Por la Impotencia Sexual de su Marido 001

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,360
Puntos
113
 
 
 
Noelia tenía cuarenta años y llevaba casada con Martín Del Valle más de diez años. Martín Del Valle, de cincuenta y nueve años, era un importante empresario de Madrid con negocios petrolíferos repartidos por todo el mundo. Era una persona influyente, con amistades en los círculos más selectos de la sociedad. En su empresa trabajaban más de mil personas y se le consideraba un hombre honesto y bondadoso, muy amigo de sus amigos y muy enamorado de su mujer. Casi siempre se encontraba de viaje. Vivían en una mansión en la zona más distinguida de la ciudad, una zona residencial de ricachones donde todo era ostentación. Noelia era una mujer guapa y elegante. Alta, delgada, aunque de caderas algo pronunciadas, de piernas largas y vientre liso, aunque destacaban sus pechos, con forma de pera y base ancha, culo de nalgas abombadas y con un rostro muy hermoso. Llamaban su atención sus ojos marrones, sus labios gruesos y sensuales y su cabello de un tono dorado, de melena larga y ondulada. Siempre vestía con finura, como una niña pija y encaprichada, casi siempre a la última moda, bien maquillada, con las uñas de las manos y de los pies pintadas, casi siempre de un tono azulado.. No le costaba gastarse un dineral en un vestido de las mejores firmas. La cuenta corriente de su marido parecía inagotable. No habían tenido hijos, principalmente por un severo problema de Martín. Sufría impotencia sexual, quizás debido al estrés, desde hacía ya más de siete años. No se le empinaba y el apetito sexual era nulo. Los mejores médicos no habían sido capaces de establecer un diagnóstico para resolver el problema. Se había gastado dinerales en las mejores clínicas del mundo sin resultados positivos. Como consecuencia de ello, las relaciones de pareja se habían reducido a la nada y la abstinencia se había convertido en una rutina. Y Noelia era una mujer joven, que a veces escenificaba fantasías sexuales en su mente. No podía remediarlo. Sintonizaba canales pornos en ausencia de su marido para masturbarse y apaciguar así sus deseos. Le amaba, pero tenía sus necesidades. Nadie sabía del problema de Martín, salvo sus dos mejores amigas, Rosa y Pilar, otras dos pijas que vivían en el mismo residencial y que la compadecían. Sentía envidia de sus amigas cada vez que narraban las aventuras sexuales con sus maridos. A veces lo intentaba con Martín, pero siempre se imponía la desgana. Tenía escondido en la casa un consolador para sofocar sus ardientes sensaciones. Si no había contratado ya los servicios de un prostituto era por vergüenza y por el amor que sentía por su marido. No quería engañarle.

Pero su crepitante lujuria pudo con ella una tarde de verano. Visitaba unas páginas web en Internet de contenido pornográfico cuando se encontró con un lugar llamado Cielo, frecuentado por mujeres solteras, divorciadas y casadas aburridas que buscaban un poco de placer. Parecía ser un sitio de encuentro de mujeres desesperadas, quizás en situaciones muy similares a la suya. Daba la impresión de ser un sitio discreto, ubicado a las afueras de la ciudad. Necesitaba desahogarse. Su marido estaría de viaje hasta el día siguiente. Nadie se enteraría. Todo quedaría entre ella y su conciencia. Ni siquiera a Rosa y Pilar les revelaría el secreto. Decidida, se vistió para la ocasión. Se vistió con una túnica de manga corta a modo de vestido, con la base muy por encima de las rodillas, de una tela muy versátil, de punto, color plateada brillante, como de seda, con un profundo escote en forma de V que dejaba visible parte de sus enormes tetas, cortada bajo el pecho por una banda anudada a la espalda. Se colocó unos pendientes de aros, un collar de perlas y anillos en todos los dedos, con las uñas pintadas de azul marino. No se puso sostén ni medias, se calzó con unos zapatos de tacón aguja y bajo el vestido un tanga de satén, color blanco. Parecía una princesa. Iba demasiado atractiva para ir a sola a un tugurio como el Cielo.

Condujo con su Mercedes con los nervios a flor de piel. Se adentraba en una aventura arriesgada. Acudía a Cielo para ligar y echar un polvo con cualquier desconocido, todo por saciar sus ardientes deseos. Se trataba de un disco-pub a rebosar de gente. Llegó en torno a las once de la noche. Enseguida se percató del ambiente, del tipo de mujeres que rondaba por allí y la clase hombres que merodeaba en busca de una presa fácil. Había reservados en la penumbra con parejas morreándose. Grupos charlando, la pista de baile llena y un gran bullicio. Algo angustiada, se dirigió a un recodo de la barra y se sentó en un taburete. Cruzó las piernas y encendió un cigarrillo. Le sirvieron un whisky solo. Trató de serenarse bebiéndoselo de dos tragos y pidió una segunda copa. No se atrevía a mirar hacia ningún sitio. Sólo llevaba un cuarto de hora y los nervios le palpitaban bajo la piel. Sintió que alguien se sentaba a su lado. Era un hombre. Pidió un coñac. Levantó la vista hacia él y se miraron a los ojos. Tenía más o menos su edad, pero de aspecto terco, más o menos de su altura, repeinado hacia atrás y con una barriga fofa. Destacaba un abultado bigote. Llevaba la camisa muy abierta dejando a la vista sus peludos pectorales, cubiertos por un abundante vello oscuro. Poseía varios collares de oro y vestía unos pantalones finos muy catetos, como de mil rayas, muy anticuados.​

