero sólo consiguió deslizarlo de un lado y sólo un par de centímetros. Aún no había terminado y al girarla hacia la taza, aún vertía pis del chocho, un incesante goteo disperso que caía sobre el borde de la taza y las baldosas. Pero apenas tenía fuerzas para resistirse.

Arrodíllate.

Es igual… Fran… No…

¡Que te arrodilles, coño!

Ante la alterada imposición del joven, Diana se arrodilló. La sujetó por la nuca y la curvó violentamente hasta meterle la cabeza dentro de la taza. El cabello le caía por los lados hasta tocar el agua del fondo. Le mantuvo la cabeza unos momentos dentro y le atizó varias palmadas en el culo, manoseándoselo y metiéndole los dedos por el fondo de la raja. Llegó a percibir sus dedos por encima del ano tierno. Intentó incorporarse, pero le hundió aún más la cabeza hasta casi tocar el agua. Tenía las tetas aplastadas contra el borde de la taza.

Vomita, cabrona.

La mantuvo unos segundos más y luego la agarró de los pelos y la incorporó bruscamente. Ella mantenía la boca abierta, acezando ante el esfuerzo, y de repente le metió la mano dentro de la boca, con la punta de los dedos rozándole la garganta. Sufrió un espasmo y nada más retirarle la mano le inclinó la cabeza y vomitó un caldo amarillento. Volvió a tirarle de los pelos hacia atrás. Las babas le colgaban de la barbilla y le goteaban en las tetas. Una de las copas se le había movido y tenía una teta por fuera, aunque no se había percatado. Volvió a meterle los cuatro dedos de la mano provocándole otra arcada. Derramó babas que resbalaron por su barbilla. Le dio unas palmadas en la cara. Ella respiraba acelerada por la boca. Le tiró hacia abajo de la otra copa del sostén y la dejó con ambas tetas al aire. Le dio unas palmadas a las tetas, zarandeándolas, provocándole muecas de dolor.

Qué buena estás, zorra…

Con la misma brusquedad, volvió a curvarla metiéndole la cabeza dentro de la taza y tiró de la cadena salpicándole de agua limpia toda la cara y parte del cabello. Volvió a pegarle en el culo. Ella se quejaba con todo el rostro mojado. Sin soltarle la cabeza, con una sola mano, de desabrochó el pantalón y se lo bajó junto con el slip, a tirones, hasta liberar su polla gruesa y larga, de glande enrojecido y piel pulida. Se arrodilló tras ella, manteniéndole con la mano izquierda presionada la cabeza hacia el fondo de la taza, mientras que con la derecha se agarró la polla para conducirla a la entrepierna de Diana. Diana sintió el roce en la rajita de su coño y trató de incorporarse, pero se la clavó en el chocho de un golpe seco. Entonces le soltó la cabeza y pudo erguirse aferrándose a los cantos de la taza, cantos salpicados de su propio pis. El agua le corría por la cara. Empezó a follarla velozmente, bombeándole el chocho con severidad. Ella le miró por encima del hombro, acezando como una perra. Sus tetas se mecían rozando el canto de la taza. Le tenía las manazas encima de la cintura.

No… Fran… Para… - suplicó.

Qué gusto follarte, zorra…

Le dilataba el chocho con fuerza, sin tregua, propinándole fuertes embestidas en las nalgas con la pelvis. Seguía mirándole por encima del hombro. Sudaba como un cerdo, sudaba a borbotones, con todo el vello del cuerpo humedecido por el sudor, bufando como un toro al metérsela. Ambos respiraban de manera acelerada. Diana notaba cómo se la incrustaba hasta los huevos, sacándosela hasta la punta y hundiéndola secamente sin descanso. Jamás su marido la había follado con esa potencia. Miraba hacia él con el ceño fruncido y exhalando sonoramente. Le metió las manos por debajo obligándola a incorporarse y la abrazó aplastándole las tetas, despidiendo su aliento sobre la nuca, encogiéndose nerviosamente para ahondar con la verga.

Era tan tarde que Cristian convenció a su novia para que durmiera en casa esa noche. Nada más irrumpir en el hall, escucharon los clamorosos acezos provenientes del cuarto de baño. Se miraron extrañados y Cristian le hizo una señal con el dedo para que mantuviera silencio. Distinguieron claramente los resuellos de su madre y los jadeos secos de Fran.

