Por Culpa del Novio de Mama

heranlu

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Ago 31, 2007
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Un día mamá empezó a sonreír más a menudo. Supe enseguida que era por un novio porque hasta entonces no había buscado algún tipo de intimidad para contestar al teléfono. Cuando admitió que se veía con un hombre, podía notar cómo cambiaba su actitud cuando volvía tras haber quedado con él, mostrándose más feliz pero también más vulnerable. Estaba muy contento por ella y a la vez me sentía cómodo por no tener que conocerlo en persona. Sabía que algún día ella encontraría a otro hombre, pero ignoraba si yo estaba preparado para compartirla.
Lo primero que supe de su nuevo amigo fue una noche que mamá había salido con él y me desperté de madrugada. El sonido rítmico y amortiguado del cabecero de su cama golpeando la pared era inconfundible. Desee desaparecer. Oí entonces la voz de mi madre con la del hombre, el arrastrar la cama y la vuelta a la misma cadencia sonora con el tímido rechinar de los muelles del colchón. Había bajado el volumen del ruido de apareamiento y pensé que así podría conciliar el sueño, que podría intentar olvidarlo pensando que fue un sueño. Me equivoqué. Ahora oía mejor los jadeos de mi madre, su intento de ocultarlos hundiendo la cara en la almohada.
Oí el chasquido de algo parecido a una bofetada, de esas con mano abierta, y me puse en tensión pues no sabía si la integridad de mi madre estaba en peligro por un arrebato de su amante. El gemido de mi madre me confundió, entre dolor y placer. Se repitió dos veces más, con el hombre diciéndole "puta" entre medias. Por como sonaban los jadeos de mamá sabía que aún tenía la cara metida en la almohada, y comprendí que el tipo le estaba dando nalgadas mientras la follaba. No me gustaba pensar en mi madre siendo humillada de esa manera. Pero sabía que en ese momento ella estaba viéndolo desde otra óptica. Me dije que al día siguiente hablaría de eso con ella, hacerle ver lo equivocado de su actitud con su amante. Pero evidentemente no lo hice, ¿cómo podía hablarle a mi madre sobre cómo debía practicar el sexo?
Las visitas nocturnas se hicieron más habituales y aprendí a dormir con tapones en los oídos. Una madrugada los oí meterse en la ducha antes de que sonaran los despertadores. Él le pedía que abriera la boca, incluso oí el sonido de un tortazo. Esa vez no era uno en el culo y me levanté para entornar un poco la puerta de mi cuarto, por si se había pasado de la raya. No hizo falta verlos para saber lo que ocurrió a continuación. El sonido de él orinando en el suelo de la ducha era inconfundible. El sonido variaba, desapareciendo y volviendo, como si estuviera llevando el chorro por el cuerpo de mi madre arriba y abajo, para acabar en un ruido que sólo podía ser la boca de mi madre bien abierta. El chorrito fue sustituido por un claro "¡Chupa, puta! ¡Chupa!", que fue seguido por un jadeo de mi madre y un sonido gutural. Lleno de vergüenza y asco cerré la puerta. Medité sobre lo excitada que debía estar mi madre como para dejarse hacer eso y luego chupársela así al hombre. Luché por no descontextualizar aquello y quise alegrarme por la intensidad de sus juegos, pues sin duda mamá los disfrutaba plenamente. Ese era mi problema: era mi madre. Me acosté. Ahora el ruido de sus cuerpos mojados chocando era inconfundible, con un "sí, sí, sí..." interminable de ella. Ésta se tuvo que dar cuenta que no eran horas de escándalos y abrió el grifo de la ducha. Creyéndose a salvo bajo el ruido del agua cayendo, se dejó llevar por los gritos de placer, pidiendo a su amante que le diese más fuerte. Me puse los tapones pero no me pude dormir hasta unos minutos antes de que sonara el despertador.