  • Hola, guapa, ¿estás sola? – le preguntó con una voz ronca
  • Sí – sonrió nerviosa.
  • Invita a la señorita a una copa – le ordenó al camarero.
  • Gracias – le correspondió ella. No le gustaba aquel tipo, resultaba asqueroso, pero su ninfomanía le impedía rechazarle.
Volvió el taburete hacia ella y con gran descaro la devoró con la mirada, centrando su vista en el escote y en los muslos de sus piernas.​

  • ¿Cómo te llamas?
  • Noelia.
  • Yo, Pedro, encantado -. Se inclinó hacia ella y se saludaron con un beso en las mejillas. Apestaba a tabaco y alcohol. Pedro no podía ni creerse que estuviera ligando con una tía tan guapa -. ¿Estás casada?
  • Sí.
  • ¿Has venido sola?
  • Sí.
Pedro extendió el brazo y la acarició bajo la barbilla con las ásperas yemas de sus dedos. Ella sonrió bajando la vista.​

  • ¿Es la primera vez que vienes?
  • Sí.
  • Estás nerviosa.
  • Un poco…
  • Quieres echar un polvo -. Noelia le miró a los ojos y tragó saliva. Pedro volvió a extender el brazo y deslizó los dedos por su hombro -. ¿Por qué no vamos a un sitio más tranquilo? -. Seria, Noelia respiró hondo. Vio que Pedro se levantaba y apuraba la copa -. Acompáñame, preciosa.
Recogió su bolso de encima de la barra y le siguió entre el gentío. El placer se mezclaba con el remordimiento y el temor a lo que pudiera suceder con aquel tipejo. No era el ideal de hombre que había imaginado, pero en momentos tan tensos se conformaba con cualquier cosa. Los reservados en la zona oscura estaban atiborrados de gente. Las parejas se besuqueaban y se manoseaban por todas partes. Se adentraron en un pasillo donde existían numerosos habitáculos cubiertos por cortinas. Se oían gemidos y jadeos por todos lados. Aquello parecía un matadero, una zona de tortura. En uno de los habitáculos pudo ver dos mujeres mamándosela a un viejo. En otro una mujer desnuda bailaba para un grupo de hombres que se masturbaba. Recorrieron todo el pasillo y Pedro se volvió hacia ella.​

  • Está todo ocupado, joder. Vamos al lavabo.
  • ¿Al lavabo?
  • Vamos…
Empujaron la puerta y entraron en un sucio servicio que parecía un zulo. Había preservativos por el suelo y trozos de papel. Sólo vio una taza, un pequeño lavabo con un espejo redondo y un orinal para hombres. La mujer de Martín Del Valle en un lugar tan patético como aquél, pensó arrepentida, con un desconocido de la talla de Pedro. Sin saber qué hacer, se sentó en la taza y cruzó las piernas. Pedro se puso a desabrocharse la camisa delante de ella y a exhibir sus pectorales de denso vello y su barriga blandengue.​

  • ¿No quieres desnudarte? – le preguntó al quitarse la camisa y colgarla en el pomo de la puerta.
  • No, quiero irme a casa – afirmó a modo de súplica.
  • No tengas prisas, mujer, aquí todas vienen a lo mismo. ¿Dónde está tu marido?
  • De viaje.
Pedro se desabrochó el pantalón y lo dejó caer. Noelia se quedó atónita al verle el slip y el tremendo bulto de la parte delantera. Se notaba el relieve del pene echado a un lado y gran cantidad de vello sobresaliendo por la tira superior. Caminó hacia ella. La barriga y el bulto le botaban con los pasos. Tenía su rostro a escasos centímetros del paquete. Le pulso la palma de la mano derecha en la frente y tiró de su cabeza hacia atrás para obligarla a mirarle. Noelia le miró a los ojos asustada y tragó saliva. Le acarició con sus ásperas yemas bajo la barbilla.​

  • Vas a portarte bien conmigo, ¿verdad? -. Las caricias se extendieron a la cara y el cabello -. Eres muy guapa.
  • Quiero irme – suplicó sin dejar de mirarle.
  • Chssss.
El tipo se inclinó y bruscamente le abrió el escote hacia los lados dejando libres sus dos hermosas tetas, que se balancearon débilmente. Pedro se fijó en sus pezones empitonados y en la aureola que los rodeaba, una aureola que abarcaba gran parte de la base. Se las tocó muy suavemente, sólo palpándolas con los dedos, zarandeándole muy despacio los pezones, cada una con una mano. Aquel tacto le produjo un serio escalofrío en la vagina, un ardor. Aquello no estaba bien, su marido no se lo merecía, pero necesitaba un desahogo, incluso aquel cerdo estaba poniéndola cachonda. Llevaba mucho tiempo sin probar el sexo. Nadie tenía por qué enterarse, sería una experiencia. Retiró las manos de sus pechos para bajarse el slip. Lo hizo muy despacio, descubriendo lo que se escondía tras la tela. Era una polla regordeta, no muy larga pero muy ancha, con venas pronunciadas en todo su tronco, con un glande muy abultado. Los huevos eran gordos de piel muy abrupta, salpicada de largos pelillos. La tenía erecta hacia arriba.​

  • ¿No piensas tocármela? -. Noelia alzó su brazo derecho y la rodeó con su manita delicada de uñas azules. Estaba dura. Deslizó muy despacio la mano hacia la base y volvió a subir hasta el glande -. ¿Te gusta?
  • Sí – contestó comenzando a sacudirla algo más deprisa. Notaba el grosor de las venas y la carnosidad del glande. Llevaba mucho tiempo sin probar algo así y empezaba a notar la humedad en su vagina.
  • Mírame…
Levantó la mirada hacia él sin dejar de meneársela. Él introdujo los dedos de sus dos manos por su cabello sedoso y dorado, masajeándole la cabeza con las yemas. Allí se encontraba, masturbando a un desconocido en los servicios de un bar de mala muerte, exhibiendo sus dos tetas que se movían como flanes al son del brazo. La agitaba cada vez con más ritmo. Sus huevos se mecían al compás.​