Joder, tía, mi madre está follando con mi mejor amigo – le dijo a su novia en voz baja.

Sí, hombre, ¿tu madre?

Estaba muy borracha, me lo han dicho sus amigas, no te extrañes que se le haya ido la cabeza…

Vamos a ver, chssss, despacio…

Avanzaron y asomaron la cabeza por el borde. Allí les vieron, arrodillados ante la taza, follando como perros, ambos con los cuerpos envueltos en un sudor brillante. Su madre tenía las bragas tensadas a la altura de las rodillas y el sujetador subido por encima de los pechos. Fran contraía el culo presurosamente sobre las nalgas de su madre, sentada sobre la polla, mientras le sobaba las tetas y la besuqueaba por el cuello. Diana jadeaba con la boca y los ojos muy abiertos.

Me cago en la puta – susurró Cristian petrificado ante la escena -. Es mi madre, joder…

Mira cómo se la folla – añadió Adela impresionada con su suegra y con las maneras de Fran.

Fran detuvo la marcha para asestarle unas cuantas clavadas secas, pausadas, vertiendo abundante leche en el coño de Diana, que expulsaba el aliento dificultosamente.

Vámonos, joder, me cago en la hostia – apremió Cristian retrocediendo.

Vaya con tu madre, no me esperaba una cosa así.

Se ocultaron en la habitación de Cristian, sin encender la luz y dejando la puerta un poco entreabierta, con vista a la salida del cuarto de baño. Al cabo de cinco minutos, apareció Fran abrochándose los pantalones y subiéndose la cremallera de la bragueta. Aún respiraba por la boca, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sacó el paquete del bolsillo y se encendió un pitillo. Unos segundos más tarde, salió Diana, ataviada con una bata de seda blanca. Se detuvo junto a él, a la entrada del lavabo.

Vete de aquí, Fran, no sabes lo que me has hecho. Esto no se va a quedar así.

Fran le apretujó las mejillas y le levantó la cabeza.

¿Qué dirá tu marido y tu hijo cuando vean las fotos? ¿Eh?

Por favor, Fran, borra esas fotos.

Eres muy guapa, me gusta follarte.

Fran… - gimoteó -, olvidemos esto, ¿vale? Yo no diré nada…

Eres mía – le dijo estampándole un beso en los labios.

No, Fran, por favor…

Hasta mañana, preciosa…

Y se dirigió hacia la salida. Instantes después oyeron un portazo. Diana, con las manos en la cabeza, atemorizada, fue hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí. Entonces Cristian encendió la luz y se sentó en el borde de la cama, abatido. Adela le acarició el cabello.

- Qué fuerte – dijo ella.

- Se ha aprovechado de que estaba borracha. Joder, esto es muy gordo, Adela, no sé qué hacer.

- Es complicado, sí, tendrás que hablar con alguno de los dos – le aconsejó -. Madre mía, qué papel.

- De todas formas, no me esperaba esto de mi madre.

- ¿Te dejo solo y tratas de hablar con ella? – sugirió Adela.

Cristian asintió. Adela le besó en el cabello y abandonó el ático sin hacer ruido, dejando a su novio sumido en una profunda consternación. Aguardó un rato sin saber qué hacer. Fue a asomarse, vio a su madre sentada en el borde de la cama, reflexionando, con el disgusto plantado en la expresión de su cara. Había supuesto para ella una experiencia muy fuerte que iba a dejarla señalada. Una mujer feliz, enamorada de su marido, a la que el destino, repentinamente, acababa de jugarle una mala pasada. Tenía que ayudarla. Empujó la puerta y dio unos pasitos hacia ella. Diana estaba más espabilada, como si la resaca se hubiera difuminado, aunque le temblaba ligeramente la barbilla, fruto del pánico, por su actitud pasiva ante el amigo de su hijo. Levantó los ojos hacia él.

¿Qué ha pasado, mamá? ¿Qué ha pasado, joder? Te he visto, maldita sea…

Ha abusado de mí, hijo – gimoteó -, Yo… Yo… Yo no quería, no tenía fuerzas, he bebido mucho y…. Por favor…

Percibió su sinceridad y se sentó a su lado pasándole el brazo por los hombros. ****

Maldito cabrón, vístete, vamos a denunciarle.

¡No!

Hay que denunciarle – insistió.