Llegó el día en que su novio vino a casa formalmente para dejar de ser una sombra en la noche. A pesar de ser algo duro en rasgos y modales, era extremadamente educado. Tras la cena se mostró muy acaramelado con mi madre y ésta intentó guardar las distancias por mí. Al recoger los platos entraron en la cocina y desde el salón volví a oír sus juegos, esa vez más aplacados, con el sonido de besos y ropa restregándose. Volvieron tan normales como habían salido, pero mi madre tenía la falda arrugada, algo subida por un lateral. Esa fue la primera vez que me di cuenta de la belleza de sus muslos, de un modo que no había visto hasta entonces, comprendiendo el atractivo sexual que encerraba no solo sus piernas, sino cada centímetro de su cuerpo. Asumí, ya sin fisuras, que su amante no profanaba el sagrado cuerpo de mi madre, sino que comulgaba en él. Sólo tenía que aceptar ese hecho.
Las visitas fueron más comunes y nos fuimos acostumbrando a que las manos del tipo aquel recorriesen libidinosamente las curvas de mi madre de manera muy descarada, a pesar de las quejas de ésta pues por un lado no quería avergonzarme y por otro era incapaz de resistirse a las pervertidas insinuaciones de su amante. Pero al final, él la sobaba a placer, no perdiendo la oportunidad de mirarme desafiante mientras su mano recorría las nalgas de mi madre. Aquello fue yendo a peor. Una vez que habían tomado algo más de licor, estábamos en el sofá viendo la televisión con él en medio. Pasó la mano por encima del hombro de mamá y la bajó hasta meterla dentro de su escote. Yo los miraba de reojo y mi madre hacía como si yo no los viese. Su boca fue indicando cómo se iba calentando hasta que gimió de una manera corta, intensa. Seguramente él se pasó pellizcándole el pezón. Sentí un extraño escalofrío recorriendo mi cuerpo que me incomodó. El tipo, tras el débil quejido de mi madre intentó sacar la mano, pero ella le sujetó el antebrazo y él empezó a mover los dedos de una forma más impúdica. Me fui a mi cuarto, avergonzado por ese comportamiento tan pueril que tenían. Parecía una quinceañera con su primer novio.
Eso de hacerme ver que mi mamá le pertenecía, en una actitud que inicialmente me pareció muy infantil, acabó siendo muy molesto. Él cada vez era más dominante. Mi madre fue cediendo su autoridad y dejó de velar por mí poco a poco. Me acabé acostumbrando a ver su escote abierto, a su pecho demasiado fuera del sujetador tras haberse cruzado con su novio. Pero no podía hacer nada. Ella parecía dominada, no sólo por él, sino por una adoración irracional al sexo. Así se le dijo mamá a una amiga suya por teléfono, que no podía frenar el instinto. También le dijo a la amiga que yo lo llevaba bien, que ella intentaba ser discreta y que yo me estaba comportando como un hombre, no como un chiquillo. Eso hizo que me viese más atrapado aún. Yo estaba contento por verla más radiante que nunca y comprendía que sus curvas generosas enardecían a su novio, pero no podía soportar ese sexo desenfrenado, el de ella no, o que se pusiera tan caliente al ser llamada puta o chupapollas, o con los cachetazos.
Un día que se anularon los entrenamientos de baloncesto y volví a casa más pronto. Me lo encontré saliendo desnudo de la cocina con un vaso de vino. Olía a sexo, el de mi madre. A ella se la oía en la ducha. El tipo se molestó por verme en casa y me dijo que tenía que aprender modales, que no podía venir cuando me diese la gana. Le dije que también era mi casa y me dio un buen guantazo para callarme. Me dijo que, cuando él estuviese allí, él era el hombre de la casa. Y que fuese la última vez que le interrumpiese cuando se follaba a mi madre. Me explicó groseramente que yo no podía evitar lo que sentía mi mamá cuando estaba con él, con un hombre de verdad. Me hizo ir a mi cuarto, ordenándome que me estuviese calladito y que mi madre no se enterase de que yo ya había vuelto. No supe gestionar aquello, pues nunca me habían pegado en casa, y obedecí intentando contener las lágrimas. El hombre no parecía bebido, pero fue muy cruel. Dejó mi puerta entornada y no cerró la del dormitorio de mi madre cuando se metieron en él. "Voy a follarte por el culo, pedazo de puta", le dijo. "Me acabo de duchar", dijo ella a modo de protesta. Después se hizo un silencio y poco a poco se fueron oyendo los jadeos de mamá. Ella entonces empezó a ser más descriptiva con sus "méteme la polla" o "así, rómpeme el culo". Me puse los tapones y empecé a llorar.