  • ¿Por qué no te la metes en la boca?
Llegaba el momento de probarla. Acercó los labios y sacó la lengua sin soltarla para lamer el glande en círculos. Tenía un sabor amargo y seco. A la vez se la meneaba, aunque más despacio. Acercó más la boca para babosearla más con la lengua entera y los labios. Se la mamaba como si estuviera chupando un helado. Pedro resollaba observando la forma en cómo se la ensalivaba. Parecía disfrutar, no paraba de saborearla, de pasar repetidamente su lengua alrededor del glande. Vio que subía la mano izquierda y empezaba a sobarle los huevos con pequeños estrujamientos. La muy guarra se está animando, pensó él. A veces apartaba la boca para sacudirla y levantaba la mirada hacia él, con babas unidas a la punta, pero enseguida acercaba su boca para volver a succionar. Estaba gozando como una loca mamando de aquella porra. Las gotas de su saliva resbalaban por el tronco o goteaban al suelo desde la comisura de los labios.​

  • Lo estás haciendo muy bien…
Se la pegó a la barriga con la mano y bajó con los labios hasta sus huevos. Comenzó a lamérselos a mordiscones, bañándolos en saliva por todos lados, metiéndose uno de los testículos dentro de la boca y saboreándolo como un caramelo. Pedro observaba su cabeza bajo su porra lamiendo como una descosida. Cuando apartó la cabeza para sacudírsela de nuevo, numerosas gotas de saliva caían al suelo desde los huevos. Pedro ya respiraba acelerado. Ella le miraba meneando la verga a escasos centímetros de su cara. Volvió a subir la mano izquierda para achucharle los huevos. No quería desperdiciar ningún momento. Notó su chocho lleno de flujos vaginales mojándole la braga. Vio que fruncía el entrecejo y que despedía su asqueroso aliento sobre ella. Apretó más la polla y le dio más fuerte. Pronto escupió gelatinosos pegotes de semen amarillento sobre su rostro. Uno le cayó en la frente y resbaló por su sien. Otro le cayó en los dientes superiores, goteando al labio inferior y la barbilla, para gotear después sobre sus tetas. Y numerosos salpicones le mancharon la mejilla. Cesó los movimientos del brazo y retiró la mano de la verga. Se pasó el dorso por el labio para limpiarse algunos restos y degustó algunas gotas esparcidas por su lengua.​

  • ¿Qué buena mamada? ¿Te ha gustado mi verga? -. Ella sonrió como una tonta -. Venga, dímelo.
  • Sí.
  • Levántate.
La cogió por la axila para ayudarla a levantarse y se lanzó a sus labios para besarla, probando restos de su propio semen. Ella le correspondió uniendo su lengua. Sus tetas se aplastaron contra el vello denso de aquellos pectorales fofos y notó la blandura de su barriga. Ella le rodeó abrazándole y deslizó sus manitas por su espalda hasta llegar al culo. Le manoseó sus nalgas encogidas y peludas. Él también le tocó el culo por encima de la tela. El beso se demoraba, unas espumillas de saliva se formaban en las comisuras de sus labios. Ella estaba muy cachonda, se notaba en la forma de tocarle el trasero y la espalda. Pedro se apartó de ella y se acercó al orinal para mear. Mientras lo hacía volvió la cabeza para mirarla. Aguardaba de pie junto a la taza, con las tetas al aire y el rostro manchado de semen. La muy pija estaba muy buena. Debía de estar muy desesperada para irse con él. Tampoco Noelia podía creerse en aquel sitio con un cerdo de cuerpo deforme como aquél, pero la lujuria se había apoderado de su mente y era incapaz de arrepentirse. Vio que se volvía hacia ella. De la porra le caían gotas de orín.​

  • Quiero follarte.
La obligó a darse la vuelta, contra la pared, la sujetó por la nuca y la forzó a inclinarse sobre la cisterna. Sus tetas quedaron colgando hacia la taza. Se aferró a los cantos de la cisterna. Tras ella, Pedro le subió la tela de la túnica hasta el lazo de la espalda, a la altura de la cintura. Se regodeó con su ancho culo de nalgas carnosas y sonrosadas. Las manoseó con las palmas muy abiertas. Vio la tira del tanga en el fondo de la raja. Bajaba las manos por sus muslos y ascendía hasta su cintura. Muy lentamente, le fue bajando el tanga hasta las rodillas. Vio su enorme coño en la entrepierna, con una raja bien diferenciada, profunda y abierta. Vio que de entre los labios le brotaba un líquido viscoso y transparente. La muy perra se estaba corriendo. En el fondo de la raja se apreciaba su ano, un agujero rosado de carne tierna y arrugada. Se agarró la polla y acercó el glande a las profundidades de la raja. Pegó la punta en el ano y empezó a hundirla despacio. Ella le miró por encima del hombro con el ceño fruncido y la boca muy abierta. Se la iba a meter por el culo. Notó cómo le introducía el glande y poco a poco todo el grosor de la polla. Desprendió un jadeo profundo de dolor. Pedro empujó aún más hasta hundir la verga entera dentro de su culo. Los huevos se pegaron al chocho. Tenía el agujero tremendamente dilatado. Y se puso a follarla analmente con diligencia, extrayendo media verga y hundiéndola hasta el tope. Enseguida ella se puso a gemir y a soltar alaridos. La dilatación le producía pequeños calambres en las caderas. Apoyó la frente en la cisterna y llevó sus brazos hacia atrás para abrirse el culo, para apaciguar la dilatación que le producía el grosor de la verga. Aferrado a sus nalgas, Pedro la embestía con energía. Sentir su porra presionada le producía unas dosis de placer embriagadoras. Ella gritaba de placer en cada penetración. La estuvo follando analmente cerca de dos minutos, hasta que retiró la verga de golpe. Noelia cerró los ojos para respirar más tranquila y retiró sus brazos de las nalgas para volver a erguir la cabeza. Le miró por encima del hombro. Sudaba a borbotones por todos lados.​