Tiene fotos, Cristian, se aprovechó de mi estado y me tiró fotos. Nadie me creería, ¿entiendes?

Pero te ha violado.

No, hijo, con esas fotos yo no puedo denunciarle. Tu padre no me creería nunca. Por favor, prométeme que no dirás nada.

Como tú quieras.

Olvidaremos este asunto, ¿de acuerdo? Y no le digas nada a Fran, no quiero empeorar las cosas y que este escándalo saliera a la luz. Sería una vergüenza para todos.

Está bien, mamá. Ahora descansa un poco.

La besó en la frente y la ayudó a tumbarse. Luego le apagó la luz y abandonó la habitación para irse a su cuarto. Estaba bastante afectado por lo sucedido, le producía mucho bochorno imaginarse a los conocidos de su entorno si llegaran a enterarse de que Fran había abusado de su madre borracha. También comprendía el peligro si su padre se enteraba. La felicidad de la familia, en aquellos momentos, estaba resquebrajada por un suceso inesperado.

Adela, al salir de la casa de su novio, estaba impresionada y extasiada por la escena de la que había sido testigo. Ver a Fran, arrodillado, follándose salvajemente a su suegra borracha había sido increíble y dentro de lo increíble, tremendamente morboso. Aunque trataba de desvanecer la sensación, la escena le había excitado. Ver al amigo de su novio, su cuerpo robusto y peludo, su forma de follar, la había calentado de manera irremediable. Ella era una chica sencilla, enamorada de su novio, muy tradicional en cuanto al sexo, nunca se había masturbado, ni había visto una peli porno y sus relaciones con Cristian se limitaban a hacer el amor en plan romántico. Para una chica de su talante, encontrarse con una escena tan bestial, la había hipnotizado. Vestía un jersey negro de lana y unas minifaldas negras de cuero, con medias negras y zapatos negros, un color oscuro en contraste con su brillante cabellera pelirroja, larga y ondulada, y su piel blanca. Usaba unas gafitas azules de cristales redondos y solía llevar la cara bastante maquillada. Tras bajar por el ascensor, abrió el portal y al salir a la calle se topó con Fran. Merodeaba por la acera echando un cigarro. Le examinó de arriba abajo.

¡Fran! ¿Qué haces?

Bueno, fumando, iba a guardar el coche -. Se saludaron con unos besos en las mejillas. Olía a sudor. Acababa de follarse a su suegra -. ¿Dónde vas? Es madrugada.

A casa. Iba a coger un taxi.

¿Te acerco?

No quiero molestarte – dijo ella.

Venga, no se hable más. Si vives ahí al lado. Además, no puedo dejar que una chica tan guapa vaya sola a estas horas.

Gracias.

Durante el trayecto, de unos cinco minutos, ella le contó que habían estado en Segovia para ver a sus padres y que tenía los exámenes a la vuelta de la esquina, que Medicina era una carrera complicada y que iba a tener que estar todo el fin de semana estudiando. Adela percibió cómo a veces le echaba una miradita a sus piernas. Quería contenerse, no cometer un error, aferrarse a su habitual timidez, pero ir a su lado, en plan morboso tras presenciar el polvo que le había echado a su suegra, la ponía cachonda. Aparcó frente al portal donde tenía alquilado el piso. Ella iba a abrir la puerta cuando él la sorprendió.

Te acompaño hasta la puerta.

Vale – se asombró percibiendo un ramalazo de pánico ante la indecente propuesta.

Mientras caminaban hacia el portal y sacaba las llaves, comenzó a arrepentirse de haber cobijado semejante sensación lujuriosa. Aquello no iba más que a empeorar las cosas. Estaba dando mucho el cante, se le notaba a una legua su calentura sexual y él lo había notado, no había más que fijarse en cómo la miraba. Giró la llave y se volvió hacia él empujando un poco la puerta.

Gracias – le agradeció con la voz temblorosa.

No podía dejar a una chica tan guapa sola a estas horas -. Ella sonrió -. Porque estás muy guapa, ¿lo sabes?

Gracias, de verdad.

Fran se arrimó unos centímetros más, casi rozándola. Adela reparó en su olor masculino y sudoroso. Levantó las manos y le acarició las mejillas con las ásperas yemas de los dedos. Se miraban con seriedad.

Eres tan guapa y me gustas tanto.

Bueno, Fran…​
 
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