El siguiente sábado lo iba a pasar en casa de un amigo para jugar a un videojuego en una especie de maratón. El novio de mamá me dijo, antes de irme, que nada de volver tarde. Que estuviese en casa a las tres en punto de la tarde, indicándome que no llamase a la puerta pues él me abriría. Me dijo que quería darle una sorpresa a mi madre. No me fiaba de él, pero obedecí. Me planté allí a las tres menos cinco y me abrió a las tres menos dos. Nada más pasar y cerrar la puerta, me dio un tortazo y me dijo que guardara silencio. Otro tortazo selló su autoridad. Me puso una especie de bozal, con una bola dentro de la boca, y una mordaza sobre ese bozal. Me amenazó de nuevo. Me ordenó que me desvistiera, tirándome del pelo para obligarme, amenazando veladamente con emplear también la violencia con mi madre. Una vez desnudo, me llevó al dormitorio de ella. Se subió a la cama y pasó una cuerda por el gancho de la lámpara del techo, comprobando que aguantaba su peso. Me ató las manos y me dejó casi en suspensión, anudándome los tobillos a las patas de la cama para que me mantuviese inmóvil con las piernas abiertas. "Ahora pórtate bien", me dijo.
Estaba muerto de miedo, temiendo cualquier abuso del hombre. Cuando me di cuenta de que no había ningún sonido en la casa, salvo el nuestro, empecé a temer también por la integridad de mi madre. Afortunadamente, oí cómo se cerraba la puerta de casa y los pasos característicos de mamá, además de los cariñosos saludos entre ella y su amante. Después, algo de silencio y cuchicheos, hasta que oí la voz de mi madre a a mi espalda.
–¿Qué me tienes preparado? –se me heló la sangre al escucharla tan relajada estando yo inmovilizado.
–Pórtate bien con el chico –le dijo él.
El tipo pasó junto a mí. Llevaba una cadena en la mano y tirando de ella apareció mi madre con un collar. Llevaba los ojos bien tapados con un antifaz, y la única ropa que llevaba eran unas medias y unos zapatos de tacón. Se pusieron al otro lado de la cama, en frente mía, y cerré los ojos. No quería ver a mi madre desnuda y mucho menos siendo sobada por ese odioso engendro. Sentí la presencia de éste a mi lado a la vez que recibía una buena bofetada y un amenazador pellizco en los testículos.
–No seas tímido y no te pierdas nada –el hombre me habló en un tono dulce, para que mi madre no sospechara lo que estaba ocurriendo realmente.
Volvió tras ella y empezaron a besarse en la boca, mientras él manoseaba sus pechos, su barriga, sus muslos, acercándose a su coño. Ella mantenía su mano detrás de ella, sin duda toqueteando los genitales de éste.
–¿Está él ahí? –le preguntó mamá algo incrédula a su hombre.
–Sí.
–¿De verdad?
–Sí, nos ve pero no puede hablarnos. ¿Te gustaría follar para él? –mamá empezó a sobarse los pechos, tirándose de los pezones. Era la lujuria hecha carne.
–Sí... que nos vea. Fóllame.
–Sí, pero antes enséñale lo puta que eres.
Mi mamá se abrió el coño, metiéndose los dedos y chupándoselos después. Él besó esa boca rendida al deseo.
–¿Serás puta? Mira que te pone cachonda esto.
–Sí... ¿pero está ahí de verdad? –ella no estaba convencida de tener público. Intenté moverme de nuevo, pero su amante me miró fulminante.
–¿Quieres chuparle la polla? –mi madre no estaba segura aún y no contestó–. Quieres chuparle la polla, sabes que sí.
Mi madre tenía la mano detrás de ella, muy excitada masturbando a su amante mientras se frotaba el clítoris con la otra. Yo estaba tan alterado que creía que me iba a dar un mareo al no poder respirar bien por la mordaza. Las lágrimas nublaban mi vista.