  • Necesitas más, ¿verdad, guarra? Te voy a romper el coño.
Pedro se fijó en su ano dilatado y enrojecido. Acercó la polla al chocho y se la clavó secamente hasta el fondo. Ella gimió como una perra. Enseguida se puso a follarla con velocidad, embistiéndola salvajemente, enrojeciéndole las nalgas por el choque de las caderas. Ella gemía sin parar. Todo su cuerpo se movía con las embestidas. Pedro le sacudía con fuerza y de manera veloz, hasta que frenó en seco con la polla dentro. Noelia notó cómo le vertía una gran cantidad de leche en su interior. El hijo de puta se había corrido dentro. Aguardó inmóvil bastante segundos, hasta que decidió retirarse. Se agachó para recoger el slip. En ese momento, Noelia se incorporó volviéndose hacia él. Notaba cómo le brotaba leche entre los labios vaginales, pero no quería pararse. Se puso el slip y los pantalones y ella se subió las bragas. Se bajó la falda del vestido y se la alisó mientras él se ponía la camisa. Cuando se cerraba el escote, Pedro abrió la puerta y abandonó el habitáculo sin ni siquiera despedirse. La había follado, que era su único objetivo. Se sintió como una vulgar prostituta, pero era mejor así, todo discreto, al fin y al cabo, ella estaba allí para lo mismo. Abandonó aquel tugurio a toda prisa entre nuevas insinuaciones de otros tipos. Quería irse a casa. En cierto modo, estaba arrepentida.

---
Había transcurrido un mes y medio desde la última experiencia sexual de Noelia en el bar Cielo con un desconocido. Tuvo malos momentos, tentaciones de volver, pero entendió que los riesgos eran elevados. De hecho, tuvo que tomarse la píldora del día después por si la había dejado embarazada y se sometió a unos análisis de sangre para asegurarse de que no había contraído ninguna enfermedad de transmisión sexual. Había sido todo producto de su desquiciamiento, no tomar controles en un lugar como Cielo. Se masturbó en numerosas ocasiones rememorando cada momento en los servicios del bar con el tal Pedro, el sabor de su polla, de su leche, la forma en cómo la había follado. Se sentía trastornada y desesperada en medio de aquella soledad, cada vez con más angustia. Se pasaba horas y horas ante Internet, chateando o masturbándose. Comenzó a tomar ansiolíticos y se enganchó a la cocaína por recomendación de su amiga Rosa. Le había dicho que la relajaría en los momentos de más ansiedad. A Rosa se la proporcionaba su marido, Diego, un abogado igual de estresado, y Rosa le pasaba algunas dosis. Cada día esnifaba un par de rayas y parecía sentirse mucho mejor.

Martín, tras regresar de uno de sus viajes, contrató a jornada completa a un joven rumano llamado Sergei para que se ocupara de todas las labores de bricolaje, como el mantenimiento de la piscina y los jardines. Además, tras la última oleada de robos en la zona, Martín se marcharía más tranquilo porque el muchacho le serviría de vigilante. Por menos de mil quinientos euros, trabajaría de lunes a sábados, libraría los domingos y pernoctaría en la caseta de la piscina, donde Martín ordenó instalar un cuarto de invitados. A Noelia le pareció una buena idea, su presencia la haría sentirse segura. Las dos sirvientas dominicanas continuarían dando un par de horas por las mañanas durante toda la semana, para que su esposa continuara siendo una gran señora de la alta sociedad. Un lunes por la mañana, antes de partir hacia Egipto para participar en unas conferencias, se lo presentó a su mujer. Ella bajó ataviada con unos tejanos y una camiseta. Para mantener las distancias, le tendió la mano y el muchacho se la estrechó con timidez. Su hermosura y elegancia imponían y además se trataba de la señora de la casa. Noelia no le pareció un chico atractivo, pero tener un hombre en la casa le produjo diversas fantasías. Era muy flaco, casi raquítico, alto, con la cabeza cuadrada y facciones caucásicas, completamente rapado y con mucha nariz.

Acompañó a Martín al aeropuerto y regresó a la casa en torno al mediodía. Las sirvientas ya se habían marchado. En el salón existía un enorme ventanal que daba a la zona de la piscina. Vio a Sergei por el borde recogiendo las hojas del agua. Llevaba una camiseta blanca de tirantes y el pantalón de un chándal. Estaba sudando por el bochorno. A pesar de su extrema delgadez, sus brazos y pectorales eran musculosos. Un ardor de Noelia recorrió su cuerpo con sólo pensar que estaba a solas con un hombre. Podía diferenciar el bulto de sus genitales. Resultaba fascinante poder observarle. Fue aligeradamente a su cuarto, contiguo al salón, desde donde se divisaba igualmente la piscina. Se desnudó deprisa para ponerse un bikini muy erótico, de un rojo muy fuerte, compuesto por un sujetador de copas triangulares anudado al cuello y a la espalda y un tanguita diminuto de finas tiras laterales, con una tira más gruesa tapando la raja de su culo. Se calzó con unos zuecos, cogió una revista y se puso unas gafas. Se miró al espejo. Demasiado sexy para presentarse ante un chico desconocido. Pero se aventuró sin dudar. Salió al sendero que conducía al recinto de la piscina ante los desbordados ojos de Sergei, que enseguida soltó la red para mirarla. Caminaba con estilo, contoneando las caderas, y sus tetas botaban con cada paso. Llegó a la zona de las hamacas y para tender la toalla dio media vuelta. Entonces el rumano se fijó en su culo de nalgas carnosas y blandas, de un color rosado, pero deliciosas. Algo nervioso, se acercó a ella a paso lento, sin perder detalle. Noelia se volvió al oírle. Aún sudaba y el bulto en el chándal parecía más pronunciado.​

  • Buenos días, señora.
  • Hola, Sergei – le contestó amablemente -. Hace calor, ¿verdad?
  • Sí, mucho.
Sergei, impresionado, era incapaz de apartar la vista de aquella mujer. Sus preciosas tetas sobresalían por debajo de las copas del sostén y por los laterales y en la delantera del tanga se apreciaba la forma de la rajita del chocho, con parte de la tela metida por dentro.​

  • ¿Quieres darte un baño?
  • No, gracias, señora.
  • Pues tómate algo, estás sudando, ¿quieres un poco de sangría? -. El muchacho se encogió de hombros -. Venga, un vasito.
Noelia se volvió hacia la mesita donde estaba la jarra de sangría. Los ojos se Sergei se clavaron en su trasero. Para servirla, debía inclinarse y exhibir su culito ante el chico. Se curvó ligeramente empinándolo. Sergei diferenció la tira del tanga a lo largo de toda la rabadilla. Al erguirse, la tira volvió a quedar oculta entre las nalgas desnudas. Se volvió hacia él y le entregó el vaso.​

  • ¿De verdad no quieres darte un baño?
  • No, gracias, señora.
  • Pues yo voy a tirarme. ¿Puedes llamarme dentro de media hora para comer? Es posible que me quede dormida tomando el sol, siempre me pasa.
  • No se preocupe, señora.
Ante sus ojos, se lanzó de cabeza a la piscina. Sergei la observó llegar al otro extremo y después se dirigió hacia los jardines en busca de unas herramientas, fascinado por la soltura de su jefa. Noelia sabía que podía follárselo, pero debía actuar con tacto, debía contenerse antes de cometer una locura. Salió de la piscina y se tumbó en la hamaca boca arriba. Se ajustó la delantera del tanga echándosela a un lado y dejando visible parte de su vello vaginal. También se abrió más una de las copas, descubriendo una zona de la aureola que rodeaba el pezón. Y se hizo la dormida. Sergei se acercó despacio media hora después y se detuvo junto a la hamaca. Fumaba un cigarrillo. Se fijó en la delantera del tanga, ligeramente apartada a un lado. Estaba viendo parte del chocho. Su porra se fue hinchando. También se fijó en la teta, donde se apreciaba parte de la aureola. Terminó de fumarse el cigarrillo para gozar de aquel cuerpo antes de llamarla.​

  • Señora, me dijo que la llamara.
Noelia se incorporó.​

  • Gracias. ¿has comido?
  • Sí, un bocadillo.
  • Bueno, Sergei.
Se levantó de la hamaca y se dirigió hacia el sendero exhibiéndose ante el chico, que no le quitó ojo de encima hasta que se adentró en la cocina. Fue incapaz de comer y se metió en el cuarto de baño. Estaba sofocada de placer. Estaba comportándose como una puta. Su abstinencia sexual comenzaba a convertirse en una sensación de ninfomanía. No podía precipitarse. Se dio una ducha y se envolvió en una toalla. Cuando salió al pasillo vio a Sergei en el césped sentado en la barandilla del recinto, echando un cigarro. Decidida, volvió a ponerse el mismo bikini y salió fuera.​

  • Hola, Sergei.
El chico bajó de la barandilla y tiró el cigarrillo, preocupado de que le hubieran pillado.​

  • ¿Tienes un cigarro? -. Asintió y sacó el paquete. Parecía nervioso de tenerla tan cerca de aquella manera. Le dio fuego – Gracias. ¿Necesitas algo?
  • No, señora, voy a, voy a… Terminar el jardín.
  • Descansa si quieres, no corre prisa.
  • No, mejor lo termino.
Y se alejó de ella. Noelia entró en la casa y se fue a su habitación. Se metió un par de rayas para serenarse. Cuando un rato más tarde salió hacia el salón, vio luz encendida en la caseta de la piscina. Aguantó un par de horas, pero el muchacho no volvió a salir.

Por la mañana se despertó temprano, antes de las ocho. Oyó el motosierra y se asomó desde el balcón de su cuarto. Sergei cortaba el césped del recinto. Llevaba la misma camiseta de tirantes y el mismo pantalón del chándal. De nuevo le abordaron las fantasías y se frotó el chocho observándole. Cada vez estaba más trastornada, abordada por una lascivia incontenible, peor que la que le condujo al bar Cielo a follar con un desconocido. Precisó de otra raya de coca para apaciguar sus impulsos. Su propio marido, poco consciente de sus necesidades sexuales, le había metido un hombre en casa, un chico de diecinueve años. Tramó otra situación para insinuarse con cierto tacto. Se atavió con un camisón negro de satén, de finos tirantes y escote pronunciado en forma de U, con llamativas aberturas laterales hasta la cintura y excesivamente corto, sólo unos centímetros por debajo de las ingles. Y no se puso bragas. Bajó sigilosamente. Había terminado de cortar el césped y descansaba apoyado en la barandilla. Decidida, salió al hall del patio. Sergei, sorprendido, se volvió hacia ella, impresionado de verla con aquel camisón tan excitante.​

  • Buenos días, Sergei.
  • Buenos días, señora -. Se sacó el paquete -. ¿Quiere un cigarrillo?
  • Vale.
Ambos fumaron juntos en el hall. Ella reparaba en su paquete y él en las formas de su cuerpo, con aquel camisón tan ajustado y corto y aquel escote tan amplio. Noelia le formuló unas preguntas acerca de su familia y su país y poco a poco fueron tomando confianza. Después le invitó a desayunar en la cocina y el chico aceptó. Cada vez se sentía más cómodo con la señora. Se sentó a la mesa mientras ella preparaba el café y las tostadas. Las aberturas laterales tendían a abrirse cada vez que se movían y el chico dedujo que no llevaba bragas. Cuando se inclinaba para servir los cubiertos, lograba verle las tetas balanceándose bajo el escote, unas tetas grandes con base ancha. Parecía no importarle que la mirara. Estaba tan buena y allí estaba, a su servicio, en vez de al contrario. Cuando saltaron las tostadas, Noelia abrió las portezuelas bajo la encimera, como buscando algún objeto. Sabía que estaba a punto de mostrar sus encantos ante otro desconocido, pero todo era producto de su evidente sequía sexual. Cogió el tostador y se inclinó para guardarlo. Sergei observaba tras ella. La vio curvarse empinando el trasero. La tela del camisón subió unos cuantos centímetros descubriendo todo su coño en la entrepierna y gran parte de la raja de su culo. Se quedó boquiabierto. Pudo distinguir la rajita del chocho y el vello que la recubría, así como la abertura de su culo. Sólo fueron unos instantes, pero suficientes para que su verga se hinchara en pocos segundos. Desayunaron conversando sin parar. Luego ella, con tal de exhibirse, se ocupó de quitar la mesa mientras él se fumaba un cigarro. Le encantaba ser el centro de sus miradas. Un rato más tarde, el chico salió fuera y ella se marchó a su habitación ante de avivar más la llama. Allí se masturbó, con sólo saber que le había mostrado su vagina. También Sergei se masturbó en la caseta con las imágenes que le había ofrecido la señora. Al mediodía se dio un baño en la piscina con el mismo bikini insinuante y le invitó a darse un chapuzón, aunque el chico declinó la oferta. Pero sí se tomó unas cervezas con ella mientras tomaba el sol y se deleitó de sus encantos. Más tarde le invitó a comer en la cocina y preparó la comida ante sus ojos, en bikini. Las carnes de sus nalgas temblaban ante las atentas miradas de Sergei. Con la tira tan metida por la raja, parecía llevar el culo al aire. Sus tetas se vaiveneaban, incluso a veces las copas del sostén se movían y dejaban visible la aureola de sus pezones. También el vello de su chocho escapaba por los laterales del tanga. Noelia comprobó que a veces se tocaba sus partes, un rascón o un leve estrujamiento, como para calmarse. La señora parecía la criada, a su disposición. Incluso le pedía que le trajera una cerveza y ella se levantaba sin rechistar. Le entraban ganas de follársela, tenía la polla demasiado caliente, pero debía ser paciente. Apenas había hecho nada en toda la mañana. Tras una copa después de comer, Sergei se levantó.​

  • Tendré que hacer algo o cuando vuelva su marido me despedirá.
  • Yo voy a echarme una siesta.
Salió en dirección al recinto de la piscina. Vio que cogía una carretilla y una azada para cortar la hierba. Noelia estaba muy excitada por haberse exhibido ante él como para abandonar el juego. Volvió a cambiarse y se colocó el camisón negro de satén. Regresó al salón. Sabía que la descubriría desde el patio. Encendió el televisor, sirvió media copa para simular que había estado bebiendo y se tumbó de costado sobre el sofá, mirando hacia el respaldo. Se subió el camisón hasta la cintura, dejando al aire libre su culo. No llevaba bragas. Y fingió que dormía.

Media hora más tarde, Sergei soltó la azada para echar un cigarro. Giró la cabeza hacia el ventanal y la vio tumbada, con el culo al aire. No lo dudó, corrió por el sendero y se adentró en la cocina. A paso lento, caminó hasta la puerta del salón. Noelia oyó sus pasos y sabía que acechaba. Se acercó muy despacio hasta el sofá procurando no despertarla y se detuvo a su lado. Electrizado por la imagen, se metió la mano bajo el chándal para tocarse la porra. Tenía todo el culo al descubierto. Acercó la cabeza para fijarse mejor. Ella pudo sentir su aliento. Distinguió su ano en el fondo de la raja, un orificio sonrosado y arrugado. Más abajo, entre ambas piernas, se hipnotizó con su chocho, con la rajita salpicada de vello y donde se apreciaba el clítoris. Sintió que se corría en el calzoncillo. Ella oía su respiración acelerada. Se removió y entonces fue cuando notó la mano del chico encima de su culo.​

  • ¿Señora? -. Continuó removiéndose. Sergei retiró la mano y entonces ella se incorporó precipitadamente sentándose en el borde, simulando un bostezo -. Señora, perdone que la moleste.
Al sentarse, la base del camisón quedaba casi en las ingles y su chocho casi al desnudo, de hecho Sergei podía ver la forma triangular del vello.​

  • No pasa nada, llevo un buen rato dormida.
  • Quería pedirle un adelanto, señora, necesito un poco de dinero.
  • No hay problema. ¿Cuánto quieres?
  • Tres mil euros.
Era una barbaridad, pero con tal de mantener aquel juego morboso le daría lo que le pidiera. Estaba demasiado cachonda como para desaprovechar la ocasión. Se levantó y se acercó al mueble. De una pequeña caja fuerte sacó seis billetes de quinientos y se los entregó a Sergei. Los nervios la avasallaban. Después abrió el cajón de otro mueble y sacó un pequeño mantel enrollado con una cajita. Lo desenrolló y de la cajita extrajo una bolsita con coca y una tarjeta de crédito desgastada. El rumano permanecía embelesado. Vació el polvillo blanco en la superficie acristalada. Vio que preparaba una raya en la superficie de la mesa. Antes de esnifar miró hacia él.​