–El chico ha venido por ti, se puso como loco cuando le dije lo que te gustaba chupar pollas –casi vomito cuando le dijo eso. Esperé inútilmente a que mamá se negase a seguir aguantando esa forma tan despreciable de dirigirse a ella. Ralentizó el magreo a su hombre, lo cual generó bastantes expectativas de que aquello había llegado a su fin.
–¿Pero entonces va en serio, está aquí? –preguntó más excitada que ofendida. El tipo sujetó la cadera de mi madre y bajó sus hombros hasta que la puso a cuatro.
–Vamos, déjate llevar. No le toques con la mano, sólo con la boca.
Mi madre abrió la boca y vi mi polla delante de ella. Estaba totalmente erecta. Me moría de vergüenza. No quise mirar, y sentí su lengua moverse con rapidez en mi glande. La repulsión que sentía me tranquilizó, pues no era estimulante, y pensé que me bajaría la erección. Pero no. Mi madre chupaba demasiado bien. Mientras yo lloraba, sus labios se cerraban alrededor de mi polla y la fueron recorriendo arriba y abajo, succionando y lamiendo a la vez.
El tipo se la metió y mamá se esmeró más en la felación. Sentir sus gemidos a través de mi polla me resultaba de lo más perturbador, pues no hizo sino añadir un elemento más a la estimulación. En aquella postura el hombre no podía ver a su hembra chuparle la polla a su propio hijo, así que la hizo ponerse boca arriba. Mi madre buscó mi polla con la mano y se la metió en la boca. El tipo sujetó sus tobillos y se la metió, abriéndole bien las piernas.
–El chico quiere correrse en tu boca, trágate todo ¿vale, puta?
–Sí, quiero sentir su semen en mi garganta... ah... ah... tragarlo... saborearlo... vacíate en mi boca –esa fue la única vez que en que se dirigió a mí.
Yo veía la piel de mi madre moviéndose al ritmo de las arremetidas del tipo. Sus pechos redondos, algo caídos a los lados, dibujaban círculos mientras pequeñas ondas recorrían su vientre. El sonido de sus cuerpos mojados chocando y sus caras desencajadas reflejaban perfectamente cómo mi polla respondía a aquello. Evidentemente, mis genitales y yo teníamos distintos puntos de vista con lo que estaba ocurriendo. Era inútil negar que me gustaba sentir la boca de mamá succionando mi escroto, pero eso no era incompatible con no querer estar ahí.
El tipo quiso subir la apuesta. La volvió a poner a cuatro y la hizo mirar hacia abajo, sujetándola del pelo. Empezó a follarla fuerte y ella parecía que se descomponía, jadeando sin importarle el volumen de su voz. Entonces él le quitó el antifaz. Me quedé helado. Le ordenó que no me mirara bajo ningún concepto. Mi madre estaba gimiendo como una posesa y siguió mirando hacia abajo.
–Vamos, chúpale la polla, pero no lo mires.
Ella obedeció, pero al verme la ingle, o los pies, noté que algo cambió. Su lengua seguía moviéndose por mi glande dentro de la boca, pero dejó de gemir tanto. Miró fugazmente hacia arriba y me vio. Mamá estuvo varios segundos sin reaccionar, con mi polla metida en su boca a punto de correrme por el movimiento que los pollazos de su amante infringían hasta su cabeza.
Comprendí que en cierto modo ella estaba igual que yo, con el cuerpo pidiendo una cosa y la cabeza otra. La aberración era clara, así la sentíamos ella y yo. Pero mi rabo estaba duro como una piedra rozando su lengua y sus ojos se seguían entrecerrando de placer cada vez que su amante le metía la polla hasta el fondo. Me miró otra vez y se sacó la polla de la boca, intentando pensar. Cerró los ojos y apretó los puños en la sábana, gimiendo finalmente.
–Joder, puta, me estás mojando las piernas –mi mamá estaba teniendo un gran orgasmo. Su cuerpo había hablado. El tipo la tomó del pelo y la obligó a seguir mamándome.