  • Por favor, no le digas nada a mi marido.
  • No se preocupe.
Noelia se inclinó para esnifar. Sergei vio sus tetas colgando bajo el escote. Se metió la raya por uno de los orificios de la nariz y se incorporó enseguida para respirar profundamente. Su cuerpo necesitaba más. Estaba demasiado enganchada. Tampoco quería llamar a su amiga, durante esa semana le había pedido varias dosis. Su cuerpo se envolvió en sudor repentinamente. Se le humedeció el pelo y se le secó la garganta. Precisaba de otra dosis. Quería follarse a aquel muchacho, era el momento oportuno, pero sufría una crisis de ansiedad y era incapaz de concentrarse. Ni siquiera se había dado cuenta de que se le había bajado un tirante por el hombro y que una de sus tetas asomaba por encima del escote, con el pezón empitonado a la vista del rumano. Volvió a inclinarse y lamió el cristal de la mesa en busca de restos de coca. Sergei contemplaba fascinado. Al incorporarse, la teta ya le colgaba perfectamente por fuera, pero seguía sin percatarse. En ese momento su mente sólo pensaba en más cocaína.​

  • Tengo que salir.
Y echó a andar aligeradamente hacia su habitación. Sergei se acomodó en el sofá y encendió la televisión. Diez minutos más tarde la vio salir precipitadamente de la casa. Iba con ropa informal, unos vaqueros y una camisa. Sabía que iba en busca de más drogas que inhalar.

Noelia llegó a las diez y media. Ya había anochecido por completo. Estaba más calmada, aunque le había costado conseguir unos gramos. Su amiga Rosa también estaba bastante enganchada y su marido la controlaba, pero había conseguido robarle unas dosis. Todas las estancias de la casa permanecían en silencio y con las luces apagadas, temió que Sergei hubiera salido, pero vio las farolas de la piscina encendidas. Entre la penumbra, se acercó al ventanal y le vio tumbado en una de las hamacas, echando un cigarro. Sólo llevaba un slip negro elástico y podía diferenciar su bulto. Corrió hacia su habitación y se desnudó a toda prisa. Luego se puso unas medias blancas con anchas ligas de encaje sobre los muslos y un liguero con tiras delanteras y traseras sujetas a un tanga blanco de tul, con la delantera completamente transparente y un fino hilo metido por la raja del culo. Para los pechos se colocó un sostén muy sugerente, compuesto por pequeñas copas triangulares que sólo tapaban la zona de los pezones. Luego se echó por encima un kimono de gasa con volante fruncido en un pronunciado escote que le llegaba casi hasta la cintura y se lo anudó muy suavemente. Para complementar su atuendo sensual, se calzó con unos zapatos blancos de tacón. Subió la persiana que daba a la terraza procurando hacer el máximo ruido para llamar su atención y salió fuera con un cigarrillo encendido entre sus dedos. Le vio levantarse de la hamaca y dirigirse hacia la terraza. Se fijó en cómo la inflamación del slip botaba con cada zancada. Al tenerle a sólo un par de metros, distinguió la silueta del pene. El rumano también se quedó embrujado al verla. Al dar unos pasos se le abría el kimono y permitía descubrir todas sus piernas y el liguero que llevaba enganchado a las sugerentes medias. También una zona de sus pechos asomaba por el amplio escote.​

  • Hola, señora, buenas noches -. Se detuvo a su altura. Noelia le dio una calada al cigarro, nerviosa de tenerle tan cerca -. Estaba preocupado. ¿Se encuentra mejor?
  • Sí, perdona que me fuera así, es que necesitaba mi dosis. No le digas nada a mi marido, ¿vale?
El chico alzó el brazo derecho y le acarició la mejilla.​

  • No se preocupe, señora, no le diré nada. ¿Le importa que me haya dado un baño?
  • No, por favor.
Cuando las caricias iban a extenderse hacia sus cabellos, sonó el móvil. Fastidiada por la inoportuna llamada, tiró el cigarrillo y dio la vuelta para dirigirse hacia la cómoda de la habitación. El rumano la siguió a poca distancia, fijándose en cómo contoneaba el culito gracias a los tacones. Noelia, dándole la espalda, descolgó y se puso a charlar con su marido. Por el espejo vio que el rumano se tendía encima de la cama con toda la confianza del mundo, con la espalda apoyada en el cabecero. Vio que se encendía un cigarrillo y se rascaba en sus partes. Enredando con la cinta mientras hablaba con su marido, quitó el nudo y el kimono se abrió. Se despidió con un beso y soltó el móvil. Se volvió decidida. Sergei pudo ver entonces la delantera del tanga, donde se transparentaba con claridad todo su chocho, con los pelillos del vello apretujados contra la gasa. También se hicieron visibles las copas triangulares del sostén.​

  • ¿Por qué no me pones una copa? – le pidió el chico.
  • Claro.
Como una sumisa a su disposición, sirvió un whisky solo con hielo y se lo acercó a la cama. Ya le tuteaba. Empezaba a perderle el respeto. Sergei le dio un trago sin dejar de mirarla. Ella aguardaba de pie como una tonta.​

  • Quítate la bata, estarás más cómoda.
Noelia sonrió despojándose del kimono. Sus tetas aperadas sobresalían por todos lados, sólo los pezones permanecían ocultos bajo las diminutas blondas. Se giró para colgarlo en la percha. Las carnes de sus nalgas vibraban con las zancadas. Parecía que llevaba el culo al aire, la tira del tanga ni siquiera se veía. Notó flujos en su vagina. Llegaba el momento cumbre, sabía que iba a follar con el rumano. Volvió a darse la vuelta y se acercó unos pasos, como una niña buena.​

  • Dame un masaje en los pies – le ordenó el chico.
Rodeó la cama y entró de rodillas por el otro extremo. Vio su enorme paquete, la silueta de una inmensa verga. Por uno de los laterales del slip escapaba el vello y parte de un testículo. Sus piernas eran raquíticas y sus costillas esqueléticas, tenía la piel muy blanca, pero verle en aquella posición acrecentó el brote de flujo vaginal. Le cogió el pie derecho con sus manitas de uñas pintadas, un pie largo y con dedos huesudos, y comenzó a masajearlo muy despacio. Sergei bebía sorbos sin apartar la vista de la señora.​

  • ¿Te gusta? – le preguntó ella.
  • Chúpalo.
Con docilidad, alzó el pie hasta su boca, la abrió y se metió todos los dedos dentro para chuparlos. Unas hileras de saliva se vertieron por la comisura de sus labios goteando sobre sus pechos. Le sujetaba el pie con ambas manos, por el tobillo, con la boca muy abierta, notaba las uñas en su paladar y las yemas en su lengua, notaba las asperezas y el sabor seco de la piel. Notó una arcada y derramó más saliva por las comisuras, pero siguió chupando. Sergei levantó la pierna izquierda y condujo el pie hacia la teta derecha, desplazando la blonda hacia arriba y liberando el pezón. Comenzó a masajearle la teta con la planta del pie. Noelia sacó el otro pie de su boca y sacó la lengua para lamerle entre los dedos y el talón. El pie izquierdo fue bajando por el vientre liso, pasó por encima del tanga y se detuvo bajo su entrepierna. Notó el dedo gordo apartando la tela a un lado y escarbando en su chocho. Cerró los ojos para suspirar. Soltó el pie derecho y Sergei bajó la pierna, dejándola con solo una teta al aire. Noelia se dejó caer despacio, clavándose el dedo gordo en el coño. Empezó a menearse para masturbarse con el pie, desprendiendo gran cantidad de flujo. Suspiraba cuando él lo zarandeaba dentro de su vagina. Se miraban a los ojos. Vio que él se bajaba el slip unos cuantos centímetros por debajo de los testículos y descubría una polla delgada pero tremendamente larga, quizás más de veinte centímetros, con el glande muy blanco y afilado. Sus testículos eran pequeños y duros, salpicados de vello muy largo. No pudo resistirlo, anduvo unos pasitos entre sus raquíticas piernas, se curvó hacia delante empinando su culito y se lanzó a comerse los huevos. Se los lamió con desesperación, abriendo bien la boca y ensalivándolos a mordiscones. Mientras se los chupaba, Sergei se sacudía la polla y le apartaba el sedoso cabello a un lado para no perderse el espectáculo. Poco a poco, los labios de Noelia fueron deslizándose por el tronco de la verga para mamarla. Él se la sujetaba para mantenerla recta y ella se la metía entera, hasta notar el glande en la garganta y escupir babas sobre ella. Mientras se la chupeteaba, le acariciaba los muslos de las piernas con sus manitas.​

  • Dame con las tetas – le ordenó el rumano.
Deseosa, se irguió y retiró el sostén de sus pechos. Tenía los labios brillantes por la saliva. Se echó sobre él, se agarró las tetas y atrapó la enorme polla, que sobresalía entre ambas rozándole la barbilla. Ella se mantenía inmóvil mirándole a los ojos y él se contraía para deslizar la verga entre la masa esponjosa de los pechos. Estuvo masturbándole con las tetas un par de minutos.​

  • Quítate las bragas.
Acataba todas las órdenes con diligencia. Se apeó de la cama para quitársela, a toda prisa, exhibiendo su coñito bien depilado. Se quedó desnuda, salvo por las medias blancas y los tacones. Sergei se echó a un lado, con la verga mojada y endurecida. Impaciente, Noelia se tendió boca arriba y Sergei se echó encima de ella besándola. Notó las tetas aplastadas contra él. Noelia separó las piernas y plantó sus manitas en el culo raquítico del rumano.

- Fóllame, fóllame … - le pidió nerviosa, ya fuera de sí.

Sergei se sujetó la porra y hurgó por los labios vaginales con la punta hasta que se la clavó secamente toda entera. Noelia gimió como una perra clavando las uñas en las huesudas nalgas del chico. El rumano comenzó a moverse deprisa taladrando su coñito con extrema velocidad. Noelia jadeaba a gritos, con los ojos desorbitados y la boca muy abierta. Notaba la enorme longitud de la polla irrumpiendo en su coño a una velocidad de espanto. Percibía cómo vertía gran cantidad de flujo vaginal. El rumano la besuqueaba por el cuello y le acariciaba los costados, sin parar de embestirla salvajemente. Pronto comenzó a gemir igual que ella. Aceleró aún más las penetraciones hasta que se retiró de repente quedando arrodillado entre las piernas de la señora. Enardecido por el desbordante placer, se agarró la verga para sacudírsela. Ella, fatigada por los gemidos, levantó la cabeza para mirar. Apuntó al chocho abierto y mojado y en pocos segundos lo roció de gruesas salpicaduras de leche que embadurnaron todo el vello y labios vaginales, con pegotes que bombardearon su clítoris. Lo dejó empapado de semen. La corrida había sido impresionante. Varias hileras le corrían por las ingles. Sofocado, bajó de la cama para echarse una copa y encenderse un cigarrillo. Noelia le observó de espalda, su culo raquítico y su estrecha espalda. Le había echado un buen polvo. El rumano regresó con la copa y se sentó en el borde de la cama, al lado de ella. La polla iba debilitándose. Le colgaban babillas de semen de la punta. Le acarició las tetas y las mejillas. Ella le sonrió. El rumano se tragó todo el whisky, soltó la copa en la mesita de noche y se tumbó a su lado. Necesitaban recuperarse de un polvo como el que habían echado.​
 
Arriba Pie