Ella se limitó a meter la polla dentro de la boca, ya sin ninguna de las atenciones que me había prodigado hasta entonces. Aquello me tranquilizó, pero eso también me hizo bajar la guardia. Seguía sintiendo el temblor que provocaban sus jadeos y, sin darme cuenta, mis caderas empezaron a balancearse adelante y atrás, limitadas por las ataduras, pero buscando recomponer el placer de antes. Mamá aceptó la dura realidad que le ofrecía y volvió poco a poco a esa forma tan viciosa de chupar. Es más, creo que incluso se esmeró para que al menos yo tuviese la mejor de las eyaculaciones. A veces se cruzaban nuestras miradas y ella ponía los ojos en blanco, mostrándome que no había dejado de tener orgasmo tras orgasmo. Me corrí y ella se lo tragó todo, pero siguió mamando.
–Voy a follarte el culo, puta –le dijo él cambiando el agujero.
Empezó a follarla fuerte. Ella me miró, sin ocultarme su total entrega al placer anal. Mi polla, que no había bajado la presión del todo, volvió a endurecerse. Creo que mamá se sonrió. Entonces el tipo le dio una sonora nalgada y se corrió al grito de "¡Toma, puta!". Después de eso, volvió a ponerle el antifaz a mamá y me desató, indicándome que me vistiera y saliese de la casa en silencio.
Tras aquel suceso cambiaron sus hábitos. No les importaba fornicar en la cocina estando yo en el salón viendo la tele. A veces él le pedía sin tapujos que se la chupara, que tenía que irse pronto. Ella le solía rogar que no fuera grosero, sabiendo que yo lo había oído, pero siempre acababa cediendo. Normalmente ella cerraba la puerta del dormitorio y él terminaba abriéndola. Yo también me acostumbré a no usar tapones.
Por entonces, un día que habían hecho de todo en el dormitorio, ella le acompañó hasta la puerta de casa en bata. Al volver, se puso a ordenar el salón y pude ver que no llevaba ropa interior, pues la bata se le abría constantemente. Era inevitable mirarle las piernas, el coño, los pechos, pues se asomaban impúdicamente ante mí. Ella se dio cuenta y me pidió perdón. Perdón por todo, por comportarse así. Le dije que no se preocupara por mí, que lo importante era que ella fuese feliz. Sorprendentemente me contestó con un "bueno, eso...", de una manera algo ambigua en referencia a su felicidad en pareja. Quiso cambiar de tema y me dijo que seguramente era difícil de entender todo lo que había pasado últimamente, al menos ella no lo había podido digerir del todo. Miró el canalón del escote, que le llegaba hasta más abajo del ombligo, pues eso estaba distrayendo mi atención. Se recolocó la bata en un movimiento automatizado que en la intimidad no tendría mayor importancia, pero estando yo delante no solo pude ver perfectamente su cuerpo desnudo, sino que pude oler el olor a sexo que aún estaba adherido a su piel. Comprendió lo que había hecho, fue como verbalizar la pérdida de pudor de esos últimos días. Se dio cuenta que entre sus ojos y los míos destacaba ante todo mi enorme erección.
–No digas nada –me dijo.
Se puso de rodillas, me bajó el pantalón y empezó a chupármela. Me volvió a rogar que le dijera nada, y no lo hice para no humillarla. Pero al cabo del rato, lo hacía tan bien, acabé preguntándole si de verdad le gustaba eso, chupar pollas. Me dijo que sí, pero no en el tono que empleaba con su novio, sino como en una conversación entre amigas. En ese momento no era una guarra chupapollas, sólo era mamá regalándome un orgasmo. Cuando mi crema empezó a llenar su boca, tragó mirándome feliz a los ojos. Cuando acabamos, me dijo que jamás volvería a pasar lo del otro día, en referencia a lo de humillarnos así en su dormitorio.
La relación de mamá con él acabó abruptamente un día que el bruto le soltó un tremendo bofetón fuera de su contexto de apareamiento. Lo echó de casa inmediatamente, mostrando que mi madre ya estaba tan cansada de él como de su propia dependencia a ese sexo sin límites. La cosa fue volviendo a la normalidad. Volvimos a tener una relación sana madre hijo. Lo único que cambió fue que ella perdió conmigo el pudor por mostrase desnuda o ligera de ropa. No le importaba pedirme opinión cuando se ponía su mejor lencería si tenía una cita, o sobre lo que me atraía de alguna amiga suya. Eso sí, tardó mucho tiempo en volver a traer a un hombre a casa.​